Mediatización: hacia una ecología
performática de los restos y la deriva
Sandra Valdettaro1
Recibido: 2015-08-09
Enviado a pares: 2015-08-09
Aprobado por pares: 2015-09-09
Aceptado: 2015-09-11
DOI: 10.5294/pacla.2015.18.4.8
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Valdettaro, S. (Diciembre de 2015). Mediatización: hacia una ecología performática de los
restos y la deriva. Palabra Clave, 18(4), 1137-1163. DOI: 10.5294/pacla.2015.18.4.8
Resumen
En el presente artículo se desarrolla una reflexión sobre la preeminencia de
una ecología performativa en el ambiente actual de la mediatización, tomando en cuenta las modalidades de los lenguajes icónico-indiciales, las lógicas
del contacto entre dispositivos, cuerpos y territorios, la deriva como experiencia, y la productividad de los restos.
Palabras clave
Mediatización, dispositivos, cuerpos, territorios, deriva, restos (Fuente:
Tesauro de la Unesco).
1
Universidad Nacional de Rosario, Argentina. sandravaldettaro@gmail.com
Palabra Clave - ISSN: 0122-8285 - Vol. 18 No. 4 - Diciembre de 2015. 1137-1163
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Media Coverage: Towards a Performative
Ecology of the Remains and Drift
Abstract
In this article a reflection on the preeminence of a performative ecology in
the current environment of the mediation is developed, taking into account the modalities of the iconic-indexical languages, logical contact between
devices, bodies and territories, as experience drift and productivity remains.
Keywords
Media coverage, devices, bodies, territories, drift, remains (Source: Unesco
Thesaurus).
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Mediatización: hacia una ecología performática de los restos y la deriva - Sandra Valdettaro
Midiatização: rumo a uma ecologia
performática dos restos e da deriva
Resumo
No presente artigo, desenvolve-se uma reflexão sobre a preeminência de
uma ecologia performática no ambiente atual da midiatização que considere as modalidades das linguagens icônico-indiciais, as lógicas do contato entre dispositivos, corpos e territórios, a deriva como experiência, e a
produtividade dos restos.
Palavras-chave
Midiatização, dispositivos, corpos, territórios, deriva, restos (Fonte: Tesauro da Unesco).
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Introducción
Resulta ya un lugar común señalar la posición central que ha adquirido la
vinculación entre dispositivos móviles informáticos, medios tradicionales y
experiencia humana en el contexto actual de la mediatización. También se
ha analizado frecuentemente la gramática de dicha vinculación, que produce una convergencia de lenguajes a partir de la digitalización y, paralelamente, una creciente divergencia en recepción, habilitando itinerarios
de prácticas individuales y sociales cada vez más complejos. Desde por
lo menos la caída del Muro de Berlín, asistimos a una nueva era marcada
por cambios en los procesos productivos en el ámbito global, por nuevas
formas del ejercicio político, por modificaciones profundas en la constitución del lazo público y por nuevas maneras de construir matrices subjetivas. Por ello, partimos de la constatación de una nueva modalidad de lazo
social transmediática, intertextual, de serialidad y dispersión, en la cual las
estrategias del contacto se solapan con apelaciones racionalísticas y críticas, en un soporte casi preeminente que es la pantalla.
Cualquier exploración, entonces, de las modalidades de dichas mutaciones socioculturales debe partir, necesariamente, de la relación de interdependencia sistémica entre experiencia y mediatización. Para enfocar las
especificidades de dicha vinculación, postulamos la preeminencia de un carácter performativo en la puesta en contacto de cuerpos, territorios y dispositivos, facultada por los lenguajes icónico-indiciales. De tal modo, nuestra
hipótesis es que una ecología performática de los restos y la deriva es lo que
tiñe, en la actualidad, el sensorium de la mediatización.
Entendemos “lo performativo” a la manera de Fischer-Lichte (2011),
como un concepto que proviene del mundo del arte y de la teoría de los
actos de habla de Austin, que entiende a la cultura en su totalidad como
performance. La noción de ‘realización escénica’ de los “estudios teatrales”
de principios del siglo XX en Alemania es central en el desarrollo de esta
perspectiva, que postula a la “obra” como “acontecimiento” y sitúa su interés no tanto en su producción como en su recepción. Este tipo de abordaje constituyó, en la década de 1960, un “giro performativo”, a partir de la
consideración de la realización escénica como un proceso de retroacción,
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de carácter autorreferencial y autopoiético, que se sustrae al control de las
estrategias de montaje, y cuyo desarrollo es de naturaleza abierta e impredecible. El teatro, entonces, no como obra, sino como realización, como acción y ejecución en vivo (Fischer-Lichte, 2011), es lo que se traslada, desde
un punto de vista analógico, al estudio de las performances comunicativas
de la actualidad.
Diagnósticos
La experiencia moderna estuvo siempre vinculada a un modo peculiar
de disponer la movilidad y el roce de los cuerpos en un espacio y tempo
inéditos hasta entonces. La noción de ‘flânerie’, desarrollada por los autores clásicos de la modernidad, suponía, justamente, la emergencia de una
novedad experiencial, cuyas consecuencias se advierten, por ejemplo, en el
señalamiento benjaminiano de la emergencia de un nuevo sensorium o en la
caracterización de Simmel del urbanita y el “nerviosismo” de la vida moderna; neurastenia, en realidad, dirá Simmel (Frisby, 1992). Para comprender
genealógicamente dicho dispositivo, es necesario aclarar que las condiciones de producción de la flânerie correspondieron a una vivencia aún romántica —aunque no optimista— del capitalismo, en la cual el contacto entre
cuerpos y mercancías en los distintos recovecos del espacio urbano (calles,
pasajes, avenidas) podía figurarse como promesa de consumación del deseo y, por tanto, de enriquecimiento de la experiencia, aun en un contexto
percibido ya, de manera ambivalente, como de pérdida o pobreza de la experiencia. Si bien, entonces, la “experiencia” moderna siempre tuvo que ver
con una vivencia de pérdida, es decir, parafraseando a Benjamin (1982), con
esa presencia irrepetible de una lejanía por más cercana que pueda estar, lo cierto es, sin embargo, que en los albores de la experiencia moderna dicha pérdida se jugaba, simultáneamente, en el azar de la potencialidad sensorial de
los shocks de la erótica del contacto.
