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LA CONSTITUCIÓN
COMO NORMA JURÍDICA SUPREMA
Y COMO FUENTE DEL DERECHO
PROF. DR. EUGENIO M. RAMÍREZ CRUZ
2023 LA IDEA DE CONSTITUCIÓN COMO OBRA DE LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA
La idea de Constitución como norma jurídica suprema es
obra de la Revolución norteamericana, a través de un proceso de creación jurisprudencial que suele situarse en la célebre sentencia del juez Marshall en 1803, en el caso Marbury vs. Madison, que a su vez tiene su antecedente en otras decisiones judiciales producidas en las colonias y en determinados acontecimientos políticos ocurridos en la metrópoli, lo cual hizo preguntarse a los colonos la idea de un poder superior al legislador inglés y al propio legislador colonial. En la célebre sentencia de Marshall se planteaba la cuestión de si una ley votada por el Congreso y contraria a la Constitución podría continuar siendo aplicada. En el fondo, de lo que se trataba realmente era de fortalecer los poderes de la federación frente a los poderes de los Estados. Marshall proclama la superioridad jerárquica de la Constitución: “O la Constitución es superior a todo acto legislativo no conforme con ella, o el poder legislativo puede modificar la Constitución con una ley ordinaria”. O la Constitución es una ley superior no modificable por el procedimiento ordinario, o se halla en el mismo plano que los actos legislativos ordinarios y, como ellos, es siempre modificable por la legislatura. Surge rápidamente así en Norteamérica la idea de una Justicia Constitucional y el control de la constitucionalidad de las leyes. En cambio, Europa, reacia a este aporte del constitucionalismo norteamericano, continuará manteniendo la idea de la supremacía de la ley como expresión de la voluntad popular. Prueba de ello es que la III República francesa, quizás la expresión más genuina del constitucionalismo liberal, no emplee el término “Constitución”, sino el de “Ley”. La elaboración científica del concepto normativo de Constitución es debida mayormente a la dogmática alemana del siglo XIX, a partir de la cual se inicia el proceso de juridificación de todo el Derecho público. De acuerdo con la tradición norteamericana, la configuración de la Constitución como norma jurídica va indisolublemente unida a su concepción como norma jurídica suprema. La Constitución es una especie de superley, de norma normarum, que ocupa el vértice de la pirámide normativa. Por dos razones: 1) porque su propio establecimiento y procedimiento de reforma suponen la existencia de una serie de requisitos que no cumplen las demás disposiciones normativas, y 2) porque sirve de parámetro, a través del control de constitucionalidad de las leyes, de las demás normas jurídicas. Es decir, la idea de norma conlleva, necesariamente, la idea de sanción. Pero a la vez, ya en el terreno político -porque la Constitución en un Estado democrático, se convierte en el punto de encuentro de las fuerzas políticas, en su mínimo común denominador-, hay que proteger ese punto de encuentro, mediante la elevación de la Constitución a la categoría de super-rey, como consecuencia “de la falta de homogeneidad de las fuerzas políticas y como la búsqueda de una garantía para una situación de equilibrio tendencialmente precaria” (Predieri) LA IDEA DE CONSTITUCIÓN COMO NORMA JURÍDICA Y SUPREMA
En este sentido, de acuerdo con Pérez Serrano, requiere
una serie de precisiones: La Consideración de la Constitución como norma jurídica plantea el problema de si todos los preceptos de la Constitución admiten la consideración de norma jurídica. Para que se de esa condición, todos y cada uno de sus preceptos, en caso de ser violados, deben llevar aparejada la correspondiente sanción jurídica (aunque existan preceptos que son normas declarativas o descriptivas). Esto es independiente de la existencia o no de una jurisdicción constitucional, la cual no es un presupuesto para que la Constitución sea norma jurídica, sino una consecuencia de esta condición. La cuestión se complica en los Estados constitucionales contemporáneos, ya que las Constituciones no son, a diferencia del Estado liberal, algo homogéneo, pudiendo predicarse una diferente eficacia jurídica de sus preceptos. De todos modos, todos y cada uno de los preceptos constitucionales tienen la condición de norma jurídica. Es difícil encontrar preceptos carentes de eficacia jurídica. Pero no todos tienen la misma naturaleza. Junto a la existencia de normas directamente aplicables, como son las relativas a los derechos fundamentales y a las libertades públicas o las normas organizativas de los poderes públicos, se encuentran otros preceptos que no tienen esa condición, ya que o bien suponen remisiones normativas, o bien poseen un cierto carácter programático, siendo su finalidad primordial orientar la actuación de los poderes públicos. Pero ello no quiere decir que carezcan de la condición de normas jurídicas, pues la Constitución es siempre norma jurídica, aunque no sólo norma jurídica. CLASES DE NORMAS CONSTITUCIONALES
