ESCENA N° 19
MARCELA: ¿Escribiéndole a Sheccid, otra vez?
JOSÉ CARLOS: No. Sí. Es decir. Hola, Marcela.
MARCELA: ¿Puedo hablar contigo?
JOSÉ CARLOS: Adelante. Siéntate.
MARCELA: Gracias.
JOSÉ CARLOS: Te veo muy seria hoy.
MARCELA: Estoy preocupada.
JOSÉ CARLOS: Ei ¿Tienes algún problema?
MARCELA: Eres tu quien lo tiene.
JOSÉ CARLOS: ¿Cómo?
MARCELA: ¿Recuerdas que mi hermano, Gabino estudia en el mismo grupo que Sheccid?
JOSÉ CARLOS: Si.
MARCELA: Pues se ha hecho muy amigo de Adolfo. Ayer estuvieron en tu casa.
JOSÉ CARLOS: ¿Y?
MARCELA: Según esto, iban hacer un trabajo por equipos. Eran cinco hombres. No avanzaron nada en su tarea porque sólo se reunieron para decir chistes pelados y cacarear. Hablaron mucho de… Sheccid, no sé si adrede, sabiendo que yo los estaba oyendo. Mi casa es chica y…
JOSÉ CARLOS: Si. Sí. ¿Qué dijeron?
MARCELA: Adolfo le aseguró a mi hermano casi a gritos que esa chava era su novia, qie ella estaba enamorada de él, que había caído redondita como las demás y siguió diciendo muchas groserías que no puedo decirte…
JOSÉ CARLOS: ¡Maldición! –Es que no vale la pena. –Entonces ¿para qué rayos?
MARCELA: A Adolfo le gusta presumir con esas cosas. Se cree mucho sólo porque tiene una cara bonita. Y magnética.
JOSÉ CARLOS: ¿Cómo?
MARCELA: Nada. Sigue.
JOSÉ CARLOS: Frente a las mujeres usa un lenguaje falso y ridículo, como si quisiera hacerse pasar por barón de la realeza, pero es de lo más vulgar cuando está con sus amigos.
MARCELA: Yo lo he oído en los dos casos. Dijo que si te volvía a ver hablando con Deghemteri, lo ibas a lamentar.
JOSÉ CARLOS: ¡Por supuesto!
MARCELA: No te enojes. Si yo me hubiera dado cuenta que sólo estaban fanfarroneando no te hubiera dicho nada, pero Adolfo hizo que todos se volvieran en tu contra. ¡Son unos pelados! -Hablaron pestes de ti y se pusieron de acuerdo para… darte un susto.
JOSÉ CARLOS: ¿Qué clase de susto?
MARCELA: Van a golpearte para que dejes de molestar a la novia de Adolfo. Y eso no es todo, cuando yo intervine defendiéndote, Adolfo dijo… ¿Qué, que?, termina de una vez.
JOSÉ CARLOS: ¡Ya basta! ¿Qué hay de cierto en todo lo que dijeron?
MARCELA: Siéntate. Cuando los amigos de mi hermano se fueron, hablé con él. Primero, lo regañé porque había invitado. A la casa a ese tipo de rufianes y después, le pregunté que sabía él respecto a Sheccid.
JOSÉ CARLOS: ¿Y?
MARCELA: Me dijo que su padre era alcohólico; que un día, estando borracho, le gritó a su madre…
JOSÉ CARLOS: ¿Cómo lo sabe tu hermano?
MARCELA: Gabino dice que ella mismo se lo contó.
JOSÉ CARLOS: ¿Y le crees?
MARCELA: No sé qué creer.
JOSÉ CARLOS: ¡Vaya que me has amargado el día!
MARCELA: Lo siento, pero tú sabes lo que te quiero y…
JOSÉ CARLOS: Descuida, Marcela.
SALÓN:
ROBERTO: ¿Qué haces aquí?
