Cultura yanqui en Cuba (1902-1925): entre la aceptación
y el rechazo
Yankee Culture in Cuba (1902-1925): Between Acceptance and Rejection
luiS Fidel AcoStA mAchAdo
Departamento de Historia de
Cuba, Facultad de Filosofía e
Historia, Universidad de La
Habana, Cuba.
lacosta@ffh.uh.cu
RESUMEN
La presencia del referente norteamericano en la cultura
cubana fue un proceso que cobró mayor fuerza durante el
siglo xx bajo los lazos establecidos por la dominación de
Estados Unidos, cuyo inicio puede localizarse a mediados
del siglo xix. Diversos elementos culturales estadounidenses como la religión, la arquitectura o las actividades
lúdicas de distinto tipo calaron con gran fuerza en el entramado social de la Mayor de las Antillas. Sin embargo,
el cubano no se comportó, en sentido general, como un
ente pasivo ante la avalancha cultural, sino que asumió
una posición activa y crítica al apropiarse de aquello que
consideraba elemento modernizador y beneficioso para la
Isla y desechando o criticando los aspectos que asumía
lesivos para la soberanía nacional y para sus propios
intereses de clase. Los narradores de la primera mitad
del siglo xx no se mantuvieron al margen de este proceso
y representaron en sus obras dicha presencia cultural, así
como la percepción que los cubanos tenían de ella.
PALABRAS CLAVES: cultura,
representación.
narrativa cubana, imaginario,
ABSTRACT
The presence of American referents in the Cuban culture
was a process that speeded up during the first half of the
20th century when Cuba was under American domination starting in the middle of the 19th century. Various
American cultural aspects, such as the ones associated
with religion, architecture, or play activities of different
kinds, deeply permeated society in the Largest of the Antilles. However, Cubans in general didn’t passively accept
cultural penetration but took an active and critical stance
by embracing things which they considered modernizing
and beneficial to the Island, and criticizing and rejecting
the ones considered damaging to national sovereignty and
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their own class interest. Narrators in the first half of this
century didn’t keep out of this process but reflected the said
cultural presence in their works, as well as how Cubans
perceived it.
KEYWORDS: Cuban Narrative, The Imaginary,Representation.
RECIBIDO: 26/9/2016
ACEPTADO: 15/12/2016
Escritores, obras y referente cultural norteamericano
La penetración cultural norteamericana en la sociedad cubana fue un fenómeno
que se inició en la segunda mitad del siglo xix, cuando comenzaron a producirse
las primeras aproximaciones entre los cubanos y el mundo norteamericano, que
entonces se veían favorecidas por las relaciones económicas, cada vez mayores,
que acercaban a ambos territorios. Se produjo, especialmente, por medio de
emigrantes de la Isla en Estados Unidos quienes adquirieron no pocos gustos,
tradiciones y costumbres propias del país del Norte, las que más tarde, a su
regreso, introdujeron en Cuba.
La burguesía esclavista cubana asimiló numerosos elementos distintivos de
la cultura norteamericana, muchos de los cuales pertenecían a la burguesía esclavista del sur de Estados Unidos, a la que veían como su semejante y deseaban
imitar (Vega, 2004, p. 148). En todos los órdenes, estos elementos estuvieron
presentes en la vida diaria colonial cubana.
Arquitectónicamente, las estructuras norteamericanas de diversos estilos
fueron asumidas de inmediato por los sectores de la burguesía insular, e incluso,
se introdujeron casas prefabricadas importadas del país del Norte. La cultura
técnica norteamericana fue acogida como fuente de renovación y como recurso
para superar el atraso material (Vega, 2004, p. 151). Así fueron introducidos los
servicios intercalados, instalaciones de agua, alcantarillado, electricidad y las
letrinas sanitarias. Otros elementos mecánicos como el telégrafo, la máquina de
coser y el teléfono, las bicicletas y los elevadores, las cámaras fotográficas, las máquinas dactilográficas, eran traídos a la Isla por negociantes y viajeros de Estados
Unidos (Zanetti, 2006, pp. 16-17). En EE. UU. podían adquirirse hasta los más
elementales enseres domésticos, artículos de lujo, prendas de vestir o medicinas,
por lo que la cultura material norteamericana bien podía encontrarse en alguna
sala, cocina o comedor de cualquier criollo razonablemente acaudalado de la época
(Vega, 2004, p. 140).
