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Apuntes de Ciencia y Tecnología, Nº 10, marzo de 2004
ARTÍCULO
Ciclo biogeoquímico (y secuestro) de carbono
Juan F. Gallardo Lancho
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Apartdo 257, 37071 Salamanca
corr-ele: jgallard@usal.es. Fax: +34 92 3219609
Asociación para el Avance de la Ciencia y la Tecnología en España (AACTE)
© 2004 AACTE
Introducción
En los últimos años es recurrente el alarmismo existente sobre el incremento del anhídrido
de carbono (CO2) atmosférico, que se supone
(determinado en las burbujas de aire atrapadas
en glaciales) ha sufrido un incremento desde
0,28 hasta 0,37 ml CO2 l-1 aire desde 1870
(aproximadamente de 0,078 a 0,089 ml carbono l-1 aire; Keeling y col. 1979; Nefter y col.
1994), aunque los más alarmistas piensan que
desde el inicio de la era industrial el incremento ha sido, hasta la actualidad, del 30 %, con
las nefastas consecuencias de un previsible
“efecto invernadero”, es decir, de un calentamiento general del planeta Tierra. Se supone
que el incremento de carbono (C) desde el
citado año de 1870 ha sido de 3,2 Pg (1 Pg C
equivale a 1015 g) de C por año (Lal y col.
1995).
Se dice que una de las causas de ese incremento de CO2 atmosférico es la quema de los
combustibles fósiles efectuada, principalmente,
por los países industrializados, estimándose un
flujo de C hacia la atmósfera de alrededor de 5
Pg de C. Se supone que ello hace incrementar
el CO2 atmosférico en unos 5 mg CO2 kg-1 aire
año-1 (1,4 mg C kg-1 aire a-1) durante las últimas décadas.
Se aduce que otra de las causas, quizás
menos conocida, que contribuye a dicho incremento de CO2 atmosférico es la pérdida de C
orgánico de los suelos (COS) merced al cultivo
intensivo de los mismos. Lal y col. (1998)
estimaron que, anualmente, la media mundial
de esa pérdida se aproxima a 1,5 mg C kg-1
suelo a-1. Obviamente, se piensa que si (el
compartimento de) la reserva orgánica del
suelo (COS) disminuye, se engrosará el (compartimento de) CO2 existente en la atmósfera.
Por último, se afirma que la intensa desforestación tropical (una vez que la llamada civilización occidental destruyó en el remoto pasado los bosques templados en beneficio de cultivos y pastos en Europa y, desde el siglo XVIII,
en Norteamérica) también está contribuyendo
al incremento neto de CO2 atmosférico.
De ahí la importancia que se le ha concedido en los últimos años a un profundo conocimiento del ciclo de C.
El ciclo de C en el planeta Tierra.
Existe en la atmósfera alrededor de 720 Pg
de C, mayoritariamente en forma de anhídrido
carbónico (CO2). Como vegetación terrestre se
encuentra en su composición (secuestrado),
con permanencia más o menos temporal, poco
más de 830 Pg de C. En la parte superior de los
suelos terrestres se engloban, predominantemente en forma de substancias húmicas (de
color oscuro y bioestables), cerca de 1.5 Eg (1
Eg equivale a 1018 g) de C, aunque algún autor
lo cuantifica en algo menos (Figura 1).
Esas cifras resultan despreciables frente a
las reservas de C en forma inorgánica disuelta
(como carbonato sódico y bicarbonato cálcico),
orgánica disuelta e incluido en las partículas
orgánicas en suspensión, que se estima, en el
conjunto de océanos y mares, en unos 38 Eg de
C, o frente a los más de 60 Zg (1 Zg equivale a
1021 g) de C como sedimentos varios, precipitados o acumulados, terrestres y oceánicos (como carbonatos y combustibles orgánicos fósiles), aunque bien es verdad que gran parte de
tales reservas de C se encuentran en forma
poco activa (carbonatos precipitados de calcio
y magnesio, unos 20 Zg de C).
Las formas orgánicas presentes en las rocas
sedimentarias terrestres se consideran impor-
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Figura 1
tantes (estimadas en más de 10 Zg C), aunque
de ellas sólo una fracción relativamente pequeña (probablemente poco más de 5 Eg C) se
puede considerar utilizable como combustibles
fósiles (carbón mineral, petróleo, gas), por ser
accesibles al hombre con las técnicas actuales.
El drama de los combustibles fósiles es que los
yacimientos de C orgánico explotables (estimados optimistamente en unos 8 Eg de C) necesitan imperiosamente ser extraídos para complementar las necesidades energéticas crecientes
de los países desarrollados (en especial EEUU
de Norteamérica, la Unión Europea, Rusia y
Japón) y de una población mundial en constante crecimiento.
El ser humano comprende una escasa biomasa, de unos de 50 Tg (1 Tg equivale a 1012
g) de C, aún menor que la de la microbiología
(alrededor de 2 Pg); siendo ésta la verdaderamente responsable de gran parte de la mineralización orgánica y correspondiente producción
de CO2.
