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“Las escuelas para niñas indígenas”

p. 105-114
Josefina Muriel
La sociedad novohispana y sus colegios de niñas.
Tomo I. Fundaciones del siglo XVI

Segunda edición
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
2004
304 p.
Figuras
(Serie Historia Novohispana 52)
ISBN 970-32-1840-7 (Tomo I)
ISBN 970-32-1840-7 (Obra completa)

Formato: PDF
Publicado en línea: 25 de noviembre de 2019
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libro
s/038_01/sociedad_novohispana.html

D. R. © 2019, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de


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CAPÍTULO VI

LAS ESCUELAS PARA NIÑAS INDÍGENAS

Paralelo a este interés en la educación de las niñas por medio de


los colegios existió otro enfoque hacia las escuelas. Respondió éste
a necesidades un tanto diferentes, como lo eran las relativas a una
segunda etapa de evangelización, en la cual ya estaba desarrolla­
da la organización oficial de la Iglesia: obispados y parroquias. En
esta etapa, para reafirmar el encuentro cultural hispano-indíge­
na, era indispensable continuar en forma sistemática y constante
la enseñanza del catecismo y castellanizar a las nuevas generacio­
nes de indios, ya novohispanos; acción que conllevaba la alfabe­
tización en lengua castellana y la necesidad de emprender una
acción educativa más amplia y más sencilla que la realizada por
los colegios.
Teniendo como base la legislación educativa como promotora
de la enseñanza escolar, presentada en el capítulo segundo, vea­
mos ahora cómo se implementa y realiza esto.
En este sistema escolar se seguirá la tradición española de es­
cuelas parroquiales y municipales en cuanto a organización bási­
ca, pero adecuadas a las necesidades novohispanas, que son,
conjuntamente, la evangelización y la castellanización, programa
constante que se prolonga hasta principios del siglo XIX, aunque
no siempre con el mismo interés y entusiasmo, para hacerlo real­
mente efectivo. 1
Estas escuelas se establecieron y quedaron a cargo de los pá­
rrocos, ya fuesen del clero secular o regular, que, en este último
caso, las vinculaba a sus conventos o "visitas".
En donde no había parroquias, ni sacerdotes con residencia
fija, en estas pequeñas "poblaciones, villas, lugares y pueblos" en
1 Véase el estudio del doctor Silvia Zavala, El castellano, lengua obligatoria.

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los que los monarcas habían dispuesto establecer escuelas, se en­


comendó a las autoridades civiles, alcaldes y principales que las
erigieran.
Por este camino se va haciendo una doble promoción que rea­
lizan la Iglesia y el Estado; pues, si por una parte son los obispos
a través de los párrocos (seculares o regulares) los encargados del
tipo de escuela parroquial, por otra es el gobierno de la Nueva
España el que, en aplicación de las reales cédulas, va dictando or­
denanzas que implementan prácticamente la creación de escuelas.
Esto puede verse por ejemplo durante los gobiernos de don Mar­
tín Enríquez, quien pide al rey el suelo de la casa de Alonso de
Ávila, derribada por delito, para hacer allí una escuela;2 y de don
Luis de Velasco I, que emplea dineros de la Real Hacienda en el
establecimiento de escuelas en la Nueva Galicia. 3
Otros virreyes darán su mayor o menor atención a la educa­
ción popular, de acuerdo con los intereses manifestados por la
corona en cada época.
Al estudiar estas escuelas elementales es muy difícil señalar con
exactitud las dedicadas a los varones y las destinadas a las niñas,
pues en las fuentes de información no hay generalmente datos que
permitan distinguirlas. Sin embargo vamos a señalar lo que sea
posible para enfatizar el hecho de que en general fueron escuelas
para ambos sexos. Así se dispuso desde 1601 en la ya mencionada
real cédula de Felipe II que intitulamos Ley de Educación Nacional
Básica, que ordenaba el establecimiento de escuelas para niños y
niñas indígenas, admitiéndose que, en caso de no tenerse dos edi­
ficios, "conviviesen ambos sexos".4 Es decir, se llega a aceptar la
educación mixta con tal que las niñas también se eduquen.
Los visitadores enviados por los reyes recorren los dominios
para informar de la situación existente en todos los órdenes y po­
nen gran atención en la educación indígena como elemento indis­
pensable para la buena marcha y el progreso de la Nueva España.
Así, en el informe que el oidor Thomas López envía a Felipe 11, se
hace hincapié en la necesidad de establecer en Tabasco, Cozumel