En suma, todos los preceptos constitucionales tienen la
condición de norma jurídica, convirtiéndose en parámetros para apreciar la constitucionalidad de otras normas. Pero dentro de la Constitución, hay diferentes clases de normas: - Normas adjetivas u orgánico-procedimentales y de normas sustantivas y de contenido. - Normas relativas a los derechos fundamentales; normas que suponen auténticas garantías institucionales, que no engendran derechos subjetivos; normas que suponen auténticos mandatos al legislador, que son auténticas fuentes de Derecho objetivo e imponen obligaciones, y principios fundamentales, que tienen un mero valor programático. El tema de la aplicabilidad de las normas constitucionales debe ser puesto en relación con la heterogeneidad de las mismas, pudiéndose hablar de una pluralidad de normas constitucionales (imperativas, prescriptivas, descriptivas, habilitantes, estructurales, directivas, organizatorias, etc.), reveladoras del diverso grado de su eficacia. En suma, hay que proclamar el carácter abierto de los preceptos constitucionales como característica propia, aunque no exclusiva, de este tipo de normas. Como señala Hesse, “la Constitución también puede tener interés en no someter a normas jurídicas un determinado ámbito vital, o bien hacerlo sólo bajo algunos aspectos: determinadas cuestiones, como, p. ej., la Constitución económica, la Norma Fundamental los deja abiertos al objeto de dejar en ellos libre espacio a la discusión, decisión y configuración (…). El Derecho Constitucional crea reglas de actuación y de decisión políticas, proporciona a la política directrices y puntos de orientación, pero sin que pueda substituirla. Por ello, la Constitución deja espacio para la actuación de las fuerzas políticas. Cuando la Constitución no regula numerosas cuestiones de la vida política, o lo hace sólo a grandes rasgos, hay que ver con frecuencia también en dicha actitud una garantía constitucional de la libre discusión y de la libre decisión de estas cuestiones”. No debe olvidarse que la Constitución no es “una unidad sistemática ya cerrada, bien sea ésta de tipo lógico- axiomático o bien basada en una jerarquía de valores” (Hesse).
Hoy parece comúnmente aceptado que la Constitución
debe permanecer incompleta e inacabada, cumpliendo los mecanismos de reforma constitucional una función de defensa de la propia Constitución, a fin de que el Derecho Constitucional, que va más allá del propio texto escrito, pueda ir experimentando las correspondientes transformaciones. Si la Constitución quiere resolver los diferentes problemas y situaciones cambiantes que se presentan, su contenido debe estar abierto al tiempo. Y ello porque la Constitución escrita debe ser complementada por un Derecho Constitucional no escrito que impida la petrificación de los conceptos y de las formas constitucionales que resulten incapaces de disciplinar la realidad política, tratando, en lo posible, de evitar esa tensión dialéctica entre forma y sustancia. Y es que si bien la Constitución no puede ser considerada como un programa político, sino como un marco jurídico normativo, también hay que proclamar su dimensión axiológica, en el sentido de que no es una norma neutra, sino que responde a una determinada concepción valorativa, que debe permitir la adaptación de la Constitución a las nuevas realidades emergentes. Por ello, “la revisión constitucional sólo se plantea allí donde la misma amplitud y apertura de la Constitución no es capaz de dar respuesta a los problemas planteados por una situación determinada” (Hesse). Ciertamente, la Constitución es una norma jurídica, pero no sólo norma jurídica, ya que es un modo de ordenación de la vida social en el que la titularidad de la soberanía corresponde a las generaciones vivas, y donde los gobernados disponen de unos ámbitos reales de derechos y libertades que les permiten en el control efectivo de los titulares ocasionales del poder (Rubio Llorente). Es decir, la Constitución, en cuanto norma que es, viene también condicionada por la realidad histórica. Y es que el propio concepto normativo de Constitución ya entró en crisis en la época de Weimar, haciéndose necesaria la distinción entre concepto formal y material, por lo cual no hay un concepto de Constitución unánimemente admitido. No todos aceptan la tesis de que todos los preceptos constitucionales sean normas jurídicas. Según Garrido Falla, para ello se necesita, además, que consistan en un mandato, en una prohibición, con la consiguiente sanción por incumplimiento, o, en fin, que determinen esferas de poder y deber exigibles entre sujetos determinados. Otros (A. Nieto) hablan de la existencia de normas completas, en las que se producen todos los requisitos para predicar su condición de tal, y normas incompletas, cuando faltan algunos de estos requisitos.
