The Healer - Jessica Gadziala - Seven Sins MC #2

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Alabaxii

LizC

LizC

Nanis

Sand

OnlyNess

Mariangela

Catt
CRÉDITOS ................................................................................................................................................................................... 3
CONTENIDO ............................................................................................................................................................................. 4
DEDICATORIA ......................................................................................................................................................................... 5
SINOPSIS ..................................................................................................................................................................................... 6
1............................................................................................................................................................................................................ 7
2 ........................................................................................................................................................................................................ 16
3 ....................................................................................................................................................................................................... 24
4 ........................................................................................................................................................................................................ 31
5 ....................................................................................................................................................................................................... 45
6 ....................................................................................................................................................................................................... 57
7........................................................................................................................................................................................................ 66
8 ....................................................................................................................................................................................................... 76
9 ....................................................................................................................................................................................................... 89
10 ................................................................................................................................................................................................... 105
11 ...................................................................................................................................................................................................... 118
12 .................................................................................................................................................................................................... 128
13 ......................................................................................................................................................................................................141
14 .................................................................................................................................................................................................... 160
EPÍLOGO................................................................................................................................................................................. 178
¡ADELANTO! ......................................................................................................................................................................... 187
PRÓXIMO LIBRO .............................................................................................................................................................. 188
SOBRE LA AUTORA ....................................................................................................................................................... 189
Todo lo que siempre he querido es volver a casa, hacer que mi
equipo vuelva a la vida que debíamos llevar.

Después de generaciones atrapadas en la Tierra, había perdido a


dos de mis hombres por la Reclamación. Necesitábamos volver al infierno
antes de que el resto de nosotros también quedáramos atrapados.

Jamás habría imaginado que sería el próximo en caer…

Solo quería empezar otra vez. Un estado nuevo, un trabajo nuevo,


un comienzo nuevo. Y aparte de un supervisor que no me apreciaba
demasiado y una decisión lamentable de cortarme el cabello estando
ebria de vino, las cosas iban bastante bien.

Hasta que unas manos me sacaron de la calle, arrancándome de


todo lo que había trabajado tan duro para construir, arrastrándome a
una vida que nunca habría esperado, con criaturas que no sabía que
existían y un hombre del que nunca podría haberme visto cayendo
enamorada…

Seven Sins MC #2
Ace

El grito atravesó el cañón, resonando del mismo sonido


ensordecedor, pero ahuecándolo, intensificándolo.

Era un sonido familiar.

Un sonido infernal.

Intenté no dejar crecer ningún tipo de esperanza. Habíamos pasado


por esto media docena de veces durante el año pasado sin resultados.

Ninguno de los puntos terminó teniendo suficiente energía para


que Lenore abriera Las Bocas del Infierno como lo había hecho antes.

La noche que perdimos a Red y de alguna manera nos quedamos


atrapados con la versión demoníaca de un cachorro y su cascarrabias
hermano mayor.

Sin embargo, nada desde entonces.

Habíamos viajado por todo el país, hacia Canadá, hacia México. Y


aunque Lenore afirmó que cada uno de los puntos tenía la energía
adecuada que podía sentir, ninguno de los hechizos que había probado
pudo atravesar la tierra, abrirse camino hacia las profundidades del
infierno.

Así que, aquí estábamos todos, parados en un cañón profundo en


Utah en medio del maldito invierno. Ninguna cantidad de movimiento o
capas de ropa parecían poder ahuyentar el frío. Había penetrado en mi
piel, músculos, órganos y estaba en lo más profundo de mi médula, una
sensación constante y distractora.

—Sigue —exigí, recibiendo una mirada dura de Lycus, no me


gustaba cuando pensaba que me estaba poniendo agresivo con su mujer.

El suelo tembló bajo nuestros pies, un agujero pequeño emergió a


unos pocos metros frente a Lenore, la tierra se desmoronó en su interior
mientras el calor se elevaba. Apenas resistí el impulso de colocar mis
manos sobre él, calentándolas como se haría con una fogata.

Minos se apartó de nuestro círculo reunido, sabiendo que no había


forma de que él regresara, que estaba atrapado en el plano humano por
la eternidad, sin morir nunca, sin tener un descanso de su miseria.

Esa era parte de la razón por la que necesitábamos regresar con


tanta urgencia. Ya había perdido a dos de mis hombres por la
Reclamación. No podía permitirme perder a Aram, Siete, Drex y ahora a
Daemon y Bael.

Parecía que cuanto más tiempo estábamos en la Tierra, más


susceptibles nos volvíamos a las molestas necesidades y deseos
humanos.

Ninguno de nosotros podía saberlo, ni estar preparado para ello, ya


que nunca hubo ningún registro de demonios que salieran del infierno y
se quedaran atrapados en el mundo humano durante tanto tiempo como
nosotros. O si alguien lo había hecho, nunca había regresado al infierno
para contar sus historias.

Quién sabía qué diablos podría pasarnos si nos quedábamos otros


cien años. Doscientos.

Teníamos que volver.

Había hecho las paces con la idea de dejar a Minos, dejar a


Ly. Incluso si hacerlo me hacía sentir un fracaso como líder. Me
correspondía guiarlos, enseñarles, protegerlos si era necesario.

Había fallado.

No había tenido el conocimiento.

Y ellos sufrirían por eso, quedándose aquí en este basurero de


fuego de mundo mientras el resto de nosotros volvíamos a casa,
volvíamos al trabajo, seguíamos cumpliendo con el estilo de vida para el
que fuimos hechos.

Fuego y azufre y todo eso.

La anticipación se deslizó sobre mis terminaciones nerviosas,


dándome un alivio temporal del frío que se aferraba a mí como la muerte,
sus dedos fríos rastrillaban sus largas uñas sobre cada centímetro de piel
sin importar cuántas capas me cubrieran, qué tan calientes mantuvimos
el calor.
—Me gusta estar aquí —escuché a Daemon quejarse en voz
baja. Joven y estúpido, pensó que su destino estaba entre los muslos de
una mujer humana, así que se enterró entre tantos como fuera posible.

—Cierra la boca —gruñó Bael, su hermano mayor, colocándose


ligeramente detrás del hombro de su hermano menor en caso de que
tuviera alguna idea sobre salir corriendo, intentando quedarse aquí.

—Atrás —dijo Lenore, con la voz un poco tensa mientras ella misma
retrocedía varios metros cuando el suelo siguió cayendo hacia adentro, a
medida que el calor se hacía más intenso.

Era lo más cómodo que me había sentido en un año y medio. Desde


la última vez que Lenore había sido capaz de abrir una Boca del
Infierno. Y no solo por el reconfortante calor. Sino por la promesa de
volver a donde siempre se suponía que debíamos estar, haciendo lo que
debíamos hacer.

Claro, nos mantuvimos ocupados aquí.

Hicimos fiestas en casa y fuimos a mítines. Compartimos drogas,


nuestros cuerpos y nuestras voces, susurrando palabras de ánimo a los
humanos, sacando a relucir sus males innatos, a menudo apenas
enterrados.

El fuego siempre necesitaba combustible y habíamos alimentado


las llamas durante generaciones.

Imaginé que cuando volviéramos, nos elogiarían por sacar lo mejor


de una mala situación, nos recibirían con los brazos abiertos, nos darían
buenas posiciones nuevamente.

A estas alturas debíamos ser responsables directos de cientos de


miles de almas en el inframundo.

Eso no era poca cosa.

—¿Por qué los gritos son tan fuertes? —preguntó Aram, mirándome
en busca de confirmación.

Siempre me miraban a mí. Lo cual era apropiado. Era el


mayor. Estaba a cargo desde que todos nos encontramos
accidentalmente en el plano humano. Solía saber y recordar más sobre
nuestras costumbres, nuestra historia.

Sin embargo, no tenía respuestas para él.


El infierno estaba lleno de gritos, por supuesto, pero cuando
Daemon y Bael fueron arrastrados a través de una de las Bocas del
Infierno, no lo habíamos oído.

—Eso es —dijo Lenore, saltando hacia atrás, aferrándose a Ly


mientras su ala se movía, envolviéndola protectoramente mientras el
resto de nosotros retrocedíamos un par de pasos más cuando las ráfagas
de llamas bailaban fuera del agujero, más calientes y rojas que las llamas
en la tierra.

—Mierda —gruñó Drex, medio encorvado hacia adelante,


presionando sus manos en sus orejas cuando los gritos se
intensificaron. Era un sonido tal que se sentía como si se deslizara bajo
tu piel e hiciera vibrar tus huesos.

Hubo un fuerte estallido, luego apareció un cuerpo en el suelo


antes de que el agujero abierto del que había salido se cerrara con un
chasquido.

¿Pero los gritos?

Los gritos no cesaron.

Porque los gritos provenían de la figura frente a todos nosotros,


acurrucada con fuerza en un ovillo, cubriendo su cuerpo desnudo.

Desnudo, sí, pero tan cubierto de sangre que apenas se podía


distinguir ese hecho de inmediato.

—Oh —gritó Lenore, intentando correr hacia adelante, pero Lycus


la arrastró hacia atrás—. Alguien tiene que ayudarla —insistió.

—Ni siquiera sabemos qué es —objetó Drex.

—Parece humana —dijo Lenore, pero luego negó con la cabeza.

Por supuesto que sí.

Todos lo parecíamos.

—No me importa quién sea, ¿alguien puede hacerla callar? —gruñó


Drex, retrocediendo un par de pasos más.

El cuerpo de la mujer convulsionó con fuerza, haciendo que el


cabello ensangrentado se deslizara por su hombro.

Y fue entonces cuando lo vi.

Un tatuaje.
Un tatuaje familiar.

—Mierda —espeté, corriendo hacia adelante y cayendo de rodillas,


intentando acercarme a ella, pero sin poder ver un solo centímetro de su
cuerpo que no pareciera estar cubierto por una laceración de algún tipo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Lenore a mi lado cuando sentí a


Drex, Minos y Aram moverse a mi alrededor—. ¿La conocen? —añadió.

—Es Red —le dijo Lycus.

Había estado por aquí durante mucho tiempo.

Pensé que era incapaz de la mayoría de las emociones humanas,


que mi rango emocional estaba establecido en el mismo nivel que en el
infierno. La ira y la frustración eran mis sentimientos dominantes la
mayor parte del tiempo.

Pero cuando mi mano se posó en lo que creí que era un espacio


seguro en el hombro de Red, y dejó escapar un grito mientras se alejaba,
sentí algo desconocido, algo sobre lo que había leído en los libros, pero
que nunca había experimentado.

Fue algo que hizo que mi estómago se revolviera, que hizo que mi
corazón se acelerara. Fue algo que hizo que una sensación de hormigueo
e impotencia se apoderara de mi sistema.

Temor.

De eso hablaban los humanos cuando hablaban del miedo.

—¿Qué le ocurrió? —preguntó Drex, intentando apartar el cabello


de su rostro, encogiéndose cuando descubrió que sus rasgos familiares
eran irreconocibles. Tenía un hematoma hinchado.

—No lo sé —dije, quitándome el abrigo y tratando de cubrirla con


él—. Pero tenemos que sacarla de aquí.

—Tenemos que conseguirle un médico —insistió Aram mientras se


inclinaba con cuidado, la recogía y la acercaba hacia su pecho.

—Sanará —le recordé. Porque eso era lo que hacíamos. Nos


sanábamos. Y normalmente con bastante rapidez.

Intentaba convencerme que estaba tan dañada por su viaje, que


atravesar el núcleo de la Tierra de esa manera la había
maltratado. Incluso cuando mi lado lógico trató de recordarme que Bael
y Daemon habían salido del infierno relativamente ilesos, que todos
nosotros lo habíamos hecho alguna vez.

—Tendremos que amordazarla —comentó Drex mientras salíamos


de las profundidades del cañón, acercándonos al área que los humanos
podían frecuentar. Y a pesar de que estamos en pleno invierno y de que
los humanos no tenían una defensa natural real contra el frío, los idiotas
todavía salieron y acamparon y cagaron sin importar el clima.

Drex tenía razón.

Teníamos que amordazar a Red.

Porque a pesar de estar fuera, a pesar de que probablemente


comenzara a sanar, los gritos eran tan ensordecedores como siempre, sin
importar lo lejos que camináramos.

—Aquí —dijo Bael, arrancando un trozo de su camisa y


metiéndoselo en la boca.

—Lenore, dale tu capa —exigí, recibiendo una ceja levantada de Ly.

—Necesitamos cubrirla por completo o los humanos llamarán a la


policía. Todos sabemos que Red no puede terminar en un hospital para
humanos.

—Está bien —insistió Lenore, quitándose la prenda anticuada que


le había dicho al menos una docena de veces que la hacía destacar en la
sociedad humana, y no en el buen sentido. Insistió en que era algo que
le recordaba su crianza, que no le importaba si la hacía destacar.

Finalmente, regresamos a la camioneta que habíamos alquilado


para hacer este viaje, ya que ninguno de nosotros quería estar en
nuestras motocicletas en el frío helado si podíamos evitarlo.

—¿Qué? —preguntó Aram, todavía sosteniendo a Red en su regazo


en el auto.

—No entiendo. No se está curando —dije, mirando un pequeño


corte que había estado vigilando durante todo el trayecto de regreso a
nuestra casa de alquiler. No era más que un rasguño. Debería haber
sanado en unos minutos. Pero llevábamos una hora de camino y todavía
sangraba y estaba abierto.

—Si no lo sabes, eso no es bueno, ¿verdad? —inquirió Daemon


desde la fila detrás de nosotros, mirando por encima de mi hombro—.
Eres el cerebro residente y todo eso.
No estaba equivocado.

Y no tenía respuestas.

—Tal vez solo necesiten limpiarse —sugirió Aram—. ¿No puede


Lenore hacerle algunos de sus primeros auxilios mágicos?

El único problema fue que, cuando regresamos a la casa y dejamos


a Red para que Lenore se ocupara de ella, no solo no funcionó nada de lo
que sabía hacer, sino que Red luchó contra ella en todo momento. Con
uñas, con dientes, con puños y pies. Incluso con varios de nosotros
sujetándola, apenas podíamos mantenerla quieta.

—No sé qué más hacer —dijo Lenore más tarde esa noche, tan
cubierta de sangre que parecía haber estado en una de esas películas de
terror que tanto les gustan a los humanos—. No soy una sanadora —
agregó—. Solo me ocupé de heridas leves en mi aquelarre. Yo... no sé
cómo ayudarla.

Pero alguien necesitaba hacerlo.

No, no podíamos morir.

Sin embargo, podíamos sufrir.

Y, claramente, Red estaba sufriendo.

Aún había que mantenerla amordazada en caso de que alguien al


alcance del oído pudiera escucharla. Incluso con algo que amortiguaba
el sonido, sus gritos eran implacables.

Asentí hacia Lenore, despidiéndola, mientras me trasladaba al


dormitorio donde estaba Red en la cama, con una manta sobre su cuerpo
dañado.

—Tienes que conseguir a alguien —dijo Drex, moviéndose a mi


lado—. Sabes lo que sucede cuando alguien está sufriendo durante
demasiado tiempo.

Lo sabía.

Porque se lo había hecho a la gente una y otra vez en el pasado.

El dolor podría volver loco a alguien mucho más rápido y fácilmente


de lo que la mayoría se daría cuenta.

Drex tenía razón.

Esto podría ir de mal, en peor, rápido si no ayudábamos a curarla.


—De acuerdo. Consigue algunas drogas para darle —sugerí—.
Encontraré un médico que pueda hacer algo.

—¿Cómo vas a hacer eso? —Preguntó Drex, siguiéndome fuera de


la habitación—. No somos como los humanos. Ellos se darán cuenta. Y
luego habrá preguntas.

—Deja que yo me encargue de eso —sugerí, agarrando un abrigo


que no estuviera empapado en sangre y saliendo hacia el auto.

No tenía un gran plan. Lo cual era inusual para mí. Planificar era
lo que mejor hacía. Pero no había habido manera de prepararse para esto.

Todo lo que sabía era que Red necesitaba que alguien la curara.

Y que tenía que conseguirle eso.

Las consecuencias de esto podrían abordarse más tarde. De alguna


manera definitiva.

Revolví en el maletero de la camioneta para encontrar el par de


suministros que necesitaba, mierda que la gente normal nunca
guardaba, pero siempre nos aseguramos de tener un suministro.

Nunca sabías cuándo ibas a necesitar unas esposas.

O una mordaza.

O incluso una maleta lo suficientemente grande como para meter


un cuerpo dentro.

Todo eso lo habíamos aprendido de la manera más difícil a lo largo


de los años. Así que nunca estábamos desprevenidos si no era necesario.

Y necesitaba estar preparado para esto.

Uno simplemente no saca a un ser humano de las calles sin los


suministros adecuados.

Al menos ya no.

No con sus sistemas de alarma y grandes poblaciones de


bienhechores que querían intervenir y salvar a alguien necesitado.

No tenía ningún plan sobre a quién llevar.

Vi a dos hombres en bata salir primero. Juntos. Y cada uno de ellos


eran objetivos mucho más difíciles.
Era un hecho feo pero inevitable que las mujeres humanas fueran
objetivos más fáciles. Más pequeñas, más livianas, generalmente no tan
fuerte.

Entonces, como si fuera ella a quien había estado esperando todo


el tiempo, una mujer solitaria salió por las puertas del hospital, con la
mano levantada, jugando con las puntas de su cabello rubio, casi blanco,
con las cejas juntas y los labios fruncidos.

Hermosa.

En realidad, no había otra forma de describirla. De baja estatura,


delgada, con un rostro bonito con una mandíbula afilada, pómulos altos
y un mentón ligeramente hendido, prácticamente parecía una
pequeña hada bajo las duras luces del techo del estacionamiento.

Estaba perdida en sus propios pensamientos mientras recorría las


filas de autos, dirigiéndose hacia mí, de hecho.

Como el destino.

Si creyera en esa mierda.

Probablemente pensarías que debería haberme sentido mal por mis


intenciones.

Planeando raptar a una mujer inocente de la calle, llevarla de


regreso a la casa, usarla para curar a Red, y luego deshacerme de ella
porque no podíamos dejar testigos que supieran quiénes éramos, que no
solo existíamos, sino que formábamos parte de su mundo.

Eso nunca podría sostenerse.

Cuando finalmente todos volviéramos al infierno, sería nuestro fin.

Tal vez no pudiéramos morir, pero nos harían sufrir durante toda
la eternidad por esa clase de desastres.

No tenía intenciones de que ese fuera mi futuro.

No me sentía mal.

Tenía que curar a Red.

Incluso si eso significaba sacrificar a este humano.


Jo

En realidad, no me gustaba mi cabello.

Era una tontería estar insistiendo tanto, pero entre tareas durante
todo el día en el trabajo, era a lo que regresaba por defecto.

Mira, lo había hecho.

Lo que todos decimos, cuando estamos con mente sana y fuertes


de corazón, nunca lo volveremos a hacer.

Llevaba un tiempo pasando de puntillas por esa línea mental no


tan saludable, y después de someterme a una película sobre una mujer
que “se encontró a sí misma” después de irse a un país extranjero y
enamorarse, había llevado a mí yo borracha al baño con un par de tijeras
algo afiladas, con la creencia de que un nuevo peinado de alguna manera
me sacaría de la depresión en la que había estado durante meses.

Me encantó estar allí de pie justo después, la adrenalina, y no


olvidemos el vino antes mencionado, todavía corriendo por mi sistema.

Pero después de una noche de sueño medio decente, una ducha y


un nuevo punto de vista, tuve sensaciones diferentes. A saber, unas que
casi me hicieron llegar tarde al trabajo porque estaba tratando
frenéticamente de encontrar una forma de que me gustara.

No tienes exactamente muchas opciones cuando tomabas tu


cabello rubio una vez largo hasta la cintura y lo cortabas en un largo
recto que apenas rozaba tus hombros.

Alguna vez escuché que el cabello más corto te hacía parecer


mayor, pero de alguna manera tuvo una reacción adversa para mí. Sentía
que parecía una niña. Y eso no era lo que pretendía durante mi primer
mes en mi nuevo trabajo, en el que todo el mundo se esforzaba por
conocerme y evaluar mis habilidades.
Tuve una enfermera jefa particularmente dura que, por una razón
u otra, decidió a primera vista que no era mi mayor admiradora. Lo único
en lo que podía pensar mientras me dirigía al trabajo ese día era en su
ya legendaria mirada de reojo que lograba hacerme sentir muy pequeña
por cualquier mínima infracción.

Ya había mostrado un gran disgusto por mi tendencia a tararear


un poco para mí mientras rellenaba gráficos. También pensó que yo era
una ladrona de bolígrafos (no lo soy). Y la escuché hablar con una de las
otras enfermeras quejándose de que había traído una revista para
hojearla durante mi descanso en lugar de socializar.

Hizo falta mucho autocontrol para no doblar la esquina e


informarle que si tal vez ella fuera más acogedora, felizmente habría
pasado mi descanso hablando con algunas de ellas.

Tal como estaban las cosas, me sentí como una intrusa.

Así que incluso el cambio de cabello parecía atraer una atención


innecesaria por la que recibía miradas más duras cada vez que se
mencionaba.

Nunca me había alegrado tanto terminar un turno mientras recogía


mis cosas, preguntándome si tendría tiempo suficiente para pasar por la
tienda y comprar algunos accesorios para el cabello que me ayudaran a
domar este cabello mucho más corto en algún tipo de estilo, para que no
fuera un recordatorio de mi estúpido error mientras lo dejaba crecer de
nuevo.

Eso era lo que tenía en mi mente mientras salía del hospital.

Hubo un soplido en el aire que sacudió el cansancio persistente


que comenzó a adherirse a mí en mi tercer turno de doce horas
seguidas. Me gustaba acumularlos cuando podía, lo que me permitía
tener más tiempo libre entre ellos. Siempre encontré que me
descomprimía mejor cuando tenía tiempo y espacio para ello. Así que un
día libre en medio de largos turnos solía dejarme generalmente agotada
e irritable.

Sin embargo, esta semana tuve un turno más. Otra persona había
llamado, y después de mudarme a una nueva zona, a un nuevo estado,
de hecho, sentí que no podía rechazar el dinero de un turno extra después
de haber utilizado la mayor parte de mis ahorros para cubrir la mudanza.

Pero entonces estaba libre durante unos días. Tenía grandes


planes en la tienda, déjame decirte. Como volver a blanquear mi bañera
y pintar mis molduras. Tal vez hacer un viaje a Ikea para obtener algunos
muebles bonitos, pero económicos para agregar a mi espacio muy vacío.

Verás, cuando rompes con alguien con una rabia ciega y te


marchas de la casa que compartiste durante tres años, no se te ocurrió
decirle que volverías por el sofá de ochocientos dólares que compraste o
todas las diversas chucherías que ni siquiera notó que existían.

No sé ustedes, pero siempre he tenido demasiado orgullo para


volver después de un ataque de ira como ése.

Había usado palabrotas que harían que mi madre se avergonzara


de reclamarme como suya. Si todavía estuviera viva. Tal como estaban
las cosas, probablemente ella estaba despotricando en la otra vida sobre
cómo me había criado mejor.

Y lo hizo.

Fui criada por una madre que se maquilló por completo la mañana
después de que su esposo le comunicara que la había estado engañando
con la secretaria durante un año y medio, que estaba embarazada y que
tenía que “hacer lo correcto” por ella. Una madre que se mordió el labio
para salvar su reputación. Una madre que una vez se cortó la punta del
dedo medio mientras cortaba verduras para la cena de Acción de Gracias
y soltó un muy soso “¡Oh, dulce de azúcar!” y luego se disculpó.

No sabía de dónde venía mi boca de orinal, pero sí sabía qué la


hacía aletear con imprudente abandono.

Hombres de mierda.

Hombres de mierda haciendo cosas de mierda.

Especialmente cuando esos hombres de mierda le hacían cosas de


mierda a mujeres buenas.

Oh, claro, no era una santa, pero tenía mi corazón en el lugar


correcto, hacía lo mejor que podía, me esforzaba, cumplía las leyes, tanto
las penales como las de la decencia.

Así que sentí que estaba justificado insultar al hombre que me


sentó para informarme que necesitaba “mantener abiertas sus opciones”
después de tres años de monogamia, que tenía que saber si había algo
más para él.

Más ahí fuera para él.

Más que yo para él.


Ahora, había amado al hombre, o creía que lo había hecho en ese
momento, así que había pasado por alto muchas cosas sobre él mientras
salíamos. Como el hecho de que siempre esperaba hasta que el mesero
se alejaba y me pasaba la cuenta antes de deslizarla hacia él para
entregársela al camarero cuando volvía.

O que tenía un trabajo a tiempo parcial porque estaba “trabajando


en su negocio paralelo” que parecía implicar jugar un montón de
videojuegos y sin prisa.

Nunca mencioné su total desprecio por nuestra casa que se negaba


a ayudarme a limpiar.

No perdí mi siempre amorosa mente cuando trajo un cortaúñas y


se cortó las uñas en la cama, dejando pequeñas esquirlas de uñas de los
pies por todas partes.

¿Me asusté cuando el Día de San Valentín pasó y se le “olvidó”? No.

¿Hablé cuando pasé meses investigando, buscando y comprando


el regalo perfecto para su madre para su cumpleaños solo para que él lo
reclamara como suyo?

No.

Tampoco hice eso.

¿Pero pensó que podía hacerlo mejor que yo?

Digamos que fui muy consciente durante mi perorata que siguió a


su declaración de que no había estado realmente enamorada de él en
absoluto. Porque no había dolor por perderlo. Solo ira. Solo un profundo
resentimiento. Y un poco de miedo ante la idea de volver a estar soltera,
de volver a empezar, de volver a no tener a nadie en todo el mundo.

Por eso me mudé de estado. Pensé que se sentiría un poco menos


triste comenzar de nuevo y estar sola en un lugar que no estuviera lleno
de recuerdos de una época que pasé con alguien que nunca me apreció.

Si no fuera por mi terrible elección de cabello y mi severa jefa, diría


que las cosas van bastante bien.

Tengo una casa en una zona decente.

Tengo un trabajo estable con buenos ingresos.

Tengo que empezar a decorar desde cero de nuevo.


Y estaba bastante segura que finalmente estaba lista para dar el
paso y conseguirme una mascota. Algo que no le importara estar solo
mientras yo hacía turnos largos. Un gato o tal vez incluso un par de
conejitos para que pudieran hacerse compañía mientras yo estaba fuera.

Las cosas en serio estaban empezando a mejorar.

—No grites —siseó una voz en mi oído mientras una mano me


tapaba la boca, y otra me sujetaba por la cintura, levantándome y
dejándome pataleando en el aire mientras me arrastraba hacia atrás.

Había asistido a una clase de defensa personal que me enseñó


exactamente cómo salir de esta situación. Lo había practicado una
docena de veces. Exitosamente. Pero en el calor del momento, los
movimientos volaron fuera de mi cerebro, dejando solo pánico a su paso.

Incluso si recordara los movimientos, creo que habría sido


demasiado rápido para implementar cualquiera de ellos.

En un momento, estaba saliendo del trabajo con las


preocupaciones más tontas del mundo.

Al siguiente, estaba siendo arrojada al asiento trasero de una


camioneta con un hombre encima de mí.

Cualquier pánico que sentí antes se amplificó. Los latidos de mi


corazón palpitaban tan fuerte que escuchaba sus golpes en los oídos, los
sentía en la garganta, en las sienes, en las muñecas.

Esto no estaba sucediendo.

No trabajé tan duro para cambiar mi vida para mejor, solo para que
me metieran en un automóvil y me violaran una noche al salir del
trabajo.

Uno de mis brazos salió disparado, consiguiendo darle un puñetazo


a un lado de la mandíbula del hombre bajo su máscara, apenas
consiguiendo un gruñido ahogado de él antes de que viera aparecer unas
esposas de la nada, cerrándose alrededor de mi muñeca.

Fue solo cuestión de segundos antes de que él también tomara la


otra muñeca, cerrando los brazaletes con tanta fuerza que mordieron mi
piel.

—¿Vas a hacer que te amordace? —preguntó.

Si quería que me callara, diablos, sí.


Pero no le iba a decir eso.

Negué con la cabeza con vehemencia mientras él me miraba con


ojos claros, probablemente azules, lo único visible para mí.

Fríos.

Dios, eran ojos tan fríos.

Me observó por un momento antes de decidir que era digna de


confianza, retirando su mano.

No perdí exactamente el tiempo.

Abrí la boca para gritar incluso cuando mis pies salieron de debajo
de él, golpeándolo en la parte inferior del estómago mientras me
impulsaba hacia la puerta cerca de mi cabeza, intentando alcanzar la
manija con mis manos esposadas, saboreando la libertad, sabiendo que,
si podría salir del vehículo, tenía muchas más posibilidades de estar a
salvo.

—Maldita sea —gruñó el hombre, presionando su mano sobre mi


boca mientras su cuerpo caía completamente sobre el mío, aplastando
mi pecho contra el asiento, inmovilizándome con su peso.

Era pequeña.

Bajita, menuda, “parecida a una muñeca” solía decir mi madre.

No tenía ninguna posibilidad de enfrentarme a un hombre que


debía medir más de uno ochenta, con el peso que le correspondía por su
altura.

—Esto será más fácil para ti si dejas de resistirte —gruñó en mi


oído mientras su mano se movía, pero solo para posarla en la parte
posterior de mi cabeza, aplastando mi rostro contra los asientos de
material que olían a, oh Dios, a sangre.

Pero antes de que pudiera sumergirme realmente en el horror de


esa comprensión, algo se deslizó sobre mi boca, atado tan fuerte
alrededor de la parte posterior de mi cabeza que inmediatamente
comencé a tener dolor de cabeza.

—Muy bien, abajo —declaró. Y antes de que pudiera adivinar lo que


quiso decir, me empujó del asiento al suelo, luchando con mis muñecas
esposadas y otro par de esposas hasta que me sujetó a una barra debajo
del asiento.
Y con eso, salió por la parte de atrás como si nada hubiera pasado,
se metió en la parte delantera, dio la vuelta al auto y salió del lugar.

Mientras tanto, en mi mente, todo lo que escuchaba era la voz


animada del locutor de crímenes verdaderos que me encantaba escuchar,
hablando en mi cabeza.

Nunca dejes que te lleven a una segunda ubicación.

Todos sabíamos lo que sucedía en las segundas ubicaciones.

Pero, mientras el auto salía del estacionamiento de mi trabajo, y la


barra bajo el asiento se negaba a ceder por mucho que tirara de ella, no
parecía que tuviera nada que decir al respecto.

Todo lo que podía hacer ahora era intentar que el pánico no


nublara mi cerebro. Necesitaba pensar. Necesitaba
concentrarme. Porque dondequiera que me llevara a continuación, él
tendría que volver a sentarme en el asiento trasero y soltarme de la
barra.

Si me mantenía alerta, si buscaba la abertura adecuada, podría


actuar lo suficientemente rápido para escapar, para hacer señas a un
auto que pasara o para correr a la casa de un vecino.

Algo.

Cualquier cosa.

Así que él conducía.

Yo planeaba.

Cuando el auto se detuvo, la anticipación se deslizó por mis


terminaciones nerviosas, me hizo sentir nerviosa y extrañamente
ingrávida.

La puerta se abrió a mis pies y el auto se sacudió un poco cuando


el hombre subió y desabrochó el segundo par de esposas de la barra.

Bien.

Así que no lo pensé mucho, como resultó.

Simplemente reaccioné en el momento de la mejor manera que


pude. Lo que significaba que golpeé hacia afuera con las esposas
oscilantes, golpeando al hombre en el puente de la nariz. No tuvo el tipo
de impacto que yo quería, ya que la máscara que llevaba puesta suavizó
el golpe.
Pero me dio un segundo de pasividad que me permitió correr hacia
la otra puerta, abrirla de un tirón y lanzarme por el otro lado.

Ni siquiera estaba segura de ver bien mientras salía. Mi visión


estaba tan cegada por mi miedo que corrí en la dirección exactamente
opuesta a la que habíamos venido. Ya sabes, la dirección que había
llevado a una carretera en algún momento. Un carretera en la que podría
encontrar autos y personas que pudieran ayudarme.

No.

Me dirigí directamente hacia lo que era un montón de


nada. Excepto un campo abierto que conducía a una montaña que hacía
que los músculos de mis muslos ardieran con solo mirarlo.

Pero parecía que no podía encontrar ningún pensamiento lógico en


este momento. Como los que me decían que me diera la vuelta, cambiara
de dirección, volviera a la carretera.

Estaba en una respuesta pura de lucha o huida en ese momento. Y


lo único en lo que podía pensar era en correr, en escapar, en no dejar que
me arrastrara a donde fuera que planeaba, en no dejar que hiciera lo que
quisiera conmigo mientras yo no podía hacer nada más que soportarlo.

Ni siquiera lo escuché acercarse.

Pero sentí sus dedos hundirse en la parte superior de mi brazo, la


fuerza en ellos me dolía, me lastimaba.

No pensé en nada más que en apartarme.

Porque si lo hubiera pensado, me habría dado cuenta que el


impulso me habría lanzado hacia delante, que no podría sujetarme
adecuadamente gracias a las esposas, que no podría hacer nada más que
caer.

Y golpear la cabeza contra el suelo.

Y deslizarme hacia la negrura de la inconsciencia.

Entonces, sí, eso fue exactamente lo que hice.


Ace

—¿La mataste? —preguntó Drex, acercándose detrás de mí


mientras me inclinaba sobre la mujer cuyo cuerpo estaba muy quieto en
el suelo.

—Se cayó —le dije, extendiendo la mano para ponerla boca arriba,
apartando su cabello de su rostro para mirar la herida ensangrentada en
su cabeza.

—Te das cuenta que no va a poder ayudar a Red si tiene una


hemorragia cerebral, ¿verdad? —inquirió, sonando divertido mientras se
balanceaba sobre sus talones.

—No estás ayudando.

—No soy conocido por eso —estuvo de acuerdo.

—Haz algo útil entonces, y trae a Lenore. Puede que ella no pueda
ayudar a Red, pero probablemente pueda hacer algo con esto —le dije,
señalando la cabeza de la mujer.

Al escuchar a Drex alejarse, incluso si era a paso de tortuga, volví


a mirar a la mujer, girando su cabeza hacia ambos lados para
asegurarme de que no se había lastimado en ningún otro lugar antes de
dejar que mi mirada se deslizara hacia abajo y ver una placa de hospital
laminada colgando de un clip bajo por su cadera.

Curioso, lo agarré y encontré su nombre allí.

Josephine Walsh.

Enfermera capacitada.

Esperaba tener un médico. Pero supuse que las enfermeras hacían


gran parte del trabajo en cualquier hospital. Ciertamente hacían la mayor
parte del cuidado de las heridas. Ella debería haber sido capaz de
manejar lo que fuera que estuviera pasando con Red.
—Oh, no —dijo Lenore, corriendo hacia adelante, observando las
esposas y la herida en el rostro de la mujer—. ¿Qué hiciste? —acusó,
agachándose, presionó los dedos alrededor del corte.

—Conseguí a alguien para curar a Red.

—¿Y quién la va a curar a ella? —preguntó Lenore con evidente


frustración en su voz.

No era ningún secreto que ella nunca había sido fanática


mía. Durante su tiempo con nosotros, había desarrollado relaciones con
la mayoría de los otros, tal vez especialmente con Daemon y Aram, los
menos fríos de todos nosotros. Pero también se había acercado a
Minos. Muchas veces bajaba a por café y los encontraba hablando en voz
baja en la cocina. También ella solía pedirle ayuda a Siete con alguna
tarea. Toleraba a Drex y su sarcástica indiferencia. Y se mantenía alejada
de Bael. Como todos nosotros, para ser honestos. El hombre no era
alguien que quisiera conocer a nadie o formar algún tipo de relación.

¿Pero yo?

Abiertamente le desagradaba la mayor parte del tiempo.

Rara vez le di motivos para que pensara lo contrario.

—Tú —le dije, agachándome para levantar a la enfermera del


suelo—. No se ve tan mal.

Lenore me siguió al interior, murmurando en voz baja todo el


tiempo mientras yo llevaba a la mujer a mi habitación donde Red todavía
seguía en la cama, sangrando y gritando contra su mordaza.

—Arregla su cabeza. Quédate con ella. Luego llámame cuando se


despierte —le exigí a Lenore mientras colocaba a la enfermera en el sofá,
luego me dirigí hacia la puerta, necesitando café y sentarme frente al
fuego, para recuperar algo de calor en mi cuerpo después de estar afuera
durante tanto tiempo.

—Ladrándole órdenes —dijo Ly cuando entré la cocina, sacudiendo


su cabeza hacia mí—. Tranquilo con esa mierda. Tú eres mi jefe, no el de
ella.

—Si no me dijera mierdas todo el tiempo, no necesitaría ladrarle —


le respondí mientras me acercaba a la cafetera, preparando una jarra.

La cafeína no nos estimulaba como a los humanos, y me di cuenta


que envidiaba su susceptibilidad a las sustancias químicas que alteran
la mente y el cuerpo a medida que el día empezaba a pesarme. Era
temprano para sentirme cansado, pero mientras acunaba mi café entre
mis manos y me acercaba al fuego que Bael estaba avivando, supe que
ese cansancio no era tan simple como la necesidad de descansar.

Era un tipo diferente de cansancio.

Simplemente estaba cansado de la vida.

En serio exhausto.

Después de descubrir que Lenore era capaz de lo que generaciones


de brujas nunca pudieron lograr, abrir La Boca del Infierno para
nosotros, había empezado a permitirme esperar algo que antes apenas
me había permitido esperar de verdad.

Un regreso a casa.

Siempre había sido mi objetivo, uno por el que trabajaba


tenazmente, uno por el que me obsesionaba, pero una parte de mí
siempre había dudado de que fuera posible. O, al menos, que fuera
posible durante varias generaciones.

Siempre pensé que, en el peor de los casos, eventualmente habría


una guerra entre el Bien y el Mal. Y si el propio Lucifer decidiera abrir
una Boca del Infierno, tendríamos la forma de volver a casa.

Pero luego estaba Lenore con sus poderes, con su control sobre
ellos.

Había abierto la Boca del Infierno que había producido a Bael y


Daemon, la misma Boca del Infierno en la que Red había saltado en su
entusiasmo por volver a casa después de tanto tiempo.

Desde entonces, había habido un entusiasmo incansable entre


todos nosotros. Incluso después de varios fracasos. Todos pensábamos
que era solo cuestión de tiempo encontrar la Boca del Infierno adecuada
con la energía suficiente para abrirla.

Cuando la Tierra comenzó a caer en su propio núcleo, estaba


seguro que esto era todo, que todos los años en este plano finalmente
habían terminado y podría llevar a la mayoría de mis hombres de regreso
a casa.

Que eso no sucediera, y que Red apareciera tan mutilada, era más
de lo que mi cuerpo quería soportar, por no hablar de mi mente.
Necesitaba unos minutos para ordenarlo en mi cabeza antes de
poder volver allí.

—¿Qué? —pregunté, sintiendo la mirada de Bael sobre mí.

—Ella no acabó jodida de esa manera solo al aparecer—me dijo,


haciéndome girar, encontrando sus ojos intensos, su mandíbula
apretada.

—Ya lo había deducido —coincidí.

—Así que es lógico que alguien haya hecho eso.

No estaba equivocado.

—He visto heridas como esa en su espalda antes —expresó—. He


infligido heridas así antes —prosiguió—. Como estoy seguro que tú lo has
hecho. —No quería pensar en eso. No quería sacar conclusiones al
respecto—. Alguien la azotó —finalizó.

Sí.

No había forma de evitar ese hecho.

Esas laceraciones las que había visto un millón de veces en mi larga


vida. Tanto en el infierno como en el plano humano.