2 Carta del virrey Martín Enríquez a Felipe II, 9 de enero de 1574, en Cartas de
Indias, p. 300-301.
3 Carmen Castañeda, op. cit., p. 37-38.
4 José María Ots Capdequi, op. cit., p. 94-96.

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LAS ESCUELAS PARA NIÑAS INDÍGENAS 107

y Yucatán escuelas en donde se enseñe "a los niños y a las niñas


a leer, escribir y la doctrina cristiana e castellano". 5
Estas escuelas elementales ya establecidas en las zonas rurales
se ocupaban de las niñas; lo reiteran diversos documentos que
hablan de la situación de la Nueva España a mediados y fines del
siglo XVI, como son las relaciones geográficas y descripciones de
obispados. Por ellas sabemos que en las escuelas que dependían
de los franciscanos las niñas también eran enseñadas a leer, escri­
bir y cantar el canto llano, y, por supuesto, la doctrina cristiana. Así,
ellas asistían diariamente a las escuelas, además de acudir a la en­
señanza dominical de la doctrina en los atrios de las iglesias. 6

Los maestros de escuelas públicas

Si bien en los inicios de la colonia centenares de niños indígenas


fueron enseñados por los primeros misioneros, cuando el gobier­
no dispuso que la enseñanza se extendiera a los que vivían lejos
de las zonas urbanas se evidenció que no había suficientes frailes
para atender en calidad de maestros a todas las escuelas que se
pretendía crear; por ello fue necesario auxiliarse de los propios
indígenas, como ya se hacía en las clases de doctrina, en los atrios
de las iglesias.
Ejemplo de esto, en el siglo XVI, son las ordenanzas que dio el
oidor Diego García de Palacio para aplicarse en Yucatán, Tabasco
y Cozumel. En ellas, la educación del indígena se pone en manos
de maestros laicos, pagados con los bienes de la comunidad bene­
ficiada, encomendándose su ejecución a las autoridades civiles, al­
caldes y principales.
Por esto encontramos ocupándose de la enseñanza elemental
rural a dos tipos de maestros: el cura (fraile o sacerdote secular)
y el indígena. Se trataba de indios enseñados y aprobados por
los doctrineros, en todo lo tocante a la religión, que además ha­
blaran una o más lenguas nativas y conocieran el castellano

5 Silvio Zavala, op. cit., p. 22-27.


6 René Acuña, Relaciones geográficas del siglo XVI: Guatemala, México, UNAM, Institu­
to de Investigaciones Antropológicas, 1982, t. I, p. 102-105. Yucatán, t. II, p. 299; México,
t. I, p. 152.

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suficientemente para poder enseñar a hablar, leer, escribir y con­


