Redencion Del Cuerpo

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Redención

Henry Allan Ironside

Meditemos ahora sobre la segunda gran palabra: “redención”. La encontramos


en la primera epístola de Pedro, capítulo uno, versículos 18-21.
“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual
recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino
con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero
manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual
creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que
vuestra fe y esperanza sean en Dios”.
Encontramos la palabra “redención” a través de toda la Biblia. Podemos decir sin
temor a equivocarnos que es el gran tema sobresaliente de las Sagradas
Escrituras. Esta importante verdad atraviesa el Libro como el proverbial hilo rojo,
que se nos dice atraviesa todas las sogas usadas por la Marina Británica. En todas
partes, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, vemos a Dios presentando, de un
modo u otro, la verdad de la redención – redención en promesa y figura en el
Antiguo Testamento.
¿Qué queremos decir cuando usamos la palabra “redención”?. Por lo general, y
también en las Escrituras, la palabra significa comprar de nuevo algo que hemos
perdido momentáneamente. También significa soltar, libertar, tal como redimir a
alguno de la esclavitud; o librar, como redimir a alguno de un grave peligro.
En Israel, en los tiempos antiguos, si un hombre pasaba por circunstancias
difíciles, y por lo tanto se encontraba cargado de deudas, él podía hipotecar toda
su propiedad y si eso no bastara para satisfacer las demandas de sus acreedores,
podría hipotecar sus propias fuerzas y capacidad, es decir sus fuerzas físicas.
Podía venderse en una especie de esclavitud para pagar su deuda. Algunas veces
se encontraba esclavizado sin esperanza de poderse librar. Pero la Escritura
dice: “Después que se hubiere vendido, podrá ser rescatado”. Uno de sus
hermanos podría rescatarlo, o si él tuviera medios podría rescatarse a sí mismo.
Sería casi imposible en la mayoría de los casos redimirse a sí mismo.
Probablemente el único modo sería si llegara a heredar una fortuna o propiedad.
Pero de lo contrario, si tuviera un familiar rico, que lo amara tanto que se hiciera
cargo de sus deudas y las pagar, entonces podría ser librado.
El que esto hacía era llamado pariente redentor, y era una figura maravillosa del
Señor Jesucristo. La palabra hebrea es “goel”. La encontramos en las Escrituras
mucho antes del tiempo de Israel. Aun en el libro de Job leemos de él. Era de este
“goel” que hablaba Job cuando dijo: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se
levantará sobre el polvo”.
Como dije, uno podría hipotecar su propiedad. Luego alguien podría levantar la
hipoteca y así redimir la propiedad. Nosotros conocemos esta clase de negocio en
nuestros días y damos este significado a la palabra “redención”.
Ahora, al pensar en el hombre, sabemos que es pecador, y que está vendido bajo
juicio. Esto es por culpa suya. Dios dice en su Palabra “De balde fuisteis
vendidos; por tanto, sin dinero seréis rescatados”. Es imposible que el
hombre se redima a sí mismo de la triste condición en que se halla debido al
pecado. Por eso es que necesitamos un pariente redentor que sea más que el
hombre, uno que sea divino a la vez que humano.
Cuando vamos al Nuevo Testamento para estudiar este asunto de la redención,
vemos que nos lo presenta de tres maneras. Primero, redención del juicio. Esto es
redención de la culpa del pecado, que se efectúa por la obra expiatoria de nuestro
Señor Jesucristo.
Pero eso no es todo. No es solamente la voluntad de Dios que seamos redimidos
de la culpa del pecado, sino que las Escrituras hablan mucho acerca de la
redención del poder del pecado, para que seamos redimidos de las malas
costumbres y caminos pecaminosos que antes dominaban nuestras vidas. Esta
redención se efectúa por el Cristo que mora en nosotros, por el Cristo resucitado
obrando en el poder del Espíritu Santo, quien hace que Cristo sea una realidad a
su pueblo aquí en la tierra.
Luego la Escrituras hablan del tercer aspecto de la redención, la redención del
cuerpo. Si soy creyente en el Señor Jesús mi alma ya ha sido redimida. Si estoy
andando en sujeción a la dirección del Espíritu Santo, soy redimido diariamente del
poder del pecado. Pero aunque he sido redimido en cierta medida, me doy cuenta
cada día que este cuerpo mío es un obstáculo en vez de una ayuda en cuanto a la
liberación práctica. Pero estoy esperando el día cuando este cuerpo será redimido
y hecho a la semejanza del cuerpo glorioso de nuestro Señor Jesucristo. Entonces
seré redimido de la misma presencia del pecado y de todas las manifestaciones de
su corrupción.
Aquí en la primera epístola de Pedro, el apóstol nos hace recordar algo maravilloso
que se llevó a cabo en la tierra de Egipto siglos antes, aquel suceso que el pueblo
judío recuerda anualmente hasta el día de hoy al celebrar la Pascua. Los israelitas