Si los humanos alguna vez creyeron que eran fundamentalmente


buenos, sólo había que retroceder un poco en la historia para ver cuán
malvados eran muchos de ellos. Azotes, decapitaciones y quema en la
hoguera. Incluso aquellos que no infligían dolor eran testigos,
participaban en él, se regocijaban en él.

—Sí —acepté, girándome hacia el fuego.

Las preguntas eran... ¿quién... y por qué?

Red podría ser muy difícil de manejar si no estabas acostumbrado


a ella. Podría ser arrogante y atrevida. Le gustaba presionar botones.

El tiempo se mueve de manera diferente allí. Para nosotros, había


sido un año y medio, más o menos. Para ella, habían sido décadas. El
tiempo suficiente para posiblemente hacer algunos enemigos, presionar
los botones de alguien.

Por lo general, no nos atacamos unos a otros. Esa era la mierda


básica y animal que hacían los humanos. Castigábamos a los
humanos. Ahí era donde sacábamos nuestra rabia.
Al menos, así era como solía ser, como siempre había sido.

Pero quién sabía qué había cambiado desde entonces.

—¿Esto era algo común? —pregunté, odiando tener que ceder ante
Bael, pero reconociendo que yo no era el experto en este sentido.

—¿Azotarse unos a otros? —aclaró—. No.

—¿Alguna vez sucedió?

—No que yo haya visto nunca.

—Esperemos que una vez que esté curada, vuelva a estar en su


sano juicio. Entonces podrá contarnos lo que pasó —dije, encogiéndome
de hombros.

Yo era un hombre que se basaba en hechos. Me parecía una


pérdida de tiempo especular, barajar ideas que pueden ser ciertas o
no. Era mejor esperar para obtener la información directamente de la
fuente.

Una mirada a mi habitación mostró a Lenore preocupada por la


cabeza de la enfermera, murmurando en voz baja. No tenía ni idea si eran
palabras de ánimo o hechizos reales. Me importaba una mierda. Siempre
y cuando la levantara y trabajara con Red.

—¿Qué? —pregunté cuando Drex señaló con la barbilla hacia la


habitación delantera.

—Aram —dijo, haciendo girar su vaso antes de tomar un sorbo.

Suspirando, renuncié a mis planes de agarrar un libro y perderme


por un tiempo antes de que la enfermera se despertara y pudiera darnos
algunas respuestas.

—Aram —llamé, entrando en la habitación para encontrarlo


sentado en el borde del sofá, con la cabeza enterrada entre las manos.

—Ella no se merecía esto.

—Nadie dice que lo merecía —dije.

—Nadie está preocupado por ella. Simplemente la arrojaste sobre


una cama con una mordaza en la boca.

—Porque necesitaba ir a buscar a alguien que la ayudara. Hice eso.


Hice lo que pude. Creo que todos estamos de acuerdo en que sostener la
mano y consolar no es mi departamento.
Sin embargo, era más lo suyo.

Y a juzgar por la sangre que lo cubría, lo había intentado.

Sin éxito, al parecer, por su postura derrotada.

—Gritó cuando intenté tocar su mano.

—Está sufriendo, Aram —le recordé.

Era fácil olvidar el dolor, ya que rara vez lo sentíamos, y cuando lo


hacíamos, era fugaz. Y Aram había llevado una vida mucho más
encantadora en la Tierra que yo.

Puede que hayan pasado cientos de años, pero aún recuerdo


vívidamente lo que sentí cuando me clavaron un cuchillo en el estómago
y tiraron de él hacia arriba, cortando todo lo que había dentro.

Me habían disparado un par de veces desde entonces, pero nada


comparado con haber sido destripado de esa manera. El dolor había
durado horas antes de que finalmente sanara.

Imaginé que Red se sentía así, pero de la cabeza a los pies.

—¿Por qué no se está curando? —preguntó, necesitando


respuestas, unas que yo no tenía para él.

—No lo sé —admití.

Por eso quería ir a leer. Es cierto que los humanos no tenían la


información más completa sobre nuestra especie, pero algunos de los
textos antiguos contenían algunas ideas que podrían resultar útiles.

No era como si llevara conmigo textos antiguos. Demonios, ni


siquiera poseía muchos. Pero los humanos habían avanzado mucho en
los últimos cien años. Tenía un sinfín de textos antiguos escaneados en
mi tableta a los que podía acceder en cualquier momento.

Así era como planeaba pasar el resto de la noche si la enfermera no


se despertaba.

Intentando obtener respuestas.

Para poder dárselas a mis hombres.

Para que no siguieran mirándome como si los hubiera defraudado.

Lo había evitado durante generaciones siendo proactivo, siendo


siempre el primero en saber cosas, en aprender cosas, para que nunca
tuvieran que sentirse perdidos en este mundo mientras cambiaba a
nuestro alrededor.

Era lo mínimo que podía hacer.

Como líder.

Nunca me había sentido tan indigno de ese título como cuando


todos vimos a Red gritar y negarse a curarse, y no tenía explicaciones
para ellos.

—Lo resolveré —le aseguré a Aram—. ¿Por qué no te acercas a los


motociclistas locales y ves si puedes conseguir un mejor analgésico?
Parece que lo que le dimos no es suficiente.

—Sí, está bien —aceptó, levantándose de un salto, ansioso por una


misión, de alguna manera para no sentirse tan inútil.

—Llévate a Siete contigo. Tiene un amigo que es miembro


parcheado.

Y eran dos menos, mientras tratábamos de resolver la mierda.

Con eso, me fui a la habitación de Aram para conseguir algo de


tranquilidad y poder leer en paz.

Varias horas después la escuché.

No a Lenore diciéndome que la enfermera estaba despierta.

Oh no.

Era la propia enfermera, gritando.

Supongo que estaba despierta.

Con un suspiro, dejé mi tableta y me dirigí a mi habitación para


ocuparme de ella.
Jo

Los gritos dentro de mi cráneo fueron lo primero que noté cuando


la inconsciencia retrocedió lentamente como una niebla a la luz de la
mañana.

Había sufrido de migrañas en el pasado, y este dolor era así, pero


amplificado, haciéndome intentar levantar las manos para presionar las
palmas contra mi frente, encontrando siempre que la presión ayudaba
con el dolor.

Pero cuando traté de levantarlas, sentí resistencia. Tan pronto


como me di cuenta de eso, el dolor alrededor de mis muñecas compitió
por el reconocimiento.

Fue en ese momento que todo volvió rápidamente.

Saliendo del trabajo.

Preocupándome por mi cabello.

Manos.

Un cuerpo.

Un hombre.

Un auto.

Unas esposas.

Una mordaza.

Intentar liberarme, tropezar y luego nada.

Esa nada era porque probablemente me había golpeado la cabeza.


Lo que explicaba la sensación de martilleo en mi sien.

Mis ojos se abrieron de golpe mientras intentaba incorporarme


hasta quedar sentada, descubriendo que mi visión se negaba a enfocarse
durante un largo segundo mientras mi estómago se revolvía, haciendo
que la bilis subiera a mi garganta.

Posible conmoción cerebral.

Eso no me sorprendió lo más mínimo, ya que no había sido capaz


de frenar la caída y todo eso.

Cerrando los ojos con fuerza, respiré profundamente un par de


veces, intentando combatir el mareo y las náuseas.

Me di cuenta que la mordaza había desparecido, pero sentía los


restos de su existencia por el dolor en mis labios, mejillas y alrededor de
la parte posterior de mi cabeza.

—Estás bien —declaró una suave voz femenina a mi lado,


haciéndome sobresaltar mientras mis ojos se abrían de golpe.

Entonces ahí estaba ella.

Una hermosa mujer con una larga melena negra y oscura que me
hizo echar de menos la mía durante un segundo absurdamente
inapropiado. También iba vestida de forma extraña, con una especie de
vestido verde que llegaba hasta el suelo y con mangas largas. Era un
vestido fuera de tiempo, algo destinado a películas de época, no a los
tiempos modernos, estaba sentada frente a mí en un taburete.

Al principio pensé que era un truco de luz, pero cuando se movió,


la lámpara iluminó su rostro, haciendo que su pequeño tatuaje resaltara
sobre su piel pálida. Era una luna creciente de color azul claro en el
punto más alto de su frente, los bordes puntiagudos desaparecían en la
línea del cabello.

Había visto muchos tatuajes en mi vida, desde una pin-up de miss


Piggy sujetando una fusta hasta el trasero desnudo de la Rana Gustavo,
pasando por una esvástica nazi real, y todo lo demás.

Sin embargo, nunca había visto uno como el suyo.

—¿Dónde estoy? —pregunté, con la tensión desenrollándose en mi


estómago.

—Ah, ¿qué dijeron? Utah, creo —dijo, pareciendo confundida por


la palabra.

Por supuesto que estábamos en Utah.


—¿Qué es este lugar? —inquirí, rogándole con los ojos que
entendiera.

—Oh, una casa. Una casa de alquiler —agregó, dándome una


sonrisa alentadora—. Tuviste una fuerte caída. Te cortaste la frente —me
dijo—. La limpié y coloqué una cataplasma.

¿Una cataplasma?

¿Quién usaba ya esa palabra, y mucho menos sabía cómo mezclar


una?

La parte de mí que había pasado mucho tiempo aprendiendo el


cuidado adecuado de las heridas según nuestros estándares modernos
estaba teniendo un leve ataque al corazón ante la idea de que una mujer
hippie que jugaba a ser herbolaria pusiera Dios sabe qué hierbas u hojas
o escupiera en mi herida abierta.

Pero ya habría tiempo para preocuparse por eso más tarde.

Después de liberarme, alejarme y conseguir ayuda.

Quizás esta mujer pueda ayudar.

Pero fue justo entonces cuando un ruido extraño sonó detrás de


mí. Un sonido sordo y chillón, algo que inmediatamente me puso nerviosa
mientras me giraba, miré hacia atrás y encontré una gran cama detrás
de mí.

Con una mujer casi desnuda encima.

Completamente cubierto de sangre.

Con una mordaza en la boca.

Hubo un momento instintivo y egoísta en el que me preocupé por


ser yo, que tal vez me tomaron para reemplazarla cuando él terminara
con su cuerpo muy maltratado.

Sin embargo, esos pensamientos fueron reemplazados casi


instantáneamente por la preocupación. Por ella. Por su bienestar. Por su
evidente dolor mientras gritaba contra su mordaza.

—¿Qué le ocurrió?

—Yo, ah, no puedo decirte eso —dijo la mujer, negando con la


cabeza.
—¿Qué quieres decir con que no puedes decirme? ¿Quién le hizo
eso? ¿A quién estás protegiendo? —exigí, levantando la voz.

Digamos que había visto a demasiadas mujeres llegar a los


hospitales en los que había trabajado con claros signos de abuso por
parte de los hombres que las llevaban para recibir atención. Y a pesar de
hacer mi mejor esfuerzo, a veces, nunca podía comunicarme con las
mujeres, nunca podía conseguirles ayuda.

Y me enojaba con facilidad cuando se trataba de abusadores. Y con


los que les permitían la inacción.

—Baja la voz. —Otra voz se unió a la conversación. Más baja, más


profunda. Masculina—. O tendré que ponerte la mordaza de nuevo —
agregó mientras mi mirada se elevaba, encontrando a un hombre parado
en la puerta, ocupando todo el espacio.

Llevaba puesta una máscara, por supuesto, pero su tamaño me


resultaba familiar. Alto, fuerte pero no demasiado voluminoso. Me sentí
razonablemente segura al decir que este era el hombre que me había
secuestrado, que me había metido en su auto, me había esposado y
amordazado, que me había perseguido hasta que me caí.

Luego, aparentemente, me arrastró al interior y me hizo un lavado


de cerebro con su amiga.

—¿Qué tal si no? —respondí con la mandíbula tensa.

Debería haber estado asustada. Pero encontré una sorprendente


cantidad de ira recorriendo mi sistema, haciendo que mi piel se sintiera
eléctrica, mi mandíbula apretada.

—¿Qué vas a hacer? ¿Golpearme de nuevo? —añadí.

—Te golpeaste la maldita cabeza —me recordó, luciendo


exasperantemente divertido por ese hecho.

No quería pensarlo, pero era imposible no darme cuenta, incluso


en esta situación.

El hombre era hermoso.

Al igual que Adonis, la escultura griega que pertenece a una galería


de arte o un estupendo anuncio de colonia de lujo.

Tenía una estructura ósea clásica y perfecta con una mandíbula


cincelada, una nariz griega, una frente alta y orgullosa y cejas severas
sobre ojos azul hielo que casi parecían tener motas de un color diferente,
pero estaba demasiado lejos para distinguirlas.

Su cabello era rubio y estaba perfectamente peinado incluso


después de haberse puesto un pasamontañas para secuestrarme.

Estaba vestido como si planeara pasar tiempo al aire libre con un


suéter de abuelo marrón sobre una sudadera con capucha.

Hacía calor en la casa. Como incómodamente. No entiendo cómo


no estaba sudando como un loco.

—Tal vez no me habría golpeado la cabeza si no estuviera


intentando escapar de un secuestrador psicópata violento —le dije,
disparándole mi mejor cara cruel.

Me ignoró por completo y miró a la otra mujer.

—Lenore, continúa. Ly ha estado esperando impaciente en tu


habitación —dijo mientras la mujer me miraba por última vez antes de
alejarse.

—Déjame ir —exigí, intentando ser fuerte, pero con la ausencia de


la mujer, me sentía mucho menos cómoda.

¿Por qué la despediría?

¿Para que pudiera hacerme cosas terribles sin una audiencia?

—No —dijo, acercándose a la cama, mirando a la mujer que estaba


allí.

—¿Qué le hiciste? —exigí, la ira aumentaba de nuevo mientras ella


se retorcía de dolor.

—Nada.

—Oh, ¿entonces ella se golpeó y se cortó por todas partes también?


—pregunté—. Qué coincidencia que cosas así sigan sucediendo a tu
alrededor, ¿eh?

—No estás aquí para hablar —me informó en ese tono frío suyo.

—¿Por qué estoy aquí entonces? —indagué, intentando mover mis


muñecas, de soltarlas, pero él me puso las esposas demasiado
apretadas.
—Para curarla —dijo, haciendo una pequeña mueca cuando la
mujer en la cama chilló contra su mordaza cuando él trató de apartar el
cabello ensangrentado de su rostro.

—¿Por qué no la llevas al hospital? —repliqué.

—Por razones que no son de tu maldita incumbencia. Solo ven aquí


y mírala. Dime qué necesitas para curarla, y haré que alguien lo consiga.

Sin estar segura de tener otra opción, me levanté del sofá, sintiendo
que mi visión se movía por un momento antes de que se asentara y
pudiera continuar caminando a través de la habitación, yendo al lado
opuesto de la cama que él.

La mujer estaba completamente cubierta de sangre.

Y no era de extrañar.

Porque su espalda parecía haber sido azotada, las laceraciones


profundas y largas, atravesando toda su espalda desde los hombros
hasta la parte baja de las caderas. Incluso había una marca de latigazo
profundo en su trasero.

—¿Hace cuánto tiempo se las hizo? —pregunté, de alguna manera


capaz de pensar más allá de mi secuestro y concentrarme en la tarea que
tenía entre manos. Pero cuando levanté mis manos para intentar apartar
su cabello, las esposas fueron un doloroso recordatorio de mi situación.

Las levanté hacia él, dándole una mirada dura.

Ante eso, él observó mi rostro por un largo momento antes de


moverse alrededor de la cama, elevándose por encima de mí, extendiendo
una mano rodeó mi muñeca para ver la cerradura y luego sacó la llave.

No hubo, absolutamente no hubo, una extraña corriente eléctrica


que recorriera mi piel cuando las yemas de sus dedos me rozaron. Porque
eso no tendría ningún sentido.

—Ni siquiera pienses en huir —me dijo en voz baja, letal, haciendo
que levantara la cabeza para mirar su rostro—. Tengo hombres en todas
partes —agregó, sosteniendo mi mirada por un largo segundo,
haciéndome descubrir que esas motas que había visto en sus ojos azul
claro eran en realidad, bueno, rojas. Excepto que eso no tenía
sentido. Porque la gente no tenía matices rojos en los ojos.

—No voy a prometer ser una buena cautiva —le dije, observando
cómo sus labios se movían ligeramente antes de volver a su línea severa.
—Cura a Red —exigió, quitando las esposas por completo, luego
moviéndose hacia el otro lado de la habitación, apoyándose contra la
pared cerca de la puerta.

Traté de no darme cuenta, pero no había forma de evitar sentir su


mirada sobre mí mientras extendía la mano hacia la mujer “Red”
moviendo su cabello, para poder ver mejor los bordes exteriores de las
heridas.

No estaban hinchadas y rojas como si fueran viejas, como si


hubieran tenido tiempo de infectarse. Parecían frescas.

—Todas estas necesitan ser suturadas —le dije, revisando cada


corte individual en busca de cualquier pequeño signo de infección que
hubiera que dejar abierto para que drenara.

—Dame una lista de artículos —exigió, cortante, sin tonterías.

—Un kit de sutura. Gasa. Solución salina. Crema antibiótica.


Algunos antibióticos reales. Orales. Necesita estar en un hospital —
insistí, mirándolo y negando con la cabeza—. Esto es malo. Necesita
atención médica.

—Ella la tiene. Por eso estás aquí.

—Este no es un ambiente estéril. No tengo…

—Te dije que me dieras una maldita lista —me interrumpió—. Sea
lo que sea, puedo conseguirlo —me dijo, sin una pizca de incertidumbre
en sus palabras. Y supongo que, si estabas dispuesto a secuestrar a una
enfermera para tratar a alguien, robar suministros médicos no era un
gran problema.

—Todo lo que acabo de mencionar —dije, sintiendo que era inútil


discutir. Si no iba a ir al hospital, tenía que tratarla lo mejor que
pudiera—. Medicamento para el dolor. Está gritando. ¿No la oyes gritar?
—pregunté, con la voz tensa.

—Tengo a alguien suministrándole analgésicos —me dijo,


encogiéndose de hombros—. ¿Qué más?

Ignorándolo, me moví alrededor de la cama, inspeccionando


algunos cortes y magulladuras menores debajo de la sangre en los
muslos y piernas de la mujer. Eran peores en la planta de sus pies.

—Oh, Dios —siseé, sintiendo que mi estómago se revolvía, haciendo


que necesitara tomar una profunda respiración.
—¿Qué? —preguntó el hombre, sin parecer más preocupado de lo
que estaba hace un momento.

—Alguien le ha quitado... ¿Hiciste esto? —pregunté, dándome


vuelta, ignorando el remolino de mi visión, fulminándolo con la mirada.

—¿Qué hice? —inquirió, con una voz tan cortante como la mía.

—Quitarle todas las uñas de los pies —aclaré, incluso pensar en


eso me hacía sentir mal de nuevo. Tenía un estómago duro cuando se
trataba de todas las diversas lesiones que podrían infligirse en un cuerpo.

Dos cosas me asustaban.

Uñas de los pies rotas.

Y los piercings arrancados.

Probablemente porque me recordaban a las películas de terror que


había visto cuando era demasiado joven, unas que se me habían quedado
grabadas por mucho que intentara quitármelas de encima.

—¿Qué? —preguntó, apartándose de la pared y dando largas


zancadas por la habitación, hasta colocarse hombro con hombro
conmigo, inclinándose hacia delante para inspeccionar sus pies.

Sentí una oleada de alivio cuando me di cuenta que él no había


hecho esto. No necesitaría inspeccionar su obra si lo hubiera hecho.

Así que tal vez no iba a terminar en una cama cubierta de mi propia
sangre después de todo.

Cuando el hombre se enderezó, no vi la conmoción, el horror o el


disgusto que yo misma sentía, solo un vacío, incluso determinación.

—¿Necesitas algo específico para eso?

—Uhm, ahora mismo no. Cuando se curen, si es que se curan, es


posible que ella quiera un poco de pegamento.

—¿Pegamento?

—Para poner en los lechos de las uñas —le dije—. Los lechos de las
uñas son sensibles. Se sienten doloridos si están expuestos. El
pegamento los protegería y detendría el dolor.

—Entendido. ¿Algo más? —preguntó, sin molestarse en apartarse


de mi camino, haciéndome apretarme frente a él para moverme al otro
lado de la cama, toda mi espalda rozando su pecho.
Traté de inspeccionar la parte delantera de la mujer sin empujarla
hacia su espalda.

—Comprensas de hielo —decidí, al ver lo hinchado que estaba su


rostro, sus ojos no eran más que pequeñas rendijas sobre ojos negros
oscuros—. ¿Quizás algunos aparatos ortopédicos o vendas elásticas? —
dije, encogiéndome de hombros—. No sé si algo está roto —aclaré—. No
quiero tocarla sin antes limpiar sus heridas. Ah, y guantes. Necesitaré
guantes.

—Está bien. Conseguiré todo eso —estuvo de acuerdo, dándose la


vuelta, dirigiéndose de nuevo hacia la puerta, cerrándola con un fuerte
golpe, haciéndome saltar.

—No sé si estás en tu sano juicio en este momento —le dije a la


mujer, sintiendo una punzada de lágrimas en el fondo de mis ojos
mientras gritaba contra su mordaza—. Pero voy a intentar todo lo que
pueda para que dejes de sufrir y vuelvas a estar bien. Quien te hizo esto
es un monstruo —agregué, sentándome en el borde de la cama, sin saber
qué hacer hasta que tuviera los suministros que necesitaba, así que
comencé a tararear porque era el único consuelo que podía darle.

La puerta se abrió un par de minutos después, haciendo que mi


corazón se acelerara mientras miraba por encima del hombro.

Pero no era el hombre de antes.

Este también era alto, pero con un aspecto un poco más tosco, con
cabello oscuro, barba, vaqueros, botas y un chaleco de cuero sobre una
camiseta negra.

—Lo siento, nena —dijo, dirigiéndose hacia las ventanas, y fue en


ese momento que noté el martillo y la caja de clavos en su mano—. Ace
dijo que tengo que sellar tus salidas —me dijo.

Ace.

El nombre del otro hombre era Ace.

—¿Tú le hiciste esto? —pregunté mientras él agarraba un clavo y


lo sostenía contra el marco de la ventana.

—Mierda, no.

Eso fue todo.

Mierda, no.
Pero al menos sabía que dos de las personas de esta casa no me
arrancarían las uñas de los pies. Era una pequeña especie de consuelo,
pero iba a tomar todo lo que pudiera conseguir.

El sonido del martillo parecía rebotar en mi cráneo, haciendo que


mi cuerpo se sacudiera con cada golpe, dejándome nerviosa incluso
después de que él hubiera terminado.

—Uhm, disculpe, señor...

—Drex —corrigió, mirándome horrorizado de que lo llamara


señor—. Solo Drex.

—Drex —repetí, encontrando el nombre torpe en mi lengua—.


¿Puedo tomar un poco de agua?

Ante eso, se encogió de hombros.

—Supongo que puedo manejar eso —aceptó, moviéndose y


cerrando la puerta detrás de él.

Tal vez debería haber intentado ver si podía agarrar las cabezas de
los clavos y arrancarlos de la ventana, para salir de aquí.

Pero si me iba, esta mujer probablemente moriría. Y no estaba


segura de ser lo suficientemente despiadada como para permitir que eso
sucediera. Tal vez nunca había hecho el juramento hipocrático, pero
nunca había sido el tipo de persona que podía ver a alguien sufriendo y
no intentar al menos ayudar.

La limpiaría y cosería lo mejor que pudiera, luego intentaría


encontrar una salida a esta situación.

Porque no iban a dejarme ir así como así, ¿verdad?

Quiero decir, había visto sus rostros.

Claro, al pasar un par de horas, los rostros de la mujer Lenore y


Drex comenzaron a difuminarse en mi memoria. Sin embargo, por alguna
razón, el rostro de Ace estaba tatuado en mi mente.

Pero solo porque lo había visto durante más tiempo, por


supuesto. Esa era la única explicación racional.

Si me dejaban ir, absolutamente podría darle a un dibujante de la


policía lo suficiente para buscar a Ace.

—Aquí —dijo Drex, volviendo con una copa de vino llena de agua.
—Gracias —dije, intentando sonreírle a pesar de que se sentía, y
probablemente se veía, falsa—. Ese otro tipo era un, ah…

—¿Idiota? —preguntó Drex, sonriendo—. Vamos, puedes decirlo.

—Bueno, sí —acordé.

—No te lo tomes a mal, rubia —dijo, sacudiendo la cabeza—. Aquí


todos somos unos hijos de puta. Guarda las sonrisas para alguien más.
No vas a endulzarme.

Con eso, se fue de nuevo y me dejó sintiéndome muy tonta por


pensar que había algo bueno dentro de estos hombres a lo que apelar. Los
hombres buenos llevaban al hospital a mujeres horriblemente
heridas. Incluso si todo lo que hicieran fuera dejarlas en la sala de
emergencias y huyeran por temor a verse implicados.

A medida que pasaba el tiempo, me encontré paseando por la


habitación, tarareando al principio para intentar consolar a la
mujer. Luego, cuando los minutos se convirtieron en horas, para
calmarme a mí misma.

—Aquí está tu mierda —dijo Ace, haciéndome sobresaltar, un grito


ahogado se me escapó cuando me di la vuelta, encontrándolo ya entrando
en la habitación cuando ni siquiera lo había escuchado abrir la puerta.

Decidí no preocuparme por sus manos ensangrentadas.

No era asunto mío cómo había conseguido los suministros.

Y lo que fuera que haya hecho para conseguirlos no era culpa mía
solo porque los necesitaba.

Al menos, de eso intentaba convencerme mientras colocaba todo


sobre el tocador, reorganizándolo en el orden que creía que los iba a
necesitar

—Ace, aquí —dijo otra voz, haciéndome girar para encontrar a dos
hombres más entrando en la habitación.

Ambos eran altos.

Uno era de piel oscura, cabello rizado y una complexión más


musculosa y fornida.

El otro era un poco más delgado con el cabello negro como la tinta
y un poco largo, y tenía una piel bronceada que tal vez hablaba de
ascendencia del Medio Oriente.
Ambos tenían ojos marrones.

Y ambos parecían tener esas extrañas manchas rojas en los suyos


también.

¿Qué diablos era eso?

—¿Qué es eso? —pregunté mientras el hombre bronceado le


entregaba una botella a Ace.

—Goodfellas —dijo el otro hombre, mirándome.

Goodfellas.

No trabajabas en habitaciones de hospital sin aprender algunos


nombres callejeros de las drogas.

Goodfellas. China Girl. Dance fever. He-man.

Habían conseguido fentanilo.

Que era de cincuenta a cien veces más potente que la morfina.

—Ace nos dijo que consiguiéramos algo fuerte —suministró el


hombre de aspecto del Medio Oriente—. ¿Es eso lo suficientemente
fuerte?

—Lo usan después de la cirugía —le dije—. Entonces sí.

—¿Será suficiente para noquearla mientras trabajas en ella? —


presionó.

Dios, eso esperaba.

No podía imaginarme haciendo lo que tenía que hacer a la mujer si


estaba consciente.

—Pero, um, todavía podría necesitarlos a todos para ayudar a


sujetarla —les dije, incluso si la idea de que los tres estuvieran en la
habitación me ponía nerviosa.

—Lo que sea que Red necesite —estuvo de acuerdo, sonando


apenado—. Es una buena amiga —suplió, ante lo que debió ser una
pregunta en mis ojos.

—Aram —llamó Ace al hombre que me estaba hablando—. Ve a


buscar un poco de agua. Vas a necesitar agua, ¿verdad? —preguntó,
mirándome.
—Sí. Claro —acepté, tomando un respiro para estabilizarme
mientras me acercaba a la mujer—. Necesito quitarle la mordaza para
que ingiera la medicina —les dije.

Ace pasó junto a mí, arrancando la mordaza de la mujer sin


demasiada ceremonia. Quien inmediatamente comenzó a gritar a todo
pulmón, un sonido crudo y animal que hizo que un escalofrío me
recorriera, dejándome paralizada mientras los sonidos que emitía
parecían borrar todos los pensamientos de mi cabeza.

—¿Qué mierda estás haciendo? —gritó Ace—. Trae tu trasero aquí


y dale la medicina.

Saliendo de mi asombro, me apresuré a colocar una píldora en mi


mano y la introduje en la garganta de la mujer, sintiendo como si algo se
hubiera alojado en la mía mientras lo hacía.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó mientras volvía a ponerle la


mordaza en la boca, mirándome con ojos acusadores—. ¿Es tu primera
semana como enfermera? ¿Nunca has escuchado a alguien con dolor
antes?

Lo hice.

Por supuesto que sí.

Sin embargo, era raro que alguien llegara a un diez en la escala de


dolor. Un diez era una cantidad inimaginable de dolor, del tipo que te
dejaba postrado en la cama y deliraba. Solo un puñado de personas tiene
que experimentar un diez.

¿Esta mujer?

Juraría que esta mujer estaba experimentando un quince.

Nunca había escuchado algo así antes.

El terror inundó mi sistema ante la idea de tener que causarle más


dolor, incluso si iba a ayudarla a largo plazo.

—Creo que te ha tocado una estúpida —dijo el otro hombre en la


habitación, mirándome mientras yo estaba allí, incapaz de recordar lo
que Ace me había dicho, y mucho menos saber cómo responder
apropiadamente.

—Si no tienes nada útil que decir, Siete, cierra la boca —exigió Ace,
deslizando la mirada hacia mí—. Creo que su cerebro podría haberse
sacudido dentro de su cráneo cuando se cayó —dijo, mirando mi frente.
Me había olvidado por completo del corte, de la cataplasma que
probablemente me estaba provocando una infección furiosa con cada
minuto que pasaba.

—Conmoción cerebral —dije.

—¿Qué?

—Cuando tu cerebro golpea tu cráneo. Se llama conmoción


cerebral.

—¿Ves? No es estúpida —dijo Ace, dándole a Siete una mirada


severa—. ¿Vas a empezar con esta mierda o qué? —preguntó,
mirándome.

Quería esperar hasta que hiciera efecto el analgésico. Pero no había


mucho tiempo que perder.

Tenía que ponerme a trabajar.


Ace

Era impresionante una vez que salió de su cabeza y se puso a la


tarea que tenía entre manos.

Había visto todo tipo de curanderos en el reino humano. Desde


mujeres en sus cabañas en el bosque, repartiendo ungüentos de ajo y
miel para las infecciones hasta médicos en el campo de batalla que les
daban a los hombres balas para que las mordieran mientras cortaban
sus miembros infectados con viejas y sucias sierras. Sin embargo, no
había visto mucha medicina moderna de cerca.

Los movimientos de la enfermera eran prácticos y precisos. Sin


temblores de manos. Sin dudar de lo que se suponía que debía
hacer. Había un orden establecido y ella lo siguió hasta que, unas horas
después, se bajó de la cama, con su uniforme, con los brazos y las manos
enguantadas cubiertas de sangre y sudor.

—Está bien. Eso es todo —dijo, tomando una respiración profunda,


dejándola salir con dificultad—. ¿Tienes antibióticos? —preguntó,
mirándome.

Aram y Siete habían salido cuando Red dejó de luchar contra las
atenciones, probablemente dirigiéndose a sus camas cuando el sol
comenzó a entrar por las ventanas.

—Sí —dije, acercándome a la bolsa que había traído, encontrando


las tres botellas separadas y llevándolas hacia ella—. No tenía idea de
cuál era la más fuerte.

—Este —dijo, tomando la botella—. ¿Tiene alguna alergia?

—No que yo haya visto —conteste, encogiéndome de hombros,


encontrando mi mente aletargada por la falta de descanso y el estrés que
se había deslizado y establecido bajo mi piel.

—De acuerdo —dijo, acercándose a Red, quitando la mordaza y


empujando la pastilla por su garganta—. Está más tranquila —dijo,
extendiendo la mano hacia su rostro, pero pareció recordar en el último
segundo que cuando alguien ponía una mano sobre Red, ella comenzaba
a gritar y pelear de nuevo—. ¿Podemos dejarla sin mordaza? —preguntó,
mirándome—. Entonces podré escucharla si algo anda mal —agregó.

—Sí, está bien —acepté, asintiendo.

—Sería posible si pudiera, um, ya sabes —dijo, agitando una mano


hacia su cuerpo manchado de sangre.

—Sí —concordé, suspirando, llevándola hacia la puerta y saliendo


al pasillo—. Por aquí —dije, abriendo la puerta del baño—. No —espeté
cuando ella entró y trató de cerrar la puerta—. La puerta permanece
abierta.

—Necesito darme una ducha —insistió, sus ojos marrones dando


vueltas.

—Sí, mala suerte —dije—. Dúchate con la puerta abierta, o no te


duches en absoluto.

Sus dientes rechinaron ante eso.

No había ninguna maldita razón lógica para no dejarla cerrar la


puerta. El baño ni siquiera tenía ventana, solo un ventilador en el techo
para dejar salir el aire caliente.

—No puedes hablar en serio —reclamó y sus ojos comenzaron a


ponerse vidriosos. No había visto llorar a una mujer en años. Lo encontré
extrañamente fascinante, incluso si sabía que esa no era la reacción
adecuada. Según los estándares humanos.

—Sin embargo, de alguna manera lo estoy haciendo. Puedo llevarte


de regreso a la habitación así si quieres.

Su labio inferior tembló ante eso cuando la primera lágrima


resbalaba por su mejilla.

Tuve el impulso más atípico y estúpido de acercarme y atrapar esa


lágrima con mi dedo.

—P-por favor —dijo, bajando la cabeza y mirando al suelo.

—Entreabierta —accedí. Nunca fui conocido como alguien que se


comprometiera, que cambiara de opinión.

Sin embargo, una pequeña súplica de una completa extraña, y ya


estaba incumpliendo mi palabra.
Solo necesitaba descansar.

Me estaba quedando sin combustible.

Esa era la única explicación.

—Gracias —dijo, pero se negó a mirarme mientras se giraba y se


dirigía hacia la basura, quitándose los guantes y luego metiendo la mano
dentro de la ducha de vidrio para abrir el grifo.

Observé durante un minuto más de lo que tenía derecho a hacerlo


mientras ella levantaba su blusa médica para tirarla al piso,
mostrándome una espalda suavemente inclinada con una banda de
sostén color rojo intenso y lo que parecía una especie de tatuaje en la
parte posterior de su cuello.

Pero me las arreglé para reaccionar, cerrando la puerta hasta la


mitad como le había dicho que lo haría, luego regresé a mi habitación y
me acerqué a la cómoda para agarrar una de mis camisetas de manga
larga. No tenía sentido llevarle pantalones. Cualquier cosa que tuviera se
le caería.

Le pediría algo a Lenore por la mañana, pero estaba demasiado


cansado para despertar a alguien más y comenzar a exigir una mierda en
ese momento. Ella podría conformarse con la camiseta que sería más
como un vestido en su pequeño cuerpo.

Con eso, agarré una toalla del armario del pasillo y fui al baño.

Capté un segundo glorioso de su persona completamente desnuda


desde sus pechos turgentes con pezones rosados hasta la pendiente de
su estómago, el suave destello de sus caderas, sus piernas bien formadas,
aunque no excesivamente largas, e incluso el espacio entre ellas hizo que
mi pene se agitara en mis pantalones, a pesar de mi puro cansancio. Pero
un chillido se le escapó mientras bajó los brazos, uno cubriendo sus
pechos, el otro cubriendo la unión de sus muslos.

—Relájate. Nada que no haya visto un millón de veces —le dije,


intentando ser seco y sin impresionarme, pero encontré que mis palabras
salieron tensas, un poco sin aire.

—No —exigió, con voz temblorosa.

—¿No qué? —pregunté, frunciendo el ceño mientras miraba cómo


el agua caía en cascada sobre su hombro, acumulándose en el lugar
donde su brazo sostenía sus pechos.
—No me violes —demandó, con la voz entrecortada.

—No violo mujeres —espeté, más ofendido de lo que probablemente


tenía derecho a estar. Había estado follando con los ojos su cuerpo
desnudo después de irrumpir en su ducha. Llevaba suficiente tiempo
entre los humanos como para saber que ese no era un comportamiento
aceptable.

Sus costumbres habían cambiado mucho a lo largo de los años,


pero el pudor de una mujer solía ser algo considerado sagrado, incluso si
algunos hombres humanos siempre se negaran a respetarlo. En casa
teníamos una forma divertida de hacer sufrir a los violadores. Consistía
en meterles un atizador caliente muy delgado por los agujeros de la polla
muy lentamente.

Era un castigo apropiado por lo que habían hecho.

Y los gritos.

Mierda.

Esos gritos eran música para nuestros oídos.

—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó con voz aguda.

—Toalla —le dije, mostrándosela antes de colgarla del gancho—.


Camiseta —añadí, agitándola antes de colocarla en la encimera del
lavabo—. Tienes cinco minutos más —agregué, regresando al pasillo,
apoyándome contra la pared, sintiendo la presión de mi dura polla contra
mis pantalones, intentando respirar profundamente.

No era un hombre controlado por su deseo sexual.

¿Me follaba a las mujeres que venían a nuestras fiestas, que se


presentaban en los mítines? Claro que lo hice. Cuando alguien te ofrecía
un coño, era una estupidez rechazarlo.

Pero no lo anhelaba cuando no estaban cerca.

El concepto humano de bolas azules siempre había significado muy


poco para mí.

Comenzaba a tener una comprensión personal de lo que estaban


hablando.

La ducha se cerró y tuve que forzar activamente mis pensamientos


a otras cosas que no fueran sus turgentes pechos, su piel suave, los
pliegues suaves y femeninos de su vagina.
Mi erección todavía estaba furiosa cuando la puerta se abrió por
completo, y allí estaba ella en mi camiseta que se tragaba su cuerpo como
había pensado que lo haría.

—¿Tienes una manta? —preguntó mientras la conducía de regreso


a mi habitación, señalando el sofá.

—No. Duérmete —exigí, saliendo de la habitación, cerrando la


puerta y yendo a la sala de estar.

Pensé que me desmayaría tan pronto como mi trasero golpeara el


cojín del sofá. Pero descubrí que mi mente iba a toda velocidad, jugando
ping-pong entre las posibilidades hasta que finalmente me sentí
completamente despierto, incluso agitado.

Así que preparé un café, sintiendo que el calor ahuyentaba el frío


de este mundo, el tipo de frío que se amplifica cuando uno no dormía.
Intenté leer, pero las palabras nadaban en la página.

Finalmente, más preocupado por Red de lo que me gustaría admitir


ante los demás, sabiendo que tenía que poner una expresión tranquila y
serena por ellos, me escabullí de regreso a mi habitación, dirigiéndome
hacia la cama donde ella se retorcía un poco de nuevo, aunque
aparentemente dormida esta vez.

—Tienes que librarte de esta mierda, Red —exigí, sentándome en


el borde de la cama—. Necesito respuestas. El grupo te necesita de vuelta.
Aram parece un cachorro perdido —agregué, suspirando—. Ya deberías
estar curando. No entiendo lo que está pasando. Deshazte de esta mierda,
Red. Vuelve, y despellejaré a quien te hizo esto.

Todos habíamos sufrido en manos de los humanos en el pasado.


Los MC rivales se volvieron territoriales o alguien se follaba a la vieja
dama del tipo equivocado o cualquier mierda estúpida de la que se
preocuparan los humanos. Y eso provocó algún tipo de altercado. Uno en
el que teníamos que fingir ser más débiles de lo que éramos, para que
nadie se diera cuenta. Lo que significaba que recibíamos muchos golpes.

Pero tenía la ligera sospecha de que lo que fuera que estaba


pasando con Red no tenía nada que ver con los humanos.

Aunque nunca había escuchado que los de nuestra propia especie


se atacaran entre sí.