El intercambio bruto de CO2 entre atmósfera y vegetación (fotosíntesis o respiración,
según la dirección del flujo) se estima en unos
120 Pg C a-1. Se supone que la biomasa vegetal
neta producida anualmente es de 55 Pg C a-1,
por lo que asignado un periodo medio de
renovación inferior a 30 años es fácil deducir
que cada año quedarían fijados unos 2 Pg C a-1.
Esta producción neta es la utilizada como
alimento, combustión energética, aprovecha-
miento forestal, etc., en general, activada por la
acción humana, por lo que ese balance queda
casi igualado. Sin embargo, algunos científicos
piensan que durante el Holoceno ha existido
una fase de acumulación de C en los ecosistemas terrestres cifrados en decenas de kg C ha-1
año-1 (Schlesinger, 1997).
El intercambio neto entre suelos y vegetación, mayormente diferencia entre entradas
orgánicas (humificación) y salidas de C a la
atmósfera (mineralización) se cifra entre 0,25 y
0,50 Pg C por año; pero este posible superávit
se encuentra perturbado por las actividades
antropozoógenas (vg.: agricultura intensiva y
sobrepastoreo).
El intercambio entre océanos y atmósfera es
menos conocido y se supone del orden de 105
Pg C a-1. Pero mientras algunos autores piensan
que, al existir más CO2 atmosférico, se retira
este exceso como carbonatos en los fondos
marinos (en torno a 2 Pg C a-1), otros autores
aseguran que el océano también emite actualmente CO2 a la atmósfera (según autores españoles de unos 16 Pg C), esto es, es incapaz de
disolver más gas carbónico. Aún así se piensa
que los sedimentos que llegan al mar por
erosión llevan inmersos unos 0,5 Pg C a-1,
escapándose hacia los fondos marinos una
cuarta parte de ellos. Las diferencias entre
autores podría deberse a que, a pesar de que el
30 % del CO2 atmosférico puede estar siendo
secuestrado por el mar (más acusadamente en
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los océanos fríos), podría ser devuelto por las
corrientes marinas en periodos de decenas,
centenas o miles de años, según el ciclo de
cada tipo de corriente marina (ver figura 1).
Esto quiere decir que el comportamiento del
mar en el futuro podría reflejar los excesos del
pasado y esa incertidumbre incluye aquellas
diferencias.
En resumen, se puede afirmar que del ciclo
de C se conoce bastante bien la parte terrestre
exógena, peor la parte oceánica exógena, pero
poco lo referente al ciclo endógeno, sea terrestre o marino, aunque esto último sólo tendría
efectos a escala geológica y no es de preocupación a un plazo de cientos o miles de años.
tropicales en el planeta Tierra, se estima que
pueden acumular unos 460 Pg de C (prácticamente la mitad de la biomasa); de ahí el interés
de que no sean desforestados.
En la tabla 1 puede verse el área que
corresponde a cada ecosistema (en millones de
km2), la biomasa vegetal contenida (en Mg
ha-1), la producción de hojarasca (en Mg ha-1),
la biomasa microbiana (Kg ha-1) y la inversa
del tiempo medio de mineralización orgánica
(constante de descomposición, año-1). Se observa que los bosques tropicales, con abundante
biomasa vegetal y producción, poseen poco
COS dado el escaso tiempo medio de mineralización (unos seis meses), mientras que en el
extremo opuesto se encuentra la tundra, con
escasa biomasa vegetal y producción, pero con
una fuerte acumulación de COS, dado que el
tiempo medio de mineralización es de siglos,
debido a que el frío inhibe la actividad microbiana y, como consecuencia, la descomposición orgánica.
El C en los ecosistemas terrestres
En los ecosistemas el C puede encontrarse
ocluido en la biomasa vegetal, o en el suelo (C
orgánico edáfico, mayormente como substancias húmicas). Si se repasan los principales
ecosistemas de acuerdo con la climatología
zonal, obviamente, salvo los bosques tropicales
pluviales (con cerca de 200 Mg C ha-1), los
bosques tropicales de estación seca o
templados (generalmente con alrededor de 150
Mg C ha-1) y los bosques boreales (con cerca
de 90 Mg C ha-1), los demás ecosistemas no
cobran importancia en cuanto a biomasa
vegetal (más o menos permanente). Dada la
gran superficie que ocupan los bosques
El contenido de C orgánico de los suelos
(COS)
Debido a que el COS de los suelos es uno
de los principales subcompartimentos de C más
accesible al humano, se han hecho cálculos de
cuanto COS se acumula en cada tipo o clase de
suelos. Posteriormente esos valores se multiplican por la superficie que ocupa cada tipo en el
Tabla 1. Distribución de C Orgánico del Suelo (por Ecosistemas)
Ecosistemas
Producción
anual neta
Media de
hojarasca
Media de COS
(Mg C ha-1)
Total terrestre
de COS
(Millones ha)
(Pg C)
Area terrestre
(Mg C ha-1 a-1)
(Mg C ha-1 a-1)
Bosque tropical.
