Grados en El Amor
Grados en El Amor
Grados en El Amor
en el
aprendizaje del amor
Jesús Díaz Maldonado
En base a la
Introducción a la filosofía
de Raúl Gutiérrez Sáenz
Les expongo los grados del amor, en
atención a los que todavía no se casan,
pero que pretenden hacerlo, para que le
piensen y examinen su noviazgo y el amor
que se tienen; para que vean si ya están o
no preparados para un futuro y feliz
matrimonio.
Para esto me valgo del autor Raúl
Gutiérrez Sáenz y de su libro “Introducción
a la Filosofía” de la Editorial Esfinge.
Hay varias clases de amor o varios grados,
cada uno diferente al otro y mejor que el
otro, mientras vamos madurando en él,
hasta llegar al máximo grado que es la
“caridad”.
Digamos algo de cada uno, para aclarar y
entender cuál es el grado propio del
matrimonio y no se cometa la “pendejez”
de casarse cuando todavía no se debe
casar.
Es el propio del bebé. Se trata de una vivencia de atracción,
unidad, de complementación y de armonía del bebé con su mamá.
Así tiene que ser, el bebé sin su mamá no es nada. De todo y por
todo depende de su mamá. El adulto debe de superar este nivel.
Ciertamente que entre los adultos también habrá atracción,
armonía y complementariedad, pero no en el sentido que se da en
los bebés.
La realidad y lo desastroso está en que muchos y muchas, se casan
con este grado de amor, sobre todo las mujeres, se casan para
depender “del todo” del marido; y el marido, en nuestra pendeja
cultura machista, asume y acepta esta forma de pensar. La
muchacha se casa “para que la protejan”, “para que la mantengan”,
“para que se la cojan”… todo, todo, en forma pasiva.
Cuántas muchachas tienen una carrera, se casan y no la ejercen,
mutilándose intelectualmente. Muchas veces no trabajan porque el
marido “por celos”, no las deja trabajar. Tiene miedo que se la
ganen. Por eso muchas muchachas no estudian porque dicen: ¿para
qué? si me voy a casar y no me van a dejar trabajar. Muchas
pendejas, entierran sus talentos. Pero más pendejos ellos, los
maridos que, con su complejote de inferioridad, no dejan que sus
esposas trabajen, siendo profesionistas, porque tienen miedo que
sean más chingonas que ellos, que ganen más que ellos y se sientan
con derecho a gritarles o a humillarlos. Pero ¿En qué están pues
fundamentando su matrimonio?
Cuantas mujeres profesionistas hay, empresarias, abogadas,
políticas, artistas, etc. Que han sabido compaginar su profesión
con el hogar, con el matrimonio. Pero han sabido también escoger
maridos inteligentes que no les han obstaculizado el camino para
crecer.
Cuando no se ha superado este grado de amor, se tienen muchos
problemas en el matrimonio. Ella no se despega de sus papás y,
en cualquier problemita corre con su mamá. Pero también ellos,
cuando no han superado este grado: “¿Y por qué no haces los
frijoles como los hace mi mamá”?, y todo como su mamá… La
mujer acaba tronando y un buen día le dice: ¡Ya estoy hasta la
chingada que para todo me saques a tu madre, si tanto la
extrañas, pues lárgate con ella! ¿Me equivoco? ¿Estoy exagerando?
¡!No lo creo! Lo he visto.
Es cuando el que ama, lo quiere todo para sí mismo. Amor
exclusivista. Es como el querer una cosa. “Mi casa”, “mi carro”,
“mi mujer”. Como con derecho de propiedad. La mujer es de él,
por eso él la puede “utilizar”. Y muchas mujeres pendejas así lo
dicen, cuando hablan de las relaciones sexuales: mi marido me
“usa”.
Es el típico amor posesivo, celoso, interesado…”pendejo”. No
pueden “otros” ver a tu mujer, porque ya estás enojado, celoso:
¿“Qué chingaos te ve ese”? Por eso muchas muchachas se casan y
descuidan su físico; al año de casadas ya está panzonas,
guandajonas… ya no se maquillan, ya no se arreglan, para que no
las chuleen los demás, porque el marido se les enoja, se les
encela. ¡Pendejas ellas¡ pero más pendejos ellos, son la causa de
que en su hogar no tengan a una mujer bonita, atractiva,
“buenota” y, después andan buscando fuera lo que, por su culpa,
no tienen en su casa. No pueden ir a ninguna parte, ni a visitar a
sus papás, porque ya te está llevando la madre de celos y de
sospechas. Y otro tanto decir de la mujer; le están contando los
minutos que debe durar del trabajo a la casa y si no llega a la hora
indicada, ya están esperándolo con la uñas de fuera, con la tranca
de la puerta; y empiezan las sospechas y los reclamos: ¿“por qué te
tardaste tanto”? ¿A dónde fuiste? ¿Con quién andabas? ¿Me
equivoco? ¿Estoy exagerando? ¡!No lo creo! Lo he visto.
