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Conversar: travesuras y travesías del sentido

2024, Revista “El hormiguero” Psicoanálisis ◊ Infancia/s y Adolescencia/s.

Revista “El hormiguero” Psicoanálisis ◊ Infancia/s y Adolescencia/s. Abril 2024. Argentina

Conversar: travesuras y travesías del sentido1 Dra. Denise Najmanovich Decía San Agustín del tiempo que él sabía perfectamente lo que era… hasta que se lo preguntaban. Ese pequeño gran cambio entre la certeza del “sabemos” a la inquietud del “creemos saber” es uno de los aportes cruciales de las brujas a la cultura. Los santos 2 creían que la sabiduría les caía del cielo y nos la impusieron como verdades reveladas. Los laicos los imitaron, solo que cambiaron a Dios por El Método, no tan infalible como la sabiduría divina, pero a efectos prácticos casi igual. A las brujas las quemaron. Pero que las hay, las hay, aún hoy en día. Más aún, son las maestras que pueden devolvernos el arte de conversar. Comencemos por el principio, sin dar nada por obvio: ¿qué entendemos por conversar? Como casi todas las palabras conversar es polisémica: le damos muchos significados distintos, a veces incluso contrapuestos. Veamos algunos de los modos de hablar más comunes: monologar, dialogar, sermonear, discursear, polemizar, debatir, propagandear, conversar, adoctrinar, preguntar, ordenar, etc. En el listado conversar aparece como una más entre muchas formas de comunicarnos en el lenguaje hablado, porque así la pensamos habitualmente. Sin embargo, quiero proponerles una mirada completamente diversa, aunque no totalmente nueva. Se trata de darle a la conversación un lugar especial y en cierto sentido paradójico para nuestra cultura: entenderla como la matriz generativa de todas las demás formas y por lo tanto subyacente a todas ellas. Artículo publicado en la Revista “El Hormiguero” Nº7, Abril 2024, Argentina. https://elhormiguero.curza.uncoma.edu.ar/edicion/septima 2 Este artículo está escrito en lenguaje no binario, evitando generalizar en masculino cuando se trata de grupos mixtos o de personas cuyo género se desconoce. Sin embargo, algunas palabras las escribo en masculino porque históricamente quienes ocuparon casi la totalidad de ciertos roles (no por casualidad) fueron varones. Tal es el caso de los santos que impusieron sus verdades “reveladas”. También sostengo el masculino en el caso de los términos que refieren a un arquetipo de sociedades patriarcales, como son “individuo”, “sujeto” o “ciudadano”, porque entiendo que el modelo ideal fue el varón, blanco, cis, heterosexual, propietario, neurotípico, etc. que se impuso como universal, invisibilizando cualquier otra variabilidad de la vida humana como si no existiese. 1 1 1 Recuperando su sentido etimológico entiendo la conversación como la trama misma de la vida común. Si buscamos en el diccionario encontraremos entre los significados en desuso: 3. Vivir, habitar en compañía de otros. 4. Dicho de una o más personas: Tratar, comunicar y tener amistad con otra u otras ¿Curioso no? Hermoso también. En la Antigüedad, conversar y comunicar no se restringían a enviar mensajes y mucho menos a dar un discurso, sino que daban cuenta de nuestro vivir entramado, nuestra existencia en común. En la Modernidad comenzaron a desvanecerse todas las referencias a lo común para inventar la idea del individuo asilado. Así dejó de hablarse de comunidad para empezar a pensar la convivencia en términos de sociedad contractual. Es mi deseo que este artículo nos permita retomar y también revitalizar los sentidos vitales del conversar. La palabra "conversar" viene del latín conversari y significa "vivir, dar vueltas, en compañía". Sus componentes léxicos son: el prefijo con- y versare (girar, dar vueltas). Si seguimos el camino de la etimología del conversar veremos que recién muy tardíamente se relacionó con el hablar: Conversatio en latín era la acción de volver y devolver las cosas, usándolas frecuentemente, el uso frecuente y común de los objetos y, referido a personas, designaba el trato frecuente, la intimidad, la frecuentación de los unos con los otros, el hecho de "estar vueltos los unos hacia los otros" en un frecuente trato. Era el nombre de acción del verbo conversar que significaba mantenerse ligado a un lugar, vivir con o vivir en sociedad. Así conversator en latín ni siquiera es "conversador", sino que significa comensal, que comparte una mesa, comida o reunión con otros. No tenía pues absolutamente nada que ver con charlar ni exponer puntos de vista. Lo que hoy llamamos charla o conversación se llamaba en latín sermo, sermonis (palabra o habla trabada entre dos o más), del verbo serere (entablar, entrelazar). Esta palabra era completamente equivalente al griego diálogo, que significa exactamente lo mismo, charla, conversación (palabra que pasa a través, es decir que pasa de uno a otro), y que no tiene ni aun ahora nada que ver con las respuestas de ningún profesor, sino con el habla 2 compartida (otra cosa es que exista un género filosófico llamado diálogo). Lo que sucede es que sermo acabó refiriéndose también a una "conversación" retórica o figurada, de tipo literario, sea un diálogo o un discurso en que uno plantea cosas y les da respuesta, y así en latín cristiano, a partir del valor de charla retórica, la palabra sermo se emplea con el valor de homilía, disertación o plática que los sacerdotes hacen a raíz de un texto litúrgico leído, con preguntas retóricas que ellos mismos responden y dando consejos morales o prédicas a los fieles, y finalmente quedó para eso la palabra sermón. De ahí que por sermón o sermonear se entienda también vulgarmente el hecho de dar largas amonestaciones o reprensiones morales a otro. Al especializarse sermo en otra cosa, para el valor de charla intrascendente, la lengua romance recurrió a la palabra conversatio, que de un sentido de trato habitual los unos con los otros, pasó poco a poco a designar el hecho de charlar familiarmente trayendo y llevando temas o cosas diversas. Esta disociación entre el hablar y el convivir, entre el activo conversar colectivo, mutuo, divertido y el escuchar pasivamente un sermón aleccionador, fue crucial para imponer la dominación patriarcal en sus diversas modalidades. Es preciso continuar este camino etimológico que hemos comenzado para comprender adecuadamente todo lo que se ha constreñido y/o desvalorizado en el camino. Conversar proviene del verbo versare que es de la familia de vertere (dar vueltas). El prefijo com- se relaciona con una raíz indoeuropea *kom- (junto, cerca de). Antiguamente, y espero que también en un futuro cercano, el sentido de conversar refería a la danza entramada de la vida. Pero la diversión no termina aquí, sino más bien comienza. El verbo vertere nos ofrece una de las miradas más deliciosas de la vida, de su diversidad, su versatilidad y sus conversiones. Podemos también verter una oración en otro idioma, lo que liga este verbo a la traducción y desde luego componer versos. Pero en un giro de inversión –algo tan clave de este verbo- también nos ha dado perversión y adversidad. Ya sabemos que girar puede ser entretenido y creativo, no en vano también ha dado travesía y travesura que son la sal de la vida. Y cuando se extrema llega hasta lo subversivo –tan temido y a la vez tan importante cuando queremos cambiar un mundo que nos oprime-. No quedándose nunca 3 quieto este preciosísimo verbo nos ofrece la posibilidad de transversalizar las cuestiones y atravesar las fronteras. Allí donde nuestra cultura intenta imponer el rigor (rigidez) de sus clasificaciones y una narración única, este precioso verbo nos invita a disfrutar de una variedad de versiones. Por suerte también han existido siempre corrientes que aceptan y valoran encontrar