59 La bononiense Rufa a Rúfulo chupa, la mujer de Menenio, la que a menudo en los sepulcretos visteis de la propia pira arrebatar la cena, cuando, el devuelto pan del fuego persiguiendo, por el medio afeitado incinerador era golpeada.
¿Con qué derecho queréis resucitar en su alma los fuegos fatuos de las vanidades de la tierra, cuando arde en su corazón la
pira inextinguible de la caridad?
Pedro Antonio de Alarcón
A todo esto, los sacerdotes colocaron el cadáver del sastrecillo sobre los maderos regados de aceite y un monje encendió la
pira.
Roberto Arlt
No eran obligadas por la violencia al sacrificio; los hombres hallaron el medio de llevarlas voluntariamente a la
pira inculcándoles absurdas nociones de honor y explotando su vanidad, su orgullo y su casta, porque es de saber que sólo las mujeres de los personajes se quemaban.
Práxedis G. Guerrero
Después, testigo será para la muerte también el devuelto botín, cuando su torneada pira, compilada en un excelso montón, reciba los níveos miembros de una abatida virgen.
no, mentira que en tu alma brilla la celeste
pira que da a sus escogidos el señor ¿hasta cuando tu zaña que intimida, hasta cuando esa lucha fratricida que conduce a la ruina y al dolor?
Amelia Denis de Icaza
Allí la
pira está; doliente y grave Danza emprenden en torno los pastores Coronados de cipo y de verbena; La selva plañe con murmullo suave Y yace, de Mirtilo entre las flores, Oliendo a mil aún la dulce avena.
Justo Sierra Méndez
Las tazas nuevas en que hierve pura La leche vierten del redondo seno A torrentes su nítida blancura. Sobre el fúnebre altar de aromas lleno El fuego borda al fin la
pira oscura Y asciende el sol en el zafir sereno.
Justo Sierra Méndez
Alcanzarías gloria entre los teucros y te lo agradecerían todos, y particularmente el príncipe Alejandro; éste te haría espléndidos presentes, si viera que al beligero Menelao le subían a la triste
pira, muerto por una de tus flechas.
Homero
Propongo lo siguiente y Zeus sea testigo: Si aquél, con su bronce de larga punta, consigue quitarme la vida, despójeme de las armas, lléveselas a las cóncavas naves, y entregue mi cuerpo a los míos para que los troyanos y sus esposas lo suban a la
pira; y si yo le matare a él, por concederme Apolo tal gloria, me llevaré sus armas a la sagrada Ilión, las colgaré en el templo del flechador Apolo, y enviaré el cadáver a los navíos de muchos bancos, para que los aqueos, de larga cabellera, le hagan exequias y le erijan un túmulo a orillas del espacioso Helesponto.
Homero
Degollaré ante la
pira, para vengar tu muerte, doce hijos de ilustres troyanos, y en tanto permanezcas tendido junto a las corvas naves, te rodearán, llorando noche y día, las troyanas y dardanias de profundo seno que conquistamos con nuestro valor y la ingente lanza, al entrar a saco opulentas ciudades de hombres de voz articulada.
Homero
Al fin lo mató Meleagro, hijo de Eneo, ayudado por cazadores y perros de muchas ciudades —pues no era posible vencerle con poca gente, ¡tan corpulento era!, y ya a muchos los había hecho subir a la triste
pira—, y la diosa suscitó entonces una clamorosa contienda entre los curetes y los magnánimos aqueos por la cabeza y la hirsuta piel del jabalí.
Homero