Jueves 1 de Noviembre 2023
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Reeducacion de los hombres
Roberto Garda*
¿Porque no pocos hombres pueden convertirse de padres amorosos,
parejas afectivas y amigos cercanos a lo opuesto, y realizar prácticas
de abuso de poder contra esas mismas gentes que los aprecian? En el
trabajo que he realizado con ellos en grupos de reflexión de varones
he observado y escuchado muchos que narran conductas amorosas e
igualitarias, y también conductas de maltrato y opresión. Me ha
fascinado comprender cómo en un mismo sujeto existen ambas
posibilidades. Me pregunto ¿cómo pueden pasar de cuidar, amar y ser
cercano, al insulto, el control y la violencia, y viceversa?
Pasar del amor al odio es muy común, los hombres comentan que hay
muchos facilitadores internos y externos que lo permiten, pero lo segundo,
salir de la ira y el enojo hacia la tranquilidad, no lo es. Narran que no
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siempre es una lucha contra ellos mismos. A veces los observo –y me miro–
peleando contra redes invisibles que miramos pero no conceptualizamos,
y de las que no tenemos conciencia. De esas redes trata este trabajo.
La epistemología de la opresión
Considero que hay tres dimensiones para comprender los actos opresivos.
Siguiendo la lógica de una exposición ecológica, que vaya de lo micro a lo
macro, el primer aspecto que explica la violencia es el personal. Lo micro
está constituido por las ideas, actos, sentimientos, maneras de
comunicarse, historia de vida, etc., que constituyen al sujeto que maltrata.
Desde esta dimensión individual, podemos pensar que quien lo hace es un
“enfermo”, tiene “bajo control de impulsos” y problemas de salud mental
que lo llevan a actuar así. Para Arteaga y Arzuaga, en Sociologías de la
violencia (2017), esta dimensión es lo que llaman el “sujeto herido”. Esto
es, aquél en la infancia, en su juventud o en la adultez vivió una severa
situación de daño, y ante el conflicto, reproduce en otros u otras su dolor.
Wexler y Welland, en Violencia Doméstica (2003), habla de hombres que
viven un reflejo roto de sí en las parejas. Considero que a nivel individual
los saberes que son los propios de un sujeto con estas experiencias
constituyen lo que llamo como epistemología de la opresión. Esto es, todos
aquellos pensamientos, aprendizajes de vida, sentimientos, etc., que
justifican desde el sujeto respuestas de ataque contra otras y otros para
mantener las relaciones jerárquicas y abusivas.
Por otro lado, tenemos la dimensión institucional. Esto es, hay centros
industriales, gubernamentales, hospitales, escuelas, familias, etc., que
reproducen saberes que permiten la opresión. Éstos tienen varias
características. En primer lugar, buscan fines racionales y generan técnicas
y un aparato legal para obtenerlos. En segundo lugar erigen a sujetos que
implementan estos procedimientos. Estas son personas apegadas a las
directrices que se les marcan. Tienen las características que Max Weber
llamaba en Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva (1964)
personalidades burocráticas. En tercer lugar, generan una relación de
premios para quienes obedecen, y castigos para quienes no, y con base en
ese esquema jerarquizan a las personas entre el jefe y el empleado, el
capataz y el obrero, el maestro y el alumno. Con esta jerarquización se
genera un quinto aspecto, la cosificación de los sujetos: Pedro pasa de ser
tal a el “licenciado”, Federico a “el policía”, Enrique a el “maestro”, etc.
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Finalmente, un sexto aspecto es la construcción de una narrativa que
deviene en propaganda, que hace que el sujeto se sienta “especial” si se
vincula a las instituciones, y se sienta “nada” si no lo está. Christopher
Browing, en Aquellos hombres grises (2004), Hanna Harent en Heichmann
de Jerusalén (1963) y demás teóricos de la Escuela Frankfurt, al analizar la
obediencia del pueblo alemán a los líderes opresores, encuentran que es
ese sometimiento no solo al líder carismático, sino a todo su sistema
ideológico, así como una gran cantidad de carencias y valores personales,
lo que pudo hacer que cualquier alemán normal realizara actos atroces.
Las estrategias que se han utilizado con aquellos hombres
que ejercen violencia no han dado resultados esperados. ¿Por qué?