En otras palabras, si bien todos los preceptos
constitucionales tienen la condición de normas jurídicas, la eficacia de las mismas es distinta. Mientras unas son normas de aplicación directa, otras son normas de aplicación diferida. La consideración de la Constitución como norma jurídica, que tiene su fundamento en el principio democrático, se desprende de forma inequívoca de determinados preceptos del ordenamiento jurídico. Así habría que mencionar el art. 38 cuando dispone que todos los peruanos tienen el deber de respetar, cumplir y defender la Constitución y el ordenamiento jurídico de la Nación, lo cual es una novedad frente al concepto clásico de Constitución, que ya no se dirige sólo a los poderes públicos. Este precepto tampoco debe ser tenido por determinante, pues la Consideración de la Constitución como norma jurídica suprema es independiente de la existencia del mismo. Lo mismo se puede decir, y en mayor medida aún, del art. 51 cuando estipula que la Constitución “prevalece sobre toda norma legal”. LOS PRECEPTOS CONSTITUCIONALES COMO NORMAS JURÍDICAS
El afirmar que todos los preceptos constitucionales tienen
la condición de normas jurídicas conlleva una serie de consecuencias. La violación de las normas constitucionales, cualquiera que sea su eficacia, conduce, a modo de sanción, a la declaración de inconstitucionalidad de la norma infractora. Es decir, la Constitución ocupa el vértice de llamado “bloque de constitucionalidad”, el cual está compuesto también por otras normas, las llamadas “normas interpuestas”, que tienen la doble condición de ser uno de los objetos posibles de control de constitucionalidad, y actuar también como parámetros para apreciar la constitucionalidad de otras normas. No siempre la idea de Constitución como norma jurídica ha sido plenamente asumida. En España, entre 1980 y 1982, la jurisprudencia la entendió como un texto programático y nunca directamente aplicable. Posteriormente, numerosas ejecutorias del tribunal constitucional español niegan el carácter programático de los preceptos constitucionales, señalando que la Constitución no es un mero catálogo de principios, sino una auténtica norma jurídica, directamente aplicable en materia de derechos y libertades. Así, la SSTC 16/1982 señala que “conviene no olvidar nunca que la Constitución, lejos de ser un mero catálogo de principios de no inmediata vinculación y de no inmediato cumplimiento hasta que sean objeto de desarrollo por vía legal, es una norma jurídica, la norma suprema de nuestro ordenamiento (…). Por ello, es indudable que sus preceptos son alegables ante los tribunales”. Luego de esto, la jurisprudencia ordinaria asumió, también de forma inequívoca, el carácter normativo de la Constitución. LA CONSTITUCIÓN COMO FUENTE DE DERECHO
La doble condición de la Constitución como norma jurídica
y como norma suprema la configura no sólo como fuente del Derecho, sino como norma reguladora del propio sistema de fuentes.
La consideración de la Constitución como norma suprema
y como norma delimitadora del sistema de fuentes del Derecho plantea el problema de si existe algún límite a esta supremacía constitucional. La cuestión apunta a la problemática del Derecho Internacional y, más en concreto, al Derecho Comunitario europeo. La interpretación del art. 95.1 de la Constitución española, cuando exige la previa revisión constitucional en el supuesto de la celebración de un Tratado internacional que contenga estipulaciones contrarias a la Constitución, no puede ser otra que la de proclamar que los Tratados solamente son válidos si se sujetan a los contenidos constitucionales. De alguna manera el art. 57, 2º párrafo de la Constitución peruana estipula también que “cuando el tratado afecte disposiciones constitucionales debe ser aprobado por el mismo procedimiento que rige la reforma de la Constitución, antes de ser ratificado por el Presiente de la República”. Es decir, aquí como en España, resulta clara la supremacía de la Constitución sobre los Tratados internacionales, pues es la Constitución la que les proporcional a validez y aplicabilidad necesarias. Un supuesto distinto es el contemplado en el art. 93 de la Const. Española, en virtud del cual se permite la transferencia a organizaciones internacionales de competencias estatales. Esta posibilidad, que España materializó con su ingreso a la Unión Europea, “sí que puede suponer una cierta limitación al principio de supremacía constitucional, pues el Derecho Comunitario prevalece sobre todo tipo de normas procedentes del Derecho interno, incluidas las normas constitucionales”. Pero esta prevalencia de las normas comunitarias encuentra también su fundamentación en la propia Constitución. A partir de su adhesión, España está vinculada al Derecho Comunitario, originario y derivado, el cual constituye un ordenamiento jurídico propio integrado en el sistema jurídico de los Estados miembros y que se impone a sus órganos jurisdiccionales. La sentencia Costa/ENEL, de 15- 7-1964, del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (TJCE), afirma la supremacía del Derecho comunitario sobre cualquier clase de norma interna, ya que “al Derecho nacido del Tratado, en razón de su naturaleza específica original, no puede oponérsele judicialmente un texto interno, de cualquier clase que sea, sin perder su carácter comunitario y sin que se cuestione la propia base jurídica de la Comunidad”. Al proclamar esta primacía del Derecho comunitario sobre el Derecho interno de cualquier rango, incluso constitucional, esta jurisprudencia ha adaptado a las particularidades del contexto jurídico comunitario las normas de Derecho Internacional que reconocen la supremacía de este Derecho sobre el Derecho interno, como se indica en el art. 27 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados: “Una parte no podrá invocar las disposiciones de su derecho interno como justificación del incumplimiento de un tratado”. De hecho, la mayoría de las Constituciones de los Estados europeos miembros han sido modificadas para permitir el proceso de integración. El proceso de construcción europea se ha traducido con frecuencia en nuevos Tratados acompañados de simultáneas reformas constitucionales. De este modo, el Tratado de Maastricht, independientemente de cualquier control de constitucionalidad, motivó la previa modificación de la base constitucional de la adhesión en Irlanda del Norte (nuevos apartados 4 y 5 del art. 29 de la Const.) y Portugal (nuevo art. 7.6 de la Const. Portuguesa). No obstante, esta prevalencia de las normas comunitarias encuentra también su fundamentación en la propia Constitución, con lo cual se solventan los problemas que pudiera plantear el principio de la supremacía constitucional.
