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Martín González de la Vara

“La lucha por la independencia mexicana en Texas”


p. 79-104
La independencia en el septentrión de la Nueva España:
Provincias Internas e intendencias norteñas
Ana Carolina Ibarra (coordinación)

México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
2010
424 p.
Mapas y cuadros
(Serie Historia Moderna y Contemporánea 55)
ISBN 978-607-02-1586-5

Formato: PDF
Publicado en línea: 13 de marzo de 2019
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/533/inde
pendencia_septentrion.html

D. R. © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de


Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa
y su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA
MEXICANA EN TEXAS

Martín González de la Vara


El Colegio de Michoacán

Durante la primera etapa de la lucha independentista mexicana Texas


desempeñó un papel fundamental que llevó a varios líderes insurgen-
tes —entre ellos al propio Miguel Hidalgo— a buscar formar una base
rebelde en esa provincia que ofrecería muchas ventajas estratégicas
para su movimiento. Luego la importancia de Texas disminuyó, pero
la provincia nunca pudo retomar su vida institucional previa. Una
serie de movimientos políticos y sociales ligados directa o indirec-
tamente a la lucha armada se desencadenaron en Texas y, aunque
ya no tuvieron gran efecto fuera de la provincia, prefiguraron en
cierta manera lo que serían las historias texana y del norte de Méxi-
co en la primera mitad del siglo xix. Este ensayo trata de describir
una historia poco conocida y divulgada dentro de nuestro país —que
tuvo un fuerte impacto en el movimiento de independencia del cual
estamos ahora conmemorando su bicentenario—, así como integrar
esa historia provincial a nuestra historia nacional para verlas ambas
con mejores perspectivas.1

1
La historia de la independencia en Texas ya ha sido relatada con todo detalle en varias
ocasiones principalmente por historiadores estadounidenses y unos pocos mexicanos. Las
principales obras que sirvieron de base a este trabajo fueron: Lucas Alamán, Historia de
México desde los primeros movimientos que prepararon la Independencia en el año de 1808 hasta la
época presente, México, Instituto Cultural Helénico/Fondo de Cultura Económica, 1985,
v. 2-4; Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana, México, Insti-
tuto Cultural Helénico/Fondo de Cultura Económica, 1985, v. 1, 2 y 4; Carlos Eduardo
Castañeda, Our Catholic Heritage in Texas, 1519-1936, Austin, von Boeckmann-Jones Co., v. v
y vi, 1942 y 1950 respectivamente; Donald E. Chipman, Spanish Texas, 1519-1821, Austin,
University of Texas Press, 1992; Odie B. Faulk, “The Last Years of Spanish Texas”, tesis
doctoral, Texas Technological College, 1962; Vicente Filisola, Memorias para la historia de la
guerra de Tejas, México, Tipografía de Alberto Rafael, 1848, 2 v., v, I, p. 47-122; Julia K. Garret,
Green Flag over Texas: A History of the Last Years of Spain in Texas, Austin, Pemberton Press,
1969 y Hubert Howe Bancroft, History of North Mexican States and Texas, San Francisco, The
History Company, 1889, v. 2 (Works of… 16).

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Hacia 1810 Texas era una de las provincias más extensas, menos pobla-
das y más amenazadas del Imperio español en América. Sólo contaba
con alrededor de 4 500 habitantes no indígenas dedicados principalmen-
te a la agricultura y la ganadería, agrupados en cuatro pequeñas regiones
de poblamiento alrededor de los asentamientos de Nacogdoches, Trini-
dad, Goliad y San Antonio de Béjar, comunicados por apenas dos cami-
nos y protegidos por un par de compañías presidiales con menos de
trescientos efectivos. La base económica de la provincia era débil pese a
la presencia de innumerables recursos naturales. La agricultura en las
zonas cercanas a las poblaciones y la caza de animales como venado,
bisonte, nutria, castor y especialmente de ganado mesteño eran las acti-
vidades más importantes, pero la falta de mercados hacía que esos ar-
tículos se destinaran mayoritariamente al autoconsumo y en muy peque-
ñas cantidades para el comercio con los llamados “indios bárbaros”.2
Desde su fundación, Texas fue una provincia destinada a servir de
protección a los amplios territorios del norte novohispano ante las ame-
nazas francesa, inglesa y posteriormente estadounidense. Pese al con-
tinuo interés en poblarla y protegerla, Texas mantuvo una población
muy pequeña en su enorme territorio. En 1793, el virrey conde de Re-
villagigedo informaba:

En todos sus vecindarios apenas podrá contarse con el número de poco


más de 3 000 almas distribuidas en la mencionada villa capital, en el
presidio de San Antonio de Béjar reunido a ella, en la Bahía del Espí-
ritu Santo, en la errante población de Nuestra Señora del Pilar de Bu-
careli y en algunos ranchos y misiones[…] 3

A partir de 1803, la adquisición de Estados Unidos del enorme


territorio de la Luisiana puso a Texas frente a frente con una potencia
expansionista que no ocultaba su deseo de apoderarse de más territo-
rio español, como lo demuestra la labor de espionaje y de estableci-
miento de relaciones con grupos indígenas de las grandes planicies

2
En 1811, en su informe a las Cortes de Cádiz, Ramos Arizpe se quejaba de este cierre
de mercados culpándolo de la pobreza de la provincia. Citado en Alessio Robles, op. cit., v. 1,
p. 53-54. Véase también Jack Jackson, Los Mesteños: Spanish Ranching in Texas, 1721-1821, Col-
lege Station, Texas A&M University Press, 1986, pass.
3
Juan Vicente Güemes y Pacheco, segundo conde de Revillagigedo, Informe sobre las mi-
siones —1793— e Instrucción reservada al marqués de Branciforte —1794— ed. de José Bravo Ugar-
te, México, Jus, 1966, p. 66 (México Heroico, 50). Véase también Kathryn S. O’Connor, The
Presidio. La Bahía del Espíritu Santo de Zúñiga, 1721-1846, Austin, von Boeckmann-Jones, 1966.

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la independencia mexicana en Texas 81

Mapa 1
Texas y 1.provincias
Mapa Texas y provinciasvecinas
vecinas

Ro
jo
Sabin
a
Louisiana
Nacogdoches Natchitoches
Texas Mississippi

Trinidad
Br Tr
az in Baton Rouge
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Coahuila Me Co ca
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Nueva Orléans

San Antonio
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Isla Galveston
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nto La Bahía
nio
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rand

Capital provincial
Nu
e

ec Población importante
es
Límite provincial
Laredo
Monclova Límite internacional 1819

Nuevo Provincia
Santander
Nuevo Zona neutral 1806-1819
León
Reynosa

Saltillo Monterrey
Matamoros

emprendida por Zebulon Pike. Como en otras ocasiones de crisis di-


plomáticas, las autoridades novohispanas reforzaron la presencia mi-
litar en el área llevando efectivos de las Provincias Internas de Orien-
te hasta sumar casi 2 000 soldados de tropa presidial y miliciana en las
zonas más expuestas de la provincia.4 Por algún tiempo, la guerra entre
Estados Unidos y España parecía inevitable, pero a partir de 1806 los
conflictos limítrofes entre Texas y el territorio estadounidense se resol-
vieron con la creación de la llamada “zona neutral” entre los ríos Sabi-
na, Calcasieu y el Arroyo Hondo, según se puede ver en el mapa 1.
La creación de la zona neutral alivió las tensiones diplomáticas y los
refuerzos militares se retiraron durante 1807, quedando poco más de
cien efectivos en la región limítrofe de Nacogdoches. Sin embargo, la
propia zona neutral se volvió un dolor de cabeza para las autoridades

4
Varios documentos acerca de los amagos de los estadounidenses en Texas se pueden
seguir en Vicente Ribes Iborra, Ambiciones estadounidenses sobre la provincia novohispana de
Texas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones His-
tóricas, 1982 (Serie Documental, 7), p. 21-9.

