Tema 1. La construcción de la historia literaria.
Tema 1. La construcción de la historia literaria.
Tema 1. La construcción de la historia literaria.
Nuestra actual forma de historia literaria nace con el romanticismo (en torno a
1830-1840), cuando se concede una importancia creciente a la personalidad del
artista y la originalidad de su obra como reflejo de la misma. Esta visión sobre lo
individual se proyecta hacia lo colectivo con el surgimiento de los nacionalismos,
que atribuyen a los pueblos una identidad colectiva manifestada. A través de sus
productos artísticos, así la historia literaria estuvo a lo largo del siglo XIX al servicio
de la construcción de las identidades nacionales. En ese sentido se puede afirmar
que la historia literaria es el resultado del concepto de literatura nacional, en tanto
que fue concebida como su historia.
En nuestro país la historia de la literatura española tuvo, desde mediados del siglo
XIX, a partir de la llamada “Ley Pidal”, una importancia significativa cuando fue
divulgada como una imagen privilegiada de la “identidad nacional” a través del
discurso pedagógico. Sin embargo, a finales del siglo XIX ya había surgido opiniones
que cuestionaban sus métodos hasta cristalizar en 1931 en el Primer Congreso
internacional de historia literaria celebrado en Budapest. Allí quedan de manifiesto
dos posiciones: la académica, que practica el método histórico-documental, y
quienes se oponían a este historicismo tradicional y buscaban en el hecho literario
su naturaleza artística. A partir de ese punto se consuma una escisión entre la
crítica literaria y la historia, que continúa vigente hoy en día.
Aunque son varias las definiciones de canon, todas ellas incluyen un término tan
subjetivo como valor y la referencia a la docencia o el estudio. Por ejemplo, para
Sullà el canon es “una lista de obras consideradas valiosas y dignas por ello de ser
estudiadas y comentadas”. Así, el canon, como tal, tiene un carácter de referente
colectivo, razón por la cual ha sido contestado desde numerosas teorías críticas que
entienden que es un espejo en el que se reflejan e irradian los valores y la ideología
de una sociedad en un momento dado.
Por lo que se refiere al canon establecido, algunos de los elementos que operan en
su construcción son los siguientes:
Lo que hoy en día sabemos de las mujeres escritoras y el aprecio que gozan en
la actualidad era impensable apenas hace treinta años. Aunque existen estudios
históricos sobre el tema desde finales del siglo XIX y en particular en el XX, es a
partir de los años 80 cuando las escritoras empiezan a alcanzar una cierta
visibilidad crítica. Sin embargo, en España hay que esperar a los años 90, con el
impacto de los estudios de género. El problema es que lo más habitual es que
las escritoras aparezcan como una excepción a la norma.
Las escritoras españolas del siglo XVI anteriores a Teresa de Jesús (1582) son,
principalmente, las siguientes:
Durante este periodo y casi hasta bien entrado el siglo XX se observa que los textos
reflejan la coincidencia de la condición femenina de sus autoras, que ocupan en el
mundo una posición subordinada. Esta conciencia es un rasgo que se inscribe en
estos textos y se expresa una y otra vez en sus paratextos. Así, lo que caracteriza a
todas las mujeres escritoras en esas sociedades no es solo una posible sensibilidad
distintiva, sino su falta de autoridad. Una autoridad que no emana del individuo,
sino de la sociedad que lo rodea.
TEMA 1. INTRODUCCIÓN A UN AHISTORIA DE LA LITERATURA RENACENTISTA.
Los procedimientos inscritos en las obras para crear la autoridad serán, pues, un
criterio fundamental que nos permitirá articular un discurso histórico sobre las
escritoras españolas.
Existen factores extraliterarios, que son inseparables de la obra artística, pero que
pertenecen al campo técnico, económico o social.
Uno de los grandes hitos que diferencia el mundo medieval de la época moderna es
la aparición de la imprenta, tanto que se ha llegado a hablar del homo
typographicus para indicar la repercusión que este invento tuvo sobre la sociedad.
Sin embargo, la aparición de los impresos no supuso que desapareciera la
circulación manuscrita de los textos. El manuscrito y el impreso convivieron
estrechamente en todo momento.
Por ejemplo, las obras de Teresa de Jesús eran ampliamente conocidas antes de ser
editadas por vez primera e incluso la difusión de sus textos se consideró peligrosa y
la Inquisición mandó hacer una recogida de copias hasta que poco después de su
muerte fue aceptada como una mujer carismática. Entre las obras en prosa hay que
recordar el Diálogo de la lengua de Juan Valdés, El viaje de Turquía o El crotalón,
que nunca se llevaron a las prensas. Esto podía ser debido a varias razones:
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2.1.2. El impreso.
Pedro Ruíz Pérez (Manual de estudios literarios de los Siglos de Oro) dice que el
panorama de difusión de los textos muestra el creciente dominio de la imprenta y
en lo que se refiere a los textos, conviene partir de los carteles, pliegos impresos
por una sola cara, soportales habituales de una comunicación masiva con notable
presencia en ellos de la poesía.