JOSÉ CARLOS: Escribiendo… mi diario, tú sabes. No había lugar en la biblioteca.
ROBERTO: El director prohibió usar estos salones. Hay exámenes extraordinarios aliado.
JOSÉ CARLOS: Oh. Claro. Bueno, de todos modos, ya me iba.
JOSÉ CARLOS: Olvidé mi bolígrafo.
ROBERTO: ¡No puedes regresar!
JOSÉ CARLOS: Voy rápido, lo prometo.
JOSÉ CARLOS: Gracias. Ya la recuperé. Estaba tirada en el suelo.
ROBERTO: Vete de aquí si no quieres problemas.
JOSÉ CARLOS: Si. Hasta luego.
ESCENA N° 20
JOSÉ CARLOS: Sheccid, ¿puedo hablar contigo un minuto?
SHECCID: Si. Te prometí mi c.c.s.
JOSÉ CARLOS: ¿Tu qué?
SHECCID: Mi libreta de conflictos, creencias y sueños. ¿Recuerdas? Aunque las personas cambien con el tiempo. Como me dijiste, si lees estas hojas podrás tener una mejor idea de cómo pienso y cuáles son mis anhelos.
JOSÉ CARLOS: ¡Oh!
SHECCID: ¿Te interesa?
JOSÉ CARLOS: ¡Claro! Está lleno de recuerdos y escritos valiosos…
SHECCID: Yo sé lo que debe significar para ti. Estoy muy asombrada agradecida, por supuesto y hasta apenada contigo porque no he hecho mucho para merecer esto ¿Verdad?
JOSÉ CARLOS: Mi vida entera, Sheccid. No sé si la merezcas, pero te la ofrezco.
SHECCID: Dios mío – murmuró.
JOSÉ CARLOS: ¿Pasa algo?
SHECCID: No. Sólo que… casi no puedo creerlo.
JOSÉ CARLOS: ¿Qué no puedes creer?
SHECCID: Que me haya encontrado con una persona como tú.
JOSÉ CARLOS: ¿Te puedo preguntar algo, Sheccid?
SHECCID: Lo que quieras.
JOSÉ CARLOS: Hay un compañero de tu salón que se llama Adolfo. Ha estado diciendo cosas muy feas de ti, y me mandó amenazar.
SHECCID: No hagas caso. Todos los pretendientes son iguales. ¡Quieren lucirse de alguna forma!
JOSÉ CARLOS: ¿Eso piensas de mí también?
SHECCID: No. Perdón. Lo que pasa es que Adolfo me ha molestado mucho bueno. Lo siento. Tú eres diferente. Supongo. Espero. No quiero meterte en problemas. Lo leeré rápido y te lo devolveré.
SALIDA:
ARIADNE: ¡Esperarme!
JOSÉ CARLOS: (Se inquietó un poco).
SALVADOR: ¡Estás temblando! ¿Tienes miedo a las pecosas?
JOSÉ CARLOS: Cállate, miserable.
SALVADOR: ¡Pero te ves muy mal! ¡Arréglate ese cuello!
RAFAEL: (rio) También péinate el cabello o ponte un peluquín.
SALVADOR: ¡Exacto! Aunque tu problema no es sólo el pelo. Deberías quitarte toda la cabeza y cambiarla por una menos fea.
RAFAEL: ¡Claro! Y si pudieras hacer lo mismo con el cuerpo, entonces sí que lograrías verte mejor.
ARIADNE: Pensé que ya te habías ido. Necesito que hablemos de… ya sabes quién; cada vez hace cosas más extrañas. ¡Se alea de todos y no puede estar sentada y en paz!
RAFAEL: ¡He concluido!
SALVADOR: Vamos, Sócrates
RAFAEL: (gritando) Mañana nos cuentas lo que pasó con… ya sabes quién.
ARIADNE: Tus amigos son chistosos.
