Doña Teresa había muerto al sentir en su mano los besos y las lágrimas del Capitán Veneno, y una sonrisa de suprema felicidad vagaba todavía por los entreabiertos labios del cadáver. A los gritos del consternado huésped, seguidos de lastimeros ayes de la
criada, despertó Angustias...
Pedro Antonio de Alarcón
Y bailaron el cochero y la cocinera, el criado y la
criada, y todos los huéspedes, hasta la misma badila y las tenazas, si bien éstas se fueron al suelo a los primeros pasos.
Hans Christian Andersen
No era asunto de mi incumbencia, claro está, pero lo mismo me dediqué pertinazmente a reflexionar sobre la solución del enigma. Por fin llegué a una conclusión que me asombró no haber columbrado antes: «Se trata de una criada, por supuesto -me dije-.
Regaló un hermoso reloj al médico y veinticinco duros a la
criada, y con todo ello se pasó en aquella casa un verdadero día de fiesta, a pesar de que la respetable guipuzcoana estaba cada vez peor de salud.
Pedro Antonio de Alarcón
Las asustadas fueron las tres buenas mujeres: doña Teresa por pura humanidad; Augustias, por cierto empeño hidalgo y de amor propio que ya tenía en curar y domesticar a tan heroico y raro personaje, y la
criada, por terror instintivo a todo lo que fuera sangre, mutilación y muerte.
Pedro Antonio de Alarcón
Igualmente profundo, aunque vario en su naturaleza y expresión, era el terror que sentían la madre... y la
criada. Temía la noble viuda, primero por su hija, después por el resto del género humano, y en último término por sí propia; y temía la gallega, ante todo, por su querido pellejo: en segundo lugar, por su estómago y por el de sus amas, pues la tinaja del agua estaba casi vacía, y el panadero no había aparecido con el pan de la tarde, y, en tercer lugar, un poquitillo por los soldados o paisanos hijos de Galicia que pudieran morir o perder algo en la contienda.
Pedro Antonio de Alarcón
Y no hablamos del terror de la hija, porque, ya lo neutralizase la curiosidad, ya no tuviese acceso en su alma, más varonil que femenina, era el caso que la gentil doncella, desoyendo consejos y órdenes de la madre y lamentos o aullidos de la
criada, ambas escondidas en los aposentos interiores, se escurría de vez en cuando a las habitaciones que daban a la calle, y hasta abría las maderas de alguna reja, para formar exacto juicio del ser y estado de la lucha.
Pedro Antonio de Alarcón
Alicia se llevó tal susto que salió corriendo en la dirección que el Conejo le señalaba, sin intentar explicarle que estaba equivocándose de persona. - ¡Me ha confundido con su criada!
Del juez y de don Gonzalo Las averiguadas muertes En una sola sentencia Se vengaron de esta suerte: Condenóse allí a don Juan A morir, si se le hubiere; Mas nadie pensó en buscarle, Como continuo acontece. A Sirena por diez años A reclusión, y por siete A la criada, mandando Que al de Aguilera lo entierren.
Dicha pretensión no resultó del todo despreciable para la damita, y el aire de campo encontró los medios -con asistencia de la criada- de entrar por la noche en los aposentos de la princesa.
-¡Yo no voy! -gruñó la
criada-. Esos que oyéronse ahora fueron también tiros, y las señoras no querrán que me fusilen al cruzar la calle.
Pedro Antonio de Alarcón
¡Se precisa ser tonto para no pensar antes en algo tan obvio!» Miré nuevamente la lista de pasajeros, descubriendo entonces que ninguna criada habría de embarcarse con la familia, aunque por lo visto tal había sido en principio la intención, ya que luego de escribir: «y criada», habían tachado las palabras.