Grados en El Amor

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Los doce grados

en el
aprendizaje del amor
Jesús Díaz Maldonado

En base a la
Introducción a la filosofía
de Raúl Gutiérrez Sáenz
 Les expongo los grados del amor, en
atención a los que todavía no se casan,
pero que pretenden hacerlo, para que le
piensen y examinen su noviazgo y el amor
que se tienen; para que vean si ya están o
no preparados para un futuro y feliz
matrimonio.
Para esto me valgo del autor Raúl
Gutiérrez Sáenz y de su libro “Introducción
a la Filosofía” de la Editorial Esfinge.
 Hay varias clases de amor o varios grados,
cada uno diferente al otro y mejor que el
otro, mientras vamos madurando en él,
hasta llegar al máximo grado que es la
“caridad”.
Digamos algo de cada uno, para aclarar y
entender cuál es el grado propio del
matrimonio y no se cometa la “pendejez”
de casarse cuando todavía no se debe
casar.
Es el propio del bebé. Se trata de una vivencia de atracción,
unidad, de complementación y de armonía del bebé con su mamá.
Así tiene que ser, el bebé sin su mamá no es nada. De todo y por
todo depende de su mamá. El adulto debe de superar este nivel.
Ciertamente que entre los adultos también habrá atracción,
armonía y complementariedad, pero no en el sentido que se da en
los bebés.
La realidad y lo desastroso está en que muchos y muchas, se casan
con este grado de amor, sobre todo las mujeres, se casan para
depender “del todo” del marido; y el marido, en nuestra pendeja
cultura machista, asume y acepta esta forma de pensar. La
muchacha se casa “para que la protejan”, “para que la mantengan”,
“para que se la cojan”… todo, todo, en forma pasiva.
Cuántas muchachas tienen una carrera, se casan y no la ejercen,
mutilándose intelectualmente. Muchas veces no trabajan porque el
marido “por celos”, no las deja trabajar. Tiene miedo que se la
ganen. Por eso muchas muchachas no estudian porque dicen: ¿para
qué? si me voy a casar y no me van a dejar trabajar. Muchas
pendejas, entierran sus talentos. Pero más pendejos ellos, los
maridos que, con su complejote de inferioridad, no dejan que sus
esposas trabajen, siendo profesionistas, porque tienen miedo que
sean más chingonas que ellos, que ganen más que ellos y se sientan
con derecho a gritarles o a humillarlos. Pero ¿En qué están pues
fundamentando su matrimonio?
Cuantas mujeres profesionistas hay, empresarias, abogadas,
políticas, artistas, etc. Que han sabido compaginar su profesión
con el hogar, con el matrimonio. Pero han sabido también escoger
maridos inteligentes que no les han obstaculizado el camino para
crecer.
Cuando no se ha superado este grado de amor, se tienen muchos
problemas en el matrimonio. Ella no se despega de sus papás y,
en cualquier problemita corre con su mamá. Pero también ellos,
cuando no han superado este grado: “¿Y por qué no haces los
frijoles como los hace mi mamá”?, y todo como su mamá… La
mujer acaba tronando y un buen día le dice: ¡Ya estoy hasta la
chingada que para todo me saques a tu madre, si tanto la
extrañas, pues lárgate con ella! ¿Me equivoco? ¿Estoy exagerando?
¡!No lo creo! Lo he visto.
Es cuando el que ama, lo quiere todo para sí mismo. Amor
exclusivista. Es como el querer una cosa. “Mi casa”, “mi carro”,
“mi mujer”. Como con derecho de propiedad. La mujer es de él,
por eso él la puede “utilizar”. Y muchas mujeres pendejas así lo
dicen, cuando hablan de las relaciones sexuales: mi marido me
“usa”.
Es el típico amor posesivo, celoso, interesado…”pendejo”. No
pueden “otros” ver a tu mujer, porque ya estás enojado, celoso:
¿“Qué chingaos te ve ese”? Por eso muchas muchachas se casan y
descuidan su físico; al año de casadas ya está panzonas,
guandajonas… ya no se maquillan, ya no se arreglan, para que no
las chuleen los demás, porque el marido se les enoja, se les
encela. ¡Pendejas ellas¡ pero más pendejos ellos, son la causa de
que en su hogar no tengan a una mujer bonita, atractiva,
“buenota” y, después andan buscando fuera lo que, por su culpa,
no tienen en su casa. No pueden ir a ninguna parte, ni a visitar a
sus papás, porque ya te está llevando la madre de celos y de
sospechas. Y otro tanto decir de la mujer; le están contando los
minutos que debe durar del trabajo a la casa y si no llega a la hora
indicada, ya están esperándolo con la uñas de fuera, con la tranca
de la puerta; y empiezan las sospechas y los reclamos: ¿“por qué te
tardaste tanto”? ¿A dónde fuiste? ¿Con quién andabas? ¿Me
equivoco? ¿Estoy exagerando? ¡!No lo creo! Lo he visto.
¿Estos serán matrimonios felices? ¡Ni madres¡
Sobre encima de esto, está, debe de estar la comprensión. Tener
la capacidad de meterse en el mundo interior del “otro”. Para
esto es indispensable el diálogo entre los esposos; para conocerse
íntimamente, saber lo que cada uno piensa, qué concepto tiene
de todas las realidades que rodean al matrimonio para que no allá
sorpresas. Hay que “saber escuchar”. Andan tristes,
melancólicos, sensibles o enojados… y no saben por qué. Hay que
conocerse por dentro, no sólo por fuera. Esto no será posible si
entre la pareja “no hay amor”. Verdadero amor. Que no debe
confundirse con los grados que hemos dicho. Este grado se da,
sobre todo, y de manera especial entre los amigos verdaderos. La
incomprensión es la queja de “muchas” esposas y de no pocos
“esposos”.
Es un grado engañoso para los que pretenden casarse, como sí se
comprenden, como sí saben ponerse en el lugar del otro; como
luego se dice, se saben poner en los zapatos del otro. (Eso es la
empatía). Lloran cuando el otro llora, se entristecen cuando el
otro se entristece, se interesan por los problemas del otro y
hasta tratan de resolvérselos… piensan que por eso, ya son el uno
para el otro, y cometen la “pendejez” de casarse motivados por
esta forma de amor. No, todavía no es el momento; hay que
pasar a grados más avanzados de madurez.
Decimos que dos personas empalizan cuando se interesan el uno
por el otro, pero también se respetan: respetan el modo de ser y
de pensar. Se comprenden mutuamente, pero no se identifican.
Mantienen su propia identidad, mantienen las diferencias, y no
pretenden hacerse cambiar. No se manipulan. No pretenden que
prevalezca el criterio y la forma de pensar propios. Si todavía no
hay este comportamiento, aún no están maduros para el
matrimonio. Pero la empatía no debe de faltar en el matrimonio.
¡Cómo falta la empatía en muchos matrimonios! En nuestra
méndiga cultura machista, el criterio del “macho” es el que
debe prevalecer. La mujer no tiene voz ni voto. como él es el
que da el “chivo”, como es él el que los mantiene… nadie
puede sugerir ni dar otras razones, aunque sean mejores, el
único que habla, dice, sugiere, manda, los únicos chicharrones
que truenan, son los del “macho”.
Y ahí tenemos a las esposas, humildes, sumisas, agachadas,
humilladas, golpeadas… ¡Pendejas! Y no sólo eso, el marido hasta
tiene derecho de tener otras mujeres y su esposa no tiene por qué
reclamarle.
¿Saben por qué una esposa soporta a un marido borracho,
golpeador, mujeriego, infiel, adúltero y demás chingaderas a las
que los “machos” mejicanos están acostumbrados?

