Conversar: travesuras y travesías del sentido1
Dra. Denise Najmanovich
Decía San Agustín del tiempo que él sabía perfectamente lo que era…
hasta que se lo preguntaban. Ese pequeño gran cambio entre la certeza del
“sabemos” a la inquietud del “creemos saber” es uno de los aportes cruciales de
las brujas a la cultura. Los santos 2 creían que la sabiduría les caía del cielo y nos
la impusieron como verdades reveladas. Los laicos los imitaron, solo que
cambiaron a Dios por El Método, no tan infalible como la sabiduría divina, pero a
efectos prácticos casi igual. A las brujas las quemaron. Pero que las hay, las hay,
aún hoy en día. Más aún, son las maestras que pueden devolvernos el arte de
conversar.
Comencemos por el principio, sin dar nada por obvio: ¿qué entendemos por
conversar? Como casi todas las palabras conversar es polisémica: le damos
muchos significados distintos, a veces incluso contrapuestos.
Veamos algunos de los modos de hablar más comunes: monologar,
dialogar, sermonear, discursear, polemizar, debatir, propagandear, conversar,
adoctrinar, preguntar, ordenar, etc. En el listado conversar aparece como una más
entre muchas formas de comunicarnos en el lenguaje hablado, porque así la
pensamos
habitualmente.
Sin
embargo,
quiero
proponerles
una
mirada
completamente diversa, aunque no totalmente nueva. Se trata de darle a la
conversación un lugar especial y en cierto sentido paradójico para nuestra
cultura: entenderla como la matriz generativa de todas las demás formas y
por lo tanto subyacente a todas ellas.
Artículo publicado en la Revista “El Hormiguero” Nº7, Abril 2024, Argentina.
https://elhormiguero.curza.uncoma.edu.ar/edicion/septima
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Este artículo está escrito en lenguaje no binario, evitando generalizar en masculino cuando se
trata de grupos mixtos o de personas cuyo género se desconoce. Sin embargo, algunas palabras
las escribo en masculino porque históricamente quienes ocuparon casi la totalidad de ciertos roles
(no por casualidad) fueron varones. Tal es el caso de los santos que impusieron sus verdades
“reveladas”. También sostengo el masculino en el caso de los términos que refieren a un arquetipo
de sociedades patriarcales, como son “individuo”, “sujeto” o “ciudadano”, porque entiendo que el
modelo ideal fue el varón, blanco, cis, heterosexual, propietario, neurotípico, etc. que se impuso
como universal, invisibilizando cualquier otra variabilidad de la vida humana como si no existiese.
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Recuperando su sentido etimológico entiendo la conversación como la
trama misma de la vida común. Si buscamos en el diccionario encontraremos
entre los significados en desuso:
3. Vivir, habitar en compañía de otros. 4. Dicho de una o más
personas: Tratar, comunicar y tener amistad con otra u otras
¿Curioso no? Hermoso también. En la Antigüedad, conversar y comunicar
no se restringían a enviar mensajes y mucho menos a dar un discurso, sino que
daban cuenta de nuestro vivir entramado, nuestra existencia en común. En la
Modernidad comenzaron a desvanecerse todas las referencias a lo común para
inventar la idea del individuo asilado. Así dejó de hablarse de comunidad para
empezar a pensar la convivencia en términos de sociedad contractual. Es mi
deseo que este artículo nos permita retomar y también revitalizar los sentidos
vitales del conversar.
La palabra "conversar" viene del latín conversari y significa "vivir, dar
vueltas, en compañía". Sus componentes léxicos son: el prefijo con- y versare
(girar, dar vueltas).
Si seguimos el camino de la etimología del conversar veremos que recién
muy tardíamente se relacionó con el hablar:
Conversatio en latín era la acción de volver y devolver las
cosas, usándolas frecuentemente, el uso frecuente y común de los
objetos y, referido a personas, designaba el trato frecuente, la
intimidad, la frecuentación de los unos con los otros, el hecho de
"estar vueltos los unos hacia los otros" en un frecuente trato. Era
el nombre de acción del verbo conversar que significaba
mantenerse ligado a un lugar, vivir con o vivir en sociedad. Así
conversator en latín ni siquiera es "conversador", sino que significa
comensal, que comparte una mesa, comida o reunión con otros. No
tenía pues absolutamente nada que ver con charlar ni exponer puntos
de vista.
Lo que hoy llamamos charla o conversación se llamaba en
latín sermo, sermonis (palabra o habla trabada entre dos o más),
del verbo serere (entablar, entrelazar). Esta palabra era
completamente equivalente al griego diálogo, que significa
exactamente lo mismo, charla, conversación (palabra que pasa a
través, es decir que pasa de uno a otro), y que no tiene ni aun ahora
nada que ver con las respuestas de ningún profesor, sino con el habla
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compartida (otra cosa es que exista un género filosófico llamado
diálogo). Lo que sucede es que sermo acabó refiriéndose también
a una "conversación" retórica o figurada, de tipo literario, sea un
diálogo o un discurso en que uno plantea cosas y les da respuesta, y
así en latín cristiano, a partir del valor de charla retórica, la palabra
sermo se emplea con el valor de homilía, disertación o plática que los
sacerdotes hacen a raíz de un texto litúrgico leído, con preguntas
retóricas que ellos mismos responden y dando consejos morales o
prédicas a los fieles, y finalmente quedó para eso la palabra sermón.
De ahí que por sermón o sermonear se entienda también vulgarmente
el hecho de dar largas amonestaciones o reprensiones morales a otro.
Al especializarse sermo en otra cosa, para el valor de charla
intrascendente, la lengua romance recurrió a la palabra conversatio,
que de un sentido de trato habitual los unos con los otros, pasó poco a
poco a designar el hecho de charlar familiarmente trayendo y llevando
temas o cosas diversas.
Esta disociación entre el hablar y el convivir, entre el activo
conversar colectivo, mutuo, divertido y el escuchar pasivamente un
sermón aleccionador, fue crucial para imponer la dominación patriarcal
en sus diversas modalidades.
Es preciso continuar este camino etimológico que hemos comenzado
para comprender adecuadamente todo lo que se ha constreñido y/o
desvalorizado en el camino. Conversar proviene del verbo versare que es
de la familia de vertere (dar vueltas). El prefijo com- se relaciona con una
raíz indoeuropea *kom- (junto, cerca de). Antiguamente, y espero que
también en un futuro cercano, el sentido de conversar refería a la danza
entramada de la vida.
Pero la diversión no termina aquí, sino más bien comienza. El verbo vertere
nos ofrece una de las miradas más deliciosas de la vida, de su diversidad, su
versatilidad y sus conversiones. Podemos también verter una oración en otro
idioma, lo que liga este verbo a la traducción y desde luego componer versos.
Pero en un giro de inversión –algo tan clave de este verbo- también nos ha dado
perversión y adversidad. Ya sabemos que girar puede ser entretenido y creativo,
no en vano también ha dado travesía y travesura que son la sal de la vida. Y
cuando se extrema llega hasta lo subversivo –tan temido y a la vez tan importante
cuando queremos cambiar un mundo que nos oprime-. No quedándose nunca
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quieto este preciosísimo verbo nos ofrece la posibilidad de transversalizar las
cuestiones y atravesar las fronteras. Allí donde nuestra cultura intenta imponer el
rigor (rigidez) de sus clasificaciones y una narración única, este precioso verbo
nos invita a disfrutar de una variedad de versiones. Por suerte también han
existido siempre corrientes que aceptan y valoran encontrar otras vertientes y
aprender en las conversaciones que no eluden la controversia. Vertere y versare
expresan otra mirada de la vida, una que nos permite entendernos de modo
convivencial, en lugar de la estética-ética del enfrentamiento, el combate y la
competencia que triunfó con el patriarcado occidental. Ese que inventó una
razón que se cree única y universal, pero que no sólo es una entre muchas, sino
que ha tenido y tiene muchas versiones. En ninguna ha logrado su objetivo de
enclaustrar completamente el fluir de la vida, ni del pensar. La vida pugna por salir,
y mientras haya vida la conversación no cesará.3 .