otras vertientes y aprender en las conversaciones que no eluden la controversia. Vertere y versare expresan otra mirada de la vida, una que nos permite entendernos de modo convivencial, en lugar de la estética-ética del enfrentamiento, el combate y la competencia que triunfó con el patriarcado occidental. Ese que inventó una razón que se cree única y universal, pero que no sólo es una entre muchas, sino que ha tenido y tiene muchas versiones. En ninguna ha logrado su objetivo de enclaustrar completamente el fluir de la vida, ni del pensar. La vida pugna por salir, y mientras haya vida la conversación no cesará.3 . Conversar es un verbo que expresa una ética, estética y política convivencial que surge cuando comprendemos que vivir es necesariamente convivir, que no estamos enfrentades a la naturaleza, sino que somos parte inextricable de ella. No somos les señores ni les dueñes de la vida, ni del planeta. Más aún, a pesar de las apariencias, no somos dueñes de nada, aun cuando lo creemos y actuamos como si así fuera. Somos criaturas entre una infinidad de otras, tejiendo entre todas una trama infinita sin origen ni finalidad, sin dueño y sin patrón. Conversar es nuestro modo de existir como cuerpos vivos entre otros cuerpos, es la expresión de la vida misma y por eso el patriarcado para imponerse tuvo que constreñir, regular y controlar las conversaciones, pero jamás ha podido ni podrá anular totalmente este aspecto vital. A la forma más rica, compleja, expresiva, le daré el nombre de conversar poiético, entendiendo que no es una más entre otros modos del conversar, sino que subyace a todas las otras formas de vincularnos y por lo tanto de hablar. Conversar poiéticamente es danzar con otres sin coreografía previa, es entrelazamiento de cuerpos deseantes sin 3 Todos los términos destacados provienen de mi preferidísimo verbo vertere siempre inquietante, bailarín, creativo, transformador. 4 mandato, es producción de sentido en el encuentro vivo donde no rige ninguna academia. Esa danza no es puro acuerdo y amor. La conversación puede ser potenciadora o despotenciadora, acorde o discorde, pero siempre será generativa. Les que entienden la vida como dominio –poder sobre les demás- no gustan del baile no reglado, ni aprecian los versos sin parámetro. No en vano Platón pidió expulsar a los poetas de la república. Encantadora ironía siendo él uno de les más grandioses poetas, pero uno que disfrazó su poiesis de teoría, para imponernos la idea de una única verdad excluyendo a todas las demás ¿Está demás aclarar que era partidario de una forma de gobierno aristocrático dirigida por filósofos como él? Emma Goldman, escritora y activista anarquista, propone otro modo de habitar la vida en común cuando le dice a los machirulos de su entorno que si no puede bailar, su revolución no le interesa. Les que se creen les dueñes del mundo, o les que aspiran a serlo, detestan y temen a la poiesis, el pensar vital, la conversación deseante, el hacer camino al andar, al mismo tiempo que inevitablemente les atraen – lo que hace que crezca el aborrecimiento-. Tal vez por eso John Egdar Hoover, primer director del FBI, apodó a Emma como «la mujer más peligrosa de América». Es que al patriarcado no le gusta la danza espontánea, el fluir de la vida, el erotismo del conversar poiético. Sí, leíste “erotismo”, porque hasta no hace mucho “tener una conversación” era un modo de referirse a las relaciones sexuales, incluso en los textos legales donde “conversación criminal” significaba “sexo extramatrimonial”. El sentido pervive en el habla coloquial -sobre todo cuando hay lugar para el humor y el amor. No está demás aclarar que la erótica de la conversación no se limita a la sexualidad, sino al encuentro vivo con otres. Conversar nunca ha sido un mero intercambio exterior, un envío y recepción de señales o mensajes –como el relato racionalista ingenieril-estructural de la comunicación ha impuesto-, sino un entrecambio mutuo, una transformación en cuerpo-alma de quienes participan en ella. Precisamente por eso la cultura patriarcal se preocupó y ocupó de la regulación y el control de la conversación. 5 De la alegría de conversar a la lúgubre atmósfera del sermonear Ya hemos visto cómo fue cambiando el significado de “sermón” desde la mutualidad de la conversación viva hasta quedar cautivo en la homilía, en el monólogo, en el adoctrinamiento. Pero esta no fue la primera ni la única constricción del conversar. También se perdió la conversación en el discurso público cuando en la Grecia arcaica las mujeres fueron excluidas de la asamblea ciudadana. Mary Beard en “Mujeres y poder” nos cuenta que en la Odisea, obra fundante de nuestra cultura, Homero describe la forma en que Telémaco expulsa a su madre de la gran sala del palacio diciéndole: “Madre, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca... El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa” (Homero, 2016) El resaltado es mío para destacar cómo los varones se han apropiado del relato y que podamos comprender la importancia crucial de la narración en el gobierno y la dominación. Comprender el valor de las narraciones es imprescindible para poder recuperar la palabra que nos han negado o han desvalorizado y así crear nuevos relatos y aún más importante: para poder gestar nuevas formas de conversar. En “Hablar y callar” Peter Burke destaca lo tardía que fue la aparición en nuestra cultura de un área de estudios dedicada a la historia social del lenguaje y resalta la importancia que han tenido los feminismos y otros grupos subalternos en esta nueva área de investigación. No podía ser de otro modo, porque hemos sido les excluides les principales interesades en comprender el “poder del lenguaje, así como la relación del lenguaje y otras formas de poder” (Burke, 1996). Hasta hace muy poco, en el mundo académico había una hipertrofia de discurso estructural, una sobreabundancia de gramática, pero poco y nada sobre la vida colectiva del lenguaje, el saber del cuerpo y la producción de sentido. En cambio, fuera de los compactos muros universitarios, esta relación dio mucho que pensar, hablar, y escribir. De Shakespeare a Tolstoi, pasando por George Eliot y Jane Austen hay 6 riquísimas observaciones, que Burke recupera. Destaco entre ellas la deliciosa afirmación de un personaje De Middlemarch que sostiene que “El llamado inglés ‘correcto’ no es nada más que ‘la jerga de los remilgados’” (Eliot, 2000. Mary Ann Evans, tuvo que usar el seudónimo George Eliot para poder publicar Middlemarch). Desde que se formó la polis griega, hasta hace muy poco, y aún sigue siendo así en muchísimos lugares, las mujeres fuimos excluidas del discurso público y del habla erudita. No éramos dignas de ser ciudadanas, nuestras conversaciones fueron desvalorizadas y relegadas, al mismo tiempo que eran regimentadas y controladas. Como destaca Mary Beard En el mundo clásico hay solo dos importantes excepciones de esta abominación respecto a las mujeres que hablan en público. En primer lugar, se les concede permiso para expresarse a las mujeres en calidad de víctimas y de mártires, normalmente como preámbulo a su muerte. (Beard,2018) Este fue sólo el comienzo de los muchos modos en que la conversación fue moldeada, modulada, constreñida, encauzada, cohibida, obligada a seguir ciertos cánones y a restringirse a los mandatos de turno. Entre los siglos XVII y XIX se publicaron numerosos manuales sobre lo que dio en llamarse “El arte de la conversación” que fue más bien un artificio para imponer reglas de urbanidad, cortesía y civilidad. Es decir, para exigir un modo de hablar acorde a lo que las élites dominantes -en ese tiempo la realeza y su corte y luego las élites burguesas- consideraban correcto. Como ha mostrado