The Healer - Jessica Gadziala - Seven Sins MC #2
The Healer - Jessica Gadziala - Seven Sins MC #2
The Healer - Jessica Gadziala - Seven Sins MC #2
LizC
LizC
Nanis
Sand
OnlyNess
Mariangela
Catt
CRÉDITOS ................................................................................................................................................................................... 3
CONTENIDO ............................................................................................................................................................................. 4
DEDICATORIA ......................................................................................................................................................................... 5
SINOPSIS ..................................................................................................................................................................................... 6
1............................................................................................................................................................................................................ 7
2 ........................................................................................................................................................................................................ 16
3 ....................................................................................................................................................................................................... 24
4 ........................................................................................................................................................................................................ 31
5 ....................................................................................................................................................................................................... 45
6 ....................................................................................................................................................................................................... 57
7........................................................................................................................................................................................................ 66
8 ....................................................................................................................................................................................................... 76
9 ....................................................................................................................................................................................................... 89
10 ................................................................................................................................................................................................... 105
11 ...................................................................................................................................................................................................... 118
12 .................................................................................................................................................................................................... 128
13 ......................................................................................................................................................................................................141
14 .................................................................................................................................................................................................... 160
EPÍLOGO................................................................................................................................................................................. 178
¡ADELANTO! ......................................................................................................................................................................... 187
PRÓXIMO LIBRO .............................................................................................................................................................. 188
SOBRE LA AUTORA ....................................................................................................................................................... 189
Todo lo que siempre he querido es volver a casa, hacer que mi
equipo vuelva a la vida que debíamos llevar.
Seven Sins MC #2
Ace
Un sonido infernal.
Había fallado.
—Atrás —dijo Lenore, con la voz un poco tensa mientras ella misma
retrocedía varios metros cuando el suelo siguió cayendo hacia adentro, a
medida que el calor se hacía más intenso.
—¿Por qué los gritos son tan fuertes? —preguntó Aram, mirándome
en busca de confirmación.
Todos lo parecíamos.
Un tatuaje.
Un tatuaje familiar.
Fue algo que hizo que mi estómago se revolviera, que hizo que mi
corazón se acelerara. Fue algo que hizo que una sensación de hormigueo
e impotencia se apoderara de mi sistema.
Temor.
Y no tenía respuestas.
—No sé qué más hacer —dijo Lenore más tarde esa noche, tan
cubierta de sangre que parecía haber estado en una de esas películas de
terror que tanto les gustan a los humanos—. No soy una sanadora —
agregó—. Solo me ocupé de heridas leves en mi aquelarre. Yo... no sé
cómo ayudarla.
Lo sabía.
No tenía un gran plan. Lo cual era inusual para mí. Planificar era
lo que mejor hacía. Pero no había habido manera de prepararse para esto.
Todo lo que sabía era que Red necesitaba que alguien la curara.
O una mordaza.
Al menos ya no.
Hermosa.
Como el destino.
Tal vez no pudiéramos morir, pero nos harían sufrir durante toda
la eternidad por esa clase de desastres.
No me sentía mal.
Era una tontería estar insistiendo tanto, pero entre tareas durante
todo el día en el trabajo, era a lo que regresaba por defecto.
Sin embargo, esta semana tuve un turno más. Otra persona había
llamado, y después de mudarme a una nueva zona, a un nuevo estado,
de hecho, sentí que no podía rechazar el dinero de un turno extra después
de haber utilizado la mayor parte de mis ahorros para cubrir la mudanza.
Y lo hizo.
Fui criada por una madre que se maquilló por completo la mañana
después de que su esposo le comunicara que la había estado engañando
con la secretaria durante un año y medio, que estaba embarazada y que
tenía que “hacer lo correcto” por ella. Una madre que se mordió el labio
para salvar su reputación. Una madre que una vez se cortó la punta del
dedo medio mientras cortaba verduras para la cena de Acción de Gracias
y soltó un muy soso “¡Oh, dulce de azúcar!” y luego se disculpó.
Hombres de mierda.
No.
No trabajé tan duro para cambiar mi vida para mejor, solo para que
me metieran en un automóvil y me violaran una noche al salir del
trabajo.
Fríos.
Abrí la boca para gritar incluso cuando mis pies salieron de debajo
de él, golpeándolo en la parte inferior del estómago mientras me
impulsaba hacia la puerta cerca de mi cabeza, intentando alcanzar la
manija con mis manos esposadas, saboreando la libertad, sabiendo que,
si podría salir del vehículo, tenía muchas más posibilidades de estar a
salvo.
Era pequeña.
Algo.
Cualquier cosa.
Yo planeaba.
Bien.
No.
—Se cayó —le dije, extendiendo la mano para ponerla boca arriba,
apartando su cabello de su rostro para mirar la herida ensangrentada en
su cabeza.
—Haz algo útil entonces, y trae a Lenore. Puede que ella no pueda
ayudar a Red, pero probablemente pueda hacer algo con esto —le dije,
señalando la cabeza de la mujer.