Sin embargo, si eso era lo que sucedía, no me importaba si tardaba


un par de generaciones más, encontraría el camino de regreso al infierno
y cumpliría mi promesa a Red. Entonces daría un paso más. Y podría
llevar el caso ante el mismísimo Lucifer. Porque esta mierda no debería
estar ocurriendo entre sus seguidores. Usamos nuestra sed de sangre
con los humanos como castigo por la fea mierda que habían hecho en la
Tierra. No nos enfrentamos unos contra otros.

Un leve maullido me sacó de mis pensamientos arremolinados,


haciéndome girar para encontrar a la enfermera dormida en el sofá,
moviéndose con lo que parecía un incómodo sueño.

Curioso, me levanté, y atravesé la habitación hasta situarme cerca


del extremo del sofá, mirándola con su brazo colgado sobre la parte
superior de la cabeza mientras su respiración agitada hacía que sus
pechos se presionaran contra el material de su camiseta, haciendo que
sus pezones medio endurecidos sobresalieran más.

Necesitaba alejarme.

Lo supe incluso antes de sentir que mi pene volvía a agitarse.

Pero no seguí mi propio consejo y me quedé allí, observando su


jodida respiración por un momento antes de notar la forma en que su
espalda se arqueaba un poco mientras dejaba escapar el sonido de nuevo,
mientras su pierna se deslizaba un poco contra el cojín del sofá.
rítmicamente.

Y me di cuenta que no hacía ruidos porque se sintiera incómoda.

Oh no.

Estaba teniendo una especie de sueño sexual.

—Mmm —gimió mientras su pierna se levantaba de nuevo, esta vez


deslizándose por los cojines del respaldo hasta que su pie se plantó. Un
suspiro se le escapó cuando su otra pierna se levantó y luego se abrió,
haciendo que su camiseta se deslizara hacia arriba, exponiéndola
completamente.

—Maldición —siseé cuando el deseo hizo que una fuerte y punzante


sensación recorriera mi pene mientras mi mirada se posaba en su
delicado coño rosado, resbaladizo por su deseo.

El autocontrol nunca había sido un problema para mí. Después de


tantos años de vida, tanto en el infierno como atrapado por encima de él,
muy pocas cosas me parecían lo suficientemente importantes como para
perder la compostura.

Y mucho menos el sexo.


En todo caso, algunos otros supuestos “pecados” eran más difíciles
de controlar cuanto más tiempo había estado allí.

Mi orgullo, concretamente.

Pero no se podía negar que tuve cero autocontrol sobre mí mismo


dos veces en el lapso de unas pocas horas con esta mujer.

Eso tampoco tenía ningún sentido racional.

Sí, era hermosa. Al igual que millones de otras mujeres. Claro, era
inteligente y capaz de hacer su trabajo. Y de nuevo, muchas otras
mujeres también lo eran.

No entendía mi reacción hacia ella.

A no ser que se tratara de simple agotamiento y preocupación por


Red mezclada con la proximidad de Josephine y el hecho de que hacía
tiempo que no tenía sexo.

Aun así, incluso sabiendo eso, ni siquiera intenté reunir las


reservas de control para apartar la mirada, para alejarme.

Maldita sea, me quedé allí. Mirando su coño mientras sus caderas


hacían pequeños círculos a la vez que su sueño se calentaba. La mano
sobre su cabeza agarró el apoyabrazos del sofá mientras su espalda se
arqueaba más.

Si fuera cualquier otra mujer, me habría agachado y habría pasado


mi dedo entre sus pliegues, habría trabajado su clítoris hasta que hubiera
gritado por su liberación.

Pero ella no era ninguna otra mujer que estuviera dispuesta,


felizmente con nuestra compañía, sabiendo qué esperar de nosotros.

Era una mujer robada de la calle y mantenida cautiva muy en


contra de su voluntad.

No podía poner mis manos sobre ella.

No tenía derecho ni siquiera a mirarla en un estado comprometido.

Sin embargo, no me alejé.

Fue el maldito Daemon el que lo hizo. Salió a trompicones de su


habitación con su folla amiga que había traído a casa por la noche, riendo
y tirando algo en la cocina, haciendo que Josephine abriera los ojos de
golpe.
Se sorprendió y luego entró en pánico mientras intentaba recordar
dónde estaba y qué podría estar escuchando.

Entonces su cabeza se movió hacia el extremo del sofá y se posó en


mí.

La sorpresa y el pánico seguían presentes, pero también se mezcló


con otras cosas en ese momento. Confusión, seguro. Pero algo más, algo
que no pude identificar. Sin embargo, fue algo que me hizo moverme
hacia ella en lugar de alejarme, agachándome en el reposabrazos del sofá
y haciendo que ella se diera cuenta de repente de su posición
comprometedora, juntó sus muslos mientras sus ojos se movieron
alrededor.

—Interesante sueño el que estabas teniendo —le dije, recorriendo


su cuerpo con la mirada, viendo la piel enrojecida en sus muslos, su
cuello y sus mejillas.

—Yo... no estaba teniendo un sueño —insistió, dejándome saber


una cosa sobre ella con seguridad. Era una mentirosa atroz. Incluso para
los estándares humanos.

—Lo hacías —repliqué, deslizándome sobre el cojín a sus pies,


haciendo que se levantara ligeramente para darme más espacio.

—No.

—Tu espalda se arqueaba, tu respiración era rápida, tus caderas


se balanceaban —le dije, mirándola negar con la cabeza—. Estabas
gimiendo —agregué—. Y —continué—, tu coño estaba empapado.

—Yo, ah, no —insistió, sonando sin aliento.

—Lo vi yo mismo. ¿Quieres que revise para confirmarlo? —


pregunté, curvando los labios hacia arriba hasta que vi la forma en que
sus labios se separaron y jadeó.

—No puedes.

—Sí puedo —respondí—. Pero solo si me lo dices —dije, acariciando


el interior de su tobillo con la punta de un dedo.

—No puedo.

—¿No puedes o no quieres?

—Es lo mismo.
—Muy diferente —le respondí, con el dedo recorriendo el costado
de su pantorrilla, sintiendo el músculo flexionarse bajo mi toque.

Fue en ese momento que Red emitió un gemido que hizo que la
enfermera se pusiera rígida, volviendo la cabeza hacia ella por un
momento. Cuando me miró, todo el deseo persistente había
desaparecido.

—Detente —dijo, con voz tranquila, pero no hacía falta ser firme
con esa palabra, ¿verdad?

Retirando mi mano, traté de recuperar la calma mientras ella se


deslizaba fuera del sofá y se dirigía hacia Red, extendiendo la mano para
tocar su frente, tarareando a su paciente mientras la observaba.

Se estaba inclinando para inspeccionar la espalda de Red cuando


Daemon y su acompañante empezaron a hacer ruido de nuevo en la sala
de estar.

—No, vamos —dijo la mujer riendo—. Tengo que ir a trabajar.


Tienes que llevarme a casa.

Vi cómo la comprensión cruzó por el rostro de Josephine.

Había alguien más en la casa que no me era leal, alguien que


posiblemente podría salvarla.

Incluso mientras se preparaba para correr, su boca se abrió para


gritar.

Salí volando del sofá y me detuve frente a ella cuando el primer


sonido escapaba de sus labios, presioné mi mano sobre su boca mientras
empujaba su espalda contra la pared.

—Parece que alguien más se está divirtiendo también —dijo la


mujer en la otra habitación.

Tan pronto como las palabras fueron dichas, pude sentir la derrota
de la enfermera recorriendo su cuerpo, haciendo que la tensión
abandonara sus músculos. Aun así, di un paso adelante, presionando mi
frente contra la suya, sintiendo sus pechos aplastarse contra mí.

Su respiración se entrecortó cuando mi pelvis se presionó contra la


suya, haciéndola tan consciente de mi erección como yo.

Mi mirada sostuvo la suya mientras mis caderas se movían


ligeramente, mi polla presionando justo encima de la unión de sus
muslos.
Cuando exhaló su aliento, su pecho se agitó.

Reconocí el deseo cuando lo vi, cuando lo sentí.

Pero mantuve mi cuerpo inmóvil, esperando que ella hiciera el


siguiente movimiento.

—No, detente. —Escuché al otro lado de la puerta, la mujer medio


riendo, medio seria—. Mierda. Esa es mi hermana llamando para
asegurarse de que no me has asesinado —agregó mientras su teléfono
comenzaba a sonar.

Fue justo entonces cuando Josephine se sobresaltó. Casi como si


fuera a luchar contra mi agarre, pero oh, tan convenientemente
moviéndose lo suficiente como para que sus caderas se levantaran y mi
polla se presionara contra su calor.

Un escalofrío la recorrió ante el contacto y sus ojos se agrandaron,


el aire caliente salió con fuerza por su nariz y sobre mi mano que aún
estaba sobre su boca.

Si había consentimiento o no en este punto era dudoso en el mejor


de los casos, pero mis caderas se movieron levemente, rozando su coño,
haciendo que un gemido fuera amortiguado por mi palma.

Ese sonido, por pequeño que fuera, fue mi perdición.

Cualquier control al que me había aferrado se rompió cuando mi


mano libre bajó y tiró de su pierna hacia el lado de mi cadera, abriéndola
para mí mientras me balanceaba contra ella.

Tal vez fue solo un minuto antes de que sus caderas comenzaran a
rozar contra mí, queriendo más, necesitando liberación.

Cuando escuché la motocicleta de Daemon cobrar vida y luego


alejarse, supe que su chica estaba fuera del alcance del oído, bajé la otra
mano. Me preparé para su objeción, para su grito, para algo, cualquier
cosa que no fuera el gemido que se le escapó.

Se me escapó un gruñido bajo cuando sentí que comenzaba el


Cambio. Era una sensación de ardor en mi espalda, en mi frente, donde
mis cuernos amenazaban con salir.

Sin confiar en mí en ese momento, me dejé caer de repente frente


a ella, hundiendo las manos en su trasero mientras me enterraba entre
sus muslos, devorando su coño con un solo propósito, mi lengua y mis
labios trabajaron en su clítoris durante un largo momento antes de que
mi mano se deslizara entre sus muslos, empujando dentro de su apretado
coño, sintiendo las paredes tensarse a mi alrededor, tirando de mí.

Sus manos aterrizaron en la parte posterior de mi cabeza,


sosteniéndose, sin apartarse, mientras sus jadeos se convertían en
gemidos, mientras sus muslos comenzaban a temblar.

Podía sentir que mi lengua comenzaba a bifurcarse.

Debería haberme detenido.

Arriesgarme a exponerme iba en contra de las reglas.

Pero las yemas de sus dedos se clavaron en mi cráneo mientras sus


caderas se balanceaban contra mí, acercándose, suplicando liberación.

Ya no había vuelta atrás mientras la trabajaba con ambos lados de


mi lengua, escuchando sus gemidos guturales mientras la empujaba
hacia el borde, luego justo sobre él, dejándola gritar, cayendo ligeramente
hacia adelante y sobre mí, sus manos se posaron en mis hombros para
sostener su cuerpo mientras sus muslos temblaban.

Lentamente, se inclinó hacia atrás, deslizándose hacia abajo contra


la pared incluso cuando comencé a levantarme, la presión de mi polla
dura contra mis pantalones era demasiado incómoda para estar en esa
posición por un momento más.

Inclinando la cabeza hacia atrás, tomé respiraciones lentas y


mesuradas, recomponiéndome.

Mi mirada bajó de nuevo cuando sentí que mi polla se daba cuenta


que no iba a obtener ningún alivio, encontrándola agachada en el suelo,
mirándome con ojos enormes.

Mierda.

¿Qué diablos estaba haciendo?

No estaba aquí para que me la folle o joda con ella.

Ella estaba aquí para ocuparse de Red.

Nada más.

Un lento suspiro profundo escapó de mí mientras intentaba educar


mi voz para adoptar la fría indiferencia por la que solía ser tan
conocido. Fue más difícil en ese momento que nunca antes.
—A menos que estés ahí abajo para chupármela, mueve tu trasero
y termina de atender a tu paciente —exigí, observando cómo las
emociones cruzaban por su rostro a un ritmo vertiginoso

Confusión.

Conmoción.

Humillación.

Luego, finalmente, ira.

Eso era bueno, me recordé mientras se ponía de pie, con la


mandíbula tan tensa que debían dolerle los dientes cuando golpeó su
hombro contra mi pecho para apartarme y poder pasar. Era bueno que
estuviera enojada, que me odiara.

Eso evitaría que ella reaccionara conmigo en el futuro.

Lo que me ayudaría a mantener la distancia.

Porque en algún momento, y podría ser antes de lo que cualquiera


de los dos se diera cuenta, iba a necesitar matarla.
Jo

¿Qué demonios fue eso?

La humillación y la rabia eran una mezcla embriagadora que me


recorría mientras revisaba las heridas de Red, en busca de signos
tempranos de infección que me hicieran necesitar abrir los puntos de
nuevo.

Me sentía temblorosa y desconcentrada, como si mi cuerpo


estuviera de alguna manera unido a mí, pero no, al mismo tiempo.

Lo cual tenía sentido.

Porque claramente habría perdido la cabeza si hubiera dejado que


eso sucediera.

Ni siquiera estaba segura si tenía algún derecho a estar molesta


por eso.

No le había dicho que no.

No había luchado.

Sin embargo, tampoco había consentido explícitamente.

Por otra parte, ¿cuándo en toda mi vida me


había preguntado algún hombre antes de tocarme?

Nunca, eso fue cuando.

¿Y cuándo había dicho sí, tócame allí?

De nuevo, nunca.

Hasta que, ya sabes, ya estábamos en el camino de las cosas.

Supongo que era una zona gris.


Se podría argumentar que no había forma de que yo consintiera,
ya que mi presencia en esta situación con estas personas iba en contra
de mi voluntad en primer lugar.

Pero no se podía negar que lo había deseado. Que incluso lo había


alentado.

Dios, esa lengua suya.

No tenía ni idea de cómo se suponía que debía sentirme ante toda


la situación, si debía estar enfadada o disgustada. Todo lo que sabía era
cómo me sentía en realidad.

Avergonzada, porque sentía que de alguna manera me había


utilizado, a pesar de que él no había obtenido ningún tipo de
satisfacción.

Pero también confundida, porque él tenía razón. Había estado


teniendo un sueño erótico. Lo cual no tenía sentido en sí mismo. Luego
me desperté y me di cuenta que no era solo una cosa subconsciente, que
de alguna manera estaba teniendo una respuesta física al hombre que
me había sacado de la calle, me había esposado y luego me había retenido
contra mi voluntad.

Solo necesitaba mantenerme alejada de él, eso era todo.

Sería más fácil ahora que había sido un completo idiota, así que no
habría ningún interés persistente en volver a sentir esa lengua y esos
dedos.

Por otra parte, los imbéciles siempre habían sido un problema para
mí en el pasado. Me atraían crónicamente los idiotas. Creía que me había
recuperado de mi evidente problema. Aparentemente no.

—¿Cómo está? —preguntó una voz femenina en voz baja lo que se


sintió una eternidad después, haciéndome girar para encontrar a la
mujer de la noche anterior, Lenore, parada en la puerta sosteniendo un
montón de algo en sus manos.

—Es un poco pronto para decirlo —admití—. Pero si no se infecta


en uno o dos días, creo que podemos dar un suspiro de alivio —le dije,
agitando otro antibiótico en mi mano y luego empujándolo rápidamente
por la garganta de la mujer.

—No está gritando.


No, no lo hacía. Pero tuve la extraña sensación de que, si bien no
lo hacía por fuera, de alguna manera estaba gritando por dentro. No tenía
forma de respaldar esa creencia, pero tampoco podía deshacerme de
ella. Había algo en la forma en que se retorcía, la forma en que sus
párpados revoloteaban, la forma en que le temblaban los labios.

—El analgésico hace maravillas —le dije.

—¿Cómo está tu cabeza? —preguntó—. Donde te golpeaste —aclaró


cuando la miré sin comprender.

Después de lavarme la mugre en la ducha, honestamente no había


vuelto a pensar en eso. Mi mano se levantó automáticamente, tocando lo
que parecía piel sellada.

—Ah, se siente bien. ¿Cómo se ve? —pregunté.

—Se está curando —me dijo—. Esa cataplasma nunca le ha fallado


a mi gente. Funciona de maravilla. Sin embargo, tienes un moretón aquí
—dijo, frotándose debajo del ojo.

—Creo que tengo una conmoción cerebral —concedí, aunque lo


estaba haciendo para intentar convencerme que tal vez era un factor en
mi comportamiento inusual, incluso si sabía que en realidad no tenía
nada que ver con eso.

—No sé qué significa eso —admitió Lenore, encogiéndose de


hombros—. Pero espero que no duela.

—No. Quiero decir que sí. Pero dormir ayudó —le dije—. Bueno,
solo pude dormir un poco. Me despertaron.

—¿Por Red? —preguntó, deslizando la mirada hacia la cama.

—No.

—Oh —dijo, presionando los labios—. Um, Ace puede ser un poco...

—Idiota —comenté.

—Sí, eso —dijo Lenore, compartiendo una sonrisa de complicidad


conmigo—. Pero me pidió que te trajera ropa. Y una manta. También te
preparé un cepillo de dientes en el baño. Pronto estaré preparando el
desayuno. Los hombres no suelen comer conmigo.

—¿Por qué no?

—Algo sobre que como ramitas y hojas —expresó, poniendo los ojos
en blanco—. No como carne —agregó.
—Oh, de acuerdo. Bueno, está bien. No necesito carne —acepté,
sintiendo el rugido de mi estómago. Comería todo lo que pudiera
conseguir.

—No creo que tenga permitido sacarte de la habitación, pero te


traeré un poco cuando termine de hacerlo. Y luego tal vez Lycus pueda
venir aquí y llevarte al baño y demás —dijo, dándome una pequeña
sonrisa antes de entregarme la pila de ropa y mantas, y salir.

Me trajo un vestido amarillo canario largo hasta el suelo y un suéter


que me puse rápidamente, sintiendo que necesitaba las capas de ropa
incluso si no era exactamente el tipo de mujer que usara vestidos, las
faldas largas me resultaban más problemáticas que los pantalones ya que
era muy baja y siempre se arrastraban por el suelo, ensuciándose o
enredándose bajo mis pies.

El resto de ese día transcurrió relativamente sin incidentes.

Lenore me trajo un desayuno de avena con fruta fresca y miel. Para


ser honesta, quizás era un poco una chica de cereales o tostadas de
canela, pero era comestible, y resultó ser la única comida que obtuve
hasta la cena, así que me alegré de haberla tragado.

Lycus, que resultó ser el hombre de Lenore, apareció algún tiempo


después para acompañarme al baño, pero me dejó cerrar la puerta por
completo para tener algo de privacidad.

Él, Aram y un gigante gruñón de aspecto enojado llamado Bael me


ayudaron a mover temporalmente a Red para que pudiéramos poner
sábanas limpias en la cama y así mantener limpias sus heridas.

Le di a Red su medicina para el dolor y otra dosis de


antibióticos. Revisé su temperatura y sus heridas. Le tarareé para
intentar aliviar el infierno por el que estaba pasando por dentro.

Luego, finalmente, con el cansancio tirando de mis párpados, me


arrastré de regreso al sofá, acurrucándome debajo de la manta que
Lenore me había proporcionado a pesar de que la casa ya estaba
demasiado caliente. Solo quería la protección cuando no estaba
consciente.

Finalmente, el sueño me reclamó.

Fue una voz la que me despertó un tiempo indeterminado después.

Baja, tranquilizadora.
La chirriante bisagra está engrasada,

He destrabado la puerta de atrás,

Pero tú no pisas el camino;

¿Y se estropeará la cosa?

Parpadeé lentamente en la habitación mayormente oscura, la única


luz provenía de la bombilla baja de la lámpara de la mesita de noche.

Ace estaba allí tumbado en una silla plegable que debió de traer
consigo, con un pequeño libro abierto en su regazo, con la mirada fija en
él mientras recitaba el poema.

Los gritos de los gallos lejanos resuenan estridentes,

Las sombras están disminuyendo

Y yo estoy esperando, esperando;

pero ¡oh, quédate quieto!

Lo admito, nunca había sido una fanática de la poesía. Quiero


decir, claro, pasé por mi fase de Edgar Allen Poe como cualquier
adolescente que pensaba que su condenada poesía de amor era lo último
en romance, pero aparte de Annabel Lee y El Cuervo nunca me habían
gustado los versos. Ni siquiera cuando había salido con un chico muy
sensible en la escuela secundaria que me arrastró a una cafetería en
ruinas que albergaba lecturas de poesía en una habitación trasera.

Siempre me resultó difícil seguirlos, especialmente los poemas más


antiguos con una redacción más arcaica.

Pero, de alguna manera, con la calma, la confianza y la suavidad


con la que Ace recitaba éste, era extrañamente hipnótico.

—¿Qué es eso? —Me escuché preguntar antes de darme cuenta que


iba a hacerlo.

Ace levantó la cabeza, su fría mirada azul sobre mí durante un


largo momento antes de responder.
—Thomas Hardy.

—¿Cuál es el poema? —pregunté, de repente queriendo saber cómo


empezaba.

—Digo que la buscaré —añadió.

—Es bonito —decidí, sintiéndome titubear por no tener nada más


que decir al respecto.

—Hardy era un romántico —dijo, y aunque no estaba segura de


haber entendido del todo su significado, sonaba como si estuviera de
acuerdo conmigo hasta cierto punto, lo que me hizo sentir un poco menos
tonta

—Es bueno hablar con ellos —le dije, sentándome y tirando de la


manta hasta mis hombros—. Cuando los pacientes parecen perdidos en
sus propias cabezas —aclaré—. Es bueno hablar con ellos. Muchas
personas que se despiertan incluso del coma dicen que pueden escuchar
cosas, pero que simplemente no pueden despertar. ¿Le gusta la poesía?
—pregunté.

—No sé.

—¿No es tu amiga?

—Sí.

—¿Nunca le preguntaste?

—¿Te preguntan tus amigos si te gustan los poetas muertos? —


replicó él.

Probablemente no era una buena idea hacerle saber que en


realidad no tenía amigos. Ni familia. Ni pareja. Cualquiera que se diera
cuenta que había desaparecido, me buscaría.

—Supongo que no —dije, encogiéndome de hombros.

La atención de Ace se centró en Red, luego de nuevo en mí.

—Vamos a necesitar moverla —dijo, principalmente para sí mismo.

—La hemos movido antes —comenté—. Para cambiar las sábanas


—aclaré.

—Me refiero en un auto.

—¿A un hospital?
—No.

—No debería ser trasladada. Está... está cubierta de heridas. Si no


tienes cuidado, los puntos se abrirán.

—Bueno, entonces tendrás que suturarla de nuevo —dijo,


levantándose y dirigiéndose hacia la puerta.

Desde luego, parecía que planeaba llevarme con ellos.

—¿A dónde vas?

—Nos vamos a casa —expresó, saliendo y cerrando la puerta antes


de que pudiera preguntar algo más.

Me quedé sola contemplando sus palabras.

Supongo que pensé que estaban en casa. Ciertamente estábamos


en la casa de alguien. Si no era suya, ¿por qué estaban aquí? ¿Dónde
estaba su casa?

Mi estómago se apretó ante la idea de ser arrastrada a cualquier


otro lugar, pero tampoco era lo suficientemente ingenua como para
pensar que tenía algún tipo de control sobre la situación. No con tantos
hombres en la casa.

Ace, Lycus, Aram, Siete, Drex, Bael y el tipo Daemon al que no


había visto pero sí escuchado. Además de Lenore. Estaba más que
superada en número. Si quisieran llevarme a algún lugar, podrían y lo
harían. Y, en realidad, el único control que tenía era el de no lastimarme
demasiado en el proceso.

Quizás, si cambiábamos de ubicación, eso me daría la oportunidad


de encontrarme con otras personas que podrían ayudarme.

Cualquiera que sea el movimiento, no sucedió ese día.

Tampoco al día siguiente.

No fue hasta el tercer día cuando me despertó un pequeño grupo


de hombres que irrumpió en la habitación, encendiendo la luz del techo
y dejándome con los latidos del corazón frenéticos, intentando obligar a
mis ojos a adaptarse luminosidad.

—¿Qué ocurre? —pregunté, apretando mi manta más fuerte contra


mi pecho.

—Nos vamos —proporcionó Aram, siendo el que parecía


compadecerse más de mí.
—¿A dónde?

—A casa —espetó Ace—. Como te dije.

—¿Dónde está la casa? —presioné.

—No puedo imaginar por qué necesitas saber eso —me dijo
mientras se dirigía hacia la cama, mirando a Red—. Ven aquí y prepárala
para salir.

—No debería ser movida —espeté, deshaciéndome de la manta y


atravesando la habitación—. Ella todavía apenas se está curando.

—Sí, bueno, hemos esperado todo lo posible —informó—. Así que


haz lo que puedas. Porque nos vamos dentro de una hora —expresó
mientras los otros hombres sacaban cosas de los armarios, de las
cómodas y las metían en las maletas.

Con pocas opciones, limpié rápidamente las heridas con solución


salina, la sequé y luego cubrí suavemente la mayor parte con gasa, con
la esperanza de minimizar cualquier desgarro durante el transporte.

Le di otra pastilla para el dolor, luego me giré para encontrarme


con Ace mirándome, con los brazos cruzados sobre su pecho.

—Es lo mejor que puedo hacer —comenté, negando con la cabeza.

—Bien. Aram, trae a Bael y a Ly —indicó—. La vamos a cargar en


la sábana como una camilla improvisada. Tú, ven aquí —exigió,
desafiándome a objetar.

Quise decirle que se fuera a la mierda, pero también comprendí que


lo mejor para mí era no terminar herida. Necesitaba ser astuta. No
necesitaba otra conmoción cerebral.

Así que, con los dientes apretados, me acerqué a él y me di cuenta,


demasiado tarde, lo que pretendía hacer.

Porque mis muñecas estaban rodeadas por las esposas en lo que


parecieron dos segundos.

No me convenía enemistarme con él, pero su fría e indiferente


arrogancia me desagradaba. Parece que no podía controlar mi boca
descontrolada.

—Está bien. Todavía puedo gritar —señalé, encogiéndome de


hombros.
—No —dijo, pero la palabra fue extrañamente suave, casi como una
disculpa.

No lo entendí hasta que levantó la mano y sentí un fuerte pinchazo


en mi hombro.

Miré hacia abajo y vi la aguja saliendo de mi brazo por un segundo


antes de que el mareo se arremolinara a través de mí, haciéndome sentir
como si estuviera flotando, como si estuviera medio dormida en
segundos.

Me balanceé sobre mis pies, y las manos de Ace me rodearon,


atrayéndome hacia su cuerpo, con mi rostro apoyado en su pecho.

Podría jurar que susurró Lo siento antes de quedarme dormida.

Pero no, eso no era posible.

Hombres como él nunca se disculpaban por nada.

Tenían demasiado orgullo.

Pero pronto estuve inconsciente.

Y nada importaba.
Ace

Fue un viaje jodidamente miserable de regreso a casa.

Daemon y Bae partieron primero con Drex, Siete y Aram,


consiguiendo una ventaja en sus motocicletas mientras el resto de
nosotros nos amontonamos en la camioneta con Red y Josephine
inconscientes en la parte de atrás, nuestras propias motocicletas iban en
un remolque.

No podíamos quedarnos un día más, incluso si estaba más


preocupado por mover a Red de lo que dejaba ver. La casa era de
alquiler. Y tenían otro cliente que vendría a quedarse en dos días.

Teníamos que irnos con mucha antelación.

Especialmente cuando viajábamos con una maldita rehén.

Debería haberla llevado al bosque y acabar con ella, pero de alguna


manera me había convencido de que Red podría necesitarla en el largo
viaje de regreso a casa.

Era algo así como un viaje de treinta y cinco horas desde Utah. Pero
había convencido a Lycus y a Minos de que lo condujeran por turnos para
que no tuviéramos que quedarnos en ningún lado.

Había muchas cosas malas que podrían suceder con la condición


de Red desde nuestro punto de partida hasta la llegada. Y razoné que era
más fácil transportar a Josephine con nosotros que posiblemente tener
que secuestrar a otra persona a mitad del viaje.

Había sido idea de Drex drogar a la enfermera para evitar que


llamara la atención. No había tenido ningún buen argumento en contra,
incluso si, por alguna razón, no me gustaba la idea.

Tomé el primer tramo del camino mientras Minos dormía en el


asiento del copiloto y Ly y Lenore dormían juntos en la fila del medio.
Nos detuvimos ocho horas después cuando la enfermera comenzó
a despertar. Paramos en una gasolinera que tenía un baño
independiente, retrocedimos y ayudamos a una aturdida Josephine a
salir, dejando que Lenore la llevara adentro.

—Por favor, no —dijo, su mirada se encontró con la mía en el espejo


cuando entré detrás de ella mientras Lenore salía de nuevo—. No me
siento bien.

—Esto ayudará con eso —dije, sacando la segunda aguja.

—Ace, por favor —suplicó, con los ojos vidriosos—. No voy a gritar
—dijo mientras una lágrima caía—. No me gusta no saber qué está
pasando.

—No pasa nada —le aseguré—. Una persona está conduciendo.


Todos los demás están durmiendo. Incluyéndote a ti —le dije, clavándole
la aguja en el brazo antes de que pudiera pensarlo mejor.

Me sentí mal por habérselo hecho la primera vez cuando no tenía


ni idea de lo que iba a pasar.

Me sentí mucho peor al hacerlo por segunda vez, cuando ella lo


hizo, cuando suplicó que no volviera a suceder.

Pero, traté de consolarme, no iba a hacerle daño. Era solo para


dejarla inconsciente por un par de horas.

La primera vez, para poder conducir.

La segunda vez, para que pudiera dormir.

Tal vez después de que se levantara la próxima vez, podría


mantenerla tranquila sin las drogas.

—¿Cómo está? —le pregunté a Lenore mientras observaba a Red y


yo arrastraba a Josephine a su lado.

—Por lo que puedo decir, está bien. Le di más antibiótico —dijo,


encogiéndose de hombros.

—¿No está sangrando por ningún lado?

—No que pueda ver. La vigilaré mientras duermes —expresó,


dándome una pequeña sonrisa mientras ambos subíamos al asiento
trasero con Minos y Ly en el frente.

Durante las siguientes ocho horas, estuve muerto para el mundo,


el agotamiento de las últimas noches pesaba sobre mí.
—Ace —llamó Lenore, despertándome.

—¿Qué? —pregunté, parpadeando lentamente en la oscuridad—.


¿Qué pasa?

—Ella está llorando.

—¿Red? —cuestioné, frotándome mis ojos secos.

—No.

Me enderecé y me di la vuelta en el asiento trasero en un abrir y


cerrar de ojos, encontrando a Josephine acurrucada de lado, con las
rodillas contra el pecho y las palmas de las manos presionadas contra
sus ojos.

—Minos, tenemos que parar —grité, trepando por el asiento trasero


para meterme en el minúsculo espacio entre la enfermera y Red—. ¿Qué
pasa? —inquirí, extendiendo la mano para posarla en la parte posterior
de su cuello, sintiendo su piel pegajosa y preguntándome si Drex había
jodido la dosis.

—No me siento bien —dijo, gimiendo—. ¿Qué era? —cuestionó.

No necesitaba preguntar para saber qué estaba preguntando. ¿Con


qué la drogué?

Solo sabía que a ella no le iba a gustar la respuesta. Demonios, no


me gustó la respuesta. Pero Drex me aseguró que era lo único que obtuvo
de uno de MC de esa zona y que podía darle con una inyección.

—No importa —le dije—. Debería estar desapareciendo. Te sentirás


mejor en un rato. —En serio tenía la esperanza, no sabía nada al
respecto. Claro, proporcionamos todo tipo de drogas para fiestas cuando
organizamos eventos en nuestro lugar. Pero siempre había trazado la
línea en este tipo de mierda. La mierda de “hacerla olvidar lo que pasó”.

—Mi corazón se siente como si estuviera latiendo fuera de mi pecho


—me dijo, haciéndome estirar la mano hacia su garganta, presionando
mis dedos.

—No es así. Estás entrando en pánico.

—Vaya —dijo, sollozando con fuerza—. Me pregunto por qué. No es


como si mi secuestrador me inyectara alguna droga desconocida o algo
así.
No refuté ante eso porque ella tenía razón. Fue una mierda
hacerlo. Sin embargo, pensé que, si supiera que la elección era ketamina
en su sistema o muerta en el bosque, elegiría estar en un mal agujero
antes que en una tumba cualquier día de la semana.

—Te daremos algo de comida —comenté—. Un poco de café. Te


sentirás mejor.

—Hasta que me vuelvas a inyectar —gimió, balanceándose hacia


adelante y hacia atrás, intentando consolarse.

—No lo volveré a hacer.

—Correcto. Porque eres tan digno de confianza.

No podía esperar que ella confiara en mí. Si había algo que había
notado sobre los humanos durante los últimos cincuenta años, era que
no confiaban en nadie. Incluso si la otra persona no les hubiera dado una
razón para ser tan desconfiados.

Mientras tanto, la había secuestrado, la tomé como rehén, la


manipulé físicamente y ahora la drogué.

Su enfado era comprensible, aunque inconveniente.

No planeamos ninguna parada aparte de cargar combustible.

Llevar a Red a casa era de suma importancia.

Los otros muchachos estarían varios días detrás de nosotros, sin


la opción de conducir por turnos, pero llegarían a un par de filiales MC
en el camino, amigos que habíamos hecho con el tiempo y asegurarían
más suministros que podríamos necesitar para Red en el futuro.

Necesitábamos volver lo antes posible.

Pero no nos serviría de mucho que la enfermera tuviera una


sobredosis en el camino de regreso.

—De acuerdo. Lenore y yo la llevaremos al baño para que se limpie


—expresé, señalando con la cabeza el baño independiente del área de
descanso—. Tú ve a buscarle algo de comida y café —le dije a Minos, el
que más sabía sobre la alimentación de los humanos ya que se había
encargado de alimentar a todas las brujas cuando venían a nosotros
como sacrificios a lo largo de los años.

—Entendido —aceptó mientras estacionábamos, dejando a Ly con


la camioneta y a Red mientras todos nos íbamos por caminos separados.
Lenore estuvo en el baño con la enfermera durante quince minutos
antes de que salieran de nuevo, Josephine apoyándose pesadamente en
Lenore.

—Está mareada —informó Lenore—. Y un poco confundida —


agregó mientras tomaba su otro brazo.

—¿Confundida cómo?

—Me preguntó quién era yo dos veces.

—Está bien. ¿Puedes ir atrás con Red por un rato? —pregunté—.


Necesita que alguien la vigile. Tú sabes más que el resto de nosotros.

—Está bien —estuvo de acuerdo, dejando que ayudara a Josephine


a subir al asiento trasero donde gimió, con la mano presionando su
estómago, luego se inclinó sobre mi hombro, apoyando su cabeza contra
mí.

—Estoy dando vueltas.

—No lo estás —aclaré, agarrándola del brazo para que se quedara


en la tierra. No podía contar cuántas veces había visto a las personas
drogarse en una de nuestras fiestas, dejándolas tumbadas en el suelo
para deshacerse de la sensación de sobrecalentamiento, con los brazos y
las piernas extendidos para tocar las paredes o las mesas, intentando
asegurarse que no estaban, de hecho, dando vueltas.

—Lo estoy —objetó, dejando escapar un gemido mientras


presionaba su cabeza más fuerte contra mí.

Era tan baja que sus pies colgaban justo por encima del suelo, lo
que me hizo agarrarle las piernas, colocándolas sobre las mías para que
se sintiera más estable.

—Eres agradable —declaró, acurrucándose más cerca.

—No lo soy —pronuncié—. En realidad, no lo soy —agregué cuando


vi a Minos salir del local de comida rápida.

En realidad, nunca se me ocurrió que me importara una mierda si


era decente o no. Esa no era exactamente mi naturaleza, ¿verdad? Pero
había descubierto que cuanto más tiempo estábamos todos atrapados
aquí, más conscientes e incluso más preocupados estábamos por nuestra
falta de humanidad. Aparecía en pequeñas formas, a veces incluso con
años de diferencia, por lo que era fácil olvidar que era un problema
creciente.
La última vez que recordé que me importaban los humanos fue
cuando los chicos y yo íbamos a una reunión de motociclistas en Florida
y pasamos por un accidente automovilístico reciente.

Todo en nuestra naturaleza debería habernos dicho que


siguiéramos adelante. No era nuestro problema. Se suponía que no debía
importarnos una mierda si había humanos gritando y pidiendo ayuda
dentro de sus autos destrozados a los que se les había incendiado el
motor.

Sin embargo, todos nos detuvimos al mismo tiempo. Habíamos


trabajado para liberarlos. Habíamos esperado hasta que aparecieron los
paramédicos. Y solo entonces nos pusimos en marcha de nuevo.

Antes de eso, recordé a un niño que fue arrebatado a su madre


mientras ella miraba hacia otro lado. También había intervenido
entonces.

Y antes de eso, mierda, ni siquiera lo sabía.

Pero nada de eso, según nuestra naturaleza, debería haber


sucedido.

No se podía negar que, a medida que pasaba el tiempo,


adoptábamos las formas humanas como propias en muchos
aspectos. Cambiaba nuestra forma de reaccionar ante ciertas
situaciones, ante los propios humanos.

Sabía, como líder, como el más viejo, que era peligroso. Podría
afectar nuestro pequeño pero importante papel en este plano. Sacar a la
superficie la maldad innata de los humanos para que actuaran con más
facilidad. Si nos preocupábamos demasiado por ellos, ¿podríamos seguir
haciéndolo? Si de alguna manera sentíamos que no podíamos, ¿qué decía
eso de nosotros, como criaturas del infierno? ¿Ya no éramos tan
malvados? ¿No seríamos capaces de volver a casa, de retomar nuestros
antiguos trabajos, nuestra única razón de ser?

Era importante separarnos de los humanos y de sus muchas


emociones molestas.

Sin embargo, mientras permanecía sentado con esta mujer casi


desconocida sobre mí, intentando robarme algo de fuerza y estabilidad,
no podía negar que me importaba una mierda.

La culpa no era una emoción que recordara haber sentido


personalmente en el pasado. Sin embargo, me había sentido así varias
veces desde que entré en contacto con esta mujer.
No tenía ningún sentido para mí.

Y no saber las cosas, eso nunca me sentó bien.

—Ugh, no —gimió Josephine cuando traté de hacerla comer.

—Te sentirás mejor.

—Voy a vomitar —me dijo, y Minos le arrebató la bolsa tan rápido


que apenas capté el movimiento.

—Estamos en un auto en movimiento —refunfuñó—. No me voy a


quedar atrapado aquí con vómito. Ya lidiamos con esa mierda en las
fiestas.

Eso era bastante justo. Nunca hubo una fiesta en casa que
organizáramos que no terminara con uno de nosotros limpiando el patio
trasero o fregando uno de los baños.

Los humanos y sus estómagos débiles.

—De acuerdo —pronuncié, alcanzando el café—. Prueba esto


entonces —dije acercándolo a sus labios cuando ella se negó a
tomarlo. Porque una de sus manos estaba metida detrás de mí, y la otra
trazaba con cierta obsesión la barba incipiente que había crecido en mi
rostro sin que me diera cuenta.

—Qué asco —refunfuñó, pero dio un par de sorbos más antes de


volver a apoyar su cabeza contra mí.

—Deberías dormir.

—Mmhmm —estuvo de acuerdo, sonando ya a mitad de camino.

—¿Qué? —pregunté, viendo que Minos me lanzaba una mirada por


encima de su hombro mientras Josephine se desmayaba, con el brazo
cruzado sobre mi cintura.

—No dije nada.

—¿Por qué la mirada entonces?

—Es que esto me resulta muy familiar.