Con la ocupación norteña se aceleró la penetración sociocultural norteamericana en la Isla y tras la fundación de la República en 1902 las expresiones culturales estadounidenses se ampliaron y diversificaron. Sus modos de manifestarse
abarcaron un amplio diapasón de la vida material, espiritual y social del cubano,
especialmente, en los sectores pertenecientes a la burguesía y la clase media,
aunque sin exceptuar a la clase trabajadora. Por lo que dichas expresiones, en
toda su amplia variedad, llegaron a alcanzar una dimensión multilateral y abarcaron campos tan diversos como el de la lengua, la arquitectura, la educación,
los deportes y en fin, costumbres, usos y gustos de diverso tipo.
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La narrativa de las primeras décadas republicanas es profusa en brindar
muestras de la presencia cultural norteamericana en Cuba y brinda el mejor
y más acabado cuadro de la representación que se construyó en el seno de la
sociedad cubana respecto a estos elementos venidos de EE. UU., que unas veces
se asumían y percibían como símbolos de la modernidad americana y otras,
se rechazaban y distinguían como formas lesivas a la soberanía e integridad
nacional, o a su propia posición de clases.1
Entre los elementos de carácter norteamericano que más presente estuvieron en la sociedad cubana de la época están los anglicismos en la norma del
español que se hablaba en Cuba, los que, de manera profusa, podían encontrarse
en las principales obras literarias del periodo. Pueden detectarse infinidad de
vocablos utilizados para denominar hasta las cosas más sencillas, vale apuntar,
como botón de muestra, solo algunos: clown, para señalar a un payaso; trolleys,
tranvía; lager, cerveza rubia; lady o ladies, dama o damas; bluff, farol; babys,
bebés; corporations, corporaciones; cigarstore, tienda de tabacos o cigarros, entre
otros muchos que pudieran ser citados. Además, se produce una asimilación de
frases hechas del inglés en el léxico que el cubano utilizaba constantemente,
tales como high life, self service, all right, etc., todo lo cual evidencia el grado de
generalización que alcanzó la lengua inglesa. Sin embargo, es oportuno señalar
que el análisis de la narrativa arrojó la existencia de una mayor profusión del
uso de términos anglosajones en las obras cuyos argumentos se desarrollaban
en la capital, mientras que fue menor en aquellas que tenían lugar en otras provincias cubanas, por ejemplo Camagüey y otras zonas del interior, y no aparecen
prácticamente en las obras cuyas tramas se desarrollan en el campo cubano
como aquellas del escritor Luis Felipe Rodríguez. Esto lleva a considerar que el
uso del inglés no se comportó de manera idéntica en todas las regiones del país,
quizás, condicionado por factores económico-sociales que escapan al alcance de
este artículo.
Por otro lado, las obras también reflejan la importancia que se le concedió al
idioma inglés. Personajes como Jacinto Estébanez, de Los inmorales, o Alfonso
Valdés, de Los ciegos, están muy satisfechos de dominar la lengua inglesa y saben
que es vital a la hora de encontrar trabajo. Juan Criollo presenta el valor que ha
adquirido ese idioma al mostrar las dos preguntas que se realizaban a cada aspirante a empleo: «¿Sabe usted inglés? ¿Estuvo usted en la guerra?» (Loveira, 1987,
p. 247). Por la jerarquía que se le da al conocimiento de la lengua anglosajona en
el orden de las interrogantes hechas se puede percibir su valor social adquirido,
superior al hecho de haber participado en la guerra de independencia.
Entre las causas de esta difusión del idioma anglosajón puede señalarse que,
con el aumento de las relaciones de Cuba con los Estados Unidos, el dominio del
inglés se tornó esencial para muchos cubanos, principalmente para los empleados de compañías norteamericanas o para los que ambicionaran serlo. Por esta
razón la lengua inglesa adquirió en Cuba un valor social que le otorgaba rango
1
Muchas veces la apropiación e interpretación de los símbolos de la modernidad estadounidense por parte del cubano dependían, en gran medida, del lugar en que se hallaba ubicado
social y culturalmente (Zanetti, 2006, p. 18).
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y jerarquía a quien la dominara (Vega, 2004, p. 213). El inglés se convirtió en
sinónimo de seguridad económica y movilidad social para no pocos cubanos.
Debido a esto se produjo en Cuba un gran auge en la enseñanza de la lengua
inglesa impulsado fundamentalmente por las autoridades norteamericanas de
la Isla durante la primera ocupación militar (Del Toro, 2003, p. 28). Un dato
que evidencia el grado de asimilación fue la aparición en el transcurso de la
República de nombres propios de evidente origen anglosajón. Proliferaron los
Richard, Roger, Frank, George y otros, en detrimento de Carlos o José de origen
español (Vega, 2004, p. 217).