Josephine Walsh.
Enfermera capacitada.
¿Pero yo?
En serio exhausto.
Un regreso a casa.
Pero luego estaba Lenore con sus poderes, con su control sobre
ellos.
Que eso no sucediera, y que Red apareciera tan mutilada, era más
de lo que mi cuerpo quería soportar, por no hablar de mi mente.
Necesitaba unos minutos para ordenarlo en mi cabeza antes de
poder volver allí.
No estaba equivocado.
Sí.
—¿Esto era algo común? —pregunté, odiando tener que ceder ante
Bael, pero reconociendo que yo no era el experto en este sentido.
—No lo sé —admití.
Como líder.
Oh no.
Manos.
Un cuerpo.
Un hombre.
Un auto.
Unas esposas.
Una mordaza.
Una hermosa mujer con una larga melena negra y oscura que me
hizo echar de menos la mía durante un segundo absurdamente
inapropiado. También iba vestida de forma extraña, con una especie de
vestido verde que llegaba hasta el suelo y con mangas largas. Era un
vestido fuera de tiempo, algo destinado a películas de época, no a los
tiempos modernos, estaba sentada frente a mí en un taburete.
¿Una cataplasma?
—¿Qué le ocurrió?
—Nada.
—No estás aquí para hablar —me informó en ese tono frío suyo.
Sin estar segura de tener otra opción, me levanté del sofá, sintiendo
que mi visión se movía por un momento antes de que se asentara y
pudiera continuar caminando a través de la habitación, yendo al lado
opuesto de la cama que él.
Y no era de extrañar.
—Ni siquiera pienses en huir —me dijo en voz baja, letal, haciendo
que levantara la cabeza para mirar su rostro—. Tengo hombres en todas
partes —agregó, sosteniendo mi mirada por un largo segundo,
haciéndome descubrir que esas motas que había visto en sus ojos azul
claro eran en realidad, bueno, rojas. Excepto que eso no tenía
sentido. Porque la gente no tenía matices rojos en los ojos.
—No voy a prometer ser una buena cautiva —le dije, observando
cómo sus labios se movían ligeramente antes de volver a su línea severa.
—Cura a Red —exigió, quitando las esposas por completo, luego
moviéndose hacia el otro lado de la habitación, apoyándose contra la
pared cerca de la puerta.
—Te dije que me dieras una maldita lista —me interrumpió—. Sea
lo que sea, puedo conseguirlo —me dijo, sin una pizca de incertidumbre
en sus palabras. Y supongo que, si estabas dispuesto a secuestrar a una
enfermera para tratar a alguien, robar suministros médicos no era un
gran problema.
—¿Qué hice? —inquirió, con una voz tan cortante como la mía.
Así que tal vez no iba a terminar en una cama cubierta de mi propia
sangre después de todo.
—¿Pegamento?
—Para poner en los lechos de las uñas —le dije—. Los lechos de las
uñas son sensibles. Se sienten doloridos si están expuestos. El
pegamento los protegería y detendría el dolor.
Este también era alto, pero con un aspecto un poco más tosco, con
cabello oscuro, barba, vaqueros, botas y un chaleco de cuero sobre una
camiseta negra.
Ace.
—Mierda, no.
Mierda, no.
Pero al menos sabía que dos de las personas de esta casa no me
arrancarían las uñas de los pies. Era una pequeña especie de consuelo,
pero iba a tomar todo lo que pudiera conseguir.
Tal vez debería haber intentado ver si podía agarrar las cabezas de
los clavos y arrancarlos de la ventana, para salir de aquí.
—Aquí —dijo Drex, volviendo con una copa de vino llena de agua.
—Gracias —dije, intentando sonreírle a pesar de que se sentía, y
probablemente se veía, falsa—. Ese otro tipo era un, ah…
—Bueno, sí —acordé.
Y lo que fuera que haya hecho para conseguirlos no era culpa mía
solo porque los necesitaba.
—Ace, aquí —dijo otra voz, haciéndome girar para encontrar a dos
hombres más entrando en la habitación.
El otro era un poco más delgado con el cabello negro como la tinta
y un poco largo, y tenía una piel bronceada que tal vez hablaba de
ascendencia del Medio Oriente.
Ambos tenían ojos marrones.
Goodfellas.
Lo hice.
¿Esta mujer?
—Si no tienes nada útil que decir, Siete, cierra la boca —exigió Ace,
deslizando la mirada hacia mí—. Creo que su cerebro podría haberse
sacudido dentro de su cráneo cuando se cayó —dijo, mirando mi frente.
Me había olvidado por completo del corte, de la cataplasma que
probablemente me estaba provocando una infección furiosa con cada
minuto que pasaba.
—¿Qué?
Aram y Siete habían salido cuando Red dejó de luchar contra las
atenciones, probablemente dirigiéndose a sus camas cuando el sol
comenzó a entrar por las ventanas.
Con eso, agarré una toalla del armario del pasillo y fui al baño.
Y los gritos.