eran esclavos en Egipto, sufriendo bajo la crueldad de Faraón, y recordarán como
dijo Dios, “He descendido para librarlos”, y le contó a Moisés algo que
sucedería, por lo cual dice: “Yo haré diferencia (redención) entre mi pueblo y
los egipcios”. Esa redención fue efectuada por la muerte del cordero pascual. Es
a esta figura o tipo al que el apóstol Pedro se refiere en su primera epístola cuando
dice: “Habéis sido rescatados de vuestra vana conversación (conducta
hueca), la cual recibisteis de vuestros padres (heredasteis de vuestros
antepasados), no con cosas corruptibles como oro o plata; sino con la
sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación”.
Dios dio instrucciones a Israel por medio de Moisés que cada familia buscara un
cordero. Tenían que elegirlo cuidadosamente. Tenía que ser perfecto pues sería
un tipo o figura de Cristo, el Hijo de Dios, santo y sin mancha. Tenía que ser
intachable, tanto exterior como interiormente. Este cordero tenía que morir. Tenían
que juntar la sangre en una jofaina y rociar con ella los postes y el dintel de las
casas donde vivían. Dios les ordenó que entraran en las casas y cerraran la
puerta, porque Él pasaría por la tierra de Egipto esa noche y mataría a todo
primogénito. Pero el primogénito y toda la familia que se encontrara en la casa
rociada con la sangre estarían seguros, pues Jehová dijo: “Veré la sangre y
pasaré de vosotros”.
La sangre del cordero vertida hace tantos años era la figura que Dios empleaba
para hablar de la sangre del Señor Jesucristo que fue vertida unos mil quinientos
años más tarde, pero hacia la cual ahora miramos a través de las nieblas de casi
dos mil años. ¿Qué valor tiene esta sangre para nuestra redención hoy? En la
antigüedad la sangre tenía que ser rociada en los postes y el dintel de las casas y
entonces estaban seguros los que permanecían en ellas. Hace siglos que Cristo
murió. ¿En qué sentido, pues, podemos estar seguros de ser librados del juicio por
la sangre que Él vertió hace tanto tiempo?
Leemos en la epístola a los Hebreos que nuestros corazones deben ser rociados
con la sangre de Cristo. ¿Cómo se aplica esta sangre a nuestros corazones? Por
la fe sola. En el capítulo tres de la epístola a los Romanos, después de meditar en
la condición perdida del hombre, tanto por naturaleza como en la práctica, el
Apóstol dice:
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención
que es en Cristo Jesús, a quién Dios puso como propiciación por medio
de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber
pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de
manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el
que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:23-26).
¿Qué quiere decir esto? Que el sacrificio del Señor Jesús es del todo eficaz. Que
abarca a todos los hombres en todos los lugares. Que fue suficiente para cubrir los
pecados de todos los hombres de las épocas pasadas que miraban adelante hacia
la cruz con fe y también abarca a todos los de nuestros días y los que vendrán
después, que miramos atrás hacia la cruz con fe – “fe en su sangre”.
En otras palabras, cuando confiamos en aquel que vertió su sangre en el Calvario,
nos encontramos entre aquellos que tienen redención por el sacrificio que Él
ofreció. Y esto significa que estamos seguros para siempre del juicio que el pecado
merece, tal como Israel, cuando se refugió bajo la sangre del cordero pascual,
estaba seguro del juicio que iba a caer sobre Egipto, porque Dios dijo: “Yo veré
la sangre y pasaré de vosotros”. Así también nosotros, que hemos puesto
nuestra confianza en el Señor Jesucristo, somos redimidos del juicio que se cierne
sobre este pobre mundo – el juicio que merece el pecado. Y así podemos apreciar
la Escritura en su justo valor cuando nos dice: “Ahora pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús”.
Algunos, hace poco que han venido al Señor; no le han conocido por mucho
tiempo. Yo les ruego que entiendan bien esto que les voy a decir. Su salvación, su
seguridad de ser librados del juicio, no dependen de lo que ustedes pueden ser o
hacer. Se basa en la obra que el Señor Jesús hizo por ustedes en el Calvario, la
obra redentora que Él llevó a cabo cuando sufrió en su lugar sobre el madero, y
ustedes entran a gozar de esta redención por fe en Él. Cuando Satanás viene a
tentarlos, cuando descubren ciertas cosas en su corazón que no se daban cuenta
que estaban allí, pueden hacerle frente con estas palabras: “La redención que es
en Cristo Jesús ha arreglado todo, me ha libertado, y me ha librado del juicio de un
Dios Santo”.
Se nos dice que el creyente ha sido redimido de la maldición de la ley. Estuvo
expuesto a esa maldición a causa del pecado. Dios ha declarado: “Maldito todo
aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el
libro de la ley, para hacerlas”. Nosotros hemos fracasado; hemos quebrantado
la ley de Dios; estamos bajo esta maldición. Pero nuestro bendito Redentor fue
hecho maldición por nosotros, como está escrito, “Maldito cualquiera que es