Conversar es un verbo que expresa una ética, estética y política
convivencial que surge cuando comprendemos que vivir es necesariamente
convivir, que no estamos enfrentades a la naturaleza, sino que somos parte
inextricable de ella. No somos les señores ni les dueñes de la vida, ni del planeta.
Más aún, a pesar de las apariencias, no somos dueñes de nada, aun cuando lo
creemos y actuamos como si así fuera. Somos criaturas entre una infinidad de
otras, tejiendo entre todas una trama infinita sin origen ni finalidad, sin dueño y sin
patrón.
Conversar es nuestro modo de existir como cuerpos vivos entre otros
cuerpos, es la expresión de la vida misma y por eso el patriarcado para imponerse
tuvo que constreñir, regular y controlar las conversaciones, pero jamás ha podido
ni podrá anular totalmente este aspecto vital. A la forma más rica, compleja,
expresiva, le daré el nombre de conversar poiético, entendiendo que no es una
más entre otros modos del conversar, sino que subyace a todas las otras formas
de vincularnos y por lo tanto de hablar. Conversar poiéticamente es danzar con
otres sin coreografía previa, es entrelazamiento de cuerpos deseantes sin
3
Todos los términos destacados provienen de mi preferidísimo verbo vertere siempre inquietante,
bailarín, creativo, transformador.
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mandato, es producción de sentido en el encuentro vivo donde no rige
ninguna academia. Esa danza no es puro acuerdo y amor. La conversación
puede ser potenciadora o despotenciadora, acorde o discorde, pero siempre será
generativa.
Les que entienden la vida como dominio –poder sobre les demás- no
gustan del baile no reglado, ni aprecian los versos sin parámetro. No en vano
Platón pidió expulsar a los poetas de la república. Encantadora ironía siendo él
uno de les más grandioses poetas, pero uno que disfrazó su poiesis de teoría,
para imponernos la idea de una única verdad excluyendo a todas las demás ¿Está
demás aclarar que era partidario de una forma de gobierno aristocrático dirigida
por filósofos como él?
Emma Goldman, escritora y activista anarquista, propone otro modo de
habitar la vida en común cuando le dice a los machirulos de su entorno que si no
puede bailar, su revolución no le interesa. Les que se creen les dueñes del
mundo, o les que aspiran a serlo, detestan y temen a la poiesis, el pensar vital, la
conversación deseante, el hacer camino al andar, al mismo tiempo que
inevitablemente les atraen – lo que hace que crezca el aborrecimiento-. Tal vez
por eso John Egdar Hoover, primer director del FBI, apodó a Emma como «la
mujer más peligrosa de América».
Es que al patriarcado no le gusta la danza espontánea, el fluir de la vida, el
erotismo del conversar poiético. Sí, leíste “erotismo”, porque hasta no hace mucho
“tener una conversación” era un modo de referirse a las relaciones sexuales,
incluso en los textos legales donde “conversación criminal” significaba “sexo
extramatrimonial”. El sentido pervive en el habla coloquial -sobre todo cuando hay
lugar para el humor y el amor. No está demás aclarar que la erótica de la
conversación no se limita a la sexualidad, sino al encuentro vivo con otres.
Conversar nunca ha sido un mero intercambio exterior, un envío y recepción de
señales o mensajes –como el relato racionalista ingenieril-estructural de la
comunicación ha impuesto-, sino un entrecambio mutuo, una transformación en
cuerpo-alma de quienes participan en ella. Precisamente por eso la cultura
patriarcal se preocupó y ocupó de la regulación y el control de la conversación.
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De la alegría de conversar a la lúgubre atmósfera del sermonear
Ya hemos visto cómo fue cambiando el significado de “sermón” desde la
mutualidad de la conversación viva hasta quedar cautivo en la homilía, en el
monólogo, en el adoctrinamiento. Pero esta no fue la primera ni la única
constricción del conversar. También se perdió la conversación en el discurso
público cuando en la Grecia arcaica las mujeres fueron excluidas de la asamblea
ciudadana. Mary Beard en “Mujeres y poder” nos cuenta que en la Odisea, obra
fundante de nuestra cultura, Homero describe la forma en que Telémaco expulsa a
su madre de la gran sala del palacio diciéndole:
“Madre, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores
propias, del telar y de la rueca... El relato estará al cuidado de los
hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa”
(Homero, 2016)
El resaltado es mío para destacar cómo los varones se han apropiado del
relato y que podamos comprender la importancia crucial de la narración en el
gobierno y la dominación. Comprender el valor de las narraciones es
imprescindible para poder recuperar la palabra que nos han negado o han
desvalorizado y así crear nuevos relatos y aún más importante: para poder gestar
nuevas formas de conversar.
En “Hablar y callar” Peter Burke destaca lo tardía que fue la aparición en
nuestra cultura de un área de estudios dedicada a la historia social del lenguaje y
resalta la importancia que han tenido los feminismos y otros grupos subalternos en
esta nueva área de investigación. No podía ser de otro modo, porque hemos sido
les excluides les principales interesades en comprender el “poder del lenguaje, así
como la relación del lenguaje y otras formas de poder” (Burke, 1996). Hasta hace
muy poco, en el mundo académico había una hipertrofia de discurso estructural,
una sobreabundancia de gramática, pero poco y nada sobre la vida colectiva del
lenguaje, el saber del cuerpo y la producción de sentido. En cambio, fuera de los
compactos muros universitarios, esta relación dio mucho que pensar, hablar, y
escribir. De Shakespeare a Tolstoi, pasando por George Eliot y Jane Austen hay
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riquísimas observaciones, que Burke recupera. Destaco entre ellas la deliciosa
afirmación de un personaje De Middlemarch que sostiene que “El llamado inglés
‘correcto’ no es nada más que ‘la jerga de los remilgados’” (Eliot, 2000. Mary Ann
Evans, tuvo que usar el seudónimo George Eliot para poder publicar
Middlemarch).
Desde que se formó la polis griega, hasta hace muy poco, y aún sigue
siendo así en muchísimos lugares, las mujeres fuimos excluidas del discurso
público y del habla erudita. No éramos dignas de ser ciudadanas, nuestras
conversaciones fueron desvalorizadas y relegadas, al mismo tiempo que eran
regimentadas y controladas. Como destaca Mary Beard
En el mundo clásico hay solo dos importantes excepciones de
esta abominación respecto a las mujeres que hablan en público. En
primer lugar, se les concede permiso para expresarse a las mujeres en
calidad de víctimas y de mártires, normalmente como preámbulo a su
muerte. (Beard,2018)
Este fue sólo el comienzo de los muchos modos en que la conversación fue
moldeada, modulada, constreñida, encauzada, cohibida, obligada a seguir ciertos
cánones y a restringirse a los mandatos de turno. Entre los siglos XVII y XIX se
publicaron numerosos manuales sobre lo que dio en llamarse “El arte de la
conversación” que fue más bien un artificio para imponer reglas de urbanidad,
cortesía y civilidad. Es decir, para exigir un modo de hablar acorde a lo que las
élites dominantes -en ese tiempo la realeza y su corte y luego las élites
burguesas- consideraban correcto. Como ha mostrado Norbert Elías, estos
manuales fueron fundamentales para encorsetar la vida: el cuerpo, el gesto, la
conducta, los modos de hablar y vincularse. Uno de los más famosos fue
publicado por Erasmo de Roterdam en 1530: “De la civilidad en las maneras de los
niños”. Fue un éxito inmediato y se tradujo del latín original a todas las lenguas
europeas. En los comienzos de la imprenta en Occidente lo que más se publicó
fueron Biblias y tratados de moral y modales. No es de extrañar, ya que los
modales nos moldean, en cuerpo y alma, nos “civilizan” (claro que según el criterio
de les que quieren imponerlos). Julia Varela sostiene que la obra de Erasmo
adoptó la forma de un catecismo y por supuesto, el hecho de que fuera laico no
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modificaba un ápice el propósito de adoctrinamiento. La religión y la “urbanidad” o
“civilidad” se nos imponen en cuerpo-alma no disociado porque así es nuestro
modo de existir, por eso es también un adiestramiento (sí, porque somos
animales). La llamativa paradoja de la Modernidad está dada porque lo que se
impuso fue el imaginario de la disociación.
