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De galeno a tlacuilo: Antonio Peñafiel

2021, De galeno a tlacuilo: Antonio Peñafiel

Originario de Atotonilco el Grande, Antonio Peñafiel es célebre por coordinar en 1895 -mientras se encontraba a cargo de la Dirección General de Estadística de México- el primer censo poblacional de nuestro país; sin embargo, esta fue solo una de las facetas que desarrolló en el transcurso de su existencia. En él se conjugaron el médico, el político, el naturalista, el arqueólogo, el filólogo, el lingüista, el historiador y el editor. Esperamos quela breve retrospectiva aquí presentada nos ayude a apreciar, en su justa medida, a uno de más de esos grandes personajes que el siglo XIX brindó a nuestro país.

C. HÉCTOR HUGO RAMÍREZ LÓPEZ PRESIDENTE MUNICIPAL CONSTITUCIONAL

DE ATOTONILCO EL GRANDE, HIDALGO.

EL GALENO

Cansados, los ángeles guardianes de Puebla decidieron no favorecer más a los moradores de ese lugar. ¿Para qué hacerlo, si de un plumazo borraron sus nombres? Se olvidaron de su gracia, de su protección y de todas las bondades que generosamente les habían concedido. Ante esa situación, un año atrás abandonaron aquella plaza y, con su ausencia, la muerte, el hambre, la desesperación y el dolor de la derrota habrían de apostarse en cada rincón de la centenaria ciudad. Como los seres celestiales que son, no dieron una sola explicación de su partida e, inmisericordes, como espectadores a la distancia, dejaron que en ese caluroso mes de mayo de 1863 los invasores franceses penetraran los fuertes y parapetos que, a lo largo de casi tres meses, defendieron con aplomo y lealtad Jesús González Ortega y su Ejército de Oriente.

Cuentan las malas lenguas que fueron los celos el detonante de tan repentino e inesperado exabrupto. Su frágil temperamento angelical no soportó que, durante la primavera del 5 de mayo de 1862, los liberales poblanos hallaran en un ser mundano -en Ignacio Zaragoza-al héroe que México y su soberanía añoraban; peor aún, aquellos herejes anexaron el apellido del miope general al nombre de su ciudad, de su amada y noble Angelópolis. Así, con el orgullo herido, mientras "las armas nacionales se cubrían de gloria" y las fuerzas francesas se replegaban hacia Veracruz para recuperarse de la humillante derrota que les carcomía el alma, los olvidados y vejados ángeles echaron sus deslumbrantes alas al viento con la intención de no volver nunca más.

DE GALENO A TLACUILO: ANTONIO PEÑAFIEL

Poco importa si existieron o no los anónimos y celestes personajes referidos anteriormente. La mayoría de las veces forman parte de relatos populares sin fundamento alguno, de habladurías o inventos de la gente con malograda imaginación y sin ningún tipo de ocupación. Lo que sí sucedió, y son episodios bien conocidos de la historia de México, es la memorable batalla del 5 de mayo de 1862 y el sitio impuesto por los franceses a Puebla entre marzo y mayo del siguiente año. Ambos momentos se insertan en el periodo que pomposamente los historiadores conocen como Intervención y Segundo Imperio. Muchos fueron los actores que participaron en ellos, tanto del bando de los conservadores que enaltecían a Maximiliano de Habsburgo y su gobierno patrocinado por Napoleón III, como del de los liberales, que, en pos de la República juarista, repudiaban aquella figura imperial. Unos fueron más conocidos que otros. Del primer grupo nos son familiares los nombres de Miguel Miramón, Tomas Mejía, Juan Nepomuceno Almonte y también el del arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Dávalos; del segundo, identificamos fácilmente a Porfirio Díaz, Mariano Escobedo, Ramón Corona o a Luis Mier y Terán, por solo mencionar unos cuantos.

Ante el peligro que se cernía sobre la República, además de los militares de profesión, existieron cientos de hombres que hicieron a un lado sus quehaceres cotidianos con tal de frenar el avance invasor. Así, escritores como Vicente Riva Palacio, Manuel Payno y Juan Antonio Mateos, dejaron secar la pluma en el tintero para pelear cuerpo a cuerpo contra el enemigo. También hubo médicos que decidieron abandonar la comodidad del gabinete y de los consultorios con la única finalidad de auxiliar a sus compatriotas que, valerosamente, se jugaban la vida en el campo de batalla. Algunos eran galenos consagrados, como Francisco Montes de Oca, destacado cirujano y un entusiasta de la naturaleza, o Juan Navarro, quien asistió al general Zaragoza en las últimas horas de su vida 1 y se encargó del servicio sanitario del Ejército de Oriente durante el sitio de 1863 2 ; otros, aunque en ese momento se hallaban sumamente comprometidos con la profesión hipocrática, con el transcurrir del tiempo llegarían a destacar también en otros ámbitos del conocimiento.

Entre estos tenemos a Carlos R. Casarín, quien abandonó sus cursos de medicina para asistir personalmente al general Zaragoza y también se encontró presente en el sitio de 1863. Cuando el héroe de Puebla murió, retomó su labor como periodista, decidió continuar con sus estudios de medicina y, paralelamente, se encargó de la redacción del bisemanario La Orquesta. Lamentablemente, las opiniones que el médico en ciernes vertía en los cáusticos artículos de esta publicación periódica le costaron la vida 3 . Otro ejemplo notable es el de José María Marroqui, aplicado miembro 1 Martínez Guzmán, María Magdalena, "Preludio a la derrota. El caso del general Ignacio Zaragoza" en El sitio de Puebla 150 aniversario, Arturo Aguilar Ochoa [coord.], Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, México, 2015, p. 232. La muerte del héroe del 5 de mayo fue comunicada por telegrama por el propio doctor Navarro con las siguientes palabras: "Son las diez y cuarto de la mañana. El general Zaragoza acaba de morir. Voy a proceder a inyectarlo"., Ibidem,p. 233. 2 Ibidem, p. 32. 3

A causa de un artículo titulado "Escándalo" y publicado el 15 de noviembre de 1862, donde acusó al español Ramón de Errazú de "afrancesarse" y de tener negociaciones secretas con Napoleón III, Casarín fue retado por el ofendido a un lance de honor. El arma elegida fue el florete de esgrima y, luego de poco más de dos meses de haber recibido una estocada en el hígado, Casarín murió al cuidado de Francisco Montes de Oca. González Cabrera, Ma. de Lourdes y Juan Carlos Franco, Las Glorias Nacionales. Álbum de la Guerra [Estudio introductorio], Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2012, p. 14. Sobre este interesante personaje se puede consultar el siguiente libro electrónico: Acevedo, Esther, Rosa Casanova y Angélica Pérez, Diario del sitio de Puebla de Carlos R. Casarín, INAH, México, 2019: https://www.mediateca.inah.gob.mx/webapps/publicaciones-digitales/carlos_casarin/ ANTONIO PEÑAFIEL del cuerpo médico nacional en esas memorables batallas 4 , que, en la actualidad, es más conocido por los trabajos lingüísticos e históricos que escribió y, sobre todo, por su obra referente a la historia de las calles de la Ciudad de México, publicada en tres volúmenes dos años después de su muerte en 1898.

Si los casos anteriores son interesantes, el de Antonio Peñafiel descuella notablemente. Aunque últimamente se encuentra un tanto olvidado, este personaje auxilió como practicante a los heridos en las peligrosas y difíciles jornadas poblanas. No solo eso, según testimonio de Juan de Dios Peza, su íntimo amigo, participó codo a codo en el campo de batalla junto a sus compañeros liberales. Con las siguientes palabras describió el poeta la participación de aquel héroe inadvertido en las querellas contra el invasor:

"Hombre de principios firmes, de corazón entero y de alma llena del más puro amor patrio, se lanzó en plena juventud al campo de combate contra el invasor extranjero y asistió a la defensa de Puebla en el glorioso sitio de 1863. El denodado Ignacio Zaragoza y el inolvidable general Jesús González Ortega, distinguieron con bondadoso afecto al imberbe entusiasta que guardaba el libro de patología para empuñar el fusil en defensa de las libertades de su patria. Peñafiel asistió a los combates de Puebla, teniendo casi terminada su carrera, y por esto pudo prestar oportunos servicios de ambulancia, a la vez que los prestaba como soldado. 5 " No obstante el amargo sacrificio y los raudales de sangre ofrendados por los liberales en pos de su soberanía, Napoleón III consiguió imponer a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México, obligando al presidente Juárez y a sus simpatizantes a mantener un gobierno itinerante. Aunque el sabor de boca era amargo y la 4 Micheli, Alfredo de, "Médicos y cirujanos durante la intervención francesa y el II imperio" en Gaceta Médica de México, Vol. 134, No. 6, Academia Nacional de Medicina de México, México, p. 714. 5

Peza, Juan de Dios, Obras del señor Antonio Peñafiel y su biografía. Colección de juicios emitidos y publicados sobre sus obras. Compilados y editados por un paisano, Tipografía de la Sociedad Impresora, México, 1904, p. 32. frustración encendía al rojo vivo las arterias de cualquier patriota, la vida debía continuar su curso y esperar tiempos mejores. Fue hacia 1864 cuando este valiente joven retomó el hilo de su vocación y, el 18 de noviembre de 1867, a cuatro meses del añorado triunfo liberal sobre los invasores y la inminente restauración de la República, Peñafiel consiguió titularse como médico cirujano 6 .

Ya con el grado bajo el brazo y, aún como orgulloso miembro de la milicia nacional, fue elegido por Montes de Oca para impartir el curso de clínica externa en el Hospital Militar de San Lucas que, en ese momento, se hallaba bajo su dirección. Su labor debió ser destacada, pues en 1870 el médico alcanzó el nombramiento de subinspector general del Benemérito Cuerpo Militar 7 .