—¿Qué? ¿Como contigo y tu mujer reclamada? —espeté, todavía


más molesto de lo que tenía derecho a estar por algo que entendía que él
y Ly no podían controlar. No tenía idea de quién era la mujer de Minos,
pero sabía que existía. Sabía que ella lo había rechazado. Y sabía que eso
lo había cambiado irremediablemente desde entonces.
—No —dijo, suspirando mientras una máscara cubría su rostro—.
Me recuerda a Ly y Lenore —aclaró antes de volverse hacia delante y
poner algo de esa música de saco triste que tanto le gustaba
últimamente. Música para cortarte las venas era como había escuchado
a Drex describirla, y no estaba muy lejos de la realidad.

Quería deshacerme de su comentario, pero a medida que pasaban


las horas, Josephine trepó sobre mí como un maldito gato dormido hasta
que terminé acunándola en mi regazo, con mis brazos a su alrededor para
que no saliera volando cuando frenábamos o tomábamos una curva, no
pude evitar que giraran alrededor de mi cabeza a un ritmo vertiginoso.

Verás, no había visto las señales con Ly. Supongo que porque
Reclamar era raro entre los de nuestra especie. Y después de que Minos
pasara por eso, pensé que sería todo para nosotros.

Pero en las semanas posteriores a darme cuenta de lo que había


sucedido bajo mis narices, comencé a analizar ese momento en que
Lenore salió de nuestro sótano y encontró su camino hacia el mundo de
Ly.

Minos no estaba completamente equivocado.

Porque Ly siempre había sido duro y rudo e incluso cruel a


veces. Pero había habido una suavidad con Lenore que nunca había visto
con él. Y si fuera totalmente sincero, estaba comenzando a ver algo de
esa misma mierda con la enfermera. Incluso después de solo un par de
días.

No era sólo porque después de haberla probado, prácticamente la


mitad de mis pensamientos se consumían en enterrar mi polla dentro de
ella. Aunque también estaba eso.

Era este tipo de mierda.

Debería haber estado en la parte de atrás, durmiendo con otra


dosis de ketamina. Porque no debería haber importado si ella estaba en
un agujero. No debería haber importado que se sintiera como una
mierda. Porque ella no era un elemento permanente en nuestras
vidas. Estaba aquí por un trabajo. Y luego nos íbamos a deshacer de ella.

Ese pensamiento, sin embargo, hizo que una extraña y aguda


sensación atravesara mi pecho.

En algún momento, me encontré con que también me había


dormido y me desperté cuando Ly anunció que ya casi estábamos en
casa, tenía a Josephine sobre mí, con su rostro acurrucado en mi cuello,
su mano sobre mi corazón y sus piernas apoyadas a ambos lados de las
mías.

Claramente, la había sentido moverse contra mí porque me


desperté con una erección dolorosamente palpitante presionando entre
sus muslos abiertos. La falda de su vestido se había subido para permitir
que sus piernas pasaran a ambos lados de mí, y dado que la clase de
Lenore no creía en la ropa interior, eso significaba que el coño de
Josephine estaba tan desnudo como la última vez que estuve cerca de
ella.

Sin querer, mis caderas se movieron ligeramente hacia arriba,


presionando contra ella, arrancándole un suspiro somnoliento.

Mi mirada se desvió hacia el frente, encontrando a Minos apoyado


contra la ventana, desmayado. Detrás de mí, Lenore también parecía
dormida. Ly estaba concentrado en la carretera. Y la música
quejumbrosa de Minos seguía sonando lo suficientemente fuerte a través
de los altavoces.

Fui un verdadero imbécil por cruzar la línea de nuevo, pero no pude


hacer que me importara una mierda cuando empujé mis caderas hacia
arriba contra ella de nuevo, despertándola con la sensación.

Al principio no respondió, probablemente todavía seguía fuera de


sí por las drogas que salían de su sistema y por el sueño.

Mis caderas se movieron hacia arriba de nuevo, obteniendo un


jadeo silencioso mientras se empujaba ligeramente hacia arriba,
mirándome con esos ojos marrones adormecidos que eran una mezcla de
confusión y calor.

Mis manos se deslizaron por su espalda y se hundieron en su


trasero, presionándola contra mí, viendo como sus labios se abrían con
un gemido silencioso mientras un escalofrío sacudía su sistema.

No se apartó.

No dijo que no.

No, en vez de eso, hizo otro pequeño movimiento con sus caderas.

Eso era todo lo que necesitaba.

Usé su trasero para presionarla contra mí mientras empujaba


hacia arriba, encontrando el ritmo que hacía que su respiración fuera
rápida y superficial, que sus músculos se tensaran, que le fuera
imposible mantener sus sonidos.

Mi mano se dirigió hacia la parte posterior de su cuello,


presionando su rostro con fuerza contra mi hombro para amortiguar sus
sonidos mientras la empujaba hacia arriba, luego sobre el borde,
sintiendo su cuerpo estremecerse cuando un gemido gutural vibró contra
mi camiseta.

No se movió después, simplemente se aferró a mí mientras las


réplicas atormentaban su sistema. Satisfecha. Mientras mi polla todavía
palpitaba por la liberación.

No me malinterpretes, si no estabas consiguiendo que la mujer con


la que estabas se excitara también, no le veía el sentido. Pero no recuerdo
la última vez que me alejé de un encuentro sexual con una mujer y no
terminé.

Ahora había follado con esta mujer dos veces. Dos veces. Y no
conseguí nada.

¿Qué diablos estaba pasando conmigo?

—Estamos aquí —anunció Lycus, haciendo que Minos se


sobresaltara mientras se despertaba. Detrás de nosotros, pude ver que
Lenore también se incorporaba.

Tomando una respiración firme, me enderecé, empujando a


Josephine fuera de mi regazo, intentando devolver algo de calma a mi
sistema.

—Volveré por Red —espeté, agarrando a Josephine por la muñeca


y arrastrándola fuera del vehículo conmigo, hasta el camino de entrada,
a través de la puerta principal, y al piso de arriba.

A la habitación de Red.

La quería en la mía.

Y esa era exactamente la razón por la que no podía estarlo.

Necesitaba alejarme un poco de esta mujer.

Porque tenía la clara sensación de que algo iba a suceder si no lo


hacía. Algo parecido a lo que había pasado con Minos y Lycus.

Y eso no podía suceder.


Jo

Vivían en una mansión.

No sé por qué eso fue tan impactante para mí, pero mientras Ace
prácticamente me arrastraba fuera del todoterreno, no pude evitar sentir
un poco de asombro por la enorme casa de piedra gris con sus
abundantes ventanas, su absoluta privacidad en un terreno gigante con
todo un bosque a su alrededor.

Perfectamente aislada.

Lo cual no era un buen augurio para mí, ¿verdad?

Pero no dejé que mi mente se desviara hacia allí mientras Ace abría
la puerta principal y me empujó adentro, su mano apretando mi muñeca
que apenas comenzaba a perder los moretones de las esposas de esa
primera noche.

Traté de decirme que estaba fascinada con la casa porque estaba


intentando aprender la distribución para poder encontrar una manera de
escapar un día o una noche cuando todos estuvieran ocupados.

Sin embargo, la cuestión era que me había criado muy


pobre. Estaba acostumbrada a apartamentos baratos en barrios malos
donde nunca nada estaba tranquilo, ni siquiera en medio de la noche
cuando intentaba dormir. Estaba acostumbrada a los muebles de
segunda mano con agujeros, marcas de quemaduras y olores extraños
que nunca desaparecían del todo, sin importar con cuánto perfume
barato lo rociara mi madre.

Y aunque de adulta me había ido decentemente bien, eligiendo una


carrera estable que pagaba relativamente bien, especialmente para una
mujer soltera, nunca había visto la grandeza real de cerca y
personalmente.

Era como visitar la casa de una celebridad. Sin señalar las cosas,
Ace me arrastró hasta la escalera principal, dándome sólo un breve
vistazo al interior de lo que parecía ser una biblioteca, lo cual tenía
sentido ya que a Ace claramente le gustaban los libros, y lo que parecía
ser una cocina hacia la parte trasera de la casa.

Había exuberantes alfombras orientales a lo largo del pasillo,


luciendo caras y suaves, pero no pude comprobar esa teoría por mí
misma ya que Ace seguía subiendo las escaleras a un ritmo vertiginoso,
pareciendo olvidar, o simplemente sin importarle, que mis piernas fueran
mucho más cortas que las suyas, así que cada paso que daba era dos
para mí.

Además de eso, todavía no estaba del todo bien después de que me


drogara por segunda vez.

Desafortunadamente, he tenido que lidiar con una buena cantidad


de sobredosis en mi línea de trabajo. Reconocía un mal viaje cuando lo
estaba experimentando. Y a juzgar por el hecho de que me inyectó en
lugar de meterme una pastilla en la garganta, me sentí relativamente
segura al asumir que había sido ketamina. Una de las varias drogas que
se utilizaba para una violación.

No quise considerar por qué él tenía acceso a tales cosas.

Estaba claro que no las necesitaba para obligarme a olvidarme de


mí misma y dejarle hacer cosas conmigo.

Sin embargo, eso no era del todo justo, ¿verdad?

No hubo coacción. Me había dado tiempo suficiente para


objetar. Simplemente no lo hice. Y ni siquiera podía comenzar a
comprender por qué era eso.

Claro, tenía un deseo sexual normal y saludable.

Y sí, él era un hombre atractivo.

Pero eso nunca había sido suficiente para que me olvidara por
completo de mí misma y dejara que alguien me llevara al orgasmo en un
entorno público.

¿Qué diablos fue eso?

Tal vez ahora que estábamos en una ubicación permanente,


tendría algo de tiempo y espacio para trabajar con mis pensamientos
turbulentos e incómodos.
Por el amor de Dios, ni siquiera sabía dónde estábamos. Debería
haberme concentrado en intentar resolver esto, no dejar que mi maldito
captor me pusiera las manos encima.

—Aquí —espetó Ace, prácticamente arrojándome al interior de un


dormitorio, haciéndome tropezar, necesitando agarrarme del costado de
la cama con dosel para estabilizarme.

—¿Qué? ¿No vas a cerrar las ventanas con clavos? —pregunté,


fulminándolo con la mirada

—Si quieres tirarte de un segundo piso por la ventana, adelante —


pronunció con tono mordaz.

Y con eso, volvió a salir, cerrando la puerta.

No imaginé que esta fuera mi oportunidad de escapar, así que


respiré profundamente un par de veces antes de mirar alrededor de la
habitación.

Imaginé que este era el dormitorio de Red a juzgar por el aspecto


más femenino que presentaba, desde las almohadas en la cama hasta el
sofá de terciopelo verde bajo las enormes ventanas que, como sugirió Ace,
conducían a una gran caída. El tipo de caída que rompería todos los
huesos de tus piernas si no te mataba directamente.

Así que eso estaba descartado.

Intentando no sentirme derrotada, entré al cuarto de baño adjunto,


encontrando todo blanco brillante. Incluyendo una bañera profunda.

Todo estaba ordenado. No había toques personales por ahí. Así que
supongo que Red era una persona ordenada.

Yo tenía al menos media docena de cosas sobre el lavabo en un


momento dado. Siempre me dije que sería una de esas personas que
guardan las cosas a medida que la usan, pero nunca sucedió.

Escuchaba voces en el pasillo, luego en el interior del dormitorio


cuando trajeron a Red.

—¿Cómo está? —pregunté, mirando a Lenore, esperando que la


hubiera estado vigilando mientras yo estaba incapacitada.

—Parece estar bien —afirmó Lenore, bajando el edredón para que


los hombres pudieran deslizar a Red sobre la cama.
—Agarraré los suministros —anunció Ace, dirigiéndose hacia la
puerta, pareciendo abrazar la otra pared simplemente para estar lo más
lejos posible de mí.

—¿Vas a mirarla? —preguntó Lycus, haciendo que mi atención


volviera a centrarse en él.

—Por supuesto —acepté.—. Todos pueden irse —agregué—. Me


imagino que Red apreciará su privacidad —les dije.

La pobre mujer había estado casi, si no completamente, desnuda


alrededor de estos hombres durante días. Incluso las mujeres más
seguras de sí misma que conocía no dejaban todo al descubierto frente a
sus amigos varones. Si eso era lo que esta gente era para ella. Ni siquiera
lo sabía. No entendía su dinámica.

Había motocicletas y chaquetas de cuero.

No podía decir que supiera mucho de ellos, pero supuse que tenían
algún tipo de club de motociclistas. Lo que explicaba su disposición a
secuestrar y robar, supongo.

—Estoy jodidamente agotado —dijo Ly, dejando caer un brazo


sobre los hombros de su mujer—. Ven y hazme compañía —agregó,
arrastrándola con él.

—Si necesitas algo, estamos dos puertas más abajo —me informó
Lenore, dándome una sonrisa antes de que se la llevaran.

—Necesitas comida, ¿verdad? —preguntó Minos, estirando su largo


cabello para recogerlo en un moño—. Te ofrecimos comida en la última
parada, pero no quisiste comer.

Mi estómago se había sentido como si alguien lo estuviera


estrujando en ese entonces. ¿Pero ahora? Estaba hambrienta.

—Muero de hambre —acepté—. Gracias —agregué.

Aparte de Aram, que no estaba por ningún lado, tenía el mejor


presentimiento sobre Minos. Y supuse que no era malo para mí llevarme
bien al menos con algunas de estas personas.

Minos no dijo nada mientras salía de la habitación y cerraba la


puerta detrás de él.

Sola, me moví hacia Red, bajé la sábana, revisé sus heridas,


busqué su pulso y temperatura. Aparte de algunos puntos en su espalda
que se veían un poco rojos, probablemente por moverse en el auto, se
veía bastante bien. Teniendo en cuenta todo esto.

Una vez que tuviera los suministros, le daría otro enjuague de


solución salina y otra dosis de su medicamento. Pero en uno o dos días
más, probablemente podríamos bajarle el medicamento para el
dolor. Estaba en una dosis muy fuerte, y tal vez fuera la razón por la que
todavía estaba tan fuera de sí, perdida en su propia cabeza.

Ahora sabía un par de cosas sobre estar drogada. Y llegar a la


superficie de tu conciencia se sentía como nadar a través de la
melaza. Red no había tenido un descanso de las drogas todavía, por una
buena razón, su dolor habría sido insoportable, pero tan pronto como
pudiéramos, necesitábamos darle la oportunidad de salir a la superficie
de nuevo.

—Eso es todo por ahora. —La voz de Ace me sobresaltó,


haciéndome girar para encontrarlo dejando caer una bolsa en el sofá—.
Quédate aquí.

Con eso, se fue, cerrando la puerta.

Supuse que eso era todo hasta unos quince minutos más tarde,
cuando escuché perforaciones. Luego, el deslizamiento de una cadena en
el otro lado de la puerta.

Así que eso fue todo.

A menos que uno de ellos viniera a ver cómo estaba Red o me


trajera comida, estaba encerrada.

Después de un par de horas de pasear por el dormitorio, comencé


a considerar seriamente la posibilidad de atar toda la ropa de cama y la
ropa del armario de Red para descender por la ventana como en una
película de prisiones.

Al final, sin embargo, asalté el armario de Red, con la intención de


darme una ducha y luego descansar un poco.

El único problema era que Red era el tipo de mujer que estaba
convencida de que era producto de las mentes de los cineastas
masculinos, no una que de hecho existía. Era el tipo de mujer que no
tenía ni un solo pijama “cómodo”. Oh no. Era el tipo de mujer que prefería
el encaje y la seda. Todo corto y ajustado.

Su ropa de día era similar. Vaqueros ajustados, faldas cortas,


blusas con mucho escote y ceñidas.
En un suspiro, le robé algunas de sus bragas y un conjunto de
camiseta sin mangas y pantalón corto de seda color burdeos forrado de
encaje negro. Era demasiado sexy. Pero estaba limpio. Y eso era en
realidad todo lo que importaba después de estar con el mismo vestido
durante días.

Así que me duché y usé todos los diversos productos de belleza de


Red, luego tomé una de las muchas mantas del armario, preguntándome
todo el tiempo cuál era la obsesión de esta gente con el calor, y me subí
al sofá para dormir, al menos poco reconfortada por la puerta cerrada.

Verás, el problema con las puertas cerradas era que podían abrirse.

Cuando estabas inconsciente, vulnerable y desprevenido.

Me desperté lentamente, el sueño se aferraba obstinadamente a


mis pensamientos, dejándome tumbada allí con los ojos cerrados,
adormecida un poco por el timbre bajo de la voz de un hombre en la
habitación. Me tomó uno o dos minutos darme cuenta que lo que estaba
escuchando no era lo que quería escuchar.

La voz de Ace.

En la misma habitación que yo.

Mis ojos se abrieron de golpe, parpadeando lentamente en la


oscuridad de la habitación, encontrando la fuente de la voz.

Ace estaba sentado en una sillón de cuero marrón que no estaba


en la habitación cuando me fui a dormir. Él se había puesto pantalones
de chándal grises y una sudadera con capucha negra, a pesar de que el
termostato probablemente estaba en torno a los veintisiete grados.

Tenía un libro abierto en las manos, uno mucho más grueso que el
anterior.

Por fin he pospuesto el amor,

Por dos veces en diez años...

Quería odiar al hombre.

Ciertamente se había ganado mi burla.


Pero me sentí cautivada por el suave sonido de su voz, la forma
confiada y familiar en que su boca se movía sobre las palabras.

Volví a cerrar los ojos, queriendo que pensara que todavía estaba
dormida para poder escucharlo leer por un rato más.

No pretendía entender mi reacción hacia él.

Ni siquiera entendía mi aparente nuevo interés por la poesía


antigua.

Había algo hipnótico en la forma en que recitaba los poemas, con


una especie de reverencia que me atraía inexplicablemente.

—¿Has terminado de fingir que estás dormida? —preguntó Ace,


haciéndome sobresaltar ante el repentino cambio de tono.

Su voz lectora era suave y relajante.

La voz que usaba conmigo era aguda, cortante.

Como si estuviera molesto conmigo.

¡Conmigo!

Mientras tanto, era yo quien fue arrancada de la calle, esposada,


herida, cautiva, utilizada y drogada.

El bastardo.

—Esperaba que te callaras y te marcharas —le dije, sentándome y


levantando la barbilla.

—¿Te has vestido así para decirme que me vaya a la mierda? —


indagó, cerrando su libro mientras su mirada recorría mi piel expuesta. Y
había mucha, gracias al estilo característico de Red.

—Para tu información, Red parece ser alérgica al algodón y a la


comodidad —expresé, confundida y molesta por la forma en que la piel
sobre la que se movía su mirada se sentía repentinamente cálida y
sensible. Estaba segura que, si miraba hacia abajo, encontraría un rubor
en mi pecho y cuello. Así que seguí adelante y no miré hacia abajo. No
necesitaba una prueba de lo mal que estaba con toda esta situación, y
con este hombre en particular.

Él ignoró eso, probablemente sabiendo que era verdad.

—¿Ningún comentario fascinante sobre la selección de poemas esta


noche? ¿Eran, quizás, bonitos? —preguntó, ni siquiera intentando fingir
que no se estaba burlando de mí, echándome en cara mis propias
palabras.

—¿Por qué eres tan idiota? —espeté, demasiado molesta como para
preocuparme por mantener la paz, por no provocar a mi captor—. Quiero
decir, ¿de dónde sacas eso de ser tan desagradable? ¿Fuiste tú el
secuestrado, retenido en contra de tu voluntad y drogado? Si me
encuentras un estorbo, puedes dejarme ir. Incluso dejaré que mi maldito
yo salga —dije, quitando la manta y dirigiéndome hacia la puerta.

No era como si pensara que realmente me dejaría ir.

Estaba harta de ser una buena cautiva mientras él me hacía sentir


miserable y confundida.

Mi mano apenas se cerró alrededor del pomo de la puerta cuando


escuché un gruñido, con un sonido tan animal que sentí que el corazón
se aceleraba en mi pecho, un segundo antes de que una mano golpeara
la puerta sobre mi cabeza mientras otra mano agarraba la parte de atrás
de mi cuello tirando de mí hacia atrás, haciéndome girar a la fuerza. Su
mano se deslizó alrededor de mi cuello hasta mi garganta, presionándome
contra la puerta.

—No me pongas a prueba —exigió, con una voz más ronca de lo


que había oído.

Y sus ojos.

Sus ojos ya no parecían tan azules.

Parecían rojos.

Pero no.

Eso no tenía ningún sentido.

Las personas no tenían ojos rojos.

Era solo un truco de luz.

Tragué saliva.

Porque se suponía que debía estar aterrorizada.

¿Por qué, entonces, había algo más atravesando mi sistema? ¿Algo


cálido y líquido, algo que hacía que mis terminaciones nerviosas se
sintieran como si estuvieran tarareando, algo que me hacía muy
consciente de un peso opresivo en la parte inferior de mi estómago?
—¿O qué? —Me escuché haciendo la pregunta como si de repente
estuviera fuera de mi cuerpo, observando cómo una versión extraña,
audaz y atrevida de mí decidía intentar enfrentarse frente a frente con su
captor.

—Deberías mantener la boca cerrada, Josephine —pronunció mi


nombre, y sonó demasiado bien saliendo de su lengua—. O le encontraré
algún otro uso —agregó.

Era una amenaza.

Sin embargo, mi sexo se tensó al oírlo.

—Dijiste que no me obligarías —le recordé, sintiéndome un poco


mareada por la presión de las yemas de sus dedos a cada lado de mi
garganta.

—¿Crees que necesito forzarte? —desafió, deslizando la mano hasta


mi hombro, empujando hasta que empecé a ponerme de rodillas.

Sabía que me iba a odiar por esto, pero mis manos se levantaron,
agarraron la parte delantera de sus pantalones y comencé a bajarlos.

Sin embargo, no tenía idea de lo mucho que iba a estar disgustada


conmigo misma cuando su mano de repente agarró mi barbilla, clavando
sus dedos.

—Te lo dije —dijo, con los ojos tan fríos como su voz.

Y con eso, volvió a poner los pantalones en su lugar, me esquivó y


salió de la habitación, cerrando y bloqueando la puerta.

Me dejó en el suelo sintiéndome patética y rechazada.

Lo cual era apropiado, supongo.

Porque había sido patética.

¿Qué diablos estaba pasando conmigo? ¿Por qué iba a querer a


alguien que me había tratado como él?

Quizás era algo primitivo.

No se podía negar que Ace era extremadamente alfa, dominante, el


líder de este grupo de hombres y mujeres. Como tal, tenía todo el orgullo
y la arrogancia que conlleva esa posición.
Y tal vez una parte de mí, la de mujer de las cavernas enterrada
durante mucho tiempo, respondió a eso, reconoció que sus genes serían
viriles, que sería un feroz protector.

Esa era la razón por la que las mujeres, mujeres maduras,


inteligentes y educadas, a menudo se encontraban con chicos malos y
perdedores, ¿no?

Era algo químico.

No personal.

Podía aceptarlo. Incluso podría, ahora que reconocía lo que era,


debía evitarlo en el futuro.

Al menos ese era el plan.

Porque el último hombre en el mundo al que en serio podría desear,


en más de un nivel físico, era ese imbécil ególatra, que llevaba un suéter
de abuelo y leía poesía.

Quiero decir, los ojos del hombre se volvían locos cuando estaba
molesto. Si eso no era una bandera roja, no sabía qué era.

Y, claro, yo tenía un historial de gusto por los imbéciles.

Pero estaba intentando ser una mejor persona.

Ya sea que mis asuntos femeninos quisieran o no estar de acuerdo


conmigo.

El deseo era la mente sobre la materia, ¿verdad? Por eso, tan


pronto como tu novio se convertía en tu ex, te disgustaba la idea de que
te volvieran a tocar.

Solo necesitaba recordarme que Ace me disgustaba.

Resultó más fácil de lo que pensaba porque durante los siguientes


tres días no vi a Ace.

Vino todas las noches a leerle a Red, pero fingí estar dormida y no
volvió a llamarme.

Su voz todavía seguía siendo como sexo líquido, pero cuando


surgieron esos pensamientos, recorrí los aspectos más destacados de su
idiotez en mi mente. Eso ayudó.

Al igual que la distancia física.


Hasta que casi olvidé que la atracción ya estaba allí.

Finalmente, los otros hombres se apresuraron a subir por el


camino de entrada.

Drex entró para reponer los suministros, lanzando miradas


curiosas a Red, a quien le había bajado la dosis de los analgésicos, pero
aún no mostraba signos de regresar al mundo.

No lo dije, porque nadie me lo preguntó, pero de hecho estaba


comenzando a preocuparme por ella. No tanto a nivel físico. Ella se
estaba curando, lento pero seguro. Pero sí mentalmente,
emocionalmente. No podía pensar en una razón por la que siguiera
atrapada en su mente. Aparte del impacto psicológico de los eventos que
la dejaron azotada, golpeada y horriblemente herida.

Ese tipo de cosas eran suficientes para causar algún tipo de


ruptura psicológica. Quiero decir, no podía decir que fuera una experta
en ese campo, pero había visto a varias víctimas de agresiones entrar
muy desconectadas para que les hicieran las pruebas y les curaran las
heridas.

Ni siquiera había podido hacerle un kit de abuso sexual a Red. Si


algo así había sucedido. Incluso si no lo había hecho, el daño que había
sufrido en todas partes era más que suficiente para traumatizarla.

Fue la noche después de que los otros hombres regresaran a casa


cuando me desperté con un tipo diferente de voz en la habitación.

La de Ace, pero no el timbre lento y reconfortante que usaba


cuando le recitaba poesía a Red. Este era un tono doloroso y desesperado
que nunca había escuchado de él antes.

—Maldita sea, Red, tienes que despertarte —exigió.

Abrí los ojos para mirarlo y lo encontré con su libro de poesía


habitual en las manos, pero con los brazos apoyados en la cama junto a
ella, con los hombros caídos y la cabeza colgando.

—Necesito saber quién hizo esto. —La forma en que lo dijo me hizo
creer que quería saber no porque quisiera denunciarlos a las autoridades,
sino porque planeaba tomar la justicia por su mano.

Nunca había sido una fanática de la justicia por mano


propia. Había visto demasiados casos de personas siendo feas entre sí en
los hospitales en los que había trabajado. Pero solo por esta vez, estaba
bastante segura que podría tolerar una especie de venganza ojo por ojo.
Nunca había visto a nadie tan maltratada como lo había sido Red.

Alguien tenía que pagar por eso.

Se sentiría como si la balanza se inclinara hacia el mal en el mundo


hasta que eso sucediera.

—Maldición, esto nunca debe haber sucedido —agregó con voz


ronca—. Se supone que debo cuidar de todos ustedes.

No quería sentirme mal por él.

Pero había una crudeza en su tono que no había escuchado


antes. Y una parte de mí respondió.

Porque, claramente, él se sentía responsable de una forma u


otra. Porque era su líder. Porque creía que su trabajo era protegerlos a
todos. Y ella había sido horriblemente abusada sin que él pudiera
impedirlo.

No era culpa suya, por supuesto. La gente hacía cosas perversas


todos los días, y ninguna cantidad de amor y protección podía ayudar a
veces. Sucedieron cosas malas porque existían personas malas. Nadie
tiene ningún control sobre eso.

—No fue tu culpa —dije, haciendo una mueca, sabiendo que estaba
rompiendo mis reglas sobre no hablar con él, no conectarme con él de
ninguna manera.

La cabeza de Ace se movió y me miró.

Vi el dolor que había escuchado en su voz.

—No sabes de lo que estás hablando. —Había un indicio de esa


condescendencia que había comenzado a asociar con él, pero sonaba más
forzado de lo habitual.

—¿La azotaste? —pregunté, recostándome en el sofá.

—No.

—¿La sujetaste mientras alguien más lo hacía? ¿Te quedaste al


margen y no hiciste nada mientras ellos le hacían eso?

—No.

—Entonces no es tu culpa. La gente es malvada a veces —comenté,


encogiéndome de hombros—. No hay nada que podamos hacer al
respecto. Y castigarte por eso no va a cambiar lo que pasó.
—No busco cambiar lo que pasó —expresó, levantándose—. Busco
arrancarles la piel a los bastardos que hicieron esto —explicó, con un
tono gélido mientras cruzaba la habitación hacia la puerta.

Sin embargo, lo más aterrador fue el hecho de que sentí que él


hablaba en serio. No solo lo decía en serio, sino que absolutamente creía
que era capaz de algo tan horrible.

No fue hasta media hora más tarde, después de ocuparme de Red


una vez más, que me di cuenta de algo.

Se había marchado furioso.

Había cerrado la puerta de un portazo.

Pero no la había cerrado con llave.

Esta podría ser mi única oportunidad de escapar.


Ace

—¿Por qué no se está recuperando? —preguntó Aram—. Se ve


mejor.

Por fuera, sí, lo estaba.

La hinchazón en la cara le estaba bajando. Las heridas se


mantenían cerradas por los puntos de sutura, parecían menos
enrojecidas.

Se estaba curando.

Pero solo por fuera.

Había estado operando bajo la idea errónea de que solo los


humanos tenían problemas con la cabeza. Parecía algo que venía con las
mierdas molestas como una conciencia y un alma. Los problemas de
ansiedad, depresión y psicosis eran inexistentes en nuestro mundo. Al
menos hasta donde sabía.

Así que, ver a Red sufrir con eso era frustrante por muchas
razones.

Primero, porque necesitábamos saber quién lo había hecho, para


poder hacerle pagar.

Segundo, porque no conocía el protocolo para un maldito demonio


psicótico o traumatizado. ¿Cuáles eran las posibles repercusiones de eso?
No era como si alguna vez hubiera un final a ese tormento si no podía
resolverlo y arreglarlo.

—Estoy investigando —le aseguré a Aram, intentando no sonar tan


frustrado como estaba por su monólogo sobre la condición de Red.

Todos estábamos jodidamente preocupados.

No necesitábamos que nos lo recordaran constantemente.


—¿Qué dice la enfermera? —preguntó Drex, arremolinando su
vaso, pero sin beberlo.

—No mucho —murmuré, levantándome para escanear el lomo de


los libros en la biblioteca, intentando ver si había un texto antiguo que
hubiera olvidado y podría contener las respuestas que todos queríamos—
. ¿Qué? —grité cuando sentí sus miradas sobre mí.

—Solo me estaba preguntando si estabas siendo tu ser encantador


de siempre eso es todo, jefe —dijo Daemon, lanzándome esa sonrisa
arrogante suya.

—Tiene un punto —coincidió Drex, asintiendo—. Quiero decir, le


pusiste ketamina. Dos veces.

—¿Ustedes, genios, tenían otra forma de llevarla a través del país


sin hacer sonar las alarmas con los humanos? —pregunté, volviéndome
hacia ellos—. No es mi trabajo ser amable con ella. Si alguien más quiere
sacarle información, son bienvenidos.

—Encantador, debe estar hablando de mí —decidió Daemon,


haciendo que Bael ponga los ojos en blanco, pero ninguno de nosotros se
movió para detenerlo, sabiendo que probablemente él era el único de
nosotros que podía llegar a cualquier parte con ella. Especialmente
después de que jodiera con su cabeza y cuerpo, confundiéndola, haciendo
que me odie.

Deamon, en su corto tiempo en el plano humano, había


demostrado una y otra vez que tenía un don con las mujeres humanas.
La mierda que no funcionaba con las mujeres de nuestra especie era
como droga para las de aquí.

—Daemon —llamé, odiándome desde ya, pero al mismo tiempo sin


ser capaz de evitar que las palabras salgan.

—¿Sí, jefe?

—No la jodas —le dije, levantando una ceja.

—Tengo otros encantos —dijo, encogiéndose de hombros. Si estaba


leyendo mi advertencia, no lo dejó ver.

Sabía que era mejor no esperar que los demás me mostraran el


mismo respeto.

—No follamos con las rehenes —aclaré antes de que pudieran leer
demasiado.
—Excepto Ly —aclaró Drex.

—Cuidado —espeté, suspirando.

—Este lugar es una morgue —declaró Drex, engullendo su bebida


y luego poniéndose de pie—. Me voy al club.

—¿En serio este es el momento para eso? —preguntó Aram,


molesto—. Red está…

—¿Prácticamente catatónica? Sí, lo noté —dijo Drex—. Saben que


Red me importa, pero que su puta vida esté en espera no significa que la
mía deba estarlo —le dijo a Aram, y luego salió por la puerta.

—¿Qué? —espeté, mirando a Bael quien me estaba dando una


mirada.

Se encogió de hombros ante eso.

—No es mi problema.

—Te estoy diciendo que lo hagas tu problema —exigí.

Si bien nunca se mostraba desafiante o irrespetuoso en apariencia,


la tendencia de Bael a verse como un ente separado del resto de nosotros,
a pesar de estar en el mismo barco, hacía que sea difícil tratar con él en
los días buenos. Y no había muchos de esos con él.

—Ha pasado todos los minutos libres en ese club durante meses.

No los vigilaba a todos. Era su líder, no su puto padre. No les


preguntaba adónde iban cuando se iban ni exigía conocer los detalles de
sus vidas privadas.

Sabía que Drex salía mucho. Pero viendo que no había mucho que
hacer en la casa a menos que estuviéramos de fiesta, supuse que estaba
buscando una manera de entretenerse. Como era su derecho. Hacía
mucho tiempo que dejé de encontrar interesante la sociedad, eligiendo en
cambio quedarme a leer, estar al tanto de las tendencias de modo que
nunca termináramos “desactualizados” mientras el mundo avanzaba a
nuestro alrededor.

No me di cuenta que pasaba todo su tiempo en un solo lugar.

No podía imaginarme por qué carajo importaba.

—¿Y? —pregunté, encogiéndome de hombros.

—¿Sabes a qué club irá? —preguntó Bael.


Tenía que admitir que, podría haber sido un imbécil, pero había
sido rápido en captar generaciones llenas de conocimientos, aprendiendo
a usar electrodomésticos, una jerga nueva, cómo funcionaba la sociedad
humana. Era impresionante.

El hecho de que él supiera las diferencias entre clubes era mucho


más lejos de lo que el resto de nosotros habríamos llegado si hubiéramos
aparecido en esta era mucho más moderna.

—No lo hago, claramente. No puedo imaginar que importe.

—Irá al Santuario —dijo Bael, el nombre sin significar nada para


mí.

—Es un club de perversiones —explicó Siete.

—¿A quién carajo le importa? —pregunté. La proclividad de Drex


hacia los estilos de castigo sexuales era bien conocida, lo había sido
durante años. Afortunadamente, las mujeres humanas habían disfrutado
siendo azotadas en el culo y cortándoles el suministro de aire desde el
principio de los tiempos.

—Para personas como nosotros —explicó Siete.

—No somos personas.

—Exactamente —intervino Bael.

—¿Me estás diciendo que hay un club de demonios por aquí y esta
es lo primera jodida vez que escucho de eso?

—No solo nosotros —dijo Siete—. No hay muchos de nosotros


atrapados por aquí. Y no hay muchos en esta área del mundo. Pero allí,
van otros que no deberían existir, como nosotros.

—¿Cuándo he sido alguien para las sutilezas? —pregunté.

—Hay cambiaformas, Hijos de Lilith, chupadores de sangre y todo


tipo de mierda —me informó Siete, las palabras aterrizando como una
bomba.

Cambiaformas, lo que sea.

Habíamos estado chocando con varios cambiaformas desde que


tengo memoria.

¿Pero íncubos, súcubos y malditos vampiros? ¿En el área? ¿Todos


en un solo club? Eso era algo que debería haber sabido hace mucho
tiempo. Especialmente si Drex estaba pasando tiempo con todos ellos.
—Se llama Santuario por una razón —explicó Siete—. El dueño
logró que algunas brujas hechicen el lugar. Nadie puede pelear allí. Todos
están allí para pasar un buen rato.

Solo porque nadie pudiera pelear mientras estaba allí no


significaba que no se pudieran hacer enemigos.

Y aunque los cambiaformas y los Hijos de Lilith podían ser


asesinados si era necesario, no se podía decir lo mismo de los chupadores
de sangre. Los problemas con ellos podían durar cien años o más.

—Necesito saber por qué nadie pensó que era importante decirme
eso…

—Oye, jefe —llamó Daemon, bajando las escaleras, con las manos
en alto—. No dispares al mensajero, pero la enfermera hermosa no está
en la habitación.

—Probablemente está en el baño —le digo—. Ha estado tomando


baños. —Y mi patético trasero había estado escuchándola tenerlos todos
los días, negándose a dejar que mi mano se estire y se ocupe de la
erección dolorosa que me producía la sola idea de ella en un baño.

—Me temo que no —dijo Daemon, encogiéndose de hombros—. La


puerta estaba desbloqueada.

Había salido furioso.

Recordaba haber golpeado la puerta.

Pero no bloquearla.

—Maldita sea —siseé, dándome la vuelta y saliendo corriendo de la


habitación.

—Despliéguense —exigió Bael, tomando el mando a pesar de que


era uno de los hombres más bajos en el tótem.

Revisarían la casa.

Pero no estaría en la casa.

Si vio una salida, la tomaría. Especialmente con la forma en que la


había estado tratando.

Estaba huyendo.

En pleno invierno.
Corriendo a ciegas, sin siquiera saber en qué estado se encontraba,
y mucho menos lo lejos que estábamos de cualquiera que pudiera
ayudarla.

Agarrando mi abrigo, salí volando por la puerta principal, sintiendo


el aguijón del aire tan pronto como crucé al escalón principal.

Objetivamente, encontraba helado los veinticinco grados, pero esto


era diferente. Esta era una noche de invierno profunda que llegaría a
temperaturas por debajo de cero. Si agregábamos el frío del viento
mientras se arremolinaba, no se veía bien para ella allí sola,
probablemente perdida.

Incluso si se hubiera puesto varias capas del guardarropa de Red


y hubiera traído una manta, no sería capaz de mantenerse caliente por
mucho tiempo.

Sucumbir a los elementos era sorprendentemente fácil para los


humanos considerando que se habían adaptado a casi todos los climas
de la Tierra durante miles de años.

Nunca lo había experimentado por mi cuenta, pero reconocí las


sensaciones cuando asaltaron mi sistema. Había leído sobre ellas miles
de veces.

Mi corazón martilleaba. Sentía un nudo en la garganta. Mis


pensamientos se aceleraban y chocaban entre sí.

—¡Josephine! —grité, apenas siendo capaz de escucharlo por


encima del azote del viento.

No iría al bosque. Las películas de terror hacían que las mujeres


parecieran mucho más tontas de las que había conocido.

El bosque era oscuro y peligroso, para caer por un acantilado, caer


en un río o ser atacado por un depredador.

Una mujer inteligente buscaría un camino.

Y Josephine era una mujer inteligente.

Tomada la decisión, corrí en esa dirección, con los ojos bien


abiertos hacia los árboles bordeándolo, suponiendo que ella querría
permanecer un poco escondida, pero lo suficientemente cerca de la calle
para que pudiera salir corriendo si veía venir un automóvil.

Por supuesto, sin saber que los autos no venían por aquí. Porque
nuestra propiedad se extendía por todas partes.
Pero corrí hasta el final de dicha propiedad y regresé.

Y nada.

No estaba allí.

O, al menos, no estaba lo suficientemente cerca de la carretera para


que la vea.

El pánico aumentó, con un agarre fuerte en mi sistema,


sosteniéndome al filo de un cuchillo de mi control.

—¡Josephine! —grité, sintiendo que la palabra se rompió al final.

No había forma de detenerlo.

Mi lengua se bifurcó. Mis dedos se alargaron. La presión en mis


sienes sugirió que mis cuernos estaban comenzando a asomar.

Había pasado mucho tiempo desde que perdí el control.

Desde que Lenore se había perdido y había sido tomada por los
cambiaformas.

La diferencia era que, Lenore había sido una parte vital de mi plan
para llevarnos de regreso al infierno.

Josephine no.

Su desaparición no debería haber importado en absoluto, y mucho


menos hacerme perder la jodida cabeza.