Todos los manuales de civilidad estaban destinados a generar un nuevo
modo de existencia, lo que les franceses empezaron a llamar "savoir vivre". Ya no
se trata de vivir, sino de saber hacerlo…es decir, de hacerlo según las normas que
las élites imponen (ya sea la francesa que se ocupó muy especialmente de elevar
a la universalidad sus normas –del metro patrón a la remilgada conversación- o
cualquier otra, porque ninguna nación imperial se sustrajo a la tentación de la
colonización cultural). Fue en esta trama histórica que conversar fue dejando
de ser convivir y pasó a ser un modo de hablar ceñido a reglas. En el camino,
fue erosionándose la comunidad para dar paso a una sociedad constituida por
“individuos” que imaginaban estar ligados sólo por un contrato. Estas enseñanzas
buscaban crear un “hombre nuevo”: individualizado, controlado, avergonzado de
su animalidad, obediente de las jerarquías (de la realeza primero y luego las
“revolucionarias”), sujetado a renovados protocolos y reglas, modelado por otras
prohibiciones y exigencias. Desde los modales de mesa hasta la postura corporal,
pasando por la vestimenta que denota el linaje o la riqueza, con un énfasis
importante en los modos de hablar: todo fue regimentado para distinguir a la
civilizada “gente bien” de aquelles que a partir de esa cruzada de los “buenos
modales” empezaron a ser considerades brutes, pueblerines y rústiques. El
lenguaje fue depurado de las que en adelante se consideraron “malas palabras”.
La conversación regimentada y jerarquizada, tanto en relación al habla como a los
gestos. Se estableció también cuál era la distancia corporal adecuada en cada
situación, así como las formas para expresar respeto a las jerarquías. Y, desde
luego, se determinaron cuáles eran los temas que se podía tratar, quién estaba
autorizade y cuándo podía hacerlo.
No fueron sólo los procesos de vigilar y castigar, tan finamente estudiados
por Foucault, los que nos moldearon. También fueron cruciales los menos
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impactantes, pero no menos importantes modales de mesa, las reglas
protocolares del encuentro, los sistemas de medida, las artes y artimañas de la
conversación.
En la medida en que la disociación imaginaria entre el cuerpo y el alma,
entre el animal y el hombre, entre la naturaleza y la cultura se profundizaba, el
término conversación dejaba de significar “intimidad” (como en los tiempos de
Séneca) y perdía toda connotación sexual y erótica. Al mismo tiempo que esas
modulaciones iban introduciendo la jerarquización a través de las regimentaciones
de la conversación. Como menciona Peter Bruke:
Uno de los personajes de Castiglione observaba que —como lo
han repetido recientemente los lingüistas— la idea de conversación
supone cierta igualdad y un intercambio de ideas sobre bases iguales
anima todo el diálogo.
Sin embargo,
para que esto resultara posible, Castiglione tuvo que situar su
diálogo en una corte sin gobernante (…). El concepto de jerarquía
reaparece cuando los participantes discuten la manera en que un
cortesano debe hablar a su príncipe o mejor dicho cómo no debería
hablar a su príncipe.
No está demás decir, que la “igualdad” de la revolución francesa nunca fue
tal y que la regimentación-jerarquización continuó, aunque hayan cambiado las
modas y los estilos.
Toda cultura moldea, modula y configura, en cuerpo y alma a quienes
participan en ella. Pero la moderna ha inventado la “naturalidad” de sus
costumbres, es decir, ha naturalizado la formación que impuso. Por eso no ha sido
casualidad que no fueron estudiadas hasta muy recientemente las formas de
adiestramiento (moldear, constreñir, encauzar, limitar, modular, reprimir, pero
también imponer nuevas formas, entrenar ciertas habilidades, desarrollar algunos
rasgos). Es que su poder radica en esa opacidad, en hacer que se las
considere no sólo “naturales” sino también necesarias y valiosas, al mismo
tiempo que se evita que se reflexione sobre ellas. Dándolas por obvias y
universales se elude toda suspicacia respecto a quiénes las gestaron y se
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benefician de ellas. El patriarcado moderno occidental utilizó los manuales de
cortesía, las instituciones escolares, los protocolos institucionales, la retórica
científica, para imponer restricciones a la conversación poiética: tanto modulando
la expresión corporal, los gestos, los modos de moverse y hablar, como
estipulando de qué, con quiénes y cuándo hablar, al tiempo que se imponían
reglas o protocolos que determinaban los modos lícitos, correctos, educados o
elegantes de conversar. Con el tiempo se irán imponiendo muchas formas
distintas de regimentar la conversación (el pensamiento, la escritura, el cuerpo, los
vínculos) desde el lenguaje militar al discurso académico, pasando por los modos
admitidos en los salones y los reservados a los burdeles.
Sin embargo, la vida pugna por salir, persiste e insiste. Pueden
encorsetarla, pero no eliminarla. Hoy y siempre la conversación poiética con
su inventiva, generatividad y creatividad subyace a todos y a cada uno de
los discursos regimentados. Es la potencia instituyente que subvierte lo
instituido, la travesura que inaugura nuevos modos y sentidos, la travesía que nos
lleva a percibir nuevos paisajes, la vertiente de la que nacen otros modos de
pensar, la matriz generativa de nuevas versiones y diversiones.
Conversando como cuerpos deseantes
Allí donde hay regimentación es porque hay también una criatura capaz de
resistir y gestar novedad lo que hace que el adiestramiento y el control sean
constantes. Al mismo tiempo, la vida siempre ha de desplegarse y la
conversación poiética siempre pugnará por expresarse. Se trata entonces de
aprender a reconocerla y legitimarla, de nutrirla y expandirla. Para lograrlo es
preciso hacerle lugar al saber del cuerpo: permitirnos gestar otros sentidos sin
preocuparnos, eludiendo o burlándonos de los mandatos, los protocolos y los
deberes impuestos por las academias y otras muchas autoridades que gustan de
ser policías del lenguaje. La conversación –aun cuando puede ser
protocolarizada- nunca deja de ser una performance vital, un arte poiético en
el que puede surgir siempre la novedad, lo inesperado, lo inaudito.
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Así como antiguamente “conversación” significaba convivencia, el “saber”
tenía que ver con el sabor y el “sentido” estaba ligado al sentir, al entender a partir
de la experiencia viva. Decía el poeta T.S. Eliot, con delicada sabiduría: "¿Dónde
está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento
que hemos perdido en información?"