Dicha ambivalencia es lo que produce un efecto entre encantador
y amenazante de la puesta en escena del cuerpo en la gran urbe, cuyo
efecto exhibitivo hace que el gesto aventurero, extranjero o exótico se juegue como promesa de redención en un ambiente indefectiblemente ya en
vías de enajenación.
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Ahora bien, es justamente el cambio de estatuto de dicha tensión entre experiencia y pobreza lo que en el sensorium actual ha mutado. La flânerie no resulta ya del todo operativa a la hora de abordar las maneras de estar
en la actualidad, dado que la radical alteración de dicha pobreza de la experiencia hace que, en las condiciones presentes, la flânerie se advierta como
una práctica más ingenua que nostálgica.
Cuando la ciudad —en cuanto metáfora del mundo en su conjunto—
ya casi no se percibe como un espacio imaginado de inquietante encuentro con la alteridad y, por lo mismo, como una ocasión de conmoción que
se dirime en una apuesta por la fortuna del alma en un horizonte de riesgo
subjetivo, sino como un territorio demasiado real en el cual se despliega la
violenta materialidad de la segregación, cuyos crueles indicadores son, entre
otros, tanto el despliegue de los individuos-en-estado-de-calle o en condiciones de vida indigente en el espacio urbano como las masas de migrantes y refugiados en estado de deriva en las fronteras globales, y todo ello en
estado de exhibición simultánea con la vulgar ostentación de fulgurantes
objetos y cuerpos del capitalismo supranacional; cuando esto sucede con
tal violencia simbólica, no parece haber ya lugar, entonces, para el hecho social de la cándida flânerie. Imposibilitados de acceder a esa entusiasta erótica de los roces que dicha praxis promete, nos encontramos, al contrario,
en estado-de-contacto y a la deriva en un contexto vivencial tendencialmente
indeterminado. Parece imponerse, por tanto, un ahondamiento radical de
la pobreza de la experiencia.
Mediatización y mutación psíquica
Desde el punto de vista del sujeto, esta profunda modificación de la experiencia social se produce en consonancia con una inédita mutación psíquica.
El diagnóstico psicoanalítico prescribe, para nuestra época, también una
economía psíquica en estado de deriva. Una época de crisis de puntos de referencia, de “dificultades para disponer de balizas” —o, para decirlo de un
modo técnico, de desprogramación—, en la cual “el goce prevalece sobre
el deseo” (Melman, 2005, p. 10).
El peso que ocupa “lo mediático” en dicho diagnóstico es central: “Inflación de la imagen; recurso al derecho y a la justicia como comodines;
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reivindicaciones de víctimas de todo tipo; alienación en lo virtual; exigencia de riesgo cero” (Melman, 2005, p. 10). Tales son las condiciones de esta
nueva economía psíquica, que resultaría de “la congruencia entre una economía liberal desenfrenada y una subjetividad que se cree liberada de toda
deuda” (p. 13). A pesar de la profusa circulación —en nuestras regiones
y también en el ámbito global— de discursos de tono populista, lo cierto
es que el “triunfo” del llamado neoliberalismo se constata en el hecho de
una profunda modificación psicosocial, ya que la globalización económica
[…] necesita, para nutrirse, que se rompan las timideces, los pudores, las barreras morales, las prohibiciones. Y esto, a fin de crear
poblaciones de consumidores, ávidos de goce perfecto, sin límite y
adictivos. Desde ahora —afirma Melman— estamos en estado de
adicción hacia los objetos (p. 61).
Dicha pulsión al goce no es nueva —constituyó, al contrario, uno de
los argumentos centrales de, por ejemplo, la crítica frankfurtiana—, pero
su dimensión ha cambiado, ya que en épocas previas se manifestaba bajo
la forma de “actitudes de oposición” con respecto a normas que parecían
infranqueables. Se podría sintetizar dicha mutación tomando aquello que
presentaba con espíritu contestatario el situacionismo: Gocen sin trabas!!,
consigna que se habría constituido, hoy en día, en un modo efectivo de ser,
ya que nos autorizamos nosotros mismos nuestra propia existencia, constituimos nuestra propia área, nos autodiseñamos por propio impulso y a la
deriva (Melman, 2005, p. 16). En 1967, en el clásico La sociedad del espectáculo, Guy Debord ya señalaba el “espectáculo” como un nuevo lazo social
de carácter planetario. Entonces, desde este punto de vista, habríamos pasado de “una economía organizada por la represión a una economía organizada por la exhibición del goce”; es decir, “de la representación del objeto
a su mera presentación” (Melman, 2005, p. 16). Los individuos, por tanto,
tenemos que determinarnos a nosotros mismos tanto de manera singular
como colectiva, sin ningún tipo de autoridad ni referencia, encontrándonos, simplemente, en estado de “gestión” (p. 17).
La validez de la propia subjetividad depende de una continua gestión de legitimación de carácter performante para ser reconocida (p. 43).
El self, de tal modo, “necesita ser confirmado sin cesar”, produciendo una
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“fatiga” del sí mismo (p. 44), que coloca al sujeto entre la ansiedad y la depresión. Dicho mecanismo no es privativo solo de aquellos quienes, de algún modo, cuentan con las condiciones para el acceso legitimado al espacio
público, sino también de los desplazados del sistema, cuyas apariciones
a la luz de lo público implican una costosa puesta en escena y exhibición
de los cuerpos en las calles de las ciudades, en los túneles fronterizos, en
los mares colaterales. A las cándidas performances de las mascaradas del
self que inundan la web con mil pasos de comedia banal, se suma la tragedia de los espectrales cuerpos en estado de deriva en los intersticios de
las fronteras globales.
La “exigencia de transparencia”, el “gusto por la luz”, franquea, incluso,
los lugares considerados tradicionalmente sagrados, hecho que se corrobora, por ejemplo, ante el “goce escópico de la muerte” (Melman, 2005, p. 20).
