Vol.6 Nº1/2, 2024, Tercer Período
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DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA UMCE
1 presentaciones y reseñas
311 presentaciones, reseñas, comentarios / LITERATURA
Hacia una poética del clinamen1
Zeto Bórquez2
Me concentraré en cuatro puntos para abordar parte de la apuesta de este libro,
que comprende la traducción del poemario de Vretakos, Encuentro con el mar, y
su pormenorizada Introducción. Es sobre todo en esta última donde los puntos
mencionados se dejan pensar. Estos son:
1. El ejemplo de la infancia.
2. El problema del “segundo mundo”.
3. La dialéctica de la gravedad y la ligereza.
4. El apóstrofe y lo irremplazable.
1. EL EJEMPLO DE LA INFANCIA.
Acudiendo a fuentes que ahondan en la biografía de Nicéforo Vretakos, Marcelo Rodríguez enfatiza en su Introducción la relación estrecha del poeta “con el
entorno natural y la vida al aire libre” (marcada, entre otras cosas, por la fascinación
temprana por el monte Táigueto, al punto que su hijo declarará que “el único libro
de lectura” que el joven Nicéforo tendrá será “la naturaleza”).
En efecto, Rodríguez consigna una gran importancia al “tiempo” de la infancia
en Vretakos, que, según leemos en la Introducción, “hasta sus últimos días … no
dejará de retornar a su poesía”3.
Pero la infancia no aparece aquí como un simple lugar de discurso. Más bien,
hace parte de una de las tantas oberturas que Rodríguez desplegará en esas páginas,
pues como el lector verá reiterarse de distintos modos, se trataría en buena parte
de hacer audibles ciertos ecos que irán in crescendo o proliferando en distintas
direcciones. Es así como el escrito comenzará a dejarse a acompañar por los más
deslumbrantes recaudos de quienes también han hecho de la poesía su oficio,
como es el caso de Jorge Teillier, quien, como nos reseña Rodríguez, precisamente
ha dicho que en su poesía “se halla presente la infancia, porque es el tiempo más
cercano a la muerte”, y donde no se trata por cierto de una “infancia idealizada”,
sino de preservar esa limpidez en “la admiración de las maravillas del mundo”; de
tal modo que si cabe hablar de nostalgia, no sería por un pasado al que jamás se
podrá retornar, sino que se trata de una nostalgia “del futuro”, “de lo que no nos
ha pasado, dice Teillier, pero debiera pasarnos”4.
De ahí que Rodríguez cite el poema de Vretakos “Una edad inmóvil” (del
libro El fondo del mundo), donde en efecto el poeta griego alude a “una edad que
1
Reseña a Marcelo Rodríguez, Nicéforo Vretakos: hacia una poética del mar, Santiago: Centro de Estudios
Griegos, Bizantinos y Neohelénicos / Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile, 2021, 197
páginas.7H[WROHtGRHQODSUHVHQWDFLyQGHOOLEURHOGHGLFLHPEUHHQHO&(*8GH&KLOH
2
Investigador postdoctoral\DFDGpPLFR Universidad Adolfo Ibáñez.
3
Marcelo Rodríguez, Nicéforo Vretakos: hacia una poética del mar, Santiago: Centro de Estudios Griegos,
Bizantinos y Neohelénicos / Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile, 2021, p. 24.
4
Ibíd.
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permanece siempre igual, / todos los años … Donde el tiempo, simplemente,
navega como un sol”5.
Sin duda no solo con poetas dialogará Rodríguez (o pondrá a dialogar) en
este libro. Pero el caminar junto a los poetas se quiere aquí un gesto iluminador,
esperanzador incluso (por ejemplo, como es el caso en Vretakos, en tiempos de
oscuridad: su compromiso político, el amor por Grecia, detallado por Rodríguez
en su Introducción, ciertamente lo confirma).
2. EL PROBLEMA DEL “SEGUNDO MUNDO”.
Comentando algunas afirmaciones del escritor Orhan Pamuk, todavía en las
primeras páginas de la Introducción, despunta lo que podríamos denominar el
rasgo poético del “segundo mundo”. Citemos al propio Rodríguez, que ante todo
intenta en este punto rastrear el impulso vital que animaría la poesía de Vretakos:
Este ‘mundo’ no es otro que el poético, en el cual las cosas aparecen o se muestran de
un cierto modo, a contrapelo de otro. No es un ‘mundo paralelo’, que permite ‘evadirnos’ de la realidad, sino la realidad, pero secreta, como es la de la gravedad de las cosas.