Como cualquiera, Peñafiel tuvo sus momentos de indisciplina; aunque, más que una relajación de sus obligaciones, es muy probable que con esos actos manifestara su postura ante los acontecimientos políticos que en ese momento se desarrollaban en el país. En junio de 1871 se celebraron elecciones para contender la presidencia de la República. Los candidatos eran personajes bien conocidos. Benito Juárez añoraba el voto para asegurar una nueva reelección, mientras que Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, sus dos contendientes, buscaban con sus postulados dotar de nuevos bríos la silla presidencial. Una facción de liberales apostaba por el cambio y creían que Díaz era la persona indicada para conseguirlo. Entre ellos estaban Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Alfredo Chavero, Ignacio Ramírez y, por supuesto, el propio Peñafiel. 6 Vigil Batista, Alejandra, "Una búsqueda en la Hemeroteca Nacional Digital de México: el caso de Antonio Peñafiel." en Compendio de XII Jornadas Académicas, UNAM-IIB, México, 2013, p. 104. 7

Galindo y Villa, Jesús, "El Dr. Antonio Peñafiel. Un aspecto de su vida en la velada que a su memoria consagraron las Sociedades Mexicanas de Geografía y Estadística y "Antonio Alzate", la noche del 21 de abril de 1930" en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Tomo 45, México, 1937, p.416.

Cuando Juárez resulto ganador, Díaz proclamó el Plan de la Noria contra la reelección de su paisano. El general cooptó varios simpatizantes civiles para su movimiento, pero también un grupo bastante nutrido de militares, entre ellos, el Batallón de Gendarmes, cuyos miembros, descontentos y al grito de ¡Viva Porfirio Díaz!, tomaron la ciudadela como símbolo de protesta ante los resultados de aquella contienda electoral. Aunque Peñafiel no participó activamente en ese acto de insubordinación, donde hubo 17 muertos y varios heridos, desobedeció tajantemente las órdenes de sus superiores. Así lo hizo saber el general Montes de Oca en el parte oficial publicado el 11 de octubre de 1871 en La voz de México:

"En el momento que tuve noticia de la sublevación habida la tarde del domingo primero del corriente, me presenté, como era de mi deber [...] a preparar mis ambulancias, trenes y demás que fuese conveniente, a fin de prestar mis servicios en donde creyese necesario [...] Es probable que con esa acción Peñafiel manifestara una clara postura política 9 . No fue coincidencia que, un mes después, se negara a seguir las órdenes del general Ignacio R. Alatorre, quien tenía como encomienda sofocar la revuelta de Díaz en Oaxaca. Al parecer, este episodio de insubordinación influyó para que solicitara su baja definitiva del ejército, cuya aprobación fue concedida 8

La Voz de México, 11 de octubre de 1871, p.4. 9

Vigil Batista, Op. cit., p. 104.

por Juárez el 16 de noviembre de ese mismo año 10 . Desde ese día, el otrora médico militar se volvió incondicional del general Díaz, lealtad que, con el tiempo, se vería gratamente recompensada.

En 1872, poco después de que Juárez muriera, Sebastián Lerdo de Tejada tomó la presidencia de la República mediante elecciones extraordinarias. Durante ese periodo nuestro galeno regresó a su terruño o, mejor dicho, a su país, como a él mismo le gustaba decirle. Ya en Pachuca, muy cerca de Atotonilco y sus cercanías, se ocupó de algunas actividades políticas y también, durante dos años, de la dirección del Hospital Municipal de esa ciudad. Hacia 1880, con unos años de encontrarse arraigado nuevamente en la capital mexicana, formó parte del equipo médico de La Botica de San Andrés, antigua y acreditada farmacia ubicada en la calle del mismo nombre, administrada en sus tiempos libres por los farmacéuticos Gumesindo Mendoza y Francisco Patiño. La política del lugar era otorgar un "positivo servicio a los pobres". No se cobraban las consultas y, para los necesitados, las medicinas se expendían a mitad de precio. Peñafiel recibía a sus pacientes los días lunes, miércoles y viernes de 4 a 5 de la tarde, y compartía consultorio con personalidades de la talla de Hilarión Frías y Soto 11 . Aunque su labor era altruista, el 4 de junio de ese mismo año consiguió que Luis G. Curiel, gobernador del Distrito Federal, le otorgara, con un sueldo de seiscientos pesos anuales, el nombramiento de "Médico de Inspección Adscrito a la Tercera Demarcación de Policía 12 ". Dos años más tarde, renunció al empleo para hacerse cargo de la Dirección General de Estadística de la Secretaría de Fomento, punto al que llegaremos más adelante. 10 Ibidem, p. 105.

11

El Republicano, publicación periódica, octubre 14 de 1880. 12 Documento de la colección personal del maestro Arturo Saucedo.

ANTONIO PEÑAFIEL

Nombramiento de Médico de Inspección adscrito a la 3ra Demarcación de Policía expedido en favor de Antonio Peñafiel. 4 de junio de 1880. Colección personal de Arturo Saucedo.

El prestigio que este médico ganó a través de los años tomó tales proporciones que, cuando Porfirio Díaz llegó a ser presidente del país, solicitó por algunos años sus servicios particulares 13 . Además, siempre que se lo permitía el tiempo, ofreció consulta en su domicilio de 3 a 6 de la tarde. En los anuncios que aparecían en los periódicos de la época se describían de esta manera sus especialidades "en enfermedades de señoras, curación del mal del pinto y demás enfermedades de la piel; Operaciones de cirugía; curación del reumatismo de la gota y de la anemia o clorosis por medio del Ychthyol. Medicamento de Alemania 14 "

El uso de la estilográfica no le fue ajeno. Como el profesionista e investigador que era, robaba algunas horas a los días para escribir sesudos artículos científicos que, generalmente, publicaba para la Gaceta Médica de México. Algunos de ellos fueron: "Aplicación al jugo pancreático artificial al tratamiento de algunas enfermedades intestinales"; "Tratamiento de las heridas penetrantes de vientre con salida de epiplón"; "El embalsamamiento en México"; "Ensayo de análisis estadístico sobre lesiones"; "Aplicaciones de la estadística en ciencias médicas"; "Tratamiento antiséptico de leucorrea"; "Septicemia y trombosis puerperal. Obesidad del corazón. Tratamiento por la masoterapia, el sulfato de esparteína y la gimnástica" y "Un procedimiento operatorio para la amputación del cuello uterino en los casos de esterilidad" 15 .

Hasta aquí, lacónicamente, hemos dado cuenta de la destacada labor que en el ámbito de la medicina desarrolló el protagonista de esta nueva Mirruña bibliográfica; sin embargo, tan solo fue una de las facetas que Peñafiel desempeñó en el transcurso de su existencia. Sin abandonar del todo esta profesión, don Antonio también trabajó como político, naturalista, estadígrafo, arqueólogo, filólogo, lingüista, historiador y editor, un abanico de disciplinas tan disímiles entre sí que es casi imposible pensar que un solo capitán bogara en tan distintas aguas con sorprendente facilidad y seguridad. Hagamos una breve retrospectiva. Quizá así, con un recuento de su vida y obra, podamos apreciar en su justa medida a uno más de esos grandes personajes que el siglo XIX brindó a nuestro país. sucedía, cuando contó con edad suficiente para comenzar la educación media superior, se trasladó a la capital del país e ingresó al Colegio de San Ildefonso, cuya rectoría en ese tiempo era ocupada por la joven figura de Sebastián Lerdo de Tejada.

EL NATURALISTA

Su facilidad para el dibujo le permitió costearse los estudiospues se hallaba solo en la gran capital-, sin contar que, a lo largo de su vida, esta habilidad le sería muy útil para algunos de los trabajos que desempeñó 19 . Al parecer fue un alumno aplicado, así lo sugieren los resultados académicos que obtuvo cuando cursaba el segundo curso preparatorio 20 . Desafortunadamente, para 1862, su vida, como la de muchos otros mexicanos, se vio trastocada por la guerra de intervención y, aunque por un tiempo tuvo que encarar esa dura realidad y suspender sus estudios, para 1867 consiguió titularse 21 y, en adelante, cuando los tiempos políticos lo permitieron, formar parte del heroico cuerpo de médicos militares donde, como ya vimos, desarrolló una notable carrera.

Hay espíritus que no pueden ser encerrados dentro de un cajón. Inquietos y en ningún tiempo estáticos, permanecen en una constante búsqueda de nuevos horizontes que les permitan ampliar sus conocimientos o desarrollar talentos desconocidos. Así era Peñafiel. Nunca se conformó con desempeñarse dentro de una sola profesión. Por eso, aunque ya tenía el privilegio de cursar una carrera universitaria, encontró en la naturaleza un nuevo aliciente con el cual complementar sus estudios. En 1864, mientras todavía 19 Manzano, Teodomiro, "Hidalguenses ilustres", El Nacional, México, 17 de julio de 1944, p.34. Además de utilizar su vena artística para realizar dibujos de plantas, animales e insectos, en ocasiones hacía pequeñas colaboraciones para sus amistades. Tal es el caso de las ilustraciones que hizo para Los apuntes de órdenes clásicos y composición de arquitectura que Jesús Galindo y Villa imprimió en 1898. era un estudiante, participó junto a Manuel María Villada dentro de la Comisión Científica de Pachuca, proyecto auspiciado por el Ministerio de Fomento Imperial, con la finalidad de conocer los recursos naturales de esa zona del territorio nacional.