Además del gusto por la necrofilia presente en muchas manifestaciones del
arte contemporáneo, dicho goce se advierte, por ejemplo, en la profusa circulación global de las imágenes de las decapitaciones de Estado Islámico. La
figura del “terrorista” viene así a constituirse en el significante más crudo
de lo real, que aparece ya no mediado por lo simbólico, y produce una fascinación mediatizada, ya que se presenta como aquello que justamente está
faltando, es decir, como “la figura del Amo absoluto”, instancia “que decide sobre la vida y la muerte” (Melman, 2005, p. 177). Dichas pulsiones se
despliegan mediante la búsqueda de “lo auténtico”, que, para decirlo con
otras palabras, no implican “ya un acercamiento organizado por la representación”, sino por la búsqueda del “objeto mismo” (p. 21). Esta economía psicosocial hace sinergia con la posibilidad de captura automática de
las actuales máquinas de comunicar, no ya dispuestas sobre el plano de la
representación, sino sobre la presentación directa del objeto, la cual intenta
sustraerse a cualquier mediación. Las lógicas del contacto de los dispositivos
icónico-indiciales son, así, la condición material de este gusto por la exhibición, de este “gusto por la proximidad”, incluso por la exhibición “(d)el interior del interior” (p. 24); especie de desnudo colectivo para una mirada
total ante la cual nada puede ser disimulado, imponiéndose, de tal modo, y
simultáneamente, como dispositivo de autovigilancia. Por su parte, la exhibición tanto de los cuerpos de migrantes y refugiados globales como de los
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desclasados de las ciudades perforan lo real también bajo la lógica del terror. Paradójicamente, el lugar de lo abyecto —que siempre la cultura intentó ocultar— adquiere, en la mediatización actual, una macabra visibilidad.
Desde el punto de vista del individuo en sociedades mediatizadas,
se advierte que sus identificaciones comunitarias —a falta de un ideal asumido— no podrían no ser momentáneas. En la tendencia actual a la igualitarización de los goces —en este populismo de distribución equitativa de los
goces—, el zapeo no solo se considera una práctica que logró generalización,
sino que se constituye en matriz subjetiva. El sujeto, de tal modo, se encontraría a la deriva entre goces diversos, desde ahora accesibles a todos (Melman, 2005, p. 122). Al no contar ya con un “ideal asumido”, la pertenencia
del sujeto a una comunidad será solo momentánea, cambiando de acuerdo
con el lugar desde donde se habla, es decir, “según la información” (p. 103).
Para un sujeto que no es más que “máscara de una subjetividad móvil”, el
lugar del otro es ocupado por el lugar mutante de “las informaciones”: “Ya
no el economista, el estratega, el sabio, o el cura… quien ocupa el primer
lugar es el hombre de comunicación” (p. 104). De tal modo, nos encontramos con una “polisubjetividad”, que, envuelta en las redes, se cree capaz de
“tener vidas múltiples” y “goces diversos” (pp. 103-104).
Si consideramos dicho diagnóstico desde el punto de vista del lazo
social, las comunidades reunidas alrededor de un mismo goce suponen una
complicación, ya que toda asociación pasional se encuentra basada solo en
el apoyo tomado en otros, y en la medida en que los otros comparten el mismo goce, y en espejo. Se trataría, nuevamente, de sujetos a la deriva, llevados
por un mismo goce —como en el lecho de un río—, que parecen haberse
liberado de sus propias leyes —contando, solo, las leyes del río: “Rebaños
momentáneos de gente que siente el mismo placer, al mismo tiempo, en el
mismo lugar y se contemplan en la imagen del otro” (p. 40).
Estas asociaciones “reunidas alrededor de un mismo goce” suponen,
entonces, un lazo social empobrecido, dado que un vínculo atado solo por
una misma pasión no constituye un lazo social propiamente dicho (p. 139).
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Este parece ser el diagnóstico para una cultura en que la fabricación de objetos, de máquinas y de dispositivos aptos para satisfacer los orificios corporales
se ha convertido en una exigencia. Se trata de artificios maravillosos capaces de saturar hasta el agotamiento los orificios visuales y auditivos; y, de tal
modo, los cuerpos vibran, ávidos de goce perfecto, sin límite y adictivos (p.
34). Son los “goces orificiales” de una nueva economía psíquica, goces que
para Freud eran pregenitales, y que hoy parecen estar primando, incluso,
sobre el goce sexual (p. 35).
Como decíamos, en dichas asociaciones pasionales, la validez del
propio yo solo se verifica en su capacidad performante, colocando al
sujeto en la fatiga de ser él mismo. La preeminencia performática de lo
icónico-indicial hace que las palabras pierdan eficacia y se debiliten, con
ello, las posibilidades de regulación del contacto. El espacio urbano y los
territorios fronterizos aparecen, en tal contexto, como dispositivos de despliegue de la segregación, de la violencia, de lo delincuencial, o, dicho de
un modo más concreto, como un campo de batalla. Pero, como todo campo operativo, este nunca es completo, y es, justamente, sobre los restos de
dicha incompletud que trabaja la cultura.
Para decirlo de otro modo, son, justamente, los restos, los fragmentos, los detalles —los fenómenos residuales—, los que se posicionan como
causa de la posibilidad de desvíos resistenciales o paródicos que resignifican la cultura. Así como el sujeto, desde el punto de vista de su aparato psíquico, recomienza siempre a partir de sus propios restos, del mismo modo
la cultura encuentra, en sus fenómenos residuales, y mediante la estructural productividad de lo excremencial, su posibilidad de reinscripción.
Migrantes, refugiados y desclasados
en la mediatización actual
Desde un punto de vista global, los sucesos relativos a las grandes masas
de migrantes y refugiados que buscan llegar a Europa ponen de manifiesto el
lugar central que ocupa la mediatización. Solo cinco años transcurrieron entre la circulación global de las imágenes de la inmolación con fuego de Mohamed Bouazizi en Túnez, el 17 de diciembre de 2010, en la llamada
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Primavera Árabe (Valdettaro, 2012), y la fotografía del niño sirio Aylan Kurdi, de 3 años, arrojado muerto por el mar en una playa turca, la cual se mediatizó a partir del 2 de septiembre de 2015. La imagen del niño ahogado
hace índice con la del joven autoincendiado un lustro atrás: mar y fuego
como símbolos potentes de masas (Canetti, 1994 [1960], p. 15), intérpretes inequívocos del destino actual de las masas segregadas que se encuentran a la deriva tanto en la naturaleza como en la cultura. El componente
sacrificial de dichas imágenes despliega una narrativa en la cual se instala
un espacio ambivalente; por una parte, para las propias masas migrantes,
el componente de ofrenda de las imágenes del niño muerto se torna heroico y emblema identificatorio, confiriéndose, simultáneamente, una
dimensión de sentido performático-publicitario en cuanto ícono global de
las demandas de los contingentes de individuos segregados; por otra parte,
para las ciudadanías occidentales bienpensantes, las cruentas imágenes de
dicho componente segregado de las masas migrantes ocurre bajo la lógica de un don impensado (Mauss, 1971), que instala una cadena de deudas
con la propia especie, manifestada, en ocasiones, como responsabilidad, y
en otras, directamente, como culpa. Aunque también, a dicha afección de
un estado de falta hacia la humanidad de la cual formamos parte, se suman
otras actitudes de carácter contrario, las cuales refuerzan la lógica segregatoria xenófoba. Sin poder medir magnitudes de una y otra actitud, lo cierto
es que ambas se mediatizan de manera ubicua por las redes globales, instalando la condición humana en un estado de perplejidad, cuya imprevisibilidad amenaza de una manera radical el lazo social en todos sus niveles.