9.0
1.5
104
2450
255
Bosque templado
5.5
12.1
118
1200
142
Bosque boreal
3.6
20.0
149
1200
179
Matorral, chaparral
2.7
2.8
69
850
59
Sabana tropical
3.2
1.0
37
1500
56
Pradera templada
2.3
2.0
192
900
173
Tundra y pradera alpina
0.6
5.0
216
800
173
Subdesiertos y semiáridos
0.3
0.11
56
1800
101
Desiertos y glaciales
0.02
0.01
1.0
2400
3.0
Agrosistemas
2.9
0.5
127
1400
178
Pantanos y manglares
11.2
12.5
686
200
137
-
-
-
14700
1456
-
SUBTOTALES
Según Whitakker y Likens (1973) y Schlesinger (1997)
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globo terráqueo; por último se suman los
resultados parciales para cada tipo de suelos y,
de esa manera, se consiguen las cifras de
cuánto COS existe en el Planeta. Así, en la
tabla 1 se expone uno de estos cálculos (de los
muchos existentes, con mayor o menor aproximación); también se incluyen la producción
anual neta y la acumulación (más o menos
continua) de hojarasca con fines comparativos.
El resultado obtenido es, en este caso, de 1,46
Eg de COS bloqueado en la totalidad de los
suelos del planeta. Se observa también que los
suelos tropicales acumulan más COS (255 Pg)
por su amplia extensión, más que por su contenido efectivo. Algo más de 150 Pg se
encuentran en los bosques templados o
boreales, praderas, tundras, y agrosistemas. Por
ello se deduce que, para mantener el C edáfico,
no se deberían perturbar o degradar los bosques y praderas y, a la vez, procurar incrementar los contenidos de COS de los suelos
cultivados (por ello, en esta idea, la Unión
Europea otorga fondos y subvenciones para
estos fines).
También existe C inorgánico (mayormente
como carbonatos cálcicos y magnésicos) que se
concentran en los suelos áridos y semiáridos
(1.044 Pg C) y, ya menos, en suelos poco
evolucionados (375 Pg C, en general, proceden
de roquedos calizos) y suelos de climas
continentales (266 Pg C). El C inorgánico
representa, pues, unos 1,75 Eg de C, lo que
significa otro subcompartimento tan grande
como el COS pero, a diferencia de éste, es
poco activo. Sin embargo, el fenómeno de la
lluvia ácida también podría acelerar este
proceso, pero gracias a las medidas tomadas en
el sector industrial de los países desarrollados
(Este de Norteamérica y Norte y Centro de
Europa) ésta ha sido casi eliminada y se es
optimista en el sentido de que será anulada,
salvo casos muy puntuales, a corto plazo.
La pérdida histórica de COS
La agricultura promueve la intensificación
de la mineralización por lo que los contenidos
de COS disminuyen. Se estima que, desde
1870 a la actualidad, se han perdido entre 40 y
80 Pg de COS y es de prever que en el siglo
XXI se perderán otros 60 Pg de COS adicionales (una emisión de 1 Pg de COS significa un
aumento de 0,47 µl l-1 del CO2 atmosférico).
Como el 40 % del COS terrestre se encuentra
en los Trópicos (que se reparten, casi por
mitades principalmente, entre Iberoamérica y
Africa), de ahí el papel importante que se le
atribuye al futuro manejo de suelos en Iberoamérica. Por ejemplo, en Argentina se afirma
que existe una pérdida anual de 1,0 Mg C ha-1
a-1 con siembra tradicional, mientras que si se
efectuara siembra directa se capturarían hasta 4
Mg C ha-1 a-1 (lo cual significa un incremento
anual de COS del 1,0 al 1,4 %).
El Protocolo de Kioto (1997)
En 1997 la mayoría de las naciones acordaron en una reunión celebrada en Kioto (Japón)
detener, con diversas medidas, el continuo
incremento de CO2 atmosférico con el deseo de
mitigar cualquier cambio climático.
Para intentar paliar dicho incremento se deben distinguir bien los compartimentos (sumideros) de los flujos (o transferencias). Los
principales compartimentos a considerar en el
cambio climático son, quizás, los más pequeños: el C atmosférico (0,74 Eg), el C fijado por
la biomasa vegetal aérea (0,83 Eg) y el C capturado por el medio edáfico (alrededor de 1,5
Eg); sólo más recientemente también se considera el C acumulado como reserva oceánica,
que se estima en 38 Eg. Los principales flujos
en la Tierra son: El de intercambio biosferaatmósfera (fotosíntesis-mineralización) estimado en 110 Pg C a-1; y el de intercambio
hidrósfera-atmósfera (solubilización marina),
que se supone prácticamente de igual orden
(105 Pg C a-1).
Dado que la posible influencia humana
sobre el compartimento marítimo es casi nula
(y más bien desconocida la evolución del flujo)
y el de la biomasa vegetal sólo se mantiene o
disminuye por las actividades y necesidades
antropozoógenas, la gran esperanza estriba en
la actuación sobre el compartimento suelo.