El resto del equipo lo conformaban Gumesindo Mendoza y Alfonso Herrera. Juntos exploraron aquellos territorios con una vegetación que, según lo narra García Cubas, también partícipe de esa comisión:

"era rica en extremo y digna de la atención del naturalista: árboles corpulentos, frondosas plantas y espesos matorrales se confundían formando bosques sombríos, manteniendo una humedad constante que protegía el nacimiento del verde musgo y de los más preciosos helechos, en el suelo, en las rocas y en las cortezas de los árboles. Cabe aclarar que, aunque en apariencia la Sociedad era independiente del Museo, en realidad ambas estuvieron imbricadas en sus quehaceres. Del Castillo, quien tomó la presidencia de la nueva agrupación, lo dejó muy claro en el discurso inaugural:

"Para facilitar, pues, el estudio elemental de las ciencias de que nos venimos ocupando y su aplicación al conocimiento de nuestra fauna y geología, se clasificarán y arreglarán las colecciones de este Museo Nacional para que sirvan de término de comparación; y una vez conseguida una instrucción sólida con su auxilio, los mismos colaboradores las enriquecerán con ejemplares nuevos; así como enriquecerán igualmente a la ciencia con sus descubrimientos" 30 . Del Castillo, Antonio, "Discurso pronunciado por el señor ingeniero de minas don Antonio del Castillo, en la sesión inaugural verificada el 6 de septiembre de 1868" en La naturaleza, 1a serie, Imprenta de Ignacio Escalante y Cía., México, 1869-1870, p.3. nacional con las ventas o donaciones de las colecciones privadas que algunos de los naturalistas asociados poseían. Nuestro biografiado, como se verá, participó en ambos sentidos.

La Naturaleza o, como su subtítulo lo indica, el Periódico Científico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, se creó en 1869. Para ese entonces, Peñafiel tenía el cargo de Primer Secretario dentro de la Sociedad y muy pronto se sirvió de ese órgano de difusión para publicar en sus páginas los siguientes trabajos: "Memoria. Aves del Valle de México", en colaboración con Vicente Villada y Jesús Sánchez 31 ; "Apuntes para la helmintología mexicana 32 ", "Apuntes de viaje. Paleontología, Botánica, Zoología 33 "; "Documentos interesantes. Discurso leído en la sesión solemne, celebrada el 29 de julio de 1875 en conmemoración del distinguido naturalista mexicano, D. José Apolinario Nieto 34 "; "Nuevas aplicaciones de la parafina para la conservación de los objetos de Historia Natural 35 " y "Tecnología de las fibras del cáñamo y del lino 36 ".

Con respecto a las donaciones, es necesario aclarar que durante la segunda mitad del siglo XIX, especialmente después de la reinstalación de la República Juarista, las colecciones del Museo Nacional estaban en pleno desarrollo, por lo que esta institución se sirvió de un grupo de intelectuales que consolidó una red de circulación de objetos históricos, naturales y arqueológicos que, generalmente, tenía dos objetivos: robustecer sus colecciones personales o bien, las del repositorio gubernamental. Entre estos personajes se encontraban Vicente Riva Palacio, Ignacio Manuel Altamirano, Ramón Isaac Alcaraz, Jesús Sánchez, Gumesindo Mendoza, Rafael Montes de oca, Alfredo Chavero y Francisco del Paso y Troncoso, por tan solo mencionar algunos 37 . Antonio Peñafiel también participó de este grupo. Gustoso de las expediciones y las prácticas científicas de campo, logró recopilar durante sus correrías los más variados objetos naturales, históricos y arqueológicos, muchos de los cuales fueron a parar a las estanterías de esta institución. Resulta interesante que, con un claro sentido altruista, a diferencia de otros de sus compañeros, pocas veces recibió Peñafiel alguna remuneración por los objetos que entregó al Museo e, incluso, buena parte de sus viajes fueron costeados directamente de su propio bolsillo 38 ; aunque no faltaron las veces que, cual Nicolás León 39 , solicitó al director del Museo intercambiar sus hallazgos por algunos libros que estuviesen repetidos en la biblioteca de la Institución. Así sucedió la ocasión en que, por una colección de minerales de plata, pidió a cambio una "gramática mexicana de los ejemplares duplicados que tiene el Museo, me parece que es el autor un jesuita, Charoci [sic] 40 ". ¡Nada perdido don Antonio! de la obra escrita originalmente en latín por el doctor Francisco Hernández durante el siglo XVII, cumpliendo con esa acción un añorado sueño de la Sociedad de Historia Natural que, según se expresa en el prólogo de la obra "desde hace 20 años […] se proponía publicar la grande obra botánica de Mociño y Sessé; al fin lo han conseguido 52 ".

Los lazos familiares no eran el único punto de unión entre Peñafiel y Asiain. En esos años nuestro biografiado ya era el encargado de la Dirección General de Estadística, mientras que su pariente fungía como oficial segundo de la misma institución. Juntos trabajaron en un proyecto que, para llegar a buen puerto, debía conjuntar los conocimientos médicos, naturalistas y estadísticos que, en ese momento, Peñafiel ya tenía en su haber. Nos referimos a su Memoria sobre las aguas potables de la capital de México, la cual investigó y redactó en función de una pregunta formulada en 1882 por la Academia de Medicina de México para un concurso: ¿Cuál es la influencia que sobre la salubridad de la capital ejercen las aguas que se emplean actualmente en los usos domésticos? La respuesta de los autores, después de haber solicitado equipo especializado a Europa y recorrer todo el Valle de México para indagar las muestras recolectadas en cada uno de sus veneros, fue muy 52 Ximénez, Francisco, Cuatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales de uso medicinal en la Nueva España, Antonio Peñafiel, edit., Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, México, 1888. Resulta interesante saber que, cuando la obra salió a la luz, causó distintas opiniones entre los bibliófilos. Son curiosas las líneas expresadas por Nicolás León a Joaquín García Icazbalceta en su carta de 20 de noviembre de 1888: "Ya terminó Peñafiel la reimpresión de Ximénez en folio con un prólogo insignificante. A la nuestra falta solo un pliego que se hará a mi vuelta. Me parece de más mérito que la otra, salvo que el amor propio me engañe." En otra del 1 de enero de 1889 complementa: "Peñafiel me mandó su edición del Ximénez; y acto continuo se marchó a Europa. Está bien impresa, y no puedo decir de ella más, porque no la he registrado. Vamos ahora a ver qué tal queda usted con la suya." Bernal, Ignacio, Op. cit., pp. 204, 208. ¿En qué momento un médico de carrera y gran amante de las ciencias naturales se convierte en eficiente estadígrafo, en eminente arqueólogo y en gran editor? Podríamos responder que las musas o el destino mismo lo llevaron a recorrer aquellas sendas, pero bien sabemos que las cosas no funcionan de ese modo. El arduo trabajo, la dedicación y, por qué no decirlo, los contactos que conoció en el transcurso de su vida, lo posicionaron en ese pedestal. Veamos cómo fue que nuestro atotonilca logró descollar en todas estas disciplinas que, solo en apariencia, nada tenían que ver con su formación original.

Antes de que Peñafiel ocupara la Dirección general de Estadística de México (DGE) ya había tenido otras experiencias previas como servidor público, sobre todo cuando en 1873 se desempeñó como diputado de la III Legislatura Local en el estado de Hidalgo y propuso una serie de reformas orientadas a mejorar los aspectos relacionados con la enseñanza de la medicina, la jurisprudencia, la farmacopea, la minería, el ensaye de metales, la agricultura, la ganadería y la enseñanza primaria 57 . Es por ello que, cuando sus servicios fueron requeridos por la Secretaría de Fomento, ya tenía una idea bien definida del compromiso que significaba trabajar en pos del bienestar de un país. Nacional de Medicina, reclamaban al gobierno la compilación y publicación de datos estadísticos sobre clima, mortalidad, natalidad, migración, abastecimiento y calidad del agua, pues, con cifras certeras, les sería más fácil estudiar las "enfermedades públicas y, a las autoridades, gestionar adecuadamente los servicios de drenaje, aguas y medicamentos 60 ". Esas cualidades, aunadas a que la Comisión Auxiliar creada por el secretario de Fomento buscaba mantener un equilibrio entre ciencia y administración 61 , hicieron de nuestro biografiado la persona ideal para ocupar esa posición.

Con los trabajos anteriores concluidos, la DGE inició sus actividades el 1 de julio de 1882 con Ramírez Rojas como su director. Lamentablemente, en una mala jugada del destino, este personaje perdió la vida durante los primeros días del siguiente año, razón por la cual, con un sueldo de 3500 pesos anuales, Peñafiel debió asumir su lugar en la recién creada dependencia gubernamental 62 . Al poco tiempo de tomar el timón, en junio de 1883 publicó, con 19 capítulos y 119 artículos en su haber, el primer reglamento para organizar la estadística general de la nación, cuya principal función fue normar la manera en que se habrían de reunir todos los datos que fueran necesarios.

El primer paso para llevar al éxito tan difícil encomienda era tener certeza del número de divisiones municipales existentes en el país, dato que antes de su administración era un verdadero misterio 63 .

El segundo era fundamental para la consecución de sus planes y, tal vez, el más difícil de todos: derrotar a ese monstruo ubicuo de mil cabezas llamado burocracia, cuya influencia se extiende, hasta el día de hoy, en la mayor parte de la administración pública 64 . Esto era un verdadero problema pues algunos de los ministerios no cumplían con sus obligaciones o negaban todo tipo de cooperación al no responder a las necesidades de DGE, porque, en muchos de los casos, simplemente "no estaban acostumbradas a ministrar datos 65 ".

Pese a todo, la insistencia y la formación de un equipo bien capacitado que no cejó en el empeño de concientizar a gobernadores, funcionarios y pobladores en general, consiguieron que la DGE levantara en 1895 el primer Censo General de la República Mexicana. A partir de ese momento se estableció por reglamento y recomendación internacional que los censos de esa envergadura se realizarían cada diez años y, únicamente, en aquellos terminados en cero. Siguiendo esa normatividad, Peñafiel coordinó dos ejercicios más durante su administración, en 1900 y 1910. El procedimiento elegido para los tres fue el del autoempadronamiento mediante una cédula familiar donde se capturaron las siguientes variables: sexo, edad, lugar de nacimiento, estado civil, ocupación principal, religión, idioma, instrucción elemental, y nacionalidad 66 . Aunque la DGE nada tenga que ver con la arraigada afición que Peñafiel sintió por la historia de las poblaciones mesoamericanas, es muy probable que, sin la oportunidad de desempeñarse como director de esta institución, jamás hubiese publicado tal profusión de obras, ni conjuntado las colecciones de antigüedades mexicanas que tanto orgullo le proporcionaron.