Mierda.
Necesitaba alejarme.
Oh no.
Mi orgullo, concretamente.
Sí, era hermosa. Al igual que millones de otras mujeres. Claro, era
inteligente y capaz de hacer su trabajo. Y de nuevo, muchas otras
mujeres también lo eran.
—No.
—No puedes.
—No puedo.
—Es lo mismo.
—Muy diferente —le respondí, con el dedo recorriendo el costado
de su pantorrilla, sintiendo el músculo flexionarse bajo mi toque.
Fue en ese momento que Red emitió un gemido que hizo que la
enfermera se pusiera rígida, volviendo la cabeza hacia ella por un
momento. Cuando me miró, todo el deseo persistente había
desaparecido.
—Detente —dijo, con voz tranquila, pero no hacía falta ser firme
con esa palabra, ¿verdad?
Tan pronto como las palabras fueron dichas, pude sentir la derrota
de la enfermera recorriendo su cuerpo, haciendo que la tensión
abandonara sus músculos. Aun así, di un paso adelante, presionando mi
frente contra la suya, sintiendo sus pechos aplastarse contra mí.
Tal vez fue solo un minuto antes de que sus caderas comenzaran a
rozar contra mí, queriendo más, necesitando liberación.
Mierda.
Nada más.
Confusión.
Conmoción.
Humillación.
No había luchado.
De nuevo, nunca.
Sería más fácil ahora que había sido un completo idiota, así que no
habría ningún interés persistente en volver a sentir esa lengua y esos
dedos.
Por otra parte, los imbéciles siempre habían sido un problema para
mí en el pasado. Me atraían crónicamente los idiotas. Creía que me había
recuperado de mi evidente problema. Aparentemente no.
—No. Quiero decir que sí. Pero dormir ayudó —le dije—. Bueno,
solo pude dormir un poco. Me despertaron.
—No.
—Oh —dijo, presionando los labios—. Um, Ace puede ser un poco...
—Idiota —comenté.
—Algo sobre que como ramitas y hojas —expresó, poniendo los ojos
en blanco—. No como carne —agregó.
—Oh, de acuerdo. Bueno, está bien. No necesito carne —acepté,
sintiendo el rugido de mi estómago. Comería todo lo que pudiera
conseguir.
Baja, tranquilizadora.
La chirriante bisagra está engrasada,
¿Y se estropeará la cosa?
Ace estaba allí tumbado en una silla plegable que debió de traer
consigo, con un pequeño libro abierto en su regazo, con la mirada fija en
él mientras recitaba el poema.
—No sé.
—¿No es tu amiga?
—Sí.
—¿Nunca le preguntaste?
—¿A un hospital?
—No.
—No puedo imaginar por qué necesitas saber eso —me dijo
mientras se dirigía hacia la cama, mirando a Red—. Ven aquí y prepárala
para salir.
Y nada importaba.
Ace
Era algo así como un viaje de treinta y cinco horas desde Utah. Pero
había convencido a Lycus y a Minos de que lo condujeran por turnos para
que no tuviéramos que quedarnos en ningún lado.
—Ace, por favor —suplicó, con los ojos vidriosos—. No voy a gritar
—dijo mientras una lágrima caía—. No me gusta no saber qué está
pasando.
—No.
No podía esperar que ella confiara en mí. Si había algo que había
notado sobre los humanos durante los últimos cincuenta años, era que
no confiaban en nadie. Incluso si la otra persona no les hubiera dado una
razón para ser tan desconfiados.
—¿Confundida cómo?
Era tan baja que sus pies colgaban justo por encima del suelo, lo
que me hizo agarrarle las piernas, colocándolas sobre las mías para que
se sintiera más estable.
Sabía, como líder, como el más viejo, que era peligroso. Podría
afectar nuestro pequeño pero importante papel en este plano. Sacar a la
superficie la maldad innata de los humanos para que actuaran con más
facilidad. Si nos preocupábamos demasiado por ellos, ¿podríamos seguir
haciéndolo? Si de alguna manera sentíamos que no podíamos, ¿qué decía
eso de nosotros, como criaturas del infierno? ¿Ya no éramos tan
malvados? ¿No seríamos capaces de volver a casa, de retomar nuestros
antiguos trabajos, nuestra única razón de ser?
Eso era bastante justo. Nunca hubo una fiesta en casa que
organizáramos que no terminara con uno de nosotros limpiando el patio
trasero o fregando uno de los baños.
—Deberías dormir.
Verás, no había visto las señales con Ly. Supongo que porque
Reclamar era raro entre los de nuestra especie. Y después de que Minos
pasara por eso, pensé que sería todo para nosotros.
No se apartó.
No, en vez de eso, hizo otro pequeño movimiento con sus caderas.
Ahora había follado con esta mujer dos veces. Dos veces. Y no
conseguí nada.
A la habitación de Red.
La quería en la mía.