No obstante, el valor sociocultural adquirido por el idioma inglés no significó
la dominación o el deterioro del valor social y cultural de la lengua española,
en tanto esta conservó incólume su condición de lengua nacional, a pesar de la
abundancia de vocablos provenientes del inglés que fueron incorporándose al
léxico del cubano (Vega, 2004, p. 219).
El culto protestante inició su práctica en la Isla durante el periodo de paz
entre las guerras independentistas, al aprovechar cierta distensión temporal
en el extremismo integrista por la aplicación de la Constitución de 1876. Así
quedaron establecidas iglesias pertenecientes al credo metodista, episcopal,
bautista y presbiteriano, cuyos pastores o misioneros cubanos habían residido
como emigrados en Estados Unidos. El protestantismo cobró auge y adeptos
dentro de la sociedad cubana, en especial, a partir de la primera ocupación
militar norteamericana, puesto que durante el tiempo que duró, gracias a la
Constitución Provisional dictada por el general Leonardo Wood en octubre de
1898, quedaba legalizaba la libertad de cultos (cristianos). Las iglesias protestantes de diferentes denominaciones tuvieron oportunidad de venir a Cuba con su
obra, regidas por las Juntas de Misiones Domésticas de Estados Unidos, las que
se consolidaron y vigorizaron durante los años republicanos.
Los misioneros que llegaron a Cuba asumieron el papel de agentes de la civilización y el progreso. Se dedicaron a la regeneración moral y a la introducción de
hábitos de sobriedad, frugalidad, laboriosidad y disciplina, movidos por la idea
de que el cubano carecía de estos valores (Hernández, 2006, pp. 55-56).
Estas iglesias protestantes cubanas se nutrieron fundamentalmente de amas
de casa, estudiantes, trabajadores y empleados, o sea, grupos que no pertenecían
a las clases adineradas de la sociedad, pues la burguesía, y la mayoría de los sectores de la clase media alta, se mantuvieron fieles al catolicismo. «La República fue
escenario de un contrapunteo entre la Iglesia Católica y las iglesias protestantes,
que puso de manifiesto una controversia cultural entre la herencia hispana y el
ascenso de un nuevo y creciente paradigma religioso asociado con el evangelismo
reformado en Cuba» (Vega, 2004, p. 194). Las comunidades protestantes eran
atendidas al inicio por pastores y líderes religiosos norteamericanos, pero muy
pronto pasaron a ser dirigidas por nacionales, lo que evidencia la expansión que
tuvo.
Sobre la religión, aparecen referencias en Las honradas (De Carrión, 2001) y
Los ciegos (Loveira, 1980a), aunque siempre señaladas por la burguesía cubana
y no por los sectores populares de la sociedad. En Los ciegos se halla la alusión
más notoria al protestantismo, el personaje Don Marcelo Calderería quien es
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criticado a causa de su falta de religiosidad por su esposa, devota que raya en el
fanatismo y el confesor de esta, el padre Zorrines:
En sus espíritus sectarios, no cabía otra idea, sino la de que él se inclinaba al protestantismo. No concebían la indiferencia, la libertad espiritual de un hombre de la
posición y el talento de él. ¿El protestantismo estaba entonces de moda? (Novelería
de nuestra gente criolla y nada más). Pues, resuelto, él era protestante, aunque no
se le viera nunca entre los competidores de los curas católicos, rumiando biblias y
resistiendo cloroformantes sermones bilingües (Loveira, 1980a, p. 324).
Más adelante el narrador calificaría a los norteamericanos protestantes como
«gente renegada, enemigas de la verdadera religión» (Loveira, 1980a, p. 324).
Mucha y variada información brinda este fragmento respecto a la asunción
del protestantismo en las capas de la alta burguesía cubana:
1. Se asocia el modo de vida liberal e irreverente de los formulismos sociales
con la práctica del protestantismo, en contraste con el riguroso ritual y
las obligaciones del casto catolicismo español.
2. Si bien se cataloga al protestantismo como novelerías, asimismo se hace
alusión a que está de moda, lo que supone considerar el alcance y difusión
que ya poseía para fines de la década del 1910, espacio temporal en que se
desarrolla el argumento de la obra.
3. La Iglesia Católica no veía con buenos ojos esta difusión de la nueva religión, considerándola una peligrosa competidora que podía menoscabar
su hegemonía espiritual y social.
4. Se representan a los protestantes como «gentes renegadas y enemigas de
la verdadera religión», la católica.
5. Los sermones eran bilingües, o sea, que se realizaban en inglés y español, por lo que aún para la época muchas comunidades protestantes eran
atendidas por funcionarios norteamericanos o dichos sermones iban
dirigidos, no solo a las comunidades de religiosos cubanos, sino también,
de inmigrantes estadounidenses radicados en la Isla, aunque ambos
elementos muy bien pudieron estar presentes.
Otro aspecto de origen norteamericano de profunda influencia en la sociedad
cubana fueron las actividades lúdicas, entre las que destacan los deportes provenientes de Estados Unidos. La mayoría eran traídos a Cuba por los jóvenes que
iban a estudiar a aquel país, o como remante cultural legado por los soldados y
oficiales norteños que participaron en las intervenciones militares, o mientras
se encontraban en las bases y campos militares en la Isla. Algunos de estos
deportes fueron: basketball, volleyball, football y baseball.
De todas las disciplinas deportivas, el béisbol conquistó la primacía. Este
fue traído a Cuba en la segunda mitad del siglo xix por estudiantes cubanos
matriculados en colegios y universidades norteñas, primeros en conocerlo y
jugarlo (Vega, 2004, p. 194). Así, en tiempos de la colonia, el béisbol se convirtió en un juego utilizado por los cubanos para diferenciarse del español, que
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prefería las corridas de toros, actividad no muy favorecida por el gusto criollo.
Dicho fenómeno adquirió mayor trascendencia durante los años de las guerras
de independencia y en el periodo intermedio entre ambas, cuando el béisbol
fue utilizado para demostrar las filiaciones políticas de los cubanos, de acuerdo
con el color del uniforme con que se vistieran o al equipo al que pertenecieran,
clasificándose en independentistas, autonomistas o proespañoles. Un sentido
similar tuvo durante la primera ocupación militar norteamericana, momento
en el que se discutía el futuro de la nación cubana, al mantener este carácter
diferenciador, puesto que cada victoria cubana en los topes entre equipos de
Cuba y Estados Unidos, era una forma de «darle a los yanquis» y se convertía
en una fiesta para el espíritu nacional. Mientras que jugar en sus torneos era
un símbolo de la capacidad y la fuerza del criollo frente al anglosajón, ya que
tras el triunfo del equipo local la muchedumbre gritaba: Cuba for the Cubans
(Riaño, 2004, p. 44), con lo que se mostraba el deseo del pueblo de lograr su
independencia absoluta (Alfonso, 2004, p. 141).
Diversos términos relacionados con el deporte en general fueron extraídos
del inglés: record, player, champions y, muy particularmente, sport y sportman.2
En la narrativa, aunque se mencionan los deportes antes señalados, fue
el baseball el que con mayor frecuencia estuvo presente, no solo por resultar
constantemente referido por casi todos los escritores trabajados, sino porque
generalmente su alusión viene acompañada por algún comentario elogioso o favorable. Al respecto existe un ejemplo sumamente representativo. En Generales
y doctores se muestra la preferencia del cubano por el béisbol frente a las corridas
de toros, en voz del protagonista de la obra: «Aquella tarde, además del juego de
pelota, culto, moral, varonil y saludable, había corrida de toros, diversión salvaje
que nunca llegó a tomar carta de naturaleza en la noble y progresista índole antillana [...] [Más adelante refiere al béisbol como] el noble juego norteamericano»
(Loveira, 1984, p. 39).3 Hay que mencionar, además, la prolífera existencia en las
obras de los diversos términos relacionados con el deporte, que también fueron
extraídos del inglés.
Igualmente, la arquitectura y el hábitat cubanos se vieron fuertemente influidos por la penetración cultural norteamericana, en especial la alta burguesía
cubana y la clase media. En este sentido, el referente arquitectónico norteamericano se enmarcó tanto en el ámbito urbano, principalmente habanero, como
en las zonas suburbanas y rurales, donde se destacaron las construcciones que
rodeaban las estaciones del ferrocarril y, sobre todo, los bateyes de los centrales
norteamericanos –y cubanos–, verdaderos poblados trasplantados, casi literalmente, del oeste y sur de Estados Unidos. La burguesía cubana acudía a los
postulados eclécticos para diseñar sus viviendas e insertaba nuevos espacios de
uso social y cultural semejantes a los estadounidenses, por ejemplo el hall, el
2
3
Este último adquirió una connotación social particular, puesto que era utilizado no en su
acepción de deportista sino con un significado semejante al gentleman inglés, pero el sportman era alguien que, sin perder el refinamiento y la clase, poseía o aparentaba una postura
más desenfadada que el caballero británico, más a gusto de los sectores de la burguesía y la
clase media cubanas.
Los resaltados pertenecen al autor del presente artículo.
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music hall o ball room, palm room, billard room, pantry, bar y closets (Vega, 2004,
p. 180). Este hábitat burgués se alejaba paulatinamente del ámbito público,
de las zonas de trabajo, en evidente huida del bullicio de la ciudad, con lo que
abandonaba así el casco urbano para instalarse en las afueras, en La Habana
extramuros: el Cerro o el Vedado (Álvarez-Tabío, 1989, pp. 66-67).
En cuanto a las edificaciones de los bateyes azucareros, estos eran pequeños
poblados alrededor de los nuevos centrales cuyas viviendas seguían el modelo de
bungalows o chalets, con portales cerrados por tela metálica, paredes de listones de
madera machihembradas y techos a dos aguas con cubierta de tejas o de planchas
de zinc (Coyula, 2001, p. 89). Además, reunían todas las condiciones de confort
necesarias para acoger a los empleados norteamericanos y nacionales. Respecto a
estos chalets sitos en los bateyes, la mejor descripción se encuentra en Las honradas:
«La casa, un chalet minúsculo, con baño, inodoro, luz eléctrica y pisos de mosaico,
era semejante a la de todos los empleados de la fábrica [de azúcar]» (De Carrión,
2001, p. 153). Aunque no carezca de la comodidad referida, no logra evitar que
el personaje Victoria se refiera a aquellas como: «edificadas sin arte, [que] tenían
la rigidez de las obras hechas por la ingeniería moderna con arreglo de un plan
general donde se subordinaba la belleza a la utilidad» (De Carrión, 2001, p. 153).
Dichas edificaciones no se limitaron solamente a los centrales de propiedad norteamericana, sino también de propiedad cubana, como bien lo demuestra Los ciegos,
donde en el ingenio de Don Ricardo Calderería pueden observarse «las casas de
corte americano, pintadas de verde, con portales y jardines, donde viven los jefes
principales» (Loveira, 1980a, p. 157).
Resulta interesante el hecho de que muchas de estas edificaciones se importaban por piezas desde Estados Unidos y se ensamblaban en la Isla con destino,
no solo a los bateyes azucareros, sino también a los centros urbanos, donde
personas de clase media los compraban, lo que hizo que el negocio floreciera de
manera creciente durante los primeros años republicanos.
En las novelas se constata la presencia de algunos elementos de origen
norteamericano muy populares en el periodo, entre ellos: bailes, tragos, platos
culinarios, marcas de autos, actividades sociales, etc. De esa manera saltan
a la vista bebidas como el high-ball, el high life y el manhatan; autos como el
Ford, que aparece mencionado con bastante frecuencia, y en ocasiones referido
como auto de calidad superior frente a otros de distinta procedencia. Aparecen
celebraciones del tipo roof-gardens, parties, garden parties y baby-shower que se
mezclan con otras de origen europeo como kermes y el five o’clock; bailes como
two steps o también las comidas: sandwiches y roast-beef.
Respecto al arte culinario de ambos países debe decirse que el cubano nunca
abandonó sus platos tradicionales que ocuparon un lugar predominante en las
celebraciones y festividades, los pavos rellenos no lograron desplazar al tradicional lechón asado cubano. Una visión de lo anterior la brinda otro personaje de la
novela Los inmortales, Jacinto Estébanez, al preferir los «platos, dulces y frutas
[cubanos frente] aquellos pies insípidos, aquel café de borrajas y los consabidos
pollos fosilizados en hielo de Estados Unidos» (Loveira, 1980b, p. 26).
Como se ha argumentado, la avalancha cultural norteamericana a la Isla
estuvo integrada por diversos elementos de los cuales solo se han citado algunos
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de los más importantes. No obstante, se podrían mencionar otros, como la
influencia estadounidense en el sistema educativo y la difusión de los llamados
clubs. Tal proceso de norteamericanización cultural fue evaluado de distinto
modo y bajo diferentes matices. Representaciones del periodo fueron recogidas
por los principales escritores de inicios de la República, quienes dejaron constancia en sus obras del universo de imaginarios que se formaron respecto al
fenómeno que tenía lugar.
Estados Unidos y los estadounidenses en el imaginario cubano
Otro aspecto importante reunido por la literatura del momento fue la representación de los Estados Unidos y el norteamericano como individuo en el
imaginario social del cubano. Al respecto, uno de los primeros elementos que
la narrativa refleja de manera prolija fue la norteamericanización del cubano en
Estados Unidos, así como el afán de «norteamericanizar» la sociedad cubana.
Es significativa la calificación de «Meca de los cubanos» que se le da a la nación
norteña en el texto Los ciegos (1980a), de Carlos Loveira, puesto que de esa Meca
muchos cubanos volvían con nuevas ideas y una visión muchas veces bastante
despectiva hacia Cuba y, sobre todo, con la convicción de que aquí se debía copiar,
lo más pronto posible, todo cuanto de notable encontraron en Norteamérica.
Así lo recoge Loveira cuando uno de sus personaje tras regresar a la Isla después de una larga ausencia comenta que se habla de los adelantos de Cuba por
su «norteamericanización» y, sin embargo, dice que la gente «en nada se parece
a la que se encuentra uno en los tranvías, en las estaciones, en los almacenes, a
lo largo de las calles en Estados Unidos» (Loveira, 1980a, pp. 310-311).
De manera similar piensa Washington Mendoza, personaje de Coaybay, del
que el narrador José Antonio Ramos dice que sus dos años en Estados Unidos
lo habían transformado notablemente y que había regresado de ese país convencido del fracaso de la democracia «coaybayana» y latinoamericana en general, a
la vez que elogiaba el progreso y los avances de «la gran República del Norte», y
acusaba «a los pueblos de su propia raza de copiar lo peor de los Estados Unidos:
sus sistemas de gobierno y el ilusionismo derrochador de sus grandes empresas»
(Ramos, 1980, p. 134).
Como se ve en el fragmento anterior de Coaybay, a pesar de la admiración
que despiertan los Estados Unidos en los cubanos, existe algún elemento que
estos últimos rechazan, o no aceptan, por considerarlo lesivo o no beneficioso
para la economía, la sociedad o la política nacional.
La completa norteamericanización de un cubano y los posibles móviles que
tenía para ello, se encuentran en el relato de Luis Felipe Rodríguez Los subalternos, donde se describe de la siguiente manera al secretario de míster Norton,
propietario del central azucarero en que se desarrolla la obra:
Solo hay un individuo que disfruta de grandes distinciones en el Club norteamericano y que tiene probabilidades de ser subadministrador. Es el secretario de
míster Norton. ¡Oh, pero este criollo habla inglés con su propio acento gutural
y nasal! Encarga sus ropas a Chicago, fuma picadura rubia y siempre se le ve en
el bolsillo un ejemplar del New York Times. Este criollo juega al tenis con las
miss y pasea en su debida oportunidad con míster Norton. Rogelio Cárdenas [...]
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está profundamente convencido de que es una desgracia ser cubano (Rodríguez,
1984, p. 232).
Ese Rogelio Cárdenas ha llevado su admiración por los Estados Unidos más allá
que Washington Mendoza, el personaje de Ramos, pues ha renegado, incluso,
de su condición de cubano, dejado llevar por su extrema sobrevaloración de lo
norteamericano. Es de resaltar además, el hecho de que sea el único que tiene
posibilidades de ascender a un cargo importante dentro del central, algo que
solo estaba reservado para los trabajadores norteamericanos.
Sin embargo, Jacinto y Victoria, protagonistas de Los inmorales, ofrecen una
visión distinta de la percepción que se tenía en Cuba respecto a los cubanos que
llegaban de Estados Unidos: o regresaban americanizados o se americanizaban
en la Isla. En una conversación son ridiculizados al expresar que los cubanos
«van a los Estados Unidos, y, después de quedarse con la boca abierta, contando
los pisos de la Equitativa, vuelven a la patria con la “ropa hecha”, zapatos de
gendarme, tragando saliva de chicle y parlando una jerga bilingüe, con golpes de
Broadway, de lo más risible» (Loveira, 1980b, p. 28).
O sea, que muchas veces, ante los ojos de no pocos compatriotas, estos eran
vistos como figuras burlescas, incapaces de mantener su cubanía. Pero son también Jacinto y Victoria los que aceptan que hay cosas que sí deben asumirse de los
norteamericanos. Nuevamente rebajan al cubano frente al estadounidense, cuando
Jacinto dice: «De mi paso por Estados Unidos saqué una virtud norteamericana, que
es lástima que no hallamos importado a Cuba, en nuestra ilimitada afición a imitar
todo lo yanqui: es la virtud del trabajo, que acabaría con la degeneración física que
da tanto medio hombre» (Loveira, 1980b, p. 16). Con lo que asume parte de la visión
expuesta por Rogelio Cárdenas, en la que el cubano está descrito como indolente,
apático y de pocas aptitudes para el trabajo serio y continuo, mientras alude a la
«ilimitada afición» del cubano por «imitar todo lo yanqui» (Rodríguez, 1984).
No obstante a lo anterior, los narradores del periodo también dejaron plasmada en sus obras la facultad del cubano para obtener resultados semejantes o
superiores a los norteamericanos. Un significativo ejemplo de ello se encuentra en
Los subalternos, donde el técnico del central Felipe Peña, se afana en demostrar
a sus superiores norteños las plenas capacidades de los cubanos que trabajaban
bajo su mando, en las actividades propias de norteamericanos, como podía ser la
posesión de un club, campos de sport, viviendas confortables y ganar o perder «con
el americano en el base-ball y el tenis» (Rodríguez, 1984, p. 233). En tal aspecto, se
llega incluso a ponderar la superioridad del negro cubano respecto al de Estados
Unidos, aunque no sin una alta dosis de racismo: «El mulato, el mismo negro
cubano, no es de ninguna manera el negro ilota y retardado de los Estados Unidos,
de las colonias inglesas y mucho menos del África» (Loveira, 1980a, p. 381).
Finalmente, no podía faltar el tradicional choteo cubano acompañado por la
profunda crítica social. Es representativo de este tema el pasaje de Las impurezas
de la realidad (Ramos, 1979) donde se resalta la excelencia de un periódico cubano
de provincia: «La Libertad no tendría talleres de estereotipia ni grandes prensas
rotativas, pero sus redactores aventajaban a los de cualquier gran periódico norteamericano: reseñaban los sucesos antes de suceder» (p. 134). Sin embargo, si bien
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en los ejemplos anteriores se ve un intento de exaltación del cubano, este se realiza a
partir de similitudes con el paradigma norteamericano, por lo que se busca mostrar
su propia valía por medio de la comparación en positivo y no desde la oposición.
El afán del cubano por norteamericanizar Cuba también tuvo sus detractores.
Humberto Fabra, en la novela homónima de Ramos, dice que no hay un síntoma
más desconsolador en una generación que ceguera para la luz espiritual, y ese es
el mal que presenta la patria, del cual una de sus causas es «nuestra desdichada
interpretación y asimilación del espíritu yanqui» (Ramos, 1984, p. 336).
Otro elemento que muestran las obras es el sentimiento de fatalismo geográfico,
que colocaba a Cuba en una posición de subordinación e incapacidad respecto a los
Estados Unidos. Ello está presente en varias novelas, pero es en Los ciegos donde
se recoge el pasaje más significativo. Allí, un personaje desestima completamente
la posibilidad de que en Cuba se produjera una revolución social puesto que, para
ello, antes debía de realizarse en Estados Unidos o, al menos, que dicho país diera
su «consentimiento», puesto que, «para los efectos de nuestra vida política el
Morro se halla en las costas de la Florida» (Loveira, 1980a, p. 211).
El sentimiento de inferioridad también estuvo en otros autores como Carrión
y Ramos. Este último, en Las impurezas de la realidad, afirma: «Quien vive en los
Estados Unidos [...] es quien se da cuenta de lo inútil que resulta la mera protesta
del inferior, de nosotros, los atrasados, los negroides, los que no sabemos formar
Corporations, ni organizar nuestros capitales para las grandes industrias y los
grandes negocios (Ramos, 1979, p. 245).
En Los ciegos, por otra parte, un personaje se queja a otro de los constantes
disturbios obreros que veía producirse y comparaba el entorno social cubano con el
norteño, curiosamente lo contrapone con el ruso: «¡Es insoportable, chico! Huelga
todos los días [...] Aquí no estamos en Rusia; aquí no hay clases. Este es un país rico,
de ambiente americano, y el que trabaja, y no es un perdido, y ahorra algo, llega a
tener dinero» (Loveira, 1980a, p. 310). En Cuba, por ser un país de un ambiente tan
americano, también podía realizarse el famoso sueño donde todos pudieran llegar a
ser triunfadores, de acuerdo con lo que trabajaran y se esforzaran por lograrlo.
No obstante, muchas veces la realidad golpeaba y derribaba la imagen que
tenía el cubano de Estados Unidos. En varias ocasiones, un viaje al Norte podía
hacer que la representación del buen ambiente americano se transformara al
conocer de cerca sus impurezas. No abundan en la narrativa del periodo muchos pasajes que puedan reflejar esta decepción, sin embargo, Ramos, en Las
impurezas de la realidad, brindó un fresco lo suficientemente amplio y rico como
para que se pueda obtener una imagen del fenómeno: «Allá lejos [en Cuba] se
piensa que sigue el sol, que la brisa es dulce y cálida. Aquí brumas, niebla, humo,
sirenas y pitazos con sordina, voces extrañas que fingen entenderse delante de
nosotros, para mantenernos en la ilusión de que todo es sueño [esta es] tierra
cubista, agresiva, inteligible» (Ramos, 1979, pp. 175-176).
Es frecuente la figura del norteamericano capitalista, propietario o negociante,
que ocupaba un lugar destacado dentro de la sociedad cubana y rodeada por los
más encumbrados representantes de la misma, como religiosos, políticos, miembros
de la burguesía cubana, ministros o funcionarios extranjeros. En Los argonautas
(1909) de Jesús Castellanos, se describe el recibimiento en La Habana de un cónsul
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LUIS FIDEL ACOSTA MACHADO
extranjero, donde están presentes algunos personajes de la sociedad de la época: «un
eterno Secretario de Hacienda de todos los gobiernos, un presidente de una patriótica sociedad regional, un senador, el director de un periódico y míster Farwestman,
el del negocio de la desecación de los pantanos nacionales» (Castellanos, 1978, p.
356), de cuyo origen norteamericano se informa con posteridad, y concluye que en
la plataforma se encontraba «toda la fuerte baraja del momento» (Castellanos, 1978,
p. 356), entre la que el hombre de negocios norteamericano no podía faltar.
Entre estos narradores existe una intención de representar explícitamente la
imagen que tenía el cubano del norteamericano como ser cultural individual y no
como imagen de una sociedad. Esa imagen por lo general no favorecía mucho al estadounidense, pues se asumía, salvo algunas excepciones, como hombre calculador
y metalizado, impulsado solo por la ambición de hacer dinero y que se creía superior
a todos los demás. Así se muestra en Los inmortales a los jefes yanquis: «solo sabían
de líneas y trenes, de magazines y whisky, de admirarse a sí mismos y de desdeñar
a los demás» (Loveira, 1980b, p. 278). Sin embargo, será en Ramos (1979) donde se
ofrezca la mejor caracterización del norteamericano y su modo de ser:
¡Es ese orgullo de las grandes industrias y los grandes negocios lo que hace a los
americanos sentirse superiores [...]! Y la prueba es que el americano standard, [...] lo
mismo desprecia al compatriota que ellos llaman red, pacifista, socialista de salón, o
más secretamente: al mero [...] intelectual, que desprecia al negro haitiano o al indio
de Centroamérica. El americano standard tiene una sola norma para juzgar hombres
y pueblos: ¡el triunfo económico! Y mejor aceptación tiene entre ellos el cubano o
mexicano ricos de tipo moderno (pp. 245-246).
Por último, resulta muy ilustrativo referir un pasaje de Los inmorales que refleja, de
manera evidente, la representación que se hizo el cubano respecto a los referentes
culturales de origen norteamericano que penetraban en la Isla, lo que muestra el contrapunteo entre el rechazo y la aceptación del nacional frente a lo estadounidense:
admiro la afición que los «americanos» sienten por los deportes, por la cultura física; la
conciencia del propio valer que allí todos tienen [...] su capacidad para la vida democrática, el confort en que viven, su innegable sentido práctico, el asombroso desarrollo de
su civilización material, y otras ventajas encomiables. Pero, en cambio, me disgustan
muchas de sus cosas: aquel salvaje prejuicio racista con que amargan la vida al negro,
y que se da de cachetes con su cristianismo relumbrón; su presunta superhombría,
basada en una superioridad étnica muy discutible; la seriedad y el método, hasta para
divertirse; todo tan distinto al modo de ser nuestro (Loveira, 1980b, pp. 29-30).
Tal vez no exista un mejor ejemplo que ilustre aquello que el cubano ve, tanto de
encomiable y aprehensible como rechazable y deleznable de lo norteamericano.
Así, el cubano asumía de lo estadounidense, generalmente, aquello que consideraba que no iba contra la identidad nacional y creía que podía llevar a la Isla hacia los
caminos de la modernidad y el progreso. La narrativa fue testigo y vocera de ello
gracias a la habilidad de los escritores del periodo para captar y reflejar los hechos
en su obra, como el dibujante retrata el paisaje que ve en su tela.
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CULTURA YANQUI EN CUBA (1902-1925): ENTRE LA ACEPTACIÓN Y EL RECHAZO
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