EL FRUTO DE LOS EJERCICIOS
Reflexión en la “Jornada sobre el ministerio de los E.E..
Casa Padre Hurtado,28 de julio 2003.
Dos observaciones preliminares
De hecho, históricamente, los Ejercicios han dado frutos enormes en la Iglesia y fuera de ella.
Desde luego, el fruto que produjo Ignacio en sus seis compañeros fundadores de la Compañía
de Jesús. Recordemos a dos de éstos: San Francisco Javier, que llevó los Ejercicios a la India y el
Japón, y el Beato Pedro Fabro, que los difundió por toda Europa.
Ignacio mismo dio los Ejercicios a muchas otras personas de su tiempo: religiosos, laicos,
profesores, gente sencilla como Maria de la Flor. Los Ejercicios realmente marcaron todo el siglo
XVI y XVII. La renovación católica de esa época fue hecha en base a los Ejercicios.
Mucha santidad ha brotado de los Ejercicios. Los jesuitas mártires del Canadá hacían en
Francia el mes de Ejercicios y después se iban al Nuevo Mundo a sellar su fe con el martirio. Hoy
día sigue siendo así.
Los Ejercicios siguen marcando las grandes renovaciones de la Iglesia, desde la Santa Sede
hasta las Carmelitas, pasando por toda suerte de personas católicas y de otras denominaciones
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Gloria a Dios
cristianas, como ser los anglicanos, luteranos y metodistas. Muchos de estos hacen los Ejercicios
con gran provecho. Un pastor luterano decía que gracias a las contemplaciones y coloquios de
los Ejercicios, aprendió a gustar la palabra de Dios internamente. Los luteranos son grandes por
su amor a la Palabra y por sus himnos, pero eso de sentirla y gustarla interiormente fue algo que
él recibió como gracia a partir de los Ejercicios. También se ofrecen adaptaciones de los Ejercicios
a fieles de otras religiones.
Dios de hecho ha despertado y despierta mucha vida por medio de los Ejercicios. Creo que
ésta es la experiencia de todos nosotros que estamos aquí tratando de renovarnos en el amor y
manera de proponer los Ejercicios.
Como segunda observación inicial, quisiera recordar que Ignacio concibe los Ejercicios no
solamente para el provecho personal del que los hace sino para ayudar a los demás. Para él los
Ejercicios tienen una irrenunciable orientación al apostolado y el servicio de los prójimos. En
una carta suya desde Venecia al sacerdote portugués don Manuel Miona, que fue su profesor
en la Universidad de Paris, Ignacio lo invita a que haga Ejercicios. Y lo alienta diciéndole que los
Ejercicios son “todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender tanto para que
el hombre pueda aprovecharse a sí mismo como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a
otros muchos” (Carta del 16 de noviembre de 1536).
No podemos insistir lo bastante en esta finalidad apostólica de los Ejercicios. “El aprovechar a
los demás” no debiera ser una especie de subproducto casual, que a veces se da y otras veces no.
Pertenece a la médula más íntima de los Ejercicios. Recordemos el coloquio ante Cristo en cruz:
“¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Él?” (EE 53).Igualmente,
la contemplación tan fundamental del Llamamiento de Cristo Rey Eternal es “a estar con Él y
trabajar con Él” (EE 95). Lo mismo Las Banderas, Los Binarios y los Tres modos de humildad o
amor: todo tiene un dinamismo apostólico. Sin ese dinamismo apostólico, si éste no se despierta
o si después enmudece, es señal de que los Ejercicios no han sido genuinos, no han asimilado lo
substancial, no han sido vividos en su dinámica más rica.
El fruto que se espera de los ejercicios
Bien, después de estas cosas introductorias entremos de lleno en el tema: ¿Cuál es el fruto
que se espera de los Ejercicios? No es otro sino Cristo, es llenarnos de Cristo, amarlo cada vez
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Capítulo VIII. La Gloria en la Espiritualidad ignaciana
más, escuchar su llamamiento, convertirnos de todas las redes y cadenas que nos aprisionan y
que nos impiden seguirlo. Es ponernos bajo su escuela para llegar a ser enviados suyos como
fueron los 12 apóstoles, como fueron los 72 discípulos y como fue esa comunidad de más de 100
seguidores suyos que recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés y que se esparcieron después
por todo el mundo, anunciándolo . El fruto de los ejercicios es Cristo, llenarnos de Él, trabajar
con Él, cargar con su Cruz, morir con Él y resucitar con Él para que el mundo crea, es decir, para
que el mundo tenga vida.