La turística playa en la cual el mar escupió los cuerpos de varios niños, entre ellos el de Aylan Kurdi y el de su hermano Galip, de 5 años, devela la profunda impotencia de los organismos globales y pone al turismo
internacional en una contigüidad con el horror que parece, por momentos,
no tener efectos. Sin embargo, la prensa global declara, con su habitual estridencia, que el niño muerto “despertó la ira de Occidente ante la tragedia
del flujo migratorio” (ABC.es, 2015).
El poder icónico-indicial de esa fotografía de un niño análogo a cualquier otro occidental yaciendo en la arena, casi como durmiendo, produjo
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un instantáneo bucle de retroalimentación en la mediatización global, y la
historia se desplegó plena de detalles: estaban navegando junto con otras
18 personas hacia Kos, una isla griega, en dos embarcaciones que habían
partido de Akyarlar en la península de Bodrum (Siria) (ABC.es, 2015). El
“drama migratorio” produjo, a septiembre de 2015, según la prensa, “cerca
de 3.000 muertes” en las costas (ABC.es, 2015), siendo que en abril se consignaban 1600 migrantes muertos en el Mediterráneo, considerada “la ruta
migratoria más mortífera del mundo”, según la Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) (BBC Mundo, 2015). Estos números demuestran la escalada inaudita del fenómeno, cuya lógica se parece
a la de la “cismogénesis” planteada por Bateson (1997, p. 118). Según datos
de la Agencia de Fronteras de la Unión Europea (Frontex), son mayoría los
que huyen de la guerra civil en Siria, y los eritreos que escapan de la represión (BBC Mundo, 2015). La ciudad de Zintan, en Libia —a unos 100 km
del Mediterráneo— es uno de los puntos de partida para los migrantes, situación facilitada por la inexistencia de un gobierno efectivo desde la caída de Muamar el Gadafi en 2011 (BBC Mundo, 2015). Asimismo, la ruta
del Sahara es tan letal como la del Mediterráneo, siendo la ciudad de Gao,
en el noreste de Mali, la entrada a la “promesa” de Europa, que implica una
travesía en camión por el desierto durante seis días durante la cual muchos
mueren. Para llegar a Argelia, las redes de traficantes de inmigrantes cobran
a cientos de africanos unos US$400 cada uno, mientras que en la ruta del
Mediterráneo se pagan, aproximadamente, US$2500 por persona (BBC
Mundo, 2015). El 19 de abril de 2015 murieron cerca de 800 personas por
el naufragio del barco en que viajaban, que había salido de Libia, del cual
sobrevivieron solo 28 personas. Fue, hasta ese momento, el “naufragio
más mortífero en el Mediterráneo” (BBC Mundo, 2015). Mare Nostrum
—misión de búsqueda y rescate de migrantes de la armada italiana— rescató 170 000 personas hasta octubre de 2014 en que estuvo en funcionamiento, y fue reemplazada por Tritón —misión de la Unión Europea— que
rescató 11 000 migrantes en los últimos dos meses de 2014 (BBC Mundo,
2015). La llamada “crisis humanitaria” de los migrantes tuvo cierta repercusión el 20 de junio de este año, durante el Día Mundial del Refugiado,
cuando distintas asociaciones, partidos políticos y sindicatos reclamaron
cambios a la Unión Europea. Según Acnur, casi 60 millones de personas se
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encuentran en la actualidad en estado forzoso de desplazamiento, la cifra
más alta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (La Vanguardia, 2015).
En Madrid se manifestaron Amnistía Internacional, Cáritas Española, Cáritas Europa, el PSOE, el sindicato Comisiones Obreras, etcétera, reclamando a la Unión Europea una solución humanitaria para esta crisis. Mientras
que Vodafone España y el Comité Español de Acnur pusieron en marcha
una campaña de educación en los campos de refugiados mediante Instant
Classroom, una “escuela digital en una caja”, que contiene un portátil y 25
tabletas con programas educativos, preparada para operar en zonas con escasa electricidad y conexión a internet (La Vanguardia, 2015).
A pesar de la contundencia de todos estos datos y de que la crisis
migratoria comenzó hace aproximadamente cuatro años, hasta que no se
difundió la imagen del niño sirio muerto no se produjeron efectos concretos en las políticas europeas de migración. La circulación global de esa fotografía puede considerarse como una metáfora tanto de las modalidades
operatorias de la mediatización actual como de la gramática espectacular
y exhibitiva de la percepción mediatizada del mundo en nuestra contemporaneidad. Estamos, para decirlo claramente, en una nueva ecología de la
mediatización, en la cual los cuerpos se encuentran sobreexhibidos en su
despiadada deriva.
Así como las imágenes de decenas de inmolaciones —además de
la de Bouazizi ya referida— durante la Primavera Árabe, las de los niños
muertos ahogados en el contexto de la actual crisis migratoria se tornan en
eslóganes sacrificiales productivos, ya que en su mismo desarrollo adquieren un componente político, aunque de profunda indeterminación. Su circulación por las redes globales se dirime en la compleja semantización del
“contagio” universal: “contagio” en cuanto operatoria nuclear de los símbolos de masas que logran un nivel de “contacto” sin precedentes entre los
expulsados del sistema; y “contagio” virósico de las redes mediante la exhibición tóxica de imágenes cruentas para un perverso y fascinado omnivoyeur global. Como decíamos en otro lugar (Valdettaro, 2012), constituye
dicho mecanismo una costosa operatoria de visibilización de la abyección
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humana, que en un instante se descarga en la mediatización icónico-indicial
universal, instaurando un vínculo somático: la inmediación de las interfaces actuales se constituye, de tal modo, en condición de producción de
dicha apelación afectivo-concreta, y demuestra el carácter ambiental de las
tecnologías de captura automática de “lo real”, y digo “lo real” y no la mera
realidad, ya que lo que insiste ahí en inscribirse es aquello que, sin embargo, nunca puede lograrlo del todo (Melman, 2005), dado que la simbolización de la degradación humana presenta los rasgos del síntoma de la
cultura actual, y son apenas ciertos trazos los que quedan inscriptos en el
automatismo viral de las tecnologías, suficientes, sin embargo, para indicar
la radicalidad del malestar civilizatorio.