tar (rudimentos matemáticos).
El maestro indígena actuaba bajo la vigilancia directa de los
curas o frailes fundadores de la escuela; en numerosos casos lo
era el sacristán de la iglesia, al igual que ocurría en España. Sin
embargo, hubo maestros indígenas que no dependieron de los pá­
rrocos, como eran los que contrataba directamente una comuni­
dad indígena, que cubría su salario con bienes del común.7
Muchas de estas escuelas dependientes de comunidades indí­
genas no fueron gratuitas, puesto que los padres de familia tenían
que pagar una contribución de acuerdo con el número de hijos
estudiantes en ellas. Ésta fue una de las razones por las cuales los
padres no enviaban a sus hijos a estudiar, excusándose con el pre­
texto de que debían ayudarlos en sus labores, cuestión que se tra­
tó de salvar con el ofrecimiento a los padres de familia de que sus
hijos podrían adquirir puestos importantes en la administración
pública de sus distritos, de conformidad con lo aprendido en las
escuelas.
Entre los innumerables y anónimos maestros indígenas que,
preparados por los franciscanos, se dedicaban a la enseñanza de
los niños emerge el nombre de uno: Juan de Santa María, que
ejercía su noble oficio en Xochimilco hacia 1565.8 Maestro notable
que merece ser recordado como símbolo de todos aquellos maes­
tros indios que empiezan a impulsar nuestra cultura nacional
mestiza con su obra alfabetizadora.
Han llegado hasta nosotros pocos nombres de maestros sacer­
dotes seculares del siglo XVI que se dedicaron personalmente a la
enseñanza porque, aunque muchos lo hicieron, su obra quedó
englobada dentro de su oficio de curas. Sin embargo, conocemos
a dos que, sin ser curas ni frailes, fueron mencionados ante Feli­
pe II por el arzobispo don Pedro Moya de Contreras. Se trató de
los presbíteros Jorge Arraez de Mendoza y Juan Pérez de Castro,
quienes, al decir de su ilustrísima, estaban dedicados a los niños
enseñándoles a leer y escribir.9

7 Silvio Zavala, ídem.


8 Mariano Cuevas, S. J., op. cit., t. II, p. 242.
9 Carta del Ilmo. Pedro Moya de Contreras al rey, 24 de marzo de 1575, en Cartas de
Indias, p. 207-209.

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LAS ESCUELAS PARA NIÑAS INDÍGENAS 109

Escuelas para niñas indias en la ciudad de México

Según los cronistas franciscanos y otros historiadores, fray Pedro


de Gante estableció hacia 1526 una escuela para niñas. Gil Gonzá­
lez Dávila afirma que a ella acudían más de 600 indígenas.
El egregio fraile les enseñaba a las niñas a ser cristianas y las
preparaba para vivir como tales en la nueva sociedad indígena
que se estaba formando; las hacía participar al lado de los niños
en las hermosas procesiones que organizaba, y a las jovencitas las
adoctrinaba para que pudieran casarse con los jóvenes que él mis­
mo había instruido, de acuerdo con el sacramento del matrimonio
católico.
Otra escuela indígena fue la fundada por el obispo Zumárra­
ga y establecida en las casas que para ello compró a Diego de
Soria el 27 de marzo de 1531 y que en un principio fueran desti­
nadas a la fundición de campanas. 10 Según se supone esta escuela
es la que él mismo denomina como la "casa donde se solían doc­
trinar las niñas" y que estaba tan cerca de su palacio que oía sus
cantos. 11 Aunque la vida de esta escuela fue breve es importante
porque nos muestra el interés obispal en la educación femenina
manifestado en la atención de dos instituciones: el Colegio de la
Madre de Dios, internado de educación integral, y la escuela,
externado, de doctrina y castellanización.
Dentro de la traza de la ciudad de México, pero en sitio que
desconocemos, existió otra escuela para niñas indias que mereció
el aplauso real. Ésta fue la fundada por Elvira Díaz de Olmedilla,
una de las maestras de la misión obispal de 1534, que vino en
compañía de su esposo Diego Ramírez y sus hijas.
El de ellos es un caso insólito. Fueron una familia de maestros
laicos que, comprometidos con un ideal educativo y a costa de la
corona, según vimos, llegaron a la Nueva España para dedicarse a
los indígenas.12 Llegados a la ciudad de México vencieron la barre­
ra del idioma, aprendieron el náhuatl y establecieron su escuela.

10 Joaquín García Icazbalceta, op. cit., t. I, p. 96.


1
11 Guillermo Porras Muñoz, op. cit., p. 107-138.
12 En las Actas del cabildo de la ciudad de México aparecen varios Diego Ramírez, pero
por la fecha de su llegada a México puede suponerse que es el mencionado en 1540 y
1542.