En palabras de San Pablo, el fruto de los Ejercicios es llenarnos de Cristo hasta poder decir
“vivo yo, no yo, sino que Cristo es quien vive en mí” (Gal 2, 20). Es que nuestra única gloria sea el
ser apóstol de Cristo Jesús (Rm 1, 1). Que nuestra vida sea para anunciar a los demás el misterio
del Padre. Y que para esto estemos dispuestos a “hacernos todo a todos para ganarlos a todos”
(1 Cor 9,19).
En otro enfoque, tomado de los Hechos de los Apóstoles, el fruto de los Ejercicios es acompañar a Jesús desde el comienzo de su vida hasta su ascensión al Padre. Recuerden el pasaje
cuando los apóstoles, después de la Ascensión, regresan a Jerusalén y ven la necesidad de llenar
el hueco dejado por Judas. Entonces se ponen a pensar con qué criterio buscarían a ese apóstol
que se uniría a los Doce. Y todos concuerdan en que “tiene que ser alguno que halla acompañado a Jesús desde el bautismo de Juan hasta que Jesús subió al cielo...para que junto con
nosotros dé testimonio de que Jesús resucitó” (Hch 1, 21-22).
El fruto de los Ejercicios es hacernos testigos vivos de toda la vida de Jesús. Son un acompañarlo desde el comienzo de su vida – el evangelio de Lucas nos retrotrae al Sí de María, a la
Encarnación, al nacimiento y vida oculta – hasta su final, cuando aleja su presencia visible y pasa
la palabra a la Iglesia y al Espíritu. Acompañándolo en las contemplaciones, llenamos de Él las
pupilas de nuestro corazón y nos identificamos con Él. Así nos compenetramos de Jesús, y nos
capacitamos para ser testigos suyos en nuestra vida.
Esto evidentemente se siente y experimenta mejor y más a fondo en los 30 días de Ejercicios:
Pero como la Iglesia es más sabia que San Ignacio, también lo podemos vivir muy a fondo a
lo largo del año litúrgico, que es la gran manera comunitaria de acompañar a Jesús. Pero para
que esto de fruto, no basta con asistir apurado o distraído a las misas dominicales, sino que se
requiere de nuestra parte preparación y recogimiento. El año litúrgico, vivido en oración, nos
ayuda a actualizar y profundizar comunitariamente el fruto de los Ejercicios y nos hace pasar
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Gloria a Dios
del conocimiento superficial o sólo emotivo al nivel del “conocimiento interno” y personalmente
gustado y asimilado de Cristo Jesús, que es lo que nos capacita para ser sus testigos.
Resumiendo lo dicho, lo que se espera de los Ejercicios es Cristo, Cristo y sólo Cristo; que
seamos otro Cristo; y, por lo mismo, comunicadores del evangelio de Cristo a los demás.
Cristocentrismo trinitario
Pero decir Cristo es decir la Trinidad. Cristo no se envió a si mismo, no vivía para sí solo, no
trabajaba para sí, no se anunciaba a Él. Es enviado por su Padre, trabaja para su Padre y para
reunirle la humanidad, que somos nosotros sus hermanos, los hombres de todos los tiempos. La
centralidad de Cristo en los Ejercicios no puede presentarnos un Cristo destrinitarizado, porque
Cristo sin el Padre no es Cristo.
Lo mismo dígase del Espíritu Santo. Sin éste tampoco Cristo es Cristo. Jesús es el enviado
del Padre, pero actúa movido por el Espíritu Santo. Es el Espíritu el que lo impulsa después del
bautismo a ir al desierto, el que lo empuja a ir a Nazaret a inaugurar el anuncio del reinado
del Padre, el que pone en Él entrañas de compasión para sanar a los enfermos y perdonar a los
pecadores, el que lo hace glorificar al Padre porque sus discípulos salieron a predicar y sanar y
dieron mucho fruto, son sus enviados, sus continuadores en la misión del reino (Lc 10, 21). Es el
Espíritu, finalmente, el que lleva a Jesús a la Pasión (He 9, 14), lo resucita de entre los muertos y
lo constituye en Dador de vida, Señor y vivificador.