La sabiduría que Eliot reclama está ligada a la conversación viva, el
pensamiento situado, al saber-hacer-sentir no disociado. No se refiere a la
erudición, ni tampoco al conocimiento teórico que, aunque a veces pueden ser
valiosos, también pueden ser contraproducentes e incluso dañinos cuando nos
dejan cautives en lo ya sabido, cuando imponen jerarquías o cuando pretenden
establecer verdades eternas.
Sabie no es quien aplica una teoría, menos aún quien “posee” mucha
información, sino quien puede expandir la vida –la suya y la común- pensando a
partir de la experiencia viva. Le sabie no está en una torre de marfil, o en el cielo
platónico de las ideas puras. Conversa con la naturaleza toda de la que se sabe
partícipe, no da lecciones y ni siquiera tiene ideas, como nos invita a pensar
Francois Jullien. Por supuesto que se le ocurren muchas ideas, pero no queda
atrapade en ellas, no se apega a lo que ha ideado, no busca ni poseerlas ni
acumularlas. Es más, ya es hora que nos cuestionemos la idea de le “sabie” como
si alguna persona fuera la personificación de la sabiduría o como si existiera una
esencia sabionda que algunes poseen y otres no. Todes alguna vez hemos
pensado sabiamente, mientras que ningune lo ha hecho siempre, ni en todas las
facetas del vivir. Por eso recuperar la sabiduría implica también desprenderse del
mito de le sabie. Todes podemos cultivar la sabiduría porque todes podemos
pensar y aprender. La sabiduría nada tiene que ver con rangos, títulos, posiciones
de poder, sino con el despliegue vital de la potencia de pensar.
La sabiduría no produce credos, doctrinas, ni dogmas y por lo tanto
tampoco construye templos o academias para adorarlas, se gesta cultivando un
pensar vital, ligado al cuerpo viviente-deseante, al deseo de aprender, que
siempre se da en la convivencia-conversación. Por eso es imprescindible
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abandonar la figura de le sabie, de le genie, de le sabelotodo y comprender que la
sabiduría no nace de la racionalidad individual (que al igual que el sujeto del
conocimiento son invenciones del imaginario moderno). La sabiduría no surge en
la cabeza de alguien y menos aún de su cerebro, sino que emerge en el encuentro
convivencial. Quien aspira a la sabiduría, se sabe entramade, partícipe corporal,
sensible, afective, pensante en lugar de observadore distanciade e impermeable a
las afecciones. La sabiduría no es egocéntrica, sólo puede cultivarse cuando
comprendemos que nadie puede pensar por otre, pero que al mismo tiempo
nadie puede pensar sole. El pensar se da siempre en conversación, ya sea con
la multiplicidad que cada une es, o con les otres –humanes y no-humanes-.
Finalmente, la sabiduría no es algo que se pueda poseer, sino un modo de vivir
que podemos cultivar, recordando que no se trata de una meta a la que arribar,
sino una ética-estética del pensar que deseamos desplegar.
Si queremos comenzar a transitar el camino interminable de la sabiduría
necesitamos recuperar, expandir, recrear la conversación poiética. Les invito
ahora a percibir con más detalle algunas características de este modo vital de
conversar que no se atiene a ningún mandato ni manual, ni tampoco está en
contra de ellos, simplemente no los toma como un deber, ni les jura obediencia.
En primer lugar, quiero destacar que la conversación poiética, al igual que
la trama de la vida, no tienen un origen definido ni una finalidad obligada. De
hecho, nadie sabe cuándo ha comenzado una conversación, aunque por supuesto
sabe cuándo empezó a hablar de esto o aquello en una situación. Nuestras
conversaciones tienen historia no sólo en nuestra propia vida, sino que están
entramadas en memoria colectiva. Cuando una pareja discute sobre las tareas del
hogar, no lo hace independientemente de otras situaciones anteriores y ninguna
puede disociarse de la formación patriarcal. Cuando une trabajadore pide un
aumento no puede entenderse fuera del contexto en que ocurre ni tampoco por
separado de la relación capitalista. El lenguaje que usamos no es una
propiedad de nuestro cerebro, sino una expresión colectiva siempre en
devenir. Las ideas que tenemos no son el producto de una red neuronal aislada,
sino que emergen en el encuentro del cuerpo viviente-deseante-pensante con
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otres. Las ideas siempre están entramadas con otras en el imaginario colectivo,
coproduciéndose en las conversaciones. Esto no significa que seamos títeres
dominados por el colectivo (ni por el inconsciente, dicho sea de paso). Cada
persona aporta algo singular y novedoso a la conversación y el saber común. Ni
impotentes ni omnipotentes, los seres vivientes desplegamos nuestra
potencia en el encuentro, somos afectados y afectamos a los demás, en una
conversación continua que nadie dirige ni domina, que no tiene un destino
prefijado ni busca arribar a ningún lado.
A diferencia de las conversaciones encorsetadas, que tienen objetivos
prefijados, la conversación poiética nace y se desvanece al ritmo del deseo, no
busca nada más que conversar, porque conversando tejemos la trama de nuestra
vida, pensamos, y aprendernos en el juego vincular. La primera –y probablemente
la mejor- forma de controlar-constreñir una conversación es imponerle una
finalidad, meta, objetivo que por lo general en nuestra cultura es la de
“convencer”. De ese modo cercamos, y también cercenamos, el conversar. De un
juego infinito preñado de posibilidades, lo convertimos en uno finito que no sólo
estará controlado (protocolarizado, reglado, estandarizado), sino que tiene como
motor y destino el deseo de vencer, de imponer, de dominar. En estas
conversaciones regimentadas, el privilegio es el del ego y el objetivo el triunfo, en
cambio en la conversación poiética no hay lugares privilegiados y en sentido
estricto no hay objetivo, se trata de encontrarnos, y si es posible, nutrirnos
mutuamente, aprender, pero sin metas, garantías, exigencias ni presiones.
Otro aspecto crucial que diferencia la conversación poiética de otras
regimentadas es que en ella no hay jerarquía (ni aun cuando se da entre une niñe
y une adulte, o une docente y une alumne, une gobernante y une trabajadore). En
la conversación poiética, se disuelven todos los roles imaginarios, hay
escucha atenta, respeto, interés mutuo, reciprocidad. Esto desde luego no
implica que se pierdan las distinciones, sino que, en el curso de la conversación se
reconoce una paridad radical de todes. Al mismo tiempo que se acepta, también
puede disfrutarse de la diversidad.
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En la conversación poiética siempre se crea intimidad, los límites varían,
todes les que participan serán afectades y afectarán y por eso mismo todes
saldrán transformades, habrán podido pensar y aprender…aunque por supuesto
no necesariamente lo mismo. La conversación poiética no sólo no pretende
convencer, ni siquiera busca acordar, en ella confluyen y conviven diversas
versiones. Es el espacio-tiempo en el que podemos desplegar la potencia de
pensar juntes. Estas conversaciones son fecundas y nutritivas para todes sea lo
que fuera que hablemos ya que no hay temas superiores o inferiores, pues es la
calidad del encuentro lo que importa.
Para comprender a fondo lo que significa una conversación poiética no
tenemos que olvidar que no es un mero intercambio de palabras, sino un
entrecambio de experiencias entre cuerpos deseantes-vivientes. No se trata tan
solo, ni necesariamente, de recibir o dar información, sino de un encuentro vital y
por tanto multidimensional, capaz de gestar novedad y sorpresa porque nada está
dado a priori, ni hay un lugar al que deberíamos llegar. Por eso para reconocer o
distinguir una conversación poiética es importantísimo percibir el tono, el modo, el
ritmo, la cadencia, los gestos, la postura corporal, al igual que el clima o atmósfera
que se crea al conversar. Más aún, la diferencia que hace la diferencia, es la
calidad de atención, el modo de presencia de les que participan que aceptan
su vulnerabilidad, el hecho de que nos afectamos mutuamente, en lugar de
estar preocupades por los objetivos, las reglas, el lucimiento o el
“rendimiento”. La prioridad es el vínculo, lo que podemos tejer juntes, lo que el
pensar habilita.
