Los Amores Amarillos - Tristan Corbiere
Los Amores Amarillos - Tristan Corbiere
Los Amores Amarillos - Tristan Corbiere
poeta plenamente actual, y no creo que haya nada más moderno que sus
poemas del amor en “Les amours jaunes”». Pero ya Enrique Díez Canedo,
en su «Antología de la poesía francesa, del romanticismo al superrealismo»,
lo había aceptado como una de las mayores figuras de su tiempo. Parecía un
pobre diablo, y al morir y abrirse su testamento resulta que poseía
caprichosa y desesperadamente un tesoro de música y palabras. Aquello
verleniano de «retorcer el cuello a la elocuencia» era algo muy suyo: él, que
admiraba tanto a Baudelaire, rompió sistemáticamente todos los moldes de
la perfección, del saber hacer versos, e inventó una poesía troceada, con
jirones de frases hechas, gritos, argot, retruécanos y citas caricaturescas.
Es un Baudelaire desengañado de la Belleza, exasperado, más allá de todas
las normas, en clave canalla y grotesca; la gran música de «Las flores del
mal» intepretada al acordeón, el piano de los pobres. A veces parece tener
alma de letrista de tango, con un desgarro plebeyo y chillón, juzgándose a sí
mismo y a su época muy por debajo de cualquier posibilidad de Arte con
mayúscula. Pero con una incurable nostalgia de lo perdido.
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Tristan Corbière
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Título original: Les amours jaunes
Tristan Corbière, 1873
Traducción: Carlos Pujol
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INTRODUCCIÓN
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TRISTAN CORBIÈRE. EL HUMOR AMARGO
El suyo fue uno de los primeros nombres que sonó en la moda simbolista, ya que
los Poetas malditos completa un tríptico del que también forman parte Rimbaud y
Mallarmé. Sólo que esto sucedía en 1883, ocho años después de su muerte, y todo el
mundo se preguntó quién era aquel desconocido que figuraba entre dos poetas no
famosos, pero que sin duda representaban algo para los conocedores de la nueva
poesía. Del «asombroso Corbière», como le llama Verlaine, no se acordaba nadie.
Su único libro, Los amores amarillos[1] (Les amours jaunes), que se publicó en
1873 a cuenta del autor, quinientos ejemplares, no iba a reeditarse hasta 1891, y la
primera monografía sobre él, la de René Martineau, data de 1904. Un maldito, como
se ve, que hace honor a su leyenda, que muere antes de cumplir los treinta años y que
no deja tras de sí más que indiferencia y silencio. Hay malditos va oficiales, valga la
paradoja, consagrados, como Rimbaud. Corbière todavía se resiste a salir de la
penumbra.
Sin embargo, su posteridad poética no es nada desdeñable, sin dejar por ello de
ser discreta y minoritaria. En su escandaloso A rebours de 1884. Huysmans le incluye
entre los raros más o menos legibles que hacen las delicias del protagonista de su
novela, Des Esseintes; se le menciona aquí como alguien estrambótico, que escribe
con un «lenguaje de telegrama» y que se caracteriza por su «extravagancia». Más que
una invitación a la lectura es un aviso de algo insólitamente excéntrico.
Poco después le vemos emparejado con uno de sus grandes admiradores, Jules
Laforgue, quien aprendió mucho de él. Hacia finales de siglo se le menciona de vez
en cuando por su chocante singularidad. El crítico Remy de Gourmont, en Le livre
des masques, habla de «su desvergonzado mal gusto», aunque reconoce que «tiene
ráfagas de genio», y en su diario de 1894 Léon Bloy le sitúa extrañamente con una
definición digna del surrealismo: «Un tiburón en el burdel».
Enseguida su estela se prolonga con Hichepin, lírico de la plebeyez más callejera,
Jarry, el gran Apollinaire, Toulet —en cuyas Contrerimes hay tantos ecos de Corbière
— y otros, hasta entrar de lleno en las vanguardias del siglo XX: Max Jacob,
apayasado como él. Tzara, que se relamía con aquellos conatos de dadaísmo avant la
lettre, y sobre todo Breton, quien le hizo aparecer en su Antología del humor negro y,
puestos a exagerar, dijo que Corbière fue el inventor de la escritura automática.