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82 Martín González de la Vara

provinciales al convertirse en refugio de abigeos, contrabandistas y otras


clases de maleantes de los territorios de Texas y Luisiana. Desde allí se
realizaban incursiones de tipo indígena a las dos provincias, se compra-
ban y vendían los animales robados en tales incursiones y se llevaba a
cabo todo tipo de contrabando, e incluso con el pretexto de comerciar
con los indígenas se organizaban algunas entradas ilegales de estado-
unidenses a territorio español y viceversa. Las poblaciones de Na-
cogdoches en tierras españolas y Natchitoches en estadounidenses eran
los lugares por donde pasaba ese contrabando y donde se vendían los
bienes robados en la provincia vecina.
A fines de 1808 llegó a San Antonio Manuel de Salcedo —sobrino
del comandante de la Provincias Internas de Oriente Nemesio Salce-
do— para asumir el cargo de gobernador de Texas. Apenas ocupó el
puesto, sobrevino la crisis de la invasión napoleónica a España que,
afortunadamente para él, tuvo pocas repercusiones en Texas. Como a
la provincia no se le otorgó el derecho de enviar un delegado propio a las
primeras Cortes de Cádiz,5 Salcedo mandó en 1809 un largo informe
acerca de Texas en el cual ensalzaba sus recursos naturales, deploraba
el lamentable estado en que se encontraba por falta de población y
apoyo gubernamental y su aislamiento y prevenía acerca de las ambi-
ciones territoriales de los estadounidenses. También alertaba acerca de
los trabajos que los estadounidenses estaban haciendo para extender los
límites de la Luisiana:

Desde el instante mismo que el gobierno americano se posesionó de


aquel dilatado territorio fue visible y es constante que, con miras a
sacar partido, formó un notorio empeño en extender sus límites sin
dispensar providencia alguna. Observé a un propio tiempo que forti-
ficaba determinados puntos de la frontera, despachaba expediciones
para reconocer el país y sugerir a la indiada, bajo especiosos pretextos
ir a las provincias de Texas y Nuevo México, prevalido de la facilidad
de su situación en el desemboque de los ríos Misuri, Arkansas y Colo-
rado, que casi forzaba su amistad con las naciones indias cuya domi-
nación corresponde a España y últimamente que con aparato de tropas
amenazaba con posesionarse de terrenos que nunca pertenecieron a la
enunciada provincia de la Luisiana.6

5
Nettie Lee Benson, “Texas Failure to Send a Deputy to the Spanish Cortes, 1810-1812”,
Southwestern Historical Quarterly, v. lxiv, n. 1, julio 1960, p- 1-22.
6
Citado en Isidro Vizcaya Canales, En los albores de la independencia. Las Provincias Inter-
nas de Oriente durante la insurrección de don Miguel Hidalgo y Costilla, 1810-1811, Monterrey,
Archivo General del Estado de Nuevo León, 2003, p. 136. Véase también Nettie Lee Benson,
“A Governor’s Report on Texas in 1809”, Southwestern Historical Quarterly, v. lxxi, n. 4, abril,
1968, p. 603-15.

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la independencia mexicana en Texas 83

Mapa 2
Texas en 1810
C addós
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C adodachos
U íchitas N aco gd oche s
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Sa n An to nio de Béja r Isla Ga lveston
A M o nclo va L a Purísim a C on cep ció n
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P ob lació n civil
M isió n
Bah ía de l Espíritu Sa nto
Ca m in o p rin cipa l
a L ared o Isla San Jo sé

Debido a instrucciones enviadas por su tío el comandante principal,


Manuel de Salcedo dedicó los primeros meses de 1810 a inspeccionar
la zona fronteriza de Nacogdoches con el fin de informar acerca de
posibles entradas y de asentamientos ilegales de extranjeros. Salcedo
quedó impresionado por la debilidad del dominio español en esas áreas
y por la gran despoblación que estaban sufriendo, además de que tuvo
que lidiar con los sempiternos conflictos entre misioneros y militares.
Lo único que pudo hacer entonces fue conceder títulos a colonos espa-
ñoles que ya estaban asentados en el lugar y carecían de ellos, tomar
algunas medidas preventivas para impedir la llegada de más extranje-
ros, en especial franceses y estadounidenses, y, más que todo, Salcedo
se dio cuenta de la extraordinaria porosidad de esa frontera, de los
peligros que corría y cuán amenazada estaba por el incontenible expan-
sionismo estadounidense.

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84 Martín González de la Vara

II

Cuando Manuel Salcedo volvió a San Antonio a reasumir la guberna-


tura tras una breve ausencia, a partir de noviembre comenzó a recibir
noticias del levantamiento insurgente de Miguel Hidalgo. Además, el
mismo mes se supo de la rebelión de los angloamericanos avecindados
en la Florida Occidental, de la toma que hicieron de Baton Rouge y de su
declaración de independencia del Imperio español.7 Así, Texas se en-
contraba amenazado por dos frentes, de manera que Salcedo comenzó
a pedir auxilios extraordinarios al centro del virreinato, pues el gober-
nador sabía de la endeble posición de la provincia en caso de que el
levantamiento tuviera eco en el noreste novohispano. Como le indicaba
el propio Salcedo a Calleja:

Esta provincia [de Texas] es la llave del reino y la más despoblada y


exhausta de cuanto es necesario para su defensa y fomento pudiendo
ser la más rica y un antemural respetable de las ambiciosas metas de
nuestros vecinos.8

Sin embargo, como casi todas las tropas disponibles en la Coman-


dancia General se apresuraron a reforzar a las tropas realistas en el cen-
tro del virreinato, Texas tenía que atenerse a sus propios recursos de-
fensivos para hacer frente a esta crisis. De inmediato el gobernador
provincial publicó bandos poniendo en práctica un toque de queda,
reglamentando los bailes y otras actividades nocturnas y ordenando que
todos los extranjeros que vivieran en Texas se presentaran a pasar lista
en sus alcaldías, entre otras medidas de control.9 Incluso el 1 de enero
de 1811, ya alarmado por los progresos alcanzados por la insurgencia,
Salcedo publicó una proclama “a los fieles habitantes de Texas” en la
que los invitaba a permanecer leales al rey.10 Al mismo tiempo, comen-
zó a discutir con Simón de Herrera —comandante inspector en Texas—
las medidas de seguridad a tomarse en las siguientes semanas.
No obstante, Texas pronto fue alcanzada por el fuego revoluciona-
rio que se acercaba desde el sur. Una vez que Mariano Jiménez tomó
San Luis Potosí en noviembre de 1810, se puso en riesgo la seguridad
7
Arthur Preston Whitaker, The United States and the Independence of Latin America, 1800-
1830, Baltimore, Johns Hopkins Press, 1941: 62; Bustamante, op. cit., v. i, p. 121-123, y Ribes,
op. cit., p. 32-33.
8
Véase fragmento de la carta de Manuel Salcedo a Félix María Calleja del 21 de noviem-
bre: Ibid., p. 123 y Alamán op. cit., v. ii, p. 97.
9
Castañeda, op. cit., v. v, p. 415-416.
10
Ibid., v. v, p. 436.

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la independencia mexicana en Texas 85

de todas la Provincias Internas de Oriente. En los siguientes meses, la


insurgencia se abrió paso hacia el Nuevo Santander, donde fue acaudi-
llada por la poderosa familia Gutiérrez de Lara, que se unió a Jiménez
con el fin de organizar rebeliones insurgentes en Nuevo León y Coahui-
la, cuya capital tomaron en enero de 1811. La noticia de la caída de
Saltillo puso en guardia al gobernador Salcedo y al comandante Herre-
ra, quienes comenzaron a vigilar más de cerca la entrada de personas
a la provincia, pues se sospechaba que los insurgentes ya habían envia-
do emisarios a Texas.11
Ambos tenían razón, pues una de las estrategias que había utilizado
Mariano Jiménez para conseguir simpatizantes que consistía en invitar
a los oficiales con mando de fuerzas a unirse a los insurgentes y era muy
posible que ya hubiera comunicaciones clandestinas entre los alzados y
los presidiales texanos. A fines de 1810, en las cercanías de San Anto-
nio, los tenientes de milicia Ignacio Escamilla y Antonio Sáenz fueron
arrestados por sospechas de que eran afines a la insurgencia. En enero
de 1811, presionado por su tío y comandante, Manuel Salcedo mandó
reunir las tropas asequibles en la región de San Antonio para enviarlas
a las villas ribereñas del Nuevo Santander. Los milicianos y presidiales
recibieron la noticia con gran suspicacia y, para colmo de males, el día
15 Antonio Sáenz escapó de su prisión ayudado por algunos simpati-
zantes de la insurgencia. Salcedo se percató de que en esas condiciones
no podía abandonar la provincia y dio un paso atrás en la orden de
conscripción. El día 18 el gobernador reunió a una junta de notables en
San Antonio que le dieron garantías de su fidelidad al rey.
Sin embargo, en la mañana del 22 de enero un grupo de conspira-
dores encabezados por el capitán retirado Juan Bautista Casas, el alférez
Vicente Flores y el alcalde Francisco Travieso logró convencer con fa-
cilidad a las tropas estacionadas en la ciudad de unirse a la insurgencia.
Los rebeldes capturaron a Salcedo y a Herrera y los confinaron a prisión
domiciliaria. Al igual que en otras rebeliones, los alzados liberaron a
los presos de las cárceles, comenzaron a buscar “gachupines” y orde-
naron la confiscación de sus bienes.
Tomando el liderazgo de la rebelión, Juan Bautista Casas comenzó
a organizar una junta gobernadora. Envió correos a otras regiones de
Texas y mandó parte de las acciones tomadas a Miguel Hidalgo, reco-
nociéndolo como su superior en armas y gobierno. En Nacogdoches
la rebelión fue aceptada y recibió un caluroso apoyo en la población
11
Al respecto, véase James C. Milligan, “José Bernardo Gutiérrez de Lara: Mexican
Frontiersmen, 1811-1841”, tesis doctoral, Lubbock, Texas Tech University, 1975, p. 10-17;
Lorenzo de la Garza, Dos hermanos héroes, México, Cultura, 1939, p. 11-16 y Alamán, op. cit.,
v. ii, p. 90-102.

