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Dirección de empresas como gobierno
Business Management as Government
RECIBIDO: 23 DE SEPTIEMBRE DE 2014. ACEPTADO: 17 DE DICIEMBRE DE 2014
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GASTÓN ESCUDERO
Profesor de Ética Profesional en la Universidad
de Los Andes (Santiago de Chile)
gep@carnesescudero.cl
Resumen: El propósito de este trabajo es ofrecer una reflexión sobre la labor de dirección de empresas que permita superar la estrecha noción de administración estratégica derivada del modelo de
empresas basado en la maximización de la riqueza de
los accionistas. Una racionalidad de empresa que dé
razón de toda la riqueza humana que implica esta organización, basada en el concepto de bien común que
aporta la tradición, se traduce en un concepto de dirección de empresas mucho más amplio, entendiéndola como una práctica de virtudes, principalmente la
prudencia.
Abstract: The purpose of this paper is to provide
a reflection of the work of business management in order to overcome the narrow notion of strategic management, derived from the business model based on the
maximization of shareholder wealth. A conception of
enterprise that account for all human wealth implied
by this organization, based on the concept of common
good that brings tradition, resulting in a management
concept much broader understanding it as a practice
of virtues, mainly prudence.
Keywords: Business Management, Common
Good, Government, Prudence.
Palabras clave: Dirección de Empresas, Bien
Común, Gobierno, Prudencia.
REVISTA EMPRESA Y HUMANISMO / VOL XVIII / Nº 1 / 2015 / 7-40
ISSN: 1139-7608
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GASTÓN ESCUDERO
INTRODUCCIÓN
na organización, del tipo que sea, consiste fundamentalmente en un
conjunto de personas que se unen para un fin. La pluralidad de sus partes constituyentes plantea el tema de su “dirección”, es decir, cómo lograr que sus miembros se muevan en sintonía con los objetivos organizacionales, como si fueran una sola persona. La literatura organizacional ha dado a
la labor de dirección organizacional el nombre de “administración”, que puede
entenderse como “el proceso de planificar, organizar, liderar, y controlar los
esfuerzos de los miembros de una organización y de usar y controlar los otros
recursos organizacionales para lograr los objetivos organizacionales fijados”1.
U
El tipo de fin y la forma específica de administración dependerán de la
naturaleza de la organización. En el caso de las organizaciones de negocios o
empresas el fin inmediato es obviamente económico. La teoría de empresa
más extendida –“modelo de accionistas”– entiende que el fin de la empresa es
maximizar las utilidades con el propósito de satisfacer los intereses de los dueños o los accionistas: “Aunque la mayoría de las organizaciones con ánimo de
lucro operan con una variedad de importantes metas corporativas, dentro de
una corporación... –al menos en teoría– todas estas metas deben dirigirse a un
propósito: maximizar la ganancia del accionista”2, lo cual, en las sociedades
anónimas, se logra mediante la maximización del precio de la acción. Esta concepción o racionalidad de empresa impregna la labor de dirección de empresas, y así lo testimonia la literatura de administración; por ejemplo: “¿Cuál es
el primer deber y la continua responsabilidad del ejecutivo de negocios? Esforzarse por alcanzar los mejores resultados económicos posibles con los recursos actualmente empleados o disponibles (…). Por consiguiente, todos los
ejecutivos de negocios destinan gran parte, sino la totalidad, de su tiempo a
los problemas del desempeño económico de corto plazo”3.
Por regla general, en los mercados modernos existen varias empresas actuando al mismo tiempo por ganar la aceptación de los mismos clientes y esto
lleva consigo la necesidad de “competir”, es decir, para que las empresas logren obtener ganancias para sus dueños y subsistir en el tiempo deben generar y mantener una ventaja competitiva, esto es, una forma de operar que les
permita ser mejores que los demás oferentes, al menos en un aspecto que sea
relevante para los clientes. La circunstancia de estar orientada a la generación
1
2
3
8
Freeman, E. y Stoner, J. [1978 (1972)], p. 6.
Hill, C. y Jones, G. [1995 (1996)], pp. 40-41.
Drucker, P. (1063), p. 5.
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de una ventaja competitiva determina que la empresa debe tener una “estrategia” o forma de competir: “Esencialmente, la definición de una estrategia
competitiva consiste en desarrollar una amplia fórmula de cómo la empresa
va a competir, cuáles deben ser sus objetivos y qué políticas serán necesarias
para alcanzar tales objetivos”4. En consecuencia, la labor de dirección de empresas se puede resumir como “competir para obtener ganancias” y se denomina “administración estratégica”.
Sin embargo, el modelo de accionistas y la administración estratégica han
sido crecientemente cuestionados en los últimos cuarenta años debido a las
nefastas consecuencias y los escándalos que han provocado en el sistema social. Se han propuesto diversos modelos alternativos con el propósito de extender la responsabilidad de los directivos, transformando el concepto de dirección en el sentido de incorporar deberes con otros actores distintos de los
accionistas: “responsabilidad social empresarial”, “enfoque de stakeholders” y
“de bien común” son, en mi opinión, los más desarrollados en la literatura,
aunque no los únicos5.
El modelo de bien común lleva a un punto culminante esta evolución, no
sólo porque incorpora a un mayor número de actores con quienes la empresa
es responsable, sino también porque esa responsabilidad se concreta en bienes
de naturaleza distinta a la de aquellos que valora el modelo de accionistas6. En
cuanto a los actores con quienes la empresa es responsable, el paso del modelo
de accionistas al modelo de bien común conduce a la consideración de todos
los actores que pueden verse afectados por la actividad de la empresa, dando
además primacía a los empleados sobre los accionistas. Y en cuanto a la manera en que se concreta la responsabilidad, el cambio de modelo lleva a considerar el bienestar económico como un medio al servicio de una dimensión
más importante: el desarrollo o florecimiento humano, lo cual se logra mediante la generación de bienes espirituales o excelentes, u “honestos” en terminología aristotélica. La dirección de empresas se hace entonces más compleja y rica, pues no se trata de eliminar el nivel de supervivencia y los bienes
materiales, sino que a éstos se agregan el nivel de excelencia y los bienes espirituales. Bajo este modelo la dirección de empresas se orienta al desarrollo hu-
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6
Porter, M. (1982), p. 16.
En mi trabajo “Modelos de Empresa y Ética” (2013) analizo, además de los nombrados, los modelos de
“ciudadanía corporativa” y “creación de valor compartido”.
Para una comprensión acabada del modelo de bien común ver, por ejemplo, Alford, H. y Naughton,
M. (2002); Argandoña, A. (2009); Melé, D. (2002); Fontrodona, J. y Sison, A. (2012) y (2013).
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mano de los empleados y al mayor aporte posible a todos los stakeholders, y se
puede denominar “gobierno empresarial”.
El propósito de este trabajo es ofrecer una reflexión de la labor de dirección de empresas desde la misma perspectiva doctrinal en la que se fundamenta el modelo de bien común: la tradición clásica cristiana o, más específicamente, la doctrina aristotélico-tomista y el derecho natural, partiendo de la
convicción de que muchos de los principios de esta corriente en materia social se pueden aplicar a la labor de dirección de empresas. El modelo de bien
común capta más adecuadamente que los modelos alternativos la realidad de
la actividad empresarial y visualiza la dirección de empresas de manera mucho
más amplia, entendiéndola como una práctica de virtudes, principalmente la
prudencia7. Dado que todo acto virtuoso es un acto personal, el análisis debe
realizarse en la perspectiva de quien debe tomar las decisiones, esto es, el “directivo”, y en consecuencia analizaré la dirección de empresas entendiéndola
como el ejercicio de la prudencia por parte del directivo.
El análisis consta de tres capítulos que siguen un orden descendente, de
general a particular. El primero consta de una síntesis de la doctrina aristotélico-tomista acerca de la naturaleza social del hombre y explica tres aspectos
fundamentales: la composición de la sociedad civil, el fin de ésta –bien común– y la actividad que permite logarlo– gobierno. De esta forma queda descrito el contexto general y conceptual en el que se debe entender, según la tesis que se sostiene en este artículo, la labor de dirección empresarial. El
segundo capítulo se sitúa en la posición de quien tiene a su cargo el gobierno
de la sociedad civil y describe la cualidad que necesita para llevar a cabo con
éxito su labor: la virtud de la prudencia. Se describe ésta en dos aspectos: uno
general –qué es y en qué consiste− y otro particular –la prudencia del gobernante. En el tercer capítulo se reflexiona sobre la aplicación de la prudencia
gubernativa a la dirección empresarial, partiendo del supuesto de que dirigir
una empresa es precisamente una forma específica de prudencia gubernativa.
Sin pretender abarcar todos los aspectos que la dirección de empresas pueda
comprender, se analizan cuatro: los fines de la empresa en tanto entidad económica, los bienes que en ella se generan y las necesidades que satisface, la organización del proceso de trabajo y el liderazgo de los directivos.
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Cabe precisar que, en los planteamientos de Tomás de Aquino, si bien la prudencia es la virtud primordial en la labor de gobierno, va acompañada necesariamente de la justicia.