Pero es, justamente, a partir de la circulación de dichos rasgos y fragmentos que la mediatización actual demuestra su poder, ya que solo a partir
de la viralización de la fotografía del niño sirio muerto, en cuanto significante articulador de un drama migratorio que lleva largo tiempo, se produjeron
efectos concretos. El sentimiento de responsabilidad o culpa de una civilización entrampada en su propio discurso de fraternidad, libertad e igualdad se expresó de manera casi inocente: en Múnich (Alemania), recibieron
a los niños migrantes con peluches (lanacion.com, 2015c), rescatando, de
tal modo, una noción de protección a la infancia, que en dicho contexto demuestra el cinismo declamativo de los discursos de derechos humanos. En
viaje desde Hungría, y luego del agobio de una travesía en tren plagada de
obstáculos, los regalos alemanes a los niños segregados parecen articularse como contra-don de aquello que la presencia de sus cuerpos escupe, a la
manera de una lacra, en el vertedero de la realidad global. Las sonrisas de
los migrantes, como devolución de dicho gesto amistoso en la moderna estación de Múnich, pueden ser vistas como simulacro paradojal de las relaciones internacionales institucionalizadas por las cuales Alemania y Austria
sellaron un acuerdo en Budapest, presentado como “emocionante actitud
solidaria” (lanacion.com, 2015c). Ropas, juguetes, peluches, lápices de colores, libros infantiles, etcétera, constituyen una lista de indecible candidez,
cuya misión expiatoria no parece resolver el drama de la segregación. El primer tren que arribó a las 13.20 h de Alemania el 5 de septiembre de 2015 a
la estación de Múnich cargaba 450 refugiados, estimándose que arribarían
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hasta 10 000 migrantes en dicha jornada (lanacion.com, 2015c). Simultáneamente, luego de dos días de reuniones, los ministros del bloque europeo
acordaban reforzar la cooperación, comprometiéndose a proteger a los refugiados y tratar la crisis de Siria. Los puntos del acuerdo son los siguientes:
“Asegurar protección de las personas que lo necesiten, gestionar su situación en total respeto de los derechos humanos, luchar contra los traficantes
de seres humanos, reforzar la asociación con los países de origen y tránsito, y abordar los acuerdos de readmisión y devolución, y tratar las causas
raíces de la llegada de refugiados” (lanacion.com, 2015a). El compromiso
de la Comisión Europea también incluye la creación de “un fondo fiduciario de apoyo a países africanos”, abordar no solo la situación de Siria, sino
también de Libia, y el diseño de una estrategia concreta para “el reparto”
de aproximadamente 120 000 refugiados entre los Estados miembros (lanacion.com, 2015a). La “estabilización de las fronteras” —es decir, el control antes del “reparto” en “cuotas” de los refugiados— fue una petición de
Eslovaquia y Lituania. Con contundencia, el ministro eslovaco de Exteriores, Miroslav Lajcak, declaró: “¿Cómo se puede discutir de cuotas cuando
sigue habiendo una gran entrada de refugiados y no sabemos de qué cifra
estamos hablando?” (lanacion.com, 2015a). El discurso del ministro eslovaco mostró, de modo contundente, la realidad de la situación. Según él, sucedería un “efecto llamada” entre los refugiados “si supieran que van a ser
distribuidos por los Estados miembros” (lanacion.com, 2015a). La verdad
se asoma en estos dichos; ellos revelan la lógica profunda de la situación:
los migrantes y refugiados se encuentran, efectivamente, conectados y en estado-de-llamada; y no alcanzan los peluches y regalos para desactivar dicho
efecto escalante y disruptor de la interconexión de esos cuerpos en deriva.
No se puede ser incautos cuando los cuerpos se encuentran desprotegidos y en estado de deriva, y dicho saber de los segregados autoconectados
por los dispositivos móviles en las distintas rutas migratorias les asegura un
poder de choque y rebelión que se materializa en demandas concretas: contra la Unión Europea, una larga marcha desde Budapest hacia la frontera
con Austria logró que los gobiernos de Viena y Berlín autorizaran el cruce
(lanacion.com, 2015b), provocando, también —como reseñamos antes—
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una reacción concreta por parte de aquella. Y todo ello por el impacto global de la fotografía de un solo niño muerto, entre los miles previamente
sacrificados. Lo inhumano se condensó, así, en la imagen del cuerpo yaciente de Aylan Kurdi, y produjo un contagio inevitable. Simultáneamente a la
marcha de Budapest, otros 300 migrantes escaparon de un centro de refugiados que Hungría había montado en la frontera con Serbia, en la ciudad
de Roszke; y otros 500 se negaron a abandonar la estación de trenes de
Bicske, rechazando su traslado a un centro de recepción (lanacion.com,
2015b). La prensa apunta claramente dicha situación: “Los tres casos
—Budapest, Roszke y Bicske— configuraron una rebelión simultánea, masiva y desesperada de los recién llegados de Medio Oriente, África y Asia,
ante el temor de que la Unión Europea les cierre sus puertas y los mande de
vuelta al caos de la guerra, la violencia y la miseria de sus países de origen”
(lanacion.com, 2015b). Lo inédito de la situación tiene que ver, justamente, con la ecología de la mediatización: la posibilidad de la acción simultánea y masiva se encuentra habilitada, parafraseando a Verón (2013), por
la conmutación universal del contacto provista por los dispositivos. Ante
ello, también resultan elocuentes las palabras del primer ministro húngaro,
Viktor Orban: “Si no protegemos nuestras fronteras vendrán a Europa diez
millones de migrantes”, declaró a la prensa (lanacion.com, 2015b). En tal
contexto, la figura de la canciller alemana Angela Merkel inesperadamente
quedó atrapada en la fuerza significante de su propio nombre cobrando un
matiz angelical: la columna que avanzaba por la ruta en peregrinación desde Budapest mostraba, de manera identificatoria, imágenes de la canciller
(lanacion.com, 2015b), figuración investida, repentinamente, de un sentido esperanzador y de generosidad, y Alemania, en contigüidad, semantizada como meca y meta por alcanzar. En síntesis, el “reparto” en cuotas de
120 000 refugiados se encuentra en marcha, aunque ni República Checa,
ni Eslovaquia, ni Hungría, ni Polonia aceptarán dicha “imposición” (lanacion.com, 2015b).
