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y fronteras de la razón
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Razón de la frontera
y fronteras de la razón
Pensamiento de los límites
en Peirce, Florenski, Marey, y
limitantes de la expresión en
Lispector, Vieira da Silva, Tarkovski
Fernando Zalamea
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© Universidad Nacional de Colombia
© Editorial Universidad Nacional de Colombia
© Fernando Zalamea Traba
Editorial Universidad Nacional de Colombia
Director
Luis Ignacio Aguilar Zambrano
Comité Editorial
Gustavo Zalamea Traba, profesor Facultad de Artes, sede Bogotá
Julián García González, profesor Facultad de Administración, sede Manizales
Luis Eugenio Andrade Pérez, profesor Facultad de Ciencias, sede Bogotá
Luis Ignacio Aguilar Zambrano, director Editorial Universidad Nacional de Colombia
Primera edición, 2010
ISBN 978-958-719-pendiente
Diseño de la Colección Obra Selecta
Marco Aurelio Cárdenas, profesor Facultad de Artes, sede Bogotá
Edición
Editorial Universidad Nacional de Colombia
direditorial@unal.edu.co
www.editorial.unal.edu.co
Bogotá, 2010
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular
de los derechos patrimoniales
Impreso y hecho en Bogotá, Colombia
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia
Zalamea Traba, Fernando,1959Razón de la frontera y fronteras de la razón… / Fernando Zalamea Traba. –
Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias, 2009
130 p.
ISBN : 978-958-719-pendiente
1. Arte 2. Filosofía 3. Literatura 4. Crítica
CDD-pendiente / 2010
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Si volvemos a la comparación entre arte y ciencia,
nos vemos llevados a hacer la observación siguiente:
como es imposible constituir el Todo en los campos del saber y de la
reflexión, puesto que a aquel le falta interioridad y a esta exterioridad,
debemos necesariamente pensar la ciencia como un arte
si esperamos de ella que nos comunique uno u otro modo de totalidad.
Johann Wolfgang Goethe
Historia de la teoría de los colores (1808)
Nosotros, que hemos casi perdido la capacidad de ver la unidad
y, más allá de los árboles, no somos ya capaces de ver el bosque,
nosotros, para comprender de nuevo esa unidad general,
debemos rescatar con la razón las insuficiencias de nuestra mirada.
Pavel Florenski
El significado del idealismo (1912)
Libro–cámara oscura
Teatro del universo
Francia, c. 1750
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Contenido
Introducción
Primera parte
11
Razón de la frontera. Pensamiento de los
límites en Peirce, Florenski y Marey
21
Capítulo 1
Charles S. Peirce. El borde y el péndulo
23
Capítulo 2
Pavel Florenski. La antinomia y la visión
37
Capítulo 3
Étienne-Jules Marey. El movimiento y el residuo
51
Segunda parte
Fronteras de la razón. Limitantes de la expresión
en Lispector, Vieira da Silva y Tarkovski
65
Capítulo 4
Clarice Lispector. Entrelíneas de lo ininteligible
67
Capítulo 5
Maria Helena Vieira da Silva. Grafismos
de lo invisible
81
Capítulo 6
Andrei Tarkovski. Imágenes de lo inefable
91
Coda
Capítulo 7
105
Fronteras y creatividad. Perspectivas desde
una razón ampliada
107
Bibliografía
123
Índice onomástico
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Introducción
Desde los albores de la filosofía griega, se establece cierta disimetría entre
lo que “no es” (me on) y la “nada” (meden). Contrariamente de lo que
no es y no puede conocerse, el meden, construido como una negación
compuesta, se abre a los linderos de la reflexión positiva. Situándose en el
revés de las imágenes, una nueva mirada puede abrirse a la posibilidad de
detectar múltiples velos intermedios en el espacio complejo de aquello que
parece quedar “más allá” de nuestra comprensión. Este ensayo explora las
fronteras de esos ámbitos que, aparentemente, no pueden ser pensados por
la razón ni precisados con la imaginación. Desde las limitantes del lenguaje
y de la visión, observamos cómo un sostenido esfuerzo de invención en
esos bordes de la expresión permite construir, no obstante, una serie de
accesos parciales a aquello que parece eludirnos. Una ampliación de la
razón se encuentra, entonces, en juego, donde esta sea capaz de integrar
rigor y plasticidad, exactitud y libertad, control y movimiento.
Con detallados estudios de caso en la lógica, la filosofía, la fotografía,
la literatura, las artes plásticas y el cine, revisamos en el ensayo diversas
concreciones de una razón extendida, que pueden verse como modulaciones
alrededor de tres temas principales. Un primer tema aprovecha el hecho de
que, al situarse en una frontera, se produce de modo inevitable un ir y venir
pendular entre los entornos alternos que se encuentran a cada lado de la
frontera; el barrido del péndulo entre diversas polaridades cubre así un
amplio rango de oscilaciones intermedias. La sola disposición a situarse en
un límite obliga, de por sí, a que la razón viva en una incesante dialéctica
entre sus territorios interiores y un inapresable exterior.