Este artículo analiza las razones por las que deberían
proponerse nuevos
modelos, que
miren más
allá del
cambio superficial, que suele mantener un trasfondo intocado.
Las instituciones generan a los sujetos que implementan la norma que las
instituciones crean para sus intereses. El sujeto se visualiza como parte de
la institución y ese vínculo se cristaliza justo en el acto violento. El
sometimiento defiende intereses de ambos, de quien ordena y de quien
ejecuta. Del primero reafirma su identidad y su subjetividad en cuanto amo
y poseedor, y demuestra con la violencia su capacidad de intimidar y
someter a quienes le desobedecen, y del segundo en cuanto sujeto fiel al
primero y arropando la identidad burocrática que le brinda. Esa es la
relación entre la entidad capitalista y el sujeto burgués que la arropa, la
institución patriarcal y el sujeto machista que la reproduce, la institución
nazi o supremacista y los sujetos racistas que la ejecuta, la escuela
adultocéntrica y el maestro autoritario, etc. Hay una institución física que
mimetiza cuerpos de quienes creen representarla. Ese vínculo es parte
central de la epistemología de la opresión donde el sujeto no puede ser
entendido sin el vínculo institucional al que pertenece.
Pero además, y ese es el tercer aspecto para comprender la violencia, existe
un orden macrosocial, cultural, donde la epistemología de la opresión
encuentra sus fuentes de dominio, y por ello la llamo la epistemología de la
dominación. Ésta está instituida por órdenes simbólicos sobre las
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instituciones y los sujetos. Construye narrativas que se reproducen en las
instituciones y los sujetos, y al final defiende una esencia de superioridad
sobre quienes deben ser eliminados. Narrativas de esta epistemología de
la dominación lo son, por ejemplo, la exaltación de una nación, un grupo
étnico, un género, etc., donde se define lo propio (“nosotros”) y lo ajeno
(“los otros”).
La epistemología de la dominación y de la opresión nos permiten
comprender las dimensiones individual, institucional y cultural de la
opresión. Cada sujeto la reproduce de forma distinta, y cada institución la
ordena e impone diferente, pero la demanda de obediencia se impone
independientemente del contexto.
Cómo cambian los que no quieren cambiar
Muchas de las propuestas críticas son construidas desde y para los grupos
que son oprimidos, y no para los grupos con poder. Un primer aprendizaje
al trabajar con estos grupos es que se resisten a cambiar y dejar el poder
en el sentido de que no sea ejercido desde una epistemología de la opresión
y la dominación. Esta primera resistencia surge cuando se intentan
modificar las identidades opresivas adscritas a las instituciones en otras
“buenas” o “menos atroces”. Por ejemplo, el capitalismo promoverá un
capitalismo verde con sujetos progresistas sensibles al ecocidio. El
racismo, un sistema multicultural que procurará la inclusión de personas
de color, pero dejando intactos los saberes institucionales racistas y con
personas sensibles al racismo. La masculinidad cambiará a las
masculinidades, sin tocar el patriarcado. Las escuelas adultocéntricas
pedirán a los maestros adultocéntricos estar atentos al adultocentrismo. Y
las instituciones serán incluyentes de la diversidad, pero desde una
heteronormatividad dominante.
Este cambio –que no lo es– es profundamente esencialista, y es propio de
una propuesta “desde arriba” debido a cierta culpa, moralidad y
“buenismo” de quienes detentan el poder hacia los que no lo tienen. Con él
los hombres aprenden que la única identidad es la masculinidad y que sólo
se puede ser si es dentro de ella. Así se establece la idea de que la
masculinidad será siempre una esencia eterna que trasciende la
humanidad, y que no se deconstruye. El trabajador aprenderá que detrás
de la burguesía hay más burguesías eternas que no pueden cambiar, y que
por ello no tiene sentido luchar contra las desigualdades del capitalismo,
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porque siempre habrá una clase social que detente el poder sobre ellos. A
las niñas, niños y adolescente se les enseña que atrás del adultocentrismo
hay más adultocentrismos permanentes que tampoco pueden modificarse
(y que por ello no vale la pena quejarse de sus abusos). Al afrodescendiente
o al latino se le enseña que las alternativas al racismo son los blanquismos
que los toleran, y a las personas de la diversidad se les enseña que su
diversidad es aceptada siempre y cuando la heteronorma permanezca.