Norbert Elías, estos manuales fueron fundamentales para encorsetar la vida: el cuerpo, el gesto, la conducta, los modos de hablar y vincularse. Uno de los más famosos fue publicado por Erasmo de Roterdam en 1530: “De la civilidad en las maneras de los niños”. Fue un éxito inmediato y se tradujo del latín original a todas las lenguas europeas. En los comienzos de la imprenta en Occidente lo que más se publicó fueron Biblias y tratados de moral y modales. No es de extrañar, ya que los modales nos moldean, en cuerpo y alma, nos “civilizan” (claro que según el criterio de les que quieren imponerlos). Julia Varela sostiene que la obra de Erasmo adoptó la forma de un catecismo y por supuesto, el hecho de que fuera laico no 7 modificaba un ápice el propósito de adoctrinamiento. La religión y la “urbanidad” o “civilidad” se nos imponen en cuerpo-alma no disociado porque así es nuestro modo de existir, por eso es también un adiestramiento (sí, porque somos animales). La llamativa paradoja de la Modernidad está dada porque lo que se impuso fue el imaginario de la disociación. Todos los manuales de civilidad estaban destinados a generar un nuevo modo de existencia, lo que les franceses empezaron a llamar "savoir vivre". Ya no se trata de vivir, sino de saber hacerlo…es decir, de hacerlo según las normas que las élites imponen (ya sea la francesa que se ocupó muy especialmente de elevar a la universalidad sus normas –del metro patrón a la remilgada conversación- o cualquier otra, porque ninguna nación imperial se sustrajo a la tentación de la colonización cultural). Fue en esta trama histórica que conversar fue dejando de ser convivir y pasó a ser un modo de hablar ceñido a reglas. En el camino, fue erosionándose la comunidad para dar paso a una sociedad constituida por “individuos” que imaginaban estar ligados sólo por un contrato. Estas enseñanzas buscaban crear un “hombre nuevo”: individualizado, controlado, avergonzado de su animalidad, obediente de las jerarquías (de la realeza primero y luego las “revolucionarias”), sujetado a renovados protocolos y reglas, modelado por otras prohibiciones y exigencias. Desde los modales de mesa hasta la postura corporal, pasando por la vestimenta que denota el linaje o la riqueza, con un énfasis importante en los modos de hablar: todo fue regimentado para distinguir a la civilizada “gente bien” de aquelles que a partir de esa cruzada de los “buenos modales” empezaron a ser considerades brutes, pueblerines y rústiques. El lenguaje fue depurado de las que en adelante se consideraron “malas palabras”. La conversación regimentada y jerarquizada, tanto en relación al habla como a los gestos. Se estableció también cuál era la distancia corporal adecuada en cada situación, así como las formas para expresar respeto a las jerarquías. Y, desde luego, se determinaron cuáles eran los temas que se podía tratar, quién estaba autorizade y cuándo podía hacerlo. No fueron sólo los procesos de vigilar y castigar, tan finamente estudiados por Foucault, los que nos moldearon. También fueron cruciales los menos 8 impactantes, pero no menos importantes modales de mesa, las reglas protocolares del encuentro, los sistemas de medida, las artes y artimañas de la conversación. En la medida en que la disociación imaginaria entre el cuerpo y el alma, entre el animal y el hombre, entre la naturaleza y la cultura se profundizaba, el término conversación dejaba de significar “intimidad” (como en los tiempos de Séneca) y perdía toda connotación sexual y erótica. Al mismo tiempo que esas modulaciones iban introduciendo la jerarquización a través de las regimentaciones de la conversación. Como menciona Peter Bruke: Uno de los personajes de Castiglione observaba que —como lo han repetido recientemente los lingüistas— la idea de conversación supone cierta igualdad y un intercambio de ideas sobre bases iguales anima todo el diálogo. Sin embargo, para que esto resultara posible, Castiglione tuvo que situar su diálogo en una corte sin gobernante (…). El concepto de jerarquía reaparece cuando los participantes discuten la manera en que un cortesano debe hablar a su príncipe o mejor dicho cómo no debería hablar a su príncipe. No está demás decir, que la “igualdad” de la revolución francesa nunca fue tal y que la regimentación-jerarquización continuó, aunque hayan cambiado las modas y los estilos. Toda cultura moldea, modula y configura, en cuerpo y alma a quienes participan en ella. Pero la moderna ha inventado la “naturalidad” de sus costumbres, es decir, ha naturalizado la formación que impuso. Por eso no ha sido casualidad que no fueron estudiadas hasta muy recientemente las formas de adiestramiento (moldear, constreñir, encauzar, limitar, modular, reprimir, pero también imponer nuevas formas, entrenar ciertas habilidades, desarrollar algunos rasgos). Es que su poder radica en esa opacidad, en hacer que se las considere no sólo “naturales” sino también necesarias y valiosas, al mismo tiempo que se evita que se reflexione sobre ellas. Dándolas por obvias y universales se elude toda suspicacia respecto a quiénes las gestaron y se 9 benefician de ellas. El patriarcado moderno occidental utilizó los manuales de cortesía, las instituciones escolares, los protocolos institucionales, la retórica científica, para imponer restricciones a la conversación poiética: tanto modulando la expresión corporal, los gestos, los modos de moverse y hablar, como estipulando de qué, con quiénes y cuándo hablar, al tiempo que se imponían reglas o protocolos que determinaban los modos lícitos, correctos, educados o elegantes de conversar. Con el tiempo se irán imponiendo muchas formas distintas de regimentar la conversación (el pensamiento, la escritura, el cuerpo, los vínculos) desde el lenguaje militar al discurso académico, pasando por los modos admitidos en los salones y los reservados a los burdeles. Sin embargo, la vida pugna por salir, persiste e insiste. Pueden encorsetarla, pero no eliminarla. Hoy y siempre la conversación poiética con su inventiva, generatividad y creatividad subyace a todos y a cada uno de los discursos regimentados. Es la potencia instituyente que subvierte lo instituido, la travesura que inaugura nuevos modos y sentidos, la travesía que nos lleva a percibir nuevos paisajes, la vertiente de la que nacen otros modos de pensar, la matriz generativa de nuevas versiones y diversiones. Conversando como cuerpos deseantes Allí donde hay regimentación es porque hay también una criatura capaz de resistir y gestar novedad lo que hace que el adiestramiento y el control sean constantes. Al mismo tiempo, la vida siempre ha de desplegarse y la conversación poiética siempre pugnará por expresarse. Se trata entonces de aprender a reconocerla y legitimarla, de nutrirla y expandirla. Para lograrlo es preciso hacerle lugar al saber del cuerpo: permitirnos gestar otros sentidos sin preocuparnos, eludiendo o burlándonos de los mandatos, los protocolos y los deberes impuestos por las academias y otras muchas autoridades que gustan de ser policías del lenguaje. La conversación –aun cuando puede ser protocolarizada- nunca deja de ser una performance vital, un arte poiético en el que puede surgir siempre la novedad, lo inesperado, lo inaudito. 