No sé por qué eso fue tan impactante para mí, pero mientras Ace
prácticamente me arrastraba fuera del todoterreno, no pude evitar sentir
un poco de asombro por la enorme casa de piedra gris con sus
abundantes ventanas, su absoluta privacidad en un terreno gigante con
todo un bosque a su alrededor.
Perfectamente aislada.
Pero no dejé que mi mente se desviara hacia allí mientras Ace abría
la puerta principal y me empujó adentro, su mano apretando mi muñeca
que apenas comenzaba a perder los moretones de las esposas de esa
primera noche.
Era como visitar la casa de una celebridad. Sin señalar las cosas,
Ace me arrastró hasta la escalera principal, dándome sólo un breve
vistazo al interior de lo que parecía ser una biblioteca, lo cual tenía
sentido ya que a Ace claramente le gustaban los libros, y lo que parecía
ser una cocina hacia la parte trasera de la casa.
Pero eso nunca había sido suficiente para que me olvidara por
completo de mí misma y dejara que alguien me llevara al orgasmo en un
entorno público.
Todo estaba ordenado. No había toques personales por ahí. Así que
supongo que Red era una persona ordenada.
No podía decir que supiera mucho de ellos, pero supuse que tenían
algún tipo de club de motociclistas. Lo que explicaba su disposición a
secuestrar y robar, supongo.
—Si necesitas algo, estamos dos puertas más abajo —me informó
Lenore, dándome una sonrisa antes de que se la llevaran.
Supuse que eso era todo hasta unos quince minutos más tarde,
cuando escuché perforaciones. Luego, el deslizamiento de una cadena en
el otro lado de la puerta.
El único problema era que Red era el tipo de mujer que estaba
convencida de que era producto de las mentes de los cineastas
masculinos, no una que de hecho existía. Era el tipo de mujer que no
tenía ni un solo pijama “cómodo”. Oh no. Era el tipo de mujer que prefería
el encaje y la seda. Todo corto y ajustado.
Verás, el problema con las puertas cerradas era que podían abrirse.
La voz de Ace.
Tenía un libro abierto en las manos, uno mucho más grueso que el
anterior.
Volví a cerrar los ojos, queriendo que pensara que todavía estaba
dormida para poder escucharlo leer por un rato más.
¡Conmigo!
El bastardo.
—¿Por qué eres tan idiota? —espeté, demasiado molesta como para
preocuparme por mantener la paz, por no provocar a mi captor—. Quiero
decir, ¿de dónde sacas eso de ser tan desagradable? ¿Fuiste tú el
secuestrado, retenido en contra de tu voluntad y drogado? Si me
encuentras un estorbo, puedes dejarme ir. Incluso dejaré que mi maldito
yo salga —dije, quitando la manta y dirigiéndome hacia la puerta.
Y sus ojos.
Parecían rojos.
Pero no.
Tragué saliva.
Sabía que me iba a odiar por esto, pero mis manos se levantaron,
agarraron la parte delantera de sus pantalones y comencé a bajarlos.
—Te lo dije —dijo, con los ojos tan fríos como su voz.
No personal.
Quiero decir, los ojos del hombre se volvían locos cuando estaba
molesto. Si eso no era una bandera roja, no sabía qué era.
Vino todas las noches a leerle a Red, pero fingí estar dormida y no
volvió a llamarme.
—Necesito saber quién hizo esto. —La forma en que lo dijo me hizo
creer que quería saber no porque quisiera denunciarlos a las autoridades,
sino porque planeaba tomar la justicia por su mano.
—No fue tu culpa —dije, haciendo una mueca, sabiendo que estaba
rompiendo mis reglas sobre no hablar con él, no conectarme con él de
ninguna manera.
—No.
—No.
Se estaba curando.
Así que, ver a Red sufrir con eso era frustrante por muchas
razones.
—¿Sí, jefe?
—No follamos con las rehenes —aclaré antes de que pudieran leer
demasiado.
—Excepto Ly —aclaró Drex.
—No es mi problema.
—Ha pasado todos los minutos libres en ese club durante meses.
Sabía que Drex salía mucho. Pero viendo que no había mucho que
hacer en la casa a menos que estuviéramos de fiesta, supuse que estaba
buscando una manera de entretenerse. Como era su derecho. Hacía
mucho tiempo que dejé de encontrar interesante la sociedad, eligiendo en
cambio quedarme a leer, estar al tanto de las tendencias de modo que
nunca termináramos “desactualizados” mientras el mundo avanzaba a
nuestro alrededor.
—¿Me estás diciendo que hay un club de demonios por aquí y esta
es lo primera jodida vez que escucho de eso?
—Necesito saber por qué nadie pensó que era importante decirme
eso…
—Oye, jefe —llamó Daemon, bajando las escaleras, con las manos
en alto—. No dispares al mensajero, pero la enfermera hermosa no está
en la habitación.
Pero no bloquearla.
Revisarían la casa.
Estaba huyendo.
En pleno invierno.
Corriendo a ciegas, sin siquiera saber en qué estado se encontraba,
y mucho menos lo lejos que estábamos de cualquiera que pudiera
ayudarla.