El Tribunal Constitucional español, en relación a la
supuesta contradicción de los tratados por las leyes o por las disposiciones normativas posteriores establece que ésta no es cuestión que afecte a su constitucionalidad. Al respecto, la sentencia del TC español 64/1991, de 22 de marzo, hacía referencia a “la naturaleza no constitucional del conflicto entre Derecho Comunitario europeo y el ordenamiento jurídico”. CONCLUSIONES
La configuración de la Constitución como norma jurídica, y
no como un simple documento político, debe ser entendida en el sentido de reivindicar el carácter normativo de todos y cada uno de sus preceptos, aunque debe matizarse esta afirmación pues no todas las normas aparecen configuradas en los mismos términos de abstracción o concreción, ni todas ellas están amparadas por las mismas garantías, al existir mecanismos adicionales de protección para asegurar la virtualidad de algunas de ellas, lo que hace distinguir entre materias en las que la Constitución es de aplicación o eficacia directa, de aquellos otros preceptos constitucionales que no gozarían de aquella condición por requerir para ello de una previa legislación de desarrollo. Y es que el texto constitucional no engloba toda la realidad constitucional: a) Por un lado, la Constitución es una norma cualitativamente distinta de las demás. Ella es una norma fundamental y fundamentadora de todo el orden jurídico, ya que incorpora el sistema de valores que ha de constituir el orden de convivencia política. Por ello, la Constitución es una super-ley, una norma normarum, que se encuentra en la cúspide del ordenamiento jurídico, del cual forma parte. Si bien se puede afirmar que no todos los preceptos constitucionales vinculan de igual modo, también hay que considerar a la Constitución como norma creadora del sistema de fuentes, pues regula el procedimiento de creación y modificación de las demás normas.
b) Por otro lado, la Constitución, al ser la norma sobre la
producción jurídica por excelencia, se convierte en norma suprema y supralegal, entendiendo por tal “aquella cualidad que le presta a a una norma su procedencia de una fuente de `producción (y por lo mismos de modificación) jerárquicamente superior a la de la ley” (Aragón). CONSECUENCIAS
(i) La Constitución es una norma de aplicación directa,
es auténtico Derecho. Ello no quiere decir que sea un todo homogéneo, aunque todos sus preceptos tienen naturaleza de norma jurídica, sino que en ella es preciso advertir una serie de partes, una de aplicación directa y otras que o bien precisan un desarrollo normativo posterior, o bien condicionan en un determinado sentido la actividad y el comportamiento de los poderes públicos y de los ciudadanos. (ii) Se crea un sistema de Justicia Constitucional que supone que el Derecho Constitucional adquiere una virtualidad plena. Aunque ello no debe hacernos olvidar la importante función reservada a los Tribunales ordinarios en el ámbito de aplicación de la Norma Fundamental, ya que el TC solamente posee el monopolio de rechazo de las normas que sean contrarias a la Constitución. (iii) Finalmente, el establecimiento de la cláusula derogatoria, en virtud de la cual “quedan derogadas cuantas disposiciones se opongan a lo establecido en esta Constitución”. Todo ello plantea la cuestión de la vigencia o no de la llamada legislación preconstitucional, así como la diferenciación entre los supuestos de derogación e inconstitucionalidad sobrevenida. La sentencia del TC español de 28-7- 1981, reconoció que la promulgación de la Constitución no implica, per se, la ruptura de la continuidad del ordenamiento jurídico más que con respecto a aquellas normas que no puedan ser interpretadas conforme a la Constitución. La capacidad derogatoria es una característica común a toda norma jurídica y viene a suponer que la Constitución se manifiesta como una ley superior y como una ley posterior, siendo la norma primaria por excelencia, pues es la única que emana directamente del poder constituyente.