La autoridad de Olañeta nació de la misma fuente que la de La Serna: del cuartel. Sable por sable, tanto daba el uno como el otro.
El hombre amaba los libros y las estampas militares, y el niño las había comprendido lo bastante para hacerse un sable de madera que el padre mismo, sin embargo, no hubiera reconocido como tal.
Para realizar tales prodigios, hale bastado a ese tronera con una visita que giró a caballo por todos mis estados (llevando en la mano el
sable, a guisa de bastón), y con una hora que va cada día a las oficinas de mi casa.
Pedro Antonio de Alarcón
-Bien, no traeré más regalo de boda que mis cuentos -respondió él, y se despidieron; pero antes la princesa le regaló un
sable adornado con monedas de oro.
Hans Christian Andersen
Fue en busca del compañero de Juan y le prometió toda la recaudación de la velada siguiente si se avenía a untarle aunque sólo fuesen cuatro o cinco muñecos; pero el otro le dijo que por toda recompensa sólo quería el gran
sable que llevaba al cinto; cuando lo tuvo, aplicó el ungüento a seis figuras, las cuales empezaron a bailar enseguida, con tanta gracia, que las muchachas de veras que lo vieron las acompañaron en la danza.
Hans Christian Andersen
Ahora llevaba este sable con gallardía, como conviene al hijo de una raza heroica, y se paraba de tiempo en tiempo en los claros soleados del bosque para asumir, exagerándolas, las actitudes de agresión y defensa que le fueron enseñadas por aquellas estampas.
Agreda, fue segunda vez sable en mano sobre la columna cerrada que amagaba acia el, á cuyo choque perdiendo su caballo, y cayendo entre sus mismas filas, huviera sido victima desu obstinado encono á no haver deshecho otra vez su formacion, abriendo á los nuestros un campo para infinitos estragos.
Mucho dinero valdrán, tan blancas y grandes; ¡voy a llevármelas! ¿Ves ahora cómo estuve acertado al hacerme con el
sable? Cortó las dos alas del cisne muerto y se las guardó.
Hans Christian Andersen
Le hallé en su cámara apurando a sorbos una taza de café, ya calzadas las espuelas y ceñido el sable: —Bradomín, ahora soy contigo.
Había sido un acontecimiento inolvidable, que el general narraba año tras año con regularidad, repitiendo siempre las memorables palabras que habla pronunciado al restituir el
sable al príncipe: «Sólo un suboficial pudo hacer prisionero a Su Alteza; yo nunca».
Hans Christian Andersen
Después, durante más de una hora, sus pies vagabundos lo llevaron a través de malezas inextricables, y por fin, rendido de cansancio, se acostó en un estrecho espacio entre dos rocas a pocas yardas del río. Allí, sin dejar de apretar su sable de madera, que no era ya para él un arma sino un compañero, se durmió a fuerza de sollozos.
Había dormido durante casi todo el combate, apretando contra su pecho el sable de madera, quizá por inconsciente simpatía hacia el conjunto marcial que lo rodeaba, pero tan insensible a la magnificencia de la lucha como los caídos que allí habían muerto para hacerla gloriosa.