Una de las medidas acordadas fue intentar
la disminución de las emisiones de CO2 a la
atmósfera por las naciones desarrolladas que,
obviamente, son las últimas responsables de
dicho incremento (cifrado en más de 5 Pg C
a-1). Otra medida fue intentar detener, de
alguna manera, la desforestación de los
bosques tropicales (Sudamérica, Africa
Ecuatorial, Indonesia), incluso promoviendo la
reforestación de tanto éstos como los bosques
templados (lo cual también atañe a Europa y
Norteamérica). La última medida acordada fue
la de procurar un cambio de manejo de los
suelos para aumentar la reserva de COS
mundial, en especial en los países en vía de
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desarrollo (que, de esa manera se implicarían
en solucionar problemas causados mayormente
por los países desarrollados a cambio de ciertas
transferencias económicas). Nótese que estas
dos últimas decisiones alcanzan plenamente a
la agricultura iberoamericana.
No todas las naciones implicadas firmaron
dicho Protocolo, siendo las ausencias más
destacadas la de EEUU de Norteamérica (que
prácticamente produce un cuarto de todas las
emanaciones anuales mundiales de CO2) y
Rusia.
La captura de C por los suelos agrícolas
El aumento del contenido de COS puede
producirse:
1. Por un aumento de la producción vegetal
que favorezcan las entradas orgánicas al suelo.
Afortunadamente la agricultura moderna, con
el empleo del riego, fertilizantes, adición de
abonos orgánicos o composts, etc., ha favorecido este incremento, aún cuando no todos los
manejos hayan sido los mejores. El reverso de
la moneda se encuentra en la agricultura de
supervivencia de los países del Tercer Mundo,
donde la presión humana y su falta de preparación técnica, cuando no el sobrepastoreo, hacen
imposible las mejoras necesarias para lograr un
buen manejo del suelo, obteniendo producciones bajas o muy bajas.
2. Por un aumento artificial de entradas
orgánicas al suelo mediante la adicción sistemática de estiércoles, abonos verdes o humificados, composts, etc., que favorecen la
permanencia, cuando no ocasionan un incremento, del COS. El problema es dónde
encontrar abundante materia orgánica, barata y
de calidad (máxime en áreas semiáridas o
áridas) para añadir a los suelos, además de las
restricciones que deben observarse en uso y
adición de los lodos o barros cloacales.
3. Por disminución de la tensión de oxígeno
del suelo (lo cual se favorece no removiendo la
capa arable) lo que conlleva una menor mineralización del COS; en ello se basa, en parte, la
labranza denominada “cero” (mejor llamada
labranza reducida); sin embargo hay que
controlar un exceso de condiciones anaeróbicas
y la laminación edáfica, perjudiciales. Obviamente el riego, al ocupar el agua los poros
(más o menos temporalmente), rebaja la
tensión de oxígeno y se disminuye también,
por ello, la mineralización del COS, además de
su efecto positivo en la producción.
4. Por mejora del manejo de cultivos,
procurando las debidas rotaciones, praderas y
descansos (barbechos), en consonancia con la
climatología en particular. El problema es que
ello exige un nivel técnico elevado y la no
sobre-explotación de las tierras.
En suma, adoptando un manejo integral de
la agricultura y silvopraticultura, esto es,
aplicando rotaciones adecuadas, impidiendo el
sobrepastoreo y la erosión, y reutilizando los
subproductos orgánicos
Se estima que, teniendo en cuenta estas
acciones en el manejo integral de los cultivos,
se podría lograr una captura de 2,0 Pg C a-1,
aunque ello no representara ni la mitad de las
emisiones mundiales de CO2.
En base a ello, los modelos que se han
realizado para predecir el futuro del incremento
del COS (captura edáfica de C) son extremadamente variables, desde los muy pesimistas a los
muy optimistas.
Pero hay que tener en cuenta que el deber
de los agricultores, ganaderos y forestales,
mediante la implementación de las nuevas
técnicas agrícolas y/o deteniendo la pérdida de
suelo (sobre todo de los trópicos), es el de
mantener nutricionalmente a sus familia y producir excedentes de productos para su venta
con calidad y a un precio asequible, no sólo el
de capturar C como a veces se le intenta
imponer en exclusiva; en todo caso, si logran
capturar C deberían ser compensados económicamente (de resultas del Protocolo de Kioto).
Potencialidad de captura del C de los
suelos
Una gran parte de los suelos árticos o de
alta montaña (Histosoles) se encuentran poco
intervenidos y, afortunadamente, acumulan
unos 0,40 Eg C, casi un cuarto del total del
COS terrestre. Otros suelos en los que cabe
depositar esperanzas son los suelos poco
desarrollados (Entisuelos y algunos Inceptisuelos) que acumulan 0,38 Eg C, es decir, casi
otro cuarto del total de COS terrestre), de baja
productividad (salvo excepciones, como los
Vertisuelos) y que poseen vocación mayormente forestal. Por ello amplias áreas de
aquellos órdenes de suelos se han dejado de
cultivar en los países desarrollados aunque, por
desgracia, siguen cultivándose en muchos
países en vías de desarrollo; ahí es donde se
puede y debe actuar con miras al Protocolo de
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Apuntes de Ciencia y Tecnología, Nº 10, marzo de 2004
Kioto y donde se requiere que se apliquen las
transferencias de captura de C.