Sentimos en el cuerpo, en el modo de fluir, de bailar con le otre si la
conversación es poiética o no. Lamentablemente también solemos confundirnos
porque toda nuestra educación ha buscado regimentar, controlar, imponer, en
lugar de promover la exploración, el encuentro cuidadoso, la sensibilidad
respetuosa. Por eso es imprescindible no sólo legitimar el saber del cuerpo, sino
también aprender a habitar la experiencia de encuentro y gestar colectivos
capaces de albergar la diversidad.
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Revitalizar la conversación
“No se trata de criticar
Sino de hacer existir”
(Gilles Deleuze)
¿Cómo podemos revitalizar la conversación en nuestra vida cotidiana, en
todas y cada una de las instituciones y espacios en los que participamos? En
primer lugar y aunque sea lo más difícil, tenemos que aceptar que somos parte del
problema, que el hecho de ser crítiques no nos brinda un salvoconducto que nos
hace inmunes. Todes sin excepción hemos sido formades para encorsetar la
conversación y muy especialmente les académiques. Por eso es preciso darnos
cuenta que tan sólo con teorías y discursos no transformaremos nada, algo que en
cierto sentido ya sabemos pero que no logra hacerse eficaz. Por eso les invito a
una conversación difícil, dolorosa incluso, porque implica revisar nuestras
prácticas, percibir nuestros puntos ciegos, cuestionarnos a nosotres mismes y no
solo al sistema como si no fuéramos parte de él. También tenemos que entender
en cuerpo-alma y no sólo teóricamente que nuestro sistema educativo patriarcalcolonial no va a sucumbir ni por nuestras mejores intenciones ni por los más
inflamados discursos liberadores.
No sólo no alcanza con la crítica, sino que ésta suele dejarnos cautives de
aquello que estamos cuestionando generando un círculo vicioso argumental. Para
salir de él resulta imprescindible deshacer lo que he denominado “el hechizo
discursivo moderno”. ¿En qué consiste este encantamiento? En creer que
criticar o denunciar es equivalente a transformar, en quedar cautives del
discursear despreciando el acuerpar (precioso neologismo feminista para poner el
cuerpo en la red colectiva), en no comprender la diferencia entre el decir –
puramente verbal- y el mostrar –la expresión multidimensional de la vida- que tan
sabiamente nos enseñó Wittgenstein.
En la academia hemos escuchado muchos discursos sobre la necesidad de
transformar la educación, despatriarcalizarla y descolonizarla, pero por lo general
han sido sobre todo palabras –más o menos encendidas y bienintencionadaspero muy poco efectivas a la hora de engendrar los cambios. Digámoslo
15
claramente: muchos “artículos” y muy pocas nueces. Es que nuestro punto
ciego consiste en que no vemos que nosotres reproducimos cotidianamente
en nuestro hacer lo que cuestionamos en los textos y conferencias. Hace un
tiempo Boaventura de Sousa Santos, el profesor estrella de la epistemología del
sur y supuesto campeón de las luchas emancipadoras, fue acusado no sólo de
acoso y abuso sexual, sino también de prácticas de maltrato laboral y
extractivismo intelectual, incluido plagio. El acontecimiento sacudió al mundo
académico, pero rápidamente fue marginado como si fuera un caso excepcional.
Aunque me gustaría que fuera una anomalía no lo es ni remotamente. Llevamos
más de un siglo viendo organizaciones de izquierda que dicen luchar por la
libertad mientras construyen organizaciones jerárquicas que exigen obediencia a
sus fieles. Lo mismo ocurre desde hace décadas cuando vemos a muchísimes
profesores foucaultianes que critican el panóptico, describiendo detalladamente el
modelo de disciplinamiento (Foucault, 1983) en sus clases magistrales dictadas
desde púlpitos panópticos.
Figura 1
16
El hechizo discursivo es una de las consecuencias de la disociación
moderna entre la forma y el contenido, entre la teoría y la praxis y más
ampliamente entre el cuerpo y la mente que afecta a toda la cultura, pero es
especialmente grave en el mundo intelectual. Como muestra la figura 1, el saber
popular percibe mucho más fácilmente estas contradicciones entre el decir y el
mostrar, entre el discurso y la práctica vital. Les intelectuales hemos sido
metódicamente incapacitades para poder darnos cuenta porque confundimos la
experiencia viva con nuestro sueño teórico (que a esta altura es más bien una
pesadilla).
¿Cómo entender que estas flagrantes contradicciones entre el discurso de
liberación y las prácticas opresivas pasen inadvertidas? ¿Qué hace tan difícil
percibir en nosotres lo que criticamos en otres? ¿Cómo podemos cambiar si nos
creemos afuera del problema?
Desde luego que no podré responder
exhaustivamente a estas preguntas, pero al menos les propongo hacerles lugar y
comenzar a pensarlas para lograr darnos cuenta de qué modos somos parte del
problema y así promover no sólo un cambio de discurso, sino una
transformación del modo de vivir-convivir que nos involucre en cuerpo-alma a
cada une y colectivamente.
Todas las instituciones de las autoproclamadas democracias occidentales
se han organizado bajo el signo de la representación, de la racionalidad disociada
del cuerpo, de los afectos y de les otres, generando un imaginario que no sólo
enfrentaba al hombre con la naturaleza, sino que exigía que la dominara. En
suma, un imaginario jerárquico-patriarcal. La educación no podía ser una
excepción y desde luego no lo fue. Por el contrario, ha tenido a su cargo el
adiestramiento en el modelo monológico, individualista, competitivo, mecanicista,
normalizador y racionalista que ha caracterizado a la cultura moderna. Toda
nuestra formación no sólo excluye habitualmente, sino que penaliza la
conversación poiética. No me refiero tan solo al hablar en clase, sino también al
rechazo a las preguntas fuera de “guión”, al desincentivo a la exploración abierta y
a la habitual negativa a los cuestionamientos. Nuestra educación se basa más
ampliamente en el disciplinamiento del cuerpo, la desvalorización de los afectos, la
17
concepción instrumentalista-intervencionista del saber y la anestesia de la
sensibilidad y del deseo. Ya sea en la enseñanza como en la investigación la
conversación poiética fue encorsetada en protocolos que exigían la disociación y
la unidireccionalidad. No nos hemos formado para el encuentro cuidadoso, ni para
cultivar la receptividad y la exploración abierta, ni para volvernos hábiles en la
conversación poiética.
A pesar de la avalancha de críticas de las últimas décadas, el positivismo y
la
concepción
intelectual-instrumental
del
conocimiento
siguen
siendo
hegemónicos. En la investigación académica se sigue alabando, cuando no
adorando, la imposible “objetividad”. Lo que se logra en la práctica es la obligación
de trabajar con metodologías que imponen un distanciamiento afectivo, un
desinterés por le otre salvo como objeto de nuestro conocimiento, una forma de
investigación entendida como intervención sobre les otres. Además, las formas de
enseñanza continúan siendo reproductivas, mientras que la evaluación se basa en
un sistema de premios y castigos en lugar de ser una instancia de conversación
que permita la reflexión sobre el trayecto recorrido. Finalmente, pero no menos
importante, nuestros programas educativos fueron pensados de un modo
disociado de la vida, centrados sólo en la teoría, separados de las vivencias y
prácticas comunitarias y desvinculados de la investigación. En la universidad la
metodología, la forma de expresión y de publicación, siguen respondiendo
mayoritariamente a los valores e intereses de las élites patriarcales europeas que
aún siguen presentándose como universales. ¿Podría ser de otra manera
cuando la academia ha tenido un rol estelar en la generación de la
disociación y el enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza, entre el
individuo y la comunidad, entre la razón y el cuerpo, entre la teoría y praxis,
entre el discurso y la vida?