El sentimiento poético, más que la imagen, oye las diferentes formas de pesar sobre el
mundo, y en ello el poeta las nombra6.
Tesis medular, aquí conviene mencionar la impronta del Táigueto, que Rodríguez retoma del trabajo de traducción e introducción del libro Ochenta y un
poemas “El carro dorado”, de Vretakos, realizado por el profesor Miguel Castillo
en 2001. Como escribe el poeta en el texto “Confesión crepuscular”, contenido
en este libro (y que encontraremos citado en Hacia una poética del mar): “No era
un monte. Era el primer poema/ que leí al abrir los ojos, el primer amigo mío/
que lindaba con la luz”7.
Como sostiene Rodríguez, “el encuentro con el monte” habría despertado el
“sentimiento poético” en Vretakos, y le habría llevado a entender que darle expresión a dicho sentimiento consistiría en poner en relación los encuentros con y
entre las cosas “siempre de un modo concreto y específico”8.
Rodríguez desprenderá de esta tentativa implicancias fundamentales, y la primera de ellas será de hecho pensar el encuentro con el mundo en cuanto gravedad
(lo que, como veremos, no va a su vez sin ligereza): pues sería cuestión de pesos,
de tomar el peso a las cosas, “de un modo —repetimos— concreto y específico”:
es este tipo de relación la que abriría “una nueva modalidad de la realidad” o un
“segundo mundo”, y el poema entonces como la “obra de lenguaje” (para utilizar
una expresión del propio Rodríguez) que se ha hecho eco de una forma singular
de pesar sobre el mundo.
De hecho, esto se puede comprobar incluso en la poesía menor. Recojo el texto
“La inexistencia de Dios”, de François Léon:
Cuando voy al supermercado
me surge cada vez con más frecuencia la pregunta
al mirar la fecha de vencimiento de los lácteos en el frío
—quince, veinte días, un mes cuando mucho—
de si acaso habré muerto
antes que ellos.
Lo que ha ocurrido aquí es en efecto un trastorno en la fuerza de gravedad
5
Ibíd., p. 25.
Ibíd., pp. 26-27.
7
Ibíd., p. 32.
8
Ibíd., p. 33.
6
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de las cosas, en esa situación aparentemente tan anodina que el poeta describe.
Pues como reitera Rodríguez en la II parte de su Introducción: si lo que el
poema hace aparecer no es un “‘mundo paralelo’ a la realidad, sino que es la realidad … de las cosas usuales, pero vistas en su gravedad”, eso que cabría llamar
“sentimiento poético” es lo que, en efecto, “deja oír el peso o la levedad de las
cosas sobre el mundo”9.
3. LA DIALÉCTICA DE LA GRAVEDAD Y LA LIGEREZA.
Todo parece indicar que la piedra angular de la apuesta de Rodríguez en torno
a la poesía se encuentra en la filosofía atomista. A tal punto que el título secreto
de este libro Hacia una poética del mar, tal vez podría ser Hacia una poética del
clinamen.
Como él sostiene, viniendo del De rerum natura de Lucrecio:
… el encuentro de los átomos es un movimiento que se desvía de la caída, por lo tanto,
que evade la pesadez. Sin esta evasión ‘no habría jamás nada’, es decir, el mundo surge y
es por la levedad —ella es ‘condición de posibilidad del mundo’—. Entonces, el encuentro que es el clinamen también es levedad”. Y sin embargo, añade inmediatamente: “el
encuentro ‘brota’ de la lluvia de átomos, es decir, sin pesadez no hay desvío”10.
Es lo que se ha anunciado a lo largo de toda la 1era parte de la Introducción,
por ejemplo, a propósito de esa suerte de eco del peso o la levedad de las cosas, en
las cosas, como cuando —ejemplo que Rodríguez menciona por la importancia
para el caso— “el cielo se refleja en el mar”11.