Los ejercicios son un camino maravilloso para vivir como hijos, creados en Cristo por Dios en
el amor, para anunciar la Noticia plenificante del Padre común y de la hermandad de todos los
hombres. Y que podamos hacer esto no en base a nuestras ansias, apuros y enfermizas urgencias
espirituales o apostólicas sino que al ritmo del Espíritu de Dios, que es ritmo de gozo y de paz.
Si vivimos la vida espiritual y apostólica en base a nuestras propias ansias o frustraciones,
no estaremos tallando realmente una imagen de Cristo. El Espíritu Santo escribe las páginas de
nuestra historia de salvación y nos configura a Cristo, pero a un ritmo que debemos aprender
a reconocer y respetar. Como decía el Padre Hurtado: “Se trata de marchar con Cristo al paso
del Espíritu, ni un paso más adelante ni un paso más atrás, ni más lento ni más rápido; cada
cual tiene su ritmo y velocidad. Siguiendo su dirección, sin desviarme ni a la derecha ni a la
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Capítulo VIII. La Gloria en la Espiritualidad ignaciana
izquierda”. Esto es vivir a Cristo conducido por el Espíritu de Dios. Este es el camino espiritual al
cual nos llevan los Ejercicios.
Por eso, cuando se trata de elegir cómo orientar y vivir nuestra vida, Ignacio propone que
contemplemos los misterios de la vida de Jesús y que, a su vez, estemos muy atentos a los
movimientos interiores, a los toques del Espíritu en nosotros. Esta es la doble vertiente de la
espiritualidad de los Ejercicios. Por una parte, que nos impregnemos de Cristo mediante la contemplación atenta y devota de los misterios de su vida. Esto hará que se despierte en mí un deseo intenso de conocerlo, de más amarlo, seguirlo e imitarlo. Así me hablarán no solamente las
palabras de Jesús sino también sus gestos, sus silencios, el paisaje y las personas con las cuales
Él se relaciona. Todo lo que hay en los evangelios será mensaje y palabra de Cristo para nosotros.
Pero esta vertiente exige la otra, a saber, que estemos atentos a los movimientos interiores que
se despiertan en mí en las contemplaciones y en todos los momentos de mi vida.
Espiritualidad libre y liberadora
Esta doble vertiente hace que la espiritualidad de los Ejercicios sea siempre muy libre y liberadora. Libre y liberadora porque no es una espiritualidad que se reduzca a imperativos de lo
que hay o de lo que no hay que hacer. Una elección de estado de vida no se hace sólo en base
a razones de lo que es mejor o en base a consejos de los padres espirituales y predicadores.
Imperativos de orden moral y consejos de lo que es razonable son buenos y necesarios, pero de
por sí no bastan para acertar en mi respuesta cristiana a Dios, en el “hágase, Señor, tu voluntad”.
Hay que tener mucha conciencia de que la libertad de Dios suele ir más allá de lo que es razonable para el común de la gente y que puede pedirnos cosas especiales. Una elección vital – por
ejemplo, mi carrera profesional o un giro radical hacia el apostolado o a vivir con los pobres o al
matrimonio con tal persona o a la vida religiosa o al sacerdocio - se hace en base a cosas más
íntimas, profundas y personales, y a eso Ignacio nos enseña a atender. Hemos pues de cavar más
hondo y atender cuidadosamente a los movimientos y a las invitaciones interiores del Espíritu, a
los estados de gozo y paz, que son su signo, y a sus contrarios, en que nos mueve más lo que nos
aleja de Dios y su servicio. Esto se llama “vivir según el Espíritu”, esto es “vida espiritual”. Y esto
es libertad, porque “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Cor 3, 17).