En todos estos casos, las primeras estrategias de cambio de las identidades
opresoras tienen como respuesta la pluralización de las mismas. Éstas
hacen una especie de limpia: reconocen un aspecto negativo pero
recuperan otro bondadoso que tratan de conservar, es como quitarle a la
masculinidad el machismo, al capitalismo la burguesía ecocida, al
adultocentrismo el adultocentrismo perverso, a la heteronorma su aspecto
más misógino. Debido a esta simulación de un cambio que no lo es, es que
se requiere estrategias que eviten estos cambios que no lo son, veamos qué
alternativas tenemos.
La epistemología de las resistencias
La educación es potente para enfrentar las epistemologías de la
dominación y la opresión debido a que permiten nombrar la realidad fuera
de estas epistemologías. Para Chomsky, los humanos nombramos, y al
hacerlo construimos nuestra realidad. En ¿Qué clase de criatura somos?
(2017) señala que no está claro cuándo surge la conciencia, pero indica que
“algo” ocurre en alguna parte de nosotros que la realidad nos genera
sentimientos, sensaciones, imágenes, etc., que podemos conceptualizar y
construir lenguaje. Indica que se desconoce el proceso por el cual se
construye el lenguaje y con él la capacidad de actuar.
Por eso, la educación importa ante los graves problemas sociales
mencionados. Porque no solo se hace visible lo que se mira, sino que
permite conceptualizarlo. A ese ejercicio de significar hechos y sucesos no
solo de forma cognitiva, sino además emocional, corporal y cultural,
Gadamer le llama comprender. Para Bermudes la comprensión, en La
historicidad de la comprensión en la hermenéutica de Gadamer (2012),
significa “…estado de una aparición de claridad. La iluminación es el claro
del bosque donde se muestra aquello que en otros sitios está oculto.” Esa
es la fuerza de la educación, permite tener claridad sobre eso que se mira,
de tal manera que al verlo se ve más.
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Irremediablemente para Chomsky el “movimiento” de la mente, la
conciencia, genera movimiento y viceversa, y ello, lenguaje. Esto es
aplicable en movimientos sociales. Marx indicaba en El manifiesto
comunista (2022) que el trabajador tenía que transcender su condición de
proletariado; y Simone de Beauvoir en el El segundo sexo (1949) exhorta a
las mujeres a dejar los estereotipos de la feminidad. Así, para esta y este
autor los sujetos adquieren su dimensión histórica cuando diferencian las
identidades que les asignaron los saberes opresivos a los que ellos buscan
nombrar sobre sí mismos. Es la praxis surgida de la comprensión de sí
mismos y sus contextos, lo que les permite desnaturalizar una condición
que se consideraba normal, la proletaria en el caso de los trabajadores, la
femenina en el caso de las mujeres, la infantil y adolescente en el caso de
niños, niñas y jóvenes, y la de “desviados” en el caso de las personas de la
diversidad sexual. Esas luchas nos enseñan un método que permite
construir otros saberes que denomino epistemología de la resistencia, y
que permiten que el sujeto deje las identidades asignadas por quien lo
oprime.
Las instituciones generan a los sujetos que implementan la norma
que las instituciones crean para sus intereses. El sujeto se visualiza
como parte de la institución y ese vínculo se cristaliza justo en el acto
violento.
Pedagogía crítica y epistemología de lo nuevo
¿Serviría la epistemología de la resistencia a los grupos con poder? En
parte sí, porque les enseña que se puede cambiar. Pero en otro sentido no,
porque los hombres y los sujetos con poder no tienen las experiencias de
los grupos oprimidos, tienen las experiencias de los grupos opresores, y
por ello para aprender no deben comprender el mundo de los oprimidos,
sino comprender el propio y las consecuencias para el primero. Este
aspecto lo señala Edgar Morin en Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro (2000); comenta que hay obstáculos epistemológicos
para llegar a la comprensión, que ésta se logrará cuando se construya una
“…metaestructura de pensamiento que comprenda las causas de la
incomprensión” y supere tanto esas causas como la incomprensión misma.
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Entonces, ¿por dónde caminar si de trabajar con grupos con poder se trata?
Freire señala en La pedagogía del oprimido (1968) y La educación como
práctica de la libertad (1967) que la educación liberadora permite
recuperar la voz para nombrar el contexto, indica que “quienes tienen
funciones de las manos creen que no pueden tener funciones de cabeza.