Por supuesto, sin saber que los autos no venían por aquí. Porque
nuestra propiedad se extendía por todas partes.
Pero corrí hasta el final de dicha propiedad y regresé.
Y nada.
No estaba allí.
Desde que Lenore se había perdido y había sido tomada por los
cambiaformas.
La diferencia era que, Lenore había sido una parte vital de mi plan
para llevarnos de regreso al infierno.
Josephine no.
Y aún nada.
—Está helada.
—Pensé que solo debía frotar los brazos y las piernas —dije,
después de haberlo visto hacerlo por las personas sin hogar muchas
veces en el pasado.
Lenore dejó escapar una pequeña risa sin humor ante eso.
—Creo que todos lo olvidan porque sienten frío todo el tiempo, pero
todos ustedes son muy cálidos. Incluso calientes. Es como estar cerca de
un horno. Entra con ella. La calentarás más rápido que mis pequeñas
bolsas de calor o solo las mantas. Iré a prepararle algo cálido y dulce para
beber.
Pensé que sería difícil estar desnudo con la mujer que había sido
problemática para mi deseo sexual. Pero el toque de su piel gélida
mientras la empujaba sobre mi cuerpo fue suficiente para ahuyentar
cualquier cosa menos lo que reconocí como preocupación por ella, tal vez
incluso miedo de que no lo lograría.
—Amas a Red.
—No seas tan duro contigo —respondió—. Debe ser difícil ser
motero y líder…
—Algo así.
Pero, ¿qué derecho tenía para decir eso, cuando la estaba poniendo
en esta situación?
Por supuesto.
Facilitaba la existencia entre ellos. Más fácil que cuando tener una
marca de nacimiento en el lugar equivocado podía terminar con que te
arrastren por las calles y te cuelguen.
Por eso era tan difícil verla consumirse. Siempre había estado tan
llena de vida, alguien que se las arreglaba para tomar cada mano de
mierda que se le daba y salía victoriosa de ella.
Lo hacía.
—Veintisiete.
Veintisiete.
—Nada.
De la variedad fría.
Jo
Casi muero.
Legítimamente.
No estaba exagerando.
Dado que en esos momentos había estado segura que los ojos de
Ace habían estado brillando en rojo, que su lengua había estado
bifurcada, que había cosas extrañas como huesos comenzando a
sobresalir de su frente.
Sí, absolutamente.
Desnudo.
—Hola, linda dama —dijo una voz tan pronto como entré al pasillo.
Daemon parecía más joven que los demás, pero con el mismo
aspecto de motero rudo que tenían la mayoría con su cabello oscuro,
tatuajes y varios piercings visibles.
—Está bien.
—¿Por qué eres tan cínico con todo? El hecho de que algo no sea
para ti no significa que no sea para otra persona.
Marceaus.
—Una mujer que tiene una aventura con un hombre al que llama
Denver porque no sabe su nombre real.
O ser desobedecido.
Una parte de mí quiso fingir que no sabía lo que él quería que diga,
para sentir más de ese perfecto dolor agudo que tanto amaba, el dolor
que ningún otro hombre me había provocado jamás, el dolor que solo
Denver sabía que disfrutaba mucho.
Dios, se sentía como hace una eternidad. Y, sin embargo, solo ayer
de alguna manera a la misma hora.
—Podemos —corrigió.
—No.
—No.
El sexo con una persona nueva siempre tenía ese efecto, y debería
haber sido más amplificado con él viendo que era mi maldito captor y
todo eso.
Sin nada más que hacer, me incliné contra la pared, con las manos
bajando para agarrar el respaldo del sofá mientras él continuaba
devorándome, elevándome a la cima tan rápido que sentía que era difícil
encontrar el aliento.
Ese gruñido, una vez más. No debería haberlo encontrado tan sexy
como lo hice.
Ace presionó hacia arriba y hacia atrás para sentarse sobre sus
talones, y me quedé fascinada al verlo deslizar el condón, su mirada sobre
mí la mitad del tiempo, dura, hambrienta.
—Josephine, córrete —exigió con una voz que era más un gruñido
que un discurso.
Su dedo se deslizó.
Y solo… me derrumbé.
Pero no.
No existían.
Todo era emblemático, ¿verdad? Eso era lo que me habían educado
para creer. Los demonios no eran entidades físicas reales, sino que
representaban el mal inherente en todos nosotros contra el que teníamos
que luchar.
Oh, Dios.
Garras.
No uñas.
Ni siquiera pensé.
Un demonio.
Era un demonio.
No iba a responder.
El maldito inframundo.
Ahí estaba.
Había un vacío en mis ojos que nunca antes había visto allí.
Pero hubo un golpe pequeño, algo como una mano o una frente
golpeando la puerta, un suspiro profundo, y luego sus pasos mientras
salía de la habitación de Red.
Cielo.
Infierno.
Demonios.
¿Quizás… ángeles?
Y esa mirada.
