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El liberalismo que no es: puto

Este texto es el resultado de un examen del curso Teoría Política III de la Licenciatura en Ciencia Política (Udelar), aprobado en 2015. En resumen, el artículo intenta demostrar cómo la homofobia liberal opera en la esfera pública, llegando a la conclusión de que el liberalismo y la agenda LGBT generan ciertos grados de incompatiblidad en la esfera pública.

El liberalismo que no es: puto

No es infrecuente el mal uso del término liberal. Basta tan sólo con pensarnos en América Latina y observar cómo se asocia al neo-liberalismo como sinónimo de algo malo. Se podría decir que la palabra en cuestión, el liberalismo, ha pasado por una metamorfosis de múltiples identidades y formas. Esto es porque la Weltanschauung de lo liberal ha sufrido severas confusiones al comprenderlo como una filosofía de vida, cuando es en realidad una doctrina política. Como señalaba Shklar (1993), el liberalismo tiene como única meta garantizar las condiciones políticas necesarias para el ejercicio de la libertad personal, para que la toma de decisiones no se vea sometida al miedo acerca de cómo resultarán los aspectos de la vida de la persona.

Desde la errónea construcción de comprenderlo como una filosofía de vida, ya que en sí no responde a una doctrina determinada, se ha usado equivocadamente liberalismo como analógico a la modernidad, cuando en sí el liberalismo ha sido raro tanto en teoría como en práctica, sobre todo pensándonos por fuera de Europa. Así también se ha creado una falsa concepción de lo liberal como neutral, imparcial, hasta carente de contenido político (Shklar, 1993). Si bien la modernidad ha significado un cambio radical respecto a épocas anteriores por la forma de concebir lo público y lo privado, creando un nuevo concepto de la privacidad, restringido a la intimidad como esfera contrapuesta de la publicidad (Arendt, 1993), el liberalismo rechaza las doctrinas que no reconocen la diferencia entre estos espacios (Shklar, 1993).

Aquí me gustaría introducir el concepto teórico de homofobia liberal, refiriendo al tipo de actitud homosexual que permite la «expresión de la homosexualidad en el espacio privado pero que en ningún caso acepta que se haga pública» (Pichardo, 2007en Schenck, 2014, similar al concepto de tolerancia opresiva elaborado por Sempol (2013). Este tipo de homofobia sustituye el discurso tradicional explícito del rechazo frente a identidades y expresiones no hetero-conformes, silenciándolo en el nivel público mas sin dejar de establecer la jerarquía de lo heterosexual sin problematizarla como forma de discriminación (Schenck, 2014). Cabe entonces hacerse las siguientes preguntas: ¿Qué es lo público y qué es lo privado? ¿Debería existir una línea divisoria aún si esto deja en evidencia fuertes componentes de discriminación homófoba?

En La condición humana, Arendt nos dice que «el descubrimiento moderno de la intimidad parece un vuelo desde el mundo exterior a la interna subjetividad del individuo, que anteriormente estaba protegida por la esfera privada» (Arendt, 1993:75). En ese sentido resulta útil aferrarnos a los desarrollos teóricos sobre el significado que ha tomado lo público en torno a la identidad de los individuos: para ser visto y oído por otros, entendiendo que todos y todas ven y oyen de forma distinta, es importante recalcar que la permanencia de la identidad hace que los y las que ven, vean lo mismo. Únicamente allí es donde aparece de forma auténtica la realidad de cómo es el mundo (Arendt, 1993). Ahora bien, ¿Qué podemos hacer si estas identidades son constantemente oprimidas por la homofobia liberal en el espacio público? ¿Cuál es el papel del discurso como recurso de la interacción comunicativa de garantizar la permanencia de ciertos valores (in)morales en la esfera pública? ¿Cuáles son los valores que como sociedad establecemos como morales y cuáles no?

En la teoría de la acción comunicativa, Habermas nos plantea que la discusión política es entendida como la única posibilidad de superar conflictos sociales, en la búsqueda de consenso pese a los disensos que puedan presentarse (Boladeras Cucurella, 2001). En Factidez y validez (1998) se entiende el surgimiento de la opinión pública como eje constituyente de cohesión social, construcción y legitimación política, en el que las libertades individuales y políticas dependen de la dinámica que se desaten en el espacio público, cediendo al carácter constitutivo de cualquier tipo de diálogo. Si bien lo privado, por definición, es entendido como la exclusión de la esfera estatal, vale señalar que los ciudadanos son portadores del derecho a aparecer en el espacio público en el que manifiestan sus problemas de los distintos ámbitos de la esfera privada. En otras palabras, el Publikum, como expresión de las personas privadas, aportan transformaciones sustantivas en el espacio público (Habermas, 1998). ¿Pueden ser entonces defendibles los actos de homofobia liberal por el mero hecho que se haya dado acuerdo sobre ellos en el espacio público? ¿De qué manera se aporta a la modernidad, si resulta que la discriminación es la antítesis de ella?