Los otros órdenes de suelos (que engloban
0,72 Eg de C, aproximadamente la mitad del
COS terrestre), o tienen escaso contenido de
COS (v.g.: Aridisuelos, aunque es importante
consignar el C inorgánico capturado) o son
demasiado fértiles como para permitirse el lujo
de dejarlos sin cultivar (v. g.: Mollisuelos),
dadas las necesidades nutricionales (actualmente de más de 6.000 millones de seres
humanos).
Modelos de evolución del COS y el C
atmosférico
En casi todos los modelos de evolución de
COS se consideran dos periodos: uno hasta la
llamada revolución verde (antes de 1970), en el
que se considera que la reserva de C edáfico
descendió hasta niveles mínimos en los suelos
agrícolas; y otro desde la aparición de nuevos
manejos integrados de cultivos (después de
1970), en el que se incluyeron técnicas de
conservación de suelos y durante el cual se
supone existe un incremento paulatino en el
contenido de COS.
Emisiones de CO2 y niveles de vida
Sin embargo, se estima que las acciones citadas no serán suficientes para compensar las
emisiones de CO2, por lo que se desea que los
países más emisores (ver tabla 2) congelen o
reduzcan significativamente sus emisiones; sólo
EEUU de Norteamérica emite casi un cuarto de
todo el CO2 industrial; le siguen el conjunto de
países de la Unión Europea (también con alto
nivel de vida) y, luego, China debido a su
enorme población (unos 1.200 millones de
habitantes), no tanto por su nivel de vida. También puede deducirse que los países se ordenan
de facto según su renta per capita de emisión de
CO2, que es lo mismo que ordenarlos según su
nivel de vida. Si Alemania no ocupa un lugar
aún más alto en ese listado es porque la parte
occidental (ex-Federal) está incorporando la
atrasada Alemania oriental (ex-comunista).
En cuanto al cumplimiento del Protocolo de
Kioto, en general, no lo cumplen ni siquiera los
que lo firmaron (EEUU de Norteamérica, en
cierta manera, es más coherente), en especial
los que tienen un fuerte crecimiento en su
desarrollo (Australia, España, Canadá o Italia).
Es obvio que ningún país está dispuesto a
renunciar (en realidad) a aumentar su nivel de
vida: no es casualidad que España haya disminuido sus emisiones de CO2 en el último año
(2002), coincidente con su crisis de crecimiento. Se constata igualmente la debacle económica de los antiguos países comunistas, incluyendo temporalmente, por las razones aducidas, a
Alemania. Si algún país ve reducida sus emisiones, es forzado por las crisis económicas.
Tabla 2. Producciones de CO2 de Diferentes Países (y su Rentas per capita)
Países
CO2 desprendido
(1995)
(Pg CO2)
EE. UU. de N.A.
Unión Europea
Alemania
Gran Bretaña
Italia
Francia
España
China
Rusia
Japón
India
Canadá
Ucrania
Polonia
México
Sudáfrica
Brasil
Australia
5230
3150
885
565
425
365
250
3000
1550
1150
800
475
430
336
330
325
290
290
Sobre total de
emisiones
mundiales de CO2
(%)
Población
total
Renta per capita
(Mpersonas)
(Mg CO2/ persona)
23.7
14.2
4.0
2.6
1.9
1.6
1.1
13.6
7.0
5.2
3.6
2.1
2.0
1.5
1.5
1.5
1.3
1.3
265
375
82
60
58
58
40
1200
150
126
930
30
52
39
95
42
160
18
20
8.5
11
10
7.5
6.5
6.5
2.5
10.5
9.5
0.9
16
8.5
8.7
3.5
8.0
1.8
16
Variación
últimos años
(N.d.: Sin datos)
13 %
(-3.5 %)
-12 %
-5%
5%
-2 %
14 %
N.d. %
-26 %
N.d. %
N.d. %
8%
-25 %
-12 %
N.d. %
N.d. %
N.d. %
19 %
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Acciones a considerar para mitigar el
CO2 atmosférico
Por tanto, se están proponiendo acciones
para disminuir el ritmo de aumento del CO2
atmosférico (e invertir el flujo creciente de C),
como sería la detención de la desforestación
(generalmente en países con bajo nivel de vida
y producción de CO2; v.g.: Brasil) y la captura
de C, tanto en suelo como en biomasa. En este
sentido, una de las acciones más efectivas que
se están llevando a cabo en los países occidentales desarrollados (donde sobran alimentos y
el crecimiento poblacional está detenido) es
retirar del cultivo las tierras marginales y poco
fértiles ("set-aside") para, posteriormente, reforestarlas. El problema surge en los países en
vías de desarrollo, con poblaciones y crecimiento demográfico altos (escaso control de
natalidad), donde la presión sobre la tierra (y
por nuevas tierras) es altísima, por lo que es
imparable la desforestación y la esquilmación
de suelos, ya sean fértiles o poco fértiles.
Por tanto, se recurre generalmente, como
única solución más efectiva, al deseado
incremento de COS, el cual se puede lograr
mediante los varios procedimientos ya
señalados.