Quienes tienen de la cabeza creen que no pueden ejercer las de la mano”.
Los hombres, que han sido asignados para tener funciones de manos no se
ven capaces de formular un texto –en el sentido de Freire– y un lenguaje –
en el sentido de Chomsky–. Quienes tienen funciones de cabeza, también
se ven incapaces de generar otro texto o lenguaje, pero de las manos.
Ambos grupos de hombres (siguiendo la idea de Freire) no se ven capaces
de romper las identidades que se les han asignado, la masculina, la
burguesa, la heterosexual, la adulta, etc. y por ello no imaginan otro mundo.
La intervención con los grupos que oprimen, incluidos los hombres,
debería de procurar generar nuevos textos para comprender los contextos
(Freire), y nuevos lenguajes para construir conciencia (Chomsky). Pero
lograrlo implica un educador que no tenga intereses con el poder ni los
órdenes masculinos, burgueses, adultocéntricos, heteronormales y
racistas. Solo al dejar estos intereses se podría generar una pedagogía que
facilite comprenderse y no normarse. Una donde nadie educa a nadie como
señala Freire, y en donde nadie sabe todo y debido a ello se promueve como
principio la curiosidad, la indagación, y la investigación por aquello que se
desconoce y que no se mira. En el caso de la masculinidad lo que no sea –ni
tenga nada que ver– con la masculinidad. En el caso de la burguesía lo que
no tenga nada que ver con ella, y al educar en el racismo hacerlo para
abandonarlo, así como a la heteronormatividad y el adultocentrismo. Y
para aquellos sujetos que se han construido en estas identidades
seguramente al principio será muy difícil salir de ellas porque no tendrán
ni conciencia ni palabras para habitar los nuevos mundos que no ven, pero
que existen.
Eso nuevo, que es pero que no se nombra, y de lo cual no se conoce nada,
es lo nuevo que nos brinda una epistemología distinta a lo que conocemos
y miramos, y por ello incluso no podemos imaginar. Y las pedagogías de los
grupos opresores debieran de partir de ella: aprenderán desaprendiendo
donde el nuevo saber no sólo no les permitirá reciclar su viejo mundo de
amos, sino además donde no conocerán las palabras para nombrarlo hasta
que lo vivan, experimenten y habiten. El grupo debiera de apoyar en la
construcción de ese nuevo lenguaje que le permita al sujeto opresor
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nombrarlo, y con ello deshabitar lo vivido, deconstruir la identidad
habitada y renunciar a lo dado.
Con ello, como señala Freire, la educación apostaría a la autonomía del
sujeto, no a que aprendiera un discurso (como el de “las masculinidades”),
sino a que construyera uno propio, que a su vez educa al educador y facilita
al facilitador encontrar su propio lenguaje y su conciencia. Un sujeto que
nombra lo que está fuera de la institución y su adoctrinamiento
burocrático, y que se ubica en la vida en el sentido en que Habermas llama
“los mundos de la vida” en La acción comunicativa (1998). De eso se trata
la epistemología de lo nuevo, que se construye desde abajo y en la praxis
con los niveles señalados para deconstruirlos. Facilitaría habitar lo que no
conocemos para vivir la experiencia de no saber nombrar, y así, generar
lenguaje y conciencia de lo desconocido.
Y lo desconocido fue "lo otro" que la civilización occidental siempre trato
de exterminar y controlar. Lo desconocido dionisiaco nombrado por
Nietszche en El nacimiento de la tragedia (2020), pero que lo trasciende
porque hablamos de ir a lo anterior a ese nacimiento, antes del origen de
lo nombrado como "maldad", "locura", "poder". Ahí es a donde hay que ir
al intervenir con quien lastima, no al padre, no al dolor inicial, tampoco a
la inocencia primaria. No basta con llorar. Ir a ese lugar donde el
conquistador comprendió el sinsentido de su conquista, el nazi el
sinsentido de su guerra, el imperialista el de su imperio, el asesino el de su
asesinato, y el hombre el de su violencia. Eso que no miran estando en la
vorágine del poder, pero que también los habita, y que genera en ellos por
la fuerza de su presencia silencio, conciencia, y absoluta comprensión.
*Director de Hombres por la Equidad, AC
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