Un segundo tema se centra en el poder específico que tienen las
imágenes, más allá de las palabras, y en la fuerza que puede llegar a adquirir
cierta razón de las imágenes, que la razón del lenguaje no parece conocer.
No lejos de lo que en los últimos años se ha venido denominando “estudios
visuales” –en una suerte de “giro visual” en el que nos encontraríamos,
después del “giro lingüístico” de la filosofía en el siglo XX–, examinamos
la riqueza antinómica de las imágenes y señalamos cómo, desde muy
contrastantes campos del saber, una visión extendida puede ayudarnos a
reintegrar algunas contradicciones inherentes en el elusivo tránsito entre
lo uno y lo múltiple.
Un tercer tema se adentra en la riqueza reflexiva de la frontera
cuando se la asume racionalmente como limitante, cuando la demarcación
se expresa con plena conciencia. La reflexividad del límite permite que,
en efecto, en el acto mismo de dibujarse, el límite ya supere el territorio
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
interior al que circundaba y conquiste un nuevo espacio: el límite mismo.
La razón, el lenguaje o las imágenes, al reconocer y explorar sus límites,
se sitúan entonces en un segundo orden que amplía las posibilidades del
entendimiento.
La primera parte del trabajo –razón de la frontera– muestra cómo, a fines
del siglo XIX y comienzos del XX, tres notables científicos deben enfrentarse
en sus respectivos campos de acción con sorprendentes obstrucciones
en sus investigaciones, que les obligan a reconstruir nuevas miradas
desde el revés de las configuraciones estudiadas. Múltiples conjunciones
del posmodernismo yacen, cien años antes, en muchas inquietantes y
desconcertantes inversiones propuestas por Charles Sanders Peirce, Pavel
Florenski y Étienne-Jules Marey. Los incesantes tránsitos, transvases, ósmosis
e hibridaciones que experimentamos ahora diariamente (mejor situados en
una “transmodernidad” que en una prematura “pos”modernidad), ya habían
sido observados con sumo rigor y gran fantasía por Peirce, Florenski o
Marey. El conocimiento más bien pobre que se tiene de las obras de estos
autores –reducido en el caso de Peirce, escaso en el de Marey, casi nulo
en el de Florenski– explica el que varias de sus ideas hayan sido vueltas
a reelaborar desde perspectivas muy disímiles. Para recuperar, en parte,
trabajos magníficos que merecerían ser mejor conocidos, y para aprovechar
algunas formulaciones teóricas y algunas realizaciones prácticas que
iluminan con singular originalidad la problemática de todo lo fronterizo,
las figuras de Peirce, Florenski y Marey vertebran el entramado del ensayo.
La segunda parte del trabajo –fronteras de la razón– busca otros
espacios más allá de la ciencia, y mira, desde el arte, el problema de cómo
expresar aquello que se despliega allende las fronteras, una vez que el
artista ha demarcado con ellas cierto territorio. Escribir con la palabra
misma las limitantes del lenguaje, pintar campos invisibles que la visión no
percibe, mostrar con el plano cinematográfico un tiempo más hondo detrás
del tiempo que transcurre ante nuestros “ojos ciegos”, es la proteica y
soberbia labor que asumen Clarice Lispector, Maria Helena Vieira da Silva
y Andrei Tarkovski. Los tres realizan, independientemente, un concreto
y meticuloso acceso a la materia, que luego, al encadenarse con una
inversión de perspectivas, permite intuir con insospechada fuerza el aura
de todo aquello que no alcanza a encarnar en el lenguaje o en las imágenes.
Un meticuloso vaivén entre la concreción material de las representaciones
y su comprensión desde el revés –preconizado por Florenski– se ejecuta en
la “entrelínea” de Lispector, en los grafismos de Vieira da Silva y en las
veladuras de Tarkovski.
Sin haberlo buscado expresamente, debe indicarse cómo la mayoría
de los protagonistas principales de este ensayo se sitúan en márgenes
geográficos y culturales específicos. Peirce, sumergido en el puritano siglo
XIX norteamericano, olvidado y mal interpretado en su país hasta hace un
par de décadas, a pesar de ser posiblemente el intelecto más original jamás
nacido en Estados Unidos; Florenski, enviado al gulag y poco traducido
en Occidente; Tarkovski, luchando en los bordes de la cortina de hierro;
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Lispector y Vieira da Silva, desde los confines de Brasil y Portugal, viven
cada uno experiencias profundas en las fronteras de los centros culturales.
Sólo Marey aparece colocado, a fines del XIX, en París, dentro de lo que
podríamos describir como uno de los nudos neurálgicos de su momento.
El hecho de que este ensayo se ubique entonces en una triple conjunción
limítrofe –un estudio de lo fronterizo, orientado hacia científicos y artistas
“marginales”, realizado desde los bordes del ensayo hispánico– no debe
limitar su alcance. De hecho, el haber asumido plenamente esa condición
fronteriza, tres veces iterada, asegura tal vez la coherencia específica del
trabajo.
El capítulo 1 se abre sobre “una nueva aplicación del péndulo a la
metrología”, donde se cifra toda la riqueza dialéctica del sistema de Peirce.