10 Así como antiguamente “conversación” significaba convivencia, el “saber” tenía que ver con el sabor y el “sentido” estaba ligado al sentir, al entender a partir de la experiencia viva. Decía el poeta T.S. Eliot, con delicada sabiduría: "¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?" La sabiduría que Eliot reclama está ligada a la conversación viva, el pensamiento situado, al saber-hacer-sentir no disociado. No se refiere a la erudición, ni tampoco al conocimiento teórico que, aunque a veces pueden ser valiosos, también pueden ser contraproducentes e incluso dañinos cuando nos dejan cautives en lo ya sabido, cuando imponen jerarquías o cuando pretenden establecer verdades eternas. Sabie no es quien aplica una teoría, menos aún quien “posee” mucha información, sino quien puede expandir la vida –la suya y la común- pensando a partir de la experiencia viva. Le sabie no está en una torre de marfil, o en el cielo platónico de las ideas puras. Conversa con la naturaleza toda de la que se sabe partícipe, no da lecciones y ni siquiera tiene ideas, como nos invita a pensar Francois Jullien. Por supuesto que se le ocurren muchas ideas, pero no queda atrapade en ellas, no se apega a lo que ha ideado, no busca ni poseerlas ni acumularlas. Es más, ya es hora que nos cuestionemos la idea de le “sabie” como si alguna persona fuera la personificación de la sabiduría o como si existiera una esencia sabionda que algunes poseen y otres no. Todes alguna vez hemos pensado sabiamente, mientras que ningune lo ha hecho siempre, ni en todas las facetas del vivir. Por eso recuperar la sabiduría implica también desprenderse del mito de le sabie. Todes podemos cultivar la sabiduría porque todes podemos pensar y aprender. La sabiduría nada tiene que ver con rangos, títulos, posiciones de poder, sino con el despliegue vital de la potencia de pensar. La sabiduría no produce credos, doctrinas, ni dogmas y por lo tanto tampoco construye templos o academias para adorarlas, se gesta cultivando un pensar vital, ligado al cuerpo viviente-deseante, al deseo de aprender, que siempre se da en la convivencia-conversación. Por eso es imprescindible 11 abandonar la figura de le sabie, de le genie, de le sabelotodo y comprender que la sabiduría no nace de la racionalidad individual (que al igual que el sujeto del conocimiento son invenciones del imaginario moderno). La sabiduría no surge en la cabeza de alguien y menos aún de su cerebro, sino que emerge en el encuentro convivencial. Quien aspira a la sabiduría, se sabe entramade, partícipe corporal, sensible, afective, pensante en lugar de observadore distanciade e impermeable a las afecciones. La sabiduría no es egocéntrica, sólo puede cultivarse cuando comprendemos que nadie puede pensar por otre, pero que al mismo tiempo nadie puede pensar sole. El pensar se da siempre en conversación, ya sea con la multiplicidad que cada une es, o con les otres –humanes y no-humanes-. Finalmente, la sabiduría no es algo que se pueda poseer, sino un modo de vivir que podemos cultivar, recordando que no se trata de una meta a la que arribar, sino una ética-estética del pensar que deseamos desplegar. Si queremos comenzar a transitar el camino interminable de la sabiduría necesitamos recuperar, expandir, recrear la conversación poiética. Les invito ahora a percibir con más detalle algunas características de este modo vital de conversar que no se atiene a ningún mandato ni manual, ni tampoco está en contra de ellos, simplemente no los toma como un deber, ni les jura obediencia. En primer lugar, quiero destacar que la conversación poiética, al igual que la trama de la vida, no tienen un origen definido ni una finalidad obligada. De hecho, nadie sabe cuándo ha comenzado una conversación, aunque por supuesto sabe cuándo empezó a hablar de esto o aquello en una situación. Nuestras conversaciones tienen historia no sólo en nuestra propia vida, sino que están entramadas en memoria colectiva. Cuando una pareja discute sobre las tareas del hogar, no lo hace independientemente de otras situaciones anteriores y ninguna puede disociarse de la formación patriarcal. Cuando une trabajadore pide un aumento no puede entenderse fuera del contexto en que ocurre ni tampoco por separado de la relación capitalista. El lenguaje que usamos no es una propiedad de nuestro cerebro, sino una expresión colectiva siempre en devenir. Las ideas que tenemos no son el producto de una red neuronal aislada, sino que emergen en el encuentro del cuerpo viviente-deseante-pensante con 12 otres. Las ideas siempre están entramadas con otras en el imaginario colectivo, coproduciéndose en las conversaciones. Esto no significa que seamos títeres dominados por el colectivo (ni por el inconsciente, dicho sea de paso). Cada persona aporta algo singular y novedoso a la conversación y el saber común. Ni impotentes ni omnipotentes, los seres vivientes desplegamos nuestra potencia en el encuentro, somos afectados y afectamos a los demás, en una conversación continua que nadie dirige ni domina, que no tiene un destino prefijado ni busca arribar a ningún lado. A diferencia de las conversaciones encorsetadas, que tienen objetivos prefijados, la conversación poiética nace y se desvanece al ritmo del deseo, no busca nada más que conversar, porque conversando tejemos la trama de nuestra vida, pensamos, y aprendernos en el juego vincular. La primera –y probablemente la mejor- forma de controlar-constreñir una conversación es imponerle una finalidad, meta, objetivo que por lo general en nuestra cultura es la de “convencer”. De ese modo cercamos, y también cercenamos, el conversar. De un juego infinito preñado de posibilidades, lo convertimos en uno finito que no sólo estará controlado (protocolarizado, reglado, estandarizado), sino que tiene como motor y destino el deseo de vencer, de imponer, de dominar. En estas conversaciones regimentadas, el privilegio es el del ego y el objetivo el triunfo, en cambio en la conversación poiética no hay lugares privilegiados y en sentido estricto no hay objetivo, se trata de encontrarnos, y si es posible, nutrirnos mutuamente, aprender, pero sin metas, garantías, exigencias ni presiones. Otro aspecto crucial que diferencia la conversación poiética de otras regimentadas es que en ella no hay jerarquía (ni aun cuando se da entre une niñe y une adulte, o une docente y une alumne, une gobernante y une trabajadore). En la conversación poiética, se disuelven todos los roles imaginarios, hay escucha atenta, respeto, interés mutuo, reciprocidad. Esto desde luego no implica que se pierdan las distinciones, sino que, en el curso de la conversación se reconoce una paridad radical de todes. Al mismo tiempo que se acepta, también puede disfrutarse de la diversidad. 13 En la conversación poiética siempre se crea intimidad, los límites varían, todes les que participan serán afectades y afectarán y por eso mismo todes saldrán transformades, habrán podido pensar y aprender…aunque por supuesto no necesariamente lo mismo. La conversación poiética no sólo no pretende convencer, ni siquiera busca acordar, en ella confluyen y conviven diversas versiones. Es el espacio-tiempo en el que podemos desplegar la potencia de pensar juntes. Estas conversaciones son fecundas y nutritivas para todes sea lo que fuera que hablemos ya que no hay temas superiores o inferiores, pues es la calidad del encuentro lo que importa. Para comprender a fondo lo que significa una conversación poiética no tenemos que olvidar que no es un mero intercambio de palabras, sino un entrecambio de experiencias entre cuerpos deseantes-vivientes. No se trata tan solo, ni necesariamente, de recibir o dar información, sino de un encuentro vital y por tanto multidimensional, capaz de gestar novedad y sorpresa porque nada está dado a priori, ni hay un lugar al que deberíamos llegar. Por eso para reconocer o distinguir una conversación poiética es importantísimo percibir el tono, el modo, el ritmo, la cadencia, los gestos, la postura corporal, al igual que el clima o atmósfera que se crea al conversar. Más aún, la diferencia que hace la diferencia, es la calidad de atención, el modo de presencia de les que participan que aceptan su vulnerabilidad, el hecho de que nos afectamos mutuamente, en lugar de estar preocupades por los objetivos, las reglas, el lucimiento o el “rendimiento”. La prioridad es el vínculo, lo que podemos tejer juntes, lo que el pensar habilita. Sentimos en el cuerpo, en el modo de fluir, de bailar con le otre si la conversación es poiética o no. Lamentablemente también solemos confundirnos porque toda nuestra educación ha buscado regimentar, controlar, imponer, en lugar de promover la exploración, el encuentro cuidadoso, la sensibilidad respetuosa. Por eso es imprescindible no sólo legitimar el saber del cuerpo, sino también aprender a habitar la experiencia de encuentro y gestar colectivos capaces de albergar la diversidad. 