Clase 31
Clase 31
Clase 31
resucitado!
Los relatos de la
resurrección en los
evangelios
Preámbulo
Aproximación al texto
Recursos estilísticos
Nueva corporeidad
Tristeza-gozo
Segundo relato:
Magdalena y el
jardinero
Jn. 20, 11-17
María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se
inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la
cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le
dijeron: ¿Por qué lloras, mujer?” Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor
y no sé dónde le han puesto. En diciendo esto, se volvió para atrás y vio a
Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús. Díjole Jesús: Mujer,
¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo:
Señor, si le has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré. Díjole.
Jesús: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: ¡Rabboni!, que quiere
decir Maestro. Jesús le dijo: Deja ya de tocarme, porque aún no he subido al
Padre; pero ve a mis hermanos y dile: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi
Dios y a vuestro Dios”
Tercer relato: la
pesca milagrosa
Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se
manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de
Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: “Voy a pescar.”
Le contestan ellos: “También nosotros vamos contigo.” Fueron y subieron a la barca, pero aquella
noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían
que era Jesús. Díceles Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis pescado?” Le contestaron: “No” Él les dijo:
“Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla
por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: “Es el Señor”,
se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la
barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos
codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús:
“Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.” Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena
de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice:
“Venid y comed.” Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, sabiendo
que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.
Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de
resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón
Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes
que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis corderos.” Vuelve a decirle por
segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te
quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas.” Le dice por tercera vez: “Simón
de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez:
“¿Me quieres?” y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.” Le dice
Jesús: “Apacienta mis ovejas. “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú
mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus
manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.” Con esto indicaba la
clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”
Las brasas
Identidad de Pedro
La identidad de la Iglesia