No obstante, sería deseable que los países
desarrollados asumieran sus responsabilidades
e intentaran detener sus emisiones de CO2 y no
proyectaran sus propios problemas hacia los
países en vía de desarrollo. En este sentido se
realizan actualmente en los países desarrollados investiagaciones relativas a la bioestabilidad de la fracción orgánica edáfica recalcitrante (la llamada humina).
El metano en el ciclo del C
Otro gas que tiene incidencia en el cambio
climático es el metano (CH4) y que, actualmente, tiene una concentración atmosférica de
aproximadamente 1,6 µl CH4 l-1 de aire. Se
dice que su concentración también ha aumentado durante las últimas décadas por la actividad
industrial. Se ha comprobado en las burbujas
de aire atrapadas en el hielo que, hace mil
años, la concentración de metano era tan sólo
0,6 µl CH4 l-1.
Pero el análisis del origen del metano
atmosférico muestra que la producción tiene,
en su mayor parte, origen natural (emanaciones
de volcanes, pantanos, manglares, cultivo del
arroz, termitas, rumiantes y fuegos naturales),
por lo que las emanaciones industriales poseen
menor incidencia, dada la mayor eficacia y
limpieza de las industrias, plantas generadoras
de energía y calefactores. Si ésto se redujera
efectivamente (en los países de mayor nivel de
vida, obviamente) y el metano continuara
incrementando su porcentaje, habría que pensar
que alguna fuente natural se ha disparado y
entonces: ¿qué hacer?; ¿eliminar el cultivo del
arroz?; ¿sacrificar todos los rumiantes?;
¿extinguir las termitas?. Se tendría un mayor
problema aún que el ya agudo del imparable
(socialmente) aumento del CO2 proveniente de
un mayor uso de energía y por el creciente
aumento de la población humana y su calidad y
prolongación de vida.
Las consideraciones políticas: a modo de
propuestas
El dilema político se plantea en el sentido
de si, para mantener el CO2 atmosférico en los
niveles actuales, los países desarrollados deben
limitar (incluso disminuir) sus crecientes niveles de vida (cosa difícil de aceptar en los países
ricos, supuestamente democráticos), o deben
ser los países en vías de desarrollo (y los del
Tercer Mundo) sobre los que deben recaer la
responsabilidad de no desforestar e incrementar los niveles de C orgánico (e inorgánico) de
sus suelos agrícolas para que las primeras
naciones continúen gozando sus privilegiadas
emisiones. El futuro lo dirá, pues no hay que
olvidar que la energía nuclear muestra ahora su
mejor sonrisa ante este debate, al igual que lo
hicieron (en las pasadas décadas) las multinacionales petrolíferas cuando se hablaba de
residuos radioactivos.
El público (en general) observa que unas
organizaciones no gubernamentales (ONG)
atacan los residuos nucleares y otras ONG
denuncian las emisiones de CO2, por lo que el
ciudadano no sabe o duda quién(es), en realidad, apoya(n) económicamente o está(n) detrás
de las diversas ONGs, pero es también consciente de la creciente necesidad de energía que,
de alguna manera y en alguna parte, hay que
generar. De ahí el interés creado en torno al
I.T.E.R. (energía de fusión), que daría energía
nuclear, pero con escasos residuos radiactivos.
Es obvio que deberían tomarse algunas
acciones. Las naciones desarrolladas deberían:
a) Renunciar a un constante e imparable
aumento del nivel de vida.
b) Resolver los problemas internacionales
con EEUU de Norteamérica (270 Mh y un
Apuntes de Ciencia y Tecnología, Nº 10, marzo de 2004
altísimo nivel de vida, que prácticamente
controla la economía mundial) amistosamente
y para bien de toda la humanidad y no de
manera impuesta a favor del primer país
mediante la amenaza de las armas. El caso
actual de Irak, dada la urgente necesidad para
EEUU de Norteamérica y Gran Bretaña (apoyados por Japón y otros países carentes de
petróleo en su subsuelo) de energía barata que
asegure su alto consumo y equilibre su alto
déficit público, es rabiosamente paradigmático.
c) La extensión de alternativas energéticas
no contaminantes (hídrica, eólica y, quizás
también, la energía de fusión).
d) Hacer realidad las transferencias internacionales mediante el pago del CO2 capturado
por las naciones en vía de desarrollo (mercado
de CO2 ¿o ecotasa?), pues corre el peligro de
ser simplemente un deseo bien intencionado de
algunos países europeos más concienciados
con el llamado Tercer Mundo.
Mientras que los países en vías de
desarrollo deberían:
a) Renunciar al crecimiento demográfico
sin límites: piénsese en China (1.200 Mh) o,
mismamente, la India (1.000 Mh), y la pregunta del millón sería: ¿qué sucedería si éstas
naciones tuvieran el nivel de vida de tan sólo
Chile (¿o no estarían en su derecho?)? ¿Y, no
digamos, España? Forzosamente los conflictos
armados contra el llamado Mundo Occidental,
por el aprovisionamiento de la (cada vez más
escasa y) limitada energía barata, serían
imparables.
b) Abandonar las tierras menos fértiles, mediante incentivos nacionales e internacionales.
c) Disponibilidad de fuentes orgánicas de
calidad y baratas que pueda utilizarse por los
agricultores.
d) Adecuado manejo y control de bosques,
donde la explotación de los mismos debe regirse por el principio de que las reforestaciones
deben superar las talas.