colgado en madero”. La redención es nuestra garantía que seremos librados del
juicio.
En la epístola a Tito tenemos otro aspecto de la redención. En el capítulo 2,
versículos 11 al 14, leemos:
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,
aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por
nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras”.
No podemos insistir demasiado en que la salvación no es por obras, para que
nadie se gloríe, que ninguna obra nuestra sería eficaz para nuestra redención.
Pero en este mensaje se hace énfasis sobre otro aspecto de esta verdad, y es que
nuestro bendito Señor no sólo murió para redimirnos del juicio que merecían
nuestros pecados, sino que murió para redimirnos de toda iniquidad, esto es, de
toda desobediencia. Y el pecado es desobediencia. Él murió, como nos dice un
hermoso himno, no solamente para salvar nuestras almas, sino para hacernos
buenos. El evangelio no ha llenado su cometido si solamente salva a las personas
del juicio. No ha terminado su obra hasta que presente en la gloria a cada creyente
conformado plenamente a la imagen del bendito Hijo de Dios.
Hemos sido llamados a la santidad, a la pureza de vida, a un comportamiento
recto. Y si algunos de nosotros que profesamos el nombre de Cristo estamos
entregándonos a cosas que no son santas, a la mundanalidad, a la impureza, a
cosas que deshonran estos templos del Dios viviente, estos cuerpos en los cuales
mora el Espíritu Santo; si estamos viviendo de modo que traigamos deshonra al
nombre de aquel que murió para salvarnos, es en esa medida que estamos
impidiendo que se cumpla uno de los propósitos por los cuales murió Cristo. Él
murió para redimirnos de toda iniquidad. Aquí se usa la palabra “redención” en el
sentido de libertar. Él murió para librarnos de toda iniquidad, para atraernos de lo
malo que pone en peligro nuestra experiencia cristiana y que haría naufragar y
arruinar nuestras vidas.
En una noticia conmovedora que apareció hace poco en uno de nuestros diarios,
tenemos ilustrada la doctrina de la redención. Muchos leyeron el relato de esos
hombres que naufragaron en el Pacífico Sur durante la guerra mundial. Algunos de
ellos estaban apiñados sobre una balsa, y solamente uno de ellos sabía nadar.
Este era un hombre robusto y fornido. Cuando estos marineros vieron que
solamente les esperaba la muerte y la desesperación, este hombre se lanzó al mar
y nadó a través de unos 10 Kilómetros de agua llenas de tiburones, remolcando la
balsa, hasta que los llevó a un lugar seguro. Esto era redención; este hombre era
un redentor.
Nuestro Señor Jesús no solamente arriesgó su vida, sino que dio su vida, no tan
sólo para salvarnos del juicio sino también para “redimirnos de toda iniquidad,
y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. Amado
creyente, yo te imploro que nunca llegues a descuidar esta fase de la redención.
Que no te conformes con saber que has confiado en Cristo como tu Salvador del
infierno, olvidando que eres llamado a vivir una vida celestial aquí en la tierra. No
te des por satisfecho al poder decir que en cierto lugar y en tal oportunidad tú le
dijiste al Señor Jesús que creerías en Él como tu Salvador. Recuerda que al hacer
esto le recibiste no tan sólo como el Salvador de tu alma sino también como aquel
que debe ser el Señor de tu vida, aquel que murió para redimirte de todo aquello
que no es santo.
Leemos: “Se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda
iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.
Que nunca se diga de ti que no te preocupas por las buenas obras; y nunca digas
que porque la salvación no es por obras, no importa que clase de vida llevas.
Nuestro Señor Jesucristo dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos”. Ellos no pueden ver tu fe, pero pueden ver tus
obras. Y si tu vida no concuerda con tu fe, pronto se darán cuenta y te tildarán de
engañador e hipócrita, y tu influencia en vez de ser para bien será para mal.
Santiago dice en su epístola. “Tú tienes fe, y yo tengo obras; muéstrame tu
fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras”. No puedes mostrar
tu fe sin hacer obras, y así en ese sentido la fe sin obras es muerta. La justificación
es por la fe, absolutamente sin obras, pero la misma escritura que nos lo dice,
hace énfasis en nuestras obras como prueba de nuestra salvación. En la epístola a
los Efesios, capitulo 2, leemos: “Porque por gracia sois salvos por la fe; y
esto no de vosotros, pues es don de Dios: no por obras, para que nadie
se gloríe”. Pero Pablo dice a continuación, “Porque somos hechura suya,
criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para
que anduviésemos en ellas”. Esta es la redención práctica. Si una escritura me
dice que, “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús
vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el
primero”; otra me dice, “Palabra fiel, y estas cosas quiero que afirmes,
para que los que creen a Dios procuren gobernarse en buenas
obras”. Nuestro Señor Jesús, el Salvador que vive, ha enviado a su Santo