«La belleza será convulsiva o no será»: Corbière hubiera suscrito este extremoso
aforismo de Breton, y, en cualquier caso, los surrealistas influyeron mucho en la
revalorización de su obra. Luego vinieron Largue, Prévert, Queneau; ya era, por así
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decirlo, equívocamente, un moderno más. Es el magisterio de quien se definía a sí
mismo como un «poeta de veras: no sabía cantar», rechazando con ironía cualquier
forma de halago melódico.
En otras literaturas Corbière ha tenido también una descendencia inesperada. El
norteamericano europeizado Ezra Pound le consideraba, junto con Laforgue, uno de
los ejemplos de la nueva antirretórica, y tras él su discípulo T. S. Eliot ampliaba y
razonaba estos elogios, no sólo comparándolo con los «metafísicos» ingleses, sino
incluso dejando abundantes huellas de Corbière en su propia poesía, hasta en los
Cuatro cuartetos.
¿Quién hubiera podido augurarle ese eco importantísimo en la revolución poética
anglosajona, con ramificaciones que alcanzan a otros muchos nombres muy
conocidos? En España, Juan Ramón Jiménez decía a Ricardo Gullón: «Corbière es un
poeta plenamente actual, y no creo que haya nada más moderno que sus poemas del
mar en Les amours jaunes». Pero ya Enrique Diez Cañedo, en su Antología de la
poesía francesa, del romanticismo al superrealismo, lo había aceptado como una de
las mayores figuras de su tiempo.
Parecía un pobre diablo, y al morir y abrirse su testamento resulta que poseía
caprichosa y desesperadamente un tesoro de música y palabras. Aquello verleniano
de «retorcer el cuello a la elocuencia» era algo muy suyo: él, que admiraba tanto a
Baudelaire, rompió sistemáticamente todos los moldes de la perfección, del saber
hacer versos, e inventó una poesía troceada, con jirones de frases hechas, gritos,
argot, retruécanos y citas caricaturescas.
Es un Baudelaire desengañado de la Belleza, exasperado, más allá de todas las
normas, en clave canalla y grotesca; la gran música de Las flores del mal interpretada
al acordeón, el piano de los pobres. A veces parece tener alma de letrista de tango,
con un desgarro plebeyo y chillón, juzgándose a sí mismo y a su época muy por
debajo de cualquier posibilidad de Arte con mayúscula. Pero con una incurable
nostalgia de lo perdido.
Su vida fue fracaso y sueños que no se cumplen, esperanzas inaccesibles; sus
versos una mitificación de la amargura y de unos ideales que finge tomarse a broma.
Su nombre, mucho menos literario que el elegido de Tristón, el héroe celta del amor
malogrado, era Edouard-Joachim, en sus cartas de colegial Edouard a secas, como su
padre, a quien hubiera querido parecerse.
Era hijo de un antiguo marino (nacido en Brest en 1793) que luchó en las guerras
napoleónicas, fundó luego periódicos hostiles a la Restauración de los Borbones, fue
capitán de barco y dejó curiosas novelas sobre la vida del mar, sobre todo una titulada
El negrero, que hizo que se le llamase el Fenimore Cooper francés. Por fin diríase
que abrazó una mayor respetabilidad social como director de una compañía de
vapores que comunicaba Morlaix y El Havre.
En 1844, ya convertido en un notable burgués de Morlaix, se casó con la hija de
uno de sus mejores amigos, un tal Puyo; de ella sabemos muy poco, que tal vez no
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fuese físicamente muy atractiva, que gozaba de cierta posición económica y que
reunía unos nombres de pila muy bonitos: Marie-Angélique-Aspasie. El que luego se
llamaría Tristan nació el 18 de julio de 1845 en Coat-Congar, cerca de Morlaix,
bretón por los cuatro costados.
Eran unos padres solícitos y cariñosos, con los que tuvo siempre una relación
inmejorable, nada de rebeldías familiares en ese rebelde arquetípico; más bien todo lo
contrario, una admiración sin límites por el padre (a quien se dedican Los amores
amarillos. «Al autor de El negrero»), y es posible que una frustrada vocación de
marino: o ésta era una de sus muchas máscaras, no se sabrá nunca.