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110 LA SOCIEDAD NOVOHISPANA Y SUS COLEGIOS DE NIÑAS

Ella y sus hijas se dedicaron a la enseñanza de las niñas y él a los


niños. Su obra, conocida por los informes enviados por el arzobis­
po a España, fue recordada laudatoriamente por la reina en su
respuesta del 13 de septiembre de 1536 en la que se lee: "decís
que él tiene escuela de indios y ella con sus hijas han aprendido
la lengua y leen bien y enseñan a las mujeres indias, que andan
en pos de ella y aprovecha mucho". Interesada la reina en la edu­
cación de las niñas finaliza valorando estas acciones al decir: "se
lo agradeced de mi parte y les encargad que continúen, que en
ello me servirán". 13
Una vez más se nos muestra aquí ese propósito de introducir
a las indígenas a la cultura española por medio de la lectura.
Desgraciadamente no conocemos más de esta escuela y su ac­
ción, por más eficiente que fuera, debió resultar esporádica, ya que
no estaba ligada a organización alguna que la hiciera permanente.
Contemporáneas de estas que seguían los lineamientos gene­
rales de las españolas, se establecieron otras escuelas distintas que
respondían a una organización social diferente. Nos referimos a
las que el oidor y obispo Vasco de Quiroga estableció en sus hos­
pitales-pueblos: el primero en los aledaños de la ciudad de Méxi­
co; el otro en Pátzcuaro, Michoacán. Instituciones cuyo título de
Santa Fe indicaba el auténtico sentido que les daba vida, fueron
creadas para hacer vivir a los indígenas dentro de un socialismo
cristiano, de acuerdo con los conceptos del primitivo cristianismo,
la patrística y las utopías renacentistas bien conocidas por el fa­
moso oidor Quiroga. 14
Dentro de esta organización interna de la "República del Hos­
pital", como la llama el propio don Vasco, la enseñanza de los in­
dígenas rompe los modelos ya establecidos porque involucra en
ella el complejo familiar.
En las ordenanzas de sus hospitales, 15 tras señalar la ense­
ñanza de la doctrina que debe darse a todos los niños y la es­
pecífica instrucción que debe proporcionarse a los varoncitos,

13 Alberto María Carreño, op. cit., p. 106.


14 Silvio Zavala, La utopía de Tomas Moro en la Nueva España y otros estudios, México,
Biblioteca de Historia Mexicana de Obras Inéditas, 1937.
15 Juan José Moreno, Fragmentos de la vida del Ilmo. y Rmo. Sr. Dr. D. Vasco de Qui­
roga, México, Imprenta del Real y más Antiguo Colegio de Sn. Ildefonso, 1766. "Or­
denanzas".

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LAS ESCUELAS PARA NIÑAS INDÍGENAS 111

Quiroga añade otros capítulos referentes a las niñas. En ellos se


dice textualmente:

Que las niñas en las Familias de sus padres depriendan los oficios
mujeriles dados a ellas y adaptados y necesarios al pro y bien suyo y
de la República del Hospital, como son obras de lana y lino y seda
y algodón y para todo lo necesario, accesorio y útil al oficio de los
telares, y juntamente vendan a la vuelta en sus casas y Familias.

En esta ordenanza se prescribe que las niñas aprendan a hilar,


a más del algodón acostumbrado por los indígenas, el lino, la lana
y la seda introducidos por los españoles, para enriquecer sus la­
bores. A esto se añade el cultivo del huerto familiar. Pero la orde­
nanza va más allá de la mera enumeración de las materias,
porque tiene un propósito educativo de formación humana. Esto
significa que busca una educación integral.
Lo mismo pretendió Zumárraga para las niñas en el Colegio
de la Madre de Dios, pero con medios distintos, pues, mientras el
obispo de México las aísla de sus familias recluyéndolas en inter­
nados, el de Michoacán dispone educarlas sin separarlas de su fa­
milia nuclear, ni de su comunidad que es la "familia". Todo lo
cual es congruente con el sistema socialista de sus hospitales-pue­
blos: educar en la comunidad para la vida en grupo. Por eso aña­
de en la ordenanza:

Cada parentela morará en su familia como está dicho y el más an­


tiguo será el que en ella presida, y a quien han de acatar y obede­
cer toda la familia, y las mujeres sirvan a sus maridos y los
descendientes a los ascendientes, padres y abuelos y bisabuelos, y
en fin los de menos edad y los más mozos a los más viejos, porque
así se pueda excusar mucho de criados y criadas y otros servidores
que suelen ser costosos y muy enojosos a sus amos.