En las instituciones modernas la “conversación” dejó de ser convivencia
para pasar a ser discurso, transmisión de mensajes. La persona viva fue
metódicamente disciplinada en cuerpo y alma: anestesiando su sensibilidad para
distanciarla de lo que serían sus “objetos” de conocimiento, encuadrándola dentro
de marcos teóricos preestablecidos y metodologías predeterminadas. Las
18
narrativas fueron encorsetadas dentro de protocolos que exigían la anulación del
sujeto. La aventura de pensar fue constreñida dentro de una carrera profesional
altamente estructurada y fiscalizada. La investigación fue concebida y practicada
como una interrogación-sobre en lugar de conversación-con la naturaleza.
Veamos la cuestión con más detalle para comprender el patrón conceptual
que el patriarcado moderno inventó y al que exigió sumisión y hasta podríamos
decir devoción.
En la gestación de la Modernidad una de las metáforas más pregnantes fue
la de la naturaleza como una fierecilla que debía ser domada. La filosofía
baconiana del “saber es poder” no sólo incluía, sino que recomendaba
explícitamente procedimientos inquisitorios y vejatorios. En su influyente
Novum Organum, Bacon sostuvo que “los secretos de la naturaleza se manifiestan
mejor bajo el hierro y el fuego de las artes, que en el curso tranquilo de sus
ordinarias operaciones” (Bacon, 1949). La relación entre el sufrimiento y el
conocimiento tiene una larga tradición en nuestra cultura, que ha quedado
expresada en el proverbio “la letra con sangre entra”. Ya en las sagradas
escrituras se nos advertía que “Sólo el dolor dará entendimiento” (Isaías 28:19).
Como ha dejado claro Carolyn Merchant.
El concepto de Francis Bacon de la vejación, como una
intervención sobre una naturaleza confinada y "en cadenas" con el
propósito de extraer sus "secretos", es una clave importante para su
idea de experimentación, el papel que ésta desempeña en su filosofía y
su actitud hacia la naturaleza (Merchant, 2013).
Sin duda, un entrenamiento patriarcal para que “que pudiera distinguirse de
sus inefectivas predecesoras por su potencia "viril” (…) y así “poner a la
Naturaleza al servicio del hombre y hacer de ella su esclava” destaca Evelyn Fox
Keller en su lectura de Bacon (Fox Keller, 1991). Esa actitud está en la base de
lo que Rita Segato ha llamado pedagogía de la crueldad y que define de modo
muy preciso como “la captura de algo que fluía errante e imprevisible, como es la
vida, para instalar allí la inercia y la esterilidad de la cosa, mensurable, vendible,
comprable y obsolescente…” (Segato, 2021).
19
Bacon no tuvo pudor alguno en utilizar las palabras tortura, vejación o
inquisición para dar cuenta de su nueva ciencia que debía imponer la dominación
del hombre sobre la naturaleza toda. Aun hoy usamos el verbo inquirir
entendiéndolo como preguntar o investigar… pero el sustantivo inquisición ha
desaparecido de las descripciones de la actividad académica por sus obvias y
terroríficas asociaciones. Lamentablemente, el cambio fue más bien de palabras y
no del espíritu que animaba el proyecto. Lo que ocurrió fue que el discurso de la
doma dio paso al más aséptico relato mecanicista que no sólo facilitaba la
dominación, puesto que todo fue convertido en objeto-recurso, sino que también
invisibilizaba al sujeto-domador para generar el aura de neutralidad e
imparcialidad que hoy siguen pretendiendo muches investigadores (al mismo
tiempo que continúan con la épica de la conquista). La concepción instrumental
del saber se convirtió en el nuevo credo moderno generando la cosificación
de todas las criaturas, es decir, convirtiéndolo todo en un “objeto” y un
“recurso” para le investigadore que pretenda ser “objetive”. Esa presunta e
imposible objetividad fue una práctica discursiva, una retórica basada en eludir la
implicación de le investigadore en la investigación y por lo tanto también la
responsabilidad que conlleva. (Najmanovich, 2016).
El método elegido para relacionarse con la naturaleza fue el de la
intervención-sobre, basado en una práctica monológica en la que le investigadore
solo escucha aquello que refiere a las preguntas que el marco teórico impone y la
metodología habilita. Esa estética-ética extractivista e intervencionista, ha
sido y sigue siendo cuestionada por muchos colectivos dentro y fuera de la
academia. Elijo las palabras de Abhay Xaxa, que se definía como sociólogo de
profesión y activista indígena Adivasi de corazón para expresar el sentimiento y el
pensar de muches:
No soy tu información, ni soy tu banco de votos,
No soy tu proyecto, ni ningún objeto exótico de museo,
No soy el alma que espera ser cosechada.
Tampoco soy el laboratorio donde se prueban tus teorías.
No soy tu carne de cañón, o el trabajador invisible,
O tu entretenimiento en el centro de hábitat de India,
20
No soy tu campo, tu multitud, tu historia,
tu ayuda, tu culpa, medallones de tu victoria.
Me niego, rechazo, resisto tus etiquetas,
Tus juicios, documentos, definiciones,
Tus modelos, líderes y mecenas,
porque me niegan mi existencia, mi visión, mi espacio.
Tus palabras, mapas, figuras, indicadores,
todos crean ilusiones y te ponen en un pedestal
desde donde me miras.
Entonces dibujo mi propia imagen e invento mi propia gramática,
Hago mis propias herramientas para pelear mi propia batalla,
¡Para mí, mi gente, mi mundo y mi yo Adivasi!
Transformar la sociedad y con ella la academia es algo que tenemos que
hacer todes cotidianamente. Implica no sólo una profunda reflexión y revisión
radical de nuestro modo de habitar las instituciones educativas, supone que
seamos capaces de deshacer el hechizo discursivo para dar lugar a nuevas
formas de pensar, vincularnos, conversar. Precisamos hacer una transformación
total de los modos jerárquicos de organización para habilitar encuentros
heterárquicos –aquellos donde el poder-saber circula- (Najmanovich, 2019; Von
Foerster, 1991). Y, no sólo eso, necesitamos dejar atrás la ilusión objetivista y sus
narrativas distanciadas que invisibilizan a le investigadore, para gestar
aprendizajes situados, encarnados, implicados. Es imprescindible también
abandonar el sistema de evaluación que funciona como premio-castigo, promoción
o degradación en una carrera por el prestigio y el cargo que le corresponde, para
crear otro que estimule la reflexión activa y colectiva en el trayecto de aprendizaje.
Para poder llevar adelante estos cambios es imprescindible revitalizar la
conversación, poner el cuerpo, legitimar los afectos, apreciar los vínculos, habilitar
el juego poiético, cultivar la receptividad y más ampliamente la potencia de ser
afectades, volvernos hábiles para el encuentro y responsables del saber que
producimos.
Para poder disipar el hechizo discursivo es preciso transformar el
modo de existencia en su totalidad: desarmar el panóptico, democratizar y
desburocratizar las prácticas –la jerarquía académica nada tiene que envidiar
a las de las cortes monárquicas-, abandonar el extractivismo, aprender a
21
escuchar y conversar, dejar de intervenir para gestar inter-versiones que
hagan lugar a les otres en la producción de sentido. No sólo es preciso
abandonar las herramientas del amo, como nos invitó a hacer Audre Lorde, sino
también crear otras nuevas y, sobre todo, tenemos que darnos cuenta de las
enormes dificultades para hacerlo porque el amo tiene su avanzada en
nuestras cabezas, como indicó con suma lucidez Sally Kempton.