—¿Qué hizo esta vez? —preguntó Ly, haciendo que Drex ponga los
ojos en blanco.
No quería decírselos.
—No estoy seguro de por qué eso cambia algo —dijo Bael,
pareciendo surgir de la nada—. El plan siempre fue matarla. No tendrá
ningún contacto con el mundo exterior mientras sana a Red. ¿Cuál es el
problema?
—Iré a hablar con ella una vez que se calme —dijo Lenore.
—Sí, porque descubrir que no solo existen los demonios, sino que
también las brujas, sin duda ayudará a la situación —dije arrastrando
las palabras, haciendo que ella ponga los ojos en blanco.
—Soy la única mujer aquí que puede hablar con ella. Podría
ayudar. No tengo que decir nada sobre ser una bruja. O, ya sabes, en
parte demonio.
—Haz lo que tengas que hacer —la invité, abriéndome paso entre
la multitud en la puerta, haciendo mi camino de regreso al piso de arriba,
encerrándome en mi habitación que aún olía a sexo. Las sábanas aún
estaban amontonadas donde sus manos las habían aferrado cuando se
corrió—. Maldita sea —siseé, paseándome a lo largo de mi habitación,
intentando hacer que mis pensamientos se calmen, para poder
concentrarme.
No logré eso.
—No estoy tan segura que no esté revisando a Red —dijo Lenore,
llamando mi atención—. Red estaba en el lado opuesto esta mañana que
anoche. Quiero decir, no he estado prestando tanta atención, pero Red
ya no parece estar retorciéndose. No veo cómo habría rodado a su otro
lado a menos que alguien más la rodara allí.
—Ya sabes cómo son las cosas ahí abajo. Hay equipos diferentes.
No solemos atacarnos, pero suceden mierdas.
—Mucho —confirmé.
—Pensé que no eras fan del club —dijo Ly, levantando las cejas.
Fue en ese momento justo antes del amanecer cuando el cielo aún
estaba oscuro, pero se podía escuchar a algunos pájaros ya despertando
para la mañana.
Pero fui más rápido, entrando por la puerta justo cuando ella
llegaba, agarrando la puerta, evitando que la cierre.
—¿De qué sirve eso? Lo has visto con tus propios ojos. No eres
estúpida.
—Tienes cuernos.
—Honestamente, no lo sé.
—No entiendo.
—No, no lo es.
—Entonces, ¿qué?
—Me acosté con un demonio, así que, sí, la hay —murmuró en voz
baja.
Estaba enfadado.
Ofendido.
Dolido.
Era difícil saberlo después de tanto tiempo sin tener que lidiar con
la mayoría de las molestas emociones humanas, salvo quizás las que eran
más naturales para los de mi especie: la frustración y la ira.
—Está bien.
Oh, no.
Supongo que había sido capaz de pasar por alto todas estas cosas
porque no tenía nada con que compararlas.
—Creo que la respuesta es doble. Por un lado, creo que todos creen
que soy el menos amenazante de nuestro tipo por venir aquí durante
mucho tiempo. Por otro lado, les gusta obligarme a hacer todas las tareas
del hogar.
—Me secuestraron.
Sabía que era lo que iba a permitirme ser objetiva, estar enojada.
—Oh, ah, sí. Daemon lo hizo —expliqué, sin querer que piense que
estaba pensando en él. Aunque definitivamente lo había hecho, quisiera
o no. Y cuando intenté reprimir los pensamientos, regresaron con mayor
intensidad cuando me quedé dormida.
—Sí —admití.
—Está bien —dijo, señalando hacia el otro lado del sofá—. Toma
asiento.
Y se lanzó a ello.
Daemon había tenido razón. Había mucho por asimilar. Tanto es
así que apenas habíamos arañado la superficie al final de ese primer día.
También se había referido a todo eso. Los círculos del infierno, los
niveles de tormento.
—¿Qué?
—Porque son todos… tan fríos —decidí. Era la palabra más amable
que se me ocurrió—. Mientras que Aram, Siete y Daemon son casi más,
no sé, humanos. ¿Dónde encajan Drex y Minos?
—Oh, los otros tipos de imbéciles con los que la mayoría de la gente
trata a diario. Jefes imbéciles que se aprovechan de las situaciones,
aquellos que abusan de su poder, personas que podrían haber ayudado
a otros y decidieron no hacerlo. Cosas de nivel inferior.
Para que eso sucediera, aquellos como Ace tenían que existir para
exigir ese castigo.
Allí.
Directo al grano.
Creo que era la única pregunta que me había pasado por la cabeza
durante días, a estas alturas, semanas. Se estaba volviendo más difícil
controlar el tiempo.
Pero cuando miré su rostro, todo lo que pude ver fue confusión y
vulnerabilidad, y tal vez incluso algo más. Algo que no quería nombrar
porque una parte de mí aún no estaba lista para aceptarlo.
—¿Qué cambió?
Sabía que no se suponía que debía hacerlo. Sabía que era malvado.