Además de la satisfacción de servir a su nación, en esa dependencia encontró un mayor poder adquisitivo y una posición política que le permitió relacionarse con lo más granado de la sociedad porfiriana y con importantes personalidades internacionales, muchas de ellas inmiscuidas en el mundo de la historia y la arqueología, factores muy importantes para todo aquel que desee abordar el buque del coleccionismo o alcanzar los altos vuelos de la edición. Además de lo anterior, tuvo a su disposición las prensas de la Secretaría de Fomento, lo que aseguró la impresión de una buena parte de sus trabajos. Con lo dicho hasta aquí, no queremos decir que el talento de Peñafiel no fuera suficiente para encumbrarlo; simplemente, en ocasiones, se necesita un poco más que eso.

EL TLACUILO APASIONADO POR LA HISTORIA

Según Galindo y Villa, resulta "curioso" que, desde 1884, con la publicación de su Memoria sobre las aguas potables, el doctor Peñafiel cambiara el rumbo de sus actividades intelectuales y "se consagre a otra clase de estudios tan disímiles de los que hasta esa época habían sido objeto de su predilección 67 ". Desde luego que esto no es del todo cierto. Una pasión así no surge de la noche a la mañana. Ya mencionamos líneas arriba que, mientras trabajaba como preparador del repositorio de Moneda 13, tenía estrecho contacto con las "antigüedades mexicanas"; además, sabemos que durante la época que se desempeñó como diputado estaba muy interesado en los vestigios arqueológicos que por ese tiempo se encontraban en Atotonilco y sus alrededores. Nos queda claro que aún no era una eminencia en la materia, pero la curiosidad por el México prehispánico comenzaba a sembrar en él las simientes que en algún momento habrían de germinar. A guisa de ejemplo, transcribimos aquí un extracto de la correspondencia que por aquella época intercambió con el director del Museo Nacional: llevara de la mano por aquellas sendas de la antigüedad. Lo verdaderamente sorprendente es que, en 1884, Peñafiel contaba con 45 años de edad, un pasado lleno de satisfacciones y el augurio de una brillante carrera como estadígrafo. En pocas palabras: tenía la vida resuelta; en adelante solo tenía que recolectar los frutos de su cosecha. A pesar de ese gran privilegio, encontró en la Historia el aliento necesario para vivir una nueva vida, quizá la que mayores recompensas le obsequió y por la que más lo recordamos en la actualidad. No se limitó a estudiarla en apolillados y pesados libros, quiso ser actor; así, salió al mundo a recuperar sus vestigios y, ya frente a ellos, intento reconstruirlos lo mejor que pudo. Siempre que tuvo la oportunidad publicó su punto de vista y, sin protagonismos, las más de las veces también incluyó el ajeno, pues, cuando lo consideró importante, nunca dudó en hacerle un espacio dentro de sus libros. Una característica muy particular de su trabajo fue el análisis interdisciplinario e incluso transdisciplinario para la mejor comprensión del objeto de estudio que tenía en la mira. En ese sentido se auxilió por igual de la arqueología, la filología, la lingüística e, incluso, de la química y la estadística para penetrar en sus más hondos intereses.

No divaguemos más y echemos una somera mirada a la vasta obra que en este ámbito desarrolló Antonio Peñafiel. Aunque trataremos de ser cronológicos, en la medida de lo posible agruparemos las obras por rubros, pues a lo largo de su vida Peñafiel produjo tanto material para tan distintos temas, que, de no hacerlo así, repetiríamos datos innecesariamente. También en 1885 la Dirección General de Estadística, con el cuidado y la supervisión de su director, inició un proyecto de largo aliento que tenía por misión "distribuir en la República Mexicana los materiales que servirán más tarde para auxiliar la rectificación de su Carta Etnográfica". Con ese objeto, se publicó una nueva edición de un Arte Mexicana redactada por el jesuita Antonio del Rincón e impresa originalmente por Pedro Balli en 1595.

El director general debió administrar muy bien el tiempo para llevar las riendas de su departamento y cuidar la edición de los libros que año con año sacaba a la luz, pues en 1886, dentro de la misma línea, publicó el Arte de la Lengua Tarasca de fray Diego Basalenque a partir del original de 1714, cuyo autor fue Francisco Calderón; y en 1887, una Gramática de la Lengua Zapoteca inédita y de carácter anónimo, cuyo manuscrito pertenecía al Dr. José Antonio Álvarez. Las tres publicaciones contaban con una breve nota introductoria, aunque en las últimas dos ya no se hizo alusión al proyecto primigenio.

Esa misma década y parte de la siguiente, comenzó a recopilar una serie de datos lingüísticos que nunca consiguió terminar y que daría a conocer parcialmente hasta 1897 bajo el nombre de Vocabulario Gramático de la Lengua Náhuatl o Azteca 71 . Obra rara en su conformación, con 504 páginas que no tienen ningún tipo de texto introductorio o explicación del contenido. Al parecer nunca tuvo portada, pues los dos ejemplares que logramos consultar -en la Biblioteca nacional de Antropología y en la Biblioteca Nacional de México-abren el texto con tan solo una hoja mecanografiada y presentan las mismas características e información. Por lo que 71 Peñafiel, Antonio, Vocabulario Gramático de la Lengua Náhuatl o Azteca, s/e, México, 1897, p. 124. En dicha página aparece 1883 como la fecha más temprana de recopilación de datos, mientras que en la p. 500 aparece 1893 como fecha extrema. logramos averiguar, se trata del resultado parcial de un proyecto trunco donde reuniría glosarios de 250 palabras con las lenguas más importantes del país, incluidas sus respectivas variantes, el lugar donde se hablaban y, al final de cada capítulo, interesantes censos con la cantidad de habitantes por cada división municipal 72 . Lamentablemente solo logró reunir los datos concernientes al Distrito Federal, Tlaxcala, Puebla, Hidalgo y Morelos.

Aunque por algunos años Peñafiel dejó de publicar material lingüístico, en 1901 retomó este tipo de publicaciones. Sin la DGE de por medio, pero "favorecido con mano liberal por el Sr. Presidente de la República 73 ", reeditó, a partir de un original de 1559, el Diccionario de la Lengua Tarasca o de Michoacán de Maturino Gilberti. Se trataba de una obra extremadamente rara desde entonces y que, según sus propias palabras, puso "todo su empeño para conseguirla a cualquier precio entre libreros extranjeros 74 ". Cuando finalmente logró adquirirla carecía de algunas páginas. Afortunadamente, gracias a otros ejemplares custodiados por el Museo Nacional y la "Biblioteca de Guadalajara", logró completar la obra para su estampa. A diferencia de las publicaciones anteriores, esta fue una edición facsimilar de doscientos ejemplares numerados, impresa a dos tintas con tipos móviles de la época, e incluyó las xilografías de la obra original. Sin duda alguna, se trataba de una edición de lujo pensada únicamente para coleccionistas, cuyo valor en ese tiempo era de $20. Para no alejarnos mucho de este rubro, vale la pena mencionar que, con el mismo afán de rescatar antiguos impresos de las lenguas vernáculas de México, Peñafiel publicó en 1904 el primer facsimilar de los Cantares en Idioma Mexicano, manuscrito que hasta la fecha custodia la Biblioteca Nacional y que tiene el privilegio de ser el primero realizado en nuestro país con la técnica de fototipia, procedimiento muy novedoso para la época. Peñafiel lo expresa así: "La reproducción fotográfica es tan verdadera, que se puede decir, que se tiene en las manos el mismo original, sin temor de errores paleográficos o de equivocadas interpretaciones 75 ".

Exposición Universal de Francia y su estancia en Europa

Si bien es cierto que meses atrás ya lo había consultado con sus asesores, el 27 de diciembre de ese mismo año, Porfirio Díaz decidió hacer pública su aprobación para que México participara en la gran Exposición Universal que, en conmemoración del primer centenario de su Revolución, el gobierno francés planeaba inaugurar el 5 de mayo de 1889 76 . Este hecho puso en verdaderos aprietos a Peñafiel, pues el trabajo que le esperaba era, literalmente, de monumentales proporciones.

Por decisión presidencial, la Secretaría de Fomento se encargó de todos los pormenores del evento, en atención a lo cual, su titular, el general Carlos Pacheco, solicitó a los gobernadores de los estados de la República una estricta cooperación para que México desempeñara un buen papel dentro del certamen 77 ; por otro lado, encargó a su director general de estadística un proyecto -con un diseño "exclusivamente mexicano"-para la construcción que albergaría las colecciones artísticas, arqueológicas, históricas, naturales e industriales que serían expuestas en el viejo continente 78 .

¿De dónde sacar inspiración para tremendo encargo y en tan corto tiempo? Debió cavilar Peñafiel antes de encontrar la respuesta en los vestigios arqueológicos de nuestro país. Pero no quería estudiarlos a través de informes o libros, como Santo Tomás, necesitaba palpar su agrietada superficie y ver con sus propios ojos todas las antiguallas que le fueran posibles para concretar con éxito la difícil encomienda. Por recomendación de su jefe inmediato y, dada la estreches del tiempo, únicamente visitó las zonas arqueológicas de Tula, en el estado de Hidalgo, y Xochicalco, en el de Morelos, tras considerar que en ellas radicaba lo más importante de la arqueología nacional 79 .

Así, el 17 de diciembre de 1887, salió con rumbo a Xochicalco una comitiva conformada por el propio Peñafiel, el ingeniero José C. Segura, el doctor Eduard Seler, agregado del Museo Real de Berlín, la antropóloga y fotógrafa Caecilie Sachs de Seler y los dibujantes Antonio Carral y Julio Peñafiel, su hijo. Durante ocho días levantaron planos topográficos, tomaron medidas, hicieron moldes y dibujaron los monumentos que ahí encontraron 80 . El asombro que aquellas piedras causaron a los ojos de los expedicionarios fue tal magnitud que, cuando don Jesús Moreno Flores -vigilante del lugar y, para ese momento gran amigo de todos ellos-les ex-tendió el álbum de visitantes, padre e hijo apuntaron en esa hoja en blanco lo siguiente: Xochicalco, "es la página más grande de la antigua civilización regional mexicana del pueblo tlalhuica 81 ". Cuando partieron, Peñafiel sabía que en sus apuntes llevaba la base que sustentaría el diseño que pronto tenía que entregar.