Pasó la niñez en Launay, una propiedad de la familia de los Puyo: una antigua
mansión del siglo XVIII, con jardín, arboledas, grandes prados; todo indica que fueron
años muy libres y felices, mimado por tíos y tías… Y no obstante, ese vert paradis de
la infancia, para decirlo con Baudelaire, ni siquiera asoma en Los amores amarillos;
lo cual no deja de ser misterioso, si no pensamos que eran recuerdos intocables que
no se podían mezclar con la vida de adulto.
A los trece años, en 1858, pasa a estudiar en el Liceo Imperial de Saint-Brieuc, y
ese período de la adolescencia sí está muy documentado, ya que se conservan unas
cincuenta cartas suyas dirigidas a sus padres. En ellas se manifiesta un sentido del
humor muy desarrollado para su edad, y dan la imagen de un niño solitario, triste,
muy afectuoso con la familia, y que echa de menos dramáticamente la época de
Launay.
Estudiante mediocre, con notas bajas, protestaba siempre de la incomprensión y
brutalidad de sus profesores y nunca congenió con sus compañeros, de quienes dice
que son «hijos de comerciantes de regaliz enriquecidos o no». De esta época son
varios poemas paródicos, entre ellos uno memorable en el que el ilustre clásico
Malherbe no sale muy bien pararlo. Pero todo eso llega a su fin en agosto de 1860
cuando se le diagnostica un reumatismo agudo.
Bajo la tutela de uno de sus tíos, que es médico, estudia en el liceo de Nantes; se
suceden las crisis de reumatismo cada vez más dolorosas, y se acaba aceptando que
no termine el bachillerato. Es la condena a la inactividad. En el año 1862 sigue un
tratamiento en Provenza, quizás en Carmes, que no da resultado, y al año siguiente,
cuando tiene que resignarse a vivir sin hacer nada, se instala en la casa de vacaciones
de sus padres, en Roscoff, la Niza del norte, antiguo cubil de piratas, dice.
Tiene el cuerpo deformado por el reumatismo y tal vez sufre ya tuberculosis; se
deja crecer la barba, viste como si fuera disfrazado de marinero y disfraza también su
nombre, adoptando el de Tristan. Dibuja, pinta, escribe versos satíricos, frecuenta la
compañía de la gente del mar e incurre en todas las excentricidades que puede
imaginar. Es ya el Tristan Corbière que conocemos, indócil, sarcástico, inmisericorde
consigo mismo.
En diciembre de 1869 levanta el vuelo, y junto a un amigo pintor que ha conocido
en Roscoff, Jean-Louis llamón, emprende un viaje por Italia. La llamada del sur
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ineludible para un hombre del norte. Pasan por Nápoles, y en un hotel de Capri se
inscribe como «Farniente, pittore-poeta», declarando desafiantemente su ociosidad y
sus aficiones artísticas.
Visita Roma, Florencia, Genova. Será una de sus escasísimas escapadas, aunque
él fechará sus poemas en lugares muy exóticos, en los que desde luego nunca había
estado: Veracruz, Jerusalén… Sitios para soñar sin salir de casa. El año 1870 es el de
la guerra franco-prusiana, que él ve como una gran aventura de la que se le excluye.
Con la fantasía viaja, y duerme en un barquito que hace instalar en medio del salón.
En la primavera de 1871 llega a Roscoff el conde Rodolphe de Rattine, nombre
muy adecuado, como de personaje de una novela del autor entonces de moda, Octave
Feuillet; tiene treinta y cuatro años, una justificada fama de jugador empedernido y le
sobra el dinero. Va allí a reponerse de una herida que sufrió en la guerra, y se aloja en
el hotel Le Gad, donde suele comer Corbière.
Le acompaña su amante, una actriz de medio pelo llamada, eso sí, Armida-
Josefina Cuchiani, para los teatros de bulevar «Herminie». Es rubia y de ojos azules,
y por fingir respetabilidad se hace llamar «Madame la Comtesse». Esta será la
«Marcelle» del poeta, algo así como la caricatura de la Yseo que requiere su nombre
ficticio, su gran amor absurdo, patético y fatal.