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I. VIDA SOCIAL Y GOBIERNO EN LA TRADICIÓN CLÁSICA CRISTIANA
1. Sociabilidad humana y vida social
En la tradición clásica cristiana el hombre es un ser social por naturaleza.
El fundamento de la sociabilidad humana consiste en que cada individuo es
un ser incompleto y necesitado y, por tanto, perfectible. Cada ser humano es
en cierto modo un “proyecto”, un ser llamado a ser algo más a través de la actualización de sus potencias, proceso que no puede realizar sino mediante relaciones con otros de su especie. Tiene un fin inscrito en su naturaleza, que es
su bien (“aquello a que todas las cosas aspiran”8), y que se logra mediante “una
cierta vida, y que ella consiste en la actividad y obras del alma en consorcio
con el principio racional, y que el acto de un hombre de bien es hacer todo
ello bien y bellamente”9, lo que se traduce en una “actividad del alma según
su perfección; y, si hay varias perfecciones, según la mejor y más perfecta, y
todo esto, además, en una vida completa”10.
Dado que las potencias propiamente humanas aquellas –que distinguen
al hombre de los demás seres vivos– son la razón y la voluntad, el fin del hombre consiste en la operación de esas potencias del modo más pleno posible.
Por la primera el hombre conoce aquello que le conviene o que lo hace ser
más plenamente un ser humano, y por la segunda, apetece o quiere aquello
que la razón le muestra como bien, y esa forma de operar sólo es posible mediante el establecimiento de relaciones con otros de su misma especie: la vida
en sociedad.
Toda persona, dada su doble naturaleza espiritual y material, tiene necesidades de ambos tipos y su satisfacción requiere bienes respectivos. La vida
en sociedad consiste precisamente en el establecimiento de las relaciones que
permiten a los seres humanos obtener los bienes que requiere para el despliegue de sus potencias y encaminarse hacia su plenitud. Esas relaciones no son
posteriores al advenimiento a la existencia de las personas, sino que constituyen el entorno en el cual se produce ese advenimiento. La generación de una
persona es producto de la interacción genital de su padre y su madre y sus primeros años de vida están marcados por la dependencia necesaria de otros, especialmente sus padres. Y si bien el crecimiento trae aparejada una gradual autonomía en el plano físico, la evidencia empírica nos muestra que la madurez
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EN I, I.
EN I, VII.
EN I, VII.
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en cuanto ser humano requiere el establecimiento de nuevos vínculos y la profundización de éstos: nos casamos, establecemos lazos para realizar un trabajo,
aportamos a la sociedad, tenemos hijos, hacemos amigos, etc.
La sociabilidad del ser humano tiene, entonces, como primer, fundamental y necesario estadio, la familia de origen. En el otro extremo se encuentra la sociedad política o civil, que surge de la necesidad de establecer vínculos de diversa naturaleza con otras familias para satisfacer otras necesidades:
económicas, de protección, culturales, etc. Sólo en la sociedad civil, que toma
forma concreta y organizacional en el Estado, puede el hombre encontrar todos los bienes requeridos para su plena realización, y, dado que estos bienes
deben estar disponibles para todos los miembros de la sociedad, en conjunto
constituyen el bien común, que es el bien de todos y de cada uno y constituye
el fin de la sociedad.
Entre la familia y el Estado toman forma diversos tipos de vida social u
organizaciones cuya naturaleza y fines están dados por las necesidades específicas que motivan su formación: instituciones educativas, deportivas, económicas, de atención a la salud, culturales, de entretenimiento… Son las “asociaciones o grupos intermedios” que, junto con las familias, dan a la sociedad
civil la característica de ser una “sociedad de sociedades” y no un mero conjunto de individuos.
2. Bien común como fin de la vida social
Toda asociación u organización tiene un fin que le es propio y que, por
tratarse del fin de todos y cada uno de sus miembros, se denomina “bien común”. Por su propia generalidad el bien común es un concepto cuyo desarrollo ha sido gradual dentro de la tradición clásica cristiana. Aparece en los planteamientos de Aristóteles y luego de Tomás de Aquino, pero ha sido la
doctrina social de la Iglesia la que ha procurado especificar su significado y sus
implicaciones para la vida social, definiéndolo como el “conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de
sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”11.
Una adecuada comprensión del bien común no se agota con la definición
anotada. Hay que decir, en primer lugar, que tiene dos dimensiones: extensión
11
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PCJP (2006), punto 164.
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y profundidad. “Extensión” consiste en que todos los miembros de la sociedad deben encontrar en ésta los bienes que necesitan y cualquier decisión –
tanto privada como pública– que, con el pretexto de favorecer la mayor utilidad del conjunto, acarree como consecuencia la privación de bienes
fundamentales para alguno de sus miembros, y sin culpa de éste, debe considerarse ilegítima. “Profundidad” significa que se trata de un ente complejo o
constituido por una pluralidad de bienes, tanto materiales como espirituales,
pero con primacía de éstos sobre aquellos; por lo tanto, es un error que atenta
contra el bien común que particulares o la autoridad pública tomen decisiones que aumenten los bienes materiales pero que, como consecuencia, lesionen los bienes espirituales, como la armonía social, la paz o la justicia.
Cuando hablamos de bienes, sea que nos refiramos a los materiales o a
los espirituales, debe entenderse que lo importante no es que efectivamente
se obtengan, sino que ello sea posible, es decir, más que los bienes en sí mismos lo que importa es que la vida social genere las condiciones para acceder a
ellos, y luego cada persona determinará libremente cuáles de esos bienes
quiere obtener y en qué medida.
Toda sociedad u organización tiene como fin su propio bien común, por
lo tanto la especificación de éste dependerá del fin específico de cada organización. Sin embargo, tratándose de la sociedad civil, el bien común de ésta será
más amplio y complejo que las demás, puesto que en definitiva estará conformado por los bienes comunes del resto de las formas de asociación y, dado que
se trata precisamente del bien de todas las personas y asociaciones, a él le estarán subordinados los bienes comunes de éstas.
3. Gobierno
Tomás de Aquino entiende que toda sociedad requiere un gobierno, entendiendo por tal “encaminar una cosa el que gobierna a su conveniente fin”12,
y ese fin, en el caso de las sociedades humanas, es el bien común. La complejidad de toda forma de vida social, que nace del hecho de estar formada en último término por personas que tienen cada una voluntad propia, y que, junto
con compartir intereses comunes tienen inevitablemente distintos pareceres
e intereses, plantea la necesidad de contar con un gobierno: “Si es natural al
hombre el vivir en sociedad de muchos, es necesario que entre todos haya al12
Tomás de Aquino, [1940 (2003)], p. 112.
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guien por quien la multitud se rija. En efecto, sobresaliendo muchos hombres
y previéndose cada uno aquello que es para él apto, la multitud se dispersaría
en diversos grupos a no ser que existiese, ciertamente, alguien que tenga el
cuidado de lo que compete al bien de la multitud”13.
Cuando se trata de una forma de vida social u organización que involucra a pocos, y con una finalidad específica, la forma de gobierno no suele plantear dificultades. Pero la complejidad de la sociedad civil, dada por la cantidad
de personas que la componen y la variedad de finalidades que persigue, hace
que este punto no sea de fácil solución y dé lugar a distintas posiciones, tanto
en una época histórica determinada como a través del tiempo. En la tradición
política clásica cristiana aparecen diversas posibilidades legítimas pero con un
elemento necesario para juzgar favorablemente su legitimidad: que sean efectivas en la búsqueda del bien común. Si bien estas reflexiones acerca del gobierno están pensadas con respecto a la sociedad política, sus argumentaciones
están hechas en términos tales que es posible referirlas a cualquier tipo de sociedad, incluyendo a aquella que hoy llamamos “empresa” y que no existía en
la época de Aristóteles ni tampoco en la de Tomas de Aquino.
La tarea de gobierno es, esencialmente, de carácter ético. Lo es tanto
desde la perspectiva de quien gobierna como de la de los gobernados. De los
gobernados, porque el fin del gobierno es el bien común y éste consiste en su
felicidad, esto es, su desarrollo humano, que se logra en la vida virtuosa; y del
gobernante, porque la eficacia de sus decisiones requiere de un cierto (y elevado) nivel ético o desarrollo de virtudes, y especialmente la primera de las
virtudes cardinales: la prudencia. “La única virtud exclusiva del mando es la
prudencia; todas las demás son igualmente propias de los que obedecen y los
que mandan”14, afirma Aristóteles. Tomás de Aquino agrega que quien detenta
la autoridad debe ejercitar la virtud de la prudencia gubernativa y la virtud de
la justicia15.
13
14
15
14
Tomás de Aquino, [1940 (2003)], pp. 64-65.
Pol. III, 4, 1277b 25.
S.Th. 2-2, 50, 1. Ver también Derisi, O. (1972), p. 22, y Pieper, J. [1980 (1988)], p. 149.
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II. PRUDENCIA
1. Prudencia en general
La prudencia es primeramente una virtud del intelecto, por lo tanto perfecciona la razón y específicamente la razón práctica, es decir, la capacidad humana para conocer cómo obrar el bien, aquello que le conviene a la persona en
cuanto ser humano. Como la materia de ese conocimiento consiste en el bien
moral, la prudencia, a la vez que perfecciona la razón, contribuye a perfeccionar también la voluntad. “Sólo aquel que sabe cómo son y se dan las cosas
puede considerarse capacitado para obrar bien”16.
El conocimiento de la prudencia no tiene que ver con los fines últimos
sino con los medios conducentes a estos fines, por lo tanto el conocimiento
del hombre prudente versa tanto sobre principios universales como sobre su
aplicación: “Es necesario que el prudente conozca no solamente los principios
universales de la razón, sino también los objetos particulares sobre los cuales
se va a desarrollar la acción”17. Así se entiende mejor cómo es que esa virtud
perfecciona tanto la razón como la voluntad: porque es cognoscitiva de los
principios generales a la vez que volitiva o imperativa de los medios.
La prudencia opera en tres etapas: deliberación, juicio e imperio18. Las
dos primeras son operaciones de la razón, por lo que en conjunto se les llama
“prudencia como conocimiento”19. Deliberación, según Tomás de Aquino, es
pedir consejo, lo cual implica indagar20. El juicio consiste en juzgar el resultado
de la indagación21. Por la deliberación la razón pondera los distintos cursos de
acción posibles, mientras que con el juicio la razón se inclina por uno de ellos
como el más conducente a la consecución del fin. Por su naturaleza estas dos
etapas requieren tiempo, de modo que si el sujeto no se da el tiempo requerido
para analizar todas las alternativas y determinar cuál es la mejor estaría actuando con impremeditación22. El prudente se dará el tiempo necesario para
deliberar y juzgar correctamente.
16
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18
19
20
21
22
Pieper, J. [1980 (1988)], p. 42.
S.Th. 2-2, 47, 3.
S.Th. 2-2, 47, 8.
Pieper, J. [1980 (1988)], p. 44.
S.Th. 2-2, 47, 8.
S.Th. 2-2, 47, 8.
Pieper, J. [1980 (1988)], p. 45.
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La tercera etapa, imperar, es el acto principal de la prudencia y consiste
en aplicar a la operación el resultado de la búsqueda del juicio, por lo que se
le llama “prudencia como mandato”23. Una vez que la razón ha deliberado y
juzgado es el turno para que actúe la voluntad. A diferencia de las etapas anteriores, en que el sujeto debe tomarse su tiempo, en esta etapa la acción debe
ser rápida; ha pasado el tiempo para ponderar, analizar, recabar información,
pedir consejo, juzgar. Es el momento de la acción, de “poner manos a la obra”,
de llevar a cabo lo decidido sin detenerse a pensar si se tomó una buena decisión.
El hombre prudente sabe entonces tomarse su tiempo para pensar y
luego tiene el carácter para actuar con resolución. Se sitúa en un justo medio
entre la indecisión –demorarse demasiado en la deliberación y el juicio– y la
precipitación– pasar a la acción o imperio sin haber deliberado y juzgado lo
suficiente. Sabe que por más que delibere no puede eliminar el riesgo en sus
decisiones, por lo que entiende que no puede exigirle a la deliberación una
certeza total, aun cuando a veces pueda darse. “El prudente no espera certeza
donde y cuando no la hay, ni se deja tampoco embaucar por las falsas certezas”24.
2. Prudencia gubernativa
La prudencia viene a determinar, en último término, la capacidad de regir o de conducir al destinatario del acto a su fin último y por eso es siempre
una virtud de “dirección”. Tomás de Aquino, desarrollando una distinción que
hace Aristóteles25, distingue varios tipos de prudencia según el sujeto a quien
ésta se aplique. La prudencia es “personal” cuando recae en el propio sujeto;
es “económica” o “familiar” cuando se ordena al bien común de la casa o familia; es “gubernativa” cuando se ordena al bien común de la polis o sociedad
política; es “política” cuando quien ejecuta el acto es el ciudadano o súbdito y
se aplica a la obediencia respecto del mandato de la autoridad; y es “militar”
cuando se aplica al arte de la guerra. La primera forma de prudencia personal
tiene por objeto dirigir al propio sujeto que ejecuta el acto, mientras que las
otras formas tienen por objeto dirigir o “gobernar la multitud”26.
23
24
25
26
16
Pieper, J. [1980 (1988)], p. 51.
Pieper, J. [1980 (1988)], p. 52.
EN VI, VIII.
S.Th. 2-2, 50.
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Si Aristóteles y Tomás de Aquino escribiesen hoy, sin duda habrían considerado la empresa como una forma de asociación con su propia forma de dirección o prudencia, que muy probablemente habrían llamado “prudencia empresarial”. Cabe entonces preguntarse cuál de las formas de gobierno de la
multitud descritas se asemeja más a la que requiere un directivo empresarial.
Dado que la empresa es una organización intermedia entre la familia y la sociedad política, la prudencia que necesita el directivo de empresas ha de estar
entre la prudencia económica y la gubernativa. En mi opinión, la naturaleza de
las relaciones en el interior de la empresa se asemeja más a la que entre hay
entre la autoridad política y los ciudadanos que a la que une al padre de familia con los suyos. En consecuencia, antes de entrar a analizar el ejercicio de la
prudencia en la empresa, corresponde averiguar en qué consiste la prudencia
gubernativa para extraer de ahí lecciones aplicables a la dirección de empresas.
Tomás de Aquino desarrolló el concepto de prudencia gubernativa en dos
obras: la Suma Teológica y Del Gobierno de los Príncipes o Del Reino, que escribió
para la educación de los gobernantes y en la cual profundiza acerca de la labor de gobierno entendiéndola como ejercicio especial de la prudencia. Tomás entiende el ejercicio del gobierno o prudencia gubernativa de la siguiente
manera: “la función propia de la prudencia es dirigir y mandar”27. No explica
el significado específico de cada verbo, por lo que no queda claro por qué usó
los dos y no uno solo. En cierta medida son sinónimos en cuanto se refieren a
señales emitidas por la autoridad, pero, en mi opinión, hay un matiz de diferencia que vendría a justificar el uso de ambos: “dirigir” tiene un sentido más
amplio y puede entenderse como explica uno de los comentaristas del Aquinate: “Debe buscar [el gobernante] los medios para llegar a la virtud, y debe
conseguir todos los medios materiales que ayuden a llegar a ella; por eso también tiene que procurar el bienestar material a su pueblo, como medio de llegar a la virtud”28. Por otra parte, “mandar” tiene un sentido imperativo, esto
es, cuando la autoridad manda está ordenando una conducta específica. En
otras palabras, “dirigir y mandar” viene a ser algo así como “guiar y ordenar”
los actos de todos los miembros del cuerpo social hacia el bien común.
27
28
S.Th. 2-2, 50, 1.
Beuchot, M. (2005), p. 107.
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III. EJERCICIO DE LA PRUDENCIA EN LA ACTIVIDAD EMPRESARIAL
1. Fines de la empresa como entidad económica
La dirección de empresas viene a ser la aplicación de la doctrina de la
prudencia, y específicamente de la prudencia gubernativa, a la dirección de
empresas. En mi opinión, los errores ideológicos de la ciencia económica hacen necesario desarrollar una doctrina específica en esta materia que vendría
a ser aquello que más arriba he denominado “prudencia empresarial” y que
pretendo delinear a continuación.
La empresa es una organización, esto es, una asociación de personas con
un fin determinado, y su fin propio y distintivo es la creación de riqueza: “Su
especificidad [de la empresa] consiste en que organiza la acción, el trabajo humano, con vistas a la creación de riqueza”29. Dado que la prudencia comienza
con una apreciación adecuada de la realidad, es necesario detenerse sobre este
punto.
Sin negar los innumerables aportes de la ciencia económica, también es
cierto que en sus propias bases subyacen no pocos errores. Uno de ellos se refiere al fin: aunque en la literatura respectiva los autores responden de distinta
manera a la pregunta acerca del fin de la economía, en general se entiende que
éste consiste en la superación de la escasez, entendida como carencia de los
bienes materiales necesarios para satisfacer las necesidades materiales. En sí
misma esta formulación puede estimarse correcta, pero los problemas comienzan cuando la superación de la escasez no se relaciona con otros fines que
las personas persiguen y a los que, de acuerdo con la naturaleza humana, se
les debe subordinar. A esto se agrega la falacia de la modernidad, que entiende
la realidad separada en compartimentos estancos sin relaciones entre ellos, resultando en que, en lo que respecta a la economía, ésta no tiene relación con
otros ámbitos de la acción y el pensamiento humano. En consecuencia, para el
cumplimiento de sus fines se basta a sí misma, y no reconoce relación con la
ética ni con la política.
¿Por qué la racionalidad económica moderna incurre en estos errores?
Por la antropología liberal que subyace a esa racionalidad, de la cual deriva la
ética utilitarista, que a su vez empapa el pensamiento económico. El liberalismo concibe al ser humano como (1) un ser individual, (2) motivado princi-
29
18
Pérez López, J.A. (1998), p. 41.
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palmente por sus propios intereses, y (3) que son puramente materiales. Opera
aquí un triple reduccionismo: se elimina la relacionalidad humana, se infravalora la capacidad de las personas de actuar en función de intereses de otros, y
se desconocen intereses espirituales. De esta visión del hombre deriva la corriente ética que postula que el fin del hombre es maximizar el placer y disminuir el dolor, regla que se convierte en la finalidad de la vida social. Las características esenciales del utilitarismo son: (1) compromiso con la
maximización del bien (entendido como placer) y minimización del mal (entendido como dolor); (2) su teoría del valor intrínseco: la maximización del
placer no es un fin sino un medio para lograr experiencias y condiciones que
son buenas sin referencia a sus consecuencias posteriores; y (3) la noción de
que el individuo es capaz de realizar un cálculo racional de utilidad para cada
alternativa de acción para luego elegir aquella que genera la mayor cantidad
de satisfacción neta.
La teoría económica moderna hundió sus raíces en los postulados utilitaristas. Así es como la primera característica del utilitarismo se tradujo en el
concepto de eficiencia, pues esta es la manera de maximizar la producción y
los beneficios, resultando en que la mejor alternativa de acción es la más eficiente30. La segunda característica se traduce en la noción de que la eficiencia
es el medio para maximizar el bien, constituido por una situación de abundancia de riqueza económica o maximización de beneficio monetario31. La tercera característica da lugar a la función de utilidad, consistente en el sistema de
precios y preferencias del mercado que permite maximizar la utilidad general
de la sociedad y de los individuos32.
La antropología liberal, la ética utilitarista y la filosofía económica a la
que éstas dieron lugar constituyen la base o plataforma ideológica de la teoría
moderna de empresa: el modelo de accionistas, el cual se puede resumir en los
siguientes postulados: (1) los accionistas son propietarios de la empresa. (2)
Los accionistas actúan de acuerdo con el criterio de maximización de la utilidad. (3) La empresa es un nexo de relaciones contractuales. (4) El propósito
de la empresa es maximizar el valor para el accionista33. Vemos aquí que, a
efectos prácticos, la empresa es asimilada al individuo, porque si éste busca a
30
31
32
33
Beauchamp, T.L. y Bowie N.L. [1979 (1988)], p. 26.
Beauchamp, T.L. y Bowie N.L. [1979 (1988)], p. 27.
Beauchamp, T.L. y Bowie N.L. [1979 (1988)], p. 28.
Fontrodona, J. y Sison, A. (2007), p. 71. En mi trabajo “Modelos de Empresa y Ética” (2013) analizo
en extenso el modelo de accionistas y sus bases antropológica, ética y de teoría económica.
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través de sus actos maximizar su utilidad (felicidad neta entendida como placer menos dolor), la empresa busca también maximizar su utilidad (ingresos
menos costos).
Las consecuencias prácticas de esta concepción de la empresa y su finalidad económica son trágicas y no es posible que pasen desapercibidas para un
directivo prudente. La prudencia muestra que (1) la empresa es primeramente
una organización y no es asimilable a un individuo; (2) su fin deriva de su naturaleza relacional humana y no puede expresarse en términos estrictamente
económicos, aunque tampoco puede prescindir de este aspecto. En síntesis,
un directivo prudente se da cuenta de que la visión de una teoría organizacional basada en la ciencia económica moderna es, al menos, incompleta, cuando
no derechamente errada.
En un segundo momento la prudencia llevará al directivo a detenerse en
una adecuada consideración del carácter personal del hombre. Éste no es un
mero individuo sino una persona dotada de individualidad y relacionalidad,
con una dimensión corpórea y una espiritual intrincadas en una dinámica en
la que la primera se subordina a la segunda. De ahí que la superación de la escasez –o creación de riqueza, expresada en términos positivos– que atiende al
carácter corporal de la naturaleza humana deba entenderse como parte de una
situación de bienestar, que consiste en que la persona tiene satisfechas sus necesidades de supervivencia de modo que puede adentrarse en la satisfacción
de sus necesidades superiores o espirituales, buscando su perfección en cuanto
ser humano a través del establecimiento de relaciones con otros. En consecuencia, la economía tiene, en mi opinión, tres fines: uno inmediato: superación de la escasez; otro mediato: bienestar en sentido amplio o felicidad personal; y un fin final o último: el bien común.
Esta formulación lleva a superar la autonomía que la economía adquiere
en la cultura y pensamiento modernos y nos hace volver a la visión aristotélica, en donde la economía (superación de la escasez) se subordina a la ética
(felicidad personal) y ambas a la política (bien común). En efecto, una concepción verdadera de la economía la entiende como una dimensión de la vida
humana y social necesariamente relacionada con otras dimensiones, y en una
dinámica en la que sus prescripciones (1) son de carácter colectivo y no individual, y (2) han de someterse, para ser válidas, a consideraciones éticas y políticas.
Veamos un ejemplo práctico. De acuerdo con la visión económica moderna, una decisión de dirección empresarial que se traduzca en aumento de
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eficiencia pero que, al mismo tiempo, resulte perjudicial para la vida familiar
de los trabajadores como una extensión excesiva de la jornada laboral –no
sólo es válida sino además efectiva, y por tanto “buena”, porque satisface el requisito de aumentar la producción y las ganancias. Pero si ello se logra lesionando las relaciones de los trabajadores y su vida personal– por una menor
dedicación a sus familias– entonces la decisión es “mala” o “inconveniente” y
no se debe tomar, puesto que, si bien la decisión conduce a un aumento de la
riqueza, al mismo tiempo afecta negativamente a la felicidad de los trabajadores, sus esposas y sus hijos.
Una visión de la empresa que atienda al bien común requiere una reformulación de la economía no sólo en el sentido de que se someta a la ética y a
la política, sino también para que supere su individualismo y su materialismo.
Para ilustrar este punto podemos recurrir al postulado aristotélico que distingue la economía de la crematística de acumulación. Para Aristóteles, la economía es una actividad colectiva: el “gobierno de la casa”, que lleva consigo la
provisión de los bienes necesarios para la supervivencia. La economía se ocupa
entonces del uso de los bienes, y para ello se vale de la crematística, que es el
arte de la adquisición de los bienes. Pero si la adquisición da paso a la acumulación de bienes más allá de lo necesario para el bienestar, o si recae sobre
bienes supérfluos, deviene en una crematística de acumulación que, a diferencia de la crematística de adquisición, deja de estar sometida a las necesidades
de la familia y se desnaturaliza34. La economía moderna termina pareciéndose
más a la crematística de acumulación que a la crematística de adquisición o a
la economía naturalmente entendida, debido al individualismo y a la atención
al interés propio que introduce la visión moderna en la racionalidad económica. De ahí entonces la necesidad de una teoría económica alternativa que
colabore con una racionalidad de empresa basada en el bien común.
2. Distinción de bienes y necesidades
Precisamente en la línea de crear una racionalidad de empresa más amplia se inscribe el planteamiento de Alford y Naughton35. Estos autores sostienen que, para lograr su fin, esto es, el bien común empresarial, la empresa
debe generar una adecuada integración y jerarquización de tres niveles:
34
35
Pol. I, III.
Alford, H.J. y Naughton, M.J. (2001), p. 45; Alford, H.J. y Naughton, M.J. (2002), p. 38; y en conjunto con Brady: Alford, H.J.; Brady, B. y Naughton, M.J. (1995).
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a) Fundamental (prefiero llamarlo “de supervivencia” puesto que se refiere a los bienes que satisfacen las necesidades humanas más básicas).
b) De excelencia (prefiero llamar a este nivel “de desarrollo humano”
pues comprende aquello que apunta a la realización de las personas en cuanto
seres humanos, es decir, a su dimensión relacional y espiritual).
c) De integración y ordenación de bienes.
a) Nivel de supervivencia
Corresponde a la satisfacción de las necesidades primarias. Muchos
bienes materiales cuyo uso involucra consumo, ocupación o intercambio caen
en la categoría de fundamentales, y, dado que su necesidad es urgente, la preocupación por su obtención puede desplazar la preocupación por los bienes
excelentes. Se configura así una conducta irracional, puesto que las personas
necesitamos los bienes fundamentales en orden a obtener los bienes excelentes, y no al revés. En las sociedades modernas los bienes materiales se obtienen
principalmente a través de la participación en empresas, y para que éstas puedan cumplir ese papel en el largo plazo deben crear las condiciones que permitan atraer capital, usarlo eficiente y productivamente, y generar más capital
para sobrevivir y crecer. Es decir, requieren los bienes organizacionales de rentabilidad, eficiencia y productividad, que se logran mediante técnicas administrativas: finanzas otorga las habilidades para obtener capital, producción
otorga las habilidades para operar eficientemente, etc. Si la administración no
genera eficiencia y rentabilidad óptimas, no importa cuán noble y satisfactoria sea, la organización no será viable.
Los autores afirman que los economistas neoclásicos hacen del deseo fundamental por la supervivencia la base de la teoría financiera de la firma, que
postula la maximización de la riqueza de los dueños. En esta visión, dado que
el capital juega un rol decisivo en la existencia de la firma, los intereses de los
accionistas deben ser maximizados, resultando en que este nivel agota por sí
solo la racionalidad empresarial fundada en la visión moderna de la economía.
En cambio, los autores sostienen que, aunque esta versión de la firma describe
aquello que es fundamental y necesario, no es suficiente para describir todo lo
que involucra una empresa.
Más allá de los planteamientos de Alford y Naughton, y complementando la descripción del nivel de supervivencia que ellos hacen, en el interior
de este nivel hay un aspecto relacionado con la prudencia, aunque no se menciona en estos términos en la literatura sobre administración de empresas: el
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proceso de administración estratégica. Ya me referí al comienzo de este trabajo al concepto, pero ahora describiré el proceso de acuerdo con un modelo
que recoge el enfoque tradicional de administración estratégica, lo que en la literatura se ha denominado “proceso formal de planificación estratégica”36, o
también “sistemas formales de planeación”37, que queda representado en la siguiente figura38:
MISIÓN
EVALUACIÓNINTERNA
ESCRUTINIOEXTERNO
FORMULACIÓNDELAESTRATEGIA
ANIVELFUNCIONAL
ANIVELDENEGOCIOS
ANIVELCORPORATIVO
IMPLEMENTACIÓNDELAESTRATEGIA
PLANESESPECÍFICOSDEACCIÓN
ASIGNACIONESPRESUPUESTARIAS
MECANISMOSDECONTROL
El proceso parte con la definición de la misión de la empresa, que incluye
la determinación del sector en el que se va a competir y la forma de hacerlo
(o desarrollo de las competencias únicas y distintivas). El segundo paso es el
36
37
38
Hax, A. y Majluf, N. (2000), p. 51.
Hill, C. y Jones, G. [1995 (1996)], p. 15.
Adaptación de Hax, A. y Majluf, N. (2000), p. 54; y Hill, C. y Jones, G. [1995 (1996)], p. 9.
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escrutinio o evaluación interna, que consiste en la determinación de la posición competitiva de la empresa mediante un análisis de sus actividades o procesos productivos y que se traduce en la identificación de sus fortalezas y debilidades. El tercer paso consiste en una evaluación o análisis del entorno o
ambiente externo, cuyo fin es la identificación de las oportunidades y amenazas que existen en los mercados en los que la empresa está operando o va a
operar. Los pasos dos y tres constituyen en conjunto lo que se suele llamar
“análisis FODA” (“Fortalezas”, “Oportunidades”, “Debilidades” y “Amenazas”). De estos tres pasos –definición de la misión, escrutinio interno y examen externo– deriva la generación de alternativas estratégicas, por ejemplo,
el desarrollo de productos con los que se abordarán los respectivos mercados,
debilidades que se deben superar, fortalezas que se deben mantener e incluso
potenciar, oportunidades que se deben aprovechar y amenazas de las que hay
que protegerse. Las alternativas estratégicas en conjunto constituyen la formulación de la estrategia, pueden contener estrategias en los niveles funcional, de negocios y corporativo, y se concretan en planes generales de medio y
largo plazo. El nivel corporativo tiene lugar en aquellas organizaciones que
por su tamaño abarcan varios negocios y operan en varios mercados, y surge
de la necesidad de integrarlos en un marco estratégico común; la estrategia
del nivel corporativo aborda las decisiones que engloban a la totalidad de la
empresa y constituye el contexto para las estrategias de negocios. El nivel de
negocios está constituido por cada uno de los negocios que componen la corporación; las estrategias respectivas tienen por objetivo determinar la forma
en que la respectiva unidad o negocio se posiciona en su mercado para ganar
una ventaja competitiva en los respectivos sectores industriales. El nivel funcional está conformado por las operaciones funcionales que se realizan dentro de la organización: producción, finanzas, marketing, investigación y desarrollo, recursos humanos…; las estrategias funcionales tienden a mejorar la
efectividad de las operaciones funcionales consolidando los requerimientos
exigidos por las estrategias corporativas y de negocios. Finalmente, a la formulación de la estrategia sigue su implementación mediante programas específicos, un plan que contenga las asignaciones presupuestarias necesarias para
llevar a cabo dichos programas, y el establecimiento de mecanismos de monitoreo y control para verificar la sujeción de los miembros de la compañía a las
estrategias fijadas y medir el grado de cumplimiento de las mismas39.
39
24
Esta descripción está basada en Hax, A. y Majluf, N. (2000), pp. 51-55, y Hill, C. y Jones, G. [1995
(1996)], pp. 8-14, y toma y combina lo fundamental de ambas. He preferido hacerlo de esta manera para
simplificar el modelo y así facilitar su descripción.
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Pues bien, nótese que en este proceso aparecen las tres etapas del acto
prudente. Si consideramos la determinación de la misión en conjunto con la
evaluación externa y el escrutinio interno, tareas que implican búsqueda y recopilación de información, podemos concluir que coinciden con la deliberación; la formulación de la estrategia consiste en la elección de cursos de acción, por tanto constituye una forma de juicio; y la implementación de la
estrategia, dado que constituye la puesta en acción de la estrategia, corresponde a la etapa de imperio. En síntesis, la literatura y la práctica administrativa se han dado cuenta de que el logro del fin económico primario de la empresa requiere prudencia.
b) Bienes y necesidades excelentes o de desarrollo humano
El nivel de desarrollo humano corresponde a los bienes llamados “excelentes”, que consisten en cualidades que se desarrollan a través de la convivencia en comunidad, como la amistad y la auto-posesión personal. Los seres
humanos no somos animales en busca sólo de preservación y satisfacción de
necesidades básicas, sino seres sociales que buscamos una comunidad en la cual
obtener los bienes que nos permitan satisfacer las necesidades superiores para
realizarnos como seres humanos y ayudar a otros en el mismo afán. En el lugar de trabajo estos bienes son descritos en términos de virtudes como justicia, prudencia, coraje, solidaridad y paciencia, esto es, cualidades internas que
fomentan el crecimiento personal. Al mismo tiempo, para que las comunidades existan, sus directivos deben crear bienes organizacionales o condiciones
que permitan una amplia participación, una adecuada distribución de cargas
y beneficios, que la gente pueda contribuir a la comunidad, etc.
c) El nivel de integración y ordenación de bienes corresponde al logro
del bien común organizacional. El desafío moral crucial al que se enfrenta toda
empresa no es elegir entre el deseo de supervivencia y el deseo de desarrollo
humano, sino la ordenación de estos dos deseos o necesidades de manera que
ambos puedan lograrse; por lo tanto, se deben obtener ambos tipos de bienes.
Si una empresa no crea suficientes bienes fundamentales –ganancias económicas– no habrá lugar donde pueda darse el desarrollo humano, por lo que no
sería una buena administración aquella que, por poner demasiada atención en
los bienes excelentes, descuidase la obtención de los bienes fundamentales. Éstos son necesarios para que la organización exista, pero su búsqueda debe subordinarse a la búsqueda más excelente de la vida en comunidad; los bienes
fundamentales constituyen el medio y los bienes excelentes el fin, y la obtención del fin supone la obtención y el adecuado uso de los medios.
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¿Cómo lograr esta adecuada ordenación de bienes? Mediante la virtud
intelectual de la sabiduría práctica (con este término Alford y Naughton se refieren a la prudencia). Es la capacidad para deliberar, para discernir los mejores medios en orden a los bienes finales, para hacer el bien correctamente en
casos particulares. La persona que la posee tiene una comprensión de las distintas disciplinas de administración, percibe la complejidad de cada situación
y aplica las diversas virtudes morales. Es la virtud central para los directivos
de empresa, dado que permite ordenar los distintos bienes organizacionales
en un acto concreto. La ordenación de los deseos y bienes es afectada por los
distintos factores del entorno competitivo, condiciones de mercado, estados
de desarrollo, etc. La sabiduría práctica permite a los directivos adecuarse a
tales circunstancias, dando diferentes énfasis a los deseos y bienes en cada momento. Por ejemplo, una compañía que acaba de comenzar se enfocará más
en los bienes fundamentales que en los bienes excelentes; las compañías que
nacen tienden a fracasar en sus inicios a causa de la falta de flujos de caja o un
marketing pobre, por tanto es legítimo que se aboquen a desarrollar los bienes
fundamentales. El peligro es que la legítima atención sobre la productividad y
la rentabilidad habitúe al empresario a enfocarse sólo en esos bienes, aun
cuando esta fase haya concluido. ¿Cómo prevenir esto? Si los empresarios entienden que su empresa está ordenada hacia fines más altos entonces la obtención de ganancias y productividad será vista como un medio.
En síntesis, el planteamiento de los tres niveles de una empresa que hacen Alford y Naughton da cabida a la prudencia de dos maneras: (1) en la integración y subordinación de los bienes económicos a los excelentes – o del
nivel de supervivencia al de desarrollo humano– y, (2) dentro del nivel de supervivencia, en la manera más eficiente de producir bienes y servicios mediante la planificación estratégica, aunque este punto no aparece en los trabajos de estos autores.
3. Organización del trabajo
Alford y Naughton se refieren a la prudencia empresarial a propósito de
la integración de ordenación de los bienes que se generan en la empresa. Pero
también lo hacen, y más específicamente, a propósito de la organización del
trabajo40. Comienzan haciendo un contraste con el concepto de “división del
40
26
Alford, H.J. y Naughton, M.J. (2001), pp. 99 y ss.
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trabajo” acuñado por Adam Smith, que parte del supuesto de que hay una
cierta cantidad de trabajo predefinida que hacer y se ha de dividir entre los
trabajadores disponibles. Este concepto fue aplicado en su máxima expresión
por Frederick Taylor para la fabricación de automóviles en la primera mitad
del siglo XX, y sigue impregnando de manera más o menos explícita la forma
en que se diseña y organiza el trabajo en la mayoría de las empresas hasta hoy.
El problema es que prescinde de la libertad y creatividad propias de la naturaleza humana porque asume que las personas son como máquinas, cuyo único
aporte posible a la empresa es la realización de una tarea en forma mecánica.
No se organiza el trabajo en función de los trabajadores sino que se dispone de
éstos en función del proceso de producción, tratándolos como simples instrumentos para maximizar la eficiencia del proceso productivo y, en consecuencia, la riqueza de los accionistas, con lo cual los empleadores terminan por degradar y deshumanizar a los trabajadores.
La división del trabajo lleva a cabo una subordinación de los bienes excelentes a los bienes fundamentales, lo que puede entenderse y justificarse sólo
bajo las circunstancias adversas que caracterizan a los períodos de crisis, pero
la mayoría de los teóricos de los negocios ven la primacía de la creación de riqueza como la norma y principio de la racionalidad empresarial. Por el contrario, Alford y Naughton sugieren reemplazar la división el trabajo por el
concepto de “organización del trabajo”41. Toda acción que constituye “trabajo”
tiene dos tipos de efectos: uno en la persona que lo realiza –aspecto subjetivo–
y otro que constituye el resultado del mismo– aspecto objetivo. La dignidad
de la persona plantea un principio fundamental: la primacía del aspecto subjetivo sobre el aspecto objetivo, es decir, es más importante el trabajador que
lo que éste produce. Por lo tanto, una adecuada organización del trabajo debe
partir del reconocimiento de que el trabajo tiene como sujeto y fin a una persona, por lo que el proceso de trabajo debe ser diseñado y organizado de modo
que favorezca su desarrollo en cuanto tal.
Dado que la aplicación de la prudencia en la empresa consiste en una
buena toma de decisiones42, aquellas que versan sobre la forma de organizar
el trabajo deben tomarse en función del desarrollo humano. En términos prácticos ello significa, en primer lugar, que el diseño del proceso productivo de-
41
42
La expresión que usan es job design, que puede traducirse también como “diseño del puesto de trabajo” o
“diseño del trabajo”.
Alford, H.J. y Naughton, M.J. (2001), p. 90.
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ben respetar y favorecer la libertad y la creatividad humanas. Por ejemplo, el
equipamiento técnico de un proceso de producción debe diseñarse en torno a
los trabajadores que lo usarán y no como suele ocurrir: se coloca a las personas para llenar brechas de proceso entre máquinas. La manera en que se use la
tecnología debe permitir la posibilidad de un diseño verdaderamente humano
en el lugar de trabajo; de esta forma se ayuda al aspecto subjetivo del trabajo,
porque es un conjunto de instrumentos que hacen el trabajo más efectivo y
productivo, y porque es un vínculo con aquellos que han enriquecido la capacidad humana de trabajo con anterioridad. Pero si la organización del trabajo
hace que las personas queden reducidas a la dependencia de la tecnología, se
suprime el desarrollo del potencial humano del trabajador. Esto es un error
moral y un error económico: error moral porque, como ya se dijo, se instrumentaliza a la persona; y error económico porque se desaprovecha todo el
aporte que se podría derivar de la inteligencia de los trabajadores.
Una segunda consecuencia práctica de la aplicación de la prudencia es
que, para permitir que la gente se haga cargo de su propio trabajo y actúe por
propia iniciativa, se debe aplicar el principio organizacional de la “subsidiariedad”: la responsabilidad sobre el control de la tarea descansa en el grupo o
en la persona que realiza la labor, mientras que los niveles administrativos más
altos deben apoyarlos cuando lo requieran. En otras palabras, que el poder
descanse en el nivel de producción más básico y, a la vez, en que puedan acudir a niveles de administración más altos para pedir ayuda en su contribución
al esfuerzo común.
Una tercera consecuencia es que el diseño del proceso de trabajo debe
considerar la relacionalidad propia de la persona, esto es, la organización del
trabajo debe promover la solidaridad entre los miembros de la empresa y la
posibilidad de servir a otros con los bienes y servicios que resultan de ese proceso. Los trabajadores deben poder apreciar que son parte de un equipo y que
sirven a la comunidad en la cual la empresa está inserta.
Otra consecuencia es que la organización del trabajo debe respetar la capacidad de auto-determinación. Al actuar, una persona ejercita su voluntad y
decide según su sentido de lo que es moralmente y técnica o artísticamente
correcto, no porque esté determinada por una motivación externa. Cuando
una organización del trabajo no considera la libertad humana el trabajador es
usado como un instrumento por aquellos que montan el sistema de producción. Cuando ello ocurre, nuevamente el empleador degrada y deshumaniza al
trabajador y se desaprovecha su potencial para hacer más eficiente el proceso.
28
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En resumen, el directivo será prudente –o, lo que es lo mismo, tomará
buenas decisiones– cuando organice el trabajo de tal manera que favorezca el
desarrollo moral de los trabajadores y permita que éstos desplieguen todo su
aporte potencial a la generación de bienes y servicios para la satisfacción de
las necesidades de ellos mismos y de los clientes.
4. Liderazgo moral de los directivos
“La virtud propia de éste (del súbdito) es una justa confianza en su jefe”43,
afirma Aristóteles. Ganarse la confianza de los gobernados es lo que hoy se
denomina “liderazgo”. La teoría sobre administración de empresa se ha ocupado profusamente de este asunto. Vélaz afirma que, si bien en sus inicios la
literatura en la materia reconoció que el liderazgo tiene una dimensión ética
y otra técnica, su desarrollo posterior se centró tanto en la segunda que en la
práctica desconoció la primera44. De aquí que hoy resulte necesario introducir en la teoría administrativa sobre el liderazgo la dimensión ética, lo que
equivale a explicitar la relación entre liderazgo y prudencia. Como señala Teal,
“una razón para la escasez de grandeza directiva es que a la hora de educar y
formar a los directivos, nos centramos demasiado en la pericia técnica y muy
poco en el carácter… estamos en la Edad Media cuando se trata de enseñar el
modo de comportarse como grandes directivos, de inculcar, de un modo u
otro, cualidades como el valor y la integridad que no se pueden enseñar”45.
Vélaz describe los distintos modelos sobre liderazgo que ha desarrollado
la teoría organizacional y explica en qué medida pueden dar cabida a la dimensión ética, a pesar de que en principio la desconocen. Esta situación es corregida por las aportaciones de Pérez López, cuyos planteamientos, además
de profundizar en los elementos esenciales del liderazgo, tienen la virtud de
asumir los aportes de los enfoques precedentes e integrarlos en un esquema
más amplio46.
Pérez López explica la existencia de la empresa como organización partiendo de la motivación de sus miembros47: ¿por qué éstos forman parte de
aquella?, ¿qué los motiva o mueve a formar una comunidad de trabajo y obe43
44
45
46
47
Pol. III, 1277b 25-30.
Vélaz, J.I. (2000).
Teal, T. [1996 (1999)], p. 159.
Vélaz, J.I. (2000), p. 138.
Pérez López, J.A. (1998), p. 41 y ss.
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decer a su autoridad? En general, las personas actúan movidas por tres tipos de
motivos:
- Extrínsecos: el agente se mueve en función de lograr resultados externos. Ej.: remuneración.
- Intrínsecos: el agente se mueve en función de resultados relacionados
con sus capacidades operativas, es decir, en él mismo. Ej.: aprendizaje
o desarrollo de hábitos operativos.
- Trascendentes: el agente se mueve por el deseo de generar consecuencias en las personas del entorno. Ej.: satisfacción del cliente.
La razón por la que una persona realiza una acción depende de la satisfacción que le reporte, y ello dependerá de los resultados intrínsecos, extrínsecos y trascendentes que genere, aunque lo que motiva a una persona no son
los resultados efectivamente producidos sino los que ella cree que se generarán de acuerdo con una valoración a priori.
Aplicando estas categorías a la empresa, sus miembros acuden a ésta y cooperan en la consecución de sus objetivos en la medida en que perciben que
ello redunda en el logro de tres valores, que a su vez constituyen el valor de la
organización:
- Eficacia: medida en que la empresa es capaz de conseguir la adhesión
de sus miembros por la satisfacción de motivaciones extrínsecas. Por
ejemplo: ganar un buen sueldo. Según Vélaz, corresponde a la dimensión económica de la empresa y expresa el valor que los miembros
otorgan a los bienes y servicios materiales48.
- Atractividad: medida en que los miembros se adhieren a la empresa
movidos por motivaciones intrínsecas y trascendentes, es decir, por lo
que la persona pueda hacer y no por lo que pueda recibir. Por ejemplo: el aprendizaje que pueda obtener en función de una mayor satisfacción de los clientes. Según Vélaz, se traduce en el sacrificio que le
supone lo que la empresa le pide49.
- Unidad: medida en que la empresa genera adhesión específicamente
por la motivación trascendente, es decir, los miembros se adhieren a
los objetivos organizacionales porque estiman que así satisfacen nece-
48
49
30
Velaz, J.I. (2000), p. 139.
Vélaz, J.I. (2000), p. 139.
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sidades de otras personas. Según Vélaz, hace referencia directa a la dimensión ética de la organización y da la medida del actuar personal libre50.
Si bien el directivo que es un verdadero líder debe tomar decisiones que
promuevan los tres aspectos, es el tercero el que determina la calidad de su liderazgo. El directivo debe ser capaz de lograr una dinámica tal en la organización que sus miembros aprendan a moverse por motivaciones trascendentes, y ello requiere el desarrollo de sus virtudes morales. Esto no significa
sacrificar la eficacia y la atractividad: por el contrario, a mayor unidad de la
organización, mayor será su eficacia y su atractividad. En el fondo, ética y eficacia no se oponen sino que se complementan.
Sobre la base de los conceptos mencionados, Pérez López desarrolla un
conjunto de reflexiones referidas a la misión del directivo51. No es del caso
traerlas todas a colación, por lo que solo mencionaré dos. En primer lugar, el
autor responde de la siguiente forma a la pregunta “qué ha de hacer un directivo”52:
1. “Configurar una misión que debidamente comunicada sea capaz de
mover a las personas por el sentido que encuentran a lo que están haciendo en la empresa”. La misión expresa el conjunto de necesidades
que la empresa quiere satisfacer y a qué personas corresponden esas
necesidades, por lo que este punto hace referencia a la motivación trascendente que debe mover a los miembros de la organización.
2. “Establecer un objeto que aproveche y desarrolle las capacidades de hacer cosas y de aprender que tienen sus subordinados”. Este punto hace
referencia a la motivación intrínseca.
3. “Diseñar estrategias que permitan la satisfacción de los motivos económicos de quienes participan en la empresa”. Aquí la referencia es,
obviamente, a la motivación extrínseca.
La segunda afirmación de Pérez López se refiere a la manera en que un
directivo debe comportarse para despertar y fomentar la motivación trascendente en sus subordinados: (1) no ser un obstáculo para que sus subordinados
actúen por motivación trascendente cuando quieran hacerlo; (2) instruir a sus
50
51
52
Vélaz, J.I. (2000), p. 139.
Pérez López, J.A. (1998), pp. 79 y ss.
Pérez López, J.A. (1998), p. 81.
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subordinados acerca del valor real de sus acciones, lo cual se logra enseñándoles a valorar las consecuencias de sus acciones para las otras personas; (3)
ser ejemplar, y lo será actuando por motivación trascendente: en la medida en
que él mismo actúe de esa manera convenciendo a los demás de que actúen
del mismo modo53. Un directivo que se comporte de esa manera no sólo despertará confianza y lealtad en sus subordinados, sino que además les estará enseñando a comportarse como líderes ellos también. Como afirma Teal: “Los
grandes directivos crean también otros grandes directivos”54.
Resumiendo los planteamientos de Pérez López, podemos decir que el
directivo organizacional es un verdadero líder en la medida en que reconoce
que las personas se comportan motivadas por resultados económicos, de desarrollo personal y de servicio, y que la organización debe responder a esas
motivaciones pero no dándoles el mismo valor, sino subordinando los resultados económicos a los de desarrollo personal, y ambos al espíritu de servicio.
Y esto es así por la naturaleza de las personas: el hombre no es, como afirma
el liberalismo, sólo un individuo volcado principalmente sobre su propio interés, sino un ser dotado de corporeidad y espiritualidad que, teniendo necesidades materiales y espirituales, encuentra la mejor manera de satisfacerlas en
el desarrollo de su naturaleza relacional, es decir, en el servicio a otros. Cuando
los miembros de una organización ven que el directivo toma decisiones que
conforman un clima en que estas dimensiones se integran correctamente, tienden espontáneamente a confiar en él y lo siguen. Ese es el directivo dotado de
prudencia gubernativa, y ante él los subordinados tienen la prudencia política
de obedecerle porque se dan cuenta de que hacerlo redunda en su propia felicidad.
IV. ¿Gobierno empresarial y modelo de stakeholders?
El análisis de estos cuatro aspectos de la aplicación de la prudencia gubernativa a la dirección de empresas ilustra la gran diferencia entre esta forma
de entender dicha labor y la noción de “competir para obtener utilidades” o
administración estratégica, que es la manera en que la entiende el modelo de
accionistas. En la introducción afirmé que en la literatura se han desarrollado
varios modelos de empresa alternativos al de accionistas que se traducen en
53
54
32
Pérez López, J.A. (1998), pp. 96 y ss.
Teal, T. [1996 (1999)], p. 177.
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cambios acerca de la manera de entender la dirección de empresas. En mi opinión, el más desarrollado es el enfoque de stakeholders, que también es el que
más se acerca al modelo de bien común. Cabe preguntarse entonces acerca de
la diferencia entre estos dos modelos: ¿cuál es el aporte del modelo de bien
común en relación al modelo de stakeholders en lo que respecta a la dirección
de empresas?; ¿qué agrega la prudencia gubernativa a la dirección de empresas según el modelo de stakeholders?
En comparación con el modelo de accionistas, el enfoque de stakeholders
constituye un gran aporte porque supera la estrecha noción de responsabilidad y de propósito organizacional de aquel, ya que otorga legitimidad a los intereses de todos los actores con los que la empresa se relaciona. Sin embargo,
su antropología liberal –la misma que subyace al modelo de accionistas− es la
causa de que el modelo presente las siguientes falencias55:
a) Definición del propósito organizacional como la maximización de la
riqueza de los stakeholders.
Esta falencia genera dos problemas. El primero es que supone una priorización de los bienes económicos sobre los bienes espirituales o propiamente
perfectivos de la naturaleza humana. El segundo es que concibe los bienes que
la organización puede otorgar sólo como bienes particulares, cuya única posibilidad de distribución es su repartición, esto es, su división entre los distintos
interesados, lo cual dificulta el “equilibrio de intereses” entre los stakeholders
que debe realizar el directivo. Esto no ocurre, en cambio, con los bienes espirituales, puesto que por su propia naturaleza son bienes comunes, es decir,
pueden ser disfrutados al mismo tiempo por varias personas, como ocurre con
la amistad, el respeto mutuo, el conocimiento, etc.
La dificultad para incluir bienes espirituales dentro del propósito organizacional da fundamento a ciertas críticas que el modelo ha recibido desde la
perspectiva de los defensores del modelo de accionistas. Por ejemplo, Boatright reflexiona acerca de qué tipo de sistema económico protege mejor los
intereses de los stakeholders: uno en que la mayoría de las empresas son administradas según el modelo de stakeholders –lo que supone confiar en la toma de
decisiones por parte de los directivos− o uno en el que prima el modelo de accionistas –lo que supone que cada stakeholder protege sus intereses mediante
contratos celebrados libremente con quien quiera (o mediante leyes en el caso
55
Esta parte del análisis está tomada resumidamente de mi trabajo Bien común y stakeholders. La propuesta de
Edward Freeman (2010), pp. 261-266.
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de los gobiernos). Afirma Boatright que hay al menos dos razones para pensar
que los stakeholders optarían por la segunda alternativa. En primer lugar, que
la toma de decisiones por parte de los directivos es una forma de protección
más débil que las leyes y contratos de cumplimiento legalmente exigible. Segundo, que la toma de decisiones corporativas es más eficiente y efectiva
cuando la administración tiene un objetivo simple y claramente definido –
como la maximización de la riqueza de los accionistas−, lo cual a su vez redunda en una mayor creación de riqueza para todos los stakeholders y, por consiguiente, la porción de riqueza que obtendrá cada uno será también mayor56.
Puede que ello sea cierto, y en tal caso tal vez podría hacerse la misma
crítica a un sistema en que la forma de gobierno predominante sea la prudencia gubernativa por parte de los directivos (modelo de bien común), pero siempre y cuando se mantenga el supuesto de que los intereses de los stakeholders
son sólo de naturaleza económica. Por el contrario, cuando los intereses incluyen bienes de desarrollo humano, el tipo de decisión que se requiere no
puede quedar fijada por contratos ni leyes, así como tampoco se sostiene la lógica de maximización de la riqueza de los accionistas como objetivo organizacional, sino que, precisamente, la variedad de intereses y las diferentes posibilidades de satisfacerlos según las circunstancias exigen abandonar dicha
lógica. Por ejemplo −y circunscribiéndonos a bienes económicos− el manejo
de los flujos de caja de la empresa será distinto según si la empresa está iniciándose o si ya está consolidada; en la primera situación la necesidad de supervivencia aconseja posponer alzas de sueldos y mejoras de las condiciones
laborales, mientras que en la segunda se hace legítimo, e incluso obligatorio,
mejorar ambos. Si además las decisiones deben considerar variables relativas al
desarrollo humano, la toma de decisiones adquiere una complejidad que resulta imposible de abarcar por un contrato o una ley, o por un objetivo del tipo
tan simple y definido como la maximización de la riqueza de los accionistas.
b) Visión individualista
Al igual que el modelo de accionistas, el enfoque de stakeholders se apoya
en una antropología construida sobre una noción individualista del hombre,
concebido como un individuo aislado y privado de cualquier comunidad dentro de la cual pueda averiguar cuál es su bien último y cómo lograrlo. Para
fundamentar las obligaciones de la empresa con los stakeholders el modelo recurre a la teoría de derechos: cada stakeholder tiene una especie de derecho de
56
34
Boatright, J.R. (2006), pp. 117-119.
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propiedad sobre sus expectativas respecto de la empresa. El individualismo del
modelo le impide dar razón suficiente del sentido de comunidad entre los stakeholders internos y externos de la empresa. Se restringe la idea de comunidad
a un grupo de stakeholders que afectan o son afectados por la organización, y la
comunidad viene a ser un contrato social de intereses, demandas y derechos
de stakeholders particulares.
c) Utilitarismo
Esta debilidad deriva de la anterior. La visión individualista supone que
cada stakeholder, en sus relaciones con la empresa, busca maximizar la satisfacción de su propio interés de una manera que también promueva, o al menos no
dañe, los intereses de los demás. En este contexto el rol de los directivos consiste en satisfacer equilibradamente el interés de todos los stakeholders, para lo
cual la toma de decisiones debe hacerse según un cálculo que permita maximizar la suma total de bienes particulares.
En cierta medida, esta falencia hace atendible otra crítica al modelo de
stakeholders por parte de los defensores del modelo de accionistas, también descrita por Boatright: que en su afán por lograr justicia entre los stakeholders
puede desatender la eficiencia e incluso puede generarse esto último sin avanzar en lo primero57. A los defensores del modelo de stakeholders se les puede
dificultar la refutación de esta crítica precisamente porque el modelo no logra
abandonar por completo la lógica utilitarista, dentro de la cual la eficiencia es
un valor preponderante. Pero al entrar en la lógica del modelo de bien común,
en la que los bienes económicos o de supervivencia quedan subordinados a los
bienes de desarrollo humano, y la eficiencia como bien organizacional se subordina a la justicia entendida como la adecuada distribución de cargas y beneficios, la crítica se transforma más bien en una constatación de una característica del modelo, por cuanto en éste la eficiencia es necesaria y no debe
descuidarse, pero una vez lograda en términos que permitan la viabilidad de la
empresa, debe someterse a consideraciones de justicia. Es decir, la eficiencia
no se justifica por sí misma sino que debe servir a valores superiores, dentro de
los cuales está la justicia.
d) Igualitarismo de los derechos de los stakeholders
En su corriente predominante dentro del modelo, los derechos de los stakeholders son estimados como iguales y el rol de la administración es satisfacer
57
Boatright, J.R. (2006), pp. 119-122.
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esos derechos de manera equilibrada. Esta visión plantea un problema: ¿cómo
puede un directivo resolver un conflicto entre demandas de stakeholders si éstas versan sobre intereses individuales, indefinidos, indiferenciados en su importancia y desconectados de la comunidad? La incapacidad para resolver este
tipo de conflictos deriva de dos circunstancias: ningún interés o bien particular es en sí mismo más importante que los otros, y falta un bien común que
permita ordenar los intereses particulares a un objetivo de la comunidad. Ambos factores generan desacuerdos y fragmentación, debilitando a la larga el
compromiso de trabajar juntos en pos de objetivos compartidos, y dificultan la
armonización de los esfuerzos particulares con el bien de la comunidad. Lo
primero, porque esa labor consiste precisamente en dirigir los esfuerzos particulares hacia una prosperidad de la empresa que beneficie a todos sus miembros, pero el modelo no da criterios para zanjar los conflictos entre stakeholders
primarios. Y lo segundo, porque al no existir un “bien de la comunidad” falta
un factor motivador para que cada miembro individual posponga, cuando sea
necesario, su bien particular para favorecer el bien común.
Estas debilidades del modelo de stakeholders obstaculizan o dificultan la
aplicación de la prudencia gubernativa en la dirección de empresas. Veamos
por orden cómo ellas inciden en los cuatros aspectos de la prudencia analizados más arriba:
- Propósito organizacional como maximización de la riqueza de los stakeholders. Si los intereses de los stakeholders son preferentemente de naturaleza
material, difícilmente los directivos entenderán que el fin económico de la empresa se subordina a su fin moral –la felicidad personal de sus miembros– y
al bien común político (primer aspecto), y que por lo tanto los bienes y necesidades del nivel de supervivencia deben subordinarse a los bienes y necesidades de desarrollo humano (segundo aspecto). En consecuencia, la organización del trabajo en la empresa (tercer aspecto) no respetará dicha
subordinación. En cuanto al liderazgo (cuarto aspecto), esta falencia conducirá a los directivos a dar primacía a los motivos extrínsecos de la actuación de
los empleados en desmedro de los motivos intrínsecos y trascendentes.
- Individualismo. Obviamente esta debilidad dificulta la comprensión del
bien común organizacional como fin de la empresa y del bien común político
como un bien mayor al cual el bien de la empresa debe subordinarse, lo cual
se reflejará necesariamente en una deficiente organización del trabajo. Finalmente, el individualismo conspira contra los valores organizacionales de atractividad y unidad al que el liderazgo moral debe tender.
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- Utilitarismo. Por esencia la prudencia trasciende los estrechos límites
en que el utilitarismo enmarca el criterio con que un directivo toma sus decisiones. Una dirección de empresas utilitarista se centrará en el fin económico
de la empresa, desatenderá los bienes y necesidades del nivel de desarrollo humano, organizará el trabajo en consonancia con este criterio y practicará un
liderazgo preferentemente en función de las motivaciones intrínsecas.
- Igualitarismo de los stakeholders. Sin criterios para diferenciar los intereses de los stakeholders según las circunstancias se dificulta el logro del bien
común organizacional, la subordinación del nivel de supervivencia al de desarrollo humano y la adecuada organización del trabajo. Finalmente, si los directivos no visualizan razones para favorecer el bien de otros, sus dirigidos carecerán de estímulos para subordinar sus intereses, por ejemplo, al de los
clientes, lo que por supuesto conspira contra el desarrollo de la unidad de la
organización.
Es mucho más lo que se podría decir acerca de cómo las falencias del modelo de stakeholders, derivadas de su inspiración liberal, afectan negativamente
a la aplicación de la prudencia en la dirección de una empresa. Aquí he dado
sólo unas pinceladas que pueden servir de introducción a un análisis más profundo, detallado y particular que el que permite la naturaleza de este trabajo.
El punto clave es que las categorías conceptuales sobre las que se ha construido el enfoque de stakeholders no resultan siempre compatibles, al menos en
grado suficiente, con aquellas que permiten la aplicación de la prudencia gubernativa.
Sin embargo, lo anterior no significa que el modelo de stakeholders y el
modelo de bien común –y por lo tanto sus respectivas lógicas de dirección empresarial− no sean compatibles. De hecho, el primero puede entenderse a la
luz de la tradición del derecho natural y del concepto de bien común58, llevándolo a una expresión más plena. Por lo mismo, es totalmente admisible que
un relato de dirección de empresas entendida como aplicación de la prudencia utilice conceptos y terminología propios del modelo de stakeholders. Pero,
insisto, ello implica alejarse de las categorías liberales y utilitaristas con las que
los primeros teóricos de stakeholders desarrollaron el modelo.
58
Así lo han intentado Argandoña, A. (1998) y Fontrodona, J. y Sison, A. (2013).
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CONCLUSIONES
La racionalidad moderna de la empresa se limita al fin específico de ésta
–la creación de riqueza– operando con una visión reduccionista tanto de la
empresa en cuanto organización como de la labor de dirección. Los resultados
de esta forma de concebir y hacer empresa para los trabajadores y para la sociedad demuestran su insuficiencia, a la vez que plantean la necesidad de buscar una racionalidad que dé razón de todos los aspectos que involucra la labor
de dirección empresarial.
La noción de administración estratégica, propia del modelo de accionistas, encuentra en el modelo de stakeholders una expresión mucho más amplia e
integradora, pero su inspiración liberal y utilitarista se traduce en falencias que
dificultan a los directivos una comprensión cabal de los desafíos éticos y políticos que abarca su labor y que derivan de la naturaleza relacional del ser humano y de la empresa en cuanto organización.
Si se toma como punto de partida que la empresa es primeramente una
organización o asociación de personas, aparecen aspectos que para el modelo
de accionistas –y en menor medida para el modelo de stakeholders – pasan desapercibidos, y que imponen a los directivos desafíos que, sin dejar a un lado
lo estrictamente económico, trascienden enormemente esta dimensión y plantean la necesidad de contar con habilidades éticas además de técnicas.
La misma tradición de pensamiento que subyace tras el modelo de bien
común contiene conceptos que sirven para construir una teoría sobre dirección organizacional que le resulte acorde. En efecto, la aplicación de la virtud
de la prudencia en su forma gubernativa puede iluminar la dirección de empresas de modo que desvele aspectos pasados por alto en la literatura administrativa dominante y descubra principios de solución a los problemas que
ésta no atiende. Propongo denominar “gobierno empresarial” a esta concepción de dirección empresarial que debe reemplazar a la administración estratégica.
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