Me sumergí aún más profundo en el bosque que bordeaba la


carretera, la desesperanza aumentando, siguiendo un patrón inútil en
zigzag, terminando volviendo sobre mis pasos varias veces.

Y aún nada.

Estaba a punto de dar la vuelta y regresar a la casa cuando el viento


se alzó de nuevo y la olí en la brisa.

Era una combinación del jabón que Red mantenía en su ducha, el


champú de fresa en su cabello, y simplemente… ella. Algo dulce y terroso
al mismo tiempo.

Y a juzgar por la dirección en la que estaba soplando el viento, aún


no había llegado a la carretera.

Retrocedí hacia la casa, cortando el bosque cerca del costado.


No estaba muy adentro.

Probablemente se había ido solo unos minutos antes de que


Daemon descubriera que se había ido, me había escuchado llamarla, y
se movió hacia el interior cuando me vio correr hacia la carretera.

La encontré agachada detrás de una vieja pila de leña de atrás


cuando usamos esas cosas. No estaba preparada para el clima. Tenía
algunas de las prendas de Red, pero ninguna de ellas suficiente para
mantenerla abrigada. Tampoco lo era la manta que la había envuelto.

Su cuerpo se sacudía violentamente con sus escalofríos. Incluso a


la escasa luz de la luna, podía ver su piel demasiado pálida, el tinte azul
en sus labios, la punta roja brillante de su nariz.

—Mierda —siseé, corriendo hacia adelante, dejándome caer frente


a ella, envolviendo mis brazos alrededor de ella para compartir el calor de
mi abrigo.

Se le escapó un bajo gemido torturado mientras su rostro


acariciaba mi cuello.

—No me hagas daño —se quejó, sus brazos deslizándose a


regañadientes alrededor de mi, debajo de mi abrigo.

—No voy a lastimarte.

—Te dije que no iba a ser una cautiva buena.

—Sí —coincidí, agachándome para agarrarla por debajo de su


trasero, levantándola—. Lo hiciste —dije, acunándola—. Pero no tienes
que matarte para probarlo —le dije, envolviendo los bordes de mi abrigo
alrededor de ella tanto como pude, luego levantándola, comenzando a
avanzar de regreso hacia la casa.

—¿Está bien? —preguntó Lenore, apresurándose a seguirme a


medida que subía las escaleras.

—Está helada.

—Haré que Ly caliente mis paquetes de arroz —me dijo, llamándolo


para que lo haga—. Necesitas calentarla desde el centro —agregó.

—Pensé que solo debía frotar los brazos y las piernas —dije,
después de haberlo visto hacerlo por las personas sin hogar muchas
veces en el pasado.

—No —dijeron Lenore y Josephine al unísono.


—Esfuerza el corazón —agregó Josephine.

—Ponle algo más cálido —exigió Lenore—. Conseguiré más mantas.

Me moví frente a la puerta de Red antes de decidir de repente


llevarla a mi habitación.

Porque tenía ropa más gruesa.

Esa era la única razón.

—Ven. Siéntate —exigí, poniéndola en la cama, tirando de las


sábanas sobre ella mientras se estremecía—. No pelees conmigo por esto
—exigí cuando regresé de agarrar ropa abrigada del armario. Retiré la
manta, la levanté de un tirón y luego me estiré para quitarle la camisa—
. Josephine, no estoy intentando mirar tus tetas —le dije, la frustración
filtrándose en mis palabras—. Estoy intentando mantenerte con vida —
agregué, obteniendo un suspiro de mala gana, pero me dejó quitarle las
camisas demasiado delgadas, y ponerle mi sudadera con capucha más
abrigada.

La parte inferior de sus pantalones estaba mojada por


probablemente pisar el arroyo pequeño que envolvía dos lados de la
propiedad.

No se molestó en pelear conmigo cuando se los quité de un tirón, y


echándole una mirada, me preocupó aún más que no estuviera haciendo
un escándalo.

Sus ojos parecían un poco desenfocados. Su respiración era más


débil.

—Mierda —siseé, colocando los pantalones en su lugar, poniéndole


los calcetines, luego cubriéndola con las mantas, intentando sellar
cualquier calor que pudiera.

—Entra con ella —dijo Lenore, haciéndome girar para encontrarla


acercándose con sus bolsas de arroz calientes, deslizándolas bajo la ropa
de Josephine: una en el pecho, otra cerca de su ingle.

—¿Qué? —pregunté, negando con la cabeza.

Lenore dejó escapar una pequeña risa sin humor ante eso.

—Creo que todos lo olvidan porque sienten frío todo el tiempo, pero
todos ustedes son muy cálidos. Incluso calientes. Es como estar cerca de
un horno. Entra con ella. La calentarás más rápido que mis pequeñas
bolsas de calor o solo las mantas. Iré a prepararle algo cálido y dulce para
beber.

No me molesté en preguntarle por qué debería ser dulce. No pensé


que el aquelarre de brujas del que ella venía tuviera mucho conocimiento
del mundo, pero era difícil discutir con ellas sabiendo más sobre cómo
recuperarse de la exposición a los elementos que yo.

Así que, respiré para estabilizarme, moviéndome al otro lado de la


cama, quitándome mi camisa y pantalones, y luego subiéndome.

Pensé que sería difícil estar desnudo con la mujer que había sido
problemática para mi deseo sexual. Pero el toque de su piel gélida
mientras la empujaba sobre mi cuerpo fue suficiente para ahuyentar
cualquier cosa menos lo que reconocí como preocupación por ella, tal vez
incluso miedo de que no lo lograría.

Los humanos eran tan frágiles de esa manera.

Cinco minutos extra de más en el frío, y todo podría terminar.

Intenté convencerme de que me importaba una mierda porque


sería inconveniente tener que encontrar una enfermera nueva para
ayudar a Red. Sin embargo, sabía que no era eso. Pero como no estaba
listo para desentrañar eso, seguí adelante y aparté los pensamientos de
mi mente.

Le tomó cuarenta y cinco minutos antes de que dejara de temblar.


Y hubo un momento desgarrador en el que esperé a que tomara su último
aliento.

Quizás fueron otros veinte minutos después de eso cuando la sentí


tomar una lenta respiración profunda, exhalándola despacio.

—Para alguien que actúa como si siempre está medio congelado a


morir, eres realmente cálido —murmuró, girando la cabeza de modo que
su mejilla mucho más fría se presionara contra mi pecho—. ¿Alguna vez
escuchaste ese viejo dicho sobre las personas que tienen las manos frías,
tienen el corazón cálido? —reflexionó, sonando medio dormida.

—Josephine, lo único cálido en mí es mi piel.

—Eso es cierto, principalmente —concordó, su mano


presionándose plana contra mi músculo pectoral, y se estaba volviendo
cada vez más difícil recordar que estaba aquí solo para calentarla. Y era
cada vez más fácil darme cuenta de lo jodidamente desnudo que estaba.
—Es completamente cierto. No pienses que soy un hombre decente
solo porque te salvé esta noche. No lo soy.

—Amas a Red.

—Soy responsable de Red —aclaré.

—Alguien que se siente responsable de otra persona y le consigue


la atención médica que necesita claramente. Pero no se sienta con ellos
todas las noches leyéndoles poesía.

—No interpretes cosas que no significan nada.

—No seas tan duro contigo —respondió—. Debe ser difícil ser
motero y líder…

—Presidente —aclaré, sacándole un bufido.

—Está bien. Presidente. Ese es un título detestable, pero está bien.


Entiendo que es difícil ser eso, tener a todos buscándote por liderazgo.
Pero eso no significa que tienes que ser un completo idiota.

—Era así antes de convertirme en su presidente —le dije.

—¿Una crianza dura? —preguntó, sus dedos deslizándose sobre mi


hombro y mi brazo.

—Algo así.

No muchos hombres vivían la vida que yo había vivido antes de la


Tierra y salieron de ello siendo amables y adaptados. No sé qué carajo
pasó con Daemon. En ese caso, supuse que su hermano simplemente
recibió la mayor parte de la seriedad de esa familia. O que el propio
Daemon eludió la mayoría de sus responsabilidades en el inframundo,
dejando a Bael a cargo, y a Daemon para joder y divertirse.

—¿Y tú? —pregunté, sin siquiera creer que estaba saliendo de mi


boca. No les hacía preguntas personales a los jodidos humanos. No me
importaba lo suficiente ninguno de ellos como para llegar a conocerlos.
Y, sin embargo, aquí estaba yo, preguntándole a una mujer que tendría
que ejecutar en unas pocas semanas cómo fue su puta infancia. ¿Qué
mierda me pasaba?

—No, no tan difícil como muchas otras personas.

—No juzgues tus dificultades por el hecho de que otras personas lo


tienen peor.
—No fue terrible. Simplemente éramos muy pobres. Y luego mamá
falleció.

—¿Qué hay de tu padre?

—No estuvo en la foto después de que dejara embarazada a una


compañera de trabajo.

—Así que, no tienes a nadie.

Quería creer que quería aprender esta información para saber si la


gente la estaría buscando o no una vez que estuviera muerta. Era
relativamente joven, muy bonita, y enfermera. Ese era el tipo de mujer
que provocaba un ciclo de noticias sin parar cuando estaba desaparecida
o asesinada.

—Ya no —admitió, moviéndose un poco, y se estaba volviendo


problemático—. Tuve a alguien. Pero eso terminó antes de que me
mudara a Utah. Soy solo yo. Supongo que elegiste a la víctima ideal, ¿eh?
—preguntó, suspirando sin aliento—. Nadie ni siquiera va a buscarme.

Quise pedirle que no se llame víctima.

Pero eso era exactamente en lo que la había convertido.

Quise decirle que no sienta tanta lástima por ella.

Pero, ¿qué derecho tenía para decir eso, cuando la estaba poniendo
en esta situación?

—Tienes compañeros de trabajo que ya se habrán dado cuenta que


estás desaparecida.

—No les agrado.

—Ahora suenas como si estás compadeciéndote de ti.

—Oye —espetó, plantando sus manos a ambos lados de mi cuerpo,


empujándose hacia arriba para mirarme—. No conoces la situación, así
que no puedes decirme que me estoy compadeciendo de mí.

—¿Por qué no les agradas? —pregunté.

—Soy nueva. A veces, eso suele ser razón suficiente.

—Sí, para la gente insegura —coincidí—. Suena como si debieras


sentir lástima por ellos en lugar de por ti. Imagina lo miserables que
deben ser para que no les agrades solo porque eres nueva.
—Supongo —acordó, levantando la mano para meterse el cabello
detrás de la oreja, dejando escapar un gruñido cuando cayó de nuevo—.
Este cabello estúpido —agregó, suspirando, mientras rodaba a mi lado,
pero sin poner mucho espacio entre nosotros.

—¿Qué le pasa a tu cabello?

—Lo corté —respondió, sacudiendo la cabeza para sí—. Solía ser


largo y corté la mayor parte. Eso era en realidad en lo que estaba
pensando cuando tú…

—Te secuestré —dije cuando no quiso decir las palabras.

—¿Cómo puedes decirlo tan fácilmente? —preguntó, frunciendo el


ceño—. ¿Como si no es nada? Es un gran problema secuestrar a alguien.
Incluso para los moteros.

—Te lo he dicho, y te he mostrado con ejemplos una y otra vez, que


no soy un hombre bueno, Josephine. No me disculparé por ello. Así es
como todos hemos sobrevivido tanto tiempo.

—Aunque apenas sea, ¿cierto? —preguntó, mirando hacia donde


estaba la habitación de Red—. Tal vez si intentaras ser un mejor hombre,
serías capaz de llevarla a un hospital para recibir el tratamiento adecuado
en lugar de arrebatar personas de las calles.

—Las experiencias cercanas a la muerte te hacen bocazas —


observé, consiguiendo una extraña risa ahogada de su parte.

—Las experiencias cercanas a la muerte me hacen darme cuenta


de que debes encontrarme lo suficientemente valiosa como para no
matar, así que imagino que puedo salirme con la mía con mucho más de
lo que he hecho hasta ahora —me dijo, saliendo de la cama, agarrándose
frenéticamente a la cinturilla de mis pantalones cuando comenzaron a
caer inmediatamente al momento en que se puso de pie.

—¿A dónde crees que vas?

—Al… ¿qué diablos? —preguntó, metiéndose la mano en los


pantalones, sacando la bolsa de arroz de la que me había olvidado por
completo.

—Paquetes de arroz calientes —expliqué.

—¿Para… calambres? —preguntó, probando el peso en sus manos.

—Y para calentar a mujeres hipotérmicas que no se dan cuenta de


lo frágiles que son.
—No soy frágil —espetó, clavando sus ojos en mí.

Por supuesto.

Estábamos en la evolución de la feminidad donde palabras como


esas ya no las hacían sentir apreciadas, sino condescendidas. Por mucho
que investigara los cambios en el mundo, para mí los sociales eran los
más difíciles de entender.

De donde vengo, todos han sido iguales desde el principio de los


tiempos. Esta mierda con los humanos desde el principio de los tiempos,
odiándose unos a otros por raza, sexo u orientación, era absurda. Pero
nos mantuvo ocupados en el infierno, de modo que no podíamos
quejarnos demasiado.

—En términos de la facilidad con la que podría terminar tu vida, sí


lo eres. No más frágil que el hombre promedio en ese sentido, pero aun
así frágil. ¿Qué? —pregunté cuando sus cejas se fruncieron, sus labios
tensándose.

—A veces dices las cosas de una manera realmente extraña —dijo,


sacudiendo la cabeza—. Como si no eres de aquí, de esta época o algo
así. Tal vez sea porque lees mucho —decidió—. Mi madre solía adoptar
accidentalmente un acento sureño si veía demasiadas películas basadas
allí.

Esa era la ventaja de los humanos más modernos, supuse. Estaban


más alejados de los “mitos” y la “tradición” de antaño. Cuando
encontraban algo que no encajaba con su mundo, encontraban
explicaciones más fáciles que no involucraran lo sobrenatural, el cielo o
el infierno.

Facilitaba la existencia entre ellos. Más fácil que cuando tener una
marca de nacimiento en el lugar equivocado podía terminar con que te
arrastren por las calles y te cuelguen.

Red siempre se deleitaba enormemente con el hecho de que fuera


declarada culpable de brujería tres veces durante los Tiempos de la
Hoguera. Por suerte para nosotros, siempre habíamos logrado sacarla
antes de que la ataran a una estaca, la encendieran y se dieran cuenta
que no podía morir.

¿Recuerdas aquella vez que me pillaron revolcándome con el cura?,


mencionaría al azar a lo largo de los años. Y dado que un cura no podía
ponerse cachondo, debo haberlo hechizado. Los humanos eran muy
divertidos cuando eran tan tontos.
Solo Red consideraría divertidos los juicios por brujería, tanto del
tipo de la inquisición como de las pruebas físicas.

Por eso era tan difícil verla consumirse. Siempre había estado tan
llena de vida, alguien que se las arreglaba para tomar cada mano de
mierda que se le daba y salía victoriosa de ella.

—Sí —coincidí, saliendo de mis pensamientos arremolinados—.


Debe ser eso.

—¿Qué edad tienes? —preguntó.

—Muchos —respondí honestamente, pero soltó un bufido.

—Te ves como si estuvieras en la treintena.

Lo hacía.

Como lo había hecho durante cientos de años.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté en lugar de confirmar o negar


su suposición.

—Veintisiete.

Veintisiete.

Para nosotros veintisiete años pasaban en un abrir y cerrar de ojos.


Pero era tiempo suficiente para que ella sea concebida, nazca, pase por
todos esos años de formación, vaya a la universidad, pierda a todos los
que alguna vez significaron algo para ella, y luego termine secuestrada y
cautiva.

No iba a llegar a los veintiocho.

Ese pensamiento no debería haberme molestado.

Pero no pude deshacerme del mal humor que me atravesó.

—¿Qué? —preguntó, moviéndose nerviosa en sus pies.

—Nada.

—Te ves enojado.

—Esa es mi cara —le dije, sintiendo que mis labios se crispan a mi


pesar cuando soltó una pequeña risa. Ligera, juvenil. No era un sonido
que muchas mujeres compartieran conmigo. Me gustó más de lo que
tenía derecho a hacerlo.
—¿Alguna vez sonríes?

—No recuerdo la última vez que tuve motivos para hacerlo. No —


respondí cuando su rostro se puso triste—. No te sientas mal por mí —
exigí. Nunca me había encontrado con algo parecido a una consciencia,
pero no podía sentir lástima por una mujer cuya vida iba a tener que
tomar eventualmente.

—Yo… —empezó a decir, deteniéndose, luego me quité las mantas


y salí desnudo de la cama.

La desnudez solía funcionar bien para terminar conversaciones


incómodas.

A veces, por deseo.

Otras veces, por conmoción.

No me permití detenerme para ver cuál tenía Josephine en la cara,


simplemente caminé hasta mi baño para darme una ducha.

De la variedad fría.
Jo

Casi muero.

Legítimamente.

No estaba exagerando.

Había sido estúpida, imprudente y un poco demasiado optimista


en cuanto a lo cerca que estaba la casa de una carretera principal u otra
casa, a cualquier lugar donde pudiera encontrar ayuda.

Cuando escuché a Ace acercándose, había entrado en pánico,


girando del todo y de alguna manera encontrándome más cerca de la casa
una vez más.

Allí, agachándome junto a ese montón de madera, tuve todas las


señales clásicas de hipotermia. Los escalofríos, el pulso lento, la
respiración superficial, la somnolencia e incluso la confusión.

Quizás la confusión sea la más importante.

Dado que en esos momentos había estado segura que los ojos de
Ace habían estado brillando en rojo, que su lengua había estado
bifurcada, que había cosas extrañas como huesos comenzando a
sobresalir de su frente.

Claramente, mi consciencia y mi inconsciencia se habían


fusionado, creando una extraña criatura de otro mundo a partir del
hombre arrodillado ante mí, mi captor que estaba allí para salvarme.

No recordaba mucho de nada después de eso hasta que desperté


sintiendo como si un horno estuviera debajo y alrededor de mí.

Pasaron un par de minutos antes de darme cuenta que el calor


estaba proviniendo de un cuerpo. Más específicamente, el cuerpo de Ace.

Debí haber saltado de él, haber escapado gritando.

Pero, no hice eso.


Y traté de convencerme que me quedaba porque tenía frío, porque
era importante calentarme del todo después de un encuentro así con la
hipotermia.

Aunque sabía la verdad.

No quería moverme porque se sentía bien estar cerca de él. Y no


solo porque estuviera calentito.

¿Eso era jodidamente retorcido?

Sí, absolutamente.

Casi acababa de morir.

Porque estaba intentando huir de él.

Y luego ahí estaba yo, acurrucándome con él, charlando un poco


con él, y disfrutándolo más de lo que podría haber sido psicológicamente
saludable.

Entonces, oh, entonces, tuvo que salir de esa cama.

Desnudo.

El hombre simplemente se puso de pie y lo exhibió todo.

Digamos que… había mucho que exhibir.

Estaba molesta conmigo por notarlo, pero él me sorprendió. No


había podido apartar la mirada lo suficientemente rápido.

Sí, esa era la historia con la que iba a seguir.

En realidad, nunca consideré cómo era Ace debajo de todas esas


sudaderas con capucha y suéteres de abuelito.

Aparentemente, tenía una contextura muy parecida a la de un dios


griego. Tenía casi un metro noventa de músculo esculpido, pero no
voluminoso. Supongo que me lo había imaginado siempre encorvado con
un libro, sin hacer ejercicio. Pero, claramente, tenía un régimen dedicado
para que su cuerpo se vea tan bien. Desde su paquete de ocho (sí, ocho)
hasta esas caídas profundas de sus músculos de Adonis.

Normalmente, eso era lo que la mujer promedio podía ver del


hombre por encima del promedio.

Pero cuando mis ojos siguieron esas hendiduras, no encontraron


la cinturilla de sus pantalones. Oh, no.
Encontraron más piel.

Ace era grande en todas partes.

Y era aún más grande porque estaba duro.

Sentí una profunda necesidad innegable pulsando en mi interior


cuando mis ojos se posaron en su polla. Esa parte primordial y mi mujer
de las cavernas prácticamente pudo sentir la plenitud de él por dentro.

La sensación fue tan intensa que incluso después de que él se giró


para alejarse, y ni siquiera íbamos a hablar de ese culo mordible que
tenía, tuve que presionar mis muslos entre sí durante un minuto largo
para calmar el caos allí antes de que incluso pudiera concentrarme lo
suficiente como para salir de su habitación.

—Hola, linda dama —dijo una voz tan pronto como entré al pasillo.

Me volví para encontrar quién tenía que ser Daemon, a pesar de


que no había visitado a Red. Por lo que entendía, Daemon y Bael eran
incorporaciones nuevas al equipo, pandilla o club, como sea que se
llamaran a sí. Pensé que tal vez no la verían porque no la conocían como
todos los demás.

Daemon parecía más joven que los demás, pero con el mismo
aspecto de motero rudo que tenían la mayoría con su cabello oscuro,
tatuajes y varios piercings visibles.

—Yo, ah, hola.

—¿Dónde está el jefe?

—Tomando una ducha —le dije, encogiéndome de hombros.

—¿Sabe que estás aquí en el pasillo?

—No me dijo que me quede —dije, obteniendo una sonrisa de


satisfacción de Daemon.

—Me gusta la forma en que funciona tu mente —decidió,


avanzando y rodeando mis hombros con un brazo—. ¿Qué tal si te
acompaño mientras rompes algunas reglas más? ¿Quieres revisar el
sótano? ¿Desfigurar algunas de las bellas artes? ¿Arrancar algunas
páginas al azar de los libros fundamentales en la biblioteca de Ace?

Comprendí que aunque estaba jugando con eso, y dándome la


ilusión de libertad, Daemon solo era un tipo diferente de guardia de
prisión.
—En realidad, me gustaría hacer una redada en la cocina —admití.

Me habían servido exactamente dos tipos de comidas en mi tiempo


con estas personas.

Cuando Lenore me alimentó, fue en gran medida la variedad de


alimentos de “ramitas y hojas”. Me habían informado que, era
vegetariana.

Cuando Minos fue el que me alimentó, por lo general fueron trozos


crudos de verduras al azar como apio o calabacín junto con una losa de
algún tipo de carne que se cocinó sin ningún tipo de condimento. Y
“cocinó” era ser generoso con lo rara que estuvo la carne.

No había comido ni un carbohidrato en lo que me parecían siglos.

—Entonces, iremos a la cocina —declaró Daemon con aire


grandilocuente, llevándome escaleras abajo hasta la cocina enorme.

—¿Lenore? —pregunté, señalando las ventanas inmensas donde se


alineaban docenas de hierbas y flores.

—Durante el verano tenía un jardín enorme al aire libre. Ahora


también está creciendo algunas cosas. En, huertos protegidos o algo así.
Ly le está construyendo un invernadero.

—¿Puedo? —pregunté, señalando hacia la nevera.

—Sírvete, princesa —invitó, subiéndose a la encimera y tomando


una taza de café.

Pude sentir su mirada en mí mientras revisaba el refrigerador,


encontrando algunas verduras que podía cocinar, luego rebuscando en
la despensa para encontrar un poco de pasta cuestionablemente vieja
para hacer algo con ella.

Acababa de dejar caer la pasta en el agua hirviendo cuando el


rugido de Ace pareció resonar lo suficientemente fuerte como para hacer
temblar las paredes.

—Oh-oh. Papi está enojado —dijo Daemon, una sonrisa malvada


dibujándose en sus labios cuando me miró.

—Maldita sea —rugió Ace, bajando las escaleras enfurecido, casi


cayendo hacia adelante con su impulso cuando su mirada se posó en mí
y trató de detenerse rápidamente—. ¿Qué carajo? —preguntó, mirando
entre los dos.
—La bella dama tenía hambre. Le mostré la cocina.

—No dije que podía salir de la habitación —espetó Ace, dándole a


Daemon una mirada dura.

—Tampoco bloqueaste la puerta —respondió Daemon,


sorprendiéndome con el desafío en su tono.

Tampoco se le escapó a Ace, cuyos ojos se pusieron más duros de


lo habitual mientras veía al joven.

—¿Por qué no cambias el aceite de las motos? —sugirió Ace, un


claro castigo por la actitud del joven hacia alguien que se suponía que es
su jefe.

—Hombre, hace mucho frío —se quejó Daemon, tomando un sorbo


de su café.

—Sí, eso no va a ser nada agradable —acordó Ace, levantando la


barbilla—. Aún vas a hacerlo.

Daemon suspiró ante eso y saltó de la encimera.

—Tal vez tengamos más aventuras juntos en el futuro, bella dama


—dijo, luego tomó un abrigo de un gancho junto a la puerta y salió.

—¿En serio hizo algo malo? —pregunté, revolviendo la pasta.

—¿En serio estás cuestionando cómo dirijo mi club?

—Sí, lo hago —respondí, sonriendo—. Claramente estaba


intentando vigilarme hasta que estuvieras menos… indispuesto.

—Es un jodido cabrón testarudo —dijo Ace, dirigiéndose a la


máquina de café.

—Bueno, sí —concordé—. Pero es inofensivo.

—Josephine, ninguno de nosotros es inofensivo. Cuanto antes te


enteres de eso, mejor —dijo, metiendo la mano en el armario para agarrar
una taza, sosteniendo una en mi dirección con una pregunta en sus ojos.

—Sí, gracias. ¿Pero tienes azúcar? —Sabía por la nevera que la


leche no era una opción.

—Sí. ¿Qué estás haciendo?

—Bueno, tu despensa y tu refrigerador están lamentablemente


vacíos —le informé—. Pero encontré un poco de pasta vieja, algunos
tomates y espinacas. ¿Crees que a Lenore le importaría si robo algunas
hierbas? Esto apenas será comestible sin algunas.

—Toma lo que quieras.

—Eso no es lo que pregunté —le dije, negando con la cabeza.

—Está bien.

—De nuevo, eso no es lo que pregunté.

—Lenore es la única de nosotros que podría ser considerada


generosa —aclaró Ace—. No le importará compartir. Viene de una
sociedad que lo comparte todo.

—Oh, eso debe haber sido lindo.

—Es anticuado y atrasado.

—¿Por qué eres tan cínico con todo? El hecho de que algo no sea
para ti no significa que no sea para otra persona.

Sus labios se movieron ligeramente a un lado ante eso. Los inicios


de una sonrisa. Al parecer, los milagros nunca cesarían.

—Te doy un poco de libertad, y ya tienes actitud —reflexionó, con


un tono cercano a ser juguetón.

—Ves, tu error es pensar que no tuve actitud todo el tiempo —dije,


encogiéndome de hombros—. Solo estaba asustada, después drogada y
luego aislada de todos, así que no la experimentaste plenamente. Pero
supongo que si me salvaste de los elementos, ahora estoy en una base
bastante segura. De ahora en adelante puedes esperar más actitud. Creo
que alguien necesita ponerte de vez en cuando en tu lugar —agregué,
lanzándole una sonrisa.

La mirada sorprendentemente cálida en sus ojos sugirió que a él


tampoco le importaría.

—Vamos —dijo un rato después. Luego de cocinar, comer y dejar


mi desorden para Daemon por orden de Ace porque “podría venirle bien
hacer algo más que comer coños cada minuto del día”.

—De vuelta al destierro —declaré, sintiéndome un poco más feliz


con el estómago lleno de pasta y dos tazas de café.

—Nadie ha visto a Red en horas —me recordó, haciéndome sentir


culpable. Cierto, parecía tan estable como se iba a poner, pero aún
necesitaba que la cuidaran.
—Creo que va a necesitar a alguien —dije a medida que seguía a
Ace escaleras arriba—. Para, ya sabes, cualquier cosa que esté pasando
dentro de ella. No entiendo por qué aún está tan fuera de sí —admití
mientras Ace abría la puerta, llevándome adentro.

—No creo que lleguemos a eso —me dijo, moviéndose a su silla


habitual, recogiendo el libro de poesía de la mesita de noche.

—¿En serio crees que a Red le gusta la poesía? —pregunté,


revisándola para ver si tenía fiebre, luego revisando sus heridas. Se
estaba curando, lenta pero segura. En una semana más o menos,
probablemente podría quitar la mayoría de los puntos.

Sin embargo, no estaba segura de lo que iba a pasarme después de


eso. Era un pensamiento que me dificultaba el sueño algunas noches.
¿Qué querrían de mí, si dejaba de ser útil? Quiero decir, sabía sus
nombres. Conocía sus caras. Pero al mismo tiempo, no tenía ni idea de
dónde estábamos. Si simplemente me llevaban a otro estado o algo así y
me dejaban, no tendría ni la menor cantidad de información para
proporcionar a la policía para involucrarlos.

—No, probablemente —dijo Ace, resoplando—. Estaría aquí


sentada poniéndome los ojos en blanco.

—Entonces, ¿por qué se lo lees? —pregunté.

—Porque no puedo leer la mierda que ella lee.

—¿Qué lee? —pregunté, observando cuando hizo un gesto hacia la


mesita de noche.

Metí la mano en el interior, curiosa, barajando algunos papeles,


varios de los cuales tenían el mismo nombre escrito en ellos.

Marceaus.

—Mar-see-us —leí en voz alta—. ¿Quién es ese?

—Mar-kay-us —corrigió Ace—. Es alguien importante para Red.

—¿Sabe lo que le pasó? ¿Por qué no está aquí? —pregunté,


ofendida en su nombre. Éramos nosotras las mujeres contra los hombres
de mierda que no nos apreciaban. Podría no conocer a Red, pero iba a
seguir adelante y enojarme por ella.

—No lo ha visto en mucho tiempo —me dijo Ace, encogiéndose de


hombros.
Sin embargo, aún estaba claramente colgada de él.

Se me encogió el corazón por ella cuando revisé el segundo cajón,


encontrando el libro que Ace me estaba haciendo buscar.

—Denver —dije, leyendo el título. La portada sin revelar mucho—.


¿De qué se trata?

—Una mujer que tiene una aventura con un hombre al que llama
Denver porque no sabe su nombre real.

—Es un romance —dije.

—Es un libro de sexo —se burló.

—¿Cómo sabes eso si no lo has leído? —respondí poniendo los ojos


en blanco.

Mi madre había sido una lectora incondicional de romance.


Solíamos pasar muchos fines de semana en la biblioteca, ya que era uno
de los pocos lugares a los que podía ir sin tener que gastar dinero. Me
dirigiría a la sección de niños y agarraría libros sobre hadas, magos y
trolls. Mamá iba a la sección de adultos y limpiaba medio estante de
romances cada semana. Solía decirme que eran más que libros de amor,
que tenían mala reputación, que nunca, jamás debería juzgar a alguien
por el tipo de libros que le gustaba leer porque no sabía por lo que estaba
pasando en la vida, y qué tipo de historias les ayudaban a escapar de ello
por un tiempo.

En su honor, había sido una defensora incondicional de los libros


románticos, incluso si nunca hubiera tenido el tipo de tiempo libre que
me permitía leer mucho. Si lo hiciera, estaba bastante segura que elegiría
su género favorito como tributo a ella.

—¿Quieres que le dé una oportunidad? —preguntó, arqueando la


ceja.

—Sí. ¿Es mucho pedir?

Se encogió de hombros ante eso, extendiendo su mano de modo


que pudiera presionar el libro en ella.

—Bien —concordó, abriendo la página marcada del libro


desgastado mientras me volvía para dirigirme de regreso hacia el sofá.

Su voz llenó la habitación, deteniéndome en seco con sus palabras.

Esta vez, no porque fueran bajas y relajantes.


Oh, no.

—Con mi trasero plenamente invadido por un tapón, Denver me


inclinó sobre el escritorio en la oficina, admirando su obra, las huellas de
manos rojas brillantes que debían haber estado estropeando la pálida piel
blanca de mis nalgas. Intenté girar la cabeza para mirarlo, para ver sus
ojos negros, la forma en que su mandíbula se tensaba mientras se
imaginaba follándome, como había visto tantas veces antes. Pero su
mano había bajado bruscamente a la parte posterior de mi cuello,
manteniéndome en el lugar. Un largo momento tenso pasó de él solo
mirándome cuando, de repente, su dedo movió el tapón rosa intenso
enterrado profundamente en mi trasero, enviando una oleada inesperada
de deseo a través de mi sistema, haciendo que mi coño estuviera aún más
húmedo de lo que ya estaba, algo que ni siquiera creí que fuera posible.

“Eva, dime que quieres que mi polla esté enterrada en tu coño


mojado”, exigió, haciendo que mis caderas se muevan hacia él en una
invitación silenciosa mientras su mano se movía desde la parte posterior
de mi cuello para deslizarse en mi cabello, enredándose en los mechones
hasta que estaba a medio camino, sabiendo que allí dolía más, sabiendo
lo mucho que me gustaba eso. Luego tirando lo suficientemente fuerte
como para hacerme arquear tanto como mi cuerpo lo permitiría.

A Denver no le gustaba que lo hagan esperar.

O ser desobedecido.

O incluso darme su maldito nombre real.

Pero no necesitaba saber su nombre para saber que quería su polla


gigantesca estirándome mientras no pudiera hacer nada más que
tomarla, nada más que suplicar por la liberación del dolor implacable del
deseo.

“Quiero tu polla enterrada en mí”, le dije, escuchando la crudeza


de la necesidad en mi voz.

“Eso no es lo que dije”, lo regañó.

Supe lo que vendría un segundo antes de que el cinturón azotara


a través de la parte más baja de mi trasero, el aguijón escociendo contra
mi coño al mismo tiempo, el dolor y el placer que me trajo, tan intenso
que casi me corro en ese preciso momento.

Una parte de mí quiso fingir que no sabía lo que él quería que diga,
para sentir más de ese perfecto dolor agudo que tanto amaba, el dolor
que ningún otro hombre me había provocado jamás, el dolor que solo
Denver sabía que disfrutaba mucho.

Sin embargo, la otra parte de mí, necesitaba sentirlo dentro de mí.


Y si seguía poniéndolo a prueba, no me follaría como castigo. Me azotaría
el trasero, y luego en su lugar me empujaría sobre la cama y me follaría
la boca.

Me volví ante el silencio repentino de Ace, encontrando su mirada


en mí, su cabeza inclinada hacia un lado, leyendo mi rostro tan pronto
como pudo verlo.

—¿No es un libro de sexo? —preguntó, con una voz tan áspera


como se sentían mis terminaciones nerviosas.

—Yo, ah —comencé, necesitando detenerme para aclarar mi


garganta—. Estoy segura que hay una trama en alguna parte —insistí.

—Hm —dijo, pasando a otra página al azar.

—“No podemos hacer esto aquí”, insistí mientras los dedos de


Denver se deslizaban dentro de mis bragas, empujando dentro de mí y
embistiendo fuerte y rápido.

Podía escuchar la conversación de una pareja caminando por la


calle, comentando sobre la decoración en el escaparate de la tienda en la
que estábamos actualmente en el callejón lateral.

“Parece que ya lo estamos haciendo”, corrigió, bajando por debajo


de mi falda, lamiendo mi hendidura, sellando sus labios alrededor de mi
clítoris...

—Está bien —dije, tragando pesado—. Es un libro de sexo —


coincidí, sintiendo la pulsación entre mis muslos.

—¿Qué pasa? —preguntó, levantándose de su silla, caminando


hacia mí—. ¿Tienes problemas para escuchar? —preguntó, abriendo el
libro una vez más como si planeara seguir leyendo.

—No —exigí, sintiendo como si hubiera un gran peso


presionándose en mi pecho, dificultándome la respiración.

—¿Por qué no? —preguntó, elevándose sobre mí. Cerca. Demasiado


cerca. Juraría que su cercanía estaba haciendo que el aire se sienta más
denso, más difícil de respirar.

—Simplemente no —exigí, con voz pequeña, sin aire.


—¿Estás teniendo flashbacks? —preguntó, sus labios curvándose
ligeramente hacia arriba—. ¿De mí, de rodillas, chupando tu clítoris? —
preguntó.

Dios, se sentía como hace una eternidad. Y, sin embargo, solo ayer
de alguna manera a la misma hora.

—Ace, por favor —exigí, mi resolución de no gustarle


desintegrándose con cada segundo que estaba pasando.

—¿Por favor, qué? —preguntó, dando un paso más hacia adelante,


succionando lo que quedaba del aire lejos de mí a medida que estiraba el
cuello hacia arriba para mantener el contacto visual—. ¿Por favor, aléjate
ahora mismo? ¿O por favor, te como hasta que pierdas la voz? —
preguntó, y juro que pude sentirlo entre mis muslos con solo sus
palabras.

—No podemos —objeté, orgullosa de poder lograr cualquier


pensamiento racional cuando mi cabeza se sentía lenta y nublada.

—Podemos —corrigió.

—Yo… creo que tengo el síndrome de Estocolmo —admití en voz


alta.

—¿Te sientes agradecida conmigo? —preguntó.

—Dios, no —admití, consiguiendo una risa breve de su parte, un


sonido tan raro que lo encontré fascinante.

—¿Me admiras o estás de acuerdo con mis planes?

—No.

—¿Te preocupas por mis necesidades o mi felicidad?

—Ah, no particularmente —respondí, sintiéndome como si me


estuviera metiendo en una trampa, pero sin saber cómo librarme.

—¿Crees que dormir conmigo te ayudará a salvarte, o te hará ganar


algo?

—No.

—Entonces, tal vez no sea el síndrome de Estocolmo. Tal vez solo


quieras follarme.

Lo hacía sonar tan racional, tan fácil.


Ya no podía decir qué era lógico y qué no. Qué era un hecho, y qué
era una manipulación de la verdad.

Todo lo que sabía era que tenía razón.

La pesadez en mi pecho, el peso en la parte inferior de mi vientre,


mi respiración superficial, el dolor entre mis muslos, todo hablaba de una
cosa.

Quería acostarme con él.

Sea mi captor o no.

Sea un mecanismo de supervivencia psicológico extraño o no.

Mi cuerpo quería el suyo ahora mismo.

Y me estaba costando mucho pensar en alguna razón para negarlo


por más tiempo.

—Josephine —llamó, haciéndome levantar la vista, encontrándolo


observándome con esos ojos extraños salpicados de rojo—. Si es no, es
no. No lo quiero si tienes que convencerte —dijo, encogiéndose de
hombros.

—Está mal —dije, levantando mi mano, la punta de mi dedo


recorriendo su pecho.

—Probablemente —coincidió, asintiendo.

—Es una mala idea —continué mientras mi mano iba a un lado de


su cuello.

—Casi con certeza —concordó, claramente teniendo sus propias


luchas internas con la idea de que sucediera, pero demasiado lejos como
para importarle.

A juzgar por la forma en que mi piel pareció zumbar cuando


presioné mi cuerpo contra el suyo, también estaba en ese punto.

Demasiado lejos para importarme.

Probablemente estaba mal.

Definitivamente era una mala idea.

Pero lo quería. Él lo quería.

Habría tiempo para un análisis psicológico y una terapia


adecuados en el futuro.
Esto iba a suceder, en este preciso momento.
Jo

Debería haber estado nerviosa.

El sexo con una persona nueva siempre tenía ese efecto, y debería
haber sido más amplificado con él viendo que era mi maldito captor y
todo eso.

Pero lo único que podía sentir cuando su mano aferró la parte


posterior de mi cuello, y sus labios chocaron contra los míos por primera
vez, fue una especie de rectitud hasta los huesos, como si todo en mí
estuviera respondiendo a él.

Besaba como esperaba de un hombre como él. Duro, profundo, casi


aplastante con su intensidad, pero a fondo, concentrándome en esa única
cosa por lo que parecieron horas, hasta que mis labios se sintieron
hinchados y hormigueantes, hasta que cada centímetro de piel se sintió
caliente y demasiado sensible.