En los años que siguen —sólo le quedan cuatro de vida— va a ser casi
inseparable de la pareja, a la que lleva por la costa bretona en un yate recién
comprado —el señor Corbière continúa siendo muy generoso en el pago de todos
esos gastos— al que bautiza Le Tristan. Unos meses después, cuando ellos vuelven a
París, decide acompañarles, y le encontramos primero en Montmartre, al lado de
donde vive «Marcelle», y luego en la Rue Frochot, no lejos de Pigalle.
La relación de ese trío parece un poco extraña, entre cínica, triste y cómoda; el
conde no tiene pretensiones de exclusividad con su amante, ella coquetea con el poeta
sin dar mucha importancia a la situación y Corbière la necesita cada vez más, aunque
sabe que todo aquello es un disparate. Los tres van a Capri, durante el verano se
reúnen de nuevo en Roscoff y en otoño el poeta les sigue otra vez a París.
Es el período más mundano de Corbière, se las da de dandi, viste con rebuscada
elegancia sin acabar de creer en lo que está haciendo, y en agosto de 1873 publica
Los amores amarillos. Elige como editores a los hermanos Glady, especializados en
literatura pornográfica, mala recomendación para que alguien le tomara en serio. El
volumen cuesta siete francos con cincuenta, casi el doble del precio habitual en un
libro de poesía, y pasa completamente inadvertido.
En 1874 disfruta de lo que los franceses llaman la vie de château en uno que el
conde Rodolphe posee cerca de Le Mans. Siempre con ellos, pasa el verano en
Roscoff, en noviembre otra vez en París para no separarse de «Marcelle», y al cabo
de pocas semanas, antes de que termine el año, un amigo le encuentra inconsciente en
el suelo de su casa de la Rue Frochot. Se le ingresa en el hospital Dubois con
diagnòstico de «neumonía y reumatismo», y poco después su madre acaba
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llevándoselo a Morlaix, con los suyos.
Allí, en la casa paterna del Quai de Léon, muere el primero de marzo de 1875, a
las diez de la noche. «Edouard-Joachim Corbière, sin profesión, soltero…», consta en
el certificado como hijo de alguien mucho más importante por ser «director de una
compañía de barcos a vapor y caballero de la Legión de Honor». Se le entierra en el
cementerio de Saint-Martin-des-Champs, en Morlaix.
Alguna fotografía no muy buena y el famoso grabado de Valloton en Le livre des
masques —retrato completamente imaginario— no dan muchas pistas acerca de su
aspecto físico: pero hay que ver cómo se veía a sí mismo exagerando su fealdad («ese
sapo soy yo»): flaco, desgarbado, cabeza de gárgola, nariz prominente, mentón
huidizo, cuerpo esquelético y contrahecho. En sus dibujos, al igual que en sus versos,
se ensaña con su persona.
La originalidad expresiva de Corbière está en su verso dislocado, en su dicción
entrecortada y jadeante, que en el siglo XX Céline introducirá en la prosa. Las frases
se rompen sin cesar, se acumulan los incisos, que a menudo se subrayan con
interjecciones, preguntas y respuestas, puntos suspensivos, todo lo cual produce una
sensación de sacudida y traqueteo. Escribir es algo eruptivo, violento y abrupto, y él
se ríe de la armoniosa fluidez musical, por ejemplo, de un Lamartine.
Laforgue describió muy bien en sus notas de lectura, que fueron póstumas, ese
estilo coloquial y cambiante, imitándolo incluso en su comentario: «Seco, conciso,
azotando el verso como con una fusta… estridente como el chillido de las gaviotas…
sin estetismo… sin poesía y sin verso, apenas con literatura… \o hay otro artista en
verso más distanciado que él del lenguaje poético».
O forjador de un nuevo lenguaje, que tiene numerosísimos antecedentes en la
Edad Media y en los tiempos barrocos, pero que pertenece a estos años, que son
también los de Lautréamont, Cros, Rimbaud, Verlaine y muchos más; hay una ruptura
poética discordante, las cosas ya no pueden decirse de acuerdo con las preceptivas de
siglos anteriores, parece que están inaugurando la poesía moderna porque creen que
por dentro están rotos y sin compostura. Tal vez sea eso lo que solemos llamar
modernidad.