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Por promover la libertad, esta espiritualidad es siempre joven y rejuvenecedora, renovada y
renovadora. El Espíritu de Dios, el Espíritu del Resucitado es el que la lleva, marcándola con sus
propios rasgos: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gal 5, 22-23). Es una espiritualidad fuerte, con la fuerza que viene de Dios para
vencer todas las resistencias: las propias y las del ambiente que nos rodea. Por lo mismo, no es
voluntarista, sino humilde y confiada. Pero no confiada en la confianza que brota de nosotros
sino en la confianza que viene de Dios. Para usar la máxima tan querida de San Ignacio: ”Sólo
en Él poner nuestra esperanza”.
La lucha por la libertad
Vivir así es una guerra. Porque siempre combaten en mí la mal entendida libertad de proclamarme a mí mismo dueño de hacer lo que me plazca y la “libertad del Espíritu”, que, sacándome
de mí mismo, me conduce a un aumento creciente de comunión con Dios, con los demás y con
toda la creación.
Desde la Primera Semana los Ejercicios nos introducen en esta lucha. Por una parte, el pecado de los ángeles, el pecado de los primeros padres, el pecado en la historia, las estructuras
de pecado, el mal ambiente en el mundo que respiramos; y el pecado personal, con el que cada
uno contribuye a aumentar este mal ambiente que causa tanto daño y sufrimientos, a nosotros
mismos y a los demás. Y por otra parte, Dios y sus renovadas alianzas en Cristo, que vence la
destrucción y la muerte.
Las Banderas nos alertan sobre las estrategias de los bandos en lucha. La fidelidad al estilo de
Cristo y a su Espíritu exige de nosotros combatir la soberbia, esa tendencia a sentirnos por encima de todos los demás, cosa que requiere muchas y permanentes conversiones. Y para que éstas
no queden en el aire, hemos de plasmarlas en bien ponderadas elecciones y reformas de vida.
Para acertar en nuestras elecciones los Ejercicios nos ofrecen las reglas de discernimiento.
Las de 1ª semana para los principiantes; las de 2ª, para los más deseosos de elegir en todo según
la voluntad del Señor. Pero como nuestro progreso espiritual no es uniforme, porque siempre
surgen áreas nuevas, en las que somos principiantes, y en otras retrocedemos y necesitamos
recomenzar, hemos siempre de echar mano tanto de las reglas de 1ª como de las de 2ª semana.
Nunca estamos totalmente convertidos. Como las olas del mar que llegan y se van, así nos va-
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mos convirtiendo por oleadas, a medida que llegan a nuestra conciencia nuevas olas paganas y
las purificamos con el evangelio.
A estas conversiones ayudan también mucho las “Notas para sentir y entender escrúpulos
y suasiones de nuestro enemigo” que, en el fondo, son consejos para crecer en mayor verdad y
sanidad espiritual y psicológica y hacernos así más libres (EE 345-351).
¿Son elitistas los Ejercicios?
El fruto de los Ejercicios, en síntesis, es que el ejercitante salga de ellos decidido con la gracia
divina a vivir sólo para Dios, encontrándolo, sirviéndolo y amándolo en todas las cosas. Que esté
íntimamente unido y configurado a Cristo. Que todos sus deseos sean trabajar con Él para que su
Padre reine en este mundo. Por lo mismo, vive dócil y atento a los toques misioneros del Espíritu
Santo, en esta comunidad de la esposa de Cristo que es la Iglesia.
¿Pero no es esto algo para muy pocos, un soberano elitismo? Ignacio, que dispuso que los
jesuitas se comprometiesen con voto a trabajar con los niños e ignorantes, no tenía nada de
elitista. Para hacer los Ejercicios completos busca personas con subiecto, vale decir, de buena
capacidad natural y de voluntad real de buscar y servir a Dios en todo.
Pero él sabe que hay personas que no tienen las cualidades para hacer toda la trayectoria de
los Ejercicios, o porque no tienen la edad o por falta de salud o por carecer de educación u otras
cualidades. Otras personas no son aptas para los Ejercicios completos porque se limitan a “llegar
a un cierto ánimo de contentar a su ánima” y les falta la voluntad de hacerlos bien .
Pero a ninguno de éstos Ignacio les cierra la posibilidad de hacer algunos Ejercicios más
ligeros, reservando, eso sí, los completos a los que desean aprovechar en todo lo posible. De eso
habla la anotación 18. Hago notar que en ningún momento dice Ignacio que estas personas
sean de menor calidad espiritual que los que pueden hacer todos los Ejercicios. Creo que es
importante ese respeto y pensar que cada persona tiene su camino.