Sufrimiento, solidaridad y expulsión como ambivalentes vectores
pasionales de una mediatización de la ignominia que produce efectos paradojales. En Múnich gente común y voluntarios acogen a los migrantes
y refugiados que arriban agotados, brindándoles comida, ropa, juguetes y
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Mediatización: hacia una ecología performática de los restos y la deriva - Sandra Valdettaro
asistencia médica (Corradini, 2015b), en una especie de actitud caritativa
que en realidad los prepara para el “registro” y posterior envío a los campos
de refugiados: “Los refugiados que llegan a Munich son repartidos en el país
en función de un mapa establecido por un programa informático bautizado EASY, que los despacha en tiempo real” (Corradini, 2015b); paradojas, decíamos, de la mediatización. Mientras tanto, campañas de solidaridad
lanzadas por personalidades prominentes de Alemania se manifiestan en favor de los migrantes, incluida una del diario Bild, “históricamente célebre
por sus posiciones antiinmigración” (Corradini, 2015b), y la organización
Refugees Welcome se ocupa de contactar a los migrantes y refugiados con
personas dispuestas a alojarlos en sus viviendas: “Más de 780 alemanes se
inscribieron en pocos días” (Corradini, 2015b). Por su parte, Angela Merkel declaró: “Estoy orgullosa de ver la cantidad de ciudadanos que se comprometen a favor de los refugiados”, condenando, simultáneamente, las actitudes
racistas (Corradini, 2015b). El acuerdo franco-alemán “sobre la obligatoriedad del cupo de acogida de cada país de la Unión Europea, como sobre
la adopción de reglas comunes para el otorgamiento de asilo” (Venturini,
2015), vehiculizado por Merkel, no evita la realidad política de la segregación: el Frente Nacional, en Francia, debe su éxito político a sus posturas
contra la inmigración; los conservadores británicos se caracterizan por la
misma actitud cuasixenófoba; los neonazis de Amanecer Dorado en Grecia; la Liga Norte y de las Cinco Estrellas en Italia; todos ellos manifiestan
su hostilidad a los migrantes (Venturini, 2015).
La realidad de las migraciones se presenta con extrema crueldad, como
el caso de los 71 migrantes sirios encontrados muertos, asfixiados, en un camión de los traficantes de los Balcanes abandonado cerca de Viena, o los 105
cadáveres aparecidos en las costas de Libia, ahogados tras un naufragio de
una embarcación en mal estado de un traficante, hechos sucedidos el 28
de agosto de 2015 (Corradini, 2015a). Por esa ruta —Grecia, Macedonia,
Serbia, Hungría—, llamada “el cementerio del Mediterráneo”, circularon casi
44 000 personas durante 2014, mientras que durante 2015 llegaron a Grecia 50 000 solo en julio según Acnur. Se calcula, en lo que va de 2015, una
circulación de unos 200 000 migrantes (Corradini, 2015a). A Budapest, la
“puerta de entrada a Europa”, arribaron 140 000 personas desde comienzos
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de año, el doble que en 2014. La respuesta: criminalización de los ingresos
ilegales y construcción de una barrera de contención de 175 km (Corradini, 2015a). Los migrantes, en su mayoría, provienen de Siria e Irak, y en
general eligen la ruta de los Balcanes, considerada menos peligrosa que la
del Mediterráneo. El objetivo es alcanzar Alemania o el Reino Unido. Los
que salen de África optan por el Mediterráneo: más de 300 000 migrantes lo atravesaron durante lo que va de 2015, mientras que en 2014 fueron
219 000. Las Naciones Unidas reportan 2500 muertos en aguas del Mediterráneo (Corradini, 2015a).
La productividad de los restos
Sin embargo, en dicho contexto paradojal, los migrantes producen una productividad de sus propios restos —de lo que va quedando de ellos— a través de las redes sociales. Actuando en cadena y en tiempo real, el pulso de
su circulación por las rutas y las redes promueve una inmediatez global del
contacto que coloca a la alteridad radical como el fantasma que hoy recorre Europa. Esta época profundamente segregatoria, violenta, cínica y conflictual se encuentra atravesada por la indeterminación constitutiva de los
cuerpos-actuantes-en-cadena vía los dispositivos móviles. Es posible que su
dimensión épica produzca, tal vez, bifurcaciones impensadas, como las atinentes a la viralización de una sola fotografía de un niño muerto.
De tal modo, la “crisis del Mediterráneo” es escenario, también, de esta
peculiar interfaz entre dispositivos y cuerpos en tránsito. Miles de migrantes, refugiados y expatriados de África y Medio Oriente necesitan sus celulares y dispositivos tanto como el agua y el refugio (Brunwasser, 2015). Un
profesor proveniente de Siria, sentado en una plaza de Belgrado, dice: “Cada
vez que paso por un nuevo país, me compro una tarjeta SIM para activar Internet y descargarme el mapa para saber dónde estoy” (Brunwasser, 2015).
Mediante los teléfonos inteligentes, se van planificando los movimientos hacia Europa: “Sin mi celular, no habría llegado jamás a destino”, agrega otro
migrante (Brunwasser, 2015). Apunta el cronista que “esta crisis de refugiados lleva la marca transformadora de la innovación tecnológica, que ha
facilitado los movimientos de millones de personas” (Brunwasser, 2015),
y a partir de su uso se van señalando las rutas más exitosas, como las que
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circulan unas 3000 personas por día atravesando los Balcanes para cruzar
la frontera de Grecia a Macedonia: dispositivos, mapas satelitales, GPS, redes sociales, WhatsApp, hacen a un tipo de movilidad peculiar de contingentes que, en estado de desesperada deriva, logran construir itinerarios
en tiempo real detectando los mejores caminos y hospedajes, comunicándose con sus familias y tratando de evitar toda clase de peligros, desde los
arrestos en las fronteras hasta los traficantes de personas, quienes cuentan,
también, con páginas de Facebook en las cuales ofrecen sus “servicios”, a la
manera de las agencias de turismo (Brunwasser, 2015).2
Pero los migrantes cuentan, también, con sus propias herramientas:
“Smuggling into the EU” o “How to Emigrate to Europe” son foros de discusión públicos y privados, en los cuales se comparten fotografías y videos
del trayecto tomados con sus celulares (Brunwasser, 2015). La autonomía
que permiten los dispositivos produjo una baja en la tarifa de los traficantes, quedando solo en su dominio el cruce entre Turquía y Grecia (Brunwasser, 2015). De tal modo, los segregados del sistema logran, a partir de
los dispositivos, señalizar de una manera certera su deriva por los desiertos,
por los mares y las fronteras, y una creciente visibilidad. Síntoma paradojal de
una cultura mediatizada que no logra invisibilizar aquello que se segrega.