14 Revitalizar la conversación “No se trata de criticar Sino de hacer existir” (Gilles Deleuze) ¿Cómo podemos revitalizar la conversación en nuestra vida cotidiana, en todas y cada una de las instituciones y espacios en los que participamos? En primer lugar y aunque sea lo más difícil, tenemos que aceptar que somos parte del problema, que el hecho de ser crítiques no nos brinda un salvoconducto que nos hace inmunes. Todes sin excepción hemos sido formades para encorsetar la conversación y muy especialmente les académiques. Por eso es preciso darnos cuenta que tan sólo con teorías y discursos no transformaremos nada, algo que en cierto sentido ya sabemos pero que no logra hacerse eficaz. Por eso les invito a una conversación difícil, dolorosa incluso, porque implica revisar nuestras prácticas, percibir nuestros puntos ciegos, cuestionarnos a nosotres mismes y no solo al sistema como si no fuéramos parte de él. También tenemos que entender en cuerpo-alma y no sólo teóricamente que nuestro sistema educativo patriarcalcolonial no va a sucumbir ni por nuestras mejores intenciones ni por los más inflamados discursos liberadores. No sólo no alcanza con la crítica, sino que ésta suele dejarnos cautives de aquello que estamos cuestionando generando un círculo vicioso argumental. Para salir de él resulta imprescindible deshacer lo que he denominado “el hechizo discursivo moderno”. ¿En qué consiste este encantamiento? En creer que criticar o denunciar es equivalente a transformar, en quedar cautives del discursear despreciando el acuerpar (precioso neologismo feminista para poner el cuerpo en la red colectiva), en no comprender la diferencia entre el decir – puramente verbal- y el mostrar –la expresión multidimensional de la vida- que tan sabiamente nos enseñó Wittgenstein. En la academia hemos escuchado muchos discursos sobre la necesidad de transformar la educación, despatriarcalizarla y descolonizarla, pero por lo general han sido sobre todo palabras –más o menos encendidas y bienintencionadaspero muy poco efectivas a la hora de engendrar los cambios. Digámoslo 15 claramente: muchos “artículos” y muy pocas nueces. Es que nuestro punto ciego consiste en que no vemos que nosotres reproducimos cotidianamente en nuestro hacer lo que cuestionamos en los textos y conferencias. Hace un tiempo Boaventura de Sousa Santos, el profesor estrella de la epistemología del sur y supuesto campeón de las luchas emancipadoras, fue acusado no sólo de acoso y abuso sexual, sino también de prácticas de maltrato laboral y extractivismo intelectual, incluido plagio. El acontecimiento sacudió al mundo académico, pero rápidamente fue marginado como si fuera un caso excepcional. Aunque me gustaría que fuera una anomalía no lo es ni remotamente. Llevamos más de un siglo viendo organizaciones de izquierda que dicen luchar por la libertad mientras construyen organizaciones jerárquicas que exigen obediencia a sus fieles. Lo mismo ocurre desde hace décadas cuando vemos a muchísimes profesores foucaultianes que critican el panóptico, describiendo detalladamente el modelo de disciplinamiento (Foucault, 1983) en sus clases magistrales dictadas desde púlpitos panópticos. Figura 1 16 El hechizo discursivo es una de las consecuencias de la disociación moderna entre la forma y el contenido, entre la teoría y la praxis y más ampliamente entre el cuerpo y la mente que afecta a toda la cultura, pero es especialmente grave en el mundo intelectual. Como muestra la figura 1, el saber popular percibe mucho más fácilmente estas contradicciones entre el decir y el mostrar, entre el discurso y la práctica vital. Les intelectuales hemos sido metódicamente incapacitades para poder darnos cuenta porque confundimos la experiencia viva con nuestro sueño teórico (que a esta altura es más bien una pesadilla). ¿Cómo entender que estas flagrantes contradicciones entre el discurso de liberación y las prácticas opresivas pasen inadvertidas? ¿Qué hace tan difícil percibir en nosotres lo que criticamos en otres? ¿Cómo podemos cambiar si nos creemos afuera del problema? Desde luego que no podré responder exhaustivamente a estas preguntas, pero al menos les propongo hacerles lugar y comenzar a pensarlas para lograr darnos cuenta de qué modos somos parte del problema y así promover no sólo un cambio de discurso, sino una transformación del modo de vivir-convivir que nos involucre en cuerpo-alma a cada une y colectivamente. Todas las instituciones de las autoproclamadas democracias occidentales se han organizado bajo el signo de la representación, de la racionalidad disociada del cuerpo, de los afectos y de les otres, generando un imaginario que no sólo enfrentaba al hombre con la naturaleza, sino que exigía que la dominara. En suma, un imaginario jerárquico-patriarcal. La educación no podía ser una excepción y desde luego no lo fue. Por el contrario, ha tenido a su cargo el adiestramiento en el modelo monológico, individualista, competitivo, mecanicista, normalizador y racionalista que ha caracterizado a la cultura moderna. Toda nuestra formación no sólo excluye habitualmente, sino que penaliza la conversación poiética. No me refiero tan solo al hablar en clase, sino también al rechazo a las preguntas fuera de “guión”, al desincentivo a la exploración abierta y a la habitual negativa a los cuestionamientos. Nuestra educación se basa más ampliamente en el disciplinamiento del cuerpo, la desvalorización de los afectos, la 17 concepción instrumentalista-intervencionista del saber y la anestesia de la sensibilidad y del deseo. Ya sea en la enseñanza como en la investigación la conversación poiética fue encorsetada en protocolos que exigían la disociación y la unidireccionalidad. No nos hemos formado para el encuentro cuidadoso, ni para cultivar la receptividad y la exploración abierta, ni para volvernos hábiles en la conversación poiética. A pesar de la avalancha de críticas de las últimas décadas, el positivismo y la concepción intelectual-instrumental del conocimiento siguen siendo hegemónicos. En la investigación académica se sigue alabando, cuando no adorando, la imposible “objetividad”. Lo que se logra en la práctica es la obligación de trabajar con metodologías que imponen un distanciamiento afectivo, un desinterés por le otre salvo como objeto de nuestro conocimiento, una forma de investigación entendida como intervención sobre les otres. Además, las formas de enseñanza continúan siendo reproductivas, mientras que la evaluación se basa en un sistema de premios y castigos en lugar de ser una instancia de conversación que permita la reflexión sobre el trayecto recorrido. Finalmente, pero no menos importante, nuestros programas educativos fueron pensados de un modo disociado de la vida, centrados sólo en la teoría, separados de las vivencias y prácticas comunitarias y desvinculados de la investigación. En la universidad la metodología, la forma de expresión y de publicación, siguen respondiendo mayoritariamente a los valores e intereses de las élites patriarcales europeas que aún siguen presentándose como universales. ¿Podría ser de otra manera cuando