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86 Martín González de la Vara

vecina de Natchitoches, desde donde los estadounidenses veían la


insurgencia con gran simpatía; pero en La Bahía el capellán presidial
Miguel Martínez se mostró abiertamente contrario a la insurgencia e
hizo todo lo que pudo para evitar los apresamientos y la confiscación
de bienes de españoles. Cuando la misiva dirigida a Hidalgo llegó a
Coahuila, el gobernador insurgente Pedro de Aranda reconoció a Casas
como gobernador de Texas, puesto que desempeñó a partir de febrero
de 1811. A los “gachupines” aprehendidos, incluyendo a Salcedo y
Herrera, Casas decidió enviarlos a Monclova como muestra de su celo
insurgente ante Mariano Jiménez.
Poco a poco el entusiasmo insurgente por la fácil victoria comenzó a
moderarse con el paso de las semanas al recibirse noticias de las derrotas
sufridas por Hidalgo y Allende en el centro del virreinato. Pronto se supo
que Jiménez e Hidalgo se dirigían hacia Texas separadamente y que
varias fuerzas realistas —de Calleja, Bonavía y Salcedo, por ejemplo— in-
tentaban cerrarles el paso. Asimismo, al saber que se estaba organizando
una expedición marítima contra La Bahía que había salido de Veracruz
al mando de Joaquín de Arredondo, los miembros del gobierno rebelde
comenzaron a entrar en pánico. Sintiéndose acorralado, Casas comenzó
a actuar con paranoia y de manera arbitraria: a su llegada arrestó incluso
al teniente Antonio Sáenz por un corto tiempo al dudar de su fidelidad,
lo que le valió perder el apoyo de muchos de sus antiguos seguidores.
Esta situación de estancamiento fue aprovechada por los realistas
texanos para organizar un contragolpe. Juan Manuel Zambrano, sub-
diácono en Monterrey y nativo de San Antonio, se convirtió en su líder.
Zambrano comenzó a trabajar con Antonio Sáenz para quitar a Casas
del poder local. En la noche del 1 de marzo de 1811 Zambrano organi-
zó una junta realista que tuvo el poder suficiente para lograr la adhe-
sión de los militares locales y para remover de su puesto y aprehender
a Juan Bautista Casas en la mañana del día siguiente. Incluso entre los
capturados se encontraba Ignacio Aldama, quien se dirigía a Estados
Unidos con instrucciones de Miguel Hidalgo para encontrar aliados y
pertrechos en ese país.12

III

La junta realista de inmediato emitió una declaración en la cual mani-


festaba que gobernaría protegiendo los intereses del país, del rey y de
la religión y que haría públicas todas sus determinaciones, y estableció

12
Alamán, op. cit., v. ii, p. 170-175, y Bustamante, op. cit., v. iv, p. 158-160.

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la independencia mexicana en Texas 87

una especie de cogobierno con el cabildo de San Antonio. La primera


tarea del nuevo gobierno era la defensa de la provincia, pues todavía
estaba rodeada de tropas insurgentes, por lo que se comenzó a discutir
un plan para fortificar la capital provincial. Al verse la imposibilidad
de llevar a cabo tal fortificación, sólo se enviaron emisarios para que
atravesaran territorio insurgente y se encontraran con autoridades rea-
listas, en especial con el comandante Salcedo. Al mismo tiempo, se
enviaron misivas a Jiménez informándole, erróneamente, que el pueblo
y las autoridades de Texas seguían leales a la insurgencia y sólo habían
decidido deponer a Casas como gobernador.
Los enviados no tuvieron problemas en cruzar territorio coahuilen-
se —reputado como insurgente— porque los mandos militares, entre
ellos el coronel Ignacio Elizondo, y las autoridades locales estaban cam-
biando rápidamente su fidelidad y uniéndose al bando realista. Todos
ellos comprendieron que Hidalgo y Allende, en su marcha hacia la que
creían todavía insurgente Texas, en realidad estaban a punto de verse
acorralados. Acompañado por los emisarios de Texas y por su exgober-
nador Manuel Salcedo, Elizondo tomó Monclova y poco después apre-
só al padre Hidalgo en Acatita de Baján. Tras la captura de los princi-
pales líderes insurgentes, Manuel Salcedo fue el encargado de
escoltarlos hasta Chihuahua. El desastre de Baján, sin embargo, no hizo
desaparecer el movimiento independentista en el noreste, pues algunas
villas del Nuevo Santander seguían en el bando insurgente acaudilla-
das por los Gutiérrez de Lara.
Mientras tanto, en Texas la junta nombró gobernador interino a
Manuel de Luna, a la vez que se hacían preparativos para marchar
contra los insurgentes neosantanderinos, marcha a la que asistirían casi
todos los miembros de la junta. El 25 de marzo, cuando ya estaba dis-
puesta la marcha al sur, Zambrano se dio tiempo para desmovilizar una
conspiración insurgente en su contra, lo que demostraba que aún había
rebeldes insurgentes en Texas. Unos días más tarde la expedición texa-
na se topó con unos arrieros enviados por Mariano Jiménez y se apo-
deró de 40 cargas de plata que semanas antes estaban tratando de hacer
llegar a Estados Unidos. Sin saber qué hacer con tal botín, los texanos
decidieron regresar a San Antonio para resguardarlo.
En la capital provincial, Manuel de Luna hizo abortar otra conspi-
ración para luego dejar el poder a los miembros de la junta gobernado-
ra que regresaban de su campaña al río Bravo. Tras varios meses de
aparente tranquilidad, parecía que no habría más vestigios del movi-
miento insurgente en Texas y, una vez recobradas las comunicaciones
con las demás autoridades realistas, la junta pidió a Nemesio Salcedo la
reinstalación en la gubernatura de su sobrino Manuel Salcedo. Después

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88 Martín González de la Vara

de vencer la tozuda oposición del tío, quien había nombrado gobernador


interino de Texas a Simón de Herrera, Manuel Salcedo regresó a San
Antonio y volvió a ocupar su antiguo puesto en septiembre de 1811.

IV

Cuando Manuel Salcedo retomó sus responsabilidades habituales, se


mostró alarmado por la debilidad de la provincia ante un posible ata-
que desde Estados Unidos o para hacer frente a otro brote de rebelión.
Por ello, no cesaba de pedir auxilios para sus tropas tanto al virrey de
Nueva España como al comandante general de las Provincias Internas
de Oriente.
Las preocupaciones del gobernador estaban bien justificadas, pues
en la zona neutral parecía estarse fraguando una conspiración más en
contra del Imperio español en América. De hecho, muchos estadouni-
dense aún amenazaban con unirse a los rebeldes y la misma zona neutral
se estaba convirtiendo en un refugio para antiguos insurgentes, donde
éstos podían hacerse fácilmente de una tropa con esclavos huidos, co-
lonos ilegales, indígenas destribalizados, abigeos y toda clase de per-
sonajes marginales que habitaban el área. Peor aún, no había manera
de parar el contrabando ilegal con Natchitoches e incluso el gobernador
Salcedo en ocasiones se vio obligado a participar en él para conseguir
los regalos que tradicionalmente se daban a los jefes de los grupos in-
dígenas aliados.
La preocupación del gobernador Salcedo creció al enterarse a fines
de 1811 de que en los meses anteriores José Bernardo Gutiérrez de Lara
había logrado salir de su cerco en Revilla —Nuevo Santander—, cruzar
toda la provincia texana ayudado por el capitán presidial de San Anto-
nio Miguel Menchaca y encontrar refugio en Natchitoches, donde fue
bien recibido y seguía fraguando planes para revivir el movimiento
insurgente en el nororiente de Nueva España. Pero más aún, Gutiérrez
de Lara había llegado hasta Washington, donde recibió ayuda extraofi-
cial de los secretarios estadounidenses de Guerra, William Eustis, y de
Estado, James Monroe, para emprender una invasión a Texas o Nuevo
Santander desde territorio de Estados Unidos.13