Sus dedos se deslizaron hacia arriba, pasando por mi cabello,


enroscándose y tirando con fuerza, haciendo que mi cabeza se eche hacia
atrás bruscamente a medida que un grito de sorpresa se me escapó.
Inclinándose, pasó sus labios por el costado de mi cuello, jugando con su
lengua sobre mi punto de pulso cuando lo encontró.

Sus manos se deslizaron, agarrándome por la cintura mientras se


giraba, atrayéndome hacia abajo en su regazo a medida que se dejaba
caer en el sofá, dándole un mejor acceso mientras sus dedos
enganchaban el dobladillo de mi camisa, arrastrándola hacia arriba.

Sin embargo, tan pronto como mi cabeza estuvo libre, se detuvo,


tirándola hacia abajo, atrapando mis brazos a los lados mientras se
inclinaba hacia adelante y succionaba mi pezón con su boca. Una ráfaga
de necesidad se disparó a través de mí, una chispa candente que se movió
por mi columna vertebral para asentarse entre mis piernas, haciendo que
mis caderas se retuerzan contra su regazo, necesitando el movimiento, la
fricción.
Un gruñido bajo retumbó a través de Ace cuando sus dientes
pellizcaron por un segundo antes de moverse a través de mi pecho,
continuando el mismo tormento allí. Hasta que mis pezones estuvieron
duros y doloridos, hasta que mis senos se sintieron pesados, hasta que
un rubor se abrió paso a través de mi pecho, haciéndome sentir caliente
por todas partes.

Sus manos aferraron mis caderas nuevamente, levantándome de


su regazo, para poder deslizar mis pantalones por mi trasero,
ayudándome a salir de las piernas.

Pero justo cuando iba a sentarme en su regazo, sus manos se


hundieron en mi trasero, tirando tan fuerte y rápido que no pude hacer
nada más que jadear y agitar mis brazos a medida que prácticamente me
arrojaba sobre los cojines del respaldo del sofá, nivelando mi sexo justo
sobre su rostro.

Hubo un segundo de incertidumbre mortificada, sintiendo que iba


a asfixiar al hombre, haciéndome arrancar mis caderas lejos de él,
intentando averiguar cómo volver a bajar.

Pero las manos de Ace se hundieron en mi trasero, empujándome


hacia abajo, y pasando su lengua por mi hendidura, encontrando mi
clítoris y trabajando en círculos rápidos e implacables.

Sí, cualquier pensamiento en objeción se desvaneció, incluso a


medida que intentaba encontrar una manera de sujetarme mientras mis
muslos comenzaban a temblar.

Sin nada más que hacer, me incliné contra la pared, con las manos
bajando para agarrar el respaldo del sofá mientras él continuaba
devorándome, elevándome a la cima tan rápido que sentía que era difícil
encontrar el aliento.

Una mano se deslizó de mi trasero, pasando entre mis muslos,


empujando hacia adentro y girando para correr sobre mi pared superior.

Fueron segundos, literalmente solo segundos, después de que el


orgasmo golpeara mi sistema, haciéndome gritar mientras todo mi cuerpo
parecía temblar con la intensidad.

—No puedo… no puedo —gemí cuando las olas comenzaron a


refluir y la lengua de Ace comenzó a trabajarme una vez más.

—Puedes —objetó, atrayéndome de vuelta a su regazo, dejando mi


clítoris solo cuando sus dedos me follaron. Más duro más rápido—. ¿Ves?
—preguntó un momento después cuando mis paredes comenzaron a
apretarse a su alrededor—. Ahí —agregó cuando las pulsaciones
comenzaron, lentas y profundas, luego más rápidas y más fuertes
mientras caía contra su pecho, gritando contra su hombro—. Te lo dije
—agregó, sonando engreído a medida que comenzaba a caer lentamente.

—Solo tú puedes sonar tan condescendiente durante el sexo —


gruñí contra su cuello antes de levantarme, captando sus extraños ojos
salpicados de rojo por un momento antes de sellar mis labios sobre los
suyos. Pero esta vez yo tenía el control. Fue más lento, más profundo,
menos exigente, dándole a mi cerebro la oportunidad de recuperarse de
los orgasmos consecutivos lo suficiente como para pensar con claridad.

Mis manos se deslizaron por su pecho, levantando su camisa, mis


labios apartándose de los suyos para quitarle la camisa.

No era, en general, alguien a quien le gustara correr. Y después de


dos orgasmos sólidos, me sentía un poco más sensata. Lo suficiente como
para saber que quería tener la oportunidad de explorar su cuerpo, tal vez
incluso atormentarlo un poco.

Me tomé mi tiempo, pasando mis dedos por su pecho, alrededor de


sus tetillas, hacia las hendiduras de sus músculos abdominales,
sintiéndolos tensos bajo mi inspección.

Me deslicé de su regazo muy despacio, avanzando entre sus muslos


hacia el piso, mis manos corriendo desde sus rodillas y hacia arriba antes
de moverme hacia dentro, sintiendo la dura longitud de él presionando
contra sus pantalones.

Un ruido retumbante se movió a través de él, un sonido que hizo


que mi sexo se apriete con fuerza, mientras bajaba la cinturilla de sus
pantalones, liberándolo, sintiendo un vacío doloroso entre mis muslos,
necesitando recordarme que llegaríamos allí, que no quería apresurarme.

Mi mirada encontró y sostuvo la suya a medida que avanzaba hacia


adelante, pasando mi lengua por la cabeza de su pene, viendo sus labios
abrirse, su respiración atascarse en su pecho.

No necesité más estímulo que ese.

Agachando la cabeza, lo deslicé dentro de mi boca, tomándolo


profundamente mientras mi mano se curvaba alrededor de la base de él,
acariciando a medida que chupaba, sintiendo que se volvía más duro y
más grande mientras lo trabajaba.

La mano de Ace cayó en la parte posterior de mi cabeza, las yemas


de sus dedos enroscándose en mi cráneo. Sus caderas comenzaron a
empujar hacia arriba mientras me deslizaba hacia abajo, haciéndome
tomarlo más y más profundo.

—Maldita sea, no —gruñó, asentando las caderas, sus dedos


agarraron un puñado de mi cabello y tiraron hasta que su polla se deslizó
fuera de mi boca. Cuando lo miré, sus ojos se veían más rojos que nunca,
casi como si estuvieran fulgurando.

Su respiración era dura y rápida, y por un momento me encontré


extrañamente fascinada con el subir y bajar de su pecho mientras
intentaba recomponerse.

—Ven aquí —exigió, dándose unas palmaditas en el muslo,


haciendo que la necesidad me atraviese mientras empujaba hacia arriba
y me movía sobre él—. ¿Qué? —preguntó cuando me detuve, rígida.

—Busca un condón —refunfuñé, molesta por la demora en tenerlo


dentro de mí. Pero tampoco lo suficientemente estúpida como para tener
relaciones sexuales sin protección con un casi extraño.

Un gruñido escapó de Ace a medida que agarraba mi trasero,


atrayéndome con fuerza contra él, luego poniéndose de pie bruscamente,
esperando que mis piernas se envolvieran alrededor de sus caderas, mis
brazos rodeando su cuello. Sus manos se hundieron, arrastrando mi
hendidura a lo largo de su longitud dura incluso cuando comenzó a
moverse por la habitación.

No fue hasta que se inclinó hacia adelante que me di cuenta de dos


cosas.

Uno, iba a la mesita de noche por un condón.

Dos, aún estábamos en la habitación de Red.

—Ace —gemí en su oído a medida que se giraba para caminar de


regreso al sofá—. No podemos.

—Podemos —respondió, arrastrándome contra él de nuevo,


haciendo ese sonido de gruñido cuando dejé escapar un gemido ahogado.

—Aquí no —objeté, intentando desenvolver mis piernas.

Ese gruñido, una vez más. No debería haberlo encontrado tan sexy
como lo hice.

Antes de que entendiera su intención, cruzó la habitación y abrió


la puerta.
—¡Ace, no! —siseé, intentando dejarme caer, pero sus manos me
estaban sosteniendo en el lugar mientras avanzaba por el pasillo hacia
su habitación.

—Listo —dijo, cerrando la puerta de su dormitorio de una patada,


y luego dirigiéndose hacia la cama.

Su cuerpo presionó el mío contra el colchón a medida que nos


deslizaba hacia las almohadas, sus labios sellados sobre los míos.

Ace presionó hacia arriba y hacia atrás para sentarse sobre sus
talones, y me quedé fascinada al verlo deslizar el condón, su mirada sobre
mí la mitad del tiempo, dura, hambrienta.

Una vez terminado, sus manos agarraron mis caderas,


arrastrándome hasta su regazo, empujando mis piernas hacia arriba,
luego embistiendo dentro de mí sin previo aviso.

—Oh, por Di… —grité, tomando un aliento codicioso antes de que


pudiera pronunciar la última palabra, sintiendo un pellizco ante la
plenitud de él dentro de mí, tirando mis caderas un poco hacia atrás para
aliviar el dolor—. Eres demasiado grande —le dije, incluso cuando sentía
que mis paredes se ajustaban a la invasión.

Ese ruido de gruñido se disparó a través de Ace una vez más


mientras bajaba mis piernas, abriéndolas y estirando las manos entre
ellos, trabajando sin descanso en mi clítoris hasta que un orgasmo
inesperadamente rápido golpeó mi sistema, la sensación aún más intensa
con la plenitud de él en mi interior.

—Eso —dijo cuando el orgasmo cedió, su voz más áspera que


antes—. ¿Mejor? —preguntó, esperando apenas por mi asentimiento
frenético antes de comenzar a empujar. Un poco vacilante al principio,
aún dándome un minuto para adaptarme. Pero tan pronto como mis
caderas comenzaron a chocar contra él, se acercó a mí y empujó más
fuerte, más rápido, mientras mis brazos y piernas lo rodeaban, mientras
la cabecera golpeaba feroz contra la pared.

Pero justo cuando sentí que me estaba acercando a la cima, salió


de mí, agarrando mis caderas, volteándome sobre mi estómago y tirando
de mis caderas hacia arriba y hacia él mientras bombeaba dentro de mí.

Mi mano salió disparada, empujando contra la cabecera contra la


que me habría estampado a medida que se volvía más duro, más rápido,
incluso más desenfrenado.
Su palma azotó mi trasero, el dolor de alguna manera
intensificando el placer cuando su otra mano se movió entre mis muslos,
comenzó a trabajar en mi clítoris mientras empujaba más duro aún,
haciendo gruñidos que hicieron que mis paredes se aprieten a su
alrededor, aferrándose más fuerte.

—Josephine, córrete —exigió con una voz que era más un gruñido
que un discurso.

Empujó sus caderas.

Su dedo se deslizó.

Y solo… me derrumbé.

La mano de Ace se estrelló contra la parte posterior de mi cabeza,


hundiendo mi rostro aún más profundamente en las sábanas,
amortiguando los gritos cuando me corrí.

Las olas estaban comenzando a refluir cuando se hundió


profundamente, dejando escapar un gruñido que resonó francamente
primitivo cuando se corrió.

Colapsé hacia adelante, inhalando un aliento tembloroso,


plantando una mano para darme la vuelta y compartir una sonrisa
exhausta pero satisfecha con Ace.

Pero cuando me di la vuelta, esa sonrisa se congeló y se me cayó


de la cara.

Todo dentro de mí se tensó.

Juro que los latidos de mi corazón se detuvieron, y luego se


aceleraron a toda velocidad.

No había sido una alucinación por hipotermia.

Había tenido los ojos rojos.

Habían estado resplandeciendo.

Su lengua se había bifurcado.

Había unos cuernos abriéndose paso en su frente.

Pero no.

No, eso no era posible.

No existían.
Todo era emblemático, ¿verdad? Eso era lo que me habían educado
para creer. Los demonios no eran entidades físicas reales, sino que
representaban el mal inherente en todos nosotros contra el que teníamos
que luchar.

No eran hombres vivos, que respiraban y vestían carne.

Hombres con los que podías tener sexo sin saberlo.

Y hacerlos revelar su verdadera forma.

Oh, Dios.

Oh, Dios mío.

—Josephine… —comenzó Ace, extendiendo una mano hacia mí,


haciéndome consciente de repente de sus dedos alargados, sus uñas
puntiagudas.

Garras.

No uñas.

Porque no era un maldito humano.

Ni siquiera me di cuenta que el grito venía de mí hasta que Ace


retrocedió sorprendido al oírlo.

—Para —exigió Ace, intentando alcanzarme nuevamente.

—¡No! —chillé, alejándome de él, arrojándome de la cama.

Ni siquiera pensé.

No me detuve a considerar mi mejor movimiento.

Simplemente corrí, completamente desnuda y conmocionada por el


pasillo, de regreso a la habitación de Red, cerrando y bloqueando la
puerta.

Me detuve un momento para agarrar mi ropa del piso antes de


correr hacia el baño, cerrando también esa puerta, sin saber mucho, pero
sabiendo que quiero tantas puertas cerradas y bloqueadas entre nosotros
como sea posible.

Eso asumiendo que las puertas pudieran detener a un demonio.

Mierda, por lo que sabía, podrían materializarse de la nada.


De repente deseé haber prestado mucha más atención en la escuela
dominical cuando era niña. Al menos entonces sabría a qué me
enfrentaba aquí.

Mi corazón estaba martilleando contra mi caja torácica, dejándome


realmente preocupada por un ataque al corazón a medida que me ponía
la ropa de un tirón y observaba la puerta todo el tiempo.

Un demonio.

Era un demonio.

Y me acosté con él.

—Josephine —dijo Ace a través de la puerta, con voz suave, casi


persuasiva.

No iba a responder.

¿Qué podía decir?

¿Qué podía decir él?

¿Intentaría negarlo? ¿Hacerme no creer en mis propios ojos?

Dios, quería no creer en mis ojos.

Porque se suponía que los demonios no existían.

Porque incluso si lo hicieran, no debería haber podido cruzarme


con uno.

—Oh, Dios. Oh, Dios. Oh, Dios —sollocé, dejándome caer al


costado de la bañera, presionando mi cabeza entre mis manos.

—Vas a tener que salir de allí eventualmente —dijo Ace.

Estaba bastante segura que preferiría morirme de hambre antes


que volver a salir con él.

El sexo que se había sentido jodidamente casi de otro mundo,


aparentemente, lo era.

Pero no del buen mundo.

El maldito inframundo.

Mi estómago se revolvió y se agitó, impulsando la bilis hacia arriba.

Apenas llegué al baño a tiempo, vomitando hasta que no quedó


nada dentro.
Me arrastré del suelo, sonándome la nariz y alcanzando el enjuague
bucal, sin querer mirarme en el espejo, pero también forzándome.

Ahí estaba.

Familiar, pero no.

Había un vacío en mis ojos que nunca antes había visto allí.

Además de eso, estaba la evidencia de lo que acababa de suceder


entre Ace y yo. Mis labios estaban hinchados. Había una quemada de
barba a un lado de mi cuello, sobre mi pecho. No podía soportar mirar
más abajo, o darme la vuelta y ver las marcas de azotes en mi trasero.

Agarré un paño, lo cubrí con agua y jabón, y froté mis marcas,


dejándolas más rojas, pero sintiendo que tenía que limpiar los rastros de
él en mi carne.

Fue solo después de cerrar el grifo que escuché de nuevo a Ace.

Supongo que pensé que podría haberse ido.

Pero hubo un golpe pequeño, algo como una mano o una frente
golpeando la puerta, un suspiro profundo, y luego sus pasos mientras
salía de la habitación de Red.

La tensión no disminuyó. Era un cable vivo chisporroteando a


través de mi sistema, haciéndome sentir incómoda en mi propia piel.

Me quedé allí hasta que me dolieron las piernas antes de volverme


hacia la ducha, abriendo el agua hasta abrasarme, después frotando
cada centímetro de mi piel, intentando lavarlo de ella.

Pero era inútil.

Había estado encima de mí.

Había estado dentro de mí.

Me volví para ponerme mi ropa sucia, sin querer dejar la seguridad


de mi puerta bloqueada.

Al final, el cansancio me hizo apilar todas las toallas, paños y


toallas de mano en la bañera, y meterme, cayendo en un sueño
intermitente, dominado fatigosamente por sueños sobre demonios. Sobre
un demonio, en particular.

Pero no fueron sueños apropiados sobre el fuego del infierno y


almas completamente negras.
Oh, no.

Fueron otros sueños.

Del tipo que me dejó despertando sintiéndome necesitada y


enferma del estómago por esa necesidad.

Esa sensación enfermiza se tornó increíblemente familiar durante


los días siguientes. Al igual que la forma en que mi mente corrió de un
lado a otro, intentando aceptar esta realidad nueva.

Cielo.

Infierno.

Demonios.

¿Quizás… ángeles?

Pensé hasta que me volví medio loca.

Luego seguí adelante y seguí pensando.


Ace

No podía quitarme esa mirada de la cabeza.

Maldita sea, apenas me había recuperado de un orgasmo que me


hizo ver en blanco. Había estado alrededor durante mucho tiempo. Me
había follado a muchas mujeres. Siempre tuvo su atractivo, pero nunca
había sido para mí como imaginaba que se sentía para los hombres
humanos, dada su obsesión por tenerlo.

Pero el sexo con Josephine finalmente me hizo comprender ese


deseo que se parecía más a una necesidad.

Había sido abrumador.

Apenas había aceptado esa idea.

Y entonces, se dio la vuelta.

Y esa mirada.

Mierda, esa mirada.

Nunca había perdido el control sobre mí durante el sexo. Ni


siquiera había pensado que era una posibilidad para mí Cambiar en un
orgasmo. Había estado tan consumido por las otras sensaciones que no
había notado mi lengua, mis cuernos, mis dedos.

Sin embargo, Josephine seguro que sí.

Nunca antes había tenido que ver esa expresión en el rostro de


alguien. Proteger nuestra verdadera identidad había sido de suma
importancia. Quién sabía qué tipo de castigo soportaríamos en el infierno,
o el cielo, para el caso, descubriera que nos habíamos expuesto a los
humanos.

Aun así, suponía que la expresión de pánico, miedo y absoluto


disgusto puro no me habría molestado tanto en el rostro de nadie más.
Y luego gritó. De hecho, grité de horror al verme solo parcialmente
Cambiado.

Me había dicho que solo era la conmoción a medida que me ponía


los pantalones y después la seguía por el pasillo. Pero entonces la
encontré detrás de dos puertas bloqueadas.

Como si eso no fuera lo suficientemente malo, maldita sea, había


vomitado.

Vomitó por mi verdadera forma.

Vomitó porque me dejó poner mis manos diabólicas sobre ella.

No reconocí la sensación punzante en mi pecho mientras estaba


parado al otro lado de esa puerta.

Pero cuando bajé las escaleras, le arranqué la bebida de la mano a


Drex, y la engullí para sentir el ardor que siempre le había gustado,
fragmentos de ficción, música y poesía volvieron a mi mente a toda prisa.
Hombres y mujeres describiendo exactamente lo que sentí al escuchar a
Josephine vomitar porque se había acostado conmigo.

—Así de malo, ¿eh? —preguntó Drex, sonriéndome.

—¿De qué carajo estás hablando? —pregunté, volviendo a agarrar


la botella. No podía emborracharme. Ni siquiera podía imaginar cómo se
sentían los humanos estando ebrios, pero el ardor al menos estaba
distrayéndome del dolor en mi pecho.

—Este lugar tiene paredes gruesas —dijo, aún sonriéndome—. Y


aun así escuché esa cabecera estampándose contra la pared. Imagínate
mi sorpresa al descubrir que de repente eres una especie de líder del tipo
“haz lo que digo, no lo que hago”.

—Drex, no me pongas a prueba en este puto momento —gruñí,


sorbiendo un poco de alcohol directamente de la botella.

—No hiciste que se corra, ¿eh? —preguntó, siempre de los que


meten un dedo en una herida abierta—. No me pareció escuchar ningún
grito. Hombre, estás perdiendo tu toque.

—¿Qué carajo dije? —rugí, agarrándolo por el cuello, levantándolo


de su asiento cuando el Cambio vino de nuevo sobre mí.

—¿Qué carajo está pas…? —comenzó Ly, Siete y él deteniéndose en


seco justo en la puerta de la biblioteca.
—Ace, hombre, ¿qué carajo? —preguntó Siete, avanzando,
mirándome con ojos preocupados.

—¿Qué hizo esta vez? —preguntó Ly, haciendo que Drex ponga los
ojos en blanco.

—¿Qué estás haciendo? —La voz de Lenore se unió a las otras,


corriendo hacia adelante, alcanzando mi muñeca con su mano,
quemándome.

Había mejorado mucho en el control de sus poderes. Tanto es así


que en estos días podía usarlos a demanda, no solo cuando estaba
asustada o enojada.

Podría haber sido inmortal, pero una quemadura de tercer grado


aún dolía como un hijo de puta. Fue lo suficientemente intenso para dejar
caer a Drex, y soltar una serie de maldiciones.

—¿Qué está pasando? —preguntó Lenore, mirando a su alrededor.

—¿Quieres decirles, o debería hacerlo? —preguntó Drex, para nada


intimidado.

Después de cientos de años de desacuerdos entre nosotros, a


menudo llegando a peleas abiertas entre nosotros, nos costaba mucho a
todos acobardarnos por un desacuerdo pequeño.

—¿Decirnos qué? —exigió Ly, su mirada moviéndose hacia mí.

Pero no pude encontrar las palabras mientras intentaba encontrar


algo de autocontrol, forzar el Cambio de regreso.

—Se folló a la enfermera —dijo Drex.

—¿Y? —preguntó Ly, confundido.

No quería decírselos.

Pero al mismo tiempo tenía que hacerlo.

—La enfermera lo sabe.

—¿Qué sabe? ¿Sobre nosotros? —preguntó Siete, el tono


tornándose sombrío.

—Bueno, sobre mí —respondí, sintiendo que mis cuernos volvían a


entrar, mi lengua volviéndose a unir.
—Bueno, mierda —dijo Drex, dejándose caer de nuevo en su
asiento, con una mirada distante.

—No estoy seguro de por qué eso cambia algo —dijo Bael,
pareciendo surgir de la nada—. El plan siempre fue matarla. No tendrá
ningún contacto con el mundo exterior mientras sana a Red. ¿Cuál es el
problema?

El problema era, la idea de ella mirándome de nuevo así. Día tras


día hasta que Red mejorara. El problema era, ahora que la había probado,
quería más, pero vomitó ante la idea de mis manos tocándola.

—El problema es que se encerró en el baño de Red, y no muestra


señales de volver a salir —dije, intentando mantener mi tono uniforme.
La mierda ya era bastante mala, no necesitaba que supieran mi
verdadera razón para estar tan mal.

—Tiene que comer —razonó Siete—. Saldrá eventualmente.

—Iré a hablar con ella una vez que se calme —dijo Lenore.

—Sí, porque descubrir que no solo existen los demonios, sino que
también las brujas, sin duda ayudará a la situación —dije arrastrando
las palabras, haciendo que ella ponga los ojos en blanco.

—Soy la única mujer aquí que puede hablar con ella. Podría
ayudar. No tengo que decir nada sobre ser una bruja. O, ya sabes, en
parte demonio.

—Haz lo que tengas que hacer —la invité, abriéndome paso entre
la multitud en la puerta, haciendo mi camino de regreso al piso de arriba,
encerrándome en mi habitación que aún olía a sexo. Las sábanas aún
estaban amontonadas donde sus manos las habían aferrado cuando se
corrió—. Maldita sea —siseé, paseándome a lo largo de mi habitación,
intentando hacer que mis pensamientos se calmen, para poder
concentrarme.

No logré eso.

Y cuando el cansancio finalmente me llamó a la cama, tuve sueños


vívidos con ella.
No salió al día siguiente.

Al parecer, ni siquiera comprobó a Red.

Y ciertamente no había tocado la comida que Lenore y Minos le


habían llevado dos veces ese día. Daemon incluso había corrido a la
tienda para recoger varios artículos que había oído mencionar a
Josephine mientras se preparaba la comida.

Se negó a comer incluso con sus favoritos allí para ella.

Había preferido morir de hambre que aceptarnos algo.

Esa comprensión hizo que otra de esas sensaciones punzantes me


atraviese el pecho.

—Solo derriba la puta puerta —sugirió Drex, encogiéndose de


hombros—. Solo la necesitamos para cuidar de Red. No está haciendo
eso. Así que, oblígala a salir. A la mierda lo que piense al respecto.

—No estoy tan segura que no esté revisando a Red —dijo Lenore,
llamando mi atención—. Red estaba en el lado opuesto esta mañana que
anoche. Quiero decir, no he estado prestando tanta atención, pero Red
ya no parece estar retorciéndose. No veo cómo habría rodado a su otro
lado a menos que alguien más la rodara allí.

—Entonces, no hay problema —concluyó Drex.

—Excepto que, los humanos mueren si no comen —le recordó


Minos.

—Comerá eventualmente —dijo Drex, encogiéndose de hombros—.


Puede ser terca, pero los humanos tienen un fuerte instinto de
supervivencia. Quiero decir, se canibalizan entre sí cuando lo necesitan
—agregó, encogiéndose de hombros—. Además, si no lo logra,
simplemente podemos conseguir otra. No estábamos planeando
mantenerla para siempre.

Un bajo sonido gruñido se movió a través de mi pecho, lo


suficientemente fuerte como para que Minos y Ly me miren con
curiosidad, pero, afortunadamente, nadie más se dio cuenta.

—Y si todo está resuelto, me voy —anunció Drex—. ¿Quieren que


me lleve a la plasta de mierda para mantenerlo alejado del trasero de
todos? Si lo escucho quejarse de no tener ningún coño mientras estamos
encerrados una vez más, voy a hacer un agujero en el núcleo de la Tierra
para enviarlo de vuelta al infierno yo mismo.

—¿Escuché a alguien decir mi nombre? —preguntó Daemon,


apareciendo de la nada, claramente escuchando sin vergüenza.

—Sí, llévatelo. Pero vigílalo —exigí, dándole a Drex una mirada


dura. No necesitaba decirlo. Después de todos estos años, sabía lo que
estaba intentando transmitir.

No necesitamos problemas con más seres sobrenaturales.

—Oh, jefe, no necesita vigilarme. Me mantendré ocupado y sin


problemas bajo la falda de alguna linda dama —dijo Daemon, dándome
una sonrisa antes de salir por la puerta principal. Drex lo siguió, dejando
escapar un suspiro.

—Entonces, ¿qué hay de Red? —preguntó Aram, moviéndose hacia


el viejo asiento de Drex.

—¿Qué hay de Red? —pregunté.

—¿Por qué no se está curando? ¿Quién le habría hecho esto? ¿Y


por qué?

—Mierda, ni idea —admití, odiando las palabras incluso cuando


salieron, pero ya no había forma de evitarlas. Consulté todos mis libros.
No pude encontrar ni una sola razón por la que un demonio estaría
sufriendo tanto tiempo. O perderían en absoluto la cabeza—. ¿Tienes
alguna idea? —pregunté, mirando a Bael dado que había estado más
recientemente en el infierno.

—Ya sabes cómo son las cosas ahí abajo. Hay equipos diferentes.
No solemos atacarnos, pero suceden mierdas.

—No tenía equipo —le dijo Aram—. Somos su equipo.

Eso era cierto ... y no.

Éramos su equipo en la Tierra después de que todos de alguna


manera hubiéramos terminado atrapados aquí juntos. Antes de eso, en
realidad ninguno de nosotros se había conocido.

—Ahora somos su equipo. No siempre fuimos su equipo —les


recordé—. Estaba bajo el mando de Marceaus —aclaré, mirando de vuelta
a Bael.

—¿Marceaus? —preguntó Bael, frunciendo el ceño.


—Sí. ¿Por qué? ¿Qué no estás diciendo? —exigí.

—Marceaus era una leyenda.

—¿Por qué suena eso en pasado? —preguntó Siete.

—Porque nadie ha visto a Marceaus en una generación —dijo


Bael—. El propio Lucifer ha estado cabreado desde que desapareció.
Marceaus era uno de sus favoritos. Uno de los bastardos más
despiadados que nadie hubiera conocido.

Mi mirada se deslizó hacia Ly, viendo reflejado lo que ya tenía


arremolinada mi mente.

—Marceaus tiene que estar aquí —dijo Aram.

—Sí, eso es lo que todos están pensando ahora —coincidió Ly.


Entonces, me miró—. ¿Cuánto mayor es Marceaus que tú?

—Mucho —confirmé.

—¿Podría saber algo? —preguntó Aram.

—Tendríamos que encontrarlo y preguntar —concluyó Siete—.


¿Qué opinas? —preguntó, mirándome.

—Creo que el mundo es jodidamente grande —le dije—. Creo que


si vino aquí una generación atrás, podría haberse ambientado en
cualquier lugar.

—Podríamos tantear el terreno —dijo Aram, esperanzado, ni cerca


de estar dispuesto a renunciar a la curación de su amiga.

—Sí —coincidí, aunque no fuera por otra razón, que sacar a


algunos de ellos del camino—. Siete, Bael y tú deberían salir después de
hacer las maletas y armar un plan.

—¿Quieres que armemos el plan? —aclaró Siete, luciendo


confundido. ¿Y por qué no debería hacerlo? Nunca antes les había dejado
liderar misiones sin ninguna dirección.

—Sí. No se metan en problemas con la ley. Manténganse alejado de


cualquier sobrenatural hostil. Y manténganse en contacto.

Los hombres compartieron una mirada. Aram estaba ansioso. Siete


estaba decidido a demostrar que podía encargarse. Y Bael, bueno, Bael
era su máscara cerrada habitual.
—¿En serio crees que Red le importaría una mierda después de
todo este tiempo? —preguntó Ly, recibiendo un codazo de Lenore, quien
podría haberlo amado como era, pero nunca dejaba de intentar recordarle
que sea un poco más amable.

—No lo sé. Ella hablaba de él todo el tiempo como si tuvieran una


relación cercana entre mentor y aprendiz. —Una que claramente quería
que signifique más—. Las mujeres de nuestra especie no son comunes,
de modo que él se habría tomado más tiempo con ella. Con suerte,
suficiente para que al menos ofreciera algunas ideas, si es que tiene
alguna.

—Deberíamos haberles dicho que se lleven a Daemon en su camino


—sugirió Ly.

—Es un lastre en la carretera sin el resto de nosotros para


controlarlo —dije, encogiéndome de hombros—. Si al final le gusta el
club, podemos encargárselo a Drex la mayoría de las noches.

—Pensé que no eras fan del club —dijo Ly, levantando las cejas.

—No lo soy. Pero en este momento tenemos problemas más


grandes.

—¿Problemas como la enfermera? —presionó.

—Sí, morir de hambre sería, en el mejor de los casos,


inconveniente.

—Sí, ese debe ser el problema —acordó Ly, sacudiendo la cabeza,


agarrando a Lenore y saliendo de la habitación.

—¿Qué? —pregunté a medida que Minos me lanzaba una larga


mirada dura.

—Yo… ¿sabes qué? Nada —dijo, encogiéndose de hombros y yendo


a su habitación a escuchar su triste música, como de costumbre.

Pasó otro día que Josephine no comió.


Pero en la tercera noche, me colé en la habitación de Red,
escondiéndome en la oscuridad de su armario, esperando ver si lo que
decía Lenore era cierto, que ella encontraba un par de minutos cada
noche para aún entrar y cuidar a su paciente.

Casi me había rendido.

Fue en ese momento justo antes del amanecer cuando el cielo aún
estaba oscuro, pero se podía escuchar a algunos pájaros ya despertando
para la mañana.

Probablemente era la única parte del día en la que ninguno de


nosotros estaba despierto, demasiado tarde para los demás y un poco
demasiado temprano para mí.

Fue entonces cuando la cerradura de la puerta se desenganchó, y


luego la puerta se entreabrió.

Su cabeza apareció, mirando primero a su alrededor, después


saliendo corriendo, dándole a la comida en el plato fuera de la puerta del
baño una mirada triste antes de llegar a Red, sintiendo la temperatura,
revisando las heridas, obligándola a bajar su medicamento por su
garganta, y luego rodándola a su otro lado.

Con eso, regresó al baño, haciendo una pausa, y entonces se dejó


caer junto al plato, agarrando un puñado de comida fría y finalmente
demostrando que Drex tenía razón. No tenía la fuerza de voluntad para
morirse de hambre.

—Si no fueras tan terca, podrías haberlo comido cuando estaba


tibio —dije, provocándole un grito ahogado de sorpresa mientras
intentaba levantarse y regresar a su santuario de baldosas.

Pero fui más rápido, entrando por la puerta justo cuando ella
llegaba, agarrando la puerta, evitando que la cierre.

—Deberías dejarme explicarte —sugerí, intentando mantener mi


tono uniforme.

—No necesito una explicación —dijo, dando pasos hacia atrás,


queriendo la mayor distancia posible de mí—. Eres malo.

—Sí —coincidí, asintiendo.

—No tienes alma.

—Eso va de la mano con la parte malvada, así que sí.


—¿Ni siquiera vas a intentar negarlo?

—¿De qué sirve eso? Lo has visto con tus propios ojos. No eres
estúpida.

—Me acosté con un, con un demonio —dijo, escupiendo la palabra


como una maldición.

—Sí, lo hiciste. Aunque no veo cómo eso cambia nada.

—No eres humano —espetó.

—Eso es cierto y falso —dije—. Tengo carne humana. Mi cuerpo


funciona como lo hace cualquier hombre normal.

—Tienes cuernos.

—De vez en cuando. Generalmente cuando estoy enojado —


aclaré—. Y, aparentemente, cuando tengo sexo contigo.

—¿Solo conmigo? —preguntó—. No, no respondas a eso. No


importa. Nunca volverá a suceder.

—Sí, solo contigo. Josephine, he estado aquí por mucho tiempo. He


conocido a muchas mujeres. Eso nunca antes había sucedido.

—¿Qué significa eso?

—Honestamente, no lo sé.

—¿Me… me hiciste algo?

—¿Algo como qué? —pregunté, frunciendo el ceño.

—¿Embarazarme como en una situación del diablo? —preguntó,


luciendo cenicienta ante la mera idea.

—¿Quieres decir si puse un bebé demonio dentro de ti? No,


Josephine. Llevaba un maldito condón, ¿recuerdas?

—Bueno, no sé cómo funciona —dijo, señalando mi entrepierna.

—Funciona de manera similar al hombre típico al que estás


acostumbrada. Excepto que solo puedo embarazar cuando tengo la
intención de hacerlo. Y no lo hice —agregué cuando no pareció
convencida—. Sé que tus películas y grabaciones hacen que parezca que
todo lo que hacemos es venir aquí y preñar a mujeres desprevenidas, pero
así no es cómo funciona.

—Entonces, ¿cómo funciona? ¿Por qué no haces eso?


—Porque no hay razón para hacerlo. No tenemos estructuras
familiares típicas. No hay un impulso real para continuar con nuestro
linaje a menos que reclamemos a una mujer humana. Y eso sucede rara
vez. —Excepto que, al parecer, no tan rara vez como solía hacerlo.

—No entiendo.

—Reclamar es, en cierto modo, involuntario. Algo en nosotros


reacciona a cierta mujer y la Reclama. Lycus y Lenore tienen eso.
Significa que él está unido a ella por la eternidad. Él haría cualquier cosa
para protegerla, para mantenerla feliz. Incluso si Lenore lo hubiera
rechazado, el Reclamo sería parte de él.

—Suena como amor —dijo, sacudiendo la cabeza.

—El amor es una elección —respondí.

—No, no lo es.

—Claro que lo es. Así es como puedes enamorarte o no de alguien.


Tú eliges eso. No hay nada de eso con el Reclamo. No podemos elegir no
hacerlo. Es una parte eterna de nosotros.

Su mirada cayó ante eso, inspeccionando las baldosas en el piso


por un momento antes de volver a mirar hacia arriba.

—No importa. Eso no importa.

—Entonces, ¿qué?

—¡Eres un demonio! —chilló antes de retroceder como si pensara


que podría cargar contra ella.

—Sí, lo soy. No cambia nada.

—¡Lo cambia todo!

—¿Cómo? He sido así desde que nos conocimos. La única


diferencia ahora es que tú lo sabes. Nada ha cambiado.

—¿Qué quieres de mí?

—Lo mismo que he querido desde el principio. Que ayudes a Red.

—Red también es una, ¿verdad? —preguntó, el terror en su voz


haciéndome saber que no había considerado antes eso.

—Sí. Todos lo somos. Bueno, Lenore solo en parte.

—¿En parte? ¿Cómo puedes ser en parte demoníaco?


—Mira, es mucho —le dije—. Si quieres la información, te la daré.
Responderé tus preguntas —ofrecí, sabiendo que el resultado sería el
mismo independientemente, incluso si una parte cada vez más
desproporcionada de mí odiaba la idea de que ese sea su destino—. Pero
tienes que salir de este maldito baño. Tienes que comer. No hay razón
para que te sientas miserable.

—Me acosté con un demonio, así que, sí, la hay —murmuró en voz
baja.

—Oye —grité, moviéndome hacia adelante, enganchando su


barbilla, forzándola hacia arriba—. Suficiente, ¿de acuerdo? Suficiente de
esa puta mierda. Tú me follaste. Sin importar lo que soy.

—¿Eso… hiere tus sentimientos? —preguntó, frunciendo el ceño—


. ¿Que me sienta así?

—No tenemos sentimientos. No como tú.

—Parece que estás molesto.

Incluso a medida que lo decía, pude ver lo que decía. Estaba en la


tensión en mi mandíbula, en la sensación revuelta en mi estómago.

Estaba enfadado.

Ofendido.

Dolido.

O alguna combinación de las tres.

Era difícil saberlo después de tanto tiempo sin tener que lidiar con
la mayoría de las molestas emociones humanas, salvo quizás las que eran
más naturales para los de mi especie: la frustración y la ira.

Pero ahí estaban, inconfundibles, innegables.

—Si lo estoy, y eso también es algo nuevo para mí —admití,


sintiéndome extrañamente desnudo. Así era cómo se sentía la
vulnerabilidad. Nunca antes había comprendido en realidad el concepto
en mi cabeza—. Vamos —dije, bajando su barbilla, dando unos pasos
hacia atrás—. Sal de aquí. Vuelve a la normalidad. Te dejaré en paz si
quieres. O, si lo prefieres, puedo educarte. Pero sal. Duerme en el sofá en
lugar del suelo…

—Bañera —corrigió, señalándola, haciéndome girar y encontrar


una colección de toallas y paños apilados en el espacio pequeño.
—Eso es aún peor —dije, negando con la cabeza—. Duerme en el
sofá. Come tu comida. Piensa en lo que quieres. Entonces, avísame, ¿de
acuerdo? —pregunté, saliendo del baño, dándole espacio.

Me dio un asentimiento tenso.

—Está bien.

—Está bien —coincidí—. Le pediré a Minos que te prepare algo


fresco —dije, señalando la comida.

—De acuerdo. Gracias —agregó, sin dar ningún paso más.

Hasta que salí del dormitorio, en el pasillo.

Tenía la sensación de que sabía lo que iba a querer.

Yo, lo más lejos posible de ella.

No debería haber importado.

Pero descubrí que mientras me senté toda la noche repasando eso,


importaba.

Importaba más que cualquier cosa que pudiera recordar, cualquier


cosa que importara.
Jo

Sentía como si hubiera pasado toda una vida desde que me


preocupaba por mis compañeros nuevos de trabajo, por cortarme el
cabello, por tener una mascota nueva.

En ese entonces había sido mucho más ingenua.

Ahora me sentía mucho mayor.

Ahora que sabía cómo funcionaba el mundo de verdad, que los


demonios caminaban entre nosotros, que no parecían criaturas
retorcidas de pesadillas o películas de terror.

Oh, no.

Parecían seres humanos muy atractivos.