De hecho, esta suerte de dialéctica (pues entre pesadez y levedad hay, como se
nos advierte, “una relación específica, que no es la de mera oposición”12), Rodríguez
mostrará, se expresa de manera radical en el agua, y, por extensión, en el mar.
Evocando algunas ideas de Francis Ponge acerca del agua, en cuanto a que ella
“rechaza toda forma para obedecer a su peso”, Rodríguez señala que
[c]omo toda la naturaleza, el agua también es fruto de la levedad, también llegó a ser por
el clinamen. Sin embargo, no hace más que responder a la pesantez, a la caída, como si
el olvido hubiese sellado su ‘origen’, o como si quisiera desandarlo. En tal caso, ¿cómo
se deja oír la levedad en el mar? El mar, que no tiene final, dirección, lógica, y que solo
se muestra en el movimiento de su retirada —pues si bien el agua escapa a toda definición, deja huellas—, también es la raíz de la ligereza, como si debido a su fruición por
la pesantez brotase todo lo contrario13.
Rodríguez pondrá el ejemplo de los reflejos sobre el agua (“pues, dice él, el
agua deja oír la levedad al duplicar sobre su superficie el mundo”14), lo cual bien se
aprecia en la pintura de Monet, donde el sol cae sobre el mar, o el cielo “se refleja
sobre un estanque” dejando estelas de luz. Como Rodríguez concluye, “el reflejo
es una manifestación de la levedad en el agua”15, y otro tanto podría decirse de
las olas que dan una nueva consistencia a las arenas que tocan.
Aunque también podríamos decir que con la poética que nos propone Rodríguez
se trata igualmente de una teoría del ajuste: “al igual que otras obras de lenguaje,
consigna el autor, la poesía no dice no importa qué, y no establece la medida de
9
Ibíd., p. 90.
Ibíd., p. 100.
11
Ibíd., p. 28.
12
Ibíd., p. 96.
13
Ibíd., p. 100.
14
Ibíd., p. 101.
15
Ibíd., p. 102.
10
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las cosas, sino que dice lo que son ajustándose a ellas”, tal como, trayendo ahora
a colación los Motivos de San Francisco de Gabriela Mistral, “la abeja … entra en
un lirio … sin doblarles un pétalo”, “dejando solo un rumor” dentro de la flor16.
Poética, entonces, pero encuentro con el mundo (y del mundo consigo); y caída,
por tanto, y desvío que afloja el paso “de una gravedad a otra”17.
4. EL APÓSTROFE Y LO IRREMPLAZABLE.
Siguiendo las consideraciones de Rodríguez en torno a una poética del mar y el
tratamiento que él nos muestra el propio Vretakos le diera, cabría preguntarse si
efectivamente el mar es lo que se llamaría un lugar. O si es más bien un átopos.
Roland Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso, ha definido el término
“átopos” en relación con el “ser amado”, pues este, dice él, “es reconocido por el
sujeto amoroso [precisamente] como ‘átopos’ (calificación dada a Sócrates por sus
interlocutores), es decir como inclasificable, de una originalidad incesantemente
imprevisible”18.
Podría verse por ejemplo en el poema “Acaso sea…”, de Encuentro con el mar:
Acaso sea tu sal materna
que hoy me trajo, oh mar, una vez más a tu lado.
Pero aunque todavía no eres mi
madre, sin embargo nos parecemos.
Puede ser que mis palabras sean aire como las tuyas.
Tiempo es, por otra parte, que dejemos
los sueños, como un puñado de arena
que arrojamos tras nosotros. Basta con que
este cosmos increíblemente hermoso
nos haya hechizado. ¡Nos embriagamos
mar!
Tanto mi alma como
la tuya, al cosmos llenamos de olas.
El mar es aquí en efecto el insustituible que el poeta, podríamos decir, toma
como testigo. Y atopía que cabría tal vez vincular con lo que Rodríguez consigna
como la “idea básica” en la “cosmovisión” de Vretakos, esto es precisamente, “el
amor”19 (bien expresada en el poemario El libro de Margarita).
Por cierto, el átopos no sería posible si no fuese —como ha señalado Henri
Maldiney leyendo también a Francis Ponge— por un “acto de presencia”, ya que
si acaso en un poema “algo se muestra en sí mismo, todavía hace falta para verlo
estar presente en el lugar mismo de su manifestación”20.