13
La labor diplomática de José Bernardo Gutiérrez de Lara en Estados Unidos se narra
con detalle en Marcela Terazas Basante, “¿Aliados de la insurgencia? La temprana colabora-
ción norteamericana en la independencia de México”, en Alicia Mayer (coord.), México en tres
momentos: 1810-1910-2010. Hacia la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y Cente-
nario de la Revolución Mexicana. Retos y perspectivas, 2 v., México, Universidad Nacional Autó-
noma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2007, v. ii, p. 107-118. También

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Con tal bendición, Menchaca y Gutiérrez de Lara comenzaron a


organizar una expedición filibustera sobre Texas. El 15 de octubre de
1811 Miguel Menchaca, al mando de un pequeño grupo de estadouni-
denses, cruzó el río Sabina con intenciones de tomar Nacogdoches. Una
patrulla militar logró alcanzarlos y, en la confusión, Menchaca fingió
volver a las filas realistas mientras que casi todos los miembros de su
expedición huían de nuevo a la zona neutral. Aunque el incidente pa-
recía no tener mayores consecuencias, Manuel Salcedo comprendía que
los ánimos revolucionarios de ahora en adelante amagarían a Texas
desde Estados Unidos. De inmediato, el gobernador envió escritos de
protesta a las autoridades militares del territorio de Luisiana para que
impidieran cualquier acto de organización de Gutiérrez de Lara, pero
sus quejas cayeron en oídos sordos. Con el tiempo, los reclamos de
Salcedo llegaron a la ciudad de México, a Madrid y a Washington,
donde el embajador Luis de Onís trató infructuosamente de ponerlos
sobre la mesa de negociaciones con diversas instancias del gobierno
estadounidense.
Durante todo el primer semestre de 1812, las tropas presidiales
texanas al mando del capitán Bernardino Montero y en coordinación
con las fuerzas armadas estadounidenses batieron la zona neutral y
echaron de ella a cuanta persona no indígena encontraban, pues era
ilegal para ellos residir en el área. Sin embargo, resultaba imposible
mantener “limpia” un área tan grande donde habitaban tantos grupos
indígenas que podían dar refugio a los “europeos” de cualquier nacio-
nalidad u origen. Además, las hostilidades habituales de comanches,
taovayas, tonkawas y otros grupos amenazaban la seguridad de los
asentamientos más expuestos en ambos lados de la zona neutral.
Mientras tanto, Gutiérrez de Lara seguía cabildeando por ayuda en
Washington en los primeros meses de 1812. En ese tiempo conoció a
José Álvarez de Toledo, un cubano independentista que había sido
diputado a Cortes por Santo Domingo y quien se interesó en ayudarlo.14
Poco a poco, Gutiérrez de Lara encontró apoyos de otros independen-
tistas de Sudamérica y, por supuesto, de muchos estadounidenses que
veían en la independencia de México una gran oportunidad para ha-
cerse de tierras en Texas y especular con ellas. Tras pasar varios meses

“José Bernardo Gutiérrez de Lara ‘Diary of…’”, trad. de Elizabeth H. West, American Histori-
cal Review, v. xxxiv, octubre de 1948, p. 55-77 y 281-294, y Whitaker, op. cit., p. 94-96.
14
Véase el historial insurgente de Álvarez de Toledo en Warren H. Gaylord, “José Ál-
varez de Toledo Initiation as a Filibuster, 1811-1813”, Hispanic American Historical Review, v.
XX, n. 1, febrero de 1940, p. 56-69. Sobre los preparativos de la invasión de Gutiérrez de Lara,
Harris Taylor Warren, The Sword Was Their Passport. A History of American Filibustering in the
Mexican Revolution, Baton Rouge, Louisiana State University, 1943, p. 4-32.

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entre Washington y Filadelfia, Gutiérrez regresó a la frontera con Texas


—a Natchitoches— en abril de 1812, acompañado del capitán William
Shaler, quien se le unió en su paso por Nueva Orleáns.
Shaler y Gutiérrez no tuvieron problemas para encontrar seguido-
res entre las tropas estadounidenses acantonadas en el cercano fuerte
Clairborne y entre los habitantes de Natchitoches. El entusiasmo de los
estadounidenses por participar en una invasión a Texas, el apoyo ex-
traoficial encontrado entre las autoridades estadounidenses, así como
las noticias sobre el mal estado de las tropas texanas y el apresamiento
de su familia, hicieron que Gutiérrez de Lara apresurase los preparati-
vos para una invasión.
Del otro lado de la frontera, el gobernador Salcedo veía con preocu-
pación los progresos de los posibles invasores. Se vigilaba cercanamen-
te sus actividades en Natchitoches y la zona neutral y se trataba de
interceptar sus proclamas y detener a sus emisarios.15 Uno de ellos fue
aprehendido en junio con propaganda subversiva, lo que puso en evi-
dencia los alcances de las actividades de Gutiérrez de Lara al otro lado
de la frontera. Salcedo no dejaba de pedir ayuda a la Comandancia
General y a las provincias vecinas, pero sólo recibía instrucciones y
nada de armamento, comida, medicina y efectivos, que era lo que más
se necesitaba para la defensa del territorio texano. Incluso intensificó
sus esfuerzos diplomáticos entre los grupos indígenas para atraerlos a
la causa española y realista sin lograr mayores resultados.
A pesar de la prisa de Gutiérrez de Lara, los preparativos para la
invasión se prolongaron varios meses, pero tuvieron mayores alcances
de lo previsto. En Nueva Orleáns y Natchez había propaganda abierta
a favor a la invasión; en la primera de esas ciudades se distinguió por
su eficiencia y actividad el teniente del ejército estadounidense y recien-
temente licenciado Augustus Magee.16 Para entonces, Estados Unidos
y Gran Bretaña habían iniciado una guerra y la invasión a Texas del
autoproclamado Ejército Republicano del Norte podía atraer a España
al conflicto, lo que abriría las puertas al gobierno estadounidense para
invadir la Nueva España.
Finalmente el Ejército Republicano del Norte, formado por unos
350 efectivos entre aventureros estadounidenses, antiguos insurgentes

15
Virginia Guedea, “La primera declaración de independencia y la primera constitución
novohispana. Texas, 1813”, en Marta Terán y José Antonio Serrano Ortega (eds.), Las guerras
de independencia en América española, Zamora, El Colegio de Michoacán/Instituto Nacional de
Antropología e Historia/Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2002, p. 48-49.
16
Ernesto Lemoine, “Nueva Orleáns: foco de propaganda y actividades de la Indepen-
dencia mexicana”, en Cardinales de dos independencias (noreste de México-sureste de los Estados
Unidos), México, Fomento Cultural Banamex, 1978, p. 21-26

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la independencia mexicana en Texas 91

exiliados en Estados Unidos, españoles desertores del ejército realista,


algunos comerciantes franceses y un puñado de indígenas, entró en
Texas el 8 de agosto de 1812 al mando de Magee.17 Montero y Zambra-
no no pudieron organizar la defensa de Nacogdoches y se retiraron al
sur con sólo una escolta de diez soldados, por lo que Magee y Gutiérrez
de Lara entraron al pueblo el día 12 sin encontrar resistencia. Poco
tiempo después, las fuerzas republicanas tomaron el pequeño asenta-
miento de Trinidad de Salcedo. Con estos triunfos, más aventureros de
Natchitoches decidieron unirse a los invasores y se integraron a sus
filas en los siguientes días hasta llegar a formar un respetable grupo de
500 efectivos.
Al saber de la toma de Nacogdoches, Manuel Salcedo pidió ayuda
a cuanta autoridad política y militar pudo, pero sólo Antonio Cordero,
gobernador de Coahuila, accedió a enviar una compañía presidial para
auxiliarlo en la defensa de San Antonio. Los socorros tardaron meses
en llegar, lo que imposibilitó a los realistas tomar la ofensiva y atacar a
los invasores en su campamento de Trinidad, y Salcedo tuvo que con-
formarse con establecer puestos de avanzada sobre el río Guadalupe
mientras intentaba fortificarse en San Antonio.
Entre tanto, los republicanos también se movieron con cierta len-
titud mientras decidían cuál sería su siguiente objetivo. Finalmente, en
octubre de 1812 el ejército republicano se dirigió al pueblo de La Bahía,
cuya guarnición había retirado Salcedo para fortalecer la defensa de la
capital provincial. La Bahía cayó sin ofrecer resistencia alguna el día
9. En ese momento, Magee y Gutiérrez de Lara izaron una nueva ban-
dera: la de la república de Texas. Dejaban ya muy en claro cuál era su
principal objetivo político: separar a Texas de Nueva España y del
dominio español y propiciar desde allí la expansión del movimiento
insurgente en todo el virreinato usando formas republicanas de go-
bierno.
Al tener noticia de la toma de La Bahía, Manuel Salcedo decidió
atacar a los republicanos antes de que pudieran consolidar sus posi-
ciones. El 14 de noviembre los realistas trataron de tomar el fuerte
presidial de La Bahía, pero fueron rápidamente rechazados por los
insurgentes. Cambiando estrategia, Salcedo decidió establecer tres
campamentos con los que prácticamente dejaba al pueblo en estado
de sitio. El sitio comenzó a bajar la moral de los republicanos, pues
vieron con preocupación que, a pesar de tener abierto el acceso por
17
Warren, op. cit., p. 33-51; Harry M. Henderson, “The Magee-Gutiérrez Expedition”,
Southwestern Historical Quarterly, v. lx, n. 1, Julio, 1951, p. 43-50. Véase también John Francis
Bannon, The Spanish Borderlands Frontier, 1513-1821, Albuquerque, University of New Mexico
Press, 1970, p. 211-213; Alamán, op. cit, v. 3, p. 479-90, y Bustamante, op. cit., v. 1, p. 329-335.