Con esto la educación femenina va más allá, pues pretende


enseñar a las niñas a vivir dentro de un orden social de acuerdo
con el status jurídico que tenía la mujer en el Estado español y en
la Iglesia católica de la época, sujeta a sus padres, después al ma­
rido, y todos respetando la autoridad de los mayores: abuelos y
bisabuelos que vivieran en la "familia", apartando para ella la sabi­
duría de la experiencia y esa serenidad en el juicio que deben tener
los que juzgan la vida tras haber recorrido sus largos caminos.

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112 LA SOCIEDAD NOVOHISPANA Y SUS COLEGIOS DE NIÑAS

En la parte final de este capítulo de las ordenanzas, Quiroga


va a centrar a la familia (sentido estricto) como célula básica de
esa sociedad que es la "familia" (sentido amplio), que a su vez in­
tegrará la sociedad del hospital-pueblo. Tras esto añadirá otro ca­
pítulo en el cual responsabilizará de la educación y la buena vida
de los hijos a los padres y las madres de familia. La acción edu­
cativa no se concreta a los años escolares porque es acción vital
dentro del hogar. Por ello interesa hacer fuerte la vida familiar.
La ordenanza reza así: "la cuenta y razón y recaudo de los
moradores de cada familia..." ha estar a cargo de los padres y las
madres de ellos:

ITEM, así como es razón de seáis honrados los padres y madres de fa­
milia de los moradores de ella, como de hijos, nietos y bisnietos,
vuestros descendientes que son y ·han de ser de vosotros mesmos
por la línea recta, así también conviene, y es justo que sea a vuestra
cuenta y cargo, dar razón de los excesos y desconciertos que en vuestras
familias por ello se hicieren y sucedieren por su culpa y vuestra y des­
cuido y negligencia de no los tener bien corregidos ni bien castigados, ni
disciplinados cada cual en la suya, que se os ha de imputar a mucha cul­
pa, vergüenza y deshonra en la corrección, que en tal caso se requiere
que se os dé por el Rector y Regidores del Hospital. Y si aconteciesen
por tales excesos y descuidos por la inhabilidad y mal recaudo de los di­
chos padres de familia, elíjanse otros, que sean hábiles que más convenga
de la mesma familia, por los moradores de ella, por sus coadjutores, y todo
siempre con parecer de los dichos Rector y Regidores del Hospital.

De acuerdo con estas ideas quiroguianas, la responsabilidad


moral de los padres de familia respecto de sus hijos no cesa nunca
y ha de continuar toda la vida. Empero, ante la incapacidad de los
padres y los abuelos para hacerlo, debe nombrarse a otra perso­
na que los suplan (hoy diríamos tutores), de acuerdo con las au­
toridades que eran el rector y los regidores del hospital-pueblo.
Con esto se pone de manifiesto que, según el pensamiento de don
Vasco, jamás deberá quedar nadie abandonado por la familia, ya
sea niño, joven u hombre maduro, pues la vida moral del indivi­
duo interesa en todo momento a la comunidad.
Para tener finalmente una idea aunque sea aproximada del
movimiento educacional de las escuelas y maestros que pudo ha­
ber en el siglo XVI, es válido pensar que existieran unas y otros en
todos los conventos franciscanos, dominicos y agustinos, así como

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en las zonas bajo su control en toda la Nueva España, pero sin ol­
vidar los cambios al sistema parroquial de acuerdo con la división
eclesiástica de 1535 que introducía al clero secular no sólo en la
acción del servicio religioso sino también en la de la educación. A
todo lo cual hay que añadir las mencionadas escuelas construidas
y patrocinadas por las comunidades indígenas.