El criterio que pone Ignacio para saber a qué personas dar los Ejercicios leves es doble. Uno,
que las personas “hagan cosas que puedan descansadamente llevar”. Dos, que haga cosas que
le aprovechen y no, que le hagan daño (Anotación 18). Ignacio no quiere que a las personas les
impongamos cargas que en vez de liberarlas las abrumen. En esto se muestra grande de verdad,
hombre de Dios y gran maestro de espíritu.
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Es muy importante no olvidar la anotación 18. Tengamos claro que no toda la gente tiene
que hacer toda la trayectoria de 1ª,2ª, 3ª y 4ª semana. Lo que importa es que las personas aprovechen, para lo cual no hay que proponerle Ejercicios que “no pueden descansadamente llevar”.
Al actuar así, no negamos a nadie los Ejercicios, sino que invitamos a todos a que hagan
lo que realmente más les aproveche. Se puede hacer perfectamente Ejercicios con el primer
modo de orar o con el segundo, con los exámenes de conciencia, con las meditaciones sobre los
mandamientos o los cinco sentidos. En fin con textos litúrgicos de la Iglesia, como el Credo o el
Gloria. El padre José Calveras, que fue el gran renovador de los E.E. en el siglo pasado, decía que
bastaría un Gloria bien rezado por el 2º modo de orar para producir en muchos los frutos que
otros pueden obtener haciendo el recorrido completo de los Ejercicios (dato de la tradición oral).
Hay muchos caminos en la vida espiritual, y no necesariamente el camino de las cuatro semanas completas es el mejor para todos. Es sin duda una gran bendición de Dios poder pasar 30
días de Ejercicios acompañando a Cristo, impregnándose de Él, llenando con Él mi imaginación,
mi corazón , mis sentimientos, mis sentidos, todo mi ser. Es una bendición enorme, una especie
de camping de gratuidad con el Señor; a ratos duro como suelen ser los camping, pero que produce mucha intimidad y deseo de trabajar por su causa del reino. Pero no todos pueden hacerlo
o no todos tienen esa vocación.
Me parece muy importante recalcar la diversidad de formas como Ignacio y sus compañeros
daban los Ejercicios. De hecho, históricamente - como puede leerse en Ignacio Iparraguirre,
Historia de los Ejercicios, o en John O’Malley, Los primeros jesuitas -, los Ejercicios que más se
dieron en la Compañía temprana fueron los de la Anotación 18. Si a veces los Ejercicios que
damos no producen bastantes frutos, preguntémonos si hemos cuidado de regularlos según
las necesidades y capacidades de las personas. En esta materia podemos actuar contra la gracia
o bien por exigir poco o por exigir en concreto más de la cuenta. Felizmente, en Chile hemos
revalorizado los Ejercicios Populares. Pero siento que hemos de dar nuevos pasos en la práctica
de la Anotación 18, extendiéndola al mundo de los profesionales, los universitarios, los inicios
del camino CVX y los colegios.
Por lo demás, en esto de medir los frutos evitemos caer en exitismos atrayentes e individualismos fáciles. ¿Quién puede saber que un ejercitante los hizo bien y dio muchos frutos? En
una Iglesia de comunión de los santos es difícil medir el fruto solamente por lo que hace un
individuo. Los frutos son comunitarios, la santidad es comunitaria, la santidad de cada uno de
ustedes, la del padre Hurtado, la de los ejercitantes es comunitaria. También los frutos apostó-
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licos son comunitarios. Es toda la Iglesia que actúa y está presente en lo que yo oro y en lo que
hago; y también al revés.
Con esta reflexión sobre el elitismo completo lo que arriba dije sobre el fruto que se puede
esperar de los Ejercicios. Terminemos repitiendo lo principal de esta charla: el fruto de los Ejercicios es Cristo, vivir con Cristo para el proyecto del Padre, guiados por el Espíritu Santo en una
Iglesia que es de comunión y participación misioneras: “para que el mundo crea” (Jn 17, 21). Vivir
así es una lucha pesada, pero a su vez llena de bendiciones y de cosas hermosísimas
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