Para revitalizar la conversación, la vida personal y la común, tanto en el
sistema educativo y la investigación académica como en todas las instituciones es
preciso descolonizarlas y despatriarcalizarlas, puesto que las constricciones no
han sido obra de la casualidad, sino de la imposición de un sistema jerárquico de
dominación. Nos adiestraron para disociar imaginariamente el pensar, el sentir y
actuar, que en la vida se dan siempre juntos, y en el camino lograron imponernos
un modo de pensar mecanicista-instrumental, una forma de sentir desinteresada
de la vida de les demás y nos exigieron actuar según los protocolos instituidos.
Por eso la transformación nunca prosperará si la encaramos como una cuestión
meramente ideológica. Revitalizar la conversación requiere un cambio existencial
de nuestros modos de habitar la experiencia que engloba todas las dimensiones
de la vida-convivencia.
En primer lugar, es preciso erradicar la pretensión de una jerarquía de
saberes, sobre la que se fundó la noción de epistemología. Episteme era la
palabra griega que usaron Platón y Aristóteles porque creían que debía existir un
saber superior, verdadero y fundamentado (el de ellos) y era preciso distinguirlo y
separarlo de los otros saberes que a través de este procedimiento se convirtieron
en meras opiniones. Fundaron así una concepción aristocrática-meritocrática con
vocación epistemicida que ha sido central en cualquier proyecto imperial desde la
Antigua Atenas hasta la Modernidad europea.
En segundo lugar, es imprescindible deshacer la disociación imaginaria
entre quien conoce y aquello que conoce, tarea que implica transformar los
modos de investigación abandonando el pensamiento instrumental para poder
hacer lugar a la conversación viva y al vínculo inevitable entre el ser viviente
22
y la trama de la naturaleza (nótese que no hablo del sujeto racional disociado, ni
de un objeto de conocimiento independiente).
Para descolonizar la universidad, y más ampliamente el sistema educativo,
es preciso desarmar tanto el panóptico material como el conceptual, con sus
coordenadas
y
sistemas
categoriales
presupuestos
e
impuestos
y
abandonar la ilusión objetivista con su pretensión de neutralidad. Sólo así
podremos involucrarnos con las criaturas y comunidades con las que trabajamos,
sean personas, animales, plantas, árboles, el planeta entero o la naturaleza en su
infinitud generativa. No se trata sólo de cuestionar la objetividad, sino junto a ella
nuestras nociones de sujeto y subjetividad, para poder comprender los múltiples
modos en que estamos entrelazades con el mundo que investigamos. Es preciso
que podamos comprendernos ya no como individuos aislados frente al mundo,
sino como seres singulares entretejidos en la naturaleza. Aprender a investigar
haciéndole lugar al saber del cuerpo viviente, a los afectos, a la sensibilidad,
al entrecambio con les otres. No alcanza con reconocer teóricamente la
legitimidad del saber de le otre –que es tan solo un comienzo valioso-, sino
que es necesario aprender a escuchar su diversidad sin juzgarla con
nuestros parámetros.
Bajo el hechizo de la objetividad hemos sido formades para distanciarnos y
desinteresarnos, para intervenir o preguntar desde una presunta racionalidad
universal por lo que no ha habido en nuestro sistema educativo ningún espacio ni
tiempo para cultivar la sensibilidad, la escucha atenta, la resonancia empática.
Más bien aprendemos a reprimir los afectos, a seleccionar los que resultan
convenientes a la metodología que nos imponen, pero no nos hemos adiestrado
para favorecer el encuentro, escuchar lo inaudito, sentir la presencia viva de les
otres. Por eso para revitalizar la conversación, y con ella la vida toda, tenemos que
aprender a cultivar la potencia de ser afectades (como bellamente decía Spinoza),
tendremos también que sembrar nuevas formas de vincularnos en lugar de
distanciarnos.
La investigación presuntamente objetiva exige una desconexión de los
sentimientos que desde luego nadie puede lograr. Lo que efectivamente hace el
23
sistema educativo es entrenarnos para prestar atención sólo a lo que indica el
marco teórico forjado en las alturas celestiales de la universidad. De ese modo,
logra que bajo la presunción de universalidad y neutralidad (que es la forma
elegante de nombrar a los valores, interesas y criterios de la élite europea), nos
adiestra para percibir solamente lo que el marco teórico-metodológico impone, sin
que adoptemos el punto de vista de las criaturas a quienes estudiamos, ni nos
preocupemos por sus modos de pensar o de sentir, sus necesidades o valores.
Revitalizar la conversación implica comprender la relación inextricable entre
el pensar, el saber, el hacer y el sentir, abandonar las ilusiones y perversiones del
conocimiento instrumental, involucrarnos activamente en la gestación de un saber
que promueva el buen vivir singular y colectivo en lugar de creer que producimos
un imposible saber neutral del que nos consideramos irresponsables.
Finalmente, es ineludible desembarazarse del hechizo de El Método, para
hacer lugar a la multiplicidad situada de formas de abordar la investigación que
hagan lugar a la exploración vital. Es preciso crear estilos de indagación que no
pretendan encorsetar el saber en un marco teórico, sino gestar territorios
problemáticos fecundos, siempre abiertos al aprendizaje situado, implicado,
afectivo, sensible, activo y participativo: con-versado. Si recordamos que la
palabra “método” significa camino en griego, podemos decir que de lo que se trata
es de dejar de imponer metodologías a priori para atreverse a la exploración y a la
aventura poética de ir haciendo camino al andar-con otros.
Aunque muches aspiren a lograr instituciones totales, sistemas bajo
absoluto control, la vida pugna siempre por salir, la naturaleza es poiética y dado
que nosotres formamos parte de ella también lo somos. Por suerte, ninguna
hegemonía puede ser total, así que desde los orígenes de la ciencia moderna ha
habido muchas otras propuestas, corrientes, estéticas, éticas y políticas
insumisas, creativas y convivenciales.
Mencionaré sólo algunas de las experiencias en las que de diversas formas
he participado o estoy involucrada; en las que intentamos gestar otros modos de
saber-hacer-sentir-narrar
trabajando
colectivamente,
24
sembrando
vínculos,
germinando ideas tratando de desadaptarnos de la herencia colonial-patriarcal que
el positivismo-racionalista-extractivista nos legó.
Todas fueron herederas y a la vez transformaron la herencia
de la
Investigación Acción Participativa que en la década de los 60-70 del siglo pasado
empezó a cultivar otros modos de saber, a gestar otras formas de vincularnos
tanto entre les investigadores como con las personas con las que vamos a
investigar. Esta corriente fue capaz de respetar y escuchar el saber popular y
comprendió la ligazón inextricable entre el pensar, el sentir y el actuar, aceptando
la responsabilidad que implica producir conocimiento (Fals Borda,1992).
En los años 90, neoliberalismo mediante, hubo una disminución en este tipo de
enfoques, pero igualmente continuaron vigentes y en el siglo XXI no sólo están
resurgiendo con fuerza, sino generando nuevas propuestas en las que la
conversación poiética tiene un lugar destacado aun cuando no siempre sea
nombrada con este término.