JOSÉ CARLOS: Los conseguí en la subas. Rio, pero no por mucho tiempo. Entremos a la biblioteca.
BIBLIOTECA:
ARIADNE: Estoy triste porque no queda un una sombra de la Deghemten que conocía. Ha perdido su entusiasmo. Parece enferma. Incluso ha reprobado dos materias –hizo un ademán corno si eso fuera increíble-, ¡siempre fue la más aplicada del salón! Hoy quise hablar con ella, pero no pude. Se ha vuelto muy seria. Casi no habla. Toda la mañana estuvo caminando de un lado a otro, hojeando una libreta negra. Le presté mi diario.
JOSÉ CARLOS: ¿De verdad?
ARIADNE: Pues si esa libreta, ha estado absorta, leyéndola.
JOSÉ CARLOS: Que buena noticia me has dado.
ARIADNE: Yo no sabía nada de eso, así que hace rato la interrumpí y le eché en cara la desilusión que sentíamos todos sus amigos. Le dije que se estaba ganando el desprecio del grupo. No la dejé salir por la tangente. Le hice varias preguntas hasta acorralarla.
JOSÉ CARLOS: ¿Y luego?
ARIADNE: Se puso a llorar. Le está yendo muy mal.
ARIADNE: ¿Y qué piensas hacer?
JOSÉ CARLOS: Ignorar al tipo. Eludirlo si es posible. Concentrare en Sheccid. Hacerla sentir amada y comprendida… Esta tarde voy a comprarle un regalo. ¿Qué regalo le gustará más?
LILIANA: ¿Cómo? ¿Quieres dar un regalo? ¿A quién? Si no era capaz de ocultárselo a mucha gente, ¿por qué había de hacerlo a su familia?
JOSÉ CARLOS: Para una muchacha a quien quiero mucho.
LILIANA: ¿Estás enamorado?
JOSÉ CARLOS: Sí.
LILIANA: ¡Tienes novia!
CUAUHTÉMOC: Claro. ¿No ves que José Carlos ya es grande? Le han salido pelos en las axilas y en otras partes. Yo lo he visto.
JOSÉ CARLOS: Eso no se dice.
CUAUHTÉMOC: ¿Por qué no? A mí también me van a salir…
MADRE: Ya cállate.
MADRE: ¿Quieres comprarle un regalo a… la chica de que me hablaste?
JOSÉ CARLOS: Si. Anda un poco deprimida. Tiene problemas en su casa ¿Qué podré darle para ayudarla a levantar el ánimo?
PILAR: Un L. P. de José José, Mocedades, Sandro de América. Cualquiera. De ello ¡A todas las mujeres nos gustan!
LILIANA: Vi en la tele unos aparatos que sirven para hacer tareas. Tú sólo oprimes los botones y aparece, en una pantallita, el resultado de multiplicaciones y divisiones.
JOSÉ CARLOS: ¡Eso si suena a un buen regalo!
MADRE: Se llevan calculadoras. Son muy difíciles de conseguir y valen una fortuna.
LILIANA: Entonces cómprale una muñeca.
CUAUHTÉMOC: No, tonta. A las novias no se les regala cosas para hacer tareas ni para jugar. Se les dan flores, perfumes o cualquier chuchería con tal de que no sirva para nada.
LILIANA: ¿Tu novias es bonita?
PILAR: Es preciosa.
MADRE: ¿La conoces?
PILAR: Claro. Es una chava muy llamativa. Tiene uno ojos increíbles. Además, en la escuela no se habla de otra cosa. José Carlos está loco por ella y ella lo desprecia. Es la típica historia de amor mal correspondido.
LILIANA: No es tu novia.
JOSÉ CARLOS: No todavía, pero lo será… pronto…
LILIANA: Vamos a comprar un regalo que haga rendirse a esa muchacha. ¡Nadie va a despreciar a José Carlos!
PILAR: ¡Sí! Exacto. Vamos.