Recordaba muy bien que llevaba tricornio con penacho y uniforme bordado en oro, pero no se había fijado en el capote, ni en el color del carruaje, ni en los caballos y ni siquiera en si llevaba lacayo detrás y cómo era su librea.
Edgard desdeñó la ignominia de un aire tan impuro, y se recluyó otra vez en sus magnas residencias, en sus mansiones, donde a placer se le ofrecían las beatitudes de una existencia inimitable, y donde se alzaba el telón de encaje
bordado de perlas, para descubrir el espectáculo de la miseria y el dolor.
Emilia Pardo Bazán
Ovoide y armada de ballenas, comenzaba por tres molduras circulares; después se alternaban, separados por una banda roja, unos rombos de terciopelo con otros de pelo de conejo; venía después una especie de saco que terminaba en un polígono acartonado, guarnecido de un bordado en trencilla complicada, y de la que pendía, al cabo de un largo cordón muy fino, un pequeño colgante de hilos de oro, como una bellota.
Pero Carlos no disimulaba nada, le llamaba «mi mujer», la tuteaba, preguntaba por ella a todos, la buscaba por todas partes y muchas veces se la llevaba a los patios donde de lejos le veían, entre los árboles, estrechándole la cintura y caminando medio inclinado sobre ella, arrugándole con la cabeza el bordado del corpiño.
Habrían bordado aquello sobre algún bastidor de palisandro, mueble gracioso que se ocultaba a todas las miradas, delante del cual habían pasado muchas horas y sobre el que se habrían inclinado los suaves rizos de la bordadora pensativa.
Como nunca podría, con un traje de terciopelo de manga corta, en un piano de Erard, en un concierto, tocando con sus dedos ligeros las teclas de marfil, sentir como una brisa circular a su alrededor como un murmullo de éxtasis, no valía la pena aburrirse estudiando. Dejó en el armario las carpetas de dibujo y el bordado.
30 El 20 proyecto fue: que todos los que por ordenanza, decreto, ó estatuto deban á puedan traer bandas, inclusos los Grandes Oficiales de la Legion de Mérito de Chile, la usasen del modo ordinario, y acostumbrado, y porque la banda que sirve de divisa al Supremo Director del Estado, debe diferenciarse de las otras de suerte que jamás se confunda con ellas, y que sea bastante notable la diferencia, serán peculiares y privativos de ella los dos colores blanco y azul que la distinguen en la forma que hasta ahora se han usado, y en ella se pondrá un sol bordado de oro en la parte que cruza desde el hombro hasta el costado de modo que caiga sobre el pecho, y se haga bien visible.
Sí, ésa es la vida, cazar con los nobles, más brutos y más lerdos que los campesinos de mi tierra, galopando vestido con un casacón rojo, tras del alazán del Duque chocho y obtuso; vestirse con otro casacón blanco, con un chaleco de seda bordado de colores y con medias y zapatos femeninos para hacer piruetas de maromeros y grotescos dengues al poner el cotillón en casa de Madame la Princesse Tres Estrellas...
Es una obsesión enfermiza casi; al dormirme la veo vestida con el corpiño de seda roja que llevaba en Ginebra, llamarme con la mano pálida; al abrir los ojos, lo primero en que pienso es en ella y al hacer un esfuerzo para recordar las impresiones del sueño, me parece que entre la oscuridad de éste ha pasado, vestida de blanco, con un vestido cuya falda cae sobre los pies desnudos, en una orla de dibujo bizantino, de oro bordado sobre la tela opaca, y llevando en los pliegues níveos del manto que la envuelve, un manojo de lirios blancos...
El Gaviota posó sus ojos en el Áncora y vio brillar en su pecho un flamante escapulario, todo bordado de oro y lentejuelas, aquel que él esperaba ver sobre el suyo como prenda de amor.
Entonces vivía en el interior del castillo, en una silla de terciopelo, o yacía sobre el regazo de la señora principal. Me besaban en el hocico y me secaban las patas con un pañuelo
bordado.
Hans Christian Andersen
sa-hibu l hemmi li in-nel hemma… A veces el sedero se encontraba con la mirada del barberillo fija en él, y entonces experimentaba una especie de ansiedad extraña, un género de incomodidad, que le hacía mover la cabeza como si el cuello de su abotonado chaleco
bordado en oro le ajustara demasiado en torno del pescuezo; pero Mahomet se vengaba de esta molestia no recurriendo jamás a los servicios del barberillo.
Roberto Arlt