"El 21 de febrero del presente año de 1888, salí para Tula, con el objeto de hacer un estudio de sus ruinas, acompañado del señor Domingo Carral, distinguido dibujante y de mi inseparable compañero de viaje, mi hijo Julio Peñafiel 82 ". Con estas palabras inicia el orgulloso padre el recuento de su segunda excursión, cuyo principal objetivo era documentar alguna de las famosas cariátides o "atlantes" que, ahora, todos identificamos con esta zona arqueológica del estado de Hidalgo. Lograron su objetivo, y salieron del lugar con satisfacción; no sin antes recibir de manos de varios vecinos de la población y, a modo de agradecimiento, la hermosa figura de una Cihuacóatl esculpida en tezontle rojo.

Luego de concretar los viajes reseñados y después de varias horas de lecturas y redacción de gabinete, Peñafiel presentó su proyecto el 12 de mayo del siguiente año y, 14 días más tarde, el ingeniero Antonio Anza, su coautor en el encargo, un informe pormenorizado sobre la parte técnica de la construcción 83 . Aunque hubo otras propuestas, el trabajo esbozado por el de Atotonilco fue aprobado con unanimidad por la Junta de Exposición, por la Secretaría de Fomento y por el presidente de la República. Aquí, de manera muy somera, la descripción del edificio: Un hidalguense, junto con su equipo, había encumbrado el nombre de México en un certamen internacional: Diez diplomas de honor, numerosas medallas de oro, plata y de bronce 87 " lo atestiguaban. Según el razonamiento de Clementina Díaz y de Ovando, con este triunfo: "ante los ojos del mundo entero nuestro país echó por tierra las calumnias tejidas en su contra y las que por tantos años oscurecieron su imagen; demostró y, con creces, que era una nación civilizada con una ancestral e imponente cultura, con un progreso intelectual, artístico y material, y por lo mismo, digna de pertenecer al consorcio de las naciones civilizadas 88 ". Y, en efecto, aparentemente, así era, pues detrás de aquella deslumbrante fachada, el gobierno de Díaz escondía un país con severas desigualdades económicas, explotación, discriminación, menosprecio por el indígena de la época y varias incomodidades más, que, como la basura, necesitaba esconder bajo el tapete, según quedaría de manifiesto con el movimiento armado que se levantaría años más tarde. que yo consideré siempre superior a mis fuerzas; él me alentó en la ejecución, él, profundo conocedor de la Historia y Bibliografía mexicanas me guiaba y me aconsejaba 92 " Gracias a las órdenes giradas por el secretario de Fomento, consiguió se le remitiesen de varios rincones de la república mexicana, fotografías, dibujos, informes y ejemplares originales que abonaron interesantes datos a sus textos. Además, se valió de varios métodos reprográficos para conseguir las imágenes que necesitaba en sus carpetas. Probó nuevas técnicas, como el amoldado con papel aplicado a la reproducción de objetos arqueológicos. Al respecto, menciona el autor lo siguiente: "Una fotografía sacada de un amoldado no se diferencia de la del objeto original; por ese procedimiento he conseguido tener enfrente de mi mesa de estudio, multitud de objetos traídos de largas distancias, que no se hubieran podido dibujar ni fotografiar 93 ".

Con respecto a la fotografía, era consciente de su utilidad; sin embargo, por aquel tiempo no se fiaba mucho de ella: Sabemos por correspondencia que Carrillo y Ancona sostuvo con Peñafiel que, para el mes de marzo, este ya se hallaba de regreso en nuestro país y se encontraba despachando la DGE a su cargo. Humberto Ruiz, Op. Cit., p. 167. exposición internacional de París en 1889, en agosto de ese año, en su carácter de estadígrafo nacional, acudió como delegado del gobierno mexicano al Congreso Internacional de Estadística que se celebró en la misma ciudad. Ahí presentó la primera estadística criminal de México, trabajo que preparó con su equipo con poco más de un año de antelación 99 .

Cuando sus compromisos en París terminaron, por encargo de sus superiores se enfiló rumbo a Alemania para cuidar la impresión de los Monumentos del arte mexicano antiguo; pero, además de eso, llevaba por comisión estudiar los procedimientos de fototipia y fotograbado para aplicar esa tecnología en México, especialmente en la imprenta del Ministerio de Fomento, la misma que publicó buena parte de sus obras 100 . Un dato curioso que no podemos dejar pasar es que, en su hijo Porfirio, tuvo a uno de sus mejores alumnos en este arte mecánico, pues, más adelante, durante la primera década del siglo XX, su vástago se desempeñó como director de un taller de fotograbado, nada más y nada menos, que dentro del Ministerio de Fomento 101 . Su tercera misión, quizá la más importante para nuestros intereses, fue la de investigar, copiar y, en caso de ser factible, rescatar el patrimonio documental mexicano que se encontraba en distintos repositorios europeos, especialmente en Francia, Berlín y España. En cada uno de esos lugares, como un tlacuilo de la modernidad porfiriana, copió cuidadosamente numerosos códices que, con el pasar de los años sustentarían sus nuevas publicaciones.

Además de consultar las bibliotecas y archivos públicos de esos países, Peñafiel visitó la residencia de Joseph Marius Alexis Aubin para conocer la colección de códices mexicanos que este francés poseía. Cuando los tuvo enfrente, hizo todo lo posible por contener la admiración que le provocaba aquel tesoro y, en una especie ardid, mostró gran indiferencia por los documentos y comentó que, en los archivos mexicanos, los había mejores. Desde luego que estas palabras solo buscaban "despistar al enemigo", pues días después concertó una entrevista con el coleccionista francés para proponerle la compra de los códices y repatriarlos al país. Desafortunadamente, nunca llegaron a un acuerdo 102 . Para que su visita no fuera del todo infructuosa, tras la fallida negociación, obtuvo la autorización de Aubin para copiar, a todo color y con vista de los originales, los mapas Tlotzin, Quinatzin Como se ha visto, Peñafiel mantuvo ciertos flirteos con el diseño, y su trabajo en las diversas exposiciones en que participó lo demuestran. Otro ejemplo de su creatividad lo tenemos en el Arte Decorativo Mexicano que publicó con fecha de 15 de septiembre de 1898, donde ensayó diferentes rasgos ornamentales de características prehispánicas aplicados al arte de la tipografía. Así, en alfabetos compuestos con ejemplares de las familias gótica y egipcia, Peñafiel sobrepone grecas que evocan a los palacios de Mitla y a otras zonas arqueológicas del país. Esta primera edición es un pequeño cuaderno apaisado en 8°, seguramente de muy pocos ejemplares, realizado por los empleados del taller de fototipia de la Secretaría de Fomento como un homenaje en el día de su cumpleaños al general Porfirio Díaz.

En su tiempo, los alfabetos debieron ser un éxito rotundo, pues, en el mismo año y después en 1900, pero en tamaño folio, les sucedió una segunda y tercera edición, aumentadas y con características más lujosas, donde nuestro aficionado al diseño superpuso a las mismas tipografías grecas y adornos utilizadas en el centro del país, panoplias con armas mexicas e, incluso, a guerreros, sacerdotes y miembros de la nobleza prehispánica ricamente ataviados 109 . Otro ejemplo poco conocido del gusto de Peñafiel por el diseño se encuentra en el extranjero, dentro de la colección privada de Lance Aaron y, hasta donde sabemos, se expuso durante un tiempo en el Museo de Arte del Condado de los Ángeles, en Estados Unidos. Se trata de un piano tallado en madera con un estilo neozapoteco verdaderamente excepcional, que fue manufacturado por la Fábrica de Pianos de Zuleta para la Exposición Universal de París en 1889 110 .

Con Teotihuacán: estudio histórico y arqueológico, recibió Peñafiel el cambio de siglo. Publicada en 1900, con prólogo de Alfredo Chavero y en tres idiomas diferentes, esta monografía rescató toda la información conocida hasta ese momento y planteó nuevos puntos de vista sobre esa zona arqueológica del Estado de México; se desmitificó que existiera algún tipo de parentesco entre sus basamentos y las pirámides egipcias e, incluso, fue un poco más allá al negar cualquier relación de esa cultura antigua con cualquiera de las habidas en Mesoamérica. Un atlas con planos y fotografías -no solo de Teotihuacán sino de Morelos, del Tajín e incluso Grecia-acompañó el trabajo. Definitivamente, don Antonio se adaptaba a la modernidad y comenzaba a utilizar con mayor frecuencia el lente de la cámara fotográfica para sus conformar sus libros, aunque no dejaría del todo el trabajo artesanal o, en todo caso, se auxiliaba de ambos.

En efecto, tres años combinó su destreza de artista con una máquina fotográfica para publicar uno de los libros más conocidos atentos, veremos en algunas de ellas la figura de su autor posando para el obturador de la cámara.

En 1908, Peñafiel comenzó a concretar uno de los últimos proyectos de su vida. Para ese momento el mundo prehispánico ya había echado raíces en su trabajo, por lo que es muy probable que buscara nuevos horizontes dónde desenvolverse; esta vez, comenzaría a hurgar dentro del universo novohispano. Si bien es cierto que en ocasiones se asomó a algunos aspectos de esa época histórica, casi siempre estaban relacionados con el estudio de las lenguas indígenas. Ahora, con su obra Ciudades Coloniales y Capitales de la República Mexicana buscaba explicar la historia poscortesiana de cada uno de esos rincones entrañables, de sus personajes icónicos y dejar testimonio visual de sus calles, monumentos y plazas mediante el uso de la fotografía.

