Gerardo Rodríguez Salas, Hijas de un sueño, prólogo de Ángeles
Mora, Granada, Esdrújula, 2017, 156 págs.
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(CC-BY-NC).
DOI: https://doi.org/10.24197/cel.10.2019.LXI-LXIV
No es habitual que la primera incursión literaria de un escritor destile
madurez, originalidad y experimentación formal. Por eso sorprende que la
opera prima de Gerardo Rodríguez Salas, Hijas de un sueño, consiga
combinar estos ingredientes para ofrecernos una obra literaria que ya se ha
convertido en un clásico granadino con proyección universal. En el caso de
este autor, él mismo confiesa en varias entrevistas que gestó el volumen
durante tres años y, aunque salta al mundo de la escritura creativa a una edad
relativamente tardía para lo que es habitual, precisamente por eso y por su
bagaje como profesor universitario de literatura en lengua inglesa, cuenta con
unas herramientas técnicas e intertextuales que convierten su narrativa en un
curioso lienzo literario.
El conciso y lírico prólogo de Ángeles Mora (Premio Nacional de Poesía
2016) abre las puertas al pueblo imaginario de Candiles, que, ubicado en
algún lugar de Andalucía oriental y con marcados tintes autobiográficos,
convierte la geografía personal de su autor en una imaginaria, un territorio
provinciano global que se suma a la nómina de «geografías misteriosas» (Luis
Mateo): Celama, Región, Macondo o Comala. Hijas de un sueño es una
colección de relatos que conforman una novela fragmentada, pues las
historias acontecen —a veces claramente, otras se sobreentiende— en el
pueblo imaginario de Candiles. Entre las temáticas abordadas destacan
memoria histórica y Guerra Civil española, violencia de género, identidad
sexual, religión y espiritualidad o amistades interraciales, pero estos temas no
son más que un telón de fondo, pues el protagonismo recae enteramente en
los personajes que desfilan por este palimpsesto polifónico, una heteroglosia
bajtiniana que da voz a personajes tradicionalmente marginados e invisibles
en la historia no solamente de nuestro país, sino de cualquier sociedad
patriarcal. A través de pinceladas impresionistas, el autor moldea sus
personajes que, siguiendo la estela de la autora sobre la que Rodríguez Salas
redactó su tesis doctoral, Katherine Mansfield, adquieren profundidad
introspectiva a través de distintas técnicas narrativas y de silencios
cuidadosamente esparcidos por las páginas del libro, silencios que permiten
que cada lector/a los rellene con su imaginación. De este modo, el autor
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acompaña a los/as lectores/as de la mano por las brumosas calles de Candiles,
pero sin juzgar, sin intervenir, dejándonos montar el puzle narrativo con total
libertad.
Cada relato aparece encabezado por una cita, la mayoría procedentes del
entorno literario granadino (Mora, Egea, García Montero, Gómez), tal vez
para insistir en el marcado localismo que sirve de punto de partida a este
volumen. Sin duda, la mayor originalidad de Rodríguez Salas, y también el
mayor riesgo, radica en reproducir con total verosimilitud las hablas rurales
andaluzas, no sólo a través de una selección de léxico y modismos que
permiten rescatar expresiones locales al borde de la extinción, sino también
giros sintácticos e incluso rasgos fonético-fonológicos que, sin ser una
transcripción fiel, dotan a muchos diálogos del libro de frescura etnográfica.
Esta apuesta narrativa, tal y como apunta el propio autor, recuerda a Zora
Neale Hurston y su capacidad para recrear el habla sureña norteamericana de
entornos rurales afroamericanos como Eatonville, una apuesta que en el caso
de Hurston no fue entendida, siendo acusada de reduccionismo lingüístico y
de parodia de la comunidad negra. Rodríguez Salas comparte la maestría de
Hurston hasta tal punto que su figura como escritor desaparece por completo
durante los diálogos rurales, una habilidad que se suele echar en falta en la
narrativa neorruralista actual. Tal vez los ejemplos más significativos de estos
diálogos los encontramos entre las hermanas del relato «Hijas de un sueño»,
entre los jóvenes protagonistas de «Lagartijas» durante su escapada navideña
a La Alpujarra granadina y, sobre todo, en el relato «Aceite y jabón»,
enteramente narrado en primera persona por una anciana del pueblo con un
discurso plagado de errores gramaticales, pero marcado por la sabiduría rural
y por las cicatrices de la Guerra Civil. Es de destacar, igualmente, la habilidad
de Rodríguez Salas para distinguir registros dentro de las hablas rurales: desde
el habla andaluza de una mujer con carrera, como Sor Vicenta en «Hijas de
un sueño» o los jóvenes preuniversitarios en «Lagartijas», hasta el habla de la
protagonista de «Aceite y jabón», que nunca fue a la escuela. Y, por encima
de todo, el autor nunca ridiculiza a sus personajes ni su forma de hablar, nunca
cae en la mera caricatura andaluza, a pesar de que, en medio de la tragedia
que encierran la mayoría de los relatos, el lector/a no dejará de sonreír con las
ocurrencias y la idiosincrasia de algunos personajes.
