TEMA 3 - La argumentación falsa o insuficiente
TEMA 3 - La argumentación falsa o insuficiente
TEMA 3 - La argumentación falsa o insuficiente
1. LAS FALACIAS
1.1. Definición
La lógica no sólo estudia el razonamiento correcto, sino también los errores lógicos, sus
causas y la forma de evitarlos. Conocerlos nos permite identificarlos en una argumentación
y evitar en lo posible su uso.
En efecto, hay formas de argumentación que a primera vista parecen correctas, pero
que, si las analizamos de una forma más minuciosa, resultan no serlo. Esos argumentos que
aparentan ser válidos pero que no lo son reciben en lógica el nombre genérico de falacias.
Cuando esos argumentos o razonamientos falsos se plantean sin voluntad de engaño se
denominan paralogismos (o paralogías). Si la confusión argumental es intencionada,
entonces se les denomina sofismas.
Así como el conjunto de reglas básicas del razonamiento correcto –desde el punto de
vista de la lógica– se puede definir claramente, el conjunto de errores posibles no puede ser
definido. Esto es, estrictamente hablando, existen infinitas maneras de razonar
incorrectamente. A este respecto nosotros nos centraremos en aquellas que tienen cierta
fuerza de convicción, que son persuasivas.
Son errores de aplicación de las reglas lógicas y producen argumentos inválidos desde
el punto de vista de la lógica. Las más corrientes son:
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La trascripción lógica sería:
(1) p q
(2) q
_________
p
En este caso las premisas podrían ser verdaderas y la conclusión falsa. Por
ejemplo, supongamos que el matrimonio m sea nulo, pero no por haberse
producido error, sino por haber sido prestado el consentimiento mediante coacción.
En ese caso, las dos premisas del argumento serían verdaderas, pero la conclusión
sería falsa.
b) La falacia de la negación del antecedente. Esta falacia dice que si se niegan los
antecedentes entonces se negará también la consecuencia. Por ejemplo:
(1) p q
(2) p
_________
q
No hay ninguna regla lógica que nos permita, con la negación del antecedente,
obtener la negación del consecuente.
En concreto, sería posible que las premisas del argumento fueran verdaderas y
la conclusión falsa: podría ser que x no actuara en legítima defensa, sino en estado
de necesidad (o en cumplimiento de un deber o en el ejercicio legítimo de un
derecho, oficio o cargo); entonces las dos premisas serían verdaderas y al
conclusión falsa, dado que x actuaría de manera justificada.
Más ejemplos: «Si estoy dormido tengo los ojos cerrados, pero si estoy despierto
tengo que estar con los ojos abiertos» «Si no lo digo no me critican, por lo que si lo
digo me criticarán». En ambos casos se dice algo que no tiene por qué ser
necesariamente cierto.
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El remedio para las falacias formales es el control de las inferencias por medio de las
reglas lógicas (como en el ajedrez: habrá que tener en cuenta las reglas para ver si el
movimiento de una pieza es correcto o no).
Son las producidas por argumentos que son incapaces de establecer la verdad de las
premisas que contienen, y que por tanto no son sólidos, independientemente de su
corrección lógica. En estas podemos distinguir entre falacias materiales (o de presunción) y
falacias verbales (o de ambigüedad).
A) Las falacias materiales. Conocidas también como falacias de presunción, porque las
premisas “presumen” demasiadas cosas, sin probarlas. Siguiendo la clasificación de
Aristóteles, se pueden distinguir seis tipos (en algunos casos con subtipos):
1) La falacia del accidente. Consiste en aplicar una regla general a un caso particular
cuyas circunstancias accidentales hacen que la regla sea inaplicable. P. ej.:
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Cuando la discusión se dirige, no contra la persona en sí del
interlocutor, sino contra las circunstancias en que se halla, se habla de
argumento ad hominem indirecto o circunstancial: “Ud. hace esas
preguntas para perjudicar al gobierno” - “¡Claro, como a ti no te toca, te
parece muy bien la reforma!”.
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hay vida en otros planetas” – “A mí déjame de historias: o pruebas que Dios
existe, o te callas”.
5) La falacia de la causa falsa. Consiste en tomar por la causa de alguna cosa otra
cosa que realmente no lo es. El más conocido de estos argumentos es el de post
hoc ergo propter hoc (algo ha sucedido “después de esto, por tanto a causa de
esto”), argumento que por cierto se encuentra en la base para muchas creencias
supersticiosas. P. ej.: “Cada vez que paso por delante de la parada de autobús
me empieza a doler la cabeza”. En general, hay que recordar que la mera
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sucesión de fenómenos no equivale a causalidad: “No hay razón para que se
pare el coche. Tiene gasolina de sobra”.