Son casi 60 millones las personas que vagan por el mundo en la actualidad;
casi 20 millones de las cuales se consideran “refugiados”, que huyen de guerras o persecuciones religiosas o políticas (Edwards, 2015).
Del mismo modo que los migrantes, se encuentran en estado de excepción y a la deriva los millones de habitantes de las villas miseria de las
ciudades. Aquellos que no entran en el “reparto de lo sensible”, los que “nocuentan” (Rancière, 2009), los indocumentados de todo tipo, los excluidos
del sistema, con la conectividad, logran su visibilización. En la actualidad,
hay, por ejemplo, en Buenos Aires, “14 villas, 24 asentamientos y dos núcleos habitacionales transitorios, según la Dirección General de Estadística
2
“En el grupo de Facebook en idioma árabe Trafficking to Europe, un traficante ofrece un 50 % de descuento para
menores de cinco años. La tarifa de 1700 euros que cuesta el viaje desde Estambul hasta Salónica, Grecia, incluye el
trayecto en auto a la frontera y una caminata de dos horas para cruzarla. “Salidas diarias”, se jactan los traficantes en
la página. El grupo Trafficking to Europe tiene 6057 miembros y es apenas un pequeño rincón de todo ese mundo de
redes sociales a las que pueden recurrir los sirios y otros migrantes” (Brunwasser, 2015).
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y Censos local”, con una población estimada en más de 300 000 personas,
“70 % más que hace cuatro años” (Tomino, 2015). Es en la villa 1-11-14,
en el Bajo Flores, donde más se utiliza wifi gratuito (Tomino, 2015). Contando Buenos Aires con 377 puntos de red,3 en ese barrio precario “se consumen 21,7 gigabytes (GB) por día, el 3,5 % del total de la red (620 GB
diarios)” (Tomino, 2015). Junto con las villas 21-24, 20 y 6, Los Piletones,
Ciudad Oculta y el Barrio Ramón Carrillo, y a pesar de las recurrentes saturaciones de la red, se encuentra al tope del consumo de conectividad gratuita en Buenos Aires, llegando, en conjunto, a 15 % de la demanda diaria
(93 GB) (Tomino, 2015) y superando los espacios públicos con acceso libre a internet, como los museos, las estaciones de subte, las plazas, los centros comunales (Tomino, 2015), en los cuales el temor a los robos de los
dispositivos atenta contra el consumo.
Exploraciones de una ecología de la mediatización de los restos y la deriva
¿Desde qué lugares es posible posicionar la investigación de esta ecología
performática mediatizada del sujeto individual y social? Si lo que aparece
en la trama de lo social son las huellas de los restos de unos itinerarios inciertos de los sujetos tanto desde el punto de vista psíquico como social,
cultural y político, ¿es posible, con tales condiciones, arribar a hipótesis explicativas generalistas? Al contrario, opino que cualquier intento de ejercicio
intelectual totalizador se queda corto ante la radical contingencia del presente. Se hace necesario, por tanto, ubicar la investigación desde un punto
de vista exploratorio y conjetural, que mediante formas rapsódicas pueda instalar una narración del registro de dichos restos para mapear, como
un radar, la gramática de los movimientos. Las modalidades de los modos
de vivir en la actualidad imponen una mirada abductiva que pueda explorar las condiciones de la experiencia haciendo foco en la “documentalidad”
(Chejfec, citado en Gigena, 2015) en cuanto matriz de registro y archivo
de los restos de la deriva del sensorium de nuestra época. La investigación,
entonces, también, como intervención performática, de carácter experiencial, ligada a la realidad de los lenguajes icónico-indiciales y de las lógicas
del contacto entre los cuerpos, los territorios y los dispositivos, imbricada
3
“La red BA Wi-Fi está disponible las 24 horas, los 365 días del año. Ofrece 377 puntos de acceso que permiten que
se conecten hasta 30 personas en simultáneo. En junio pasado, la Ciudad contabilizó más de 200.000 usuarios mensuales del servicio” (Tomino, 2015).
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Mediatización: hacia una ecología performática de los restos y la deriva - Sandra Valdettaro
con esa mutación de la experiencia que reseñábamos, y que puede constituir, del mismo modo, una deriva intelectual.
Los ensayos y las crónicas son los géneros que más se adaptan a esa
atención flotante, que requiere la exploración de las condiciones de nuestra
contemporaneidad. Modalidades de registro de una creciente complejidad,
como nueva base experimental investigativa, capaz de detectar la emergencia de lo anómalo, de los fenómenos residuales, que insisten en inscribirse en una mediatización que se quiere transparente y democrática. Ahora
bien, nos preguntamos: ¿cómo investigar —es decir, explorar— dichas derivas y fenómenos residuales, sin caer en la denuncia, el costumbrismo o
la fascinación identificatoria? Es en función de una respuesta a dicha pregunta que hablábamos de “documentalidad”. Como plantea Bernabé: “El
factor documental no refiere a una forma de documentar o referir a lo real,
sino que señala una puesta en funcionamiento del dispositivo tecnológico para ver y oír… registra las huellas de lo real en el campo perceptivo”
(2015, p. 9). Para nuestros propósitos, se trata, entonces de una puesta en
funcionamiento del aparato investigativo capaz de registrar aquellos fragmentos por los cuales apenas asoma la lógica profunda de la mediatización.