La intención del autor con este libro, tal y como elabora en su artículo
«La literatura como Historia alternativa de las mujeres rurales andaluzas» (La
Palabra 33, 2018), es dar voz a sujetos subalternos andaluces, sobre todo
mujeres rurales, y ofrecer una historia alternativa a través de la ficción. Para
ello, se embarca en una atrevida experimentación formal, que combina con
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personajes en algunos casos de dudosa credibilidad. En «Hijas de un sueño»,
dos de las hermanas que acompañan a su madre en el lecho de muerte nos
cuentan a través de flashbacks recuerdos que entroncan con la posguerra
española, narrando historias que proceden de la tradición oral del pueblo y
que están vinculadas a sus sentimientos más profundos, que tal vez desdibujan
el pasado objetivo y que, precisamente por eso nos ofrecen una historia más
real; de hecho, entre las tres hermanas reconstruyen la imagen mítica de la
abuela, a la que nunca escuchamos, a través de un diálogo a tres voces. En
«No duerme nadie», uno de los relatos más experimentales con tintes poéticos
y con un estilo que se mimetiza con «Poeta en Nueva York» de Lorca,
escuchamos la voz de un feto que morirá antes de nacer y la de una madre que
pierde a su bebé y que conecta con la pérdida del 11S de Nueva York y el
asesinato de Lorca. La protagonista de «La cueva» es una mujer con
Alzheimer que, a través de la mezcla de una narradora poco fiable y una
narración focalizada, nos revela que la creencia ciega de la protagonista en un
curandero y sus aparentes paranoias pueden ser más reales para el lector/a que
la versión oficial sobre la santería. En «La lámpara», una niña blanca y otra
negra, originalmente de Madagascar, entablan una amistad que arroja luz
sobre un pasado cargado de violencia. En «Babel», los protagonistas son
personajes transgénero y, a través de unos diálogos urbanos e incluso groseros
que contrastan poderosamente con el lirismo de la prosa, revelan una lucha
cada vez más necesaria por enfrentar los prejuicios en pueblos pequeños como
Candiles, que el autor nos dibuja con sus luces y sus sombras.
Este desfile de personajes está aderezado por interesantes referencias
intertextuales que resultan pertinentes para construir las historias y dotarlas de
interminables capas de significado. El modernismo literario inglés, en el que
se centra la investigación de Rodríguez Salas, impregna el localismo
granadino de su obra y el resultado es un perfecto maridaje, como ocurre en
«Retales», donde el autor utiliza la estructura del relato de Katherine
Mansfield «La señorita Brill» para presentarnos a una solterona de Candiles,
de nombre Rosita, que abre de par en par las conexiones con la obra teatral de
Lorca y, en particular, con Doña Rosita la soltera, si bien, frente al lenguaje
simbolista de Lorca, los diálogos de Rodríguez Salas son más de corte
etnográfico. El influjo de Mansfield también se percibe en el relato homónimo
«Hijas de un sueño», donde el diálogo de las hermanas recuerda al de las
protagonistas de «Las hijas del difunto coronel» y la atmósfera recreada
parece transportarnos a Cinco horas con Mario de Delibes. Mansfield
también planea sutilmente por «La lámpara» («Casa de muñecas») o «Todas
las almas» («El viento sopla»). Las obras de la coetánea de Mansfield,
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Virginia Woolf, concretamente Una habitación propia y Orlando, sirven
como hipotextos del relato «Al otro lado de los sueños», una historia de amor
que transciende el tiempo y donde los protagonistas, jugando con la
androginia propugnada por Woolf, se reencuentran en distintas vidas, a veces
como personajes históricos, en otro relato experimental narrado por un
personaje que bien podría estar muerto o ser un sueño.
Otro claro ejemplo de intertextualidad es el cuento que cierra la
colección, «Doce mariposas», una reescritura feminista vagamente ubicada a
principios del siglo XIX, cuando la Inquisición aún existía. Un grupo de
mujeres rurales buscan refugio de la violencia de sus maridos en los rezos de
la iglesia y la historia se convierte en leyenda para el pueblo de Candiles, que
se transmite de madres a hijas para que no caiga en el olvido. Este relato se
construye utilizando como base el cuento de los hermanos Grimm «Las doce
princesas bailarinas»; los discursos de género y de clase se entremezclan para,
al igual que escritoras como Angela Carter, Margaret Atwood o Jeannette
Winterson, ofrecer una reescritura feminista de los cuentos de hadas.
Aunque en estos relatos las referencias intertextuales son la base de la
construcción de los cuentos, en otros, las alusiones son más anecdóticas, si
bien aportan al texto una mayor profundidad simbólica e interpretativa. Es el
caso de referencias a Penélope de La Odisea (Matilde en «Hijas de un
sueño»), mitos clásicos («Espejismo»), Platón y la Torre de Babel («Babel»)
o Alicia en el País de las Maravillas («A la vuelta de los sueños»).
Y, sin embargo, la maestría de Gerardo Rodríguez Salas es hacer resonar
todas estas referencias en la caja torácica de su libro para hacernos escuchar,
tras este palimpsesto posmoderno, una voz propia cargada de lirismo. En una
era donde la posverdad se convierte en un discurso ineludible, Rodríguez
Salas combina numerosos ingredientes con pericia para cuestionar verdades
categóricas (historia, nacionalismo, religión, identidades de género) y
ofrecernos una colección de relatos original, fresca y audaz. Tengo la
corazonada de que ésta no será la única vez que los/as lectores/as crucemos
las puertas de Candiles.
ISABEL MARÍA ANDRÉS CUEVAS
Universidad de Granada
iandres@ugr.es
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