Los primeros pensamientos que cruzaron por su mente para iniciar esta obra surgieron en 1888, durante su estancia en Europa. Al respecto, el propio Peñafiel narra cómo:

"Sorprendido desde Cádiz y Sevilla con las portentosas creaciones de Murillo, Surbarán [sic] y Martínez Montañez, reuní en voluminosos álbumes colecciones artísticas de fotografías, de pinturas, esculturas y monumentos religiosos y civiles. Pude formarme una abundante biblioteca de obras de arte y de la pintura y escultura de Europa contenidas en sus riquísimos museos, verlos con detenimiento y esperar el tiempo oportuno para hacer algo para mi patria a mi vuelta de mi viaje 112 ".

Taxco, en Guerrero, fue la primera ciudad que documentó y, con el tiempo, se sumaron otras; en febrero de 1909 tocó el turno al estado de Tlaxcala y, en julio del mismo año, a Morelos; Querétaro vio la luz en 1911 y Puebla en 1914. Los cinco volúmenes que comprendieron la colección, todos realizados por la Secretaría de 112 Peñafiel, Antonio, Ciudades Coloniales, vol. 1, Op. cit., Introducción.

Ciudades Coloniales y Capitales de la República Mexicana, 1908.

Colección particular

Fomento, tuvieron un tiraje limitado a doscientos ejemplares por cada uno de ellos. Lamentablemente los últimos dos volúmenes carecen de un prólogo, pues fueron impresos ya sin la plena supervisión de Peñafiel.

Para 1910 comprobamos cómo, disimuladamente, los temas novohispanos se hacían presentes en las novedades editoriales de nuestro biografiado. Sigilosamente, en busca de nuevos horizontes, el adjetivo "Colonial" aparecía ahora en sus títulos, incluso en los de temática prehispánica. Así sucedió con su Principio de la Época Colonial Destrucción del Templo Mayor de México Antiguo y los Monumentos encontrados en la ciudad en las excavaciones de 1897 y 1902. El objetivo principal de esta obra fue dar a conocer los descubrimientos arqueológicos que recientemente se habían hecho detrás de catedral y otros edificios del gobierno ubicados en las calles de Escalerillas, Cordobanes y Tlapaleros.

La publicación de esta obra, nos explica el prologuista (R. Mena), tan solo era el preámbulo para un libro que planeó intitular "La ciudad Colonial de México" porque, decía él "es un necesario punto de referencia para aquella". Como ya se había hecho costumbre en las últimas publicaciones de don Antonio, solo se imprimieron doscientos ejemplares numerados y se acompañó de profusas imágenes (118 láminas) tomadas por su hijo Porfirio 113 . Villa, su discípulo y gran amigo, parte de esta obra se quedó en el tintero, pues, mientras se encontraba en Guadalajara, con el fin de recolectar información y tomas fotográficas para el sexto volumen de las Ciudades Coloniales le sorprendió un ataque cerebral que lo dejo hemipléjico, es decir, inmovilizado de la mayor parte de su cuerpo 114 . Esta terrible maldición lo acompañó once años hasta que, de un tajo, la muerte la cortó.

A pesar de no valerse por sí mismo y la consiguiente dificultad para expresarse, cuenta Galindo y Villa que durante bastante tiempo Peñafiel conservó su lucidez e inteligencia y que, cuando lo visitaba en su casa de la esquina de Sor Juana -la misma calle donde años después nacería el historiador Miguel León-Portillay el Álamo, todavía platicaba sobre sus intenciones de incursionar en nuevas labores literarias. La única manera en que el espíritu de Peñafiel pudo apaciguarse fue anquilosando su cuerpo. De no haberlo aquejado aquel mal, quién sabe cuántas obras más nos hubiese legado.

114 Según una nota impresa en una pequeña hoja suelta, firmada por "El oficial mayor Salvador Gómez", e incluida en algunos de los ejemplares dice lo siguiente: "En las bodegas de la Secretaria [de Fomento] existía la edición, aún no terminada, de la obra intitulada "Cerámica Mexicana y Loza de talavera de Puebla, escrita por el señor Antonio Peñafiel-Hecho un examen del estado en que se encontraba la mencionada edición resultó que el texto de la obra está completo y que solamente faltan 37 láminas de las 98 que deberían formar la parte iconográfica; estas 37 láminas no son esenciales […] por tales razones he parecido conveniente a esta Secretaría que, aunque sea en forma incompleta, se haga la distribución conveniente de la obra de referencia, a fin de que sea conocido algo de lo que nuestro país ha aportado en esta manifestación de cultura […]".

SU FAMILIA

Antes de ser médico, naturalista, estadígrafo, historiador, editor o cualquiera otra profesión, Antonio Peñafiel Barranco fue un ser humano. Como todos, transcurrió sus días entre risas y llantos: nació, creció, formó una familia, cultivó numerosas amistades y, al final de una penosa enfermedad, murió. Muy poco es lo que conocemos sobre este lado de la moneda y, aunque en ocasiones, dentro de los libros que publicó, él mismo ofrece breves notas sobre los nombres y ocupaciones de sus hijos o bien del paradero de algún hermano, lo cierto es que el ámbito familiar había permanecido oculto durante mucho tiempo.

Ya en 2015, Juan Manuel Menes Llaguno, cronista del estado de Hidalgo, nos proporcionó testimonios inéditos en torno a este aspecto, entre ellos, los nombres completos y el estado civil de sus padres, así como la existencia de tres medios hermanos e igual Antonio Peñafiel. Colección personal de Arturo Saucedo Lorenza Asiain. Colección personal de Arturo Saucedo número de hijos dentro de la vida de Peñafiel. Ahora, a la luz de nuevos documentos, complementaremos, de la mejor manera posible, la información publicada por este autor. Esperamos que las siguientes líneas nos ayuden a conocer mejor, no ya al gran polígrafo del siglo XIX, sino a la persona que lo encarnó.

El nacimiento

La fecha de nacimiento de Antonio Peñafiel es uno de los datos que más controversias y desacuerdos ha conseguido entre sus biógrafos, pues la ausencia en los archivos de una partida de bautismo o de un registro civil de alumbramiento ha provocado más de una confusión. En su estudio introductorio, Menes Llaguno, mostró que los años de 1830, 1831 y 1839 son los que más se han utilizado para referir el natalicio del atotonilca. A la terna anterior nos gustaría agregar un registro más: el 17 de enero de 1834, fecha consignada por Jesús Galindo Villa en un texto que, en memoria de su colega y profesor, leyó la noche del 21 de abril de 1930 ante los miembros de las sociedades Mexicana de Geografía y Estadística y Antonio Alzate. Por si no faltaran más complicaciones en esta encrucijada, el propio Peñafiel no puso mucho de su parte, pues los datos que brindó a lo largo de su existencia para cumplir con ciertos trámites, también resultan ambivalentes. Veamos algunos ejemplos:

1. "[…] en la comparecencia de Antonio y sus medios hermanos, Martín y Cenobio, el 18 de septiembre de 1879, ante el juez de Primera Instancia de Atotonilco, a efecto de recibir una de las tres barras de la mina de Nuestra Señora de Guadalupe […] el doctor Peñafiel declaró claramente: ser natural de Atotonilco, vecino de la ciudad de Pachuca, de cuarenta años de edad, casado y ser profesor de cirugía 115 ". En este caso, según se desprende de la correspondiente resta, su nacimiento ocurrió en 1839. 5. En su acta de defunción, elaborada el 3 de abril de 1922, el médico que elaboró su certificado anotó que murió a los 89 años de edad, de donde, en apariencia, se podría deducir que fue en 1833 cuando ocurrió su nacimiento, año bastante cercano al mencionado por Galindo y Villa.

Como vemos, las operaciones matemáticas realizadas arrojan resultados discordantes en más de una ocasión. ¿Qué fecha damos por buena?, 1833, 1834, 1838, 1839 o 1841, si, por lo que hemos visto, cinco de seis registros se consignaron en documentos oficiales. Expuesto lo anterior, debemos considerar un cabo extra que nos auxiliará en esta tarea. Se trata de María de Jesús Barranco Yslas y la edad que debió tener al momento de la concepción de su hijo. Menes Llaguno, con base en un documento sobre apertura de sucesión de esta persona -donde en 1874 declara tener 53 años de edad-propone que debió nacer hacia 1821. Es probable que el cronista de Hidalgo tenga razón, pues en Ancestry, una plataforma digital especializada en recopilar información genealógica, encontramos que, con el nombre más extenso de María del Carmen de Jesús Barranco Yslas fue bautizada el 18 de noviembre de 1822 en San Agustín, en Atotonilco el Grande 116 .

Con este dato en consideración, para 1833 o 1834, su madre tendría 12 o 13 años respectivamente, por lo que, al igual que Menes Llaguno, creemos necesario desechar la posibilidad de un alumbramiento a tan corta edad. Por lo menos tres veces, dentro de los documentos consultados, nuestro biografiado dice tener una edad que determina su nacimiento en 1839, por lo que, a menos que el paso del tiempo devele nuevos datos, refrendamos aquí la fecha propuesta por Ángel María Garibay en el Diccionario Porrúa y retomada por Menes Llaguno en 2015: 1 de enero de 1839 será el día, mes y año que utilizaremos para referirnos al nacimiento de Antonio Peñafiel Barranco. Ahora sí, zanjado tremendo obstáculo, reconstruyamos las relaciones de don Antonio.

116

A partir de este momento se hará referencia a numerosas partidas de bautismos, matrimonios y defunciones obtenidos de Ancestry, recurso electrónico especializado en la recopilación y consulta de registros históricos familiares. La naturaleza de este pequeño libro nos impide poner la liga de consulta para cada uno de los documentos; sin embargo, con los datos aquí proporcionados, cualquier persona que lo desee pude ingresar en la página web ancestry.mx y cotejarlos con los documentos microfilmados que ahí podrán descargar.

Entre dos familias

Como ya habíamos adelantado, el nombre completo del padre de Peñafiel fue Miguel Silbiano de la Cruz Peñafiel España, hijo de Pedro José Peñafiel y de María Micaela España, ambos originarios de la península ibérica. La madre, respondió en vida por María de Jesús Barranco Yslas, hija de Diego Barranco y María de Jesús Yslas. La pareja nunca formalizó su relación ante el altar por lo que concibieron al pequeño Antonio fuera del matrimonio; de hecho, cada uno de ellos transitó por diferentes sendas a lo largo de sus vidas.