Consecuencias sobre el cambio global o
climático
Sin embargo, no hay que pensar que el
control del CO2 atmosférico resuelve la variación o cambio climático. Así, durante el Holoceno (últimos 10.000 años) el calentamiento
global ha sido un hecho. Pero, a pesar de ello,
nunca ha habido un periodo de estabilidad
climática tan continuado durante los últimos
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400.000 años como en el Holoceno. Ahora
bien, el incremento de CO2 y de otros gases
invernadero podría, en un primer paso,
incrementar las temperaturas medias de la
Tierra y ello podría afectar a las corrientes
marinas y regresar a una nueva glaciación
(estos cambios ya se han producido en el
pasado a escalas de tiempo de un par de
generaciones (de abuelos a nietos), por
ejemplo, durante el Younger Dryas (hace
11.000 años). Esto implicaría que algunas de
las zonas más industrializadas y pobladas del
Hemisferio Norte se cubrieran de una capa de
hielo permanente a tan sólo alturas de 800
metros s.n.m. (como las islas Británicas hace
tan sólo 18.000 años), lo que obviamente
imposibilitaría una vida apacible para el ser
humano y se producirían grandes pérdidas
económicas, lo que induciría a fuertes migraciones humanas con consecuencias políticas
impredicibles (v.g.: creación de otros “Israeles”
y/o desaparición de países). Algunos científicos han observado indicios de cambios en la
corriente del Atlántico Norte en los últimos
años. Por ello, los países ricos más expuestos a
este riesgo se han aproximado al Protocolo de
Kioto, aunque no los menos expuestos como
EEUU y Rusia. Pero se observa que mientras
unos países temen su inundación por efecto del
calentamiento y consiguiente aumento del
nivel del mar, otros temen su enfriamiento
local como consecuencia de los cambios
climáticos terrestres. Hay que tener en cuenta
que el aumento de la cantidad de biomasa
vegetal, si existiera invasión progresiva de la
vegetación a medida que los hielos se fueran
retirando, paliaría en cierto grado el posible
aumento de CO2 atmosférico, a lo que habría
que añadir una mayor producción primaria por
efecto del aumento de la concentración
carbónica en la atmósfera (mayor biomasa
vegetal significa mayor fijación de C). El
panorama es, por tanto y en cierta manera,
contradictorio. Algunos autores señalan que,
desde la última glaciación del Cuaternario, la
progresión de la vegetación ha retirado C
atmosférico a un ritmo de más de 5 Mg C ha-1
siglo-1 (Schlesinger 1997).
Sin embargo, no hay que pensar que el
control del CO2 atmosférico resuelve la
variación o cambio climático, dado que durante
el Holoceno el calentamiento global fue un
hecho a pesar de un paralelo aumento de la
cantidad de biomasa vegetal, dada la invasión
progresiva de la vegetación a medida que los
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Apuntes de Ciencia y Tecnología, Nº 10, marzo de 2004
hielos se fueron retirando (desde la última
glaciación del Cuaternario se estima un ritmo
de más de 5 Mg C ha-1 siglo-1) lo cual no deja
de ser, en cierta manera, contradictorio, pues
mayor biomasa vegetal significa mayor fijación de C.
Incluso durante el “óptimo climático” que
se ha gozado durante el Holoceno se han
producido cambios en el clima. Por ejemplo,
hace escasamente cinco siglos el tiempo era tan
frío que se le viene llamando “Pequeña edad de
Hielo” y precisamente la temperatura media
terrestre ha ido incrementándose desde entonces; obviamente este calentamiento terrestre es
anterior tanto a la aparición de la gran industria, como a la explosión demográfica mundial
que se ha desatado en los dos últimos siglos
con el progreso de la Medicina. En la época de
Jesucristo (periodo Romano) los indicios
apoyan a afirmar que también hubo un periodo
cálido y bien es sabido que el vehículo de los
romanos era la cuádriga y la carreta, no el
motor de gasolina, y la población mundial era
exigua a causa de las recurrentes epidemias.
Mismamente, la pluviosidad ha sufrido
grandes cambios durante, por ejemplo, ese mismo periodo de los últimos cinco siglos, por lo
que si estamos en un periodo seco se puede
achacar a que es debido al cambio climático
producido por los gases de invernaderos y, si
estamos en otro lluvioso, se tiende a utilizar
exactamente también el mismo argumento, pero antes de la época industrial ya se producían
esos enormes cambios de periodos de lluvias y
otros periodos de sequía (léase la Biblia).
Si retrocedemos a hace sólo cuatro milenios
(Edad del Bronce) también se postula como
una época fría. Y un poco más atrás, en el
Mesolítico (hace unos ocho milenios), la Tierra
se encontraba en una máximo térmico después
de la última glaciación. O sea, sin salir del
Holoceno (que geológicamente en tiempo no es
nada, una simple anécdota del Cuaternario) el
clima no ha dejado de oscilar y ello sin tener
relación alguna con la mayor emisión de CO2
que se ha producido durante el último siglo y
medio.