Sabía que debería haberme repugnado. Pero no podía negar que el toque
suave envió un hormigueo por mi brazo, luego a través de mi pecho.
Ante eso, presionó hacia atrás lo suficiente para mirarme, sus ojos
fulgurando rojos con su deseo.
—No.
¿Cierto?
—¿Lo prometes?
Duro.
Profundo.
—Córrete —exigió, con una voz tan áspera como se sentían mis
terminaciones nerviosas, posada allí en ese precipicio por un momento
agonizante antes de empujarme fuera de él, dejándome libre cayendo en
mi orgasmo, gritando su nombre cuando me corrí, sintiendo el cuerpo de
Ace sacudirse igualmente cuando se corrió conmigo, las puntas de sus
garras clavándose en mi garganta.
Ace.
Dulce.
Eran dos palabras que no deberían haber ido juntas, pero no podía
negar que lo hacían bien. Al menos, solo esta vez.
—No, no tenemos.
Y fue justo en ese momento que supe con certeza que no había
habido ninguna estratagema para hacer que me acueste con él otra vez,
que confíe en él.
Estaba en el baño.
—Maldita sea, se ha ido —les espetó, con una voz más demoníaca
que humana.
Y aun así.
Ace cerró los ojos a medida que tomaba varias respiraciones lentas
y profundas, intentando controlar el Cambio.
—Jo —dijo Lenore, usando el nombre por el que le había dicho que
me llame, ya que literalmente todos en mi vida siempre lo habían hecho.
Excepto Ace. E incluso cuando estaba intentando negar mi conexión
irracional con él, una pequeña parte obstinada de mí solo quería que él
use mi nombre así completo—. ¿Por qué no vamos a ver a Red? —sugirió,
volviéndose hacia mí, dándome una mirada con los ojos del todo abiertos,
una mirada universal de “los chicos están siendo ridículos”.
—Sí —coincidí, casi sintiendo un poco de pena por Drex, pero solo
un poco. Ya que quería tenerme enjaulada como un animal.
Se lanzó a ello.
Antes de que nos diéramos cuenta, era tarde y los gritos de abajo
se habían detenido.
—Sí, pero nos curamos rápido. Debería haberse curado hace días.
—¿Está lista?
—Sí, hasta mañana por la mañana —dije. Iba a ver si Lenore y yo
podíamos administrarle algún tipo de baño de esponja ahora que, en
general, estaba curada.
—A la cama —aclaró.
Me acostumbré.
A él.
Desperté todas las mañanas preso del pánico, seguro que ella se
habría ido.
De modo que, seguro, debe haber sido todas esas cosas mezcladas.
Pero también había algo más, algo que no podía señalar, algo para lo que
no tenía palabras. Era otra cosa y esa alteridad era lo que me tenía tan
cautivado.
No lo entendía.
En todos mis años, nunca había sentido nada por los humanos
aparte de una molestia generalizada por su estrechez de miradas o una
especie de interés distante en su evolución a través de tiempos más
tecnológicos.
Claro, sentí atracción por las mujeres con las que me había
acostado durante años. Pero fue algo fugaz. Una picazón que necesitaba
rascarse.
No tenía que preguntarle qué mirada tenía. Podía sentirla. Era puro
alivio absoluto. Aun así, tenía que preguntar, saber si ella estaba
captando lo que había estado sintiendo.
—¿Qué mirada?
¿Por qué?
No tenía ni idea.
Pero importaba.
—No. Bueno, más o menos, pero sobre todo no. Quiero decir, si no
soy bienvenida…
Sabía que se iría algún día. Querría cosas que no podría darle.
Normalidad. Bodas, bebés y envejecer juntos.
—Amish —supliqué.
Lento.
Medido.
Solo quería estar cerca de ella, estar dentro de ella, ser parte de
ella.
—¿Sí?
—Y papas fritas.
Y debajo de mí.
Y encima de mí.
El Cambio.
Ante eso, el líder del grupo de hombres que no eran del todo
hombres enarcó una ceja lentamente. Ni siquiera sorprendido o
interesado. Fue curioso y despectivo a la vez.
No lo reconocía personalmente.
Pero era tan alto como yo, aunque una montaña de hombre. Ancho,
fuerte, con brazos que eran más grandes que mis muslos, un pecho que
parecía como si pudieras rebotar en él.
—¿En serio vamos a jugar estos putos juegos? Tengo mierdas que
hacer. No tengo tiempo para eso.
No.
El mentor de Red.
—Sí, y como dije, no tengo el puto tiempo para esto. ¿Qué quieres?
—Red.
—¿Qué? —ladró, toda esa tensión que había huido regresando con
furia.
—¿Cómo no es todo?
—Ha sanado. Muy, muy lentamente —le dije, viendo la confusión
que habíamos sentido al presenciarlo—. Con asistencia médica humana
—agregué—. Pero algo más está mal con ella.
Todo lo que sabía era que Marceaus parecía saber lo que estaba
haciendo, estaba buscando algo.
Porque gruñó.