Por un lado, María de Jesús se desposó en 1841 con José Agustín Graciano 117 , juntos engendraron a José Ignacio Miguel Eusebio el 3 de marzo de 1843 y a José Ignacio Marciano Graciano Barranco, quien fue bautizado el 4 de noviembre de 1844. Lamentablemente no abundan las noticias, salvo que las hijas de uno de ellos, representadas por Agustín Graciano, su abuelo, se enfrentaron con la madre de nuestro biografiado en un juicio de sucesión 118 .

Miguel Silbiano, por su parte, contrajo nupcias con Antonia Villar y tuvieron por vástagos a Benigna Félix Soledad (1845), María de Jesús (ca.1847), María Sabina de Jesús (1848), Cenobio (ca.1852) y Martín (ca.1855). Aunque no tenemos la certeza de que Antonio haya convivido con todos sus medios hermanos, estamos seguros de que, andado el tiempo, por lo menos con los últimos dos, entabló una fraterna y bien lograda relación. Veamos lo poco que logramos averiguar de este par.

Cenobio, el mayor, nació en Atotonilco el Grande. Durante su juventud trabajó por un tiempo en el Museo Nacional, pues, cuando Peñafiel dejó en 1871 su empleo como preparador de ese lugar, él se quedó con el nombramiento 119 . Más adelante se desempeñó como maestre de obras y como ingeniero. Casó con María Guadalupe Suárez, originaria de Pachuca, con quien tuvo en 1893 a una hija que nombró María Guadalupe. Murió a los 49 años de una congestión pulmonar.

Sobre Martín sabemos que tuvo por oficio el de tenedor de libros y frecuentaba regularmente a Antonio y su familia en la ciudad de México; tan fue así que, en 1885, a los 30 años de edad, contrajo matrimonio con Rufina Asiain, hermana menor de Lorenza Asiain, pareja de toda la vida de Antonio. Su boda fue celebrada en la parroquia de San Antonio de las Huertas por el padre Agustín Fisher, amigo consentido de nuestro biografiado. Juntos, engendraron varios hijos que, por razones de espacio no mencionaremos aquí. Además de lo anterior, es bien conocido que los tres hermanos (Antonio, Cenobio y Martín) decidieron asociarse en 1879 para manejar conjuntamente unas cuantas acciones de la mina llamada Nuestra Señora de Guadalupe o "Las Huertas", mismas que heredaron de su padre 120 . Para finalizar no queda más que mencionar que en los Monumentos el autor extiende un agradecimiento a su hermano de nombre Nabor, del que absolutamente nada logramos averiguar.

Por lo que respecta a los abuelos, no está muy documentada la relación que Peñafiel tuvo con ellos, aunque existe una pequeña anécdota que nos da un poco de luz sobre este aspecto y, además, nos deja ver hasta dónde nuestro protagonista podía jugarse el Pero no todo era libros y obligaciones en la vida de este joven. Cuando disponía de un poco de tiempo libre, probablemente por las tardes o algún fin de semana, se le veía enfilarse rumbo al número 11 de la calle de San Gerónimo para visitar a una señorita de ascendencia española que, con dieciocho años cumplidos, respondía al nombre de Adelaida Calderón de la Barca López. Se trataba de su prometida, pues, por esos días, se encontraban afinando los preparativos de su boda. Hacía un mes que habían hecho la presentación del compromiso en el registro civil, y Jesús Sánchez, médico al igual que él, además de gran amigo y compañero de trabajo, lo acompañó como testigo en ese importante momento.

En un abrir y cerrar de ojos llegó el día elegido de la celebración. Así, el 7 de enero de 1870 aquella pareja contrajo matrimonio en la parroquia de San Miguel Arcángel de Ciudad de México. Andados los años, Adelaida se convirtió en profesora de instrucción primaria, aunque no tenemos la certeza de cuándo esto ocurrió. Por su parte, Peñafiel siguió combinando la carrera de médico mi-litar con sus responsabilidades en el museo, hasta que, en 1872, por cuestiones de trabajo y familiares, comenzó a viajar periódicamente a su terruño. Un año después, como ya se explicó anteriormente, estableció su residencia en la capital hidalguense.

Aunque no tenemos información al respecto, creemos que su esposa no lo acompañó durante esta estancia y, en su ausencia, comenzó a ocuparse de varios compromisos legales que tenía con su madre y con sus medios hermanos; también reservó algo de tiempo para visitar a su amigo Emilio Durán, pues acostumbraban explorar juntos la riqueza natural y las antigüedades que Atotonilco el Grande les ofrecía tan dadivosamente. Tomando lo anterior en cuenta, los viajes entre este lugar y La Bella Airosa debieron ser una constante en esa época de su vida.

Como bien lo asientan algunos de sus biógrafos, su actividad como diputado, los compromisos adquiridos con el Instituto literario y la atención que le demandaba un pequeño consultorio que ahí estableció, lo arraigaban al lugar. Además, para ese momento sus bolsillos se hallaban un poco más holgados gracias a la herencia que había recibido de sus padres 123 . Todo parecía augurar un excelente futuro.

No sabemos si fue en esa época o, quizá algunos años antes, que conoció a Lorenza Asiain Palacios, una mujer que habría de cambiar sus planes. También era originaria de Atotonilco el Grande e hija de Antonio Asiain y Dolores Palacios, matrimonio que la procreó en 1854, aproximadamente. Tan solo un año después de que nuestro biografiado fijara su residencia en Pachuca, el 11 de noviembre de 1874, a las 12 de del día y con 20 años de edad, Lorenza dio a luz a un niño al que llamó Porfirio.

Poco más de un año transcurrió para que la joven consignara ente la ley la existencia de su primogénito; finalmente, el 28 de marzo de 1876 lo registró en la ciudad de Pachuca con el apellido de Peñafiel. Curiosamente en el libro de nacimientos existen dos partidas al respecto, las señaladas con los números 5 y 7; en ambas declara ser de Atotonilco y vivir en la calle Guerrero número 30, pero difieren en la forma de presentar al recién nacido y en los nombres de los testigos. La primera, dice a la letra lo siguiente: "a las doce del día nació el niño que presenta y a quien se puso por nombre Porfirio Peñafiel"; en la segunda se asentó "manifestó

Esther Peñafiel Asiain

Nació el 19 de octubre de 1875, pero fue registrada el 28 de marzo de 1876 junto con su hermano Porfirio. Fue bautizada en la parroquia de la asunción en la ciudad de Pachuca 124 . Contrajo compromiso nupcial civil con Rafael David Islas el 31 de agosto de 1906 en su casa de la 2da. Calle de Sor Juana Inés de la Cruz. Murió el 17 de octubre de 1948 por un "fibroma uterino". Para ese momento vivía en el número 11 de Reina Xóchitl (Popotla).

Dámaso Antonio Lorenzo Peñafiel Asiain

Fue bautizado el 16 de enero de 1878 en la parroquia de la Asunción en la ciudad de Pachuca 125 . Contrajo nupcias el 5 de julio de 1925, a los 47 años de edad, con Marcedalia Paredes Peñafiel de 31 años. Solían referirse a él como Antonio Peñafiel hijo o junior.

Trabajó dentro de la Dirección General de Estadística y, cuando su padre enfermó, por un tiempo tomó su papel como jefe de aquella sección de la Secretaría de Fomento 126 . Pocos años después fijó su residencia en Puebla y, desde ese estado, envió, por lo menos, dos misivas al periódico El Pueblo, cuya administración decidió publicarlas en la sección denominada "Tribuna Pública". En dichas cartas hablaba sobre la importancia de cotejar los registros de bautismo y matrimonio con las oficinas del registro civil; también denunciaba a los sacerdotes católicos por no exigir una prueba que acreditara el legítimo matrimonio de las parejas que asistían a bautizar a sus vástagos 127 . Tal parece que este era un verdadero problema que su familia vivió en carne propia y que, al ser una práctica común, afectaba los registros estadísticos de la nación; sin duda, esta es una ventana abierta hacia un interesante tema de investigación.

Alfredo Peñafiel Asiain

Nació hacia 1880, pero desafortunadamente murió el 3 de junio de 1883 dentro de la casa número 1 de la calle de la Palma, hogar que la familia Peñafiel Asiain ocupaba en ese momento. El diagnóstico fue "meningitis cerebral aguda". Se expidió boleta para inhumar el cadáver en el Panteón de Dolores, Primera clase.

José Miguel Peñafiel Asiain

Sobre Miguel solo tenemos las partidas de bautismo y de registro civil; sin embargo, su comparación resulta interesante al testi-moniar cómo Miguel es presentado ante la iglesia como "el hijo legítimo de Antonio Peñafiel y Lorenza Asiain", mientras que en el libro de juzgado es asentado como hijo "natural", es decir, fuera del matrimonio y sin el apellido de Peñafiel. Veamos primero el documento religioso e inmediatamente después el civil: El 19 de febrero de 1908 presentó ante el registro civil sus intenciones de comprometerse con Matilde Muñoz Marquet de 21 años de edad, las cuales quedaron registradas en la partida número 164 del libro de matrimonios correspondiente a ese año en el Registro Civil del Distrito Federal. En sus generales dijo que vivía en la casa de sus padres (2da. Calle del Álamo 1232) y que era hijo legítimo de Antonio Peñafiel y Lorenza Asiain; sin embargo, es seguro que su declaración desató algún problema ante el juzgado, pues transcurrieron los días y en el libro no se encontraba rastro de celebración alguna. Finalmente, el 15 de marzo del mismo año, en la partida 247, nos encontramos con una nueva presentación para el mismo matrimonio. Los datos de Matilde aparecen idénticos a la anterior, pero los de Guillermo fueron cambiados radicalmente, veamos: Según se desprende de lo anterior, es un hecho que, aunque ya hubiesen pasado 34 años desde el nacimiento de su primer hijo, y la pareja Peñafiel-Asiain se empeñara en que su estado civil pasara desapercibido, las leyes -y tal vez algunos sectores de la sociedad tan conservadora que existía en ese tiempo-se los seguía recordando.