Por tanto, nadie sabe con certeza la causa de
por qué se detuvo el último periodo glacial (ni
por qué aparecieron y desaparecieron los anteriores), ni por qué durante los siglos XIV y XV
volvió a bajar la temperatura.
A pesar de estas evidencias, los políticos y
los medios de comunicación (incluso algunos
científicos interesados en dramatizar…) achacan a estas emisiones carbónicas el cambio climático supuestamente actual (Watson, 2001).
Y es forzoso establecer que el cambio climático se ha venido produciendo (y se producirá)
durante todas las épocas geológicas terrestres
(recuérdense los dinosaurios o, muy recientemente, las múltiples glaciaciones) y, que a ello
actualmente, hay que añadir una mayor emisión de CO2 a la atmósfera (sin tener en cuenta
cómo reaccionará el océano a medio plazo),
que previsiblemente hará incrementar la temperatura atmosférica, pero que es imposible
predecir a priori, con los conocimientos
actuales, si el clima general terrestre tenderá a
calentarse o a enfriarse, a pesar de las
emisiones de las naciones industrializadas. El
moderno aumento de temperatura y una
paralela disminución de pluviosidad en el
Hemisferio Norte puede ser atribuido a los
gases de efecto invernadero, pero no se sabe en
realidad la dirección real del permanente
cambio climático geológico.
La desforestación producida por el hombre
blanco en Africa e Iberoamérica desde principios del Siglo XX (que puede haber producido
un flujo de cerca de 1 Pg a-1 de C a la
atmósfera) no deja de ser una visión muy
parcial y escasamente científica del tema;
mismamente los impactos iniciados y
producidos por el hombre blanco en Europa
desde algunos siglos antes de la Era cristiana y,
no digamos, si a ello se le suma los que se
produjeron en los siglos XIX y XX en Norteamérica, han debido tener más trascendencia
que aquélla. Existen aún muchas incógnitas
que hay que descubrir para explicar el cambio
climático considerado global y así se puede
referir, como ejemplo, al recurrente calentamiento del Pacífico (fenómeno de El Niño),
tras algunos años de enfriamiento (La Niña),
comenzado a estudiar por los científicos no
hace muchos años.
Consideraciones finales
De lo expuesto se deduce que las consecuencias de un mejor conocimiento del ciclo
del C aclararían muchos de los problemas
actuales, pero quedan aún pendientes muchas
incógnitas: a) La posible incidencia en el cambio climático; b) las consecuencias políticas y
socioeconómicas derivadas del nivel de riqueza, o nivel de vida familiar o nacional que está
directamente ligado a un mayor consumo de
energía y, por ende, de producción de CO2;
Apuntes de Ciencia y Tecnología, Nº 10, marzo de 2004
c) los intereses de las grandes compañías
petroleras (emisoras de CO2) y nucleares
(productoras de residuos radioactivos), entremezclado por las energías alternativas (de
origen hídrico, eólico o solar, quizás en el
futuro la fusión nuclear); d) el trasfondo de
ideologías (de buenos y malos, de moros y
cristianos, de occidentales y chinos) que (más
o menos ocultamente) pretenden justificar el
control de las reservas de petróleos de los
países pobres o en vía de desarrollo por los
países más poderosos; e) el incierto mercado
de captura, secuestro o fijación de C; f) el
(insuficientemente estudiado) papel de los
océanos en el control climático; g) la
imposición de ciertas modas de manejos del
suelo agrícola; h) el discurso ecologista contra
la tala de árboles; i) la carga de profundidad
del permanente cambio geológico del clima; y
un largo et cetera.
Seamos optimistas y pensemos que en el futuro tendremos energía barata merced a la energía de fusión (de ahí la lucha por controlar el
ITER), al menos por el bien de la humanidad,
incluso por su sobrevivencia como especie.
Lectura complementarias
- ARNALDS A. (2000). Carbon sequestration: A
new incentive for landcare. International Landcare Conference. Melbourne.
- BROWN S. (2001). Measuring C in forests:
Current status and future challenges. Environ.
Poll., 116:363-372.
- BUTCHER S.S., R.J. CHARLSON, G.H.
ORIANS, G.V. WOLFE (1992). Global biogeochemical cycles. Academic Press, San Diego.
- CARTER M.R., B.A. STEWART (1996). Structure of organic matter storage in agricultural soils.
(Adv. Soil Sci. Series), C.R.C. Press, Boca Ratón.
- DIXON R.K. et al. C pools and flux of global
ecosystems. Science, 263:185-190.
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- LAL R., J. KIMBLE, J.M. FOLLETT, B.A.
STEWART (1998). Soil processes and the C
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- LAL R., J. KIMBLE, E. LEVINE, B. STEWART
(1995). Soil management and green-house effect.
(Adv. Soil Sci. Series), C.R.C. Press, Boca Ratón.
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WATSON R.T. (2001): Resume Sixth Conference of Parties to the United Nations Framework
Convention on Climate Change. Chair, Intergovernmental Panel on Climate Change, July 19,
2001, Montreal.