Las escrituras contemporáneas indican un camino para ello: se trata de un “campo experimental”, en el cual se despliega un vínculo “entre lo
real y el arte de narrar” alejado de la lógica del “reflejo” de la literatura llamada realista, y, procediendo, al contrario, con una actitud archivista-descriptiva (Bernabé, 2015, p. 2). Semejante al automatismo de la captura de
las máquinas actuales de comunicar, cuya gramática no descansa ya en la
previsibilidad del lecho epistemológico de la representación, sino que opera por mera presentación, la investigación —en su carácter de literatura—
se encuentra, entonces, en dicho desafío de una documentalidad de “notas
tomadas en vivo”, de “textos imprecisos e indeterminados”, de encuentro
con “lo discontinuo” (p. 11), y en estado de deriva, también, como el objeto de estudio, que —dada su complejidad— ha devenido casi enigma.
Esas “series textuales” que desafían el realismo lo que intentan es “transferir algo de lo real en esforzada batalla contra la opacidad irreductible del
lenguaje” (Bernabé, 2006, p. 8), pero lejos de la lógica del reflejo, el rePalabra Clave - ISSN: 0122-8285 - Vol. 18 No. 4 - Diciembre de 2015. 1137-1163
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gistro de los fenómenos residuales, de los restos y los fragmentos adquiere más la lógica de las vanguardias: el montaje, el collage, la superposición
de elementos de distintas series, cuya contigüidad resulta impensable pero
significativa (p. 9). Se trata, en definitiva, no de un realismo, sino de una
curiosidad, de un deseo de “aspiración realista” (p. 11). Como señala Chejfec, “en la literatura es constatable dicha búsqueda de documentalidad”, entendiendo a la escritura como “experiencia” y a “la ficción como testimonio
documental” (Chejfec, citado en Gigena, 2015, p. 11). Chejfec entiende justamente a “la documentalidad” como “un modo de desestabilizar el sentido común acerca de lo que es ficción y lo que es testimonio”. El documento
se entiende, entonces, no como “documentalismo”, dado que “los hechos
documentables no son necesariamente reales, aunque poseen un estatuto
documental [cursivas nuestras]” (Chejfec, citado en Gigena, 2015, p. 11).
Se trata, como apunta Bernabé sobre la literatura de Chejfec, de una modalidad de “narrador-caminante”, de “atención flotante”, del estatuto de los
“objetos como emblemas de un mundo en descomposición” (2015, p. 12).
Un particular modo descriptivo de registrar los restos, los fragmentos,
los detalles, que encontramos, genealógicamente, en el vínculo entre cámara,
movilidad, cuerpo y territorio; en los experimentos cinematográficos como los
de Vertov; en ciertos componentes del programa de las vanguardias históricas,
y, más acá, también, en el situacionismo y el land art. Un gesto documental
que, sin embargo, no podría ser objetivo, ya que, como escribió Kracauer en
1928 en sus notas sobre el fenómeno de los empleados en Berlín: “Sumergirse en una ciudad es emprender una expedición más arriesgada que viajar por
África para rodar una película” (citado en Bernabé, 2015, p. 5). De tal modo,
vivir, investigar, explorar, una ciudad, un territorio, implica, por tanto, un riesgo mayor a hacer una película en un ambiente exótico.
Pero lo notable es que, desde entonces —es decir, desde ese momento de incrustación del sujeto con los dispositivos— no es posible evaluar un
riesgo si no es a partir de lo que el dispositivo monta. De tal modo, desde los
experimentos de Vertov, por ejemplo, a la actual captura automática digital
y algorítmica, lo que se advierte es la compleja relación entre realidad y documento, ya que aquello que se registra no es, en sentido estricto, real, sino
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—si se me permite el término— cuasirreal. Los archivos de estos índices de
efímera realidad compondrán el jeroglífico de lo actual. En tal programa se
incluyen temas, como el de la movilidad en cuanto experiencia mediante la
incorporación en la vida cotidiana de diversos dispositivos de comunicación
e información portátiles —tabletas, teléfonos inteligentes, relojes portátiles
inteligentes—, en los cuales confluyen sistemas de geolocalización, cámaras
de video, reproductores de música hasta monitores de ritmo cardiaco, pasando por la dilucidación de los vínculos entre ciudad física y ciudad virtual y
las figuras urbanas correspondientes, los casos de movilizaciones de masas
y su relación con el uso de dispositivos móviles en la emergencia de sujetos
políticos de nuevo tipo y colectivos sin identidad formal, hasta exploraciones del registro urbano a partir del big data y los propios datos generados
por usuarios. La indicialidad de los dispositivos de la mediatización actual
nos coloca frente al dato o la prueba como crónica de aquello que los sujetos experimentan en un sistema crecientemente entrópico.
En esta realidad de una mediatización de los restos y la deriva, el investigador, a la manera de un explorador, no puede proceder más que por
ensayo y error. El ensayo, según Adorno (1962), intenta “penetrar lo que se
esconde como objetividad detrás de la fachada” (p. 12). Se distancia de las
teorías sistemáticas y es, al contrario, “fragmentario y accidental” (p. 21):
“El ensayo piensa discontinuamente, como la realidad es discontinua, y encuentra su unidad a través de las rupturas, no intentado taparlas” (p. 27).
Resulta elocuente la cita de Max Bense que presenta Adorno: “Así, pues, se
diferencia un ensayo de un tratado. Escribe ensayísticamente el que compone experimentando, el que vuelve y revuelve, interroga, palpa, examina,
atraviesa su objeto con la reflexión, el que parte hacia él desde diversas vertientes y reúne en su mirada espiritual todo lo que ve y da palabra a todo lo
que el objeto permite ver bajo las condiciones aceptadas y puestas al escribir” (Bense, citado en Adorno, 1962, p. 28). La experiencia de la escritura
ensayística se encuentra con “lo opaco de sus objetos” (p. 35), y su objeto es
siempre “lo nuevo en tanto que nuevo, no traducible a lo viejo de las formas
existentes”, buscando “conexiones horizontales entre los elementos, conexiones para las cuales no tiene sitio la lógica discursiva” (p. 34).
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Ante la perplejidad que ocasionan las profundas mutaciones de la
ecología de la mediatización actual, la forma-ensayo nos permite una investigación como vivencia conjetural que, ante la radicalidad de la novedad, se
constituye en “la forma crítica por excelencia”, en “crítica de la ideología”,
siendo la crítica, necesariamente, una experimentación (p. 30), único modo
de afrontar, en la actualidad, la extrañeza de lo imprevisto de la deriva en la
ecología de una mediatización de creciente indeterminación.
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