Los edificios escolares

Dice Beaumont, refiriéndose a los edificios dedicados a la ense­


ñanza por los franciscanos, que los conventos tenían "inmediata
una vivienda destinada a la enseñanza de los niños, fabricada por
los alarifes indios...", en la cual había "una pieza grande para leer
y enseñar la doctrina, refectorio y un oratorio devoto". 16
Sin embargo, las escuelas ajenas a los conventos se alejaron de
este modelo y fueron mucho más sencillas, adecuadas a las espe­
cíficas necesidades y posibilidades económicas de cada lugar. En
general, eran locales de un solo piso con uno o dos salones, uno
para niños y otro para niñas, lo que se consideraba suficiente. Este
tipo de escuela parroquial y municipal se hizo en todas las pro­
vincias. Tenemos como ejemplo la edificada en el pueblo de San
Mateo Churubusco. 17
Los constructores de estas escuelas, como lo indica Beaumont
y lo confirman innúmeros documentos, fueron los propios indíge­
nas. También en los poblados donde no había convento ni parro­
quia, en donde la iglesia apenas era una pequeña ermita que no
tenía clérigo fijo, los indígenas eran quienes edificaban su escue­
la con la ayuda y los dineros de su propia comunidad. Para que
esto obtuviera la aceptación de los naturales fue necesario que las
autoridades eclesiásticas y civiles les explicaran previamente los
beneficios de esa educación de tipo español. Así lo hicieron Zu­
márraga en México, Quiroga en Michoacán y el obispo Maraver
en la Nueva Galicia. 18

16Fray Pablo de Jesús Beaumont, op. cit., t. 11, p. 151.


17 AGN, Templos y Conventos, t. 28, exp. 9. Escuela que se edifica en el pueblo de San
Mateo Churubusco.
18 Carmen Castañeda, ídem.

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114 LA SOCIEDAD NOVOHISPANA Y SUS COLEGIOS DE NIÑAS

En ocasiones, en las capitales de provincia y en los pueblos


importantes se usaron también como escuelas otros locales no
construidos ex profeso, sino casas ya edificadas por los poblado­
res, que se compraban o alquilaban. Como ejemplo de esto tene­
mos en la ciudad de México las casitas que Zumárraga compró
para la escuela de las niñas (no confundirla con el Colegio de la
Madre de Dios), que estaban inmediatas a las que dedicó para
cárcel y fundición de campanas. 19
En esta ciudad, el virrey don Martín Enríquez estableció una
escuela para enseñar a leer a las niñas en la casa que alquiló al
segundo marqués del Valle. En la misma casa pretendía su due­
ño establecer el colegio de niñas dispuesto por su padre que, por
razones desconocidas, no fue fundado en Coyoacán. 20 Esto nos
hace pensar que estaba poniendo énfasis en la enseñanza, sin
importar mayormente el local donde se impartiera.
Las aulas para indígenas eran semejantes a sus propias habi­
taciones, carentes de toda "comodidad y regalo",21 en donde los
pequeños se sentaban en el suelo sobre petates o esteras, como lo
acostumbraban en sus casas, y escribían sobre sus rodillas o en el
suelo, tal y como aparecen en los códices los hombres y las mu­
jeres que escriben.
De esta carencia de mobiliario escolar hay constancias de que
aún en el siglo XVIII ésa era la costumbre. 22 Hasta que los estu­
dios se organizaron, se establecieron los ciclos escolares, se au­
mentaron las materias objeto de enseñanza y se modificaron los
sistemas pedagógicos, las escuelas empezaron a requerir mayores
edificios para dar cabida a las diferentes aulas y dotarlas así de
mobiliario adecuado.

19 Joaquín García Icazbalceta, ídem.


2° Carta del virrey Martín Enríquez a Felipe 11, 9 de enero de 1574, en Cartas de
Indias, p. 300.
21 En las Relaciones geográficas hay innumerables datos sobre la sencilla vida del in­
dígena en las zonas rurales.
22 Josefina Muriel, "El Real Colegio de San Ignacio de Loyola", en Los vascos en Méxi­
co y su Colegio de las Vizcaínas, México, Gliphos, 1987, p. 66-67.

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