Espíritu para morar en nosotros, a fin de que al andar en el Espíritu
experimentemos en nuestra vida esta redención práctica del poder del mal.
Pero hay un tercer aspecto de la redención, y éste lo encontramos en el capítulo
ocho de la epístola a los Romanos. En los versículos 22 y 23 encontramos lo
siguiente: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está
con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también
nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros
también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la
redención de nuestro cuerpo”. “...nosotros también gemimos dentro de
nosotros mismos”. ¿A quiénes se refiere? A los creyentes. ¿Creyentes que
gimen? ¡Sí!.
Pero yo creía que los creyentes estaban gozosos siempre; y que siempre estaban
alabando y cantando.
Te diré que tienes mucho que aprender todavía. Gracias sean dadas a Dios que es
posible gozarnos aun en las tristezas, y los creyentes tienen sus pesares, tristezas
y pruebas. Pero tienen un Salvador tan maravilloso que los conduce a través de
estas pruebas, uno que los sustenta y ayuda en cada hora difícil.
La enfermedad física es una de las principales causas de nuestro gemir, y a esto
es lo que se refiere el apóstol aquí. En los días cuando aun no éramos convertidos,
gemíamos a causa de nuestros pecados. Clamábamos porque deseábamos ser
libertados. Gemíamos en la esclavitud. Ahora como creyentes gemimos en la
gracia, a causa de las enfermedades físicas que muchas veces son un obstáculo
en nuestras vidas.
Es posible que una noche te estés preparando para ir a la reunión de oración
(Espero que ames la reunión de oración). Pero no fuiste. Te estabas preparando
para ir cuando te atacó un fuerte dolor de cabeza y tuviste que quedarte en casa.
Cuando otros se habían reunido para orar y adorar al Señor, tú estabas acostado
en el diván tratando de librarte del dolor de cabeza. Ciertamente en tal condición
podrías decir: “¡Qué día maravilloso será aquel cuando tenga un cuerpo nuevo y
una cabeza nueva que no me dolerá más!”.
Bueno, eso es lo que quiere decir el Apóstol cuando dice, “Porque asimismo los
que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia”. Tantas veces
somos impedidos por la debilidad física que ansiamos el día de la redención de
nuestros cuerpos. Tenemos las primicias del Espíritu, pero estamos deseando
ocupar totalmente el lugar de hijos, porque esto es lo que significa la palabra
“adopción”. Entonces seremos semejantes al Hijo de Dios.
¿Cuándo sucederá esto? En Filipenses 3:20-21 leemos: “Más nuestra
ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador,
al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el
poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”. Está
llamando nuestra atención al maravilloso acontecimiento que debería ser la
esperanza de cada creyente, y estoy pensando nuevamente en ustedes los
creyentes nuevos.
Él desea que la estrella polar de nuestras almas sea la bendita esperanza de la
venida de nuestro Señor. El que murió por ti en la cruz volverá otra vez, y vendrá
otra vez para tomarte a sí mismo. Él no puede recibirte en la gloria en tu condición
presente. “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”. Así
que, con el fin de que tú te encuentres en condiciones de ir a aquel lugar donde Él
te llevará, te dará un cuerpo nuevo, un cuerpo glorificado, y cuando lo recibas
estarás listo para ocupar un lugar en la casa del Padre.
Él dijo antes de irse: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me
fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mi mismo,
para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Y sabemos por las
Escrituras lo que se llevará a cabo a fin de prepararnos para la casa del Padre.
En la primera epístola a los Tesalonicenses, capítulo 4, tenemos una maravillosa
visión de esto. Allí se nos dice: “Porque el Señor mismo con voz de mando,
con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los
muertos en Cristo resucitarán primero.
Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos
arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el
aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Es entonces cuando nuestro
cuerpo será transformado y nuestra redención completada. Tenemos la redención
de nuestra alma; somos redimidos del juicio. Día tras día, al andar en obediencia al
Señor, experimentamos la redención práctica, la redención del poder del pecado.
Cuando vuelva nuestro bendito Salvador, nuestra, nuestra redención será
completa – espíritu, alma y cuerpo serán enteramente conformados a la imagen de
nuestro Señor Jesucristo.
La redención:
¿qué es y qué
significa?
5 DICIEMBRE, 2019 | EMANUEL ELIZONDO
La base del cristianismo bíblico es el evangelio. El evangelio son las
buenas nuevas de Jesucristo. Si queremos comprender el plan de Dios
para la humanidad, es indispensable entender aquello que está en el
corazón de estas buenas nuevas. Allí en el centro, en el corazón del
evangelio, está el concepto de redención.