Como estaba, fui demasiado lento para decir o hacer algo antes de
que él se estuviera inclinando sobre el cuerpo de Red, cortando su cuero
cabelludo.
Pero se acabó.
Ya había terminado.
La dejé ir.
Y ahí estaba.
—¿Qué?
—¿Qué?
—No.
—Sí, absolutamente.
Despertó.
Luego se vistió.
—Sí, lo eres.
No por ella.
Día 1…
Él tenía alas.
Eran las cosas más bonitas e increíbles que había visto nunca.
Pensé que tal vez eran todas iguales. Negras y con forma de
murciélago. Sobre todo, porque así eran las de Ly y no tenía otro marco
de referencia.
Pero las alas de Ace eran diferentes. Sí, eran como las de un
murciélago. Y, sí, eran predominantemente negras. Pero había otro color
salpicado, casi como purpurina. Un color dorado brillante y encantador
que no podía dejar de mirar, así que me alegré de que Ace pareciera tener
problemas para esconderlas ahora que estaban al descubierto.
Eran malvados.
Él era malvado.
Y sin embargo... aun así, de alguna manera, había visto más
bondad en él que en muchos humanos con sus supuestas almas.
Puede que a veces mostrara una absoluta burla hacia los humanos,
pero no se puede negar que había desarrollado cierta suavidad hacia
algunos de nosotros. Los oprimidos, los que nuestra sociedad nunca
miraba dos veces, las almas que probablemente ascenderían y no
acabarían en el infierno siendo atormentadas por la eternidad.
Cuando tal vez lo llamé hipócrita por eso, puso los ojos en blanco.
—No puedes hacer que una persona buena sea mala, Josephine.
Está ahí o no está. Solo lo sacamos cuando está ahí.
Porque si quería estar con Ace para siempre, tendría que ser menos
buena. No totalmente mala. Lenore seguía siendo en parte buena, en
parte humana. O, bueno, bruja. Lo que creo que aún la hacía humana.
Había estado tan metida en el mundo de los demonios que aún no había
recibido mi curso intensivo sobre brujas. Pero estaba segura que llegaría.
Era algo grande para contemplar, algo pesado, algo para lo que aún
no estaba lista para decidir, como Ace había sugerido.
Necesitaba tiempo.
Sin embargo, tengo que decir que ya sabía que era más que eso.
Porque en realidad me gustaba genuinamente Ace. Con su lado de imbécil
sarcástico y todo eso. Porque mientras él era eso y siempre lo sería,
conmigo era algo más. Era más suave, más dulce y más amable. Y sabía
que, debido a su naturaleza, él siempre sería esas cosas para mí.
También sentía mucho respeto por su lealtad hacia su gente, su
firme determinación de liderarlos, de guiarlos mientras el mundo
cambiaba constantemente a su alrededor. Me encantaba su afán de
conocimiento, aunque a veces lo hiciera parecer un poco engreído y
condescendiente. Por lo general, me desagrada cuando la gente pensaba
que sabía más que tú. Pero en este caso, era un simple hecho. El hombre
llevaba años en el mundo. Había leído millones de libros. Había visto y
hecho de todo.
Ace
Un mes…
Era cálido.
Era el tipo de calor que había estado persiguiendo desde que dejé
el infierno.
Para siempre.
O mientras me lo permitiera.
Voces silenciosas.
Claro, podrían haber sido Ly y Lenore, pero rara vez los escuchaba
pelear.
Ni Ly ni Daemon.
Y la voz de la mujer.
Oh, no.
No.
Era Dale.
Pero supe que fueron las manos de Josephine las que me sacaron
de mis pensamientos arremolinados mientras se deslizaban alrededor de
mi pecho. Se inclinó hacia delante, apoyando su cabeza contra mi
espalda desnuda.
Así que no, no tenía ni puta idea de lo que significaba que Minos
hubiera reclamado a Dale.
Jo
Un año…
Era un gran problema decidir de repente que esa iba a dejar de ser
tu realidad. Había pasado muchas noches sin dormir luchando con mis
incertidumbres al respecto. Había molestado a Lenore sin cesar sobre las
diferencias que ella había sentido después de haber asumido la
inmortalidad.
Me gustaba.
No.
Lo amaba.
Todo lo que sabía era que cada día estaba más segura que, lo que
quería, lo que necesitaba, era más tiempo con él.
—Es la mejor que he tomado nunca —me dijo ella en voz baja, sin
querer que nuestros hombres la escucharan.
Para siempre.
La puerta principal se abrió de golpe.
Y allí estaba Daemon, con los ojos totalmente abiertos, sin aliento.
—Oye, eh, jefe —dijo, mirando a Ace—. Yo, uhm, creo que Drex
podría habernos metido en una guerra con los vampiros. Solo pensé que
querrías saber eso.
Se llevaron mis esperanzas, mis sueños,
mi futuro. Me quitaron la luz del día. Cuando
terminaron con todo eso, se llevaron todo lo
que me quedaba. La sangre corriendo por mis
venas.
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