La primera experiencia sobre la que quiero contarles es la del colectivo
Fundared con el que durante muchos años realizamos un trabajo en redes desde
un abordaje de la complejidad, con una mirada transdisciplinaria e indisciplinada
en la que la investigación nunca estuvo separada de la acción, en la que pusimos
el cuerpo tanto como el pensamiento. Así desde una concepción de la vida
entramada y una práctica de cuidado vincular y respeto a la diversidad de saberes
construimos colectivamente el Primer Encuentro Internacional de Redes Sociales.
La modalidad fue muy diferente a los congresos tradicionales. En lugar de un hotel
cinco estrellas, elegimos el Parque Sarmiento. No sólo hubo paneles, sino también
talleres, espacios abiertos de conversación con una gran diversidad de
participantes tanto académiques como activistas, profesionales y colaboradores de
colectivos comunitarios. “Redes: el lenguaje de los vínculos” fue el libro que
editamos a partir de la experiencia y no por casualidad tomó su nombre de la
presentación de una joven de una escuela secundaria rural (Dabas y
Najmanovich, 1995). En aquel tiempo aún no existía Facebook, nadie entendía
muy bien a qué nos referíamos cuando hablábamos de redes sociales. Teníamos
que dedicar mucho tiempo a dar cuenta de nuestra mirada que, en lugar de
25
entender al ser humano como individuo ligado a les otres sólo por un contrato,
partía de la comprensión de la existencia humana como parte inextricable de una
red vital siempre en gestación (Dabas E. 2006). No se trataba de un mero objetivo
intelectual, sino de un aprendizaje participativo, activo y afectivo en el territorio del
que nacía y se nutría el saber. El trabajo en red partía del reconocimiento del
saber de los sectores populares con los que trabajábamos. No eran concebidos
como “beneficiarios” de nuestro saber y de un programa que ya habíamos
desarrollado, sino interlocutores activos en la gestación de las propuestas que
desarrollaríamos conjuntamente.
Otra experiencia valiosísima para mí comenzó en el año 2012 en que tuve
una epifanía cuando luego de una presentación muy poco convencional en un
congreso se abrió un diálogo fecundo, conmovedor y productivo, con lo que suele
llamarse público que aquí devino en participantes, pues nadie estaba “de afuera”,
ni hablaba en términos impersonales. La jerga profesional habitual estuvo ausente
y la “mesa” descendió hasta disolverse en la circulación de pensamientos y
afectos que crearon un colectivo dialógico, sin jerarquías, con una profunda
vocación de conversar en la diversidad. Fue una fiesta de conocimiento muy poco
habitual en la que conocí a Susan Street dando comienzo a una colaboración y
amistad que continúa después de muchos años. Ella veía desarrollando una forma
de abordaje que llamó Investigación Dialógica y Transdiciplinaria (IDYT) para la
ciencia integral y la convivencialidad que recupera y resignifica la tradición de la
investigación-acción participativa con una apertura y una configuración conceptual
diferente a la de los años setenta, ya que el colectivo trabaja desde una práctica
más dialógica que vanguardista. A través de nuestras conversaciones fuimos
nutriéndonos mutuamente, comprendiendo que “estar entrelazade no es estar
simplemente interconectado con el otro”, que “los individuos no preceden a las
relaciones que hay entre ellos, por el contrario, los individuos emergen a través y
como parte de ese entrelazamiento intrarrelacionado” (Street, 2015).
Lo que Susan llama diálogo hoy prefiero llamarlo conversación, para
recuperar ese sentido corpóreo-afectivo del convivir, del versar-con que conjuga
poéticamente con la noción de complejidad que viene del latín “complexus”,
26
lengua en la cual no sólo significaba entramar, sino también abrazar, rodear de
afecto, demostrar amistad (Najmanovich, 2022). Estas redes-abrazos-tramas son
híbridas y en ellas quedó abolida la pretendida distancia óptima y la más absurda
aún neutralidad, que sólo esconden indiferencia por lo común y establecen una
relación objetual en la que las personas se vuelven sólo excusas. La propuesta de
Susan es una ética, una estética y una política de la investigación que está en las
antípodas del extractivismo. Como investigadores no nos pensamos ni actuamos
como observadores ajenes, sino que nos acuerpamos afectivamente en la trama,
“para llegar a maravillarnos, a desajustarnos, a no lograr solo comprender sino a
consternarnos y estremecernos” (Street, 2015).
En las conversaciones del colectivo surgió la noción de la siembra vincular
que entendemos como el arte de cultivar los encuentros a partir de un vínculo
de respeto y cuidado cuyo nutriente fundamental es la confianza y cuyo efecto
emergente es la creación de mundos convivenciales basados en la legitimidad de
le otre, en la construcción dialógica (siempre tensa e intensa) y en la producción
de un saber implicado, transformador y comunitario. El diálogo para la IDYT, así
como lo que hoy estoy llamando “conversación poiética”, no es un prolijo
intercambio sucesivo de monólogos que pretende arribar a un consenso, sino un
ejercicio polifónico que no excluye el conflicto y que no busca una resolución, en
un devenir tenso, intenso y fecundo. En palabras de Georgina Gutiérrez Serrano,
también colega que devino amiga a partir de ese trayecto fecundo de la IDYT,
fuimos compartiendo “intensas sesiones de reflexión y de animación, espacios
abiertos no formalizados, con notable carga de creatividad, sobre las cuales
podemos decir, de acuerdo con Susan, que se generaron o florecieron espirales
creativas para interpretar las vivencias satisfactorias, las inquietudes, las
preocupaciones y los conflictos” (Street, 2015)
A lo largo de los años fue enraizando un vocabulario muy distinto al de la
ciencia mecánica-instrumental en que fuimos educades: sembramos vínculos,
cultivamos afectos, crecemos rizomáticamente, enraizamos saberes, no
buscamos la eficiencia, sino la fertilidad; no sacralizamos el rigor, sino que
habitamos la experiencia del cuidado: en el pensar, en las relaciones, en la
27
narración que, como espero estén notando, se nutre de la experiencia vital en
lugar de estructurarse según la disciplina (Najmanovich, 2021)
La investigación siguió un trayecto que se fue haciendo al andar según iban
fermentando los encuentros, lo que nos permitió generar colectivamente un
pensamiento de las prácticas al mismo tiempo que desplegábamos una práctica
de pensar.
Años más tarde esa misma red me permitió conocer a Marcela Morales
Magaña y así continuar y renovar las conversaciones poiéticas en otro espacio
ligado a la epistemología feminista y la investigación ambiental (según la
adscripción académica pero que yo prefiero llamar territorio reflexivo del pensar).
Con ella nació para mí la noción de “germinar ideas” colectivamente y aprendí a
encontrarnos para “activarlas” (Morales-Magaña y Gonzalez-Duarte, 2023). Mis
propuestas de crear campos problemáticos fértiles, pensando cuidadosamente,
potenciando los vínculos, cultivando una sensibilidad que nos permita escuchar a
les otres en su diversidad y componer con elles para promover el buen vivir
singular y común, que aprendimos de los pueblos originarios, encontró en este
colectivo un terreno nutricio para crecer.
La conversación poiética es el medio y, paradójicamente, también el fin de
esta aventura infinita y compartida del saber en la que todes somos siempre
aprendices que nos atrevemos a bailar con les poetas, a recuperar el saber de las
brujas, a cultivar el conversar en su armonía tensional (a la vez acorde y discorde)
para gestar un saber sabroso desde el deseo de aprender y no desde el afán de
convencer. Les invito a una travesía movida por el deseo, a una travesura
existencial que se atreve a transformar la cultura patriarcal-colonial, un juego
infinito de pensar-hacer-sentir cuidadosamente con otres, es decir a cultivar la
conversación poiética en la trama de la vida.
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I’m
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your
data
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recuperado
de: