Sabed, oh príncipes y princesas del baloncesto, que entre los años en los
que Michael Jordan hizo su segunda retirada de la resplandeciente
Conferencia Este, y los años de la subida de la dinastía angelina, hubo
una era nunca soñada en el Far West, cuando brillantes ala-pívots se
extendían por las pistas como modernas estrellas del juego: Dirk en
Dallas, Pau con Memphis, Portland, con su brillante torre de fuego
Rasheed y las Torres Gemelas en El Álamo; Utah con su clásica pick and
roll cimentado en la pareja Stockton-Malone, Chris Webber, quien
bordeaba los territorios de base desde el poste bajo; Shawn Kemp, cuyo
glorioso pasado en Seattle sobrevivía bajo turbulentas sombras de
adicciones o McDyess, cuyos vuelos sin motor sucedían en las montañas
de Colorado.
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Probablemente, Robert E. Howard habría descrito con su insuperable
estilo de una manera épica una etapa muy especial en el siempre
competitivo sector Oeste de la NBA. Tras casi una década marcada por
le puño de hierro de los Chicago Bulls de Phil Jackson, los dominios de
David Stern afrontaban una nueva era que buscaba novedosas estrellas
que mantuvieran la llama. El poder se iría desviando paulatina e
incansablemente del Este al otro extremo, fruto de la irrupción de
millonarios como Mark Cuban o las operaciones inmobiliarias del
doctor Buss con el Staples Centers.
Se trató de jornadas donde los ocho clasificados para la postemporada del Oeste
tenían legítimas pretensiones en postemporada de alcanzar el anillo. Un periplo
glorioso donde Kevin Garnett podía verse las caras en la misma semana con Pau
Gasol, Dirk Nowitzki y Elton Brand. Antaño la posición de 4 ya había sido capital
en la NBA, pero ahora surgía una nueva generación de hombres altos en USA y el
extranjero que aportaban algo distinto, enriqueciendo la grandeza de esa
posición en la cancha.
Algunos desafiaron normas y preceptivas de los libros de texto para salirse desde
la pintura a la línea de triple. Tildados de locos o excéntricos, estaban
anticipando un repertorio baloncestístico más completo y revolucionario.
Quedaban maestros de la Vieja Escuela como el incombustible Karl Malone,
propiciándose una mezcla de estilos fascinante cuando se medía a jóvenes
bestias como Amar’e Stoudemire.
¿Alguien se imagina la grandeza posterior de Pau Gasol con dos anillos y tantas
alegrías internacionales sin ese duro aprendizaje? En unos Grizzlies que
intentaban crecer bajo su mano y el olfato de Jerry West en los despachos, Pau
se medía noche tras noche con severos maestros de los que aprendió y
perfeccionó sus trucos. Si bien en la tierra de Elvis no llegó a conectar con el
preciosista Jason Williams, todo cambió cuando aterrizó Damon Stoudemire, un
pequeño playmaker eléctrico que sabía justo lo que el catalán necesitaba tras
haber hecho feliz a Rasheed Wallace en el Rose Garden.
En Skyhook hemos querido hacer homenaje a esa época irrepetible (1999-2004)
donde los mejores power fordwards estaban en ciudades vecinas y un partido de
temporada regular se convertía en una ventana hacia el futuro. Por orden de
irrupción de su llegada a la NBA, hablamos de los diez máximos representantes
(y una sorpresa final) que desafiaron todo lo que creíamos saber sobre los
hombres altos en el parqué.
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Scottie Pippen no solía impresionarse por lo que veía en una cancha de
baloncesto. Sin embargo, el legendario miembro de la dinastía de los
todopoderosos Chicago Bulls admitió que nunca olvidaría cuando pudo
trabajar en la selección olímpica con Karl Malone, ala-pívot de los Utah
Jazz. Aquel cuerpo parecía haber sido cincelado en mármol por Miguel
Ángel. Solamente así se explica que aterrizara en la NBA en los días de
Kevin McHale y Moses Malone para despedirse, décadas después,
batiéndose el cobre con gente como Amar’e Stoudemire o Tim Duncan,
mucho más jóvenes que él.
Decimotercera posición del Draft de 1985, aquel corpulento power
forward del poco conocido programa universitario de Louisiana Tech
estaba destinado a ganar la batalla por el largo plazo. Con un riguroso
programa de entrenamiento y una gran ética de trabajo, “El Cartero”
cumplía la preceptiva de Magic Johnson acerca de que todo gran jugador
debía incorporar elementos nuevos a su juego tras cada verano. Un dato
significativo: comenzó con un 50% de acierto en los tiros libres y
culminó la carrera rondando el 75%.
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A las puertas del siglo XXI, la receta de Malone, especialmente gracias
a su eterno idilio con el base John Stockton, mantenía su eficacia.
Ninguno de ellos podía presumir de inventar el pick and roll, pero nunca
nadie lo ejecutó con más maestría que ellos dos en Salt Lake City. Frank
Layden y Jerry Sloan se dieron cuenta de que la pista mormona podría
competir contra los mejores siempre y cuando los cimientos quedasen
colocados por dos hombres que acabaron en el Salón de la Fama.
Ni Stockton ni Malone estaban en su prime en aquellos compases de su
gran trayectoria, pero jamás perdieron un ápice de competitividad. Los
jóvenes Sacramento Kings de Rick Adelman podían dar fe del colmillo
retorcido que todavía albergaban unos veteranos a quienes solamente
la desgracia de compartir generación con Michael Jordan impidió el
premio final. Andrew Bangs y Jorge Quiroga brindaron un emotivo
texto, “La última entrega del Cartero”, cuando se oficializó su retirada
en la pretemporada de 2005 tras su aciaga última experiencia como
Laker, lejos de sus queridos Jazz. En sus páginas, se acusaban como
parte de la prensa de un mal de la crónica deportiva en los grandes
medios: dar prioridad a lo que no se ha logrado, incluso en detrimento
de lo mucho obtenido.
Tras vivir ásperas experiencias con él en los Playoffs, Brian Grant quedó
sorprendido de poder compartir ratos de pesca con su vilipendiado ala-pívot de
Utah, quien se interesó activamente por sus problemas de salud con el Parkinson.
Un buen resumen de su carrera. Codazos afilados, ásperas protestas a los
árbitros, exagerar los contactos o bloqueos graníticos para permitir avanzar a
Stockton o Jeff Hornaceck eran una parte nada glamourosa de su plan de batalla,
aunque cualquier técnico quería poseer esas virtudes.
El Cartero no representaba al power forward moderno, más bien era un
recordatorio a las generaciones que venían de la importancia del trabajo duro, la
constancia y un profesionalismo grabado en fuego que le hizo perderse muy
pocos encuentros. Anotador impenitente, hacía un trabajo reboteador impecable
que garantizaba su rendimiento incluso los días donde su magnífico tiro a
distancia no funcionaba somo solía.
PERSONALIDAD: Incluso en sus aficiones parecía alejado de sus
compañeros de puesto en una era de la NBA que se abría al rap, los
tatuajes y el estilo callejero. Malone gustaba de los camiones grandes,
la Harley-Davidson y unos aires de vaquero que parecían un túnel del
tiempo. Parsimonioso en la línea de tiro libre, uno de los objetos de
4
debate más frecuentes en aquello años era qué murmuraba exactamente
antes de lanzar.
Por desgracia, varias facetas de su vida privada han bajado el aura de un
ala-pívot que, por lo hecho en la cancha, debería ser mucho más
admirado. Se negó a reconocer a un hijo hasta que este alcanzó la
mayoría de edad. La madre, Gloria Bell, quien apenas tenía trece años
cuando quedó encinta, no denunció al por entonces atleta de Louisiana.
Tampoco reconoció de inicio a otras dos hijas de una relación diferente,
siendo frecuentes los problemas y quejas hacia la estrella por no ayudar
a la manutención. “Cometí un error y las responsabilidades me
resultaron abrumadoras” suenan a poco consuelo de uno de los
apartados más oscuros de su biografía.
PUNTOS FUERTES: La constancia. El Cartero era todo lo contrario de una
estrella irregular. Resultaba complejo que no acabara haciendo sus entregas bajo
el aro. Principalmente, tenía una velocidad punta excelente en alguien tan
corpulento, pudiendo agarrar el rebote defensivo, asistir a Stockton y correr para
ser él mismo quien culminara la contra con efectivos y estéticos mates.
Auténtica masa de músculos, los exteriores de Utah eran felices sabiendo que
siempre les allanaría la autopista. Bastante buen pasador, su gran virtud era
producir a ambos lados de la cancha, propiciando un fuerte desgaste en sus
parejas de bailes. No pocos de sus marcadores le denunciaron por ser un jugador
sucio y subterráneo cuando tocaba.
TALÓN DE AQUILES: Tal vez su eficacia resultara menos atractiva para la
audiencia del nuevo milenio que buscaba los highlights. La relevancia del
jugador de los Jazz se notaba sobre todo hoja estadística en mano tras haber
analizado a fondo el encuentro. Por buscarle un punto de mejora objetivo, su
desplazamiento lateral se había quedado bastante lento para el nivel que exigían
las estrellas de la Conferencia Este. Ello no le impidió hacer un trabajo excelente
como Laker frente a monstruos como Tim Duncan o Kevin Garnett.
A pesar de su fantástica relación con Stockton y ser muy obediente con su cuerpo
técnico, la reputación de Malone en los vestuarios no siempre fue la ideal. John
Amaechi, pívot británico, censuró su conservadurismo y forma de tratarlo por su
orientación sexual (tuvo la valentía en hacer pública su homosexualidad), algo
que cuajaba con el discurso retrógrado que tuvo con Magic Johnson cuando se le
diagnosticó SIDA o su incidente con Vanessa Bryant en unos días donde el propio
Kobe tenía problemas con la justicia.
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UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: Presente como comentarista de
aquel quinto duelo de primera ronda en Salt Lake City, Doug Collins destacó la
consistencia de aquel guerrero de Utah: había jugado 1.192 de los últimos 1.198
encuentros posibles. Con más de una década acabando el curso con 2.000 puntos,
el mejor socio de Stockton acudió al rescate en un duelo a vida o muerte con los
Seattle SuperSonics de Gary Payton.
A través de su excelente fade-away y su capacidad de generar oportunidades para
ir al tiro libre, acabaría con 50 tantos y salvando a los suyos una vez más. La grada
mormona se volvió loca, naturalmente.
De repente fue el último verano. Bob Whitsitt, un general manager
destinado a sufrir una feroz damnatio memoriae en Portland, hizo un
movimiento audaz. Pese a las polémicas alrededor del macabro juego de
palabras “Jail” Blazers, los de Oregón llevaban dos Finales del Oeste
consecutivas y habían estado a segundos de competir con muchas
garantías por el anillo en el año 2000 contra Indiana. Ahora el empleado
del millonario Paul Allen quería obtener a una perla reciente del pasado
de la NBA: Shawn Kemp estaba malgastando talento y polémicas en los
Cleveland Cavaliers.
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A las puertas de cumplir treinta y un años, un ala-pívot excedido de peso se las
bastaba para promediar 17’8 puntos y capturar 8’8 rebotes. Así de bueno era
alguien a quien Kevin Garnett señalaba como el mejor finalizador que nunca
había visto de los alley oop de su camarada Gary Payton en los Seattle
SuperSonics.
En sus años de esplendor, Kemp lucía 117 kilos de músculo explosivo para
acompañar sus 2’08 metros de altura. Hay pocos atletas de los noventa que
puedan presumir de haber machado sobre Dennis Rodman durante sus días en
los Chicago Bulls. Kemp era uno de ellos. Un espectáculo en el aire a quien
únicamente se podía reprochar su mala cabeza. Con el tiempo, tendría varias
demandas por paternidad que mostraban un estilo de vida disoluto y amigo de
vicios poco aconsejables para aprovechar su auténtico potencial.
Mike Dunleavy, su preparador técnico a comienzos del siglo XXI, pudo
comprobar que Kemp estaba en ruinas… aunque eran los restos de algo
grandioso. En los pocos chispazos que pudo dar a la afición del Rose Garden, se
intuía al bestial poder que se había paseado por los pabellones norteamericanos
sin hacer prisioneros. Un All Star nato y alguien a quien deberían haber quedado
años para guiar a la nueva generación de talentos que ocuparían su posición y
crecieron idolatrándolo.
“Yeah, sin duda odio decirlo. Amo a Shawn. Lo tuve en el pico de su carrera en
Seattle. Cuando descubrimos lo de la cocaína, rompió mi corazón”, admitió Bob
Medina, curtido especialista en el cuidado físico de la causa Blazer en aquellos
días en la élite del Far West. Los informes médicos hablaron incluso de los riesgos
de un ataque al corazón si forzaba en exceso la maquinaria. Su ingreso en una
clínica de rehabilitación sonaba al ocaso de una leyenda de la NBA.
Sorprendentemente, apareció en el training camp de 2001 con el mejor aspecto
que se le recordaba en mucho tiempo. Después de una suspensión, fue capaz de
firmar 21 puntos y 14 rebotes contra los Washington Wizards de Doug Collins.
Hacía meses que no se veía a un Kemp tan confiado y hablando de que entendía
a la perfección su rol como hombre de rotación tras tantos cursos
baloncestísticos siendo el eje de la ofensiva de sus clubes. Incluso en malas
noches como una paliza sufrida en el Staples Center resultó capaz de sumar a su
casillero 12 tantos y 16 capturas, buscando solventar la papeleta de Maurice
Cheeks al no contar con Rasheed Wallace.
En esos espejismos podía vislumbrarse al Kemp que había sido. Además, resultó
especial para él, puesto que estaba muy agradecido al apoyo que le dio la
organización con todos esos escándalos de alcohol y drogas a sus espaldas. Kerry
Eggers, el gran cronista de los Jail Blazers, rescata varias emotivas declaraciones
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de un ala-pívot poderosísimo en busca de redención tras sucumbir a sus propios
demonios.
PERSONALIDAD: Dentro de la propia web de Skyhook (Enlace), Javier Bógalo
acertó a definir a Shawn Kemp como un depredador dentro de la fauna de la NBA.
Alguien que caminó por el fino alambre entre el estrellato absoluto y la condición
de ángel caído. Rara vez han existido rumores más entusiastas en el gimnasio de
Concord que cuando la multitud hablaba de un chico salvaje que atacaba al aro
adversario como si fuera su peor enemigo.
Al igual que Malone, Kemp gozaba de una superioridad física sobre sus colegas
de puesto. De cualquier modo, en su caso se trataba casi de un don genético, la
naturaleza más generosa para un prodigio atlético que imponía su ley a ambos
lados de la cancha, desafiando la gravedad. Probablemente, nadie como George
Karl entendió mejor de qué forma aprovechar al indómito titán que volaba.
PUNTOS FUERTES: Wally Walker, general manager de los Sonics en sus años
dorados, afirmaba que Kemp lo malacostumbró. Probablemente, también a Gary
Payton. Se acostumbraron a un dotado que podía alcanzar cualquier pelota por
elevada que estuviera para hacerla caer de manera aterradora dentro de los aros.
Algunos incluso lo comparaban con un velociraptor del universo Jurassic Park
por su ventaja innata a sus otros competidores en la carrera y siempre dispuesto
a dar un bocado. Probablemente, nunca hubiéramos entendido a saltarines
acrobáticos como Blake Griffin sin este precedente.
TALÓN DE AQUILES: Como si fuera la versión maradoniana de la NBA, Kemp
supone el ejemplo de un portento que llega a trascender a pesar de unas terribles
adicciones que llenan de obstáculos su camino. Su prematuro final en la élite de
la Liga nunca debió acontecer tan pronto. Al igual que uno de sus más enconados
rivales, Karl Malone, Kemp debió haber combatido a los Chris Webber y
compañía en muchos más encuentros como representante de la Vieja Escuela.
Desde sus problemáticos días en Kentucky, una sombra de sospecha se cernía
alrededor de uno de los mejores interiores en la historia de los Seattle
SuperSonics. Su mala cabeza e irresponsabilidad en facetas de la esfera privada
no han impedido a miembros de organizaciones como los Portland Trail Blazers
señalar que era un gran hombre sumido en terribles dificultades. Quién sabe si
en la salud de Kemp no quedó sepultada una tercera oportunidad de aquellos Jail
Blazers para otra Final del Oeste.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: El romance no consumado
permitió veladas como aquella a comienzos de abril del año 2002. Cada
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uno de los diez rebotes sería celebrado. Al Rose Garden le encantaba
Kemp, aunque ya no pudiera volar como antaño. El pabellón guardó un
respetuoso silencio cuando Jason Richardson y cía pudieron evitar un
contraataque que hubiera culminado en un feroz mate hacía apenas
unos años. Sea como fuere, los jóvenes Golden State Warriors de Gilbert
Arenas quedaron abrumados por el roster de Porland y Kemp acabó con
14 puntos, exhibiendo su excelente tiro en suspensión y regalando dos
asistencias. Aquel mismo curso hizo un recital de tiro en el Boston
Garden. Postales pasadas del genio que era.
Poseía un aura única. En condiciones normales, Chris Webber habría
estado cuatro años en el programa universitario de Duke, dando con
plenas garantías el salto para la NBA como un 4 clásico y espléndido,
alguien con las virtudes de Karl Malone y mayor clase en cuanto a su
manejo de la bola. No obstante, Chris Webber abrazó la causa de los Fab
Five de Michigan, un fenómeno que llevó el barrio a la elitista NCAA,
zapatillas negras incluidas. Algo fundamental para un ala-pívot
portentoso que hacía gala de su condición orgullosa como
afroamericano.
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Fanático del hip hop, su brillante pasó por las canchas universitarias quedó
salpicado por su tiempo muerto ilegal contra North Carolina en la Final Four.
Igual que Paul Newman en The Hustler (1961), Webber poseía todos los
ingredientes para ser un héroe trágico. Fue el novato más querido por la
audiencia en los Golden State Warriors, pero Don Nelson suplicó su traspaso por
ser incapaz de entrenarlo. Muchos años después harían las paces, pero en
aquellos días era una personalidad extrema que amar u odiar deportivamente
hablando.
Con los Washington Bullets se reunió con su amigo Juwan Howard, si bien una
sombra de sospecha se iría revelando por la forma de Michigan a la hora de
reclutarlo. Asimismo, coincidió con otro Bad Boy de armas tomar en la capital
del país, Rasheed Wallace. Muchísimas joyas y poco espacio en el poste bajo para
darles los minutos que ansiaban. Todo cambió en 1998 cuando firmó por los
Sacramento Kings. Una escuadra tradicionalmente perdedora y a la sombra de
Los Ángeles Lakers. Con Geoff Petrie en los despachos y Rick Adelman en la
banca, dieron la vuelta a todo con un vistoso juego a la europea y muchos pases.
El Arco Arena lo saludó como un mesiánico MVP, el hombre franquicia que elevó
a aquellos Kings. Hizo excelentes relaciones con gente como Vlade Divac,
mientras empezaba a correrse la voz de que Sacramento era, al fin, una buena
parada para ver espectáculo. La única duda inquietante radicó en sus rodillas,
puesto que las lesiones fueron una constante en una perla altamente
promocionada desde su Detroit natal. Los fans de Washington, eso sí, podían
advertir lo rencoroso que podía ser Webber si no se sentía respaldado. Los acusó
de olvidarle durante su primera baja en 1995.
En la pista deslumbraba. Funcionó igual de bien con el creativo Jason
Williams que con el liderazgo efectivo de Mike Bibby. Entre todos los
fenómenos de power forwards que mencionamos en este artículo,
probablemente ninguno tenga asistencias más hermosas que las de
Webber. Eso sí, la prensa californiana pronto entendió lo importante
que era para él la cuestión racial y cómo juzgaba que allí no había
diversidad. Mientras los resultados deportivos aguantaron, estuvo
blindado. Eso cambió en 2004 ante el mejor Kevin Garnett de su carrera
y en pleno pulso de liderazgo sobre la escuadra con el tirador Predrag
Stojaković. Se marchó en febrero de 2005 a los Sixers. Unos meses atrás
lo había hecho Rasheed Wallace de Portland. Se estaba acabando la gran
era del predominio de los hombres altos talentosos en el Far West.
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¿Y el anillo para los Kings? Entre el escandaloso arbitraje de las Finales del Oeste
(2002) y la expresión de dolor de Webber sosteniendo su rodilla en Dallas (2003)
está esa agridulce respuesta. Uno de los mejores se iba sin premio.
PERSONALIDAD: Puede que Isabel Tabenero haya sido quien mejor definiera
el paso de Webber por las canchas: “El rebelde y su causa” fue el texto de una
periodista deportiva inspirada para narrar las desventuras de un auténtico
fenómeno en la posición de ala-pívot que no llegó a cuajar del todo en ningún
lugar, incluyendo su última intentona en los Detroit Pistons.
Como el mayor de cinco hermanos, el núcleo familiar resultaba fundamental
para alguien que admitía sentirse sumamente incómodo como la distracción de
la prensa. Con carácter ganador, retirarse sin anillo supuso un auténtico drama
personal para un ego ambicioso que podía ser una bendición o una púa en el
vestuario. O’Brien en los Philadelphias 76ers pronto comprendió lo negativo que
podían ser unas semanas enemistado con la estrella.
PUNTOS FUERTES: “Ve el juego como nadie. No le importa meter 12 o 26.
Quiere ganar”. Rick Adelman siempre estuvo agradecido a lo que le aportaba
tener en pista a un ala-pívot diferente que podía hacer funcionar al resto. Su
sociedad con Divac resultó maravillosa para el Arco Arena, no siendo infrecuente
que los dos hombres altos subieran pasándose el balón para pasmo de la defensa
contraria.
Excelente tirador de media distancia, cabría resaltar su habilidad para hacer
sutiles ganchos. Era un doble problema, puesto que le resultaba fácil superar en
el uno contra uno, pero mandarle ayudas era sinónimo de huecos para que
sorprendiera a las cámaras con otro pase de dibujos animados.
TALÓN DE AQUILES: A diferencia de Karl Malone, con quien brindó alguna
espectacular batalla en postemporada, para Chris Webber resultaba una quimera
soñar con un año donde pudiera disputar sin molestias físicas los 82 encuentros
de la fase regular. Rodillas, hombros, espaldas, tobillos y otras partes de su físico
que le fastidiaron algunos de los instantes más dulces de su carrera. Puede que
ninguna vez tan dolorosa como en la tierra de J.R. durante los Playoffs del 2003.
La otra posible carencia podría ser no asumir otros liderazgos en ocasiones, como
le ocurrió en su regreso en 2004. Sea como fuere, aquel triple escupido en el
Target Center o su mirada atónita tras una “falta en ataque” en el sexto duelo de
las Finales del Oeste de 2002 fueron las dolorosas estampas del hombre que pudo
reinar a poco que las cosas hubieran sido ligeramente diferentes.
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UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: “Chris Webber nunca ha jugado
mejor”. Retrasmitiendo a pie de pista para la NBC, Doug Collins advertía a la
audiencia que conectaba con el Rose Garden que había dos jóvenes en la cita de
Portland y Sacramento que desafiaban las leyes de los big men tradicionales:
Rasheed Wallace y su par de los Kings suponían algo revolucionario aquella
velada del año 2001.
Atrapado en el primer cuarto entre Sabonis y el propio Sheed, Webber regaló bajo
tableros un pase picado de fantasía a Vlade Divac. El ala-pívot visitante tenía un
soft touch plagado de elegancia que luego podía traducirse en un feroz mate a
una mano. Comenzó con 6/9 en tiros de campo que avalaba sus recientes
declaraciones de que se estaba tomando muy en serio aquel curso y sus opciones
de ser MVP. Culminó con 34 puntos, 10 rebotes, 4 asistencias y un tapón en un
precioso duelo con Sheed que solamente podía verse en aquel fabuloso Far West.
La sutil diferencia de tres centímetros modificó el panorama del poste
bajo en los Estados Unidos. Scoop Jackson, a través de un emocionante
artículo titulado “Rasheed Wallace: Un cambio de 360º” lo exponía de
manera clara en vísperas de la postemporada del año 2005: Chris
Webber y Karl Malone habían redefinido la posición de 4 en la NBA, pero
la pequeña ventaja en estatura de Sheed supuso una auténtica
revolución poco ponderada por la díscola personalidad de un rebelde
con causa (El antihéroe al que casi todos adoramos).
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Una leyenda que arrancó en las aulas del instituto Simon Gratz, cuando Bill
Ellerbee tomó a un joven prodigio que muy pronto haría a la Ciudad del Amor
Fraternal hablar del futuro heredero del mítico Wilt Chamberlain. Con una
personalidad tan fuerte como la de su primer entrenador, Wallace, el prodigio
del que se esperaban grandes récords anotadores, se hizo un paradigma del juego
en bloque, alguien de otro tiempo que no terminaba de cuajar en el reino de
individualidades globalizadores que estaba planificando con la maestría de un
mariscal napoleónico el Comisionado David Stern.
Le importaban poco los minutos en pista, aunque sus números eran
impresionantes. Lo relevante era el funcionamiento del sistema. Unas
enseñanzas que elevó al cuadrado con los North Carolina Tar Heels donde Dean
Smith defendió su vehemencia atípica frente a los árbitros más rigurosos de la
NCAA. De hecho, el muchacho sería expulsado de un duelo tan lúdico como el
McDonald’s All-American, hasta tal punto se tomaba con celo personal sus
protestas cuando pensaba que los colegiados no lo estaban haciendo bien.
Se coció a fuego lento en los Washington Bullets, aguantando las novatas con
una eterna sonrisa y aprendiendo de dos supervivientes de los Fab Five: Juwan
Howard y Chris Webber. La capital estatal no fue paciente y marchó al estado de
Oregón en el que apenas era su año de sophomore (1996). Pronto, incluso
detractores de su personalidad como Jason Quick, periodista en The Oregonian,
admitían un dato: “En todo en su tiempo aquí, fue el jugador de más calidad del
equipo”.
Y eso en una coctelera donde sobraban los quilates (Scottie Pippen, Arvydas
Sabonis, Brian Grant, Jermaine O’Neal, Shawn Kemp, etc.). Podría haber
promediado más de 20 puntos por noche, simplemente no le dio la gana de
hacerlo. En ocasiones, los compañeros se sorprendían por cómo se saltaba las
instrucciones del metódico Mike Dunleavy, un técnico que quería hacerlo su
hombre franquicia. Prefería buscar acciones para Steve Smith o darle bloqueos a
su buen amigo Damon Stoudemire.
Por su irreverencia jamás cuajó con un estratega que siempre lo protegió.
Dunleavy insistía que cada noche tenía el lujo de poder poner un único defensor
sobre nombres como Kevin Garnett o Tim Duncan. En caso de tener que mandar
la ayuda, Sheed permitiría que fuera a su debido tiempo, hasta tal punto era
extraordinario marcando individualmente a los mejores del planeta. Mucho
después de su retirada, voces autorizadas como Andre Iguodala advertirían que
en la NBA actual habría sido una fuerza dominadora, un visionario que se atrevió
a salir a la línea del triple cuando era una blasfemia en los hombres altos.
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PERSONALIDAD: Amante de los cómics (especialmente de personajes como
Magneto, ¿por qué será?), Wallace reservaba una cara para el vestuario y otra
para los micrófonos de una prensa política correctamente con la que no encajaba.
Caballeros de la pista como Steve Smith afirman que es el mejor tipo con el que
compartir pista, mientras que Nate Robinson señaló en Los Ángeles que lo peor
del encuentro perdido en junio de 2010 era que no podría estar otro año con
Sheed.
Por desgracia, el gigante lituano Arvydas Sabonis tuvo que aguantar
estoicamente a la versión Hyde del fenómeno cuando le arrojó una toalla en el
Staples por haber recibido accidentalmente un codazo de su camarada. Lo hizo
delante de las cámaras a escala nacional. Sin embargo, su presa predilecta fue un
colectivo arbitral que llegó a tener auténticas guerras civiles con él.
Irónicamente, escándalos como el de Tim Donaghy permitieron ver que no
vislumbraba gigantes en simples molinos de viento.
PUNTOS FUERTES: Kevin Garnett no ha vacilado en considerar a su amigo
Sheed como alguien a la altura de Tim Duncan en cuanto a lo difícil de
contenerlo. Su capacidad de salir fuera y habilidad posteando hicieron desear a
buena parte de los integrantes de los Blazers que hubiera sido más egoísta por el
propio bien del conjunto. Sin ser su especialidad, era un pasador notable y leía
muy bien lo que estaba ocurriendo.
El Rose Garden fue testigo de sus mejores veladas (42 puntos a los Denver
Nuggets en febrero de 2001), si bien su exilio de 2004 al Este le permitió ser el
compañero de baile perfecto para el taponador Ben Wallace. Juntos protegieron
el Palace de Auburn Hills.
TALÓN DE AQUILES: Ni el más rendido de su legión de admiradores lo
tildaría de un tipo fácil. Preparadores con la experiencia de Fip Saunders o el
propio Dunleavy lucharían contra viento y marea para sacar el jugo de una
personalidad que suponía el granito abrasado por el volcán. Quien mejor rédito
sacó de él sería Larry Brown con los Detroit Pistons, el hombre que lo recuperó
para la causa de la NBA y desmintió opiniones como la de un Bill Walton que
odiaba lo que el ala-pívot había supuesto para los Jail Blazers.
El fascinante asunto de Sheed es que triunfó en instituto, universidad y
profesionalismo… sin que diera la impresión de que había dado el máximo de sus
posibilidades. Bob Medina, afirmó que Tim Duncan y Rasheed (viejos conocidos
por la rivalidad de los talones de alquitrán con Wake Forest) al comienzo de sus
carreras eran muy parecidos. Sería la falta de trabajo diario la que alejaría al
power forward con la cinta roja en el pelo del cuerpo privilegiado con el que llegó
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al mejor torneo baloncestístico del planeta. Lo curioso es que con su inteligencia
le bastó para ayudar a sus escuadras a tres Finales de la NBA y un anillo.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: El Comisionado escogió para
celebrar la Navidad del año 2000 el duelo que todo el país quería volver
a ver: los Portland Trail Blazers y Los Ángeles Lakers regalaron el
séptimo duelo más dramático del basket contemporáneo (La mejor
eliminatoria de la historia). Con el Staples Center deseando averiguar si
el curtido Horace Grant podía ayudar a Robert Horry en aras de contener
a Sheed, un dolor de muelas para el staff técnico de Phil Jackson, el alapívot acabó con 33 tantos y 13 rebotes capturados. Ya lo había advertido
Shaq cuando aterrizó al campeonato desde North Carolina: era de los
pocos jugadores que podía permitirse tirar por encima de él. Nuestro
antihéroe favorito nos regaló un anticipo del futuro del baloncesto.
Pese a la portada de Sports Illustrated, el chico estaba preparado sin duda
posible. Un caso atípico, tan anómalo que sentó un precedente peligroso.
Desoyendo los sensatos consejos de su madre sobre completar su educación,
Kevin Garnett aterrizó en la NBA directamente desde el instituto. Un auténtico
riesgo que solamente es factible en gente como Moses Malone, Kobe Bryant un
LeBron James (y todavía habría que tener suerte con las lesiones).
El añorado Flip Saunders y su cuerpo técnico recibieron una bendición. Todas las
franquicias quedaron estupefactas ante los contratos y riendas que los
jóvenes Wolves estaban dando a un imberbe. Pronto, esos reproches pasaron a
esconder murmullos de admiración. Un prodigio de siete pies que tuvo el primer
paso más demoledor que se recordaba en una Conferencia Oeste donde no se
había visto a un ala-pívot tan bueno reboteando como amenazando desde la
larga distancia.
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“The Big Ticket” resultó una de las causas del cierre patronal. En resumidas
cuentas, el joven atleta valía más que su propio equipo en el mercado de valores.
Y su carácter no ayudaba. Sorprendió muy poco que José Manuel Puertas lo
eligiera para ser la cubierta de su excelente libro Los Bad Boys de la NBA. Lengua
viperina y competitivo tanto en pretemporada como en una eliminatoria de
postemporada, ser un rival del power forward de Minnesota era una invitación al
dentista.
Con el paso de los años, Kobe Bryant reconoció que respiró aliviado porque en el
Target Center no supieran acompañarlo bien del todo. El único curso que lo
hicieron (2003/04) lideró a los suyos hacia la Final del Oeste, quedó MVP de la
campaña y regaló el mejor acto de su carrera: el séptimo partido contra los
vistosos Sacramento Kings de Rick Adelman.
Mientras los medios lo aborrecían por su altanería y distanciamiento, varias
generaciones de futuros referentes (Pau Gasol, Joaquim Noah, etc.) tenían su
póster en la habitación y soñaban con mimetizar sus movimientos. Si bien la
gloria la alcanzó como Celtic (anillo en 2008 y el subcampeonato de 2010), el
primer KG sin lesiones quizá no era tan inteligente organizando a sus
compañeros en defensa, pero parecía que podía abarcar toda la pista él solo. El
propio Saunders dio fe de ello cuando recomendó a sus ayudantes no abusar del
recién llegado, nunca se quejaba y estaba empezando a asumir responsabilidades
que debían exigirse a los veteranos.
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Palmadas, ojos enloquecidos y la cabeza sobre el soporte de la canasta
condujeron a una serie de rituales que otros genios como LeBron James copiaron
con descaro. Las muchas eliminaciones en los cuartos de final del Far West
dieron lugar a un emotivo anuncio donde el millonario precoz abría su fiero
corazón de competidor. La trágica muerte de Malik Sealy mostró de igual forma
que veneraba a sus compañeros Wolves cuando sentía que lo daban todo en la
cancha.
Doug Collins afirmó que presenciaron un milagro genético. Tal vez, Garnett sea
el primer mutante de la NBA que estaba por venir. En una fascinante entrevista
a tres bandas con Isiah Thomas y Tim Duncan, el prometedor Garnett reconoció
haberse sentido admirado de cómo Karl Malone imponía su presencia a ambos
lados de la cancha, sin dejar de correr. A su estilo, él quedó como exponente de
la evolución del ala-pívot.
PERSONALIDAD: El añorado Bill Russell afirmó que era el jugador que más
disfrutaba viendo de la NBA moderna. Exigente con el rendimiento y entrega que
debía dar una estrella a la persona que pagaba la butaca, el ganador céltico nunca
quedaba decepcionado con la entrega que ponía Garnett a todo lo que hacía. El
célebre entrenador universitario Joe Thompson percibió otro tanto en una
entrevista a corazón abierto tras el decepcionante curso 2004/05, el cual acabó
con el despido de su buen amigo Flip Saunders.
Estar en el mismo bando que The Big Ticket resultaba tan tranquilizador como
exigente. Sabías que un rey lobo guardaba sus espaldas, pero también que podía
morderte si no apreciaba que estuvieras dejando todo el corazón en cada
posesión. Chauncey Billups rememoró que rogada a sus compañeros que no
dieran la pelota en la primera posesión. Su nivel de adrenalina era tan alto en
esos instantes que precisaba de un par de posiciones para serenarse.
PUNTO FUERTES: Kevin Garnett dio unos pasos de gigantes que muchos alapívots recorrieron posteriormente, atendiendo siempre a su ruta. El comodín de
nuestro protagonista era que su capacidad atlética, envergadura, altura y
coordinación lo habilitaban para poder defender a cualquier jugador rival.
Un experto en la cuestión como Andrés Monje lo catalogó como “El unicornio
salvaje” de un deporte que él ayudó a cambiar como pocos. La clave para el sagaz
analista es que dio un respiro al tipo de juego en la pintura hipermusculado de
comienzos de la década, apostando por la velocidad en lugar del aumento de
kilos, siendo una especie de alero gigantesco que envolvía la pista con sus
movimientos.
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TALÓN DE AQUILES: El viejo dicho de que hay unas fronteras que no deben
cruzarse en el trash talking no era válido para Kevin Garnett. Corren demasiadas
leyendas negras sobre comentarios que sobrepasaron cualquier etiqueta, por
laxa que fuera. Por esos y otros detalles tuvo una reputación realmente mejorable
en muchos mentideros, algo que nunca impidió que su camiseta fuera una de las
más vendidas.
Dejando la sensación de lo mucho que logró en las canchas, nunca pareció capaz
de domar su propio fuego competitivo de una manera productiva para él mismo.
Como si Kevin se hubiera creído su propio personaje y no fuera capaz de disfrutar
de otras facetas de la vida más allá del baloncesto. Las ventajas e inconvenientes
de un temperamento obsesivo.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: Quería mandar un mensaje en El
Álamo. Bien acompañado por Terrell Brandon, Kevin Garnett demostró que
Minnesota seguía siendo un rival complicado incluso sin Stephon Marbury. Con
10 puntos en el último cuarto cimentados en su excelente lanzamiento desde la
distancia, el dorsal 21 de Minnesota mantuvo alejados a Tim Duncan y los suyos
de proteger su ventaja de campo en la primera ronda del Oeste de 1999. El dobledoble (23 puntos y 12 rebotes) ni siquiera hacía justicia a la frustración que había
provocado en Mario Elie y compañía. Un auténtico prodigio en intensidad e
intimidación. Los Wolves acabaron eliminados, pero confirmó que era una fuerza
incontenible incluso para una gran defensa.
“Lo único que sabemos es que McDyess tiene que pasar por el quirófano
y será baja indefinida con el equipo”. Las palabras de Scott Layden,
presidente de los Knicks, sonaron amargas ante la prensa aquella velada
de pretemporada para el curso baloncestístico 2002/03. La franquicia de
New York había apostado por un ala-pívot que causó expectación en
Colorado, siendo uno de los rostros reconocibles de unos rejuvenecidos
Denver Nuggets donde también estaba su buen amigo Nick Van Exel,
con el que solía compartir el Día de Acción de Gracias.
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Sin malicia, eso dio cierto respiro a los despachos de los Nuggets. Incluso en un
traspaso que incluía al contrastado Marcus Camby y a la promesa brasileña Nene
Hilario, un sector de la afición del Pepsi Center consideró aquella pérdida muy
dolorosa. Drafteado en 1995, McDyess era un asiduo de las mejores jugadas de la
semana porque tenía un magnífico timing para convertir los rebotes ofensivos
en feroces mates. Buen capturador, explosivo y con contundencia en la defensa,
representaba la clase de joya que quieres en tu quinteto titular durante muchos
años.
De cualquier modo, Denver prestó oídos a New York porque los problemas de
rodilla fueron una constante para un atleta que se colgó el oro olímpico en
Sydney (2000). A pesar de compartir vestuario con gente como Kevin Garnett o
Vince Carter, McDyess se ganó un hueco en el USAB por su manera de cerrar un
rebote decisivo contra la Lituania de Šarūnas Jasikevičius en una de las mejores
semifinales olímpicas de la historia.
Las fracturas en la rodilla izquierda complicaron en exceso su campaña 2001/02,
precisamente aquella donde se confiaba en que ese power forward explosivo
diera otro paso adelante. Tras deslumbrar a los ojeadores en el college de
Alabama, ya había logrado el rango de All Star en 2001, siendo uno de los
señalados para ser una futura estrella en aquella competitiva Conferencia Oeste.
De hecho, solamente las molestias físicas y la proliferación de talentos en su
posición impidieron que se prestara más atención a un profesional sólido y gran
hombre de equipo. Tras los gloriosos años de la exposición de los ala-pívots
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modernos, McDyess consiguió ir olvidándose de los hospitales y
reencontrándose consigo mismo. Ya no tenía el ritmo de antaño, pero se
reinventó como un sexto hombre inolvidable. De hecho, muchas voces señalan
que fue uno de los elementos claves para que los Detroit Pistons de Larry Brown
alcanzaran su segunda final de la NBA consecutiva. Con dos socios como Ben y
Rasheed Wallace, logró hacerse un hueco en el corazón de la grada del Palace de
Auburn Hills.
En 2009 le llegó su oportunidad de retornar al Salvaje Oeste. Con un candidato
al título perenne como los San Antonio Spurs de Tim Duncan, McDyess volvió a
mostrar su compromiso. Permaneció dos años en Texas y dejó algún highlight
inolvidable como su palmeo ganador en el Staples Center contra los Ángeles
Lakers de Kobe y Pau. Pronto, se ganó el cariñoso apelativo de secretario de
Defensa de aquel San Antonio. Quizá poco para lo que pintaba para un perenne
All Star, pero McDyess demostró tener la inteligencia y la humildad para
convertirse en un eficaz suplente cuyos fundamentos le permitían prosperar
donde no aparecía el físico de antaño.
PERSONALIDAD: Larry Brown era uno de los asistentes en aquella operación
olímpica. Antonio McDyess sabía que había sido muy importante en los sistemas
de la selección y quiso honrarle prestándole por unos momentos su medalla de
campeón tras batir a Francia. El gesto emocionó mucho al que fuera uno de los
gurús defensivos de la NBA.
Su profesionalismo no estaba reñido con ese punto de malicia típico de los
veteranos. Ya adaptado a su rol como pieza valiosa de rotación, McDyess sacó
provecho de un altercado con Mark Madsen en el Target Center. Corría el mes de
enero de 2007 y Kevin Garnett defendió a su compañero agresivamente,
iniciando una reyerte donde “Dice” no se amilanó y provocó la expulsión de
ambos. Años después, sonreía recordando “No iba a hacer un Ron Artest. Sabía
que los Pistons podían vencer sin mí. No creía que los Wolves pudieran hacer lo
propio sin KG”.
PUNTOS FUERTES: Con mucho tino, el canal de YouTube de Quincy Hicks
tituló “The Forgotten Beast” a la versión juvenil de Antonio McDyess, una
auténtica fuerza en sus primeros años a quien voces autorizadas como Rasheed
Wallace consideraban muy complicado de defender. No era el único. Análisis de
ojeadores durante su primer training camp como Nugget le elogiaron
sobremanera al considerar que tenía el potencial para terminar convirtiéndose
en el nuevo Shawn Kemp. Palabras mayores.
Larry Brown, firme defensor de quien fuera su pupilo, siempre subrayaba que
público y crítica pasaban por alto que no solamente era alguien capaz de
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machacar, conocía los fundamentos de las barricadas para guardar con garantías
a los hombres más habilidosos de la escuadra contraria.
Volviendo a sus días dorados, la única pena es que sus mejores años en Denver
estaban salpicados de malas campañas del equipo, algo que hacía a muchos
mentideros pasar por alto su facilidad para obtener dobles-dobles.
TALÓN DE AQUILES: Evidentemente, la salud Deportiva de Dice resultó la
clave para que no terminará de alcanzar todo su potencial. Especialmente la
rodilla izquierda acabaría por hacerle perderse una gran cantidad de encuentros,
además de existir dudas entre los general managers sobre si podría competir
realmente en una jungla como la NBA a su regreso.
Sus 12 puntos, 7’5 rebotes y 1’3 asistencias de promedio son una auténtica
hazaña teniendo en cuenta sus partes médicos durante su carrera.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: En teoría, iba a ser uno de ellos.
Los Ángeles Clippers poseían los derechos sobre Antonio McDyess cuando
arrancó en la NBA. De cualquier modo, el sentido del negocio y las promesas
entre franquicias le hicieron un Nugget. Sea como fuere, nuestro protagonista
sacaba a relucir mucho orgullo cuando visitaba el Staples Center.
Con 30 puntos, 21 rebotes, un par de robos y dos asistencias, el hombre interior
de Denver lideró un épico triunfo con prórroga el 15 de abril del año 2000. Como
curiosidad, entre los locales destacaba un joven llamado Lamar Odom que luego
haría carrera como Laker.
Se trataba del proceso perfecto. Adrian Williams, futura jugadora de las Phoenix
Mercury, recordaba ser una joven espectadora más de aquel prodigio discreto. En
el campus de Wake Forest siempre estarían agradecidos porque el gigante
amable hubiera cumplido su ciclo de cuatro años universitarios. Quedaba claro
que la educación era importante para Tim Duncan.
La culpa de todo, como bien afirmó Mike Monroe en un hermoso texto centrado
en nuestro protagonista tras la decepción de Atenas en 2004, radicó en el
huracán St. Croix, catástrofe natural que propició, entre otros males, la
destrucción de la piscina donde un muchacho de 13 años entrenaba para ganar
una medalla olímpica y hacer feliz a su madre. La pérdida de su progenitora por
enfermedad obligó al muchacho a madurar a pasos agigantados.
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Como era más alto que la mayoría (alcanzó los 2’11 metros), probó tardíamente
en las canchas. Sin rubor jugaba contra gente de mayor edad que él, otra manera
de acelerar su aprendizaje. Apenas siendo consciente de ello inició un idilio con
la tabla que no cesaría a lo largo de años de pasión contenida, un hermoso
noviazgo y un matrimonio sólido con las pistas de baloncesto que no precisaba
de fuegos artificiales.
Al igual que Kobe Bryant, Duncan tuvo suerte de entrar en una franquicia al alza
y con una presencia interior poderosa: David Robinson. No obstante, a diferencia
del genio de Philly con Shaq, el ala-pívot originario de las Islas Vírgenes jamás
tuvo problemas en compartir los galones con El Almirante, algo que permitió a
la franquicia texanas iniciar un ciclo de gloria desde la campaña del cierre
patronal.
Gregg Popovich, un técnico de importante formación militar, se convirtió en el
arquitecto en la pizarra y los despachos de una dinastía donde los hombros de
Duncan lo sostendrían todo. El talento foráneo (Tony Parker, “Manu” Ginóbili,
etc.) era bien acogido por un líder que rara vez hacía aspavientos. El dorsal 21 de
San Antonio podía dejar las cosas muy claras sin necesidad de alzar la voz.
Rivales de posición como Nowitzki admiraban la manera en que su par podía
decidir un encuentro reñido con una brillante acción defensiva sin darle
importancia.
Con una cabeza perfectamente amueblada para mantener su físico y mente en
buen estado, Duncan tuvo una carrera tan gloriosa como longeva. Sea como
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fuere, la clave de los años dorados en la posición de power forward que él
perfeccionó le mostraron también como el hombre tranquilo. Aguantó con calma
los días de gloria de Los Ángeles Lakers de Phil Jackson, sufriendo traumáticas
eliminaciones en postemporada contra los de púrpura y oro, sin importar sus
excelentes números.
La clave de su grandeza en lo individual y colectivo radicó en la estabilidad y
comprender perfectamente que estaban en el camino correcto, no fiándolo todo
en exclusiva al resultado de junio. O’Neal, siempre inspirado en los motes ajenos,
afirmó que aquel adversario era “The Big Fundamental”, un interior que hacía
una labor de demolición terrible sin que nadie se diera cuenta. Noche tras noche
facturaba unas estadísticas bestiales, pero recordando que lo importante eran las
letras de la parte delantera de la camiseta y no las de atrás.
PERSONALIDAD: “La persona más auténtica que he conocido”. Sin
cuestionar ni un ápice de su amplia experiencia como maestro de los banquillos,
probablemente el propio Gregg Popovich sabe de la importancia de Tim Duncan
para cimentar su carrera. “No es propio de Tim Duncan atraer la atención para sí
mismo” señaló en una emotiva despedida que confirmaba la constante
complicidad entre el gran profesor y su discípulo más aventajado.
Basta ver cualquiera de sus trepidantes duelos contra Kevin Garnett en aquellos
años para atestiguar lo realmente complicado que era sacar del encuentro a
alguien con una sola misión en la pintura. Antonio Rodríguez, célebre
comentarista en castellano para Sportmanía, estableció una diferencia entre dos
genios en la posición de 4: Rasheed Wallace iba cambiando de trucos cuando se
aburría. Duncan una vez hallaba un recurso efectivo, lo exprimía al máximo en
una labor de derribo absolutamente medida.
PUNTOS FUERTES: Shaq Uncut: My Story es la biografía del pívot más
dominante en la Conferencia Oeste durante los años que nos ocupan. En sus
páginas, O’Neal afirma que Duncan es uno de los pocos oponentes que no le
importan sean colocados a su altura o incluso que sus legiones de fans lo
cataloguen como el mejor del mundo. Hasta por encima de David Robinson,
palabras mayores.
Su capacidad de hacer su trabajo sin alterarse fascinaba al hombre que
destrozaba los aros de la NBA: Duncan le miraba casi con aburrimiento cuando
lo intentaba amedrentar. El hombre sosegado que forjó un imperio.
TALÓN DE AQUILES: Dueño absoluto de los movimientos de espaldas al aro,
Tim Duncan no pudo presumir en su inmejorable carrera de haber dominado en
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la realidad FIBA como lo hizo en la NBA. Puede que Karl Malone lo hiciera en
una época donde la diferencia a ambos lados del Atlántico era mayor o que Pau
Gasol siempre fue la máxima estrella de una España hecha para tenerlo como eje
vertebrador, pero el paso de la leyenda de San Antonio con la selección quedó
discreto para su potencial.
Puede que tuviera demasiados egos con los que convivir en aquella expedición a
la Hélade, si bien lo más llamativo serían sus constantes problemas de faltas
personales que le impedían llegar al final de los partidos con libertad de
movimientos y pudiendo ejercer su ley patrullando la defensa.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: En el futuro, Robert Horry
cuestionaría la fiabilidad de Tim Duncan en los tiros libres en comparativa con
otra leyenda, Hakeem Olajuwon. De cualquier modo, aquel sexto encuentro de
las semifinales del Oeste (2003) el hombre de los triples salvadores no podía
pensar en nada de eso. El ala-pívot de las Islas Vírgenes había salido con la
misión de destruirlo en el Staples Center ante la atónita mirada de Jackson
Nicholson y la élite de Hollywood. Duncan les iba a dar una sensación inédita
para ellos desde hacía tres años.
“L.A. ganó tres títulos seguidos, así que estaban un peldaño por encima del resto.
Siempre se lo merecieron y por eso me gustaba”. Aquella exhibición (37 tantos y
16 capturas bajo tableros) supuso un hiro crucial en el Far West: Antoni Daimiel,
a través del libro El sueño de mi desvelo, afirmó que el gigante amable despertó
e hizo añicos la dinastía Laker. Probablemente la clave es que el power forward
texano jamás varió su libreto ni en la victoria ni en la derrota. Una calma que
transmitió a su franquicia.
Daryl Howerton tituló así su agudo ensayo en 2005 sobre Dirk Nowitzki,
uno de los mejores jugadores europeos que nunca han pasado por la
NBA. En realidad, prácticamente hablamos de un milagro: capaz de
estar bajo tableros como un pívot, el tiro de un excelente alero y el
manejo de la pelota propio de una persona con estatura normal, no de
sus 2’13 metros de altura.
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El antiguo jugador profesional teutón Holger Geschwindner creyó descubrir algo
insólito en un joven deportista del modesto DJK Wurzburgo. Las personas
amantes en las historias imposibles de ascensos a futuras estrellas pueden
disfrutar de los primeros e insólitos pasos del futuro referente de los Dallas
Mavericks en la biografía que le dedicó recientemente Enrique García Lazo para
Ediciones JC. Como solía ser norma en aquella NBA, pronto se tildó al dorsal 41
de blando, un buen tirador que evitaba el contacto de las defensas más duras.
Don Nelson, antiguo mito céltico y posteriormente entrenador de mucha
influencia en el baloncesto del siglo XX, se encargó de darle confianza y que
formara una dupla excelente con el canadiense Steve Nash. Curiosamente, en
aquellas primeras campañas era más inusual ver a Nowitzki mostrando su
versatilidad, con un rol más definido: “Con Nash tenía más facilidad para tirar
en las salidas del pick and roll. Ahora no tengo estas ventajas y tengo que crear
más espacio para mí y mis compañeros. Por su calidad, Steve tenía el balón en
sus manos casi todo el tiempo”.
Probablemente, a partir de 2005 se vio un crecimiento incluso mayor del astro
alemán, alguien obsesionado con mejorar su arsenal (sobre todo defensivo) cada
verano. Eso no quita que su primera versión ya fuera absolutamente primorosa.
Su excelente puntería desde la línea de triple obligaba a las defensas contrarias
hasta niveles nunca antes vistos. Shawn Marion, un excelente hombre para
marcajes individuales, afirmaba que la agilidad de Dirk suponía un verdadero
quebradero de cabeza para cualquier intento de trampa que se le hiciera.
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En su bienvenida a la Liga tuvo que sufrir el usual trash talking de gente como
Kevin Garnett o los afilados codos de Karl Malone. Su capacidad para hacerse un
hueco entre las referencias del campeonato norteamericano vino asimismo de la
mano de un propietario heterodoxo y con gran libertad de cheques: Mark Cuban
quiso que todo en los Mavs girase alrededor de una futura leyenda europea que
no le defraudó, si bien la llegada a la tierra prometida (anillo de 2011) estuvo
jalonada de sueños y pesadillas.
Por ejemplo, en las Finales de Conferencia Oeste de 2003 no sería alineado en un
encuentro a vida o muerte contra los San Antonio Spurs. Con nuestra actual
información, una excelente decisión de Don Nelson preservar a alguien con tanto
futuro y no forzar una lesión que podía agravarse; sin embargo, el teutón tardó
en comprender realmente aquella sabia medida. Cuando sustituyó a Don Nelson,
Avery Johnson determinó que Nowitzki jamás debía volver a desempeñar el papel
de pívot puro, no era su función y sufría demasiado allí.
PERSONALIDAD: Equilibrio, respeto al rival, trabajo en equipo, mecánica de
tiro, ataque y defensa. Esos fueron los principios sobre los que Holger
Geschwindner fue moldeando al joven Nowitzki. Conviene decir que los métodos
de este mentor son excelentes, pero que hace falta la materia prima de un Dirk
para lograr las metas.
Viajero e inquieto, es conocida la historia de cómo se refugió con su maestro en
un viaje introspectivo a Australia: durmiendo en albergues y conduciendo en
carreteras tipo Mad Max en busca de lugares de ancestral cultura aborigen.
Competidor nato, la estrella de los Mavs terminó comprendiendo que no podía
hacer un gesto despectivo tras machacar sobre un rival o usar el trash talking
como otros de sus colegas de posición. Se comprendió a sí mismo, ese carácter
de hombre afable y familiar que, por azares del destino, era una referencia del
planeta basket.
PUNTOS FUERTES: Durante el verano de 2007 llegó a plantearse seriamente
el consejo de algunos entrenadores y olvidarse de tantos triples o versatilidad.
Jugar más por dentro. Por fortuna, Nowtizki mantuvo la filosofía que le hacía tan
especial y casi único en su especie. Prácticamente inmaculado desde los tiros
libres mientras cantaba temas como “Looking for Freedom”, la leyenda de Dallas
poseía inagotables recursos ofensivos.
TALÓN DE AQUILES: El carácter de Nowitzki le ha permitido sortear con
elegancia y caballerosidad algunos escándalos en la prensa rosa que habrían
sacado la peor versión de otros deportistas. La detención de su primera
prometida mostró a una persona con los pies en el suelo, capaz de mantener en
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la calma incluso en una situación de terrible engaño. Por el contrario, su falta de
efusividad en algunos compases del juego no casaban con lo que la NBA esperaba
del referente de uno de los clubes más competitivos del Far West.
Las Finales perdidas contra los Miami Heat (2006 con no poca polémica arbitral)
y el descalabro ante los Golden State Warriors (2007) sacaron el lado más
despiadado de la prensa deportiva a ambos lados del Atlántico. “No es un
ganador” fue lo más suave que se dijo de una figura cuya consistencia en sus
números era irreprochable. El anillo 2011 silenció unas críticas que siempre
fueron injustas, aunque seguramente hicieron mella en la coraza del teutón.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: Chauncey Billups adoraba
compartir vestuario con Kevin Garnett. Por ello, el base trotamundos tenía fe en
aquella primera ronda del Oeste en 2002. Toda la prensa hablaba del gran
rendimiento de Nowitzki para que los de Mark Cuban alcanzaran los 57 triunfos,
pero el playmaker estaba cómodo con la idea del emparejamiento de su jugador
franquicia contra el número 41 de la tierra de J.R.
Don Nelson consideró que el aguerrido defensa mexicano se encargaría del
trabajo sucio sobre Kevin Garnett. Por su lado, Flip Saunders quiso descargar a
su estrella con Gary Trent, Joe Smith y Radoslav «Rasho» Nesterovič. No sirvió
de nada para los Wolves. Cualquiera de los tres encuentros serviría para recordar
el potencial devastador de Nowitzki: 33’3 puntos, 15’7 rebotes y 3 robos de
promedio. “Dirk se estaba comiendo a Garnett” afirmó Billups, si sin Enrique
García matiza en su libro que, siendo de nivel parecido, el alemán aprovechó
admirablemente estar mejor rodeado (Nick Van Exel, Steve Nash, Michael Finley,
etc.).
El chico aprendía muy rápido. Durante su primer entrenamiento con los
mayores del Barcelona tuvo algún síntoma de no tomarse demasiado en
serio la cuestión e incluso reírse de algún esfuerzo de los veteranos. Joan
Montes, un hombre clave en el staff técnico blaugrana de aquellos días
detectó que podían venirse problemas. Lo importante es que Pau Gasol
también lo hizo y a partir de su segunda práctica cambió. Con la
referencia de su buen amigo Juan Carlos Navarro, por aquel entonces un
escolta imberbe que acaparaba más portadas que su amigo de Sant Boi,
exhibió que podía cometer un error y rectificar con presteza.
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Y las oportunidades no tardaron en llegar. La mala adaptación de un NBA
contrastado como Rony Seikaly a los sistemas de Aíto García Reneses abrió las
puertas a un ala-pívot imberbe del que se esperaban cosas en el futuro, pero
nadie podía intuir la explosión. La Copa del Rey de Málaga (2001) permitió ver a
un “niño” dejando sin respuestas a un maestro de la pizarra como Sergio
Scariolo. No fue flor de un día. El Barcelona dominó al Real Madrid del estratega
italiano y los Atlanta Hawks eligieron a aquella perla que ya en el pasado había
tomado la decisión de no dejarse tentar por los cantos de sirena de la NCAA.
Si Fernando Martín supo el mítico pionero de una hermosa historia, Gasol pudo
aprovecharse de una coyuntura algo más benigna hacia el producto europeo en
las pistas norteamericanas. Trasladado de inmediato a los por entonces
modestos Memphis Grizzlies, Pau sería un nombre muy escuchado en las
añoradas narraciones de la pareja Andrés Montes y Antoni Daimiel para Canal +.
Aíto juzgaba que se equivocó en un salto tan prematura, aunque aquel rookie del
año mostró que no había pecado de arrogante, estaba preparado para ser una
esponja en una Conferencia Oeste Feroz donde había monstruos en su puesto
cada noche.
Chocó con los codos afilados de Malone, sufrió el trash talking de Kevin Garnett
(la estrella de los Wolves luego diría que despertó a un dragón dormido) y cada
día incorporaba armas a su repertorio. Raúl Barrigón, en un emotivo artículo tras
la retirada del mito para la revista Gigantes del Basket, rememoró aquellas
madrugadas del deportista catalán en la Pirámide, haciendo que el público en
lengua castellana conociera a Memphis por algo más que la leyenda de Elvis.
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Shane Battier, caballero fuera y demonio defendiendo en la pista, sería su primer
gran compinche en una adaptación compleja… si bien pasada con nota.
Las lesiones de Stromile Swift forzaron al técnico Sydney Lowe a darle bastantes
minutos en un proyecto donde tampoco se esperaba que se metieran en
postemporada de inmediato. Gasol iba haciendo muy buenos números y
aprendiendo de todo lo que ocurría a su alrededor, llegando con frescura a la
enseñanza con un sabio cascarrabias como Hubbie Brown, su segundo jefe al otro
lado del Atlántico.
Con España disfrutaba enormemente y en la NBA le exigían ir asumiendo los
galones que exigían sus ampliaciones contractuales con Jerry West.
Especialmente al principio de la etapa Mike Fratello se le vio más agotado en los
últimos cuartos, fruto de que pesaban los minutos. Unos meses tensos. Volvió a
hacer los ajustes precisos y adquiriendo un fondo de armario suficiente para ser
luego el Pau intimidante que resucitó a los Lakers.
PERSONALIDAD: “Pepu” Hernández, flamante seleccionador de la España
campeona mundial en 2006, se dio cuenta de que el discurso de Gasol desentonó
un tanto con el clima de Memphis. Inspirado por el éxito del combinado
nacional, donde él era un faro de valor incalculable, quiso proponer un estilo más
coral que un sector de la prensa vio como un intento de eludir la responsabilidad
de su rol en los Grizzlies y condición de All Star.
A diferencia incluso de leyendas como Tim Duncan, la trayectoria de Pau es de
las pocas capaces de interpretar igual de bien la realidad FIBA que la NBA.
Cuando incluso queridos compañeros como Kobe Bryant afirmaban que se
transformaba en los Juegos Olímpicos, parecían ignorar la metamorfosis de un
camaleón del poste bajo que podía adaptarse a dos estilos divergentes, siendo
estelar en ambos. Dominante en cualquier superficie.
PUNTOS FUERTES: Altura, envergadura y coordinación. Desde una atalaya
de 2’15 metros, había muchos secretos detrás de un referente que modificó por
completo el panorama baloncestístico español: entrenadores de formación
capaces de sacrificar resultados inmediatos por el largo plazo, una familia estable
y sensata, etc. Si bien muy buenos, los primeros años de nuestro protagonista en
Tennessee incluyeron muchas derrotas, sufrimiento ante el físico de power
forwards arrolladores de los que emuló muchos trucos.
TALÓN DE AQUILES: El cruel juego de palabras “Pau Gasoft” (el blando)
escenificaba los prejuicios todavía imperantes en las canchas norteamericanas
hacia el jugador europeo. Flopping era cuando lo hacía Vlade Divac e inteligencia
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táctica cuando ejercía ese arte subterránea Derek Fisher, por ejemplo. Unos
sambenitos que condicionaron algunas de las horas más duras de Pau como
Grizzlie, una etiqueta que no llegó a quitarse del todo hasta 2010 contra unos
poderosísimos Boston Celtics. E incluso en 2011 quedó como uno de los acusados
ante el recital de Dirk Nowitzki en el mejor momento de su carrera.
Esa visión parece más cuestión de los medios y algunas opiniones preconcebidas
que una realidad. Lo innegable es que el ala-pívot español no fue inmune al
tremendo desgaste físico que suponían las largas campañas de la NBA al
principio. Mike Fratello, discípulo de Hubbie Brown, le exigió mejorar su
resistencia ante el mayor minutaje en La Pirámide.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: Los mejores momentos estaban
por venir. Sin embargo, resultó importante aquella respuesta en El Álamo. Como
sucedería a lo largo de más de una década, San Antonio representaba una de las
plazas fuertes de aquella Conferencia Oeste. Pau quería que el recién estrenado
2003 tuviera un golpe encima de la mesa, incluso a pesar que de Tim Duncan
siguiera justo donde siempre (30 puntos en aquella cita texana para el de las Islas
Vírgenes).
Los por entonces modestos Grizzlies robaron el encuentro (93-98), liderados en
todo momento por su ala-pívot catalán, alguien capaz de terminar la noche con
28 tantos y un excelente 10/17 en tiros de campo, sin importar que gente como
David Robinson patrullaran la pintura. Con 10 visitas a la línea de tiro libre, el
hombre franquicia de Memphis se lució contra las Torres Gemelas. Cortaba una
racha histórica de su club de 21 derrotas consecutivas contra el coloso Spur.
Una de sus grandes virtudes radicaba en la normalidad. Cuando reflexionó sobre
su, por aquel entonces, incipiente carrera en Los Ángeles Clippers, Darryl
Howerton afirmó que era “Una estrella con marca” excelente para todos los
públicos. Durante los días de Elton Brand impartiendo magisterio en los tableros
del Staples, la naturalidad quedó como el sello de presentación de un deportista
con un don innato para los dobles-dobles.
Corey Maggette, su compañero en las aulas universitarias de Duke y luego en la
NBA, destacaba los largos brazos de un ala-pívot cuya altura no parecía imponer
mucho en aquel Far West: 2’03 metros. No obstante, la explosividad de aquella
mole de 123 kilos de peso era espectacular y podía permitirle alterar el ritmo de
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los encuentros con su don para taponar, desviar o disuadir intentonas ofensivas
del oponente.
Su único talón de Aquiles radicó en ser la primera elección del Draft de 1999, algo
que le obligó a hacer las maletas hacia unos Chicago Bulls que estaban iniciando
su acelerada decadencia tras haber dominado el campeonato. Posteriormente
marcharía al vecino con menos glamour de L.A., unos Clippers que, entre otros
gracias a él, vivieron algunos de sus mejores años como la campaña 2005/06
donde fueron semifinalistas del Oeste llevando a los Phoenix Suns de Steve Nash
y Stoudemire a siete encuentros.
En su trayectoria como héroe discreto quedó un pequeño asterisco que le
perjudicó un tanto en el imaginario popular: el Mundial celebrado en Japón de
2006 obligó a los Estados Unidos a “conformarse” con la medalla de bronce tras
el descalabro contra la Grecia de Papaloukas. Mike Krzyzewski, uno de sus
mentores en el college, había apostado por él para acompañar a los LeBron
James, Carmelo Anthony y Dwyane Wade.
Mike Dunleavy se erige como uno de los técnicos que mejor supo catapultar sus
condiciones como profesionales. En aquellos Clippers del nuevo milenio
resultaba sencillo que la fórmula fuera buscar a Brand en el poste bajo para
potenciar su correcto tiro a media distancia. Con un físico privilegiado,
compensaba la posible falta de centímetros con una excelente agilidad que le
hacía un reboteador tan eficaz como sobrio. El foco de Los Ángeles le habilitó
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para conseguir su primera designación como All Star, algo básico para las
expectativas depositadas en él.
Un punto de inflexión clave se hallaría en 2003. La franquicia de los Clippers está
tan contenta y motivada con Brand que igualan una generosísima ofensiva de los
Miami Heat para hacerse con sus servicios. El controvertido Donald Sterling no
quería oír ni hablar de la posibilidad de perder a uno de los pilares de la ofensiva
del modesto club angelino para escalar en la élite del Oeste.
Son sus años dorados y únicamente la explosión del revolucionario playmaker
Steve Nash le impedirán ser un candidato todavía más sólido al premio del MVP
por abanderar un proyecto antaño perdedor que se convierte en contendiente.
Como en un cambio de las tornas, sería célebre el momento donde Kobe Bryant,
harto de la deriva de los de púrpura y oro tras el terremoto de 2004, le pidió a
Mike Dunleavy que lo ficharan. Hay quien dice que Brand nunca volvió a ser tan
eficaz (acertaba más del 50% de sus tiros de campo), aunque debemos matizar
que la ruptura del tendón de Aquiles condicionó a un power forward que daba
una seguridad absoluta de rellenar su hoja estadística.
PERSONALIDAD: Los abuelos de Brand en la modesta ciudad de Peekskill
(unos 50.000 habitantes, aproximadamente, lejos de las cifras de su vecina New
York) le inculcaron unos firmes valores de generosidad que luego la futura
estrella aplicó. A diferencia de Rasheed Wallace o Kevin Garnett, él no despertó
la atención de los ojeadores hasta el undécimo grado, cifra realmente tardía
para un jugador con su proyección.
Joe Safaty, en aquel periplo el vicepresidente de comunicaciones de los Clippers,
siempre subrayaba ante los micrófonos que el ala-pívot intentaba aprenderse el
nombre del personal del staff de la organización.
PUNTOS FUERTES: Los brazos largos son un arma básica para defender en la
NBA. Elton Brand lo sabía y consiguió hacer de los mismos una de sus tarjetas de
presentación. Además, contaba con la ventaja de no haber sido un salto directo
del instituto y haberse formado durante dos años en un programa universitario
tan prestigioso como el de los Blue Devils, lo cual le ayudó a conocer los
fundamentos del juego.
Aunque no fuera una virtud que se pudiera palpar directamente en la pista, Brand
era la clase de figura que ayudaba mucho a las comunidades donde estaba
militando y aportaba buena reputación al equipo. Era conocido por su
deportividad en los pabellones y filantropía, algo que contrastaba con algunos
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de sus privilegiados compañeros de generación que parecían más cómodos con
el papel de Bad Boys.
TALÓN DE AQUILES: Precisamente en su caso no habría mejor definición
posible. La ruptura del tendón que lleva el nombre del más célebre guerrero
mirmidón condicionó la carrera de Elton Brand cuando más futuro se le intuía.
Nunca volvería a ser él mismo e incluso durante su acometida crepuscular en
Filadelfia empezarían a ser frecuentes sus molestias en los hombros. Un
auténtico tormento para un ala-pívot cuya marca registrada había sido una
fortaleza por encima del resto.
De todas formas, tal era su reputación que incluso aspirantes al trono como los
Dallas Mavericks de Mark Cuban estuvieron dispuestos a ofrecerles suculentos
contratos por ver si quedaba algo de gasolina en la antigua estrella.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: Comparados habitualmente a
comienzos del nuevo milenio, no pecamos de nacionalismo si afirmamos que Pau
Gasol finalmente tuvo una mejor carrera que Elton Brand (cuyos logros son, pese
a lo dicho, muy notables). Sin embargo, durante la visita de los Memphis
Grizzlies al Staples Center en la campaña 2002/03 se produjo un recital del alapívot local a coste del sólido jugador español (Pau firmó 23 puntos).
“Brand ha comenzado muy bien el partido” admitía Antoni Daimiel al inefable
Andrés Montes en la retransmisión de madrugada para España. Con un excelente
juego de espaldas, Brand dio un recital de postear y demoler de manera constante
a sus oponentes. Añadió 7 capturas bajos tableros a sus 30 puntos, evitando la
intentona de remontada de Memphis.
Al principio, la joven promesa de los Phoenix Suns veía aquello como
trabajar con una caja de herramientas. Cada integrante del roster debía
procurar aportar algo, hallar su camino para ir construyendo un
proyecto ganador en un Oeste competitivo y que parecía aterrador para
los de Arizona, huérfanos de auténtico poder desde los días de Charles
Barkley. Sin embargo, Amar’e Stoudemire no vacilaría en aceptar el
reto.
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En sus inicios tuvo que lidiar con un artista irreverente. Igual que le sucedía a
Pau Gasol con Jason Williams en Memphis, nadie podía discutir la calidad técnica
de Stephon Marbury, pero podía ser complicado hacerle encajar en el concepto
de equipo. Lo cierto es que los despachos en el Valle del Sol echaron la casa por
la ventana para aglutinar en la escuadra a la fuerza de la naturaleza de Lake
Wales, el habilidoso playmaker y un prospecto tan heterodoxo como Shawn
Marion.
Los primeros highlights reflejaban algo especial en Stoudemire, un auténtico
portento. Incluso a Marbury se le escapaban algunas muecas de asombro cuando
hacía un devastador mate delante de algunos de los mejores jugadores del
planeta. Sea como fuere, en el vestuario sobre todo escuchaba a Scott Williams,
un center veterano que supo reconocer en el talentoso pupilo la dura infancia
que él mismo había experimentado. De él aprendió a observar el vestuario, no
caer en malos hábitos y entender que llegaría un momento en el que la llave de
los Suns sería suya. Incluso Marbury se marchó, pero él estaba listo y había
aprendido.
Las sombras de las sospechas llegaron en 2004 con el aterrizaje de una cara
nueva: de cualquier modo, Steve Nash pronto reflejó que venía a que Stoudemire
luciera todavía más y no a disputar ningún liderazgo. Con tanta frescura juvenil,
hacía falta un director de orquesta generoso que engordara las estadísticas
individuales ajenas. Una revolución gloriosa (Enlace) que venía justo a tiempo
para que Amar’e reclamara su lugar entre los grandes. Karl Malone había colgado
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las botas, Kemp también y otros competidores como Sheed habían emigrado
hacia el Este para ayudar a Detroit en aras de alcanzar la tierra prometida.
Como novato del año en 2003, sorprendió poco que el siguiente verano fuera uno
de los escogidos para la Armada Invencible norteamericana que naufragó en
Grecia. No sería justo responsabilizar en exceso a un imberbe Stoudemire de la
debacle contra Argentina, debiendo dar las gracias a su antiguo camarada
Marbury por despertar justo a tiempo para evitar la hazaña de España. Con rango
de All Star y como una de las camisetas más vendidas en el Oeste, el único
hándicap severo que la versión prime del ala-pívot fue su triste idilio con las
lesiones, algo que condicionó su carrera a unos niveles injustos.
Nunca olvidaremos a aquel prodigio colegial que arrancó el premio de rookie del
año y dejó patidifusa a la prensa especializada justo en un curso donde todas las
miradas se destinaban al debutante chino Yao Ming. Sucedía a Pau Gasol, otro
reflejo del poderío que exigía el puesto de ala-pívot desde el momento en que se
saltaba al parqué de unas divisiones occidentales que eran auténticas tormentas
de espadas.
PERSONALIDAD: Junto con los consejos de Scott Williams, se cuenta en
Arizona que Stoudemire observó con mucha atención las virtudes y veleidades
de Marbury. Su obsesión por convertirse en un líder para Phoenix incluyó alguna
falta de feeling con compañeros como Joe Johnson, si bien su matrimonio en
pista con Steve Nash sería de mutuo provecho de manera constante.
PUNTO FUERTES: Bruce Bowen nunca se caracterizó por repartir golosinas
ni dentro ni fuera de la cancha. En varias batallas épicas y controvertidas, sus
zarpazos hallaron a jugadores de Phoenix. Por ello, es importante que el defensor
de San Antonio afirmase que Stoudemire poseía el tiro de un escolta y una
capacidad de salto que no había visto desde el Shawn Kemp que se comía la NBA.
Bajo los ojos del eficaz perro de presa de Gregg Popovich, la sociedad NashStoudemire tenía ecos de las noches de vino y rosas por parte de la dupla Kevin
Johnson-Tom Chambers. “Somos compatibles por naturaleza”, sonreía Nash,
encantado de un socio a quien solamente las lesiones impidieron brillar todavía
más.
TALÓN DE AQUILES: Los más minúsculos detalles pueden marcar una
carrera. Tras ser subcampeones del Far West en 2005, se esperaba el máximo de
Stoudemire en la siguiente campaña. Desagraciadamente, una microfractura en
su rodilla izquierda lo tuvo en el dique seco con la única excepción de tres
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exiguos encuentros. Teniendo en cuenta que Phoenix repitió posición (esta vez
contra Nowitzki y Dallas), asusta pensar qué hubiera ocurrido con él sano.
El rosario de lesiones nunca dejó de acompañarle desde entonces, algo que no
afectó a su rendimiento… cuando podía estar en pista. Ya como miembro de los
New York Knicks mostró su cólera a costa de un extintor que le costó una lesión
en su mano. Ocularmente tuvo asimismo molestias en el iris que perjudicaron
sus minutos en pista. La cirugía y las mesas de operaciones nunca fueron
desconocidas para este feroz competidor con poca Fortuna en esta parcela.
UN PARTIDO PARA COMPRENDERLO: Aquel triple contra tabla
confirmó todas las expectativas. Se hablaba de lo bien que había bailado de
novato con rocas como Kevin Garnett o el mismísimo O’Neal. De cualquier modo,
ni el previsor Popovich podía esperar un debut en los Playoffs como el regalado
por el power forward de los Phoenix Suns, un octavo clasificado de postemporada
con piel de cordero.
Stoudemire provocó un 87-87 en el marcador que heló al Álamo. Todos querían
abrazarlo por algo más que sus 24 tantos y 9 rebotes. Un fornido y descarado
muchacho que podía seguir el acelerado ritmo de Marbury, atravesar entre los
codos de Robinson y Duncan, además de palmear las penetraciones de su base.
Robaron la ventaja de campo y llevaron a los futuros campeones a seis
encuentros. Su entrenador Frank Johnson podía estar complacido, aunque
todavía más un sagaz asistente llamado Mike D’Antoni que empezaba a
vislumbrar a aquel diamante en bruto.
Aquellos años de titanes fueron equilibrándose. Los Detroit Pistons forjaron una
dupla terrorífica con Ben y Rasheed Wallace. Kevin Garnett marchó en 2008 a
bautizar al Big Three de Doc Rivers en los Boston Celtics. A nivel marketing, la
irrupción de LeBron James, un talento generacional, hizo que los modestos
Cleveland Cavaliers se erigieran en un auténtico contendiente desde el Este. Y ni
hablar ya de la revolución que desencadenó tiempo después con los Miami Heat
dirigidos desde los despachos por Pat Riley.
Eso sí, siempre nos quedarán aquellos días de inmensas alegrías y épicas penas
protagonizadas por una sucesión de números 4 portentosos que modificaron
todo aquello que creíamos saber de la NBA. Era posible seguir sorprendiéndonos.
La época donde el mejor baloncesto del planeta se aglutinó en el Far West.
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Publicado originalmente en: https://www.skyhook.es/2024/08/power-forwest/
[20/08/2024]
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