Sólo hay cinco razones; Si ustedes saben de otra, háganmelo


saber, para añadirla y que sean seis:
Primero, por pendejas.

¿Quién fue el pendejo que les dijo que el matrimonio era para
maltratar a una mujer? ¿Para humillarla? ¿Para tratarla peor que
una sirvienta? Y a ustedes mujeres ¿Quién les dijo que el
matrimonio era para soportar un marido borracho, humillador,
infiel y mujeriego? ¿Qué no saben que el matrimonio es un
camino de felicidad y eterna? ¿Qué no saben que su marido debe
ayudarlas a realizarse como personas y como cristianas? ¿Qué no
saben que el matrimonio debe de ser la antesala de cielo y no la
del infierno?
Si no saben esto ¿Entonces qué chingaos saben?
Segundo, por ignorantes.

Sí, porque, como un día, el día que se casaron dijeron que “hasta
la muerte”; ándale pues, vieja “pendeja”, hasta la muerte,
(mejor dicho: hasta que te maten). Y muchas dicen: es que esa
fue mi suerte. ¿Suerte? ¿Qué te sacaste a tu marido en una rifa?
No. No seas pendeja, ¿Tienes un marido así? ¡Mándalo a chingar a
su madre! El que sea tu marido no tiene derecho a que te
humille, a que te maltrate y menos a serte infiel. ¿Cruz? Sí, el
matrimonio es una cruz. Como la soltería es una cruz. Como la
vida consagrada es una cruz. La enfermedad, la pobreza, la
soledad… Esa es la cruz que hay que cargar para acompañar a
Cristo en su pasión. No esa cruz inventada por un marido
“macho”, que por “macho” humilla, que por “macho” es
adúltero…
Tercero, por miedo.

Dicen: ¿Si lo dejo quién me va a mantener? ¿Y luego los hijos?


¡¿Qué dirá la gente?¡ ¡¿Mis papás!? Bueno, “chíngate pues”. A
ver a qué horas truenas o te enfermas…o te mueres. No tengas
miedo mujer, Dios no abandona a nadie; y menos a la mujer
que se esforzó por ser fiel y buena madre, por ser buena
esposa. Si tú no tienes la culpa, cree en el Señor. Él no quiere
esta clase de matrimonios. Él quiere esposos que se amen,
que se comprendan, que se perdonen, que se salven juntos.
¡!Mujer, cree en la Divina Providencia!!. Cuántos, hasta
sacerdotes, amenazan con las penas del infierno a esas
mujeres, cuando les dicen que ya no aguantan y que van a
dejar a su marido. Si lo dejas, les dicen, lo exponen a que viva
con otra mujer y en pecado, lo pones en peligro de
condenarse. Hermanos sacerdotes, no marchen, si esos
bueyes, ya son adúlteros, si ya viven con la otra… Ayuden a
esas pobres esposas a ser felices… no las atormenten más,
gravándoles la conciencia con una culpa que no tienen…
Cuarto.

Que no le hagan al pendejo, también ellas necesitan quién “les


sople” o “quién se las sople”. Una me dijo: no padre, no lo
puedo dejar, prefiero compartirlo a no tener nada. “Yo también
necesito hombre”, aunque me maltrate y me humille. Bueno,
entonces. Mi hijita, “no chilles”. (Yo sólo tenía cuatro razones,
ésta la añadí por lo que esta mujer me dijo).
Quinto, por “santas”.

Como santas son casi todas las esposas mexicanas. Prefieren


santificarse, cargando con su “cruz”, como ellas lo dicen, a dejar a
su marido que, a pesar de todo, lo quieren.
Ojalá que tú marido, (tú que estás leyendo) si tú te encuentras en
el número de los “machos” gritones, humillantes, golpeadores,
borrachos, infieles…y tu mujer no te ha mandado a chingar a tu
madre, ojalá que sea por “santa” y no por pendeja. Pero a ver qué
cuentas le vas a dar a Dios, a ese Dios que un día te dio una mujer
joven, hermosa, sana… para amarla, para protegerla, para
salvarla….y que se la regreses toda jodida, maltratada, humillada y
en peligro de que no se salve por el odio y el rencor que te tiene,
gracias a tu pinche machismo que la ha tratado peor que a un
trapeador…
No se te olvide que empatizar es comprender, respetar, dejar ser…
muchos y muchas, ni siquiera llegan a este grado de amor, menos a
los que siguen. El que empatiza, deja que el otro opine, y respeta
sus opiniones. El que empaliza, respeta la libertad.
Se tiene cuando uno se acerca al terreno de la comprensión y al
terreno de lo emocional. Comparten vivencias y emociones. Si esto
no existe en el amor, le faltaría un ingrediente importantísimo.
Cuando sentimos afecto por la otra persona, nos comportamos de un
modo muy especial con ella. El afecto es lo que nos lleva a “la
caricia”. Acariciamos a otros porque les tenemos afectos. Las
personas que se tienen afectos, se buscan, tratan de estar cerca.
Como los novios, como los amigos… Cuántos se casan para vivir
separados.
Cuando se presentan los novios para casarse, yo les pregunto: haber
tú, (al novio):
.- ¿Te gusta la televisión?
Sí.
¿Qué te gusta ver en la televisión?
.- El futbol.
¿y a ti? (Le pregunto a la novia) También tu gusta ver la televisión?
Sí.
¿Qué te gusta ver?
Las telenovelas.
¡Ya valió madre!, les digo yo. ¿Van a comprar dos televisiones?
¿Cuál es el comportamiento del marido que llega del trabajo y la
mujer está viendo las telenovelas?
¿Ya estás viendo tus chingaderas? Le dice. Cambia de canal y la
mujer se va enojada a la cocina o al cuarto.
¿Para eso se casaron? ¿Para vivir separados?
Yo les digo: pues desde ahora te van a gustar las telenovelas; le
digo a él. Y a ti, desde ahora te va a gustar el futbol. Y así en todo.
¿O se casan para estar juntos solamente en la cama? No. Se casan
para compartir la vida, y la vida es “todo”, claro todo entre
comillas. Habrá cosas en que el marido tiene qué hacerlas solo o
lugares a los que habrá que ir solo.
Pero ¿Qué pasa? De novios, pegados todo el día. Se despiden
después de estar dos o tres horas “echando reja”. Llegan a su casa,
quince minutos después de haberse despedido y se hablan por
teléfono: “mi vida”, “mi cielo”… cuánto tiempo sin verte. Tarde se
les hacer que llegue otra vez “la tarde” del día siguiente para
volver a estar juntos… Y se casan, el marido al futbol y la mujer en
la casa. El marido con sus “amigotes” y la mujer en la casa.
Entonces… ¿Par qué “jodidos” se casaron? Él sigue con sus mismos
amigos de soltero, con las mismas costumbres de soltero, todo
como de soltero. ¡!No, pendejos!!, ya se casaron. Adiós vida de
solteros. Ahora las diversiones deben de ser compartidas, las
diversiones ya son de los dos. Los amigos ya son del matrimonio, no
sólo de él o de ella. ¡Solteros¡, y sobre todo ¡!Solteras!! ¡No se
apendejen! La vida de casados es muy diferente a la de solteros. Si
es que de verdad quieren llevar vida de casados. Si quieren seguir
llevando vida de solteros, no se casen, o no se casen todavía.
El afecto en el amor, para eso sirve, para compartir experiencias,
vivencias, alegrías y tristezas. Cuando entre los esposos no hay
afecto, si no se casaron teniendo esta característica en su amor,
viene la desconfianza, la cerrazón, se está siempre a la defensiva
y, no pocas veces se llega a la agresividad. Esto es lo que vemos
con mucha frecuencia en los matrimonios. De novios todo era:
“mamacita”, “mi cielo”, “mi tesoro”, “te adoro”, “sin ti no puedo
vivir”… Y mil cursilerías más. Se casan y se acabaron las frases
bonitas y no pocas veces aparecen las agresiones. ¡Solteros¡ ¡No se
me apendejen¡ si se han de casar, se han de casar para amar a su
esposa, de verdad. Para sentir y vivir su cercanía y que ella sienta
y viva la suya.
Tampoco llegar al extremo del apego exagerado, el derrame de
miel por todos lados, de tal manera que se empalague a la otra
persona. Como dice al dicho: “No tanto que queme al santo, pero
tampoco que no lo alumbre”. Hay que echarle colmillo al asunto.
¡Solteros¡ no se me apendejen. Cuidado con este ingrediente en el
amor. El enemigo del afecto, es el resentimiento. Pobres de los
esposos que están resentidos, no dudo que pronto vendría para
ellos el divorcio. Al cual se llega después de experimentar disgusto,
frustración, falta de armonía y falta de comprensión. (Estoy
citando casi textualmente al autor anotado: Raúl Gutiérrez Sáenz,
en su libro: Introducción a la filosofía, de la editorial “esfinge”.)
Aunque el cariño es un grado más elevado que el afecto, sin
embargo, el cariño no es mas que la manifestación externa del
afecto. El afecto nos lleva a prodigar caricias a la persona objeto
de nuestro afecto. Por eso los amigos se abrazan, se saludan de
mano, los novios se toman de la mano, se besan… No se caiga en
el error de pensar que, si dos amigos o amigas que se tienen
afectos y por eso se acarician, son homosexuales o lesbianas.
Por el afecto que hay entre los esposos o entre los papás para
con sus hijos, por eso hay muestras de cariño entre ellos. Los
papás deben de poner el ejemplo, con sus caricias, para que los
niños también crezcan con esas tiernas manifestaciones de
afecto.
Las caricias son normales entre las personas que se aman, pero,
debemos de hacer notar, que las caricias íntimas, deben
reservarse para las parejas casadas que comparten las relaciones
sexuales.
Todos necesitamos de cariño, de caricias, pero sobre todo los
niños. Se ha demostrado que donde los niños no son objeto de
caricias, crece el índice de muertes entre ellos. No olvidar que el
hombre es un ser social por naturaleza, y que, por naturaleza
también, requiere de compañía, de cariño, caricias… pero no
digamos que con base a esto, que es natural, vamos a andar
acariciando y besando a medio mundo o dejar que medio mundo
nos acaricie y nos meta la mano como si fuéramos pila de agua
bendita. Recordemos, lo que ya dijimos antes: “Ni tan tan”, pero
tampoco, “ni muy muy”. ¿ok?
¿Qué diremos? Podemos hablar mucho de este nivel, porque es el
nivel en el que, al llegar a él, se cree que el amor ha llegado a su
máxima expresión; y los novios hacen planes para casarse. Sin
embargo, el enamoramiento es un nivel muy hermoso, pero muy
peligroso. Yo diría que es el nivel en el que la mayor parte de las
parejas se casan; pero ¡Cuidado¡ Solteros ¡cuidado¡ al llegar a este
nivel no se deben casar, hasta que se supere. ¿Por qué? Porque los
enamorados están todos apendejados. Basta ver a una pareja de
enamorados para darse cuenta de que no están en este mundo;
están en un mundo ideal, irreal. Todo lo ven color de rosa. Y el
mundo no es de color de rosa. Se quedan con la boca abierta
viéndose mutuamente, y duran las horas así, sin parpadear, como
idiotas. Y esa es la vedad: están idiotizados, embelesados,
quisieran comerse mutuamente; comen del mismo plato, beben
del mismo vaso, hasta los mocos se sorben… todo lo de uno es
sabroso para el otro y viceversa.
El enamorado no ve defectos y si los ve, los mismos defectos de la
pareja los ve como cualidades.
El enamorado es el único que no se da cuenda de las exageraciones
que comete con relación al ser amado. Cuántas veces hemos oído:
“no puedo vivir sin ti”, “sin ti me muero”, y de verdad, muchos
están tan apendejados y sacados de la realidad, que de verdad,
cuando el novio deja a la novia o viceversa, se suicida.
Cuando se le hace ver los defectos de la persona a la que ama,
hasta se enojan. Cuántas veces, la mamá sobre todo, le dice a la
hija: hija, ese muchacho no te conviene, mira que es flojo, mira
que es borracho,… y ¿Qué contesta la hija? Ay mamá y ¿qué tiene?
Cuando me case con él, yo le voy a quitar lo borracho, conmigo sí
va a trabajar. No, mis niñas pendejas. El gûevón es gûevón y
gûevón morirá, lo mismo decimos del borracho. Solteras, ¡No se
me apendejen¡ no se casen enamoradas, las enamoradas no ven
defectos; cuando los ven, ya es demasiado tarde.
Para los enamorados, la excelencia está presente en el amado.
Toda cualidad es exagerada. Por eso dice el dicho y lo dice muy
bien: “El amor es ciego y la amistad es bizca”.
Los enamorados están en el torbellino del romanticismo, una nube
blanca y sonrosada los envuelve, la fantasía se pone a trabajar;
aquí se da aquello de que: “si estoy despierto te miro y si estoy
dormido te sueño”; se les olvida todo compromiso por estar
pensando en aquel chango o en aquella changa; se ven en todas
partes: en la sopa que se comen, en el agua que se beben; se
sueñan juntos en castillos hermosos, sienten que caminan sin tocar
el suelo. Se quedan como mensos mirando sin ver, oyendo sin
escuchar.
Ciertamente que estar enamorado es lo máximo, es hermoso…
pero también es muy peligroso. El enamorado no puede ocultar su
alegría y entusiasmo. Todo en él sube de nivel; se es capaz de
todo cuando se esta enamorado. Cuántas historias de enamorados
se han escrito: Romeo y Julieta, Don Quijote y Dulcinea, Dante y
Beatriz, tu hermana y yo, etc. Muchas bodas, como ya lo dijimos,
se celebra bajo el embrujo del enamoramiento. ¡Cuidado¡
Los enamorados sonríen, planean el futuro en medio de la
embriaguez de una ilusión, pero ellos no saben que es una
ilusión. Están en el más alto grado de felicidad, de plena
alegría y de buenos deseos. ¡Solteros¡!cuidado¡ No se me
apendejen.
La pareja siempre debe de estar enamorada, pero no sólo
enamorada; al enamoramiento debe añadir los grados de amor
superiores, es decir: que estando enamorados, ya hayan
tocado tierra, ya se hayan caminando en la realidad. Los
proyectos que se hagan, no sean en el aire, sino viendo la
realidad circundante. Estar enamorados, pero sin perder piso;
estar enamorados, pero sin dejar de ser realistas, es muy
bueno y positivo, es recomendable, porque se tendrá la
disponibilidad, la energía y el temple para afrontar los
problemas de la vida.
Pero en la medida en que el enamoramiento los aleje de la
realidad, exagerando y distorsionando las cualidades del ser
amado, es peligroso y nefasto, porque lleva a los enamorados a
ensoñaciones absurdas.
Y puede pasarles como a aquellos cuya anécdota les platico: Una
muchacha, muy hermosa por cierto; se quedó huérfana de padre
y madre. Por este motivo, tuvo que vivir y crecer al amparo de su
tío. Su tío, era Obispo; y aquella niña creció allí, en la casa del
Obispo, con la servidumbre.
Creció, y conforme crecía, también crecían sus formas femeninas
que la iban hermoseando cada vez más. Le llegó, a aquella
muchacha, el tiempo de merecer. Se hizo novia de un joven
apuesto, guapo, trabajador… se enamoraron. Se enamoraron
perdidamente, con el enamoramiento que estamos describiendo.
Para él, no había mujer más hermosa que aquella muchacha. Sus
ojos de cielo, sus labios de rubí, su cutis aterciopelado, la
auténtica “mujer alabastrina”, (dice el poeta). ¿Sus pechos? ¡Oh,
aquellos pechos¡ ¿Dijo quién?: “Cántaros de miel”. No había mujer
más ”buena” ni más hermosa sobre la faz de la tierra. Y ¿Él? De
igual manera, para ella, él era lo máximo: aquellos ojos soñadores,
aquellos labios y quijada varonil, su voz grave y su andar resuelto.
Síntesis de todas las cualidades terrenas.
Pues bien, llegó el día en que quisieron casarse.
Él, tenía que pedir la mano de su amada al Tío, al Señor Obispo,
(Todavía se acostumbraba a pedir la mano), y se presentó ante
él, resuelto a todo: Su Excelencia, le dice, haciéndole una
reverencia en señal de respeto y de humildad: vengo a exponerle,
que su sobrina y yo, estamos enamorados, hemos pensado
casarnos, formar un hogar cristiano… es el motivo de mi presencia
ante usted: pedirle la mano de su sobrina para formalizar nuestro
compromiso.
Me parece muy bien, responde el Señor Obispo. Pero, permítame
preguntarle ¿Ya se conocen?
Sí, dice aquél joven, lleno de entusiasmo.
¿Se conocen bien?; insiste su Excelencia.
Creo que demasiado bien, puesto que dos años hace que somos
novios.
Perfecto; entonces debes de saber que mi sobrina tiene un muy
acentuado pie de atleta, a tal grado, que se le despelleja la piel
de los dedos de los pies, tiene un tremendo sarpullido, de tal
forma que se pasa las horas rascándose y por lo mismo, pues le
huelen los pies, en una forma espantosa…(Un zorrillo se taparía
la nariz en su presencia). ¿Lo sabías?
No, Señor, no lo sabía.
Claro que no lo sabías, cuando la vienes a ver, se baña, se pone
talco, ting, y cuanto cosa hay para que no le huelan. Te lo digo,
porque lo debes de saber; va a ser tu esposa, te vas a casar con
ella, y debes poner atención a este pequeño problema de la que
va a ser tu mujer.
Si, Señor, no se preocupe, yo cuidaré de ella.
Bien, continúa diciendo el Tío, con su voz grave y pausada:
tampoco sabes, pienso yo, que siempre ha tenido problemas
digestivos, lo que le provoca sofocamiento e inflamación en sus
intestinos y, por tal motivo, siempre anda “ventoseándose”,
(léase: pedorreándose), a tal grado que por las noches, como
duerme en una habitación cercana a la mía, me despierta por esos
tronidos espantosos que se revienta, pero eso no es lo peor, lo peor
es lo que aquellos aires apestan. Ya las paredes sufren una que
otra fractura y ya van dos lámparas que me estrella, por ese
detalle de su salud. ¿Sabías esto?
No, Señor, no lo sabía.
Claro que no lo sabías, eso ya me lo imaginaba. Cuando te toca venir
a platicar con ella, no come; o come demasiado poco, no sea que al
estar contigo se le escape uno de eso ventarrones que te vuele el
sombrero, y qué vergüenza para ella.
Es mi obligación decírtelo porque, como va a ser tu mujer, debes
saber esto, para que le cuides la dieta, la atiendas, la lleves al
doctor…También tiene problemas en el hígado, a eso se debe ese
color amarillento de su piel; por eso exagera en el maquillaje, para
despistar ese color mortecino que tiene. Eso hace que su aliento no
sea del todo agradable. Hay que platicar con ella, por lo menos a un
metro y medio de distancia, para que aquel mal olor que sale de su
boca, no te noquee. Claro, no creo que esto lo sepas, porque, como
cuando se ven, se baña, se lava su boca, se pone spray y se echa la
“pastillita” de menta a la boca para no oler mal… por eso creo que
no lo sabes. Pero está bien, te doy su mano. ¿Cuándo dijiste que
pensaban casarse?
Señor, la fecha no la hemos fijado todavía. Pero… ¿puedo darme
una placito de un medio año para tratar eso de la fecha?
Sí. Hijo, estoy a tus órdenes. Pero, ¿Para qué darle largas al
asunto? Yo les puedo dispensar las amonestaciones. Te vi con
tanta prisa, que puedo casarlos ya, la semana que viene.
No, Señor, sólo venía yo, para ver qué opinaba usted de este
posible matrimonio. Pero no ahorita, sino en un futuro. Ya
vendré luego a platicar con Usted.
Pues así suele pasar; llegan al matrimonio sin conocerse,
enamorados; sin ver defectos, puras cualidades. ¿Y después?
Cuando se ve que aquél portento de cualidades no tiene
tantas? Cuando se ve que no era el hombre perfecto que se
pensaba? Cuando aquella mujer, no es “mis universo”, ni
siquiera “mis barriada”, ni la “flor más hermosa del ejido”?
Para cuando se descubren los defectos, ya es muy tarde.
Entonces vienen los arrepentimientos y los: “yo pensaba”,
“yo creía”, “a mí me parecía”… pues piense antes
“pendeja”; piense antes ”pendejo”. Por eso les grito una vez
más: ¡Solteros¡ ¡Solteras¡ no se me apendejen.
Les cuento una anécdota que ilustra este desconocimiento que se
tienen cuando llegan al matrimonio.
En una presentación matrimonial, le pregunto al novio:
¿Cómo se llama la muchacha con la que te vas a casar?
“Chona”, Padre. Me contesta con mucha seguridad y aplomo.
No “manches”, hijo. Chona no es nombre.
Es que así se llama, Padre.
Ve y pregunta su nombre.
Va y regresa un poco avergonzado.
Que se llama Alejandra.
Así pasa con muchos y con muchas, ni siquiera saben el nombre de
quien se van a casar. Menos el nombre de su suegro, de su suegra,
cuñados, etc. Conste que estoy hablando de mi “rumbo”,
posiblemente con ustedes no pase esto. Después me enteré que,
efectivamente, a aquella muchacha, le decían “chona”, pero le
decían “Chona”, por “chichona”, no porque así se llamara.
Entonces, aquél pendejo, nunca le preguntó su nombre, la conoció
como “chona”, y con “chona” se iba a casar.
Es el amor que lleva a la comunicación íntima de la pareja.
Estamos hablando de amor, no de atracción, no de instinto
sexual; sino de “amor sexual”. La relación sexual puede ser una
vil manipulación o puede ser el amor sublime.

En el trasfondo de una relación sexual, debe haber los grados ya


dichos para que quienes se relaciones sexualmente, puedan, de
verdad, encausar dichas relaciones en el ámbito de la
realización humana; por eso debe tener, dicha relación, una
subestructura compuesta por el enamoramiento, el afecto, el
cariño y la amistad; y realizarse dentro del círculo matrimonial.
¿Pero, cuál es la realidad? Que los novios, muchos, reducen el
amor a las “relaciones sexuales genitales”, cuántas veces, él,
cuando duda del amor de su novia, le pregunta: ¿De verdad me
quieres? ¿De verdad me amas? Ella le responde en todos los tonos:
¡Claro que te quiero¡ y viene la estúpida petición de la “prueba
de amor”.
¿Y cuál es la famosa “prueba de amor”? irse a la cama y tener
relaciones sexuales.
¿Y qué pasa? Que, por lo general aquí se acaba todo. Aquí se
acaba el encanto del noviazgo y, o una de dos: o se termina el
noviazgo o se “usa” ya nada más para “eso”. Los novios se
convierten en “amantes”. Ya ni siquiera piensan en casarse.
No pocas veces la muchacha queda embarazada y… y… se casan
por “eso”, sin estar preparados. Se casan y no se quieren de
verdad. Se casan por el “qué dirán”. Y eso en el mejor de los
casos. Cuántas veces el muchacho niega la paternidad,
pensando: si lo hizo conmigo ¿Con cuántos lo habrá hecho?
Cuánto dolor para la muchacha, cuánta decepción, cuántos
odios y rencores se desatan en su corazón, y lo que antes era
“amor” se convierte en odio. Cuántas “mamás solteras”, por
este pendejo proceder y por este pendejo modo de pensar.
Por eso, por enésima vez: ¡Solteras! No se me apendejen. Y a no
pocos pendejos, con un embarazo los atrapan.
Éste es el grado clásico del amor, sin embargo todavía no es el
grado propio y más apropiado para el matrimonio. El amor de
voluntad es “querer el bien del otro”; hablamos de cualquier
bien: físico, psíquico, moral, espiritual, sobrenatural. Cuando se
tiene este amor, el amante busca el bien de la persona amada.
Todo va encaminado a hacer feliz al amado. A pesar de las
dificultades, de las diferencias… nada de eso importa, lo que
importa es que el ser amado sea feliz. Este amor es consciente,
libre… por eso este amor tiene un gran mérito. Este amor se da
por las cualidades del que ama, no por las cualidades del ser
amado. El amante ha decidido hacer objeto de su amor a la otra
persona, independientemente de que la otra persona lo merezco
o no.
Es el amor con el que nos ama Dios. Dios que es amor, nos da la
vida, aunque no la merezcamos, sólo porque nos ama. Nos lo da
todo, aunque no lo merezcamos. Somos objeto de su amor, no
porque nosotros seamos buenos, sino porque él es bueno. El
amor de voluntad es incondicional, desinteresado, gratuito. No
espera recompensa ni correspondencia. Aunque quien así ama,
normalmente espera la correspondencia, pero no ama por eso,
ama porque quiere amar. La mamá es buen ejemplo de este
amor. La madre ama al hijo, porque es su hijo, no porque el hijo
se haga o no digno de ser amado.
El que ama de verdad, es feliz amando. Lo común es
encontrar este amor con los otros grados presentes, como el
afecto, el cariño, etc. Aquí no caben los celos ni la
manipulación del ser amado.
Ya hemos entrado a los niveles superiores del amor humano.
Los anteriores son casi mecánicos, sin mérito o con poco
mérito. Sin embargo, por desgracia, muchas personas se
instalan en ellos y con base a ellos planean un futuro
matrimonio que, lo más seguro es, que ese matrimonio va a
sufrir o va a fracasar.
Éste es el bueno, aquí es donde su da y sólo aquí, el acto de
voluntad de unión permanente y estable. Por eso se dice que
este grado de amor, es el grado propio para el matrimonio.
Los demás grados inferiores no aseguran la estabilidad y la
permanencia que exige un verdadero matrimonio.
El compromiso matrimonial es la expresión de ese compromiso
interno. El famoso “papelito” que tantos critican diciendo:
”No necesitamos de una papelito para amarnos”. ¡Claro que
no! ¡Pendejos!, pero sí lo necesitan para demostrar que de
verdad se quieren y ese “papelito”, no lo deben de pedir, ni
firmar, hasta que estén plenamente seguros de que el amor
que se tiene la pareja es éste: el compromiso amoroso.
De lo contrario, con “papelito” o sin él, van a mandar al carajo
su matrimonio. Esto es el pan nuestro de todos los días, sobre
todo lo vemos en los artistas y tanto pendejo borrego que vive
siguiendo el ejemplo de estos ídolos públicos, aunque su forma
de actuar no sea la correcta.
Sólo con este “amor” puede haber estabilidad en la familia,
estabilidad requerida para una sana y verdadera educación de los
hijos. El compromiso amoroso es pues la base de la institución
matrimonial.
Éste es el amor que hace posible a los esposos cumplir con el
compromiso matrimonial, el compromiso de amarse y de
serse fieles de por vida. Ni más ni menos lo que se dicen el
uno al otro cuando se realiza el sacramento del matrimonio:
“Yo, Fidel, te acepto a ti, Fidelia, como a mi esposa y
prometo serte fiel, en lo próspero y en lo adverso, en la
salud y en la enfermedad, amarte y respetarte, todos los
días de mi vida”; y lo mismo le dirá Fidelia a su Fidel. Éste es
el compromiso, compromiso que muchos nos cumplen, ¿Por
qué? Porque llegaron al matrimonio, pero no con el “amor de
compromiso”, sino con un grado de amor inferior y, entonces,
cuando vienen los problemas y cuando la ocasión se presenta,
viene la infidelidad y todo lo demás que ya hemos dicho.
Jóvenes, crezcan en al amor. Déjense de pendejadas, pidiéndose
“pruebitas de amor”, practicando el “amor a prueba”, todo esto
es prueba de que no hay amor o de que todavía no existe el amor
propio del matrimonio, y todavía no se casen.
El matrimonio tiene muchas pruebas: lo económico, la salud, los
caracteres de la pareja, a veces tan “pinches”, los diferentes
criterios sobre la educación, la vida, la religión, el matrimonio,
etc. Todo esto será motivo de maduración en el amor y en la
convivencia, o será motivo de pleitos, desavenencias, rupturas,
separación y divorcio. Si no se tiene este amor de compromiso,
olvídense que van a sobrellevarse mutuamente en estos
problemas, olvídense de que los van a enfrentar y a resolver bien.
Es conveniente que junto con este amor vayan los anteriores
con el fin de dulcificar y humanizar la relación comunitaria de
la pareja. En una pareja que envejece con este grado de amor,
lo más normal es que ya no existan la ternura, el romanticismo,
las caricias y los ímpetus sexuales del principio; pero la unión
es más sólida, ha crecido la amistad, el afecto y la
comprensión, la firme voluntad… y esto es lo que da seguridad
a la familia.
Mis queridos jóvenes, mis queridos novios, mis queridos esposos
jóvenes ¡No se me apendejen! Si todavía no se casan, no se
casen hasta que experimenten esta clase de amor: amar
desinteresadamente. Amar sin esperar ser amados. Amar sin
esperar ser correspondidos.
No comentan el error de “casi” todos. Les pregunta uno: para
qué te casas?
La respuesta no se hace esperar, generalmente es ésta: para
tener una mujer que me ame, que me acaricié, me haga de
comer, me tanga una casa limpia, me lave, me planche, para
tener relaciones sexuales con ella. ¡Egoísmo puro! No.
Grávate bien lo que te voy a decir en esa cabezota: tú
hombre, si te casas es para amar a una mujer, no para que la
mujer te ame. Si te casas es para protegerla, para quererla,
para servirla, eso es amor y generosidad. Y tú mujer, si te
casas con un hombre, es para amarlo, no para que te ame; es
para quererlo, protegerlo, servirlo; y no al revés.
Por eso vienen después los desencantos y los reproches: ya
no me quiere, ya no me ama, ya no me dice “mamacita”,
“sin ti no puedo vivir”,… díselo tú. Para eso te casaste con
él o con ella. Para amarle. Las relaciones sexuales son el
mayor acto de servicio dado a la pareja. Si tú, hombre,
tienes relaciones sexuales con tu mujer, es para servirla,
no para servirte, eso es egoísmo. Y si tú, mujer, tienes
relaciones sexuales con tu marido es para servirlo.
Pero cuántas pendejadas se cometen en los matrimonios,
hablando de relaciones sexuales, sobre todo cuando se trata
del “pinche macho mejicano”; yo quiero y a gûevo, aunque
ella no quiera. ¡Cuántas mujeres odian el acto sexual!
Porque tienen junto a ellas, no a un hombre que las ama,
sino un méndigo semental que las desea y se las ha de coger
aunque ella no quiera, aunque ella no esté dispuesta. Y
hasta las amenazan: ah, ¿no quieres?, entonces me voy con
las putas; el fin que muchas están más buenas que tú. ¿Esas
son relaciones con base en el amor? ¡Claro que no! Por eso,
parece una estupidez hablar de castidad entre los esposos;
pero hemos de decirlo: si los esposos no son castos, se van a
condenar. Pónganse las pilas méndigos. Qué bueno que los
que están leyendo estos renglones no se cuentan entre ellos.
Díganselo a los que sí les viene el saco.
Este amor es el amor con el que se abraza a todos los hombres y
a toda la creación; aquí podríamos poner el mandato de Cristo
que nos dice: “Sabéis que se dijo: ·Ojo por ojo y diente por
diente”. Pero yo les digo no hagáis resistencia al hombre malo;
sino que si uno te abofetea la mejilla derecha, ofrécele también
la izquierda, y a quien te quite la túnica, regálale también el
manto. Si alguno te obliga a caminar con él un kilómetro, vete
con él dos. Al que te pida, dale. Y no le vuelvas la espalda al
que te pide prestado”.
Bien saben que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu
enemigo”, pero yo les digo: amen a sus enemigos, oren por
los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre que
esté en los cielos; porque Él hace salir su sol para los malos
y para los buenos, y hace caer la lluvia sobre los justos,
pero también sobre los injustos. Porque, si sólo aman a los
que los aman ¿Qué mérito merecen? ¿No hacen eso mismo
los que no conocen a Dios? Y si saludan sólo a sus hermanos
¿Qué mérito merecen? ¿No hacen eso mismo los paganos?
Sean pues perfectos como su Padre celestial es perfecto”.
¿Esto será posible? Si no trabajamos por perfeccionar el amor,
claro que no es posible. Si no nos esforzamos en ser de verdad
cristianos, es decir, tener a Cristo con nosotros, ¡Claro que no es
posible¡ Pero si crecemos en el ejercicio de la caridad y llevamos
a Cristo en nuestro corazón ¡Claro que será posible¡ porque no
seremos nosotros los que amaremos, sino Cristo a través de
nosotros. Sólo así comprendemos las palabras de San Pablo: “Vivo
yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”
El que así ama, en todo ve al Señor, y por él a todos y todo lo
envuelve en el ejercicio del amor. Y tiene que ser posible, de lo
contrario Cristo no nos lo hubiera mandado. Es más, él mismo nos
dio el ejemplo, cuando ya crucificado estaba morir, su oración de
petición a su Padre fue precisamente en favor de sus enemigos:
“Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen”. (Lc. 23, 34).
Al llegar a este grado de amor viene la sensación de bienestar,
de placidez, de máxima realización… ¿No sería este el amor de
San Francisco de Asís para quien todos eran sus hermanos? El
hermano fuego, el hermano sol, la hermana luna, y hasta la
hermana muerte…
Este amor es el amor del que siempre está pronto a ayudar a
los demás, sean quienes sean, sin importar razas, credos ni
clases sociales; se siente solidario con todos, porque todos
son sus hermanos. ¿No fue éste el amor de Cristo? Él, que
atrajo a la Mujer Samaritana, aunque los samaritanos eran
enemigos de los judíos. Él, que defendió a la mujer adúltera;
no hizo distinción de personas: tanto le abrió el corazón a los
pobres, como a los ricos; a los débiles como a los poderosos;
a sanos, como a los enfermos…
Así actúa quien se siente parte de todos, parte de la
humanidad, parte de la creación… en los demás se ama así
mismo, en todo ve la mano y la presencia de Dios y, al
amarlos, ama a Dios. Se ha superado el individualismo, el
egoísmo; se hace todo para todos, para amarlos a todos
¿No es esto el Evangelio? ¡Claro que es el Evangelio?
Aquí no hay manipulación ni autoritarismo, aquí no hay
arbitrariedad ni actitudes celosas ni agresividad, aquí hay
honradez y respeto hacia todos.
Qué a toda madre que todos hubiéramos llegado a este grado
de amor, ya estaríamos saboreando el cielo. Pero no.
Ordinariamente nuestra forma de amar es una forma muy
pobre, muy raquítica, muy pichicata y pinchurrienta; amamos,
sí, pero nuestro amor está lleno de egoísmos, de interés, de
celos, de sospechas y de tantas otras cosas que, al final, de
amor se tiene poco.
Por último, el amor perfecto, el amor de caridad. Consiste en
la transmisión del mismo Dios. Es el del hombre que posee a
Dios y lo trasmite a sus hermanos los hombres. “Dios es
amor”, es el título del primer documento del Papa Benedicto
XVI: “Deus caritas est”.
Quien tiene a Dios, tiene al amor, y al amar a los demás, les
trasmite a Dios; se convierte en canal por donde Dios llega a
los demás. Es, debe ser el amor propio de los papás, con ese
amor deben amar a sus hijos, para transmitirles a Dios, al
Dios-amor. Así debe ser el amor de los sacerdotes, porque esa
es su misión: dar a Dios a los demás.
Es el amor del que nos habla San Pablo en el capítulo 13 de su
primera carta a los Corintios: “La caridad, el amor, es
paciente, es servicial, no es envidioso, no es jactancioso, no
se engríe; es decoroso; no busca el interés; no se irrita, no
lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia; se alegra
con la verdad. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Ese es el verdadero amor, el máximo grado del amor, el que
da sin esperar nada a cambio; como ama la mamá, que ama a
su hijo, ya lo dijimos, porque es su hijo y nada más que por
eso; como nos ama Dios. ¿Qué le podemos dar a Dios a cambio
de su amor? Pues nada.
¡Cuánto millonario regala millones para obras de beneficencia!
Sí, pero que salga en la televisión para que todo mundo lo vea,
que se ponga una placa en el hospital que mandó construir
donde aparezca su nombre. Ésos, dice el Señor, ya recibieron su
recompensa.
El amor verdadero no puede estar junto a la jactancia o la
soberbia. Aquí están los “santos”. Hermanos nuestros que han
sido y son felices porque ya han encontrado a Dios, porque ya
tienen a Dios. Viven con amor, viven en el amor, viven para el
amor y en ellos no se encuentra más que amor, con las
características que enumera San Pablo en la Carta dicha.
¡Qué a toda madre! ¿Verdad? Pues vamos a echarle todas
las pinches ganas a amar así. Con un poco más de gûevitos
se puede. Si pudieron y pueden los santos, los santos que
no son de otra madera diferente a la nuestra, ¿Por qué
chingaos no vamos a poder nosotros? Cuántos hay que
dicen: “Sí, pero ellos eran santos”. No, no eran santos, se
hicieron santos. Y se hicieron santos a punta de esfuerzo,
de dedicación, poniéndole muchos gûevos a la vida, pero a
la vida cristiana, es decir, viviendo en gracia de Dios. Y al
decir muchos, no me refiero a la cantidad, porque también
ellos tuvieron y tienen sólo dos, como todos, pero los
supieron utilizar bien. ¿Qué nosotros no podremos? ¡Claro
que podemos!
Claro que no es un trabajo fácil, pero tampoco
imposible. Está al alcance de todos, porque todos
tenemos que ser santos para podernos salvar. Si no
somos santos nos llevará la chingada. Pero este grado
de amor, de perfección, requiere humildad, una real
actitud de fe y de esperanza… no nos olvidemos que
todo es don de Dios; pero el hombre no está dispuesto,
muchas veces, en actitud de recibirlo, prefiere vivir en
el egoísmo. Debemos vivir en actitud de humildad y de
fe que nos hagan dignos de recibir de Dios el don
incomparable de su amor.
Cuesta trabajo y sacrificio, todo lo que vale la pena
cuesta. Acuérdense de aquel comercial que salía en la
televisión y que decía: “si las cosas que valen la pena
fueran fáciles, cualquier pendejo las haría”; pero no,
alcanzar la felicidad temporal y eterna no es “enchílame
otra” como dice el ranchero, por eso hay mucho
“pendejo” que no es feliz en esta vida, ni será feliz en la
eternidad, porque no es fácil. Recuerden que el reino de
los cielos sufre violencia, y sólo los violentos la
conquistarán. Ya les traduje este texto, lo hago otra vez:
“Para ir al cielo se requieren muchos gûevos, y sólo
quienes los tengan, más bien, los que los pongan a
trabajar, (en el bien), lo lograrán”.

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