En la Biblia, “la redención se refiere al rescate de Dios de los


creyentes solo a través de la muerte de Jesucristo sobre la cruz y
todos los beneficios que trae”.[1] Así que en su forma más básica, la
redención se refiere a un rescate. Eso inmediatamente tiene varias
implicaciones: debe haber un rescatado, uno que rescata (el
redentor), y algo de lo cual la persona es rescatada.

La Biblia es muy clara en definir todo esto. Los rescatados somos


nosotros. El redentor es Dios en Jesús. Y somos rescatados del
pecado. Para entender estos conceptos es imprescindible ir al Antiguo
Testamento y examinar la base de la redención de Dios. Solo de esa
manera podremos comprender verdaderamente lo que significa la
redención para nosotros, los creyentes del nuevo pacto.

La redención en el Antiguo Testamento


El éxodo es el evento en el antiguo pacto que pone las bases para la
correcta comprensión de lo que es la redención. Los israelitas se
encontraban cautivos en Egipto, y Dios escoge a Moisés como el
agente de liberación (Éx. 3). Dios se muestra poderosamente a través
de prodigios y milagros (Éx. 7–12), y finalmente los israelitas logran
salir de Egipto.

Sin embargo, antes de que los israelitas pudieran salir, Dios les
mandó prepararse para una última señal que terminaría
convenciendo al pueblo egipcio de dejar salir a Israel. Dios traería una
plaga de gran mortandad. Todo primogénito del territorio moriría
excepto si el ángel del Señor veía la sangre de un cordero inocente
puesta sobre los dos postes y el dintel de la puerta de cada hogar (Éx.
12:7). Este cordero inocente sería el sustituto. Ese cordero se
convertiría en una imagen de la redención de Dios, ya que el cordero
era el pago del rescate por la vida del primogénito.

Después de que el ángel del Señor le quitó la vida a los primogénitos


egipcios, los israelitas lograron salir de la esclavitud, y finalmente
Dios triunfó sobre sus enemigos cuando el Mar Rojo sepultó al ejército
egipcio (Éx. 14:28). Sobre el evento del éxodo Dios les dice después:

“No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová
y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos
los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el
juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano
poderosa, y os ha rescatadode servidumbre, de la mano de Faraón
rey de Egipto” (Dt. 7:7-8, énfasis agregado. Comp. Éx. 6:6–8).

La palabra hebrea que se usa aquí para “rescatado” (padah) significa


“provocar la libertad o la liberación de una persona de la esclavitud o
de ser posesión de alguien”.[2] Nota en el pasaje que la redención, el
rescate, no sucede debido a alguna característica intrínseca del
pueblo de Israel. Todo lo contrario: Israel era un pueblo insignificante.
Más bien, la base del amor redentor de Dios está en sí mismo, en el
juramento que había hecho a sus antepasados. Así que la redención
tiene a Dios como base. El pueblo de Dios es el rescatado de
servidumbre, de faraón en Egipto. Así que en este pasaje tenemos a
los redimidos (el pueblo de Dios), el redentor (Dios mismo por medio
de Moisés), y aquello de lo cual fueron rescatados (servidumbre en
Egipto).

El concepto de redentor lo vemos de una manera preciosa en el libro


de Rut. Cuando Noemí reconoce que Booz es pariente de ellas, le dice
a su nuera:

Sea él bendito de Jehová, pues que no ha rehusado a los vivos la


benevolencia que tuvo para con los que han muerto. Después le dijo
Noemí: Nuestro pariente es aquel varón, y uno de los que
pueden redimirnos (Rut 2:20, énfasis agregado).

Booz, entonces, se convierte en su redentor. Es quien las rescata de


la situación en la que se encontraban. Si no fuera por el redentor,
ellas habrían continuado una vida de pobreza. Sin embargo, Dios les
provee un rescate de su situación a través de un hombre: Booz.

El pueblo judío entendía que el éxodo era la base para


comprender la gran redención de Dios.
Aunque Dios muchas veces usaba mediadores para traer su rescate,
como Moisés o Booz, los judíos entendían bien que la redención,
finalmente, provenía de Dios. De tal manera que “Redentor” se
convierte en una de las descripciones de Dios en el Antiguo
Testamento, y los profetas lo asocian con su nombre de pacto (Jehová
o Yahvé). Por ejemplo:

“Así dice Jehová, Redentor vuestro, el Santo de Israel”, Isaías 43:14.

“Nuestro Redentor, Jehová de los ejércitos es su nombre, el Santo de


Israel”, Isaías 47:4.

“El redentor de ellos es el Fuerte; Jehová de los ejércitos es su


nombre”, Jeremías 50:34.

Por lo tanto, el pueblo judío entendía muy bien la importancia


teológica de la redención en sus vidas y en la historia de su pueblo. El
éxodo era la base para comprender la gran redención de Dios. Ellos
habían sido esclavos en Egipto, pero Dios los había rescatado con
grandes prodigios y milagros. La fiesta de la Pascua era un
recordatorio de que la sangre de un cordero inocente se había
derramado para rescatar a los primogénitos de la muerte. A lo largo
de la historia del Antiguo Testamento, el concepto de redención se
continúa desarrollando, tanto así que el mismo salmista usa esa
palabra para referirse a cómo Dios los redimiría de sus pecados (Sal.
130:8).

Sin lugar a dudas, el pasaje en toda la Biblia que de manera más clara
profetiza que la labor del Mesías sería la de un sustituto que traería
redención a su pueblo es Isaías 53. Este “siervo sufriente de Jehová”
llevaría nuestras enfermedades y dolores (53:4), sería herido por
nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados (53:4), sería un
cordero llevado al matadero (53:7), cargaría con nuestro pecado
(53:6) al poner su vida en expiación por el pecado (53:10), y llevaría
el pecado de muchos (53:12). ¡Qué exposición más clara de la obra
de redención en Jesucristo!

Con este conocimiento podemos ir al Nuevo testamento para ver lo


que nos enseña sobre la redención.

La redención en el Nuevo Testamento


Los evangelistas son cuidadosamente enfatizan que los judíos del
primer siglo esperaban la venida del Mesías, quién sería el redentor
del pueblo. Por ejemplo, Ana la profetisa “hablaba del niño a todos los
que esperaban la redención en Jerusalén” (Lc. 2:38). Los judíos
entendían que el Mesías vendría a redimirlos. Lamentablemente
habían confundido la redención de manera política en lugar de
espiritual. Querían a uno que los rescatara del yugo romano, en lugar
de rescatarlos del peor yugo: el pecado.