Rasmussen (1991) explica que la modernidad ha sido definida como aquello que genera estructuras normativas de sí misma. La apuesta recae en que esto puede hacerse una teoría de la racionalidad basada en el lenguaje. Dado el deseo general de querer transformar problemas de la filosofía de la conciencia en filosofía del lenguaje, será entonces necesario desarrollar éticas del lenguaje. En tanto a lo que implica la posición ética en la modernidad, necesariamente debe ser generada de forma ausente a la tradición, para así poder justificarse en sí misma. Sentado esto, la homofobia no puede entonces estar integrada en la modernidad.

Sin embargo, desde la lógica de procedimientos discursivos, no necesariamente tiene porqué darse de esta manera. El supuesto procedimental que informa la lógica del discurso podrá dar lugar al desarrollo de un consenso respecto a la adjudicación indicada de la validez de las demandas. Estos procedimientos deben ser leídos desde la naturaleza del discurso y no entonces desde formas particulares de acuerdos culturales. En caso de darse este último, las mismas demandas de la mod- ernidad serían abortadas. Es así que la ética discursiva, que es una ética basada en la teoría del lenguaje, conforma un determinado punto de vistas de la naturaleza de la modernidad (Rasmussen, 1991).

¿Es entonces tolerante el liberalismo respecto a los aspectos de la modernidad? Si bien tanto la homosexualidad, como por su contraparte la homofobia, no son fenómenos modernos en sí mismos, sí se podría afirmar que la modernidad, sobre todo en su forma más contemporánea, ha generado mayor visibilidad respecto a estos asuntos. Veamos que dice la teoría liberal respecto a la tolerancia .

1 Plantea Correa-Casanova (2007) que en Rawls se presenta la sospecha de la tolerancia; alcanza con observar, según dice este autor, el primer principio de la justicia para decir que la tolerancia no forma parte de la concepción de la justicia como equidad. Si bien la tolerancia es un rasgo permanente en la cultura política democrática, en su trabajo afirma que libertad y tolerancia son dos ideales incompatibles en una concepción de la justicia. Es así que señala que la tolerancia se presenta en al menos dos etapas: una primera donde da argumentos de principios públicos que se llevan a cabo en la posición original, y una segunda sobre cuáles son los acuerdos públicos sobre cuestiones fundamentales de la justicia.

De esta forma, apoyo firmemente que la tolerancia es operada como método de evitación, que deja en stand-by las distintas creencias en conflicto, ya que, en términos rawlsianos, explicitar las doctrinas filosóficas y morales en una teoría de la justicia, contemplaría aún más obstáculos (Correa-Casanova, 2007). El problema que se presenta en Rawls es el siguiente: en ningún momento se niega la tolerancia, sino más bien todo lo contrario, ya que la condición de pluralidad implica necesariamente la existencia de la tolerancia. El enigma se consolida en que no se sabe cómo regular los intereses fundamentales en conflicto. Una vez más observamos la eficacia del método de evitación planteado anteriormente: el velo de ignorancia de Rawls juega en esta línea de forma defectuosa, ya que se sabe que se tendrá una convicción determinada, pero no se sabe cuál será ésta.

Ante esto surge la siguiente interrogante: ¿Y qué pasa con la tolerancia hacia los intolerantes? Esta problemática pone en evidencia la estabilidad de una sociedad, dejando en claro cuál es el papel de la tolerancia: moderar en función de la prioridad pública de lo que es la justicia, construidas por las concepciones de los ciudadanos. Sin embargo, si entendemos la justicia desde el constructivismo kantiano como doctrina moral comprehensiva, no resulta demasiado sencillo que pue-Si bien personalmente no usaría la palabra tolerancia, pues a mi entender asume de forma implícita la no 1 aceptación y la falta de respeto y entendimiento de las múltiples identidades vivenciadas (que no se limita únicamente a aquellas no heteroconformes), es el concepto teórico que trabajan los distintos autores.

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