- “Juan le dijo a Pedro que debía atender a su madre” (¿De qué madre se
trata?)
- Llamada al aeropuerto: “-¿Cuánto tarda un vuelo a Moscú? –Vamos a ver,
un minuto… –De acuerdo, muchas gracias.”
- “Puedo caminar y [puedo] no caminar, / pero caminar y no caminar es
imposible, / luego entonces, puedo lo imposible”.
3) La falacia del énfasis. Se construye mediante una proposición que contiene dos
partes: una que afirma o concuerda con un tema, y otra que expresa una
objeción o condición. En función de dónde se ponga el acento se estará
otorgando más o menos importancia a un sentido u otro. De esta manera se
crear una ambigüedad que afecta a la interpretación, y de la que el autor del
argumento puede beneficiarse con posterioridad.
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Presidente, pero si da énfasis a las palabras que efectivamente defienda
significará que no se está de acuerdo con el nuevo sistema.
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2. LOS TÓPICOS
Cfr. Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación, Madrid, Gredos, 2000; T. Miranda
Alonso, Argumentos, Publicaciones de la Universitat de València, 2002.
2.1. Definición
Aristóteles distinguía entre los lugares comunes, que pueden servir indiferentemente en
cualquier ciencia y no dependen de ninguna, y los lugares específicos, que son propios de
una ciencia particular o de un género oratorio bien determinado.
- Lugares de la cantidad.
“Son los que afirman que una cosa vale más que otra por razones cuantitativas. Además,
casi siempre, el lugar de la cantidad constituye una mayoría sobreentendida, pero sin la
cual la conclusión no estaría fundamentada. Aristóteles señala algunos de estos lugares: es
preferible un mayor número de bienes a uno menor, el bien que sirve a un mayor número
de fines, a lo que no es útil en el mismo grado; lo que es más duradero y más estable, a lo
que es menos. Para Isócrates, el mérito es proporcional a la cantidad de personas que
resultan beneficiadas. Los atletas son inferiores a los educadores, porque sólo ellos se
benefician de su fuerza, mientras que los hombres que piensan son bien provechosos para
todos” (Perelman y Olbrecht-Tyteca, cit., p. 148).
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Se consideran lugares de la cantidad:
Los lugares de la cantidad tienen tal peso que suelen estar presentes en un sinnúmero de
argumentaciones que desarrollamos. P. ej., la democracia, en cuanto a su justificación, se
apoya en argumentos sobre la base del lugar de la cantidad: en este caso, que es la mayoría
la que debe decidir quién gobierna.
Por lo general, la mayoría de los lugares que tienden a mostrar la eficacia de un medio
serán lugares de la cantidad.
- Lugares de la cualidad.
Cuando se cuestiona la ventaja del número se acude al lugar de cualidad ("más vale
pájaro en mano que ciento volando"). Con él se reivindica el valor de lo oportuno (“más
vale llegar a tiempo que rondar un año”), de lo urgente, de lo intenso, de lo principal, etc.
Por eso dice Aristóteles:
A los lugares de la cualidad conviene por tanto tratarlos como contrapunto de los lugares
de cantidad (por ejemplo, lo difícil y costoso como lo mejor, en contraste con lo fácil, que
está al alcance de la mayoría pero que por ello sería menos valioso). En esa línea, Ortega
sostiene que cuando todo el mundo está de acuerdo con algo resulta sospechoso, y es más
que probable que no sea verdadero o no tenga validez suficiente. Del mismo modo,
Aristóteles plantea que en el campo del saber lo que rige es más bien la aristocracia
(entendida ésta en relación al gobierno de los mejores – aristoi), y de ninguna manera la
democracia.
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defender que la polis (el todo) es anterior al individuo (la parte), empleando para ello el
símil del cuerpo humano y sus miembros.
En esta línea se situarían también los argumentos que dan preferencia a lo antiguo sobre
lo nuevo (“Cuando seas padre, comerás huevos”), y que sirven en ocasiones como criterio
de justicia para la distribución de bienes y cargas.
Según este tipo de argumentación, lo que se desea por sí mismo es preferible a lo que se
desea como un medio para conseguir ese fin. Por eso, dice Aristóteles, la salud es más
deseable que la gimnasia. Por otro lado, lo que es en sí la causa del bien es más deseable
que lo que es la causa de él accidentalmente, por eso es preferible la virtud a la suerte.