la academia ha tenido un rol estelar en la generación de la disociación y el enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza, entre el individuo y la comunidad, entre la razón y el cuerpo, entre la teoría y praxis, entre el discurso y la vida? En las instituciones modernas la “conversación” dejó de ser convivencia para pasar a ser discurso, transmisión de mensajes. La persona viva fue metódicamente disciplinada en cuerpo y alma: anestesiando su sensibilidad para distanciarla de lo que serían sus “objetos” de conocimiento, encuadrándola dentro de marcos teóricos preestablecidos y metodologías predeterminadas. Las 18 narrativas fueron encorsetadas dentro de protocolos que exigían la anulación del sujeto. La aventura de pensar fue constreñida dentro de una carrera profesional altamente estructurada y fiscalizada. La investigación fue concebida y practicada como una interrogación-sobre en lugar de conversación-con la naturaleza. Veamos la cuestión con más detalle para comprender el patrón conceptual que el patriarcado moderno inventó y al que exigió sumisión y hasta podríamos decir devoción. En la gestación de la Modernidad una de las metáforas más pregnantes fue la de la naturaleza como una fierecilla que debía ser domada. La filosofía baconiana del “saber es poder” no sólo incluía, sino que recomendaba explícitamente procedimientos inquisitorios y vejatorios. En su influyente Novum Organum, Bacon sostuvo que “los secretos de la naturaleza se manifiestan mejor bajo el hierro y el fuego de las artes, que en el curso tranquilo de sus ordinarias operaciones” (Bacon, 1949). La relación entre el sufrimiento y el conocimiento tiene una larga tradición en nuestra cultura, que ha quedado expresada en el proverbio “la letra con sangre entra”. Ya en las sagradas escrituras se nos advertía que “Sólo el dolor dará entendimiento” (Isaías 28:19). Como ha dejado claro Carolyn Merchant. El concepto de Francis Bacon de la vejación, como una intervención sobre una naturaleza confinada y "en cadenas" con el propósito de extraer sus "secretos", es una clave importante para su idea de experimentación, el papel que ésta desempeña en su filosofía y su actitud hacia la naturaleza (Merchant, 2013). Sin duda, un entrenamiento patriarcal para que “que pudiera distinguirse de sus inefectivas predecesoras por su potencia "viril” (…) y así “poner a la Naturaleza al servicio del hombre y hacer de ella su esclava” destaca Evelyn Fox Keller en su lectura de Bacon (Fox Keller, 1991). Esa actitud está en la base de lo que Rita Segato ha llamado pedagogía de la crueldad y que define de modo muy preciso como “la captura de algo que fluía errante e imprevisible, como es la vida, para instalar allí la inercia y la esterilidad de la cosa, mensurable, vendible, comprable y obsolescente…” (Segato, 2021). 19 Bacon no tuvo pudor alguno en utilizar las palabras tortura, vejación o inquisición para dar cuenta de su nueva ciencia que debía imponer la dominación del hombre sobre la naturaleza toda. Aun hoy usamos el verbo inquirir entendiéndolo como preguntar o investigar… pero el sustantivo inquisición ha desaparecido de las descripciones de la actividad académica por sus obvias y terroríficas asociaciones. Lamentablemente, el cambio fue más bien de palabras y no del espíritu que animaba el proyecto. Lo que ocurrió fue que el discurso de la doma dio paso al más aséptico relato mecanicista que no sólo facilitaba la dominación, puesto que todo fue convertido en objeto-recurso, sino que también invisibilizaba al sujeto-domador para generar el aura de neutralidad e imparcialidad que hoy siguen pretendiendo muches investigadores (al mismo tiempo que continúan con la épica de la conquista). La concepción instrumental del saber se convirtió en el nuevo credo moderno generando la cosificación de todas las criaturas, es decir, convirtiéndolo todo en un “objeto” y un “recurso” para le investigadore que pretenda ser “objetive”. Esa presunta e imposible objetividad fue una práctica discursiva, una retórica basada en eludir la implicación de le investigadore en la investigación y por lo tanto también la responsabilidad que conlleva. (Najmanovich, 2016). El método elegido para relacionarse con la naturaleza fue el de la intervención-sobre, basado en una práctica monológica en la que le investigadore solo escucha aquello que refiere a las preguntas que el marco teórico impone y la metodología habilita. Esa estética-ética extractivista e intervencionista, ha sido y sigue siendo cuestionada por muchos colectivos dentro y fuera de la academia. Elijo las palabras de Abhay Xaxa, que se definía como sociólogo de profesión y activista indígena Adivasi de corazón para expresar el sentimiento y el pensar de muches: No soy tu información, ni soy tu banco de votos, No soy tu proyecto, ni ningún objeto exótico de museo, No soy el alma que espera ser cosechada. Tampoco soy el laboratorio donde se prueban tus teorías. No soy tu carne de cañón, o el trabajador invisible, O tu entretenimiento en el centro de hábitat de India, 20 No soy tu campo, tu multitud, tu historia, tu ayuda, tu culpa, medallones de tu victoria. Me niego, rechazo, resisto tus etiquetas, Tus juicios, documentos, definiciones, Tus modelos, líderes y mecenas, porque me niegan mi existencia, mi visión, mi espacio. Tus palabras, mapas, figuras, indicadores, todos crean ilusiones y te ponen en un pedestal desde donde me miras. Entonces dibujo mi propia imagen e invento mi propia gramática, Hago mis propias herramientas para pelear mi propia batalla, ¡Para mí, mi gente, mi mundo y mi yo Adivasi! Transformar la sociedad y con ella la academia es algo que tenemos que hacer todes cotidianamente. Implica no sólo una profunda reflexión y revisión radical de nuestro modo de habitar las instituciones educativas, supone que seamos capaces de deshacer el hechizo discursivo para dar lugar a nuevas formas de pensar, vincularnos, conversar. Precisamos hacer una transformación total de los modos jerárquicos de organización para habilitar encuentros heterárquicos –aquellos donde el poder-saber circula- (Najmanovich, 2019; Von Foerster, 1991). Y, no sólo eso, necesitamos dejar atrás la ilusión objetivista y sus narrativas distanciadas que invisibilizan a le investigadore, para gestar aprendizajes situados, encarnados, implicados. Es imprescindible también abandonar el sistema de evaluación que funciona como premio-castigo, promoción o degradación en una carrera por el prestigio y el cargo que le corresponde, para crear otro que estimule la reflexión activa y colectiva en el trayecto de aprendizaje. Para poder llevar adelante estos cambios es imprescindible revitalizar la conversación, poner el cuerpo, legitimar los afectos, apreciar los vínculos, habilitar el juego poiético, cultivar la receptividad y más ampliamente la potencia de ser afectades, volvernos hábiles para el encuentro y responsables del saber que producimos. Para poder disipar el hechizo discursivo es preciso transformar el modo de existencia en su totalidad: desarmar el panóptico, democratizar y desburocratizar las prácticas –la jerarquía académica nada tiene que envidiar a las de las cortes monárquicas-, abandonar el extractivismo, aprender a 21 escuchar y conversar, dejar de intervenir para gestar inter-versiones que hagan lugar a les otres en la producción de sentido. No sólo es preciso abandonar las herramientas del amo, como nos invitó a hacer Audre Lorde, sino también crear otras nuevas y, sobre todo, tenemos que darnos cuenta de las enormes dificultades para hacerlo porque el amo tiene su avanzada en nuestras cabezas, como indicó con suma lucidez Sally Kempton. Para revitalizar la conversación, la vida personal y la común, tanto en el sistema educativo y la