Antes de que el Señor Jesucristo comenzara su ministerio, Juan el


Bautista estaba preparando los corazones del pueblo de Israel con su
predicación de arrepentimiento para recibir el mensaje del Mesías (Jn.
1:23). Cuando finalmente Jesús se presenta delante de Juan, el
profeta dice: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo” (Jn. 1:29). Esto, por supuesto, nos lleva al Antiguo
Testamento y nos recuerda el tema de la redención que serpentea
por todo el antiguo pacto. De la misma manera que los sacrificios en
el Antiguo Testamento bajo la ley de Moisés representaban el perdón
de pecados que Dios le otorgaba a su pueblo por medio del sacrificio
de un animal inocente, de la misma manera Jesús, el Cordero perfecto
e inocente, moriría como sustituto por Su pueblo.

Si eres de Jesucristo, entonces eres parte de la canción que


los redimidos entonarán eternamente agradecidos al Cordero
perfecto que quita para siempre nuestros pecados.

Así que Jesús se convierte en el redentor todo aquel que cree en Él. Al
morir en la cruz, Jesucristo expía y propicia el pecado de Su pueblo y
muere como sustituto. En lugar de morir nosotros, Jesús muere en
nuestro lugar y lleva sobre sí mismo nuestra culpa, nuestros pecados
(1 Pe. 2:24). Es en Jesucristo “en quien tenemos redención por su
sangre, el perdón de pecados” (Ef. 1:7). De manera que al derramar
Su sangre en la cruz, es decir, al dar su vida, Jesucristo se convierte
en el sacrificio último y perfecto, y de esa manera hace obsoleto
cualquier otro sacrificio, puesto que es un sacrificio hecho “no por
sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre”
(Heb. 9:12). Todos los sacrificios del Antiguo Testamento eran sombra
del último y gran sacrificio en Jesucristo. Aquel que verdaderamente
pone su fe en Jesús como único y perfecto salvador es redimido de la
esclavitud más grande, la esclavitud espiritual de nuestro pecado. Y
así como Moisés fue el mediador de la redención de Israel bajo el
yugo de Egipto, Jesús es más grande que Moisés al ser el perfecto
mediador de la redención de Su pueblo bajo el yugo del pecado. Esta
redención es más grande que cualquier otra porque, entre otras
cosas, es gratuita (Rom. 8:23), y porque “hace perfectos para
siempre a los santificados” (Heb. 10:14).

Esta redención que hace Jesús tiene dimensiones pasadas, presentes


y futuras. Vimos cómo el Antiguo Testamento prefigura la obra
redentora de Jesucristo. Vimos también que el Nuevo Testamento
atestigua que aquel que cree Jesucristo es redimido en el tiempo
presente. Pero hay una dimensión futura también, la cual vemos
ejemplificada en los veinticuatro ancianos que en el libro de
Apocalipsis se postran delante del Cordero. Vale la pena citar esta
magnífica escena:

“Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro


y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos
has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y
nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos
sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del
trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era
millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue
inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la
fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está
en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a
todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el
trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por
los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los
veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al
que vive por los siglos de los siglos”, Apocalipsis 5:9-14.

Si eres de Jesucristo, si has creído en Él, si gratuitamente has recibido


la redención de tus pecados por la fe, entonces eres parte de esta
canción que los redimidos entonarán eternamente agradecidos al
Cordero perfecto que quita para siempre nuestros pecados.

CUERPO GLORIFICADO: LA REDENCIÓN


DEL CUERPO

Por: Rigoberto Gómez


LA REDENCIÓN DEL CUERPO

“…nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, LA


REDENCIÓN DE NUESTRO CUERPO” (Romanos 8:23)

(Después puedes seguir leyendo: El Cuerpo Glorificado, para dar continuación a este
tema)

Cuando se habla de la redención del cuerpo nos referimos a que “…todos seremos
transformados” (1Corintios 15:51). Si estamos muertos seremos resucitados (primera
resurrección) y si estamos vivos seremos arrebatados (1 Tesalonicenses 4:16-17), pero en
ambos casos seremos transformados. Esta es la esperanza de la iglesia por lo cual el
apóstol Pablo dice “…alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1Tesalonicenses
4:18).

Nuestro cuerpo es esa “…morada terrestre, este tabernáculo…” (2 Corintios 5:1), pero
también se nos dice que “…gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra
habitación celestial” (2Corintios 5:2); y Pablo sigue diciendo: “…los que estamos en este
tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino
revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (v4). El apóstol nos declara su
deseo de dejar este cuerpo terrenal para ser revestido de uno celestial mediante una
transformación.