Había notado algunas cosas en un par de días después de salir del


baño para intentar encontrar otra vez algo parecido a la normalidad.
Como el hecho de que Minos, Ly y Daemon tenían las mismas manchas
rojas en los ojos que Ace, solo que en patrones diferentes. Todos eran
cálidos. Podías sentirlo a varios centímetros de distancia. Y había cierta
frialdad en la forma en que se comportaban conmigo que debe ser debido
a su falta de alma.

Supongo que había sido capaz de pasar por alto todas estas cosas
porque no tenía nada con que compararlas.

Sin embargo, ahora todo era deslumbrantemente obvio.

Seguí encontrándome buscando otras cosas en ellos que eran


diferentes a mí, a nosotros, a la raza humana.

Ya que no eran malditos humanos.

Desafortunadamente, todos parecieron estar bajo instrucciones


estrictas de no acercarse demasiado a mí, de quedarse mucho tiempo.
Venían, me traían comida, sacaban los platos viejos, me ayudaban con
Red y, en el caso de Daemon, entraban a limpiar.

—¿Disfrutas limpiando? —Me encontré preguntando al cuarto día


después de salir del baño, viendo a Daemon restregar el lavabo con un
par de ridículos guantes de limpieza rosas. Sabía que venían en amarillo
e incluso en azul, pero él siempre llevaba unos rosa por alguna razón.

—No puedo decir que lo haga, bella dama —dijo, dándome su


característica sonrisa de playboy.

—Entonces, ¿por qué eres tú el que siempre lo hace?

—Creo que la respuesta es doble. Por un lado, creo que todos creen
que soy el menos amenazante de nuestro tipo por venir aquí durante
mucho tiempo. Por otro lado, les gusta obligarme a hacer todas las tareas
del hogar.

—Todos son malos —dije, encogiéndome de hombros.

—Es cierto —coincidió—. Pero antes de que supieras eso, ¿nos


odiabas a todos?

—Me secuestraron.

—Me hablaste como un amigo en la cocina mientras cocinabas. A


pesar de que te habíamos secuestrado.

—No he estado pensando con claridad, ciertamente —dije, con un


tono tajante, una gran parte de mí determinada a despreciarlos a todos,
incluso si actualmente no me estaban dando una razón para hacerlo.

—¿Quieres intentarlo de nuevo? —preguntó—. ¿Una especie de


experimento? —añadió.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir, ahora sabes lo que somos. Vamos a la cocina.


Puedes prepararte algo para comer. Hablaré contigo como lo hice la
última vez. Y luego podrás decidir si me desprecias sin una razón buena…
aparte del secuestro, que era un factor incluso entonces, o quizás ver si
estás juzgándonos por algo que no podemos controlar.

—Podrían no ser capaces de controlar ser demonios, pero pueden


controlar caminar por la Tierra, pretendiendo ser hombres.

—En realidad, no. Estamos atrapados aquí —me dijo Daemon,


quitándose los guantes rosas, metiéndolos en el cubo de limpieza debajo
del gabinete del lavabo—. Lo hemos estado por un tiempo. Bueno, Red y
los demás mucho más tiempo que Bael y yo. No elegimos estar aquí,
aunque ahora que estoy aquí, lo elegiría una y otra vez, y no podemos
simplemente regresar. Tenemos que estar aquí. Así que, hacemos lo
mejor que podemos. Incluyendo coquetear con mujeres bonitas —dijo,
dándome una sonrisa juvenil.

—¿Por qué no pueden volver?

—Porque en primer lugar no se suponía que estemos aquí. Algo que


ver con el equilibrio de las fuerzas. No lo sé. Ace es el experto. Vamos,
pregúntame mientras cocinas. Te estás viendo flacucha —dijo, haciendo
una mueca.

Debí haberme quedado inmóvil.

Sabía que era lo que iba a permitirme ser objetiva, estar enojada.

Pero había estado en la habitación a solas con mis propios


pensamientos, volviéndome medio loca, durante días.

Así que, acepté.

Y encontré la despensa y el refrigerador mucho más llenos que la


última vez. De hecho, pude hacerme macarrones con queso en caja,
comiéndome sola mientras Daemon parloteaba una y otra vez sobre sus
aventuras desde que llegó al “plano humano” un poco más de un año y
medio antes.

—¿Oye, Daemon? —pregunté mientras él comenzaba a lavar mis


platos por mí inmediatamente.

—¿Sí, bella dama?

—¿Puedes llevarme con Ace? —pregunté, luego me apresuré a


aclarar—. Dijo que, si quería saber más sobre, bueno, ya sabes… todos
ustedes, podía ir a él y me lo diría.

—Puedo hacer eso —concordó—. Ven, probablemente necesitará


un poco de café —dijo, sirviéndose dos tazas—. Va a ser mucho —aclaró.

Con eso, me condujo a la parte delantera de la casa, pasando la


segunda taza que había estado cargando y que pensé que era suya en mi
mano libre.

—Y aquí es donde nos separamos —dijo, dándome una sonrisa


alentadora—. Ve a estudiar —agregó, dándome un empujón pequeño
antes de regresar a la cocina, dejándome sin nada más que hacer que
entrar a la biblioteca.

Ahí fue donde encontré a Ace, sentado en el sofá de cuero con


mechones sueltos, vistiendo su suéter de abuelo habitual, sosteniendo
un libro abierto en su regazo.

Su mirada se levantó lentamente pareciendo sentir mi presencia,


inmovilizándome con su mirada intensa.

Sonaba completamente irracional incluso en mi propia cabeza,


pero podría haber jurado que pareció complacido. Y aliviado.

—Yo, ah, le pedí a Daemon que me traiga aquí —expliqué,


arrastrando los pies—. Hizo algunos buenos puntos que me hicieron
pensar.

—¿En serio? ¿Daemon? —preguntó, levantando la ceja.

—Estaba tan sorprendida como tú —admití, obteniendo un temblor


de los labios de Ace.

—¿Eso es para mí? —preguntó, señalando la taza extra en mi


mano.

—Oh, ah, sí. Daemon lo hizo —expliqué, sin querer que piense que
estaba pensando en él. Aunque definitivamente lo había hecho, quisiera
o no. Y cuando intenté reprimir los pensamientos, regresaron con mayor
intensidad cuando me quedé dormida.

Le ofrecí la taza, avanzando. Cuando Ace la alcanzó, su gran mano


se deslizó sobre la mía. Y odio admitirlo, pero no pude negar la descarga
eléctrica que sentí a través de mi sistema con su toque.

Si no estaba completamente equivocada, Ace también pareció


sentirlo, su cuerpo poniéndose rígido, su mandíbula tensándose.

—Entonces —dijo, quitando la taza de mi mano—. Quieres


aprender más.

—Sí —admití.

—Está bien —dijo, señalando hacia el otro lado del sofá—. Toma
asiento.

Así que lo hice.

Y se lanzó a ello.
Daemon había tenido razón. Había mucho por asimilar. Tanto es
así que apenas habíamos arañado la superficie al final de ese primer día.

Para el segundo, estaba haciendo preguntas activamente.

Para el tercero, el concepto dejó de ser tan aterrador porque ya no


eran tan extraños.

Y, en realidad, todo desequilibró mucho en mi cabeza sobre lo que


pensé que sabía de la naturaleza del bien y el mal. Porque, sí, estaba el
infierno y había demonios. Pero el propósito de ese lugar y esos demonios
era hacer que la gente pague en el más allá por cosas que a menudo se
salían con la suya en la Tierra. Un sistema de justicia cósmica, por así
decirlo. Los demonios no venían a la Tierra para violarnos y
embarazarnos. A pesar de que Ace y su club hubieran obrado mal
mientras estaban aquí, todo lo que hacían era traer el mal a la superficie.

—No —me dijo, negando con la cabeza—. No funciona si son


buenos en su mayoría. Todo el mundo tiene un poco de maldad en ellos.
Pero no nos ocupamos del tipo de mierdas como cortar los neumáticos
de tu esposo infiel. Lo peor que has hecho es lo mejor que otros han
hecho. Si lo ves de esa manera, no da tanto miedo. Todos reciben su
merecido por ser completos y absolutos imbéciles mientras están aquí. Y
el castigo también encaja.

También se había referido a todo eso. Los círculos del infierno, los
niveles de tormento.

—¿En dónde encajabas? —pregunté, tomándolo con la guardia


baja.

—¿Qué?

—Cuando trabajabas allí, ¿dónde trabajabas? ¿Qué nivel de


maldad castigaba?

—Ly, Bael y yo trabajábamos bastante alto. Los asesinos en serie y


los violadores eran nuestro fuerte.

—¿Qué es peor que eso?

—Los pedófilos. Asesinos en masa. Personas que roban el espacio


de estacionamiento en el que claramente estabas parando…

Una risa sorprendida burbujeó y estalló de sus labios,


sorprendiéndonos a ambos.

—Oh, Dios mío. ¿Era una broma? —pregunté, sonriendo.


—Las cosas habían tomado un giro serio. Pensé en aligerarlo un
poco.

—Bueno, me dejas impresionada. No estaba segura que tuvieras


un sentido del humor discernible —bromeé—. Pero supongo que tiene
sentido. Contigo, Ly y Bael.

—¿Por qué lo dices?

—Porque son todos… tan fríos —decidí. Era la palabra más amable
que se me ocurrió—. Mientras que Aram, Siete y Daemon son casi más,
no sé, humanos. ¿Dónde encajan Drex y Minos?

—Justo debajo de nosotros. Golpeadores de esposas, mierda de


pandillas.

—Pero entonces, ¿con qué lidiaron Aram, Siete y Daemon?

—Oh, los otros tipos de imbéciles con los que la mayoría de la gente
trata a diario. Jefes imbéciles que se aprovechan de las situaciones,
aquellos que abusan de su poder, personas que podrían haber ayudado
a otros y decidieron no hacerlo. Cosas de nivel inferior.

—Entonces, ¿qué hay de aquellos que duermen mucho o codician


el lindo auto nuevo de sus vecinos? —pregunté, recordando ciertas reglas
con mucha claridad.

—Si lo haces y estás arrepentido, no tienes que preocuparte de que


te metamos atizadores calientes en las cuencas de los ojos, Josephine.
Nos encargamos de las personas que hicieron lo que hicieron y no les
importó un carajo a quién lastimaron al hacerlo.

Y eso era justo, ¿no?

Las personas que lastiman a otros deberían pagar por ello.

Para que eso sucediera, aquellos como Ace tenían que existir para
exigir ese castigo.

No, no era humano.

No, no tenía los mismos sentimientos que nosotros.

Pero eso no significaba que fuera alguien a quien debía temer.

Ya sabes, más allá de todo el asunto del secuestro y el cautiverio.

Aunque, seamos sinceros, no estaba siendo tratada como una


mierda, no me arrojaron a un sótano en alguna parte ni me hicieron morir
de hambre y congelarme. La mayoría de las cosas malas que me habían
pasado desde que “los conocí” fueron cosas que me había hecho a mí
misma.

Había salido al frío y casi me muero.

Había elegido no comer y dormir en el frío baño inclemente.

Técnicamente, incluso fui yo quien me golpeó la cabeza.

No estaba intentando culparme como víctima, pero todo dicho y


hecho, no me habían tratado mal. Honestamente, creo que habría sido
mucho más abusada por los secuestradores humanos comunes y
corrientes que por los verdaderos demoníacos con los que estaba
atrapado.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Ace, sacándome de mis


pensamientos.

—Que, para alguien malvado, no me han hecho cosas malas —


admití, encogiéndome de hombros.

Se inclinó hacia adelante ante eso, colocó su libro en la mesita de


café, y podría haber jurado que murmuró en voz baja algo que sonó
muchísimo como: No estoy seguro de poder aunque quisiera.

Pero habló de nuevo inmediatamente antes de que pudiera


preguntar.

—¿Hay algo más que quieras saber?

—¿Vas a matarme? —pregunté.

Allí.

Directo al grano.

Creo que era la única pregunta que me había pasado por la cabeza
durante días, a estas alturas, semanas. Se estaba volviendo más difícil
controlar el tiempo.

Vi la respuesta a eso en su mandíbula antes de que pudiera decirlo,


haciendo que mi estómago se retuerza, mi corazón se acelere.

—No —exigió, extendiendo la mano para agarrar mi muñeca justo


cuando se me ocurrió el pensamiento de salir disparada, correr, escapar
de ellos. Incluso si eso significaba morir por los elementos. Sentí que,
mejor en mis propias manos que en las de ellos—. No me dejaste
responder.
—Puedo ver la respuesta —espeté, intentando alejar mi brazo, solo
logrando tirar de él hacia adelante, más cerca de mí, elevándose sobre mí
a medida que me reclinaba contra el brazo del sofá.

—Puedes ver parte de la respuesta —corrigió.

—No hay ninguna parte en esto. O me matas o no me matas, con


la vida no hay nada intermedio.

—El plan era matarte —admitió, haciendo que mi corazón se


apriete en mi pecho, una opresión que se cierra alrededor de mi cuello,
cortándome el aire—. Pero ese no es el… ya no puedo hacer eso —me dijo,
sacudiendo la cabeza.

Quise odiarlo en ese momento, este hombre quien consideraba


quitarme la vida tan casualmente.

Pero cuando miré su rostro, todo lo que pude ver fue confusión y
vulnerabilidad, y tal vez incluso algo más. Algo que no quería nombrar
porque una parte de mí aún no estaba lista para aceptarlo.

Tragué más allá del nudo en mi garganta, humedeciendo mis


labios.

—¿Qué cambió?

—Sabes lo que cambió —respondió, el agarre en mi muñeca


aflojando un poco, su pulgar acariciando la parte inferior suavemente.

Sabía que no se suponía que debía hacerlo. Sabía que era malvado.
Sabía que debería haberme repugnado. Pero no podía negar que el toque
suave envió un hormigueo por mi brazo, luego a través de mi pecho.

—No hay… no hay nada —intenté afirmar, pero no pude obligar a


mis labios a soltar el resto de la mentira.

—Sí, lo hay —respondió—. Hay algo aquí.

—No puede haberlo —insistí, sintiendo su mano deslizarse, sus


dedos entrelazándose con los míos, levantando mi brazo por encima de
mi cabeza mientras su cuerpo se movía, su rodilla presionando entre mis
muslos, obligándome a girar hasta que estaba acostada en el sofá, su
cuerpo cernido sobre el mío. Sin tocar, pero muy cerca. Peligrosamente
cerca.

Mi maldito corazón traidor se agitó en mi pecho por la intensidad


que vi en sus ojos.
—Puede haberlo —respondió, inclinándose, presionando sus labios
en el costado de mi cuello. El escalofrío que me recorrió indicándome que,
si bien mi mente estaba en conflicto, mi cuerpo ciertamente no lo
estaba—. Si quieres que lo haya —agregó, sus dientes mordisqueando
suavemente el lóbulo de mi oreja.

—No es tan simple —insistí, sintiendo que mi cerebro ya se estaba


volviendo lento y empañado por el deseo mientras su lengua recorría mi
oreja.

—¿Qué tiene de complicado? —preguntó.

—Eres mi captor —le recordé, tomando una respiración mesurada,


pero sintiéndola temblar en mi pecho.

Ante eso, presionó hacia atrás lo suficiente para mirarme, sus ojos
fulgurando rojos con su deseo.

—Vete si quieres irte —ofreció.

—No vas a dejarme ir.

—Vete si quieres irte —repitió, encogiéndose de hombros mientras


se sentaba sobre los talones. Sentí la pérdida de su mano en la mía más
de lo que debería haberlo hecho, lo suficiente como para casi hacerme
alcanzar la suya nuevamente.

—¿Y entonces qué, me perseguirás? —pregunté.

—No.

—No puedes dejarme ir. Sé de ti. Puedo contárselo a la gente.

—No lo harás —dijo, sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué no?

—Porque no eres estúpida —respondió, dándome una risa sin


humor—. En estos días, cuando la gente empieza a hablar de follar con
un demonio, los envían a una sala psiquiátrica.

No estaba exactamente equivocado en eso, ¿verdad? Ciertamente


me había encontrado con varias personas delirantes en mi tiempo en las
salas de emergencia. Y cuando murmuraron sobre cosas que no existían,
o cosas que yo pensé que no existían, alguien siempre pidió una
evaluación psicológica, que por lo general terminó con una detención y,
finalmente, con medicación.
No pude evitar preguntarme si alguna vez no le había creído a
alguien cuando me habían contado su historia, cuando en realidad
resultaba ser verdad.

—Podría acudir a gente que me creyera.

—Buena suerte para encontrar alguno estos días —dijo—. He


tenido conversaciones reales con personas santas en mi tiempo. Y nunca
sospecharon nada. Muchos de ellos en estos días no toman las cosas tan
literalmente como alguna vez fueron escritas.

—¿En serio me dejarías ir? —pregunté, buscando en su rostro


algún pequeño indicio.

—En serio te dejaría ir. Si quisieras irte.

Por supuesto que quería irme.

¿Cierto?

—¿En cualquier momento? —pregunté, sabiendo de alguna


manera que ahora mismo no era así.

—En cualquier momento —acordó—. Incluso te llevaría al


aeropuerto.

—¿Al aeropuerto? —pregunté—. ¿Qué tan lejos me llevaron?

—Al otro lado del país —respondió, sin disculpas.

—Yo, ah, no estaría, ya sabes, haciendo un trato con el diablo,


¿verdad? —aclaré, decidiendo que en una situación como esta, las letras
pequeñas eran muy, muy importante.

Conseguí una sonrisa ante eso.

Una genuina sonrisa real.

No una sonrisita irónica, ni una mueca de desprecio.

Una maldita sonrisa de este hombre gruñón.

—No, Josephine, tu alma es tuya —dijo, con un tono más ligero de


lo que nunca lo había escuchado, juguetón, burlón. Y, maldita sea, era
algo hermoso de un hombre tan serio.

—¿Lo prometes?

—Sí, lo prometo —contestó, sus ojos tornándose un poco suaves—


. Entonces, ¿estamos de acuerdo? Eres libre de irte en cualquier
momento. ¿Pero también eres libre de quedarte todo el tiempo que
quieras?

Probablemente el tema era lo suficientemente importante como


para requerir una reflexión real. ¿Pero hice eso? No, no lo hice.

—Estamos de acuerdo —le dije, dándole lo que pareció una sonrisa


temblorosa.

Pero no duró mucho.

—Mierda, gracias —siseó, descendiendo sobre mí, sus labios


sellando los míos. Duro. Hambriento.

Y con eso, cualquier pensamiento de él siendo otra cosa que un


hombre que deseaba se desvaneció.

No hubo vacilación cuando mis piernas se envolvieron alrededor de


sus caderas, atrayéndolo aún más firmemente contra mí, sintiendo su
dureza presionarse contra mí. Retorciéndome con avidez contra él,
necesitando la fricción, a medida que la mano de Ace se deslizaba por
debajo de mi camisa, acunando mi seno mientras ese ruido gruñido que
tanto me gustaba lo atravesó.

Su dedo índice y pulgar se cerraron alrededor de mi pezón, girando,


apretando, luego rodando, haciendo que mis caderas se balanceen contra
él a medida que aumentaba la necesidad de liberarme.

—Ace —gemí, mis dedos arrastrando su camisa por su espalda,


tirándola torpemente por su cabeza, consiguiendo una pequeña risa de
su parte cuando se apartó un poco, mirándome mientras se deshacía de
la camisa.

Podría haber estado impaciente por liberarme, pero me tomé mi


dulce tiempo para mirar por encima de su pecho, su estómago, esos
músculos de su cinturón de Adonis que desaparecían en sus pantalones.

Me incliné hacia él, mis manos fueron a sus pantalones,


liberándolos, metiendo la mano y sacando su polla, deslizándola dentro
de mi boca antes de que Ace pudiera adivinar mis intenciones,
obteniendo un siseo sorprendido a medida que tomaba su longitud dura
hasta el fondo.

Su mano fue a la parte posterior de mi cuello, manteniéndome en


lo profundo, luego meciéndose en mi boca.

Siempre me había gustado tener el control durante el sexo oral.


¿Pero dejar que Ace lo tenga? Era algo prohibido y sexy.

Mi cabeza se inclinó ligeramente hacia atrás, mis ojos abriéndose,


encontrándolo observándome intensamente a medida que follaba mi
boca.

—Mierda —siseó, respirando temblorosamente—. No —dijo cuando


intentó alejarse y mis manos se hundieron en su trasero para intentar
aferrarme—. Es mi turno —aclaró, tirando hacia atrás, agarrando la parte
posterior de mis rodillas, y volteándome sobre mi espalda en el sofá.

Mis pantalones y bragas salieron antes de que pudiera respirar


adecuadamente. Entonces sus manos se extendieron por mis muslos, y
él estaba entre ellos, devorándome con el mismo tipo de entusiasmo que
yo había sentido por él.

Me condujo hasta el orgasmo. Lo cual, ciertamente, no tomó mucho


tiempo gracias a las noches de insomnio que pasé retorciéndome en mi
pequeño sofá teniendo recuerdos vívidos de sus manos sobre mí, él
dentro de mí, dejándome sintiéndome constantemente excitada y ansiosa
por la liberación.

Antes de que las olas pudieran incluso terminar de romper por


completo, me soltó, agarró un condón y se lo puso. Volviendo a mí, sus
manos se hundieron en mis costados, levantándome y volteándome hasta
que estaba de rodillas, mis manos apoyadas en el apoyabrazos del sofá.

La rodilla de Ace presionó la mía para separarlas, y luego se estrelló


dentro de mí.

Duro.

Profundo.

Un gemido de sorpresa se me escapó cuando su mano agarró mi


cadera, usándola para hundirme contra él mientras empezaba a empujar.

Esta vez no hubo nada lento o exploratorio.

Esto era hambre pura y primitiva.

Y estaba justo allí con él, mis paredes cerrándose fuertemente


alrededor de su polla mientras me conducía rápidamente hacia otra cima.

Su otra mano salió disparada, cerrándose alrededor de la parte


delantera de mi garganta, usándola para llevarme hacia atrás contra su
pecho, pero sus dedos permanecieron allí, cortando una pequeña
cantidad de aire, solo hasta que mi rostro se sintió cálido, mis labios un
poco hormigueantes.

—Córrete —exigió, con una voz tan áspera como se sentían mis
terminaciones nerviosas, posada allí en ese precipicio por un momento
agonizante antes de empujarme fuera de él, dejándome libre cayendo en
mi orgasmo, gritando su nombre cuando me corrí, sintiendo el cuerpo de
Ace sacudirse igualmente cuando se corrió conmigo, las puntas de sus
garras clavándose en mi garganta.

Pensé que vomitaría de nuevo al sentir ese Cambio, trayendo de


vuelta el horror y la confusión de la última vez.

Pero en su lugar, sentí otro pequeño enjambre de olas moverse a


través de mí, dejándome jadeando por aire cuando los brazos de Ace me
rodearon, sosteniéndome contra él, o estaba segura que me habría
plantado de cara en el sofá.

Mi respiración era irregular cuando recliné la cabeza contra el


hombro de Ace. Una sonrisa tiró de mis labios cuando Ace se inclinó y
me dio un beso dulce a un lado de la cabeza.

Ace.

Dulce.

Eran dos palabras que no deberían haber ido juntas, pero no podía
negar que lo hacían bien. Al menos, solo esta vez.

—Tenemos que movernos —dije un momento después, sintiendo


una apariencia de orden regresando a mi cuerpo.

—No, no tenemos.

—Alguien podría entrar en cualquier momento —le recordé.

—¿Y? —preguntó—. Odio decírtelo, Josephine, pero todos en la


casa te oyeron gritar mi nombre cuando te corriste, así que ya todos lo
saben.

Sentí el calor inundar mis mejillas ante la idea de que me


escucharan, sabiendo lo que estábamos haciendo. Incluso si hubiera
escuchado a varios de los otros estando con mujeres en mi corta estadía
en su casa.

—Sí, pero saber y ver son dos cosas completamente distintas —


insistí, sintiéndome muy expuesta de cintura para abajo.
—Está bien —dijo Ace, deslizándose fuera de mí a regañadientes,
recuperando sus pantalones, luego arrojándome los míos—. Vuelvo
enseguida —agregó, saliendo de la biblioteca y por el pasillo.

Y fue justo en ese momento que supe con certeza que no había
habido ninguna estratagema para hacer que me acueste con él otra vez,
que confíe en él.

Porque me había dejado sola.

Ninguno de los otros parecía estar merodeando.

Estaba en el baño.

Podía levantarme y salir por la puerta principal.

Quizás debería haber hecho eso exactamente.

Pero, en cambio, me puse los pantalones y caminé de regreso a la


cocina, preparándonos a cada uno una taza de café.

Oí abrirse la puerta del baño, y pasos dirigiéndose hacia la


biblioteca.

Y entonces, un portazo seguido por el rugido ensordecedor de


“¡Mierda!”

El pánico me dejó congelada por un momento cuando escuché a


los demás viniendo corriendo, exigiendo saber qué estaba pasando.

—Maldita sea, se ha ido —les espetó, con una voz más demoníaca
que humana.

No debería haber sido sexy.

Y aun así.

Agarrando las tazas, corrí de regreso por el pasillo, moviéndome


hacia la puerta para encontrar a los demás reunidos, mirando a Ace
mientras casi pareciendo entrar y salir del Cambio.

—Yo, ah, sí —empecé, al ver todas sus cabezas volviendo en mi


dirección—. Buscaba café —agregué, levantando las tazas.

Nunca olvidaré la mirada que vi cruzar el rostro de Ace en ese


momento. Era la mirada que había visto en los rostros de los miembros
de la familia que llegaban corriendo después de escuchar que sus seres
queridos estaban en algún tipo de accidente grave, cuando sabían que
todo iba a estar bien.
Era un alivio puro y sin diluir.

Porque no me había ido.

Ace cerró los ojos a medida que tomaba varias respiraciones lentas
y profundas, intentando controlar el Cambio.

Sintiendo extrañamente que era una lucha privada, mis ojos se


deslizaron en su lugar hacia Minos, cuya mirada se sentía como si se
estuviera derritiendo a través de mi piel, de lo intensa que era.

No entendía la mirada en sus ojos. No estaba segura de querer


hacerlo. Pero fuera lo que fuera lo que hubiera causado que estuviera allí
lo hizo suspirar, sacudir la cabeza y salir de la habitación.

—Entonces, ¿vamos a soltar a la cachorrita de su correa? —


preguntó Daemon, lanzándome una sonrisa juvenil.

—Tuvimos una charla —dijo Ace, mirándolo—. Es libre de moverse


como le plazca.

—¿Estás jodiendo? —espetó Drex, haciendo que Ace levante una


ceja.

Por supuesto, no lo conocía desde hacía mucho tiempo, pero lo


conocía lo suficientemente bien como para saber que esa expresión en su
rostro no era la que querías tener apuntada en tu dirección general. Sin
embargo, Drex no pareció intimidado.

—Jo —dijo Lenore, usando el nombre por el que le había dicho que
me llame, ya que literalmente todos en mi vida siempre lo habían hecho.
Excepto Ace. E incluso cuando estaba intentando negar mi conexión
irracional con él, una pequeña parte obstinada de mí solo quería que él
use mi nombre así completo—. ¿Por qué no vamos a ver a Red? —sugirió,
volviéndose hacia mí, dándome una mirada con los ojos del todo abiertos,
una mirada universal de “los chicos están siendo ridículos”.

—Sí —coincidí, casi sintiendo un poco de pena por Drex, pero solo
un poco. Ya que quería tenerme enjaulada como un animal.

—Entonces, Ace y tú —dijo, con los ojos brillantes—. Lo siento, lo


sé. Es privado. Simplemente… nunca he podido hablar con una mujer
sobre su relación.

—¿Nunca? —pregunté, volviéndome hacia ella a medida que nos


dirigíamos a la habitación de Red.

—Yo, ah, ¿Ace no te habló de mí?


—No, en realidad no.

—Vengo de un aquelarre de mujeres —explicó.

—¿Eres una bruja? —pregunté, casi sintiéndome un poco


deslumbrada. Cuando era adolescente había estado obsesionada con los
programas de televisión y las películas de brujas. Una pequeña parte de
mí siempre deseó que fueran reales, y que algún día descubriría que yo
misma lo era.

—Sí, en parte. Ahora también soy en parte demonio —me dijo—.


Desde Ly. Así puedo vivir con él —explicó—. Las brujas son como los
humanos. Mortales. Más longevas, pero mortales. Pero de todos modos,
si las mujeres querían tener hijos, salían al mundo y quedaban
embarazadas, pero ninguna de nosotras tenía relaciones.

—Entonces, ¿no has tenido a nadie con quien hablar de Ly y tú? —


pregunté, sintiéndome triste por ella. Tenía buenos recuerdos de las
sesiones de conversación de toda la noche con amigas e incluso con mi
madre sobre chicos y hombres con los que había estado saliendo, o
incluso con los que había ido en serio. Fue una parte importante de mí
aprender lo que quería y lo que no quería, lo que era y lo que no era el
comportamiento que quería en mi vida. No podía imaginarme nunca
haber tenido eso.

—No. Red… Red se fue antes de que ella y yo en realidad


pudiéramos conectar. Hemos sido solo los hombres y yo desde entonces
—dijo, dándome una mirada cálida y frustrada al mismo tiempo. Y dado
lo que sabía sobre estos hombres, podía entenderlo totalmente.

—Está bien —dije, moviéndome hacia el sofá, palmeando el espacio


a mi lado—. Háblame de Ly y tú —ofrecí.

Se lanzó a ello.

Y luego me preguntó lo que estaba pasando con Ace.

Antes de que nos diéramos cuenta, era tarde y los gritos de abajo
se habían detenido.

—Ese sería Drex yendo a su club pervertido —explicó Lenore


cuando la puerta principal se cerró de golpe con tanta fuerza que sonó
como si podría haberse agrietado. Su moto rugió a la vida un momento
después—. Debería ver a Ly. Asegurarme que nadie esté sangrando.

—¿En serio pelean físicamente?


—Son hombres —dijo, poniendo los ojos en blanco.

—Eso es bastante justo —concordé, sonriendo mientras ella se


dirigía a la puerta.

—Esto fue agradable —declaró.

—Lo fue —acordé, levantándome y dirigiéndome hacia Red,


disponiéndome a revisarla.

—No puedo entender por qué no se ha curado —dijo Ace,


haciéndome saltar, volviéndome para encontrarlo apoyado en la puerta.

—Fue abusada horriblemente —le recordé.

—Sí, pero nos curamos rápido. Debería haberse curado hace días.

—Bueno, se está curando. Eso es lo importante, ¿verdad? Creo que


mañana puedo quitarle algunos de estos puntos. Algunas de las heridas
más grandes probablemente podrían necesitar uno o dos días más. Pero
está mejorando. Lenore dijo que estabas enviando por Mar-Mark… —
Podía ver su nombre en mi cabeza, Marceaus, pero no podía pronunciarlo
bien.

—Mar-kay-us —repitió para mí—. Sí. Es mayor que el resto de


nosotros. Podría saber por qué no se está curando. Y qué está pasando
con ella… —se detuvo, agitando su cabeza.

—¿Crees que lo encontrarán?

—No lo creo —admitió, sonando derrotado—. Al menos no pronto.


Y para cuando lo hagan, ¿quién sabe qué quedará? —dijo, dándole a Red
una mirada triste.

—Nunca se sabe cuándo la gente simplemente… se recuperará.


Sucede todo el tiempo. Incluso a veces las personas que los médicos dicen
que nunca despertarán. Y, quiero decir, ni siquiera está en coma ni nada
así. No te desanimes.

—Josephine, no somos personas —me recordó.

—Razón de más para esperar que salga adelante. No son tan


débiles como nosotros, los debiluchos mortales —dije, dándole una
sonrisa juguetona, intentando aligerar el estado de ánimo.

—¿Está lista?
—Sí, hasta mañana por la mañana —dije. Iba a ver si Lenore y yo
podíamos administrarle algún tipo de baño de esponja ahora que, en
general, estaba curada.

—Bien. Vamos —dijo, extendiendo un brazo.

—¿A dónde vamos? —pregunté, sintiendo el cansancio colgando a


mi alrededor. No quería aprender nada más esa noche. Solo quería
dormir.

—A la cama —aclaró.

—Duermo allí —le recordé, señalando hacia mi sofá. Hacía mucho


que había terminado de doblar mi manta cuidadosamente sobre mi
almohada. Aún se veía igual que cuando salí de ella antes.

—Ya no —me dijo, avanzando aún más hacia el pasillo mientras


me acercaba.

—¿Esto es para que puedas vigilarme, pero darme la ilusión de


libertad? —pregunté, sospechosa por naturaleza, y aún no del todo
segura de cuánto podía confiar en una criatura del infierno.

—Josephine, vas a necesitar aprender a confiar en mí —me dijo,


suspirando un poco, obligándose a relajar parte de la tensión en su
mandíbula—. Pero no te quiero en mi cama porque quiero vigilarte. Te
quiero en mi cama para que estés cómoda. Y así puedo despertarte y
follarte a primera hora de la mañana —añadió, su voz una promesa
oscura que hizo que mi sexo se apriete con fuerza.

—Bueno —dije, tragando pesado, siguiéndolo al pasillo—. En ese


caso —dije, sonriendo mientras dejaba caer un brazo sobre mis hombros,
y me conducía a su habitación.

También cumplió sus promesas.

Dormí como una bebé acurrucada en su pecho.

Y desperté con sus manos ya comenzando a avivar un poco del


fuego en mi cuerpo.

Una chica podía acostumbrarse.

Y lo hice. Sea inteligente o no. Sea que signifique que en realidad


tenía algún tipo de síndrome de Estocolmo o algo similar. Sea bueno o no
para mi alma mortal.

Me acostumbré.
A él.

A la extraña y maravillosa dinámica nueva creciendo entre


nosotros.

Y luego, una noche, aproximadamente una semana después, todo


cambió.
Ace

Desperté todas las mañanas preso del pánico, seguro que ella se
habría ido.

No sabía qué pensar al respecto.

A juzgar por las miradas de reojo que Ly y Minos siguieron


enviándome, pensaban que la había Reclamado. Pero no había habido
señales de eso.

Así que, no entendía los sentimientos recorriéndome. Como era de


esperar, había pasado muchas horas intentando convencerme que solo
me preocupaba que se vaya porque ahora poseía todos nuestros secretos.
No había dejado nada fuera. A veces, cuando claramente había estado
intentando andar de puntillas en ciertos temas, Josephine me había
hecho más preguntas hasta que me sacó todo.

Si bien me preocupaba que una humana supiera nuestros secretos,


también me conocía lo suficientemente bien a estas alturas como para
saber que no era solo eso. Era personal.

Me iba a dormir con ella envuelta sobre mí como una manta,


dándome una calidez que había estado buscando durante años, pero que
nunca encontré. La satisfacción que inundaba mi pecho mientras dormía
era un subidón que esperaba con ansias todos los días. Y la idea de que
eso ya no sea un factor en mi vida, que ella ya no sea parte de mi vida,
me dejaba con un latido acelerado y un estómago revuelto.

Me había encariñado a ella.

Una maldita humana.

Cuya vida entera pasaría para mí en un abrir y cerrar de ojos.

Tampoco estaba seguro qué veía en ella.

Sí, era hermosa. Sí, era inteligente. Sí, encontraba sexy su


curiosidad y entusiasmo por aprender más de lo que podría haber
anticipado. Sí, admiraba su dedicación al cuidar de Red incluso cuando
ya no estaba siendo obligada a hacerlo.

De modo que, seguro, debe haber sido todas esas cosas mezcladas.
Pero también había algo más, algo que no podía señalar, algo para lo que
no tenía palabras. Era otra cosa y esa alteridad era lo que me tenía tan
cautivado.

No lo entendía.

En todos mis años, nunca había sentido nada por los humanos
aparte de una molestia generalizada por su estrechez de miradas o una
especie de interés distante en su evolución a través de tiempos más
tecnológicos.

Claro, sentí atracción por las mujeres con las que me había
acostado durante años. Pero fue algo fugaz. Una picazón que necesitaba
rascarse.

Incluso el sexo con Josephine se sentía nuevo y, a veces,


abrumador. Era algo que me encontraba anhelando en momentos
inoportunos. Seguía esperando llenarme, superarlo, pero no parecía
suceder. En todo caso, solo seguía deseándolo, deseándola a ella, mucho
más.

—¿Por qué siempre me miras así? —preguntó Josephine entrando


por la puerta del dormitorio con dos tazas de café en mano.

No tenía que preguntarle qué mirada tenía. Podía sentirla. Era puro
alivio absoluto. Aun así, tenía que preguntar, saber si ella estaba
captando lo que había estado sintiendo.

—¿Qué mirada?

—No lo sé —admitió—. Como si estuvieras en shock o algo así.

—Debe ser porque la mujer que casi muere al exponerse a la


naturaleza intentando alejarse de mí ahora me está trayendo café.

—Sí, bueno, claramente, necesito tener una evaluación psicológica


intensa —dijo, dándome una sonrisa suave a medida que me entregaba
la taza, subiendo sobre mí para acurrucarse a mi lado y beber su café.

—No estás loca —insistí con palabras urgentes. Porque necesitaba


que eso sea cierto. Necesitaba que su calidez hacia mí sea genuina.

¿Por qué?
No tenía ni idea.

Pero importaba.

—No —acordó, apoyando su cabeza en mi pecho por un segundo—


. No estoy loca. Esta situación lo es, pero yo no lo estoy. —Se detuvo allí,
bajo algo pesado en el aire.

—¿Qué es? —pregunté, mi brazo rodeando su hombro, mis dedos


pasando por su cabello.

—Mi vida anterior —comenzó, intentando pensar en una forma de


expresarlo.

—¿Quieres volver a eso? —pregunté, cuestionándome si había


escuchado el terror que reconocí tan claramente en mi voz.

—No. Bueno, más o menos, pero sobre todo no. Quiero decir, si no
soy bienvenida…

—Eres bienvenida —la interrumpí—. Durante el tiempo que


quieras estar aquí —agregué.

Sabía que se iría algún día. Querría cosas que no podría darle.
Normalidad. Bodas, bebés y envejecer juntos.

Pero intentaba no permitirme concentrarme demasiado en esos


pensamientos.

—Está bien —coincidió, dejando escapar un suspiro lento.

—Entonces, ¿qué clase de “peros” hay entonces? —pregunté.

—Tengo cosas —respondió—. Bueno, supongo que solía tener


cosas. En mi apartamento. Si nadie ha entrado a robar y se las ha
llevado. O mi casero no ha desalojado el lugar.

—Quieres tus mierdas.

—Sí —contestó, sonriéndome—. Quiero mis mierdas. La ropa de


Red es, uhm, fría. —Lo cual era una buena forma de decir que a Red le
gustaba mostrar algo de piel—. Y las de Lenore son… —Estaba luchando
por encontrar algo agradable que decir sobre todas las faldas hasta el
suelo.

—Amish —supliqué.

—Algo así —concordó—. Me gustan, ya sabes, los pantalones.


—Las faldas tienen un acceso más fácil —dije, deslizando mi dedo
por debajo de la que se había puesto para ir a buscarnos café, avanzando
entre sus muslos, jugando con su coño.

—Eso es cierto —acordó, suspirando cuando mi dedo encontró su


clítoris—. Aun así —intentó insistir incluso cuando sus piernas se
abrieron más para mí, dándome espacio para hundir dos dedos
perezosamente dentro de ella.

—¿Qué tal si usas faldas y nada en absoluto por un tiempo más, y


luego podemos hacer el largo viaje hasta allí para conseguir tus mierdas?
—sugerí, mi polla ya estaba sólida como una roca mientras sus paredes
apretaban aún más mis dedos.

—Mmm —murmuró, dejándome quitarle su taza de café,


poniéndola en la mesita de noche—. Está bien —coincidió, balanceando
las caderas rítmicamente con mis embestidas.