Al fin, después de estos pequeños traspiés burocráticos, la esperada unión se consumó el 6 de abril de 1908; lamentablemente, la prosperidad del matrimonio se ensombreció cuando nació muerto aquel que sería su primogénito, según consta del certificado que el propio Antonio Peñafiel firmó como médico el 5 de agosto de 1909. Diez meses después, en la casa Número 3 de los altos de la calle de la Cruz Verde, murió de preclamsia Matilde Muñoz con tan solo 25 años de edad.

Siete años pasaron para que Guillermo hallara a otra pareja. Al fin, el 10 de febrero de 1917, en Apizaco Tlaxcala, contrajo segundas nupcias con María Cervón, hermana de su cuñada Esther. Aunque Ancestry nos concedió acceso a la información principal, no logramos ver una imagen del documento que atestigua esta unión; sin embargo, en el reverso de una fotografía donde aparece retratada la feliz pareja, y que amablemente nos facilitó el maestro Arturo Saucedo, encontramos una leyenda que difuminó cualquier duda: "Para nuestros queridos padres. María. Guillermo. Apizaco, febrero 10 de 1917". Hasta donde tenemos conocimiento, el matrimonio procreó dos hijos: María Margarita María Cervón y Guillermo Peñafiel. Apizaco, Tlaxcala, 10 de febrero de 1917. Colección personal de Arturo Saucedo.

Margarita Peñafiel Asiain

Nació en ca.1899 cuando Lorenza tenía aproximadamente 40 años de edad. El 10 de febrero de 1923, a sus 24, contrajo matrimonio en la 2da. Calle del Álamo con José Verdusco, originario de Tamazula Jalisco, escribiente con 29 años cumplidos.

Julio Peñafiel Asiain

Lamentablemente no localizamos ninguna información sobre Julio. Como testimonio de su existencia únicamente tenemos las colaboraciones con su padre ya señaladas en el apartado anterior, su firma en las pinturas que realizó para la obra de Monumentos, su participación como "miembro auxiliar del Comité de México" en la Exposición Internacional de París de 1889 131 y la curiosa anécdota que presentamos a continuación:

Stefan George, un reconocido poeta berlinés que entabló fuertes lazos intelectuales con personajes de la talla de Max Weber, Heidegger o Gadamer, tuvo en 1890 el repentino impulso de viajar a México. Ese inesperado deseo, cuestionado y juzgado por algunos de sus conocidos, fue sembrado nada más y nada menos que por Julio, Porfirio y Antonio Peñafiel, cuando los últimos dos contaban con apenas 16 y 12 años de edad, respectivamente. George conoció a los tres hermanos en París. Su idioma lo sedujo, pues el intelectual alemán consideraba al castellano como uno de las lenguas más hermosas del mundo. Tras entablar una buena amistad, los Peñafiel presionaron a su padre para que firmara a aquel joven de 22 años una recomendación del consulado mexicano que habría de auxiliarlo en una visita que próximamente realizaría a España.

Según cuenta el propio poeta, su sentimiento de amistad fue provocado porque esos chicos "gritaban esos ruidos fuertes en su corazón y en sus oídos". Cuando este regresó de su viaje, por coincidencia, se encontró nuevamente con los mexicanos en Berlín. Pasó meses en su compañía, sobre todo la de Julio y Porfirio. Él les mostraba las calles de su ciudad, y ellos, en una especie de trueque cultural, lo bombardeaban con historias, leyendas e infinidad de curiosidades de su país. El berlinés vio entonces a México como la tierra prometida. La idea lo obsesionó y en un atlas, probablemente obsequiado por los Peñafiel, comenzó a estudiar las condiciones topográficas de su añorado destino; incluso, trató de persuadir a sus nuevos y jóvenes amigos para que convencieran a su padre de ayudarlo a migrar 132 .

Finalmente, George nunca visitó nuestro país, pero, a decir de algunos filólogos y biógrafos del poeta sajón, los jóvenes Peñafiel "le descubrirían en el Berlín de sus años de estudiante un México que George estilizaría como complemento concreto a la lingua romana 133 de su primera poesía 134 ". Regresando a Julio, nos arriesgaremos a hacer la siguiente conjetura. Si Antonio, debido a su corta edad, casi no participó de las anteriores aventuras y Porfirio contaba en ese tiempo con 16 años, ¿será acaso que Julio fuera mayor que ellos e hijo de su anterior matrimonio? Es una posibilidad, quizá eso explique el porqué de la ausencia de información sobre su persona. Definitivamente, habrá que seguir investigando este punto.

Hasta aquí nos hemos encontrado con una familia sumamente unida, lo deducimos porque la mayoría de ellos habitó la misma casa que sus padres durante mucho tiempo, algunos incluso estando casados; también por la camaradería que se mira en las fotos que incluimos a lo largo de este pequeño libro y por las dedicatorias que en el reverso de algunas de ellas podemos leer:

"¿Qué podremos desearte adorada Esther? Que seas siempre tan virtuosa, tan buena hija que con orgullo puedan decir tus padres, que eres el ángel de nuestra casa" o "Guillermo, deseo que este retrato te sirva de escudo toda la vida. Tu madre, Lorenza", que tal esta, dedicada a su cuñado Lamberto y que encontramos en un libro de Nomenclatura Geográfica puesto en venta en Barcelona, España: "A Lamberto Asiain, no al hermano adicto, sino al cariñoso hijo, que laborioso y modesto trabaja conmigo en la Estadística, no como subordinado sino como compañero incansable. Antonio Peñafiel".

Frases como estas son una pequeña evidencia del cariño y apego que percibimos hubo entre todos ellos.

Un matrimonio en vilo

Después de reconstruir parte del árbol genealógico de la familia Peñafiel-Asiain y ver cómo sorteaban algunas legalidades para registrar a sus hijos, se quedó en el aire la siguiente duda ¿Antonio y Lorenza formalizaron su unión algún día? La respuesta es afirmativa. El día 18 de septiembre de 1909, en los altos de la casa número 9 de la calle de la Santa Veracruz, falleció de colitis ulcerosa la señora Adela Calderón de la Barca que, según consta en su acta de defunción, estaba "casada con Antonio Peñafiel" y fue enterrada en el Panteón Español. Al siguiente mes, el 8 de octubre, Peñafiel comenzó los trámites para legitimar su unión con doña Lorenza. En la partida de presentación se puede leer cómo queda libre de sus anteriores votos: " […] pretendiendo contraer matrimonio Antonio Peñafiel y la señorita Lorenza Asiain […] el primero de 71 años, médico cirujano (hijo legítimo), viudo de la señora Adela Calderón de la Barca que falleció en esta capital el día 18 de septiembre próximo pasado […]". Así, ya sin ningún impedimento y después de haber solicitado la dispensa de amonestaciones, el 10 de octubre, en la casa número 60 de la 2da. Calle del Álamo, ante el juez Wenceslao Briceño y, "en nombre de la sociedad", fueron declarados en perfecto, legítimo e indisoluble matrimonio; situación que, dicho sea de paso, no era más que un mero formalismo legal, pues esa pareja tenía clara su unión espiritual desde hace más de tres décadas.

Dos años después, en 1911, aconteció el triste suceso que incapacitó a Peñafiel sus siguientes once años de vida. Para su descanso, esa terrible penitencia terminó a las diecisiete horas del día dos de abril de 1922, datos precisados por Carlos Maldonado, el médico que realizó su certificado de defunción. Para ese momento nuestro biografiado, según lo asentado en el acta respectiva, contaba con 89 años de edad, padecía de parálisis general del cuerpo y había muerto por bronquitis y congestión pulmonar. Durante su enfermedad, la familia contrajo algunas deudas que intentaron subsanar con la venta de sus colecciones arqueológicas y bibliográficas. Aunque algunas piezas fueron ofrecidas al Museo Nacional 135 , una buena parte de los libros fueron comprados por J. A. Stargardt, quien publicó en 1912 un catálogo para poner aquellos ejemplares a la venta 136 . Un año después de la emisión de esta publicación fueron ofrecidos a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos 1375 títulos de la Colección Peñafiel en 10,000 dólares 137 , Mientras que otra sección fue adquirida en 1914 por Karl W. Hiersemann y anunciada para la venta en su catálogo de 1914 138 .

Así se dispersó por el mundo toda una vida de coleccionismo y de estudio. De él, de nuestro Peñafiel, quedaron los testimonios que sus amigos nos brindaron, entre ellos los de Juan de Dios Peza, quien aseguró que era un hombre útil, enérgico, inteligente, honrado y que había puesto su vida entera al servicio de la patria. Así fue. Su legado intelectual nos pertenece a todos los mexicanos, se encuentra en cada una de las obras reseñadas en este pequeño libro y pueden ser consultadas en sus primeras ediciones dentro de repositorios públicos como la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, o bien, en la Biblioteca Nacional administrada por la UNAM en Ciudad Universitaria. Quien lo desee, siempre podrá acudir a estas instituciones y mirar, a través de los ojos de Peñafiel, el legado de aquel México investigado con suma dedicación; compilado y rescatado por un hidalguense que, con escalpelo en mano y espíritu galeno, comenzó sus correrías por este mundo para, luego de conocer la rica historia de su país, terminar como un verdadero tlacuilo o escriba prehispánico, empuñando el pincel y la pluma para transmitir su conocimiento y sus opiniones a las nuevas generaciones. • Vigil Batista, Alejandra, "Una búsqueda en la Hemeroteca Nacional Digital de México: el caso de Antonio Peñafiel." en Compendio de XII Jornadas Académicas, UNAM-IIB, México, 2013.

• Ximénez, Francisco, Cuatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales de uso medicinal en la Nueva España, Antonio Peñafiel