Finalmente, lo que es más noble y laudable a lo que es menos.
* * *
Una cuestión final en torno a los tópicos. ¿Estamos ante expresiones de sabiduría o ante
prejuicios masivos? Los tópicos –como los refranes que a veces los expresan–, condensan
bajo un aspecto parte de la experiencia popular, y por ello, merecen ser tenidos en cuenta
en la práctica argumentativa. Pero con frecuencia son aceptados de manera absoluta, sin
tener en cuenta las circunstancias particulares en que se aplican, y entonces se convierten
en prejuicios, sobre todo si se impide su cuestionamiento.
Los tópicos se caracterizan por una gran generalidad que los hace utilizables en
cualquier ocasión. Esto ha llevado a lo largo de los siglos a un uso abusivo de ellos,
hasta el punto que fue ese abuso el que condujo a cambiar la concepción original de
tópico o lugar común a la de “tipo de argumento que de tan manido y usado ha perdido
su efectividad”. Sin embargo, el concepto original, en su sentido estricto, sigue siendo
de gran utilidad, siempre que no se le quiera atribuir una suficiencia argumentativa que
de suyo no posee.
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3. LAS PARADOJAS
Una paradoja es por tanto una declaración en apariencia verdadera que conlleva a una
auto-contradicción lógica, o a una situación que contradice el sentido común. Es, en
definitiva, lo opuesto a lo que uno considera cierto: es un contrasentido con sentido.
- La paradoja del mentiroso. Un hombre afirma que está mintiendo. ¿Lo que dice es
verdadero o falso?
"–Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío (y esté vuestra
merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso). Digo, pues, que sobre
este río estaba una puente, y al cabo della, una horca y una como casa de audiencia, en la
cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la
puente y del señorío, que era en esta forma: "Si alguno pasare por esta puente de una parte
a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar; y si dijere
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mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna".
Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se
echaba de ver que decían verdad, y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues,
que, tomando juramento a un hombre, juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a
morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento
y dijeron: ‘Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y,
conforme a la ley, debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y,
habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre" [En la novela, esta paradoja
circular sin solución deja a todos perplejos, hasta que Sancho decide que no puede decidirse
por una o por otra de las alternativas que se le plantean, y deja pasar al hombre].
Euatlo quería aprender a hacer de abogado y por eso se dirigió al maestro Protágoras,
para que le impartiera clases. Sin embargo, Euatlo no tenía con qué pagar a Protágoras y
éste le propuso el siguiente trato: yo te doy clases de retórica de forma gratuita y tú me
pagas con los honorarios del primer caso que ganes. Euatlo aceptó.
Al pasar el tiempo, Protágoras le dijo a su discípulo que creía que ya estaba preparado
para hacer de abogado. Sin embargo, el tiempo pasaba y Euatlo no defendía ningún caso. Al
final, Protágoras decidió demandar a Euatlo.
Comparecieron ante el juez y éste les indicó que formularan sus alegaciones. Protágoras
habló así: “Tanto si mi demanda se estima como si se desestima, Euatlo deberá pagar. Si se
estima, porque he ganado este litigio. Si se desestima, porque él ha ganado su primer litigio
y de acuerdo con el contrato que celebramos, me debía pagar los honorarios obtenidos en el
primer litigio”. Pero Euatló contestó: “Tanto si gano como si pierdo el litigio, no tengo que
pagar nada a Protágoras. Si gano, porque he resultado absuelto. Si pierdo, porque aún no
he ganado ningún litigio”.
“¿Quién puede juzgar a los que juzgan y no deben juzgarse a sí mismos? Al parecer, los jueces
españoles quieren hacer una huelga, lo cual sería una noticia tan aburrida como las demás
si no fuera porque resulta que no está claro si es legal que vayan a la huelga o no. Si no se
aclara la cosa, el Tribunal Constitucional podría tener que juzgar si es legal o no.
Lo apasionante de esta repentina paradoja lógica (…) es que ese tribunal también está
formado por jueces... que no deberían poder juzgar casos que les afectan personalmente.
¿Es un caso en el que pueden acabar siendo juez y parte, como afirma el dicho popular? Y,
aunque fueran jueces distintos, ¿qué pasaría si un buen día los jueces del Tribunal
Constitucional quisieran hacer una huelga? ¿Quién vigila a los vigilantes?”
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