¿Estos serán matrimonios felices? ¡Ni madres¡
Sobre encima de esto, está, debe de estar la comprensión. Tener
la capacidad de meterse en el mundo interior del “otro”. Para
esto es indispensable el diálogo entre los esposos; para conocerse
íntimamente, saber lo que cada uno piensa, qué concepto tiene
de todas las realidades que rodean al matrimonio para que no allá
sorpresas. Hay que “saber escuchar”. Andan tristes,
melancólicos, sensibles o enojados… y no saben por qué. Hay que
conocerse por dentro, no sólo por fuera. Esto no será posible si
entre la pareja “no hay amor”. Verdadero amor. Que no debe
confundirse con los grados que hemos dicho. Este grado se da,
sobre todo, y de manera especial entre los amigos verdaderos. La
incomprensión es la queja de “muchas” esposas y de no pocos
“esposos”.
Es un grado engañoso para los que pretenden casarse, como sí se
comprenden, como sí saben ponerse en el lugar del otro; como
luego se dice, se saben poner en los zapatos del otro. (Eso es la
empatía). Lloran cuando el otro llora, se entristecen cuando el
otro se entristece, se interesan por los problemas del otro y
hasta tratan de resolvérselos… piensan que por eso, ya son el uno
para el otro, y cometen la “pendejez” de casarse motivados por
esta forma de amor. No, todavía no es el momento; hay que
pasar a grados más avanzados de madurez.
Decimos que dos personas empalizan cuando se interesan el uno
por el otro, pero también se respetan: respetan el modo de ser y
de pensar. Se comprenden mutuamente, pero no se identifican.
Mantienen su propia identidad, mantienen las diferencias, y no
pretenden hacerse cambiar. No se manipulan. No pretenden que
prevalezca el criterio y la forma de pensar propios. Si todavía no
hay este comportamiento, aún no están maduros para el
matrimonio. Pero la empatía no debe de faltar en el matrimonio.
¡Cómo falta la empatía en muchos matrimonios! En nuestra
méndiga cultura machista, el criterio del “macho” es el que
debe prevalecer. La mujer no tiene voz ni voto. como él es el
que da el “chivo”, como es él el que los mantiene… nadie
puede sugerir ni dar otras razones, aunque sean mejores, el
único que habla, dice, sugiere, manda, los únicos chicharrones
que truenan, son los del “macho”.
Y ahí tenemos a las esposas, humildes, sumisas, agachadas,
humilladas, golpeadas… ¡Pendejas! Y no sólo eso, el marido hasta
tiene derecho de tener otras mujeres y su esposa no tiene por qué
reclamarle.
¿Saben por qué una esposa soporta a un marido borracho,
golpeador, mujeriego, infiel, adúltero y demás chingaderas a las
que los “machos” mejicanos están acostumbrados?
¿Quién fue el pendejo que les dijo que el matrimonio era para
maltratar a una mujer? ¿Para humillarla? ¿Para tratarla peor que
una sirvienta? Y a ustedes mujeres ¿Quién les dijo que el
matrimonio era para soportar un marido borracho, humillador,
infiel y mujeriego? ¿Qué no saben que el matrimonio es un
camino de felicidad y eterna? ¿Qué no saben que su marido debe
ayudarlas a realizarse como personas y como cristianas? ¿Qué no
saben que el matrimonio debe de ser la antesala de cielo y no la
del infierno?
Si no saben esto ¿Entonces qué chingaos saben?
Segundo, por ignorantes.
Sí, porque, como un día, el día que se casaron dijeron que “hasta
la muerte”; ándale pues, vieja “pendeja”, hasta la muerte,
(mejor dicho: hasta que te maten). Y muchas dicen: es que esa
fue mi suerte. ¿Suerte? ¿Qué te sacaste a tu marido en una rifa?
No. No seas pendeja, ¿Tienes un marido así? ¡Mándalo a chingar a
su madre! El que sea tu marido no tiene derecho a que te
humille, a que te maltrate y menos a serte infiel. ¿Cruz? Sí, el
matrimonio es una cruz. Como la soltería es una cruz. Como la
vida consagrada es una cruz. La enfermedad, la pobreza, la
soledad… Esa es la cruz que hay que cargar para acompañar a
Cristo en su pasión. No esa cruz inventada por un marido
“macho”, que por “macho” humilla, que por “macho” es
adúltero…
Tercero, por miedo.