«Golfo y byroniano», dice también Laforgue; otros hablan de su voz «ronca y
dolorosa», y Remy de Gourmont dictamina: «Estuvo toda su vida dominado e
impulsado por el demonio de la contradicción». Nada más cierto en un hombre que
para justificarse se dedicó a cubrirse de insultos. Se le podría aplicar lo que Barbey
d’Aurevilly dijo de sí mismo: «Mi talento es una reacción contra mi vida, es el sueño
de lo que me faltaba».
En un epitafio —la muerte se confunde a menudo con el amor, la felicidad, la
poesía— se describe como una conjunción de antítesis que ha de hacer inviable la
existencia; pero con burla y desenfado, incapaz de tomarse en serio su propia
imposibilidad: «Mezcla adúltera de todo», «sin haber ido, va de vuelta», «poeta a
pesar de sus versos», «demasiado loco para saber ser tonto», «incomprendido… sobre
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todo por sí mismo».
«Il avait trop aimé les beaux pays rnalsains», «el que amó demasiado bellas
tierras malsanas», dice en un alejandrino que resbala hacia la lírica de Baudelaire.
Corbière es, obviamente, bajo sus alardes de monstruo de la naturaleza, un
hipersensible que escenifica su fracaso como una comedia bufa que, a diferencia de
su vida, sí sabe dirigir y organizar. Mordaz, conmovido y tierno a su manera,
enamorado y blasfemo del amor, bohemio de París y bretón del terruño. Una mezcla
explosiva con la que jugaba a inventarse.
El Villon del siglo XIX, se ha dicho muchas veces, y algo de eso debe de haber:
tiene una insolencia con un desgarramiento muy suyo, igual habla de amores venales
que de la Virgen y de santos bretones, de la heroica gente del mar y de la golfería
parisiense, la amada es nada menos que «la Bestia feroz». Misógino v fiero, en carne
viva, no es alguien que pueda pasar inadvertido… que fue precisamente lo que
sucedió cuando publicó Los amores amarillos.
Ese singular personaje consigue hacer de ese furioso destrozo poético que
machaca todas las normas poesía verdadera: muchas veces irregular, de un efectismo
teatral más bien grueso; tanta mofa de su pobre corazón hecho polvo acaba por
cansar: en él sobreabundan las muecas y los excesos que Baudelaire, su maestro, supo
muy bien tener a raya con su sentido clásico de la medida.
Claro que a Corbière no le vamos a pedir las virtudes del clasicismo, ni siquiera
envueltas en los venenosos perfumes de las flores del mal. La risa y la muerte, la
soledad y el desengaño, los amores ridículos pero sinceros y más o menos mortales,
la falta de respeto por todo, incluyéndose a él y a su poesía, la sencillez desastrada y
humilde de la gente de su patria chica. De todo eso habla emocionada y
clownescamente para nosotros.
CARLOS PUJOL
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N. B. Traducir a Corbière es imposible. Dicho lo cual sólo se puede añadir que
éste es el inverosímil intento de este libro, en el que a menudo el traductor se ha visto
obligado a ser más imaginativo que filológico. Mis disculpas a quien corresponda.
Uno se atreve a suponer que al poeta le hubiera divertido ver todas las cabriolas
verbales imitativas que figuran en esta versión.
C. P.
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LOS AMORES AMARILLOS
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Al autor de El negrero[2].
TRISTAN CORBIÈRE
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¿ESO?
What…?[3]
SHAKESPEARE
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y este hijo no miente declarando su título.
Esto es pura chiripa. El azar, lo que salga.
No me conoce el Arte. Ni yo al Arte conozco.
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PARÍS[6]
—Pues nada.
AIIí seguía un poco lela,
sin oír los ruidos del vacío
y contemplando el viento que pasaba.
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*
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EPITAFIO
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un artista sin arte, y al revés;
filósofo que ignora la razón.
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su vida fue una espera de la muerte.
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A LA ETERNA SEÑORA
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FEMENINO SINGULAR
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BOHEMIA FUL
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Y cuando hay un portal con un letrero:
PROHIBIDO DEJAR BASURA AQUÍ,
exhibo mis vergüenzas en la calle
con la misma tiesura que un ahorcado.
