Mielo el gato
Mielo el gato
Mielo el gato
Había una vez, en una ciudad pequeña y tranquila, un gato llamado Mielo. Mielo no era
un gato común; tenía un pelaje suave como la miel, de un color dorado que brillaba al
sol, y unos ojos grandes y curiosos que parecían siempre estar observando algo
interesante. Vivía en una vieja librería del barrio, un lugar lleno de libros polvorientos,
estanterías crujientes y un aire de misterio que envolvía cada rincón.
La librería era el lugar favorito de Mielo. Le encantaba pasear entre los pasillos,
saltando de una estantería a otra, curioseando entre las páginas de los libros. A menudo
se tumbaba sobre los estantes más altos, donde el sol se filtraba por la ventana,
calentando su pelaje. Los clientes que entraban a la librería solían sonreír al ver al gato,
que, con su elegancia y tranquilidad, parecía un guardián de secretos.
Pero lo que pocos sabían era que Mielo no solo era un gato que disfrutaba de la
tranquilidad de los libros. En realidad, él tenía un talento especial: podía leer. Sí, leía los
libros, no de la manera en que lo haría un humano, sino con sus ojos felinos,
entendiendo las historias de una manera única.
Un día, una niña llamada Clara entró a la librería. Era una niña muy especial, con una
gran imaginación, pero también tenía un problema: no sabía leer. Aunque había
intentado muchas veces, las letras parecían bailar frente a sus ojos, y las palabras no
hacían sentido. Cada vez que abría un libro, sentía que el mundo de las historias estaba
fuera de su alcance.
Cuando Clara vio a Mielo, el gato descansando en una silla cerca de la ventana, se
acercó tímidamente. Había algo en él que la atraía. Mielo la miró con sus ojos dorados
y, de alguna manera, Clara sintió que el gato comprendía su tristeza.
Esa tarde, Clara se sentó en una esquina de la librería, tomando un libro en sus manos.
Mielo, al ver su frustración, saltó de su silla y se acercó a ella. Se posó en su regazo,
mirándola fijamente. Clara, sorprendida, comenzó a acariciarlo, y en ese momento algo
mágico ocurrió. El gato comenzó a frotar su cabeza contra el libro, y las palabras, como
por arte de magia, comenzaron a brillar suavemente.
Clara parpadeó, pensando que quizás era su imaginación, pero al mirar con más
atención, vio que las letras del libro formaban imágenes que flotaban en el aire. Eran las
historias mismas, cobrando vida ante sus ojos.
"¿Lo ves?", le susurró Mielo, en un susurro que solo Clara podía oír. "Las palabras
están vivas, solo necesitan ser escuchadas de la manera correcta."
Desde ese día, Clara y Mielo compartieron muchos momentos juntos. Cada tarde, Clara
iba a la librería y el gato la guiaba a través de las páginas de los libros. Mielo le enseñó
a "leer" con el corazón, a comprender que las historias no solo se encuentran en las
palabras, sino también en las emociones, en las imágenes que nuestras mentes crean. El
gato le mostró que cada libro era un viaje por descubrir, no solo con los ojos, sino con la
imaginación.
Con el tiempo, Clara comenzó a leer por sí misma, aunque nunca olvidó la manera en
que Mielo la había ayudado a abrir las puertas del mundo literario. La librería se
convirtió en su lugar especial, y Mielo, su fiel compañero, era el guardián de las
historias que ella ya podía ver claramente en su mente.
Y así, Clara creció, convirtiéndose en una gran narradora de historias, pero siempre
llevando consigo el recuerdo de su primer libro, aquel que Mielo había hecho cobrar
vida, y que le enseñó que las historias, al final, son más que palabras en una página.