investigación académica como en todas las instituciones es preciso descolonizarlas y despatriarcalizarlas, puesto que las constricciones no han sido obra de la casualidad, sino de la imposición de un sistema jerárquico de dominación. Nos adiestraron para disociar imaginariamente el pensar, el sentir y actuar, que en la vida se dan siempre juntos, y en el camino lograron imponernos un modo de pensar mecanicista-instrumental, una forma de sentir desinteresada de la vida de les demás y nos exigieron actuar según los protocolos instituidos. Por eso la transformación nunca prosperará si la encaramos como una cuestión meramente ideológica. Revitalizar la conversación requiere un cambio existencial de nuestros modos de habitar la experiencia que engloba todas las dimensiones de la vida-convivencia. En primer lugar, es preciso erradicar la pretensión de una jerarquía de saberes, sobre la que se fundó la noción de epistemología. Episteme era la palabra griega que usaron Platón y Aristóteles porque creían que debía existir un saber superior, verdadero y fundamentado (el de ellos) y era preciso distinguirlo y separarlo de los otros saberes que a través de este procedimiento se convirtieron en meras opiniones. Fundaron así una concepción aristocrática-meritocrática con vocación epistemicida que ha sido central en cualquier proyecto imperial desde la Antigua Atenas hasta la Modernidad europea. En segundo lugar, es imprescindible deshacer la disociación imaginaria entre quien conoce y aquello que conoce, tarea que implica transformar los modos de investigación abandonando el pensamiento instrumental para poder hacer lugar a la conversación viva y al vínculo inevitable entre el ser viviente 22 y la trama de la naturaleza (nótese que no hablo del sujeto racional disociado, ni de un objeto de conocimiento independiente). Para descolonizar la universidad, y más ampliamente el sistema educativo, es preciso desarmar tanto el panóptico material como el conceptual, con sus coordenadas y sistemas categoriales presupuestos e impuestos y abandonar la ilusión objetivista con su pretensión de neutralidad. Sólo así podremos involucrarnos con las criaturas y comunidades con las que trabajamos, sean personas, animales, plantas, árboles, el planeta entero o la naturaleza en su infinitud generativa. No se trata sólo de cuestionar la objetividad, sino junto a ella nuestras nociones de sujeto y subjetividad, para poder comprender los múltiples modos en que estamos entrelazades con el mundo que investigamos. Es preciso que podamos comprendernos ya no como individuos aislados frente al mundo, sino como seres singulares entretejidos en la naturaleza. Aprender a investigar haciéndole lugar al saber del cuerpo viviente, a los afectos, a la sensibilidad, al entrecambio con les otres. No alcanza con reconocer teóricamente la legitimidad del saber de le otre –que es tan solo un comienzo valioso-, sino que es necesario aprender a escuchar su diversidad sin juzgarla con nuestros parámetros. Bajo el hechizo de la objetividad hemos sido formades para distanciarnos y desinteresarnos, para intervenir o preguntar desde una presunta racionalidad universal por lo que no ha habido en nuestro sistema educativo ningún espacio ni tiempo para cultivar la sensibilidad, la escucha atenta, la resonancia empática. Más bien aprendemos a reprimir los afectos, a seleccionar los que resultan convenientes a la metodología que nos imponen, pero no nos hemos adiestrado para favorecer el encuentro, escuchar lo inaudito, sentir la presencia viva de les otres. Por eso para revitalizar la conversación, y con ella la vida toda, tenemos que aprender a cultivar la potencia de ser afectades (como bellamente decía Spinoza), tendremos también que sembrar nuevas formas de vincularnos en lugar de distanciarnos. La investigación presuntamente objetiva exige una desconexión de los sentimientos que desde luego nadie puede lograr. Lo que efectivamente hace el 23 sistema educativo es entrenarnos para prestar atención sólo a lo que indica el marco teórico forjado en las alturas celestiales de la universidad. De ese modo, logra que bajo la presunción de universalidad y neutralidad (que es la forma elegante de nombrar a los valores, interesas y criterios de la élite europea), nos adiestra para percibir solamente lo que el marco teórico-metodológico impone, sin que adoptemos el punto de vista de las criaturas a quienes estudiamos, ni nos preocupemos por sus modos de pensar o de sentir, sus necesidades o valores. Revitalizar la conversación implica comprender la relación inextricable entre el pensar, el saber, el hacer y el sentir, abandonar las ilusiones y perversiones del conocimiento instrumental, involucrarnos activamente en la gestación de un saber que promueva el buen vivir singular y colectivo en lugar de creer que producimos un imposible saber neutral del que nos consideramos irresponsables. Finalmente, es ineludible desembarazarse del hechizo de El Método, para hacer lugar a la multiplicidad situada de formas de abordar la investigación que hagan lugar a la exploración vital. Es preciso crear estilos de indagación que no pretendan encorsetar el saber en un marco teórico, sino gestar territorios problemáticos fecundos, siempre abiertos al aprendizaje situado, implicado, afectivo, sensible, activo y participativo: con-versado. Si recordamos que la palabra “método” significa camino en griego, podemos decir que de lo que se trata es de dejar de imponer metodologías a priori para atreverse a la exploración y a la aventura poética de ir haciendo camino al andar-con otros. Aunque muches aspiren a lograr instituciones totales, sistemas bajo absoluto control, la vida pugna siempre por salir, la naturaleza es poiética y dado que nosotres formamos parte de ella también lo somos. Por suerte, ninguna hegemonía puede ser total, así que desde los orígenes de la ciencia moderna ha habido muchas otras propuestas, corrientes, estéticas, éticas y políticas insumisas, creativas y convivenciales. Mencionaré sólo algunas de las experiencias en las que de diversas formas he participado o estoy involucrada; en las que intentamos gestar otros modos de saber-hacer-sentir-narrar trabajando colectivamente, 24 sembrando vínculos, germinando ideas tratando de desadaptarnos de la herencia colonial-patriarcal que el positivismo-racionalista-extractivista nos legó. Todas fueron herederas y a la vez transformaron la herencia de la Investigación Acción Participativa que en la década de los 60-70 del siglo pasado empezó a cultivar otros modos de saber, a gestar otras formas de vincularnos tanto entre les investigadores como con las personas con las que vamos a investigar. Esta corriente fue capaz de respetar y escuchar el saber popular y comprendió la ligazón inextricable entre el pensar, el sentir y el actuar, aceptando la responsabilidad que implica producir conocimiento (Fals Borda,1992). En los años 90, neoliberalismo mediante, hubo una disminución en este tipo de enfoques, pero igualmente continuaron vigentes y en el siglo XXI no sólo están resurgiendo con fuerza, sino generando nuevas propuestas en las que la conversación poiética tiene un lugar destacado aun cuando no siempre sea nombrada con este término. La primera experiencia sobre la que quiero contarles es la del colectivo Fundared con el que durante muchos años realizamos un trabajo en redes desde un abordaje de la complejidad, con una mirada transdisciplinaria e indisciplinada en la que la investigación nunca estuvo separada de la acción, en la que pusimos el cuerpo tanto como el pensamiento. Así desde una concepción de la vida entramada y una práctica de cuidado vincular y respeto a la diversidad de saberes construimos colectivamente el Primer Encuentro Internacional de