Algo más complejos, pero de difusión igualmente masiva, eran los pliegos sueltos,
generalmente cuadernos de pocas hojas (también folios o bifolios) que servían de
vehículo a formas textuales muy dispares: romances, coplas de ciego, poesía
menor, relatos caballerescos, etc., pero también pronósticos y almanaques, todos
ellos para entender la cultura del período y constatar la existencia de un amplio
público alfabetizado.
La letra gótica que caracterizó a los impresos del período incunable (hasta 1500),
se mantuvo entre las formas más populares y tradicionales, en franco retroceso
ante la irrupción de los elegantes tipos romanos y redondos llegados de Italia con
los géneros cultos renacentistas.
Los primeros libros impresos tenían un aspecto muy similar al de los manuscritos.
Las primeras novedades llegaron en poco tiempo y desde finales del siglo XV o
principios del XVI los libros impresos cuentan con su portada independiente y
generalmente con un colofón. Sin embargo, aún hasta mediados del siglo XVII no
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adoptará una formalización difinitiva, en parte por razones legales y en parte por
otras estéticas y sociales.
Los Reyes Católicos fueron conscientes del poder del nuevo medio y ya desde 1502
a través de una pragmática establecen la obligación de someter los libros a
censura. Los originales deben ser examinados, se otorga la licencia correspondiente
y después se comprueba que concuerda el impreso con el original. A lo largo del
siglo XVI se incrementa el número de requisitos legales, consecuencia del desarrollo
del estado y las inquietudes ideológicas religiosas. La normativa fundamental sobre
el libro llega en 1558 y consiste por un lado en prohibir la importación de libros
extranjeros sin licencia real, por otro en incrementar los controles sobre la
impresión de forma más estrecha y, por último, en el establecimiento de un sistema
de visitas a librerías y bibliotecas hasta el último tercio del siglo XVIII.
Todos los requisitos dejan su huella sobre el mismo libro en forma de paratextos
que dan fe del carácter legal. Así encontramos:
Junto a estos escritos de control llega e ideológico, existen otros de carácter social,
como la dedicatoria o los prólogos. En el siglo XVI se pone de moda la inclusión
entre los paractextos de composiciones laudatorias, preferentemente en verso,
escritas por amigos del autor en alabanza del libro o del escritor.
Junto con los libros grandes (por ejemplo, la Celestina, el Amadís de Gaula, el
Cancionero general), muchas de las imprentas subsisten o redondean sus ingresos
con la edición de pliegos sueltos, folletos de todo tipo, estampas fáciles de imprimir
que aseguraban una rápida recuperación de la inversión.
Los ingresos generados por este nuevo mercado de lo impreso no solo benefician a
los impresores, sino también a los autores, con lo que aparece un nuevo tipo de
autor. Ahora unos pocos advenedizos pueden hacer de las letras una profesión o al
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menos actuar de forma independiente. Sería el caso de Feliciano de Silva, que igual
continuaba la Celestina que escribía libros de caballerías de éxito. O Antonio de
Guevara, que logra colocar así todas sus obras entre los libros más vendidos del
primer Renacimiento.
Por otro lado, al calor del éxito lector del siglo XVI conoce el fenómeno de las
continuaciones, una dinámica que se mantendrá en siglos sucesivos y que tiene
importantes consecuencias literarias. Esta técnica de continuidad se desarrolla en
España a finales de la Edad media con la novela sentimental (La cárcel de amor),
tiene su mayor desarrollo con los libros de caballerías (ciclo de Amadís) y alcanza
varios géneros: literatura celestinesca, novela pastoril o novela picaresca. Desde un
punto de vista comercial la secuela sirve para explotar y rentabilizar el mercado
creado por una obra de éxito.
Por otro lado, no hay que olvidar que la lectura no es el único medio de difusión d
etextos, ya que lo escrito convive estrechamente con la oralidad. Por un lado existe
una extensa corriente de cultura popular oral que sigue viva en cuentecillos,
romances, canciones, etc.; por otro lado hay un trasvase constante desde el texto
escrito a la palabra oral a través de la lectura en voz alta o de los discursos. Hay
que recordar siempre que la lectura no es solo ese acto individual silencioso actual,
sino que puede ser y es con gran frecuencia colectiva, ya que la práctica de leer en
grupo, sean obras de ficción o religiosas, es habitual en todos los estratos sociales.
Por último, la lectura está íntimamente ligada a la censura. Desde finales del siglo
XV el Santo Oficio ejerció un control ideológico que defendió una identidad
vinculada al credo católico y a un sistema de gobierno monárquico. Además de la
propaganda se emplearon estrategias de disciplina social. Pero, aunque su peso fue
mayoritario, no por eso se erradicó cualquier forma de disenso, de modo que los
lectores podían adoptar posturas resistentes e incluso disidentes.