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al leproso pellejo que me cubre.
Jerusalén. Octubre
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SONETO A SIR BOB
Perro de mujer casquivana,
braco inglés pura sangre.
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A LA MEMORIA DE ZULMA, VIRGEN NECIA DE
LOS ARRABALES, Y DE UN LUIS
Bougival, 8 de mayo
Saint-Cloud. Noviembre
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BUENA FORTUNA Y FORTUNA
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A UNA CAMARADA
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Por lo menos podremos evitar maldecirnos.
si no te importa mucho, después de un cuarto de hora.
Si todo eso nos mata será cosa de risa…
¡yo, que me perecía por tus risas alegres!
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UN JOVEN QUE SE VA
Moriré
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trabaja en este lienzo… que es bien mío.
¡No! Morir…
¡Era tan bella la vida
contigo! Pero ya eso se acabó…
Que me den el pompón de siemprevivas
de los grandes poetas que he leído.
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el creador del arte de hospital…
Desde entonces me cae mal la tisis,
ni siquiera es un poco original.
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¡No, morir!
Charenton[28]. Abril
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INSOMNIO
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rascando versos… que sólo ellos leen?
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LA PIPA DEL POETA[32]
París. Enero
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EL SAPO
De noche. 20 de julio
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MUJER
La Bestia feroz[34]
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mi altivez ofendida.
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DUELO DE LAS CAMELIAS
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POBRE MUCHACHO
La Bestia feroz
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DECLIVE
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BUENAS NOCHES
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EL POETA CONTUMAZ
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Alguaciles y médicos se ensañaban con él,
y allí estaba borracho y buscando un refugio
donde a solas morir o vivir contumaz.
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me dispongo a saltar, preguntándome entonces:
¿Cara o cruz? Todavía me lo estoy preguntando».
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En la tapia verdosa una vincapervinca
está seca… En el agua vamos a hacer el muerto,
siendo pecios varados, como yo, en estas playas.
Nos arrulla la mar con su Nana de náufragos:
barcarola nocturna… para patos salvajes».
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«Desvarío… Eres tú, siempre tú en todas partes,
como un duende aparece tu recuerdo en las cosas;
estar solo eres tú… Y mis búhos que tienen
ojos de oro eres tú. Mi veleta que gira
locamente eres tú… Y cuántas cosas más…
Tú también mis postigos cuando a la tempestad
han abierto sus brazos… Una voz a lo lejos
ha de ser tu canción… ¡Qué alegría! Las ráfagas
azotando tu nombre, que perdí… ¡Qué bobada!
Bobo, pero eres tú. Mira mi corazón
que como los postigos se abre de par en par,
enloquece y resuena, sacudido por todas
las extrañas corrientes de aire que me golpean».
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TEJADO
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VENDETTA
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HORAS
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PUERTAS Y VENTANAS
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A MI PERRO POPE
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A UN APRENDIZ DE JUVENAL[51]
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DESCORAZONADO
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¿O con su clarinete, algún ciego ha pintado?
¿Eso es arte…?
Aún puede en la Bestia Sublime
perder su huero orgullo y su virginidad.
Mediterráneo
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¡HIDALGO[54]!
Cosas de España[55]
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PARIA
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Mi pensamiento es como un soplo estéril:
es como el aire, el aire es siempre mío.
Y mi palabra es como el eco hueca,
no dice nada, es un simple capricho.
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UN RICO EN BRETAÑA
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un lugar para él arrimado a la lumbre.
Es un buen mensajero que cojea, con más
de una historia de miedo en las noches más negras…
Pues, ¿no ha visto vagando a la luz de la luna
cómo bailan malditos en la landa los duendes[59]?
San Thégonnec[63]
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RAPSODIA DE LA FERIA Y EL «PERDÓN[64]» DE
SANTA ANA[65]
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compasiva del viudo al que protege.
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Haz que nazcan y estén por siempre alegres
los que can a nacer o ya han nacido;
y sin que Dios te vea vierte el agua
de tus ojos sobre el hombre maldito.
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Humilde y sin estrella, tan humilde
y amparando a tus pobres protegidos;
en las nubes se puede ver tu manto
igual que una aureola de peligro.
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¿se hacen tal vez milagros engañosos?
Son de verdad las llagas de la cruz.
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nuestros padres llevaron hace siglos
esas flores de lis en las escrófulas
como herencia de algunos elegidos.
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Se oye entonces una canción jadeante,
trae el viento unos ecos temblorosos
que se añaden a ese rumor gimiente
de lo que es ambulante purgatorio.
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para su pipa un poco de tabaco.
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NO he cruzado un sinfín de agua de océanos
como ha hecho la casa de Orleans[72].
Ulises en sus barcos de vapor…
Tampoco el mar Egeo[73] en un teatro;
ni a América no he ido tantas veces
como cualquier cantante de opereta.
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EL RENEGADO
Baleares
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CARTA DE MÉJICO
Veracruz[79]. 10 de febrero
Tolón. 24 de mayo
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EL GRUMETE
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AL VIEJO ROSCOFF
Canción de cuna en noroeste menor
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Duerme, bajo las negras chimeneas
escucha los ensueños de tus hijos,
grumetes que han llegado a noventa años,
pecios de los naufragios de los años más bellos.
Roscoff. Diciembre
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EL RAQUERO
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Cierta noche tocaron a rebato:
¡una fragata! ¡Rápido, a la costa!
Y hasta que amaneció, toda la noche
estuvieron limpiando la fragata…
Pero el viejo raquero ya se ha muerto,
y la vieja morgate muerta está…
Allá arriba, en el santo paraíso,
¿para qué necesitan las fragatas?
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EL FIN
¡Cuántos hombres de mar, capitanes de barco
que partieron alegres para rutas lejanas
han llegado a perderse en un triste horizonte!
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de la amarga sonrisa del marino que lucha…
¡Así pues, deja sitio! Oh, tú, viejo fantasma
aventado, la Muerte ha cambiado de cara:
¡la Mar!
A bordo, 11 de febrero
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SONETO PÓSTUMO
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RONDEL[86]
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DUÉRMETE, NIÑO, DUERME
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POETASTRO
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MUERTO CHIQUITO PARA REÍR
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FLORECILLA MORTAL
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LA CIGARRA Y EL POETA[88]
A Marcelle
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BAJO UN RETRATO DE CORBIÈRE EN COLORES,
HECHO POR ÉL Y FECHADO EN 1868[89]
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o muy bueno o muy malo,
loco de atar, pero sin soportarme.
¡Si al menos fuera tonto!
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UNA MUERTE DEMASIADO PLANEADA
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La pistola es objeto más bien tonto
para usarlo con fin medicinal…
Pero en su caso era muy apropiada
para meterse algo en la sesera.
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con la tonada de ¡Qué buen tabaco!:
«Vida mía,
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en la boca, que exhala el suspiro postrero…
Cae, sale el disparo, lívido fogonazo…
Excelente. Tan sólo que ha fallado su tiro.
Moraleja
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PARÍS NOCTURNO
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PARÍS DIURNO
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Tristán Corbière (Ploujean, Bretaña, 1845-Morlaix, 1875). El suyo fue uno de los
primeros nombres que sonó en la moda simbolista, ya que los «Poetas malditos»
completa un tríptico del que también forman parte Rimbaud y Mallarmé. Sólo que
esto sucedía en 1883, ocho años después de su muerte, y todo el mundo se preguntó
quién era aquel desconocido que figuraba entre dos poetas no famosos, pero que sin
duda representaban algo para los conocedores de la nueva poesía.
Del «asombroso Corbière», como le llama Verlaine, no se acordaba nadie. Su único
libro, «Los amores amarillos» («Les amours jaunes»), que se publicó en 1873 a
cuenta del autor, quinientos ejemplares, no iba a reeditarse hasta 1891, y la primera
monografía sobre él, la de René Martineau, data de 1904. Un maldito, como se ve,
que hace honor a su leyenda, que muere antes de cumplir los treinta años y que no
deja tras de sí más que indiferencia y silencio. Hay malditos ya oficiales, valga la
paradoja, consagrados, como Rimbaud. Corbière todavía se resiste a salir de la
penumbra. Sin embargo, su posteridad poética no es nada desdeñable, sin dejar por
ello de ser discreta y minoritaria.