Redes Sociales. La modalidad fue muy diferente a los congresos tradicionales. En lugar de un hotel cinco estrellas, elegimos el Parque Sarmiento. No sólo hubo paneles, sino también talleres, espacios abiertos de conversación con una gran diversidad de participantes tanto académiques como activistas, profesionales y colaboradores de colectivos comunitarios. “Redes: el lenguaje de los vínculos” fue el libro que editamos a partir de la experiencia y no por casualidad tomó su nombre de la presentación de una joven de una escuela secundaria rural (Dabas y Najmanovich, 1995). En aquel tiempo aún no existía Facebook, nadie entendía muy bien a qué nos referíamos cuando hablábamos de redes sociales. Teníamos que dedicar mucho tiempo a dar cuenta de nuestra mirada que, en lugar de 25 entender al ser humano como individuo ligado a les otres sólo por un contrato, partía de la comprensión de la existencia humana como parte inextricable de una red vital siempre en gestación (Dabas E. 2006). No se trataba de un mero objetivo intelectual, sino de un aprendizaje participativo, activo y afectivo en el territorio del que nacía y se nutría el saber. El trabajo en red partía del reconocimiento del saber de los sectores populares con los que trabajábamos. No eran concebidos como “beneficiarios” de nuestro saber y de un programa que ya habíamos desarrollado, sino interlocutores activos en la gestación de las propuestas que desarrollaríamos conjuntamente. Otra experiencia valiosísima para mí comenzó en el año 2012 en que tuve una epifanía cuando luego de una presentación muy poco convencional en un congreso se abrió un diálogo fecundo, conmovedor y productivo, con lo que suele llamarse público que aquí devino en participantes, pues nadie estaba “de afuera”, ni hablaba en términos impersonales. La jerga profesional habitual estuvo ausente y la “mesa” descendió hasta disolverse en la circulación de pensamientos y afectos que crearon un colectivo dialógico, sin jerarquías, con una profunda vocación de conversar en la diversidad. Fue una fiesta de conocimiento muy poco habitual en la que conocí a Susan Street dando comienzo a una colaboración y amistad que continúa después de muchos años. Ella veía desarrollando una forma de abordaje que llamó Investigación Dialógica y Transdiciplinaria (IDYT) para la ciencia integral y la convivencialidad que recupera y resignifica la tradición de la investigación-acción participativa con una apertura y una configuración conceptual diferente a la de los años setenta, ya que el colectivo trabaja desde una práctica más dialógica que vanguardista. A través de nuestras conversaciones fuimos nutriéndonos mutuamente, comprendiendo que “estar entrelazade no es estar simplemente interconectado con el otro”, que “los individuos no preceden a las relaciones que hay entre ellos, por el contrario, los individuos emergen a través y como parte de ese entrelazamiento intrarrelacionado” (Street, 2015). Lo que Susan llama diálogo hoy prefiero llamarlo conversación, para recuperar ese sentido corpóreo-afectivo del convivir, del versar-con que conjuga poéticamente con la noción de complejidad que viene del latín “complexus”, 26 lengua en la cual no sólo significaba entramar, sino también abrazar, rodear de afecto, demostrar amistad (Najmanovich, 2022). Estas redes-abrazos-tramas son híbridas y en ellas quedó abolida la pretendida distancia óptima y la más absurda aún neutralidad, que sólo esconden indiferencia por lo común y establecen una relación objetual en la que las personas se vuelven sólo excusas. La propuesta de Susan es una ética, una estética y una política de la investigación que está en las antípodas del extractivismo. Como investigadores no nos pensamos ni actuamos como observadores ajenes, sino que nos acuerpamos afectivamente en la trama, “para llegar a maravillarnos, a desajustarnos, a no lograr solo comprender sino a consternarnos y estremecernos” (Street, 2015). En las conversaciones del colectivo surgió la noción de la siembra vincular que entendemos como el arte de cultivar los encuentros a partir de un vínculo de respeto y cuidado cuyo nutriente fundamental es la confianza y cuyo efecto emergente es la creación de mundos convivenciales basados en la legitimidad de le otre, en la construcción dialógica (siempre tensa e intensa) y en la producción de un saber implicado, transformador y comunitario. El diálogo para la IDYT, así como lo que hoy estoy llamando “conversación poiética”, no es un prolijo intercambio sucesivo de monólogos que pretende arribar a un consenso, sino un ejercicio polifónico que no excluye el conflicto y que no busca una resolución, en un devenir tenso, intenso y fecundo. En palabras de Georgina Gutiérrez Serrano, también colega que devino amiga a partir de ese trayecto fecundo de la IDYT, fuimos compartiendo “intensas sesiones de reflexión y de animación, espacios abiertos no formalizados, con notable carga de creatividad, sobre las cuales podemos decir, de acuerdo con Susan, que se generaron o florecieron espirales creativas para interpretar las vivencias satisfactorias, las inquietudes, las preocupaciones y los conflictos” (Street, 2015) A lo largo de los años fue enraizando un vocabulario muy distinto al de la ciencia mecánica-instrumental en que fuimos educades: sembramos vínculos, cultivamos afectos, crecemos rizomáticamente, enraizamos saberes, no buscamos la eficiencia, sino la fertilidad; no sacralizamos el rigor, sino que habitamos la experiencia del cuidado: en el pensar, en las relaciones, en la 27 narración que, como espero estén notando, se nutre de la experiencia vital en lugar de estructurarse según la disciplina (Najmanovich, 2021) La investigación siguió un trayecto que se fue haciendo al andar según iban fermentando los encuentros, lo que nos permitió generar colectivamente un pensamiento de las prácticas al mismo tiempo que desplegábamos una práctica de pensar. Años más tarde esa misma red me permitió conocer a Marcela Morales Magaña y así continuar y renovar las conversaciones poiéticas en otro espacio ligado a la epistemología feminista y la investigación ambiental (según la adscripción académica pero que yo prefiero llamar territorio reflexivo del pensar). Con ella nació para mí la noción de “germinar ideas” colectivamente y aprendí a encontrarnos para “activarlas” (Morales-Magaña y Gonzalez-Duarte, 2023). Mis propuestas de crear campos problemáticos fértiles, pensando cuidadosamente, potenciando los vínculos, cultivando una sensibilidad que nos permita escuchar a les otres en su diversidad y componer con elles para promover el buen vivir singular y común, que aprendimos de los pueblos originarios, encontró en este colectivo un terreno nutricio para crecer. La conversación poiética es el medio y, paradójicamente, también el fin de esta aventura infinita y compartida del saber en la que todes somos siempre aprendices que nos atrevemos a bailar con les poetas, a recuperar el saber de las brujas, a cultivar el conversar en su armonía tensional (a la vez acorde y discorde) para gestar un saber sabroso desde el deseo de aprender y no desde el afán de convencer. Les invito a una travesía movida por el deseo, a una travesura existencial que se atreve a transformar la cultura patriarcal-colonial, un juego infinito de pensar-hacer-sentir cuidadosamente con otres, es decir a cultivar la conversación poiética en la trama de la vida. Bibliografía 28 Beard, M. (2018). Mujeres y poder. Editorial Crítica. Bacon, F (1949). Novum Organum, Losada. Burke, P., & Buxio, A. L. (1996). Hablar y callar: funciones sociales del lenguaje a través de la historia. Gedisa Dabas, E y Najmanovich, D –comp-(1995). Redes el Lenguaje de los Vínculos. 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