EL CUERPO DE JESÚS
En la fiesta de los tabernáculos se nos dice que “…Jesús no había sido aún glorificado”
(Juan 7:37), dando a entender que al resucitar sería transformado y tendría un cuerpo
glorificado, pues “…el Cristo había de padecer, y ser EL PRIMERO DE LA
RESURRCCIÓN de los muertos…” (Hechos 26:23).

El cuerpo de Jesús no vio corrupción (Hechos 13:35,37), su cuerpo no se descompuso.


De igual forma “…su alma no fue dejada en el Hades…” (Hechos 2:31), es decir, que la
separación de su cuerpo físico fue por poco tiempo ya que “…era imposible que fuese
retenido…” (v24) siendo glorificado en la resurrección al tercer día de su muerte.

El cuerpo de Jesús, después de la resurrección podía ser tocado pues a Tomás le dijo:
“…pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no
seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27).

También Jesús dejo bien claro que seguía manifestándose en un cuerpo físico,
pero glorificado o transformado al decir: “…porque un espíritu no tiene carne ni hueso,
como veis que yo tengo” (Lucas 24:39). Recordemos que todavía Jesús debe venir a
reinar por mil años a la tierra (El milenio) y lo hará con ese cuerpo resucitado.

Jesús se mostró con un cuerpo físico pero cambiado, incluso se puede decir que fue
liberado de algunas limitaciones o leyes a las cuales estamos sujetos. Por ejemplo, Jesús
apareció a sus discípulos estando las puertas cerradas (Juan 20:19; Lucas 24:36). En
Lucas 24:18-31 desapareció repentinamente. Tenía la capacidad de comer (v41-43), sin
embargo no quiere decir que necesitaba hacerlo. Jesús se mostraba en un cuerpo físico
pero no como el de antes de la resurrección. El cuerpo de Jesús fue glorificado y ya no
tiene las mismas limitaciones de la humanidad.

En Colosenses 2:9 se nos dice que “…en él habita CORPORALMENTE toda la plenitud de
la Deidad”, en tiempo presente ya que el cuerpo de Jesús glorificado contiene toda la
plenitud de Dios.

LA REDENCIÓN DE NUESTRO CUERPO


Lo expuesto anteriormente es importante porque la escritura nos dice que Jesucristo “…
transformará el cuerpo de la humillación nuestra, PARA QUE SEA SEMEJANTE
AL CUERPO DE LA GLORIA SUYA…” (Filipenses 3:21), y “…sabemos que cuando él se
manifieste, SEREMOS SEMEJANTES A ÉL…” (1Juan 3:2).
Si morimos hay una separación momentánea del cuerpo, pero en la resurrección nuestros
cuerpos transformados pasan a ser nuestra morada celestial de la cual habló el apóstol
Pablo (2Corintios 5:2). Por tal razón, cuando la Biblia dice que “…la carne y la sangre no
pueden heredar el reino de Dios…” (1 Corintios 15:50) nunca se refiere a que nuestro
cuerpo no hereda el reino de Dios, mas bien quiere decir que “…es necesario que esto
corruptible, se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (v53). También
es importante entender que “…No todos dormiremos, pero todos seremos transformados”
(1Corintios 15:51), pues en el arrebatamiento también ocurre la transformación de nuestro
cuerpo.

En este cuerpo glorificado vendrá la iglesia a reinar con Cristo mil años a la tierra y será un
cuerpo físico visible pero transformado. La escritura dice que seremos como los ángeles
(Mateo 22:30).

SELLADOS PARA EL DÍA DE LA REDENCIÓN

La palabra de Dios es clara al decir “Y si EL ESPÍRITU de aquel que levantó de los


muertos a Jesús MORA EN VOSOTROS, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús
VIVIFICARÁ VUESTROS CUERPOS MORTALES POR SU ESPÍRITU QUE MORA EN
VOSOTROS” (Romanos 8:11). El Espíritu Santo es el que vivificará o transformará nuestro
cuerpo mortal, por lo tanto, el apóstol Pablo nos dice: “…no contristéis al Espíritu Santo de
Dios, con el cual fuisteis sellados PARA EL DÍA DE LA REDENCIÓN” (Efesios 4:30)

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