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mar, ninguna fuerza ocurría en su ayuda. A fines del mismo noviembre


los estadounidenses que seguían a Magee comenzaron a buscar la ma-
nera de abandonar el sitio y volver a Luisiana, pero Salcedo no permi-
tió ninguna salida. El 6 de febrero de 1813 Augustus Magee murió
víctima de la fiebre amarilla, con lo que Gutiérrez de Lara quedó en el
mando de la fuerza con el coronel Samuel Kemper como segundo.
Pese al sitio, la costa brindaba a los republicanos alguna posibili-
dad de recibir auxilios y refuerzos. Así, su ejército se vio reforzado por
Miguel Menchaca, un pequeño grupo de insurgentes texanos y posi-
blemente varios contingentes indígenas. Gutiérrez intentó romper el
sitio, pero su salida fue bloqueada después de una sangrienta escara-
muza. Para su suerte, el 19 de febrero Salcedo decidió levantar el sitio
y concentrarse en la defensa de San Antonio ante la falta de apoyo de
otras provincias novohispanas. La noticia fue tomada por los republi-
canos como un triunfo y pronto comenzaron a llegar a La Bahía más
refuerzos para su debilitado ejército.
En cosa de un mes, Gutiérrez de Lara estuvo en condiciones de
iniciar el asalto a San Antonio. El 29 de marzo de 1813 Salcedo decidió
enfrentar a los insurgentes en el cercano paraje de El Rosillo, pero sus
tropas desertaron para volverse en fuga a San Antonio apenas con la
primera carga de los rebeldes. La fácil victoria hizo caer en manos de los
republicanos una gran cantidad de caballos, municiones de todo tipo y
algunos cañones de campaña. Gutiérrez de Lara situó su nuevo campa-
mento en la misión de la Concepción, a una escasa legua de distancia
de San Antonio. Allí recibió más auxilios y voluntarios que engrosa-
ron su ejército. Cuando los republicanos hacían un alarde de fuerza
frente a las murallas de San Antonio el 1 de abril, el gobernador Ma-
nuel Salcedo les ofreció rendir la plaza, lo que se llevó a cabo de
manera incondicional el día siguiente. Salcedo, Herrera y otros 15
oficiales realistas fueron aprehendidos, juzgados, condenados a
muerte y ejecutados en el término de tres días. Esta inusual efusión
de sangre marcaría la expedición de Gutiérrez de Lara y los estado-
unidenses y por muchos años los realistas guardarían la memoria de
estos hechos.18

18
Véanse, por ejemplo, las sumarias llevadas a cabo en Monterrey en los años subsi-
guientes contra Fernando de Las Casas, Ciprián García, Domingo Chávez, Vicente Rodrí-
guez, Ignacio Arocha y Pedro Prado —este último uno de los principales sospechosos de la
matanza— por su participación en las ejecuciones de las autoridades realistas de Texas en
1813 en Archivo General del Estado de Nuevo León, Historia, Concluidos, expedientes 5/6,
5/7, 5/8, 5/17 y 5/22 (documentos suministrados por Ana Carolina Ibarra). También Félix
D. Almaraz, Tragic Cavalier; Governor Manuel Salcedo of Texas, 1808-1813, Austin, University
of Texas Press, 1971: 171-80 y Alamán, op. cit., v. iii, p. 484-485.

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la independencia mexicana en Texas 93

La invasión había resultado en un rotundo éxito, pero ahora hacía falta


darle coherencia institucional a ese triunfo militar. El 6 de abril de 1813
se publicó la declaración de independencia y, días más tarde, la cons-
titución provisional de la República de Texas,19 se organizó una junta
gubernativa y se oficializó el puesto de presidente ocupado por Gutié-
rrez de Lara. Aunque había una indudable influencia de diversas cons-
tituciones estatales estadounidenses en estos textos, Gutiérrez de Lara
logró darle el énfasis a ambos documentos en el sentido de que se tra-
taba de una república para los texanos, que los extranjeros no podían
ostentar cargos públicos y dejaba en claro que no había ninguna inten-
ción de anexarse a Estados Unidos. La constitución, por su parte, sos-
tenía que Texas era parte de la “República de México” y que la religión
católica era la única oficial del país. 20 Por supuesto que estas determi-
naciones cayeron como balde de agua fría sobre muchos voluntarios
estadounidenses, la mayoría de los cuales fue desertando de las fuerzas
republicanas para volver a Luisiana en las siguientes semanas.
Pero una cosa era declarar la independencia y otra sostenerla. Ya
como presidente de la provincia rebelde, Gutiérrez de Lara trató de
atraer a varios militares del noreste novohispano que anteriormente
habían sido insurgentes —como Ignacio Elizondo— pero no logró nin-
guna nueva adhesión de importancia. Al contrario, las noticias de su
triunfo y de la ejecución de Manuel Salcedo y los otros 16 oficiales mo-
tivaron que las autoridades realistas tomaran previsiones para impedir
que el movimiento republicano se extendiera a otras provincias. Así,
Joaquín de Arredondo, al mando de una fuerza superior y auxiliado por
el nuevo virrey Félix María Calleja, comenzó a movilizarse hacia Texas

19
El texto original de la declaración de Independencia —la primera conocida en la lucha
insurgente mexicana— se puede consultar en Virginia Guedea, Textos insurgentes (1808-
1821), México Universidad Nacional Autónoma de México, 1998, p. 60-65 (Biblioteca del Es-
tudiante Universitario, 126). En el texto las similitudes con la declaración de independencia
estadounidense son notables.
20
Véanse los mejores análisis de la declaración de independencia y la Constitución texa-
nas así como del gobierno republicano de 1813 en Guedea “La primera…”, op. cit., p. 51-60,
y, de la misma autora, ”Autonomía e independencia en la provincia de Texas. La Junta de
Gobierno de San Antonio de Béjar, 1813”, en Virginia Guedea (coord.), La Independencia
de México y el proceso autonomista novohispano, 1808-1824, México, Universidad Nacional Au-
tónoma de México, Instituto Mora, 2001, p. 134-183. Un gran mérito de estos dos trabajos de
Guedea es el uso de una documentación en archivos y autores mexicanos poco utilizada y
conocida por los autores estadounidenses del tema. Véase también Warren, op. cit., p. 53-72
y Julia K. Garret, “The First Constitution of Texas”, Southwestern Historical Quarterly, v. xl,
Julio de 1936-abril de 1937, p. 290-308.

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desde sus aduares en el Nuevo Santander. Para junio, Arredondo estaba


ya en Laredo, donde recibió 700 hombres de refuerzo al mando de Ig-
nacio Elizondo y se disponía a entrar sin prisa a la provincia rebelde.
Sin embargo, Elizondo, al mando de una vanguardia de 2 000 sol-
dados, se adelantó a las órdenes de Arredondo y decidió atacar San
Antonio por sorpresa. Al saberse de la proximidad de los realistas,
buena parte de las fuerzas republicanas entraron en pánico y decidieron
dejar la ciudad, pero fueron reorganizadas por el mayor Henry Perry.
El 19 de junio las fuerzas de Perry y Gutiérrez de Lara hicieron una
salida táctica y atacaron a las fuerzas de Elizondo en el paraje de Las
Alazanas mientras estaban celebrando misa. La sorpresa fue enorme y
en sólo dos horas los realistas quedaron completamente derrotados,
perdiendo gran cantidad de animales, municiones y auxilios que fueron
tomados por los enemigos, además de que Elizondo tuvo que retirarse
hasta el sur del río Bravo. Por supuesto, Arredondo estaba furioso con
el desastre y tardó más de un mes para reorganizar su fuerza de casi
1 800 hombres e iniciar su marcha hacia San Antonio.
Gutiérrez de Lara tuvo poco tiempo para regocijarse con su victoria
en Las Alazanas, pues las fuerzas estadounidenses que seguían en
Texas y algunos de sus agentes en Luisiana comenzaron a orquestar un
golpe de estado. A principios de agosto, José Álvarez de Toledo, que
como se dijo más arriba era antiguo diputado a Cortes por Santo Do-
mingo y firme partidario de la insurgencia americana, logró el apoyo
de la mayoría de las fuerzas republicanas resentidas por el nacionalis-
mo de Gutiérrez de Lara y de la Junta de Gobierno para deponer a éste
de su carácter de presidente y naturalmente ocuparlo él.
Para contener el avance de Arredondo, Álvarez de Toledo organizó
una fuerza de unos 1 400 hombres gracias a la llegada de más volunta-
rios de Estados Unidos. El 18 de agosto las fuerzas republicanas y las
realistas se encontraron en las márgenes del río Medina, en el punto de
El Atascoso. Debido a la superior táctica y disciplina de las tropas
de Arredondo, la batalla se resolvió a favor de los realistas, quienes
lograron atenazar a gran parte de los insurgentes.21 Con más de mil
bajas en las primeras horas del combate, los republicanos sobrevivien-
tes volvieron derrotados a San Antonio, población que cayó fácilmente
en manos de Elizondo en el curso de los siguientes días, por lo que su
fuga y dispersión fue mayor. Arredondo decidió vengar las ejecuciones
de abril y la derrota de Las Alazanas con la ejecución de 112 prisioneros
el mismo día de la batalla, mientras Elizondo sembraba el terror entre
los bejareños, a quienes reputaba en conjunto como rebeldes.

21
Alamán, op. cit., v. 3, p. 488-491.

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la independencia mexicana en Texas 95

VI

Al día siguiente de la toma de San Antonio, Arredondo le ordenó a


Elizondo que, con 500 efectivos, batiera el camino a Nacogdoches para
cortar la retirada al enemigo. En los siguientes días, Elizondo capturó
a 100 antiguos soldados republicanos, así como a algunas familias de
civiles que también trataban de huir a Estados Unidos. Incluso se dio
el lujo de ejecutar a unas dos docenas de prisioneros y dejar el paso
franco a varios estadounidenses para que volvieran a su patria, pero no
logró capturar a ninguno de los líderes republicanos.
Arredondo se encargó de restablecer la normalidad institucional en
Texas. Aunque nombró gobernador al teniente coronel Cristóbal Do-
mínguez, en realidad él retuvo el poder civil y militar mientras se man-
tuvo en la provincia hasta abril de 1814. Poco a poco se fue haciendo
evidente la destrucción creada en los últimos dos años y medio de lucha
en Texas y se trataron de tomar algunas medidas de alivio; pero la
provincia estaba exhausta, había perdido población y no había posibi-
lidad de obtener recursos extraordinarios del virreinato. Al mismo
tiempo, diversos grupos de insurgentes y extranjeros no dejaban de
organizarse para llevar a cabo nuevas incursiones o invasiones a terri-
torio texano desde la Luisiana. En Nueva Orleans, por ejemplo, Álvarez
de Toledo mantuvo contactos con José María Morelos durante 1814 y
1815 y éste vio en los norteamericanos la posibilidad de conseguir apo-
yos para la causa insurgente.22
En los siguientes meses, Texas parecía volver a su tradicional esta-
do de marginación, pero, como único auxilio para la provincia, se acan-
tonaron en ella en diversos periodos varias compañías presidiales de
Nuevo León, Coahuila y Nuevo Santander y un regimiento de Extrema-
dura, con lo que en algún momento llegó a haber una fuerza total de
poco más de 1 300 efectivos en toda la provincia, con el fin de proteger-
la de hostilidades indígenas y de otras posibles invasiones insurgentes
desde territorio estadounidense. Incluso Arredondo, desde su nuevo
puesto de comandante general de las Provincias Internas de Oriente,
apoyaba en lo posible el avituallamiento de los presidios y la construc-
ción o reconstrucción de fuertes, cuarteles y barracas.
En Luisiana, los antiguos líderes republicanos reiniciaron sus labo-
res de cabildeo de manera más o menos independiente para organizar
una nueva expedición sobre Texas, pero, frente a su anterior fracaso,
ya no encontraron ni iguales las facilidades ni el interés de las autori-

22
Alamán, op. cit., v. 4, p. 394-396.

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96 Martín González de la Vara

dades estadounidenses. De la misma manera no cejaron en su propó-


sito y comenzaron a expandir sus actividades a casi todo Estados Uni-
dos. Uno de los grupos que se logró organizar, comandado por John
Robinson —conocido de Álvarez de Toledo— entró al casi fantasmal
pueblo de Nacogdoches en octubre de 1813 y estableció un cuartel pro-
visional.23 Aunque esta ocupación no tenía mayor significado militar,
hizo que se reactivaran en Luisiana varios planes para invadir de nue-
vo Texas y restaurar la república. Con algunos sobrevivientes de la
anterior invasión, se formó en las riberas del río Sabina un gobierno
provisional de “los hombres libres de las Provincias Interiores de México”
a fines de noviembre de 1813, lo que animó aún más a los interesados
en una nueva invasión, pero por varios meses no se reportaron otras
actividades de los rebeldes. Incluso durante 1814 los dos campamentos
rebeldes fueron abandonados.
A principios de 1815, una vez terminada la guerra entre Inglaterra
y Estados Unidos, comenzaron a surgir planes para invadir por mar
algunos puntos de Texas o Nuevo Santander. Para agosto, Henry Perry
se había hecho con una embarcación; comenzó a acechar la isla de Gal-
veston y estableció un pequeño fuerte en lo que llamó Punta Bolívar,
que no molestaron las tropas realistas incluso hasta el fin de la guerra,
aunque ocasionalmente fue amagado por incursiones indígenas, más
que de realistas.24 Varios meses más tarde, el insurgente venezolano
Luis Aury exploró parte de la costa texana con el fin de evaluar una
posible invasión marítima, pero sus propias tropas lo dejaron herido
cerca de Galveston. Finalmente, el 7 de septiembre de 1816, un delega-
do de los insurgentes del centro de México —José Manuel de Herre-
ra— declaró que la isla de Galveston era puerto legal de la República
Mexicana. Aury y Henry Perry se desempeñaron de manera intermi-
tente como comandantes de este pequeño territorio insurgente y fueron
quienes pudieron ofrecer alguna ayuda —y ocasionarle ciertos proble-
mas— a Francisco Xavier Mina.25
Mina hizo varias escalas en Galveston entre febrero y abril de 1817
preparando su expedición sobre Nuevo Santander, e incluso desde allí
emitió una de sus famosas proclamas.26 Aury, y algunos insurgentes y
23
Warren, op. cit., v. p. 73-95, y Andrés Tijerina, Tejanos & Texas under the Mexican Flag,
1821-1836, College Station, Texas A&M Press, 1994, p. 19.
24
Thomas Wolf, “The Karankawa Indians: Their Conflict with the White Man in Texas”,
Ethnohistory, v. xvi, n. 1, invierno de 1969, p. 21-22.
25
Al respecto, véase William Davis Robinson, Memorias de la Revolución Mexicana. Incluyen
un relato de la expedición del general Xavier Mina, ed. de Virginia Guedea, México, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2003, p. 84-94; Warren,
op. cit., p. 96-193; Bustamante, op. cit., v. iv, p. 324-342 y Alamán, op. cit., v. iv, p. 552-557.
26
Véase Bustamante, op. cit., v. iv, p. 317-323 y Ribes, op. cit., p. 61 y ss.

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la independencia mexicana en Texas 97

extranjeros que vivían en la isla decidieron unírsele, con lo que las re-
ducidas fuerzas de Punta Bolívar quedaron al mando de Perry, quien
a su vez comenzó a calcular las posibilidades de invadir la bahía de
Matagorda para complementar el desembarco de Mina en Soto la Ma-
rina. Durante junio de 1817, dos grupos de estadounidenses desembar-
caron en La Bahía y establecieron un campamento. Perry intimó rendi-
ción al capitán Castañeda del presidio de La Bahía, pero éste se negó a
entregar el fuerte. Sin embargo, los invasores, que ya no eran más que
unas 50 personas, decidieron no atacar de inmediato.
En San Antonio, el gobernador Antonio Martínez fue tomado por
sorpresa con el desembarco y no pudo enviar tropas a la costa. Cuando
reunió unos 110 hombres procedió en ayuda de Castañeda y se encon-
tró con que Perry y sus hombres estaban tratando de huir más que
pelear. En la madrugada del 19 de junio los texanos derrotaron al pe-
queño grupo de Perry en el paraje de El Perdido, apresando a la mitad
de la partida y dejando muerta en el campo a la otra mitad, entre ellos
a su comandante.
A la muerte de Perry, Aury siguió con sus actividades insurgentes
en varias regiones de la América española —incluida California—27 y
sus tropas incluso lograron establecer en julio de 1817 un efímero cam-
pamento rebelde en las cercanías de las islas de la bahía de Matagorda
como resultado de un naufragio.

VII

Parecía entonces que la provincia retornaría a su vida normal, objetivo


que se fue logrando muy lentamente en los meses siguientes, aunque
la provincia ya estaba abierta para cualquier intento de invasión. De
hecho, las posibilidades de incursiones terrestres o marítimas ocupaban
buena parte de los desvelos de las autoridades de la provincia. Además,
había que lidiar con los problemas habituales: despoblación, anarquía
en la zona neutral, falta de auxilios de toda clase, aislamiento e incur-
siones indígenas.
En efecto, no pasó mucho tiempo antes de que los intereses extran-
jeros se volvieran a posar sobre Texas. Una vez más, la amenaza vino
desde Estados Unidos, pero no de parte de los enemigos tradicionales
del Imperio español en América. En Estados Unidos se había refugiado
un buen número de seguidores de Napoleón Bonaparte, entre ellos su

27
Bustamante, op. cit., v. v, p. 62-64 relata el episodio de la incursión argentina en Cali-
fornia sin mencionar a Aury.

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98 Martín González de la Vara

hermano José, quienes comenzaron a elaborar complejos planes para


liberar a su antiguo emperador de sus exilios de Elba y Santa Elena y
reinstalarlo en el trono francés. Como paso previo, Charles Lallemand
había organizado una colonia francesa en el oeste de Arkansas, en un
área muy cercana a la frontera texana, que contaría con la participación
de unas 60 familias de antiguos soldados bonapartistas. El embajador
Luis de Onís y las autoridades novohispanas vieron con sospecha el
proyecto y, en efecto, pronto los colonos franceses estaban buscando un
lugar para establecerse entre los ríos Trinidad y Sabina, muy adentro de
territorio texano. Los supuestos colonos, bien pertrechados, fueron lle-
gando al asentamiento Champ d’Asile —también llamado La Liber-
tad— cruzando territorio texano desde la bahía de Matagorda, a donde
fueron transportados por el famoso pirata Jean Lafitte en marzo de 1818.28
Éste, además, utilizó la isla de Galveston y la base de Punta Bolívar en
diferentes épocas como base para sus aventuras bélicas y comerciales,
de manera que la volvió más una base pirata que insurgente.
Con algunos trabajos, los franceses pudieron viajar tierra adentro
para fundar su nueva población, de la cual lo primero que erigieron fue
un pequeño fuerte. Acto seguido, los colonos se organizaron en tres
compañías y comenzaron a urdir nuevos planes para la restauración
bonapartista. De allí Lallemand hizo publicar una convocatoria en pe-
riódicos estadounidenses donde llamaba a más soldados-colonos para
que se les unieran.
En mayo de 1818, el gobernador Martínez recibió órdenes de expul-
sar a los franceses de territorio español, pero la falta de elementos y la
crecida de varios ríos le impidieron acercarse a su colonia. En septiem-
bre, Martínez se declaró listo para ir por los intrusos, pero para entonces
su campaña ya no era del todo necesaria. Un poco antes, en agosto, los
franceses habían abandonado Champ d’Asile ante la amenaza indígena
y al enterarse de los preparativos de las fuerzas texanas para ir a batirlos,
de manera que muchos volvieron a Estados Unidos vía Galveston mien-
tras que otro grupo de cien excolonos encabezados por Antoine Rigaud
se quedaba en Punta Bolívar por su cuenta. Además, Lallemand comen-
zó a recibir presiones de las autoridades estadounidenses al percatarse
de que la Colonia no estaba en territorio de Estados Unidos.
Detrás de los franceses, algunos aventureros estadounidenses co-
menzaron a planear nuevas invasiones a Texas. A mediados de ese
mismo año, un grupo de soldados estadounidenses encabezados por
28
Guadalupe Jiménez Codinach, “Confédération Napoléonnie. El desempeño de los
conspiradores militares y las sociedades secretas en la Independencia de México”, Historia
Mexicana, xxxviii, n. 1, [149], julio-septiembre de 1988, p. 43-68; Warren, op. cit., p 189-232 y
Alamán, op. cit., 4: 693-695.

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la independencia mexicana en Texas 99

el mayor George Graham cruzaron territorio texano para persuadir a


los franceses de que abandonaran su asentamiento. Los franceses ya se
habían marchado cuando los estadounidenses llegaron a Champ
d’Asile, pero durante su travesía Graham se dio cuenta de las increí-
blemente débiles defensas de Texas, entró en contacto con Lafitte y
Aury en Punta Bolívar y comenzó a coquetear con la posibilidad de que
Estados Unidos estableciera una base naval en la isla para sustentar su
reclamo de que la Luisiana llegaba hasta el río Grande, frente a las
negociaciones diplomáticas que entonces se estaban llevando a cabo
con España por los problemas limítrofes.
Por su parte, Martínez envió en septiembre al capitán Castañeda a
destruir el ya abandonado cuartel presidial de Nacogdoches, expulsar
a los colonos ilegales y, en fin, para tratar de poner orden en la despo-
blada frontera oriental de Texas. Castañeda se encontró con los france-
ses que estaban en Galveston e intentó desalojarlos, tarea casi imposible
al no contar con embarcaciones. Sin poder arribar a la isla y al ver que
los colonos no eran una amenaza real para el resto de Texas, el capitán
decidió sólo destruir el abandonado Champ d’Asile, tarea que le llevó
un par de días. Castañeda volvió a San Antonio sin hacer campaña
hacia Nacogdoches o el río Sabina.
A principios de 1819 se dio a conocer el tratado Adams-Onís, que
definía claramente la frontera entre España y Estados Unidos. En Nue-
va Orleans y en la frontera oeste en general, el tratado fue repudiado
abiertamente porque significaba, en el decir de muchos expansionistas,
que se condenaba a Texas a vivir “bajo la implacable dictadura de Es-
paña”.29 No tardaron en organizarse varios grupos de conspiradores
que intentaban “rescatar” Texas para los estadounidenses. Pronto va-
rios de esos grupos se unieron bajo el liderazgo de James Long, un
antiguo cirujano del ejército estadounidense que había luchado en la
guerra de 1812 contra Inglaterra. Long iba a encabezar una de las expe-
diciones mejor financiadas, pues los conspiradores habían logrado co-
locar bonos en el mercado por 500 000 dólares que serían pagados con
tierras en Texas.30
En junio de 1819 un pequeño grupo al mando de Eli Harris llegó al
abandonado Nacogdoches, y días después se le unió Long y su gente,
con lo que los invasores —entre los que se contaba de nuevo José Ber-
nardo Gutiérrez de Lara— llegaron a sumar unas 600 personas. El día
23 Long proclamó la independencia de la “República de Texas”, esta-
bleció un consejo de gobierno y se nombró presidente. De inmediato

29
Editorial del Advertiser de Nueva York en Castañeda, op. cit., v. vi, p. 160.
30
Warren, op. cit., p. 233- 254.

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100 Martín González de la Vara

comenzaron a organizar la Colonia haciendo labores de agrimensura


para fraccionar las primeras propiedades que se pondrían a la venta.
La Colonia de Long pronto comenzó a sufrir de escasez de alimentos
porque las autoridades estadounidenses les aplicaron las leyes de neu-
tralidad, lo que llevó a los colonos a conseguir auxilios a través de Jean
Lafitte en su base de Galveston. Para agilizar las negociaciones, Long
declaró en octubre que Galveston era un puerto libre de la república de
Texas. Esta proclamación alarmó a Lafitte pues llamaría mucho la aten-
ción sobre su ocupación de la isla, de manera que decidió dejar de
ayudar a la expedición de Long para mantener un perfil bajo frente a
las autoridades novohispanas.
Ya desde junio de 1819 el gobernador Antonio Martínez sabía de la
entrada de Long a Nacogdoches, pero tuvo que esperar refuerzos y
municiones que le enviaba el comandante Arredondo para iniciar una
campaña formal contra los estadounidenses. Para fines de septiembre
ya estaba organizada una fuerza de 550 hombres al mando del tenien-
te Ignacio Pérez que procedió al noreste de la provincia. Cuando llegó
a Nacogdoches, encontró que los invasores habían huido hacia Galves-
ton o hacia el río Sabina y sólo pudo apresar a unos 40 colonos y texa-
nos desertores en el curso de las siguientes semanas. Batiendo los te-
rrenos limítrofes con Luisiana, Pérez se topó con la sorpresa de que
había un pueblo de unos mil habitantes dentro de territorio texano
llamado Pecan Point. Este pueblo se había formado de manera pacífica
y paulatina desde hacía dos años con colonos estadounidenses que
habían sido desplazados de Arkansas y Luisiana y no habían entrado
en contacto con las autoridades texanas. Pérez conminó a los colonos a
retirarse y destruyó la modesta población a principios de noviembre de
1819. Tras hacer una rápida inspección de las ruinas de Nacogdoches,
Pérez decidió volver a San Antonio a mediados del mes.
James Long había huido apenas a tiempo cruzando el río Sabina,
pero en cuanto supo que Pérez iba a abandonar el área se propuso
volver a Texas y reanimar su “república”. De nuevo la entrada se hizo
a través de Galveston y Punta Bolívar y de nuevo contó con la ayuda
de Lafitte en abril de 1820. Para junio de ese año se restableció la junta
gobernadora y se nombró a un nuevo presidente: E. W. Ripley, y como
vicepresidente a Gutiérrez de Lara, mientras Long buscaba en tierra
firme un lugar donde establecer una colonia para sus casi 800 seguido-
res mientras construía un pequeño fuerte en el paraje de Las Casas. La
Colonia no podía progresar por las incursiones indígenas y por falta de
auxilios de Nueva Orleáns, así que casi todos los elementos republica-
nos quedaron varados en Galveston por el resto de 1820 y los primeros
meses de 1821 o simplemente volvieron a Luisiana.

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la independencia mexicana en Texas 101

El largo periodo de hostilidades en Texas había dejado ya su huella


pues, además de la destrucción de riqueza, la provincia había perdido
población. Según un informe del visitador Navarro y Noriega, para
1820 la provincia tenía 3 334 pobladores casi 1 000 menos que una déca-
da antes, y sus fuerzas armadas se habían reducido a 170 soldados en
San Antonio y cercanías y a 50 en el presidio de La Bahía.31 Mientras
tanto, en todo el norte novohispano y en Texas se iban recibiendo las
noticias de la proclamación del Plan de Iguala y los avances del Ejérci-
to Trigarante. En un principio, el comandante general Joaquín de Arre-
dondo rehusó unirse a los trigarantes, pero a principios de julio de 1821
escribió al gobernador Martínez que la independencia se veía ya como
un hecho consumado y le recomendaba que se adhiriera al Plan de
Iguala. El 17 de ese mes, Antonio Martínez y todas las autoridades
civiles y eclesiásticas de San Antonio de Béjar decidieron adoptarlo y
enviar su adhesión formal a la ciudad de México.
Al mismo tiempo, ansioso por tomar parte en alguna acción, Long
había decidido atacar por sorpresa el presidio de La Bahía. Sin embar-
go, tuvo que proceder con extrema lentitud por falta de apoyo logístico,
de manera que sólo pudo desembarcar con 52 efectivos en las cerca-
nías de su objetivo en octubre de 1821. Aun así, la gente de La Bahía
fue tomada por sorpresa el día 3, cuando los elementos de Long entra-
ron al pueblo gritando como indios y echando tiros al aire. El alcalde
Buentello avisó a Long que Texas ya se había incorporado a una repúbli-
ca mexicana independiente de España; decidió admitirlo de manera pa-
cífica y envió un emisario a San Antonio a pedir auxilio e instrucciones
al gobernador Martínez. Éste despachó a Ignacio Pérez para exigirle a
Long su rendición incondicional. El 8 de octubre, después de algunas
negociaciones fallidas, Long decidió que defendería la plaza. A lo largo
de esa jornada hubo confusos tiroteos en diversas partes de La Bahía
entre texanos y estadounideneses que no produjeron ningún cambio en
la situación ni bajas en ninguno de los bandos. Al ver la inutilidad de
su resistencia, Long decidió rendirse y fue enviado preso a San Antonio
al atardecer de ese mismo día.
Por meses, Martínez no supo si tratar a Long como invasor o como
insurgente, pero en enero de 1822, cuando ya él había jurado guardar
la independencia de México, fue sustituido en la gubernatura de Texas
por Félix María Trespalacios, antiguo colaborador de Long, con lo que
decidió liberar al estadounidense y terminar así con su aventura.

31
Citado en Alessio Robles, op. cit., v. i, p. 50 y Jesús F. de la Teja y John Wheat, “Béxar:
Profile of a Tejano Community, 1820-1832”, en Gerald E. Poyo y Gilberto M. Hinojosa (eds.),
Tejano Origins in Eighteenth Century San Antonio, Austin, University of Texas Press, 1991, p. 3.

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102 Martín González de la Vara

Consideraciones finales

Los sucesos de la lucha independentista mexicana en la provincia de


Texas son complejos y diversos porque se vinculan de múltiples mane-
ras a varios movimientos políticos de Hispanoamérica y Estados Uni-
dos. En un primer momento, el golpe de Juan Bautista Casas y el con-
tragolpe de Juan Manuel Zambrano responden a mecánicas de poder
político y militar típicas de la insurgencia mexicana en su primera eta-
pa. Las conspiraciones entre clérigos, miembros de las elites locales o
regionales y autoridades políticas y militares se repitieron a lo largo de
la Nueva España entre 1808 y 1811. En el caso de Texas, esos primeros
cambios en la política provincial ligados a la insurgencia pueden con-
siderarse un eco un poco tardío de la situación general de las Provincias
Internas de Oriente, donde las sucesivas adhesiones al movimiento de
Hidalgo y luego a la causa realista caracterizaron los primeros meses
de lo que sería la lucha por la independencia mexicana.
Del mismo modo, la creación de Juntas gubernativas locales parece
responder de manera natural a los acontecimientos contemporáneos
tanto en España como en Nueva España.
La expedición de Magee y Gutiérrez de Lara, en cambio, muestra
ya la combinación de elementos propiamente novohispanos con an-
gloamericanos e incluso caribeños. La actuación del neosantanderino
se adecua a un modo de pensar y operar que tanto Hidalgo como Mo-
relos quisieron poner en práctica: relacionarse con movimientos exter-
nos que apoyaran la causa insurgente. Los estadounidenses, en cambio,
aparecen en la independencia en Texas con ideales e intereses ajenos a
la insurgencia mexicana, aunque con objetivos comunes. Entran a esta
combinación, además, varios personajes de diversos procesos indepen-
dentistas en Hispanoamérica que, como José Álvarez de Toledo o Luis
Aury, tienden a fomentar sus actividades contra España en todo su
Imperio americano e incluso fuera de él.
El triunfo de esta primera república de Texas marca el clímax de la
insurgencia en la provincia con referencias obligadas a eventos y tradi-
ciones tanto estadounidenses como novohispanas. El “provincialismo”
de Gutiérrez de Lara tiene paralelismos obvios con el movimiento de
Morelos que buscaba una independencia específica para la Nueva Es-
paña. Sin embargo, en la formulación de los textos de la declaración de
independencia y la constitución texanas la influencia de las tradiciones
republicanas estadounidenses —incluyendo la rebelión en Florida Oc-
cidental— son muy obvias y creo iban más allá de sólo atraerse el apo-
yo de los estadounidenses. Finalmente, esta República fue derrotada

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la independencia mexicana en Texas 103

en el ámbito estrictamente militar, al igual que otros muchos movimien-


tos similares.
Tras el triunfo de Arredondo en la batalla del río Medina, el movi-
miento insurgente en Texas pasó a ser dominado por intereses extran-
jeros más que locales. A partir de 1814, la lucha independentista se plan-
tea más como una serie de invasiones preparadas desde Estados Unidos
que como una rebelión insurgente propiamente dicha. La debilidad se-
cular de la frontera texana dejaba siempre la puerta abierta a cualquier
tipo de incursión; es por ello que se suceden con mayor o menor éxito
amagos, amenazas e invasiones de grupos tan disímiles como antiguos
insurgentes, franceses bonapartistas, piratas caribeños convertidos en
comerciantes, militares estadounidenses dispuestos a tomar Texas para
Estados Unidos e incluso colonos pacíficos que sólo buscaban tierra
donde sembrar. En esta etapa, los intereses locales parecen difuminarse
ante intereses foráneos, siendo entre ellos el hambre estadounidense de
tierras el motor más poderoso que mantendría viva la lucha indepen-
dentista en Texas y que se manifestaría con más claridad y contundencia
en las primeras décadas del México independiente.

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