16
Ibíd., p. 71. Conviene aquí explicitar las palabras de Mistral: “Yo quiero, Francisco, pasar así por las cosas,
sin doblarles un pétalo. Que quede solo un rumor dentro de ellas y la suavísima remembranza de que me
tuvieron”.
17
Ibíd., p. 86.
18
Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, México D.F.: Siglo XXI, 1993, p. 32.
19
Marcelo Rodríguez, Nicéforo Vretakos…, op. cit., p. 67.
20
Henry Maldiney, Le legs des choses dans l’oeuvre de Francis Ponge, Lausanne: L’Age d’Homme, 1974, p.
38. La apuesta de Ponge es este punto consecuente con una poética del clinamen (es decir, la que atiende a
diferencias de pesantez y de ligereza). De hecho, Maldiney enfatiza que en el uso del lenguaje las cualidades
de las cosas no se reflejan en general como propiedades de ellas mismas (de esto —como él subraya— nos
reseña bien Hegel al comienzo de la Fenomenología del espíritu), sino como propiedades universales: la transparencia, la frescura por ejemplo del agua, no las concebimos como propiamente de ella, sino que tendemos
a encajarlas a ella (o a ella simplemente se encajan) como quien, dueño de su propia mano, completa las
piezas de un rompecabezas. Entre tantos otros, el poema de Ponge “El vaso de agua”, da ciertamente la nota:
“El agua del vaso es un agua particular, cercana a otras, por supuesto, sobre todo al agua de la jarra, a la del
cuenco, de la probeta, diferente sin embargo de ellas, y muy alejada, no hace falta decirlo, de la de los ríos, de
las palanganas, de los cántaros y las regaderas de tierra; más alejada todavía de las piletas de agua bendita. Y
por supuesto, es su diferencia en todo caso lo que me interesa”. Cf., Francis Ponge, Le verre d’eau, Le grand
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Aunque también una cierta estructura apostrófica parece ser requerida.
En Políticas de amistad, Jacques Derrida ha señalado que el apóstrofe es casi
siempre “lanzado cerca del fin, al borde de la vida, es decir, de la muerte” 21; pues
el apóstrofe no sería sino un “movimiento vivo y singular, aquí y ahora”, un “impulso por el que me vuelvo hacia la singularidad del otro, hacia ti, al insustituible
al que tomo por testigo”22.
Es decir, algo así parece estar ocurriendo en el “tú” hacia el mar. En el volverse
hacia el mar, hacia su singularidad. El “oh mar” de los poetas.
Oh mar, enorme mar, corazón fiero
de ritmo desigual, corazón malo,
yo soy más blanda que ese pobre palo
que se pudre en tus ondas prisionero.
… nos dice por ejemplo Alfonsina Storni, en su poema “Frente al mar”.
O Fernando Pessoa, en “Mar portugués”:
¡Oh mar salada, cuánta de tu sal
son lágrimas de Portugal!
¡Por cruzarte, cuántas madres lloraron,
cuántos hijos en vano rezaron!
O la puertorriqueña Julia de Burgos, en el poema “Oh mar, no esperes más”:
¡Oh mar, no esperes más!
Déjame amar tus brazos con la misma agonía
con que un día nací. Dame tu pecho azul,
y seremos por siempre el corazón del llanto.
*
Dejo muchísimas cosas de lado de la Introducción de Marcelo Rodríguez,
que son cien libros contenidos en cien páginas, y dentro de lo cual el poemario de
Vretakos, cuya traducción por cierto es preciso celebrar, hace parte de la misma
aventura.
Concluyo remarcando una cita que Rodríguez hace de una afirmación del cineasta Andrei Tarkovski, que quisiera entender como una firma, como la signatura
rerum ya no diría de este libro, sino de estas páginas: “la poesía es una filosofía
que nos acompaña para toda la vida”23.
recueil, II, Méthodes, Paris: Gallimard, 1961, p. 129.
21
Jacques Derrida, Políticas de la amistad, Madrid: Trotta, 1998, p. 21.
22
Ibíd., p. 22.
23
Marcelo Rodríguez, Nicéforo Vretakos…, op. cit., p. 87.
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