—Si tuvieras pantalones puestos —dije, agarrándola, atrayéndola


a mi regazo donde su coño empapado se deslizó sobre mi polla dura—,
esto no sería tan fácil —dije, meciéndome contra su hendidura mientras
mi mano libre iba a la mesita de noche.

—Tienes un buen punto —concordó a medida que me ponía el


condón.

—Siempre tan codiciosa por mi polla —siseé mientras sus caderas


se levantaban, y después se deslizaba sobre mi polla tan pronto como
terminé.

—Mmhm —murmuró, ya balanceándose, ya conduciéndose por sí


sola.

No podía afirmar haber sentido antes la necesidad de ralentizar el


sexo, de hacerlo más de lo que era, pero cuando empezó a tornarse más
duro y más rápido, la agarré, la hice rodar debajo de mí y asumí el
control.

Lento.

Medido.

Nunca me había tragado esa mierda de que el sexo se trataba tanto


del viaje como del destino. El sexo siempre se trataba de correrse. Ese era
el punto. Pero, de alguna manera, a medida que la confusión se convertía
en deseo, en una vulnerabilidad casi cruda en su rostro, todo lo que
importaba era el momento, nuestros cuerpos moviéndose juntos, sus
piernas envolviéndose alrededor de mi cintura, sus suspiros delicados,
sus brazos rodeando mi cuello, atrayéndome hacia abajo para presionar
nuestros labios entre sí.

En ese momento me importó un carajo el orgasmo.

Solo quería estar cerca de ella, estar dentro de ella, ser parte de
ella.

—Ace… —gimió, sus caderas agitándose inquietas.

Pero en ese momento, era demasiado egoísta para acelerarlo por


ella, para darle lo que más necesitaba.

Nunca antes había estado tan sumergido en el momento, tan en


sintonía con alguien. Notaba cada respiración laboriosa, cada flexión de
sus dedos sobre mis hombros, la forma en que los músculos de sus
muslos comenzaron a temblar, la forma en que su voz pasó de quejidos
agudos a gemidos más bajos y más profundos.

Sus paredes se tensaron con fuerza a mi alrededor, haciéndome


saber que no iba a esperar más.

Mis labios se separaron de los de ella mientras mi mano se estiraba


para agarrar la suya, sujetándola al colchón sobre su cabeza,
sosteniéndola a medida que su espalda se arqueaba, a medida que su
boca se abría en un gemido silencioso, a medida que sus paredes
comenzaban a pulsar profundamente a mi alrededor.

Se corrió duro, profundo y largo, ordeñando mi orgasmo al mismo


tiempo, dejándome como una masa deshuesada encima de ella durante
un momento extenso mientras luchaba por recuperarme.

—¿Qué pasa? —preguntó cuando finalmente encontré la fuerza


para levantarme y mirarla.

—No pasa nada —contesté, frunciendo el ceño.

Su mano se alzó, la yema de su dedo recorriendo mi sien.

—No cambiaste en absoluto —me dijo, con voz preocupada. Como


si estuviera preocupada, insegura. Como si podría pensar que era una
señal de que estaba perdiendo interés en ella.

Quería respuestas, pero no tenía ninguna. No sabía cómo decirle


que, si bien mi lado primitivo podría no haber respondido esta vez, no me
había impactado menos.
—No lo sé —admití—. La mejor suposición es que el Cambio es más
una respuesta primitiva —dije—. Y eso no fue primitivo. Eso fue algo
diferente —dije, rodando a mi lado, empujándola para terminar frente a
mí.

—Oh —dijo, su mandíbula relajándose, la tensión abandonando su


cuerpo—. Eso tiene sentido.

—Vuelvo enseguida —le dije, levantándome de la cama,


dirigiéndome al baño.

—¿Oye, Ace? —llamó.

—¿Sí?

—¿Podemos salir hoy? —preguntó.

Intenté fingir que el “nosotros” implicado no hizo que esta


sensación extraña hormiguee en mi pecho, pero tampoco podía negarlo.

—¿Tienes algún lugar en mente? —llamé, esperando que mi voz


salga menos impactada de lo que me sentía.

—Solo salir —contestó, sonando ligera, tranquila—. He estado


encerrada una eternidad —agregó.

Y, para ella, probablemente se había sentido así. Para mí, parecía


que no pasó tiempo en absoluto.

—Podemos hacer eso —coincidí, volviendo a encontrarla en mi


lugar, bebiendo su café.

—Podemos ver los alrededores. Ahora que sé dónde estoy —agregó,


poniéndome los ojos en blanco—. Oh, ¿podemos conseguir comida?

—Dices eso como si no te hemos estado alimentando —dije,


subiéndome a la cama con ella, tomando mi café cuando me lo entregó.

—No, ha mejorado mucho —admitió—. ¿Cómo le explico esto a


alguien a quien en realidad no le importa la comida? —preguntó,
frunciendo los labios.

No es que no nos importara la comida. Solo nos habíamos


acostumbrado. De donde éramos comer nunca había sido una gran cosa,
así que cuando llegamos al plano humano, como muchas otras cosas,
comer había sido algo de lo que todos nos habíamos dado el gusto. Y cada
cincuenta años más o menos, la dieta cambiaría lo suficiente como para
que todos pasáramos por una fase nuevamente, probando las cosas
nuevas que se les habían ocurrido a los humanos. Como los productos
similares a los alimentos que venían en paquetes, creados en
laboratorios, no los alimentos reales que provenían del suelo.

—A veces solo necesitas algo grasiento que no preparaste por ti


mismo —declaró.

—¿Te gusta la pizza? —pregunté.

—¡Sí! —respondió, dejando escapar un gemido que fue casi


jodidamente sexual—. Exactamente, como una pizza. Vamos a comer
pizza.

—Podemos hacer eso. ¿Algo más?

—¿Podemos ver el océano? He visto la costa oeste, pero no el este.

—Hará un puto frío de mierda, pero también podemos hacer eso.

—Y papas fritas.

—Pensé que querías pizza.

—Quiero pizza y papas fritas. Nosotros, los mortales


insignificantes, necesitamos comer varias veces al día —dijo, dándome
una sonrisa descarada—. Antes de que ustedes me robaran, solía tener
tetas y trasero más grandes, lo juro —agregó, chasqueando la lengua.

—En ese caso, ¿por qué no buscamos también pasta y helado? —


sugerí, sacándole una risita infantil.

—Me gusta la forma en que piensas.

Pasé el día como un manojo de nervios, y finalmente entendí a nivel


personal lo que los humanos querían decir con ese dicho, porque una
parte de mí estaba convencida de que Josephine estaba buscando el
momento adecuado para llamar la atención de un extraño, para decirles
que había sido secuestrada, pedir ayuda, huir de mí y no mirar atrás
nunca más.

No pude evitar el sentimiento, incluso cuando me contó sobre su


madre, sobre la infancia que una vez había mermado como si no hubiera
batallado, cuando claramente lo habían hecho.

Fue allí cuando conseguimos una mesa en una pizzería repleta, y


solo tuvo ojos para mí. Bueno, solo para mí hasta que pusieron un
montón de grasa, queso y pan en un plato frente a nosotros. Entonces
estuve bastante seguro que prefería la pizza en lugar de mí. Al menos
hasta que se quejó de que la había dejado comer demasiado y la falda
prestada de Red estaba demasiado ajustada.

Así que, seguimos adelante y escogimos unos pantalones. Y se me


hizo un nudo en el estómago cuando se probó algunos pares diferentes,
modelando varios para mí, pidiéndome opinión. Cuando volvió al área de
los vestuarios, estaba paranoico pensando que no regresaría a mí. Pero
lo hizo.

Fue una preocupación presente incluso cuando fuimos al océano,


y jadeó y agarró mi mano. Cuando me mostró las conchas que encontró,
sosteniendo una con el regocijo de una niña pequeña y declaró:

—¡Esta es una cola de sirena!

Para cuando pasamos por un autoservicio para conseguirle una


comida grasosa en una bolsa que comió mientras bailaba una canción
atroz en la radio, comencé a sentir que parte de la tensión abandonaba
mis hombros.

Algo peligroso se desenrolló a través de mi sistema, algo que solo


podía llamar esperanza.

—Eso fue lo más divertido que he tenido en mucho tiempo —


declaró mientras empezábamos a recorrer el largo camino hacia la casa,
el sol ya se había puesto—. Y no solo me refiero desde que me
secuestraron —agregó, enviándome una sonrisa descarada a medida que
lamía el cono de helado para el que juró que no tenía espacio—. ¿Qué?
—preguntó cuando dio otra lenta lamida deliberada mientras mantenía
el contacto visual.

—Sabes qué —dije con voz ronca.

—Bueno —dijo, lamiendo la comisura de su boca—. Si quieres


sostener esto por mí —dijo, empujando el cono en mis manos a medida
que se ponía de rodillas en el asiento—, tal vez pueda ver por mí misma
qué —finalizó, inclinándose sobre la consola central de la camioneta,
sacando mi polla y chupándome profundamente.

Fue entonces cuando finalmente sentí que la incertidumbre


abandonó mi cuerpo. Porque había tenido más de una docena de
oportunidades para alejarse de mí. Pero eligió venir a casa conmigo. Eligió
venir a casa y luego darme una felación en el asiento delantero del auto
en la calzada.

No quería ir a ningún lado.


Quería estar a mi lado.

Y debajo de mí.

Y encima de mí.

Pero, sobre todo, quería estar conmigo.

Ese era un subidón que aún estaba sintiendo cuando nos


instalamos en la biblioteca con Ly y Lenore. Drex se había llevado a
Daemon al club. Minos estaba, bueno, siendo Minos, probablemente
enfurruñado y escuchando mierdas tristes una y otra vez.

Las chicas habían juntado sus cabezas y habían decidido ver un


programa sobre unos hermanos que perseguían y mataban demonios.
Afirmaron que nos estaban jodiendo, pero estaban claramente
interesadas, cuando Ly se burló de las tramas abiertamente y yo me
desconecté con un libro, feliz de tener a Josephine sentada cerca de mí,
incluso si no estábamos haciendo lo mismo en todo momento. Un tipo
diferente de intimidad, por así decirlo.

Fue una noche perfecta jodidamente normal.

Y, al principio, cuando escuchamos las motos, no salté


inmediatamente a nada negativo, pensando que tal vez los muchachos
habían decidido regresar temprano en su pequeña misión.

No fue hasta que se acercaron que Ly y yo comenzamos a compartir


miradas inseguras. Eran demasiadas motos.

—Apaga la televisión —espetó Ly, poniéndose de pie.

Lenore saltó, soltando el control remoto, teniendo que luchar para


apagar el programa cuando las motos siguieron por el camino de entrada.

—¿Qué está pasando? —preguntó Josephine, siguiéndome


mientras me levantaba del sofá, yendo hacia la estantería para agarrar
las armas que teníamos allí escondidas.

Claro, si Ly y yo decidíamos Cambiar, podíamos hacer trizas a los


humanos con nuestras propias manos. Pero ese era un último recurso
por razones obvias.

Habíamos cabreado a mucha gente simplemente por ser moteros,


por hacer tratos que arruinaban a otros clubes, por ser unos imbéciles
en general.
Cualquiera de esos clubes podría venir en busca de represalias.
Fácilmente podríamos manejar eso con algunos disparos.

—Quédate atrás —exigí, empujando a Josephine a mis espaldas a


medida que Ly se disponía a hacer lo mismo, incluso si Lenore ya no era
mortal. Aún podía lastimarse. A Ly aún le importaba protegerla.

Los motores se apagaron.

Pasos subieron por el camino.

No se detuvieron para tocar, para llamar, simplemente entraron


como si fueran dueños del lugar, como si fueran bienvenidos.

Había lo que parecían diez en total, deteniéndose en el umbral de


la puerta.

Inmediatamente sentí algo primitivo y de otro mundo en ellos, algo


que me puso rígido, que hizo que Josephine dejará escapar un grito
ahogado.

Y fue ese sonido lo que lo hizo.

Pasó más allá de cualquier límite extraño que hubiera estado en el


camino, cualquier cosa que me hiciera vacilar, que me hiciera bailar
alrededor de lo que creo que todos sabían que se estaba avecinando.

Fue su miedo lo que lo sacó de mi interior.

El Cambio.

Pero más instantáneamente.

Y con más dramatismo.

Significa que, se me escapó un bajo gruñido salvaje incluso a


medida que mis alas salían disparadas de mi piel.

No había sentido ni visto mis alas en tanto tiempo que había


olvidado que se sentían como una extensión de mí, como brazos extra. Y
una de esas alas había envuelto a una Josephine sorprendida,
rodeándola por completo.

Ante eso, el líder del grupo de hombres que no eran del todo
hombres enarcó una ceja lentamente. Ni siquiera sorprendido o
interesado. Fue curioso y despectivo a la vez.

—Mierda, han estado aquí demasiado tiempo —gruñó.


Gruñó porque así sonó su voz. Como un gruñido.

No lo reconocía personalmente.

Pero era tan alto como yo, aunque una montaña de hombre. Ancho,
fuerte, con brazos que eran más grandes que mis muslos, un pecho que
parecía como si pudieras rebotar en él.

Su cabello era oscuro, corto a los lados y un poco más largo en la


parte superior, había una barba a juego en su rostro bronceado, y algo
en él hablaba de lo que los humanos considerarían un linaje del Medio
Oriente, aunque no tenía ningún acento para hablar de ello.

Sus ojos eran negros.

Como era el estado de ánimo que parecía rondarlo.

Frío, letal, despiadado.

Esas fueron palabras que me vinieron de inmediato a la mente.

—¿Aquí? —preguntó Ly, recuperándose antes que yo, haciéndome


mirar para ver que sus alas también estaban extendidas, pero solo se
enroscaban alrededor de Lenore, sin envolverla del todo. Al menos, aún
no. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a Reclamar a su
mujer. Podía controlarlo mejor.

—La Tierra. El plano humano. Como carajo quieras llamarlo. No en


casa.

—¿Casa? —aclaré, atrayendo su mirada nuevamente hacia mí.

—¿En serio vamos a jugar estos putos juegos? Tengo mierdas que
hacer. No tengo tiempo para eso.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —pregunté, mi voz volviéndose


un poco más amenazadora.

—Escuché que me has estado buscando.

Ly y yo intercambiamos una mirada rápida, ambos


comprendiéndolo al mismo tiempo.

Este no era un motero al que hubiéramos cabreado.

No era un sobrenatural a quien no le agradáramos.

No.

Este era el maldito Marceaus.


El más antiguo de nosotros.

El más brutal de nosotros.

El mentor de Red.

—¿Eres Marceaus? —pregunté, sintiendo la tensión abandonando


mis hombros, dejando también que mis alas se relajen, acercando a
Josephine, pero sin bloquearla por completo.

—Sí, y como dije, no tengo el puto tiempo para esto. ¿Qué quieres?

—Red.

—¿Qué Red? —preguntó, frunciendo el ceño.

—No qué, quién —corregí—. Red. Trabajó para ti. La entrenaste.

La comprensión se apoderó de él en una ola, haciéndolo perder


parte de la tensión.

—No la he visto desde que desapareció.

—No desapareció. Vino aquí —expliqué—. Al plano humano. Fue


absorbida con el resto de nosotros.

Un músculo se flexionó en su mandíbula.

—Eso encaja —coincidió—. ¿Qué hay de ella? Si la estás buscando,


no la he visto.

—No la estamos buscando. Está arriba —expliqué—. Volvió a bajar


cuando encontramos una entrada —dije, sin querer revelar nuestros
secretos, dejar que otros demonios sepan que podían usar a las brujas si
querían. Habíamos sido lo suficientemente decentes con ellas, pero no
podía garantizar que todos los de nuestra especie lo hicieran.

—¿Y ha vuelto? —preguntó, confundido.

—Sí. Volvió. Jodidamente destrozada. Cada centímetro de ella


golpeado. Sus uñas arrancadas.

—¿Qué? —ladró, toda esa tensión que había huido regresando con
furia.

—Sí. Estamos tan confundidos como tú. Pero te estábamos


buscando porque eso no es todo.

—¿Cómo no es todo?
—Ha sanado. Muy, muy lentamente —le dije, viendo la confusión
que habíamos sentido al presenciarlo—. Con asistencia médica humana
—agregué—. Pero algo más está mal con ella.

—Muéstrame —exigió, agitando el brazo, haciendo que sus


hombres retrocedan varios pasos—. Relájate —añadió cuando mi ala se
tensó alrededor de Josephine—. No tengo ningún maldito uso para tu
humana —agregó. La indiferencia pura en su voz decía que no estaba
mintiendo. Pero la mantuve acurrucada a mi lado mientras lo llevábamos
arriba, dejando a Ly, Lenore y Minos (quienes habían escuchado el
alboroto y emergieron en las sombras para echar un vistazo) para vigilar
a los hombres de Marceaus.

Lo llevé a la habitación de Red, deteniéndome a mitad de camino,


apuntando hacia la cama.

—Ha estado así desde que subió.

—No —corrigió Josephine, haciendo que Marceaus la mirara de


lleno por primera vez—. No —comenzó de nuevo, aclarándose la garganta
con torpeza—. Al principio, estaba gritando. Gritando sin parar.

—Maldita sea, aún está gritando —dijo Marceaus, con la


mandíbula apretada.

—¿Qué quieres decir con que está gritando? —pregunté,


confundido.

Sin embargo, no respondió. En cambio, se dirigió hacia la cama,


arrodillándose en el extremo, quitando las mantas y agarrando a Red con
manos bruscas, empujándola de un lado a otro.

—Oye —espetó Josephine, intentando caminar hacia adelante,


siendo sostenida en su lugar por mi ala.

Admiraba su deseo de cuidar a su paciente, pero era una tonta si


pensaba que podía detener a este hombre.

Mierda, sería un tonto si pensaba que podía.

Además, no creía que estuviera intentando lastimarla.

La estaba revisando, mirando sus heridas, gruñendo a medida que


inspeccionaba cada centímetro de sus pies, piernas, muslos, estómago,
pecho, brazos.

Finalmente, la puso bocabajo, agarrando su cabello mientras se


inclinaba hacia adelante.
—¿Qué está haciendo? —demandó Josephine.

Pero no tenía respuestas para ella.

Todo lo que sabía era que Marceaus parecía saber lo que estaba
haciendo, estaba buscando algo.

Lo supe al segundo en que él también lo encontró.

Porque gruñó.

Si no hubiera estado observando tan de cerca, no lo habría visto


metiendo la mano en el bolsillo trasero. Habría pasado por alto el cuchillo
en su mano.

Como estaba, fui demasiado lento para decir o hacer algo antes de
que él se estuviera inclinando sobre el cuerpo de Red, cortando su cuero
cabelludo.

—¡No! —chilló Josephine, intentando abalanzarse una vez más.

Pero se acabó.

Ya había terminado.

Le había tajado un trozo de piel del cráneo.

Luego lo arrojó sobre la cama, girándose y regresando hacia la


puerta con las manos ensangrentadas.

—¿A dónde carajo vas? —pregunté enfurecido con él.

—Tengo mierdas que resolver —respondió con su voz gruñona.

Y solo así, se había ido, y Josephine estaba tirando de mi ala,


intentando llegar a Red.

La dejé ir.

Porque también iba en esa dirección.

Pero cuando saltó a la cama para inspeccionar la herida, mi


atención no estaba en la propia Red, sino en la parte de ella que Marceaus
había cortado.

Y ahí estaba.

Lo que todos nos habíamos perdido todo el tiempo.

La fuente de sus gritos.


Al parecer, tanto audibles como silenciosos.

—¿Qué es? —exigió Josephine, presionando la sábana contra la


herida sangrante de Red.

Sin embargo, probablemente no sangraría por mucho tiempo.

Porque Marceaus había encontrado la razón por la que no se había


curado en primer lugar.

—Es un tatuaje de una cruz —le dije, mi boca apenas pudiendo


pronunciar las palabras, mi mandíbula estaba tan apretada.

—¿Qué?

—Una cruz —dije de nuevo—. Somos malos —le recordé.

—¡Oh! Oh —dijo, frunciendo el ceño—. Cierto. Las cosas santas


arden. Pero entonces… entonces, ¿cómo sucedió eso? ¿Cómo los
demonios pudieron hacerle eso?

—No podrían haberlo hecho —respondí—. No me preguntes cómo


puta mierda pasó, pero los humanos hicieron esto. En el infierno.

Lo que significaba que la mierda se había puesto mal ahí abajo.

Si los humanos podían actuar mal.

Si eran capaces de dominar a uno de los nuestros.

—No lo entiendo —dijo Josephine.

—Yo tampoco —admití—. Yo tampoco. Pero sí sé una cosa.

—¿Qué?

—Red estará lista y en marcha en un par de horas como máximo.

—No.

—Sí, absolutamente.

—Eso no es posible. Está demasiado ida.


Al final resultó que, ambos teníamos razón.

Red despertó unas dos horas después de que su antiguo mentor y


sus hombres se marcharan.

Nos había mirado, por un momento confundida. Luego había


asimilado toda la información que le habíamos arrojado mientras
descansaba en la cama, su mano presionando su lugar tatuado
distraídamente, la carne otra vez sana.

—Espera. ¿Marceaus estuvo aquí? —preguntó—. ¿Y se ha ido?

Fue entonces cuando Josephine tuvo razón.

Despertó.

Luego se vistió.

Y se fue muy, muy lejos.

Persiguiendo a un hombre al que claramente tenía una cosa o dos


que decirle.

—¿Vamos a hablar de eso? —preguntó Josephine después de que


toda la locura se calmara, después de que los hombres y yo lo hubiéramos
discutido, hubiéramos llamado a los demás para explicarles, para
decirles que se regresen a casa.

—¿Hablar de qué? —pregunté mientras nos sentábamos en el sofá


de la sala de estar.

—De esto —respondió, extendiendo la mano para acariciar mi ala


con sus dedos. Aquella que aún estaba envuelta a su alrededor
protectoramente—. Esto significa que tú, eh…

—Te Reclamé —supuse, encontrando las palabras un poco más


torpes en mi lengua de lo que habría esperado ya que había tenido horas
para comprender lo mismo, para aceptarlo.

—Sí, me Reclamaste —coincidió, lanzando una mirada insegura en


mi dirección, y luego centrándose en mi ala.

—Significa lo que te expliqué. Te he elegido. Siempre serás la única


para mí. Te protegeré a toda costa por el resto de tu vida. Ya sea que me
elijas o no —agregué, pensando en Minos y su mujer desconocida.
Aquella que no quiso tener nada que ver con él. Aquella que convirtió su
ser una vez vivo en un saco miserable de huesos.

—Eres inmortal —dijo, mordiéndose el labio inferior.


—Sí —concordé.

—Soy mortal —finalizó.

—Sí, lo eres.

—Entonces, ¿qué, me elegirías, te preocuparías y protegerías


incluso cuando esté canosa, encorvada y huela a crema para la artritis?

—Sí, Josephine, incluso entonces. No se trata de tu apariencia.


Eres tú. Todo el paquete.

—¿Y si… qué pasa cuando muera? —preguntó, mirándome con


ojos tristes.

—Has visto a Minos —le dije—. Algo así. Si no estuvieras aquí


siempre sentiría que falta algo.

Sus ojos se vieron un poco vidriosos ante eso.

No por ella.

Por el dolor que podría sentir una versión futura de mí.

—¿Y si… y si no quisiera morir?

—No puedes tomar esa decisión.

—Es mi vida. Mortal o no —insistió, esas lágrimas


desvaneciéndose. Levantó la barbilla; su espalda enderezándose. Me
gustaba su dulzura y delicadeza, pero su actitud testaruda y desafiante
era jodidamente sexy.

—Bien —dije, dándole una sonrisa pequeña, deslizando un dedo


por su mandíbula tensa—. No puedes tomar esa decisión ahora mismo
—le dije—. Si decides que tus sentimientos no van a cambiar podemos
revisarlo en un tiempo.

Podía decir no le gustó esa respuesta, pero la parte racional de ella


tenía que admitir que había mérito en mi sugerencia.

—Supongo que puedo vivir con eso —concordó.

—¿Y conmigo? —pregunté—. ¿Al menos, por ahora? —enfaticé.

—Será un honor —dijo, dándome una sonrisa antes de subirse a


mi regazo, sellando sus labios sobre los míos.

Es cierto que, algún día podría tener que enfrentarme a la idea de


que ella ya no me elija.
Pero en ese entonces, justo en ese momento, me estaba eligiendo.

Y eso era todo lo que importaba.


Jo

Día 1…

Él tenía alas.

Quiero decir, objetivamente, lo sabía.

Cambiado completamente a su Forma Verdadera, tenía alas. Pero


por lo que pude ver, casi nunca ocurría en el plano humano. Excepto,
por supuesto, cuando Reclamabas a alguien. Como Ly hizo con Lenore.

Pero Ace tenía alas.

Eran las cosas más bonitas e increíbles que había visto nunca.

Pensé que tal vez eran todas iguales. Negras y con forma de
murciélago. Sobre todo, porque así eran las de Ly y no tenía otro marco
de referencia.

Pero las alas de Ace eran diferentes. Sí, eran como las de un
murciélago. Y, sí, eran predominantemente negras. Pero había otro color
salpicado, casi como purpurina. Un color dorado brillante y encantador
que no podía dejar de mirar, así que me alegré de que Ace pareciera tener
problemas para esconderlas ahora que estaban al descubierto.

También resultaban muy sexys y relajantes cuando rozaban mi piel


desnuda, lo que añadía un nuevo e interesante elemento al sexo más
tarde, la noche de la Reclamación. Y a la mañana siguiente.

Supongo que no debería haber sido tan fascinante, tan encantador.

Probablemente debería haber corrido gritando.

Eran malvados.

Él era malvado.
Y sin embargo... aun así, de alguna manera, había visto más
bondad en él que en muchos humanos con sus supuestas almas.

Era ferozmente leal a su club, a su gente. Se había preocupado


mucho por Red. Se había sentado con ella todas las noches para leerle.

Cuando me llevó a pasar el día afuera, no creo que notara que me


había dado cuenta de su astuta entrega de un puñado de dinero en
efectivo a un indigente sentado frente a la tienda de comestibles junto a
la pizzería a la que habíamos ido.

No solo era su cambio, un dólar o algo así.

Cuando había mirado hacia atrás, el billete que estaba envuelto en


varios otros billetes era de cincuenta.

Puede que a veces mostrara una absoluta burla hacia los humanos,
pero no se puede negar que había desarrollado cierta suavidad hacia
algunos de nosotros. Los oprimidos, los que nuestra sociedad nunca
miraba dos veces, las almas que probablemente ascenderían y no
acabarían en el infierno siendo atormentadas por la eternidad.

Cuando hablábamos de las cosas que él había visto y


experimentado desde que llegó a la Tierra, despotricaba de cómo los
humanos se separaban en grupos, de cómo su miedo y sus prejuicios
mezquinos eran las marcas oscuras en sus almas que los enviaban hacia
abajo en lugar de hacia arriba.

No le gustaba el sufrimiento terrestre.

No le gustaba ver la división basada en la raza, la sexualidad y la


política.

Se había explayado poéticamente sobre cómo, en conjunto, los


humanos habían evolucionado inmensamente en términos de tecnología,
pero casi nada en cuanto a las cosas que realmente importaban.

Ni siquiera querías que comenzara a hablar de religión. Porque, al


fin y al cabo, según sus palabras, “el bien es bueno y el mal es malo y
todo el mundo sabe lo que es bueno y lo que es malo, pero fingen que
solo ellos lo saben, para poder odiarse unos a otros, y empezar guerras,
y hacer exactamente lo contrario de lo que es bueno”.

Para un ser inmortal, estaba sorprendentemente “al día”. O


“despierto”, si se quiere.
Y para una criatura que era, bueno, malvada, le gustaba ver a las
personas siendo buenas, a la gente ascendiendo. Aunque susurraba en
los oídos de los demás para sacar su maldad.

Cuando tal vez lo llamé hipócrita por eso, puso los ojos en blanco.

—No puedes hacer que una persona buena sea mala, Josephine.
Está ahí o no está. Solo lo sacamos cuando está ahí.

Incluso le pedí que lo probara conmigo. E incluso después de


mucho sugerirlo, solo había tenido sueño.

Así que estaba bien.

Lo que me dejaba en una situación difícil, ¿no?

Porque si quería estar con Ace para siempre, tendría que ser menos
buena. No totalmente mala. Lenore seguía siendo en parte buena, en
parte humana. O, bueno, bruja. Lo que creo que aún la hacía humana.
Había estado tan metida en el mundo de los demonios que aún no había
recibido mi curso intensivo sobre brujas. Pero estaba segura que llegaría.

Así que, si decidiera dejar que Lenore me hiciera inmortal también,


seguiría siendo yo misma. Pero viviría para siempre. No me molestarían
tanto las cosas humanas más engorrosas. Como comer. Como el dolor.

Pero para que esas cosas sucedieran, parte de mi alma ya no


estaría.

Era algo grande para contemplar, algo pesado, algo para lo que aún
no estaba lista para decidir, como Ace había sugerido.

Sí, en ese momento estaba al borde de la obsesión por Ace, pero


sabía lo suficiente sobre las hormonas como para saber que la oxitocina,
la dopamina y la serotonina estaban causando estragos en mi sistema,
lo que hacía difícil distinguir mi mente de mi corazón y viceversa.

Necesitaba tiempo.

Para asegurarme de que no era solo un enamoramiento químico.

Sin embargo, tengo que decir que ya sabía que era más que eso.
Porque en realidad me gustaba genuinamente Ace. Con su lado de imbécil
sarcástico y todo eso. Porque mientras él era eso y siempre lo sería,
conmigo era algo más. Era más suave, más dulce y más amable. Y sabía
que, debido a su naturaleza, él siempre sería esas cosas para mí.
También sentía mucho respeto por su lealtad hacia su gente, su
firme determinación de liderarlos, de guiarlos mientras el mundo
cambiaba constantemente a su alrededor. Me encantaba su afán de
conocimiento, aunque a veces lo hiciera parecer un poco engreído y
condescendiente. Por lo general, me desagrada cuando la gente pensaba
que sabía más que tú. Pero en este caso, era un simple hecho. El hombre
llevaba años en el mundo. Había leído millones de libros. Había visto y
hecho de todo.

Y le gustaba compartir esos conocimientos. Disfrutaba


contándome cosas, dándome los conocimientos que había adquirido a lo
largo de su larga vida. Era casi como si sintiera que me estaba dando
partes de sí mismo al hacerlo. Afortunadamente, yo estaba ávida de todo
lo sobrenatural o paranormal o como quiera que se llame. Estaba segura
que nunca tendría suficiente de sus historias.

Así que, sí, había productos químicos involucrados, pero también


había afecto genuino.

Y tendríamos que ver a dónde nos llevaría todo eso.

Ace

Un mes…

La fiesta se sentía diferente a todas las anteriores.

Y habían sido muchas.

Supongo que la diferencia podía atribuirse a la mujer que se movía


por la casa durante la misma. La que llevaba un vestido negro ceñido que
le había prestado Red y que aún no había vuelto a casa para reclamar su
armario y que me daba ganas de agarrarla, envolverla con mi ala, o
simplemente con mi maldito abrigo, para que nadie más la viera, pero
también de empujarla contra la pared, subir su falda y follármela allí
mismo para que todo el mundo viera que ella, y todas esas curvas que
estaban volviendo a aparecer gracias a nuestros viajes de atracones de
comida rápida dos veces por semana, me pertenecían.

Ella hacía que la fiesta fuera diferente, mi trabajo diferente.


Hizo que todo fuera diferente.

Sabía que, en un nivel racional, eso debería haberme molestado.

Pero parecía que no me importaba.

Porque había estado en la Tierra durante mucho, mucho tiempo, y


nunca me había acercado a algo parecido a la felicidad desde que ella
entró en mi vida.

Era cálido.

Ella era cálida.

Era el tipo de calor que había estado persiguiendo desde que dejé
el infierno.

Era el tipo de calor por el que renunciaría a volver allí.

Solo para quedarme aquí, disfrutando de ella.

Para siempre.

O mientras me lo permitiera.

Ese pensamiento hizo que mi estado de ánimo se volviera cada vez


más oscuro a medida que los días se convertían en semanas. Porque
cuanto más obtenía de ella, más deseaba, menos ganas tenía de dejarla
marchar incluso si ella me lo exigiera.

Finalmente, decidí abandonar la fiesta antes de tiempo, dejando la


diversión y los juegos a los otros chicos mientras arrojaba a mi mujer
sobre mi hombro, la arrojaba en la cama y le daba media docena de
orgasmos hasta que no pudo más.

Pero la fiesta había terminado hacía horas.

Y se escuchaban voces abajo.

Voces silenciosas.

Pero rápidas, enojadas, incluso.

Una discusión de algún tipo.

Claro, podrían haber sido Ly y Lenore, pero rara vez los escuchaba
pelear.

Incluso podría haber sido una de las muchas mujeres de Daemon,


enfadada por haber sido expulsada.
Pero algo me decía que debía salir de la cama, ponerme unos
pantalones y bajar a ver qué pasaba.

Estaba a mitad de camino por las escaleras cuando encontré la


fuente de la voz masculina.

Ni Ly ni Daemon.

Y la voz de la mujer.

Ni Lenore ni una puta de club cualquiera.

Oh, no.

No.

Era Dale.

Dale, la maldita cazadora de demonios.

—¿Qué mierda estás haciendo aquí? —solté antes de poder evaluar


completamente la situación.

Y fue justo en ese momento cuando me di cuenta de algo vital.

Porque las alas de Minos surgieron de su espalda, moviéndose para


intentar envolver protectoramente a Dale.

Ésta se apartó visiblemente, lanzándole una mirada de enojo a


Minos y otra de culpabilidad a mí, antes de darse la vuelta, abrir la puerta
de un tirón y desaparecer.

No estaba seguro de lo que debía sentir al darme cuenta que uno


de mis hombres había reclamado a una cazadora de demonios.

Pero el suspiro que me atravesó se sintió apropiado.

Al igual que las palabras que salieron de mi boca.

—¿Hablas jodidamente en serio?

Ante eso, la mandíbula de Minos se tensó mientras sus alas


desaparecían.

—Creo que ambos sabemos que no tenemos ningún control sobre


ello —espetó, con la mandíbula tensa.

Con eso, se marchó furioso, cerrando la puerta trasera al salir.

Dejándome contemplar todas las formas en que esta mierda podría


volver y mordernos el culo.
No sé cuánto tiempo estuve allí.

Pero supe que fueron las manos de Josephine las que me sacaron
de mis pensamientos arremolinados mientras se deslizaban alrededor de
mi pecho. Se inclinó hacia delante, apoyando su cabeza contra mi
espalda desnuda.

—Vuelve a la cama —exigió con voz somnolienta.

Así que no, no tenía ni puta idea de lo que significaba que Minos
hubiera reclamado a Dale.

No tenía ni idea de dónde estaba Red, ni de por qué estaba


persiguiendo a Marceaus, que no parecía querer ser atrapado.

Ni siquiera sabía qué significaba para nosotros que Drex estuviera


tan obsesionado con su puto club de pervertidos.

Pero sí sabía que iba a volver a la cama con mi mujer.

Y en este momento, era todo lo que importaba.

Jo

Un año…

—¿Estás segura? —preguntó Lenore, con un tono serio.

Porque sabía que era una decisión importante.

Ella también había necesitado tomarla.

—Tú has estado donde yo estoy —le recordé—. Ya sabes la


respuesta a eso.

No había tomado la decisión a la ligera.

Supuse que ella tampoco.

Era algo grande, pedirle a alguien que renunciara a lo que siempre


había conocido.

El nacimiento, la vida, la muerte.


Un ciclo que nunca había tenido una cláusula de exclusión.

Habíamos moldeado nuestras vidas como tal, habíamos tomado


decisiones basadas en la necesidad de experimentar todo lo que
pudiéramos en tan poco tiempo, sabiendo que pronto todo se acabaría.

Era un gran problema decidir de repente que esa iba a dejar de ser
tu realidad. Había pasado muchas noches sin dormir luchando con mis
incertidumbres al respecto. Había molestado a Lenore sin cesar sobre las
diferencias que ella había sentido después de haber asumido la
inmortalidad.

Tenía miedo de que las cosas perdieran su maravilla porque sabía


que siempre las tendría, que ningún momento estaba perdido porque
tendría infinitas oportunidades de experimentar lo mismo una y otra vez.
Me aterraba perder el sentido de la vida, algo que siempre había sido tan
importante para mí.

Inesperadamente, había sido Drex quien calmó esa particular


preocupación. Es cierto que lo había hecho de forma brusca y con una
voz llena de fastidio por haberme escuchado parlotear sin parar sobre el
tema con Ace.

—¿Estar viva para siempre no te daría más oportunidades de


ayudar a los heridos y enfermos, por el amor de Dios?

Y, bueno, tenía razón.

Tal vez no podría hacerlo con mi antigua capacidad. La gente


acabaría notando que no estaba envejeciendo. Pero todavía podría
ayudar. Podría encontrar un propósito.

Después de cuatro o cinco meses, cuando los sentimientos hacia


Ace no habían empezado a disminuir, sino que fluían sin cesar, me di
cuenta que mis preocupaciones acerca de que fuera químico eran
bastante infundadas.

Era sólo él.

Me gustaba.

No.

Lo amaba.

Lo amaba de una manera que nunca antes lo había hecho.


De repente, pude ver la superficialidad de todas mis relaciones
anteriores.

Había amado condicionalmente.

Y me habían devuelto el amor de la misma manera.

No había nada de eso entre Ace y yo.

Él me amaba sin límites.

Yo lo amaba sin miedo.

Era emocionante, aterrador y tan absorbente que a veces me


resultaba difícil entenderlo. Y era quien lo experimentaba.

Todo lo que sabía era que cada día estaba más segura que, lo que
quería, lo que necesitaba, era más tiempo con él.

Todo el tiempo que pudiera tener.

—Lo sé —coincidió Lenore, levantando la vista del grimorio que


tenía en sus manos—. Sólo tengo que comprobarlo —añadió,
dedicándome una suave sonrisa—. Es una decisión importante.

—La más importante —concordé.

—Es la mejor que he tomado nunca —me dijo ella en voz baja, sin
querer que nuestros hombres la escucharan.

—También sé que va a ser la mejor que haya tomado nunca —le


aseguré, sintiendo el cosquilleo del ala de Ace sobre mi cuello mientras
avanzaba, parándose detrás de mí. Siempre cubriendo mi espalda. Sobre
todo, en un momento tan importante.

Con eso, Lenore comenzó su hechizo.

Dije las palabras que me dijo que dijera.

Y todo mi corazón estaba en mi voz mientras lo hacía.

Porque eso era lo que iba a tener Ace.

Para siempre.
La puerta principal se abrió de golpe.

Unos pasos se precipitaron hacia la biblioteca.

Y allí estaba Daemon, con los ojos totalmente abiertos, sin aliento.

—Oye, eh, jefe —dijo, mirando a Ace—. Yo, uhm, creo que Drex
podría habernos metido en una guerra con los vampiros. Solo pensé que
querrías saber eso.
Se llevaron mis esperanzas, mis sueños,
mi futuro. Me quitaron la luz del día. Cuando
terminaron con todo eso, se llevaron todo lo
que me quedaba. La sangre corriendo por mis
venas.

Hasta que un demonio de habla


obscena en una motocicleta me agarró y huyó.

Iniciando una guerra entre inmortales


antiguos.

¿Y Drex y yo podríamos mantener la


conexión creciendo entre nosotros?
Jessica Gadziala es una escritora a tiempo completo, entusiasta
de las charlas repetitivas, y bebedora de café de Nueva Jersey. Disfruta
de paseos cortos a las librerías, las canciones tristes y el clima frío.

Es una gran creyente en los fuertes personajes secundarios


difíciles, y las mujeres de armas a tomar.

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