Yendo y viniendo a lo largo de un rango inusitadamente amplio de fronteras
en ámbitos dispares (matemáticas, fenomenología, lógica, semiótica,
geodesia, química, etcétera), el pensamiento peirceano detecta algunos
tránsitos genéricos que recorren tanto el espectro de los fenómenos como
nuestros modos de conocerlo. Una compleja armazón de límites y fronteras
se vislumbra a lo largo del capítulo, al asomarnos a diversas formas
originales de la epistemología peirceana: la máxima pragmática, abierta a
fundamentales transvases modales; la abducción, dispuesta a precisar una
lógica del pensamiento inventivo; las categorías “cenopitagóricas”, enlaces
recursivos entre diversos niveles de la mente y del mundo fenoménico;
los gráficos existenciales, incisivos modelos para una lógica del continuo
donde el desplazamiento topológico de la información (inserciones,
retracciones, obstrucciones) da lugar al conocimiento.
En una suerte de eco invertido de la posición de Peirce, el capítulo
2 muestra cómo Florenski constata una presencia ubicua de fuerzas
antinómicas en todo proceso inquisitivo, y cómo, asumiendo esa riqueza de
lo contradictorio, inventa una razón crítica “inversa” en la que, volviendo
del revés las configuraciones observadas, caben ciertas conjunciones de
opuestos sin que la razón se desmorone. Más aún, en su interpretación de
los números imaginarios en geometría y, sobre todo, en su asombrosa crítica
artística de los iconostasios medievales, más allá de aceptar quietamente
las antinomias, Florenski enlaza dinámicamente su indestructible
multivalencia con la fuerza misma de la creatividad. Proponiendo una
novedosa lectura etimológica donde “idea” y “mirada” se identifican como
“rostros del rostro”, Florenski muestra cómo la visión puede colocarse
en un afilado borde donde lo ideal y lo real convergen, y donde ciertas
cuidadosas facturas concretas saben remitirnos a lo inmaterial gracias a
la superposición antinómica de los materiales en juego. El árbol general
de la razón inventiva se despliega con inaudita rareza en las manos del
matemático, filósofo, crítico de arte, teólogo y sacerdote ortodoxo.
Contrapuesto a una especulativa lógica de lo sagrado buscada
por Florenski, el milimétrico experimentalismo de Marey provee otra
importante oscilación del péndulo. En el capítulo 3, Marey aparece
construyendo todo tipo de artefactos para poder fijar y medir los rastros
INTRODUCCIÓN
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
del movimiento; su capacidad heurística, fuera de lo común, le permite
sortear las múltiples obstrucciones con las que se topa el ojo humano al
querer ver el movimiento. La cronofotografía inventada por Marey deja
visualizar de hecho, en una misma placa fotográfica, una gran cantidad
de desplazamientos en el espacio, que se han distanciado en el tiempo. Los
umbrales recorridos por los móviles, las fronteras superpuestas de los seres
vivos en sus desplazamientos, las fluctuaciones de los líquidos y de los
gases surgen de pronto ante nuestros “ojos ciegos”. Ciertos experimentos
permiten ver a la vez, en una misma imagen, el interior y el exterior de
una figura. En un “hangar del revés”, donde se invierten los registros
de la luminosidad y de la oscuridad, Marey descubre que el movimiento
puede ser captado por un riguroso control de sus rezagos. Una visión de
lo residual es la que nos permite acceder a una verdadera percepción de
aquello que se nos escapa.
Peirce, Florenski y Marey explican cómo, desde el revés, desde
la oclusión, desde el residuo, puede observarse mejor el esqueleto de la
contraparte. El ir y venir entre polos opuestos de la mirada, el invertir
perspectivas, el reconocer unas fronteras que deben ser superadas, amplía
el espectro de la visión. Más allá de una burda dualidad ideal del más y del
menos, una mucho más compleja ley de signos gobierna los tránsitos reales
de la razón. Lejos de una luz refulgente, el conocimiento parece obtenerse
con mayor finura al situarse en una penumbra; diversas veladuras de lo
positivo se consiguen al reintegrar ciertos diferenciales de la percepción,
ubicados en una alterna vía negativa. La razón y la imaginación, el
registro concreto y el vuelo inventivo se requieren entre sí. El olvido de
zonas “plásticas” –dispuestas a la deformación imaginativa– o el olvido
recíproco de zonas “exactas” –partícipes de una razón acumulativa– llevan
a restringir las capacidades creativas del hombre. Desde los límites –ya sea
desde un corte “medio borrado” en los gráficos existenciales, ya sea desde
las raspaduras de las planchas de los íconos cubiertas de polvo de alabastro,
ya sea desde las emulsiones extra-rápidas usadas en las cronofotografías–,
Peirce, Florenski y Marey captan siempre el entrelazamiento de exactitud y
plasticidad que requiere un “verdadero” entendimiento.
En el capítulo 4, vemos cómo los personajes de las novelas de Lispector
transitan una “vía negativa” que los acerca a la oscuridad, el revés, el sueño,
el silencio, el vacío, la materia. Más allá de las urdimbres acotadas del “yo”,
Lispector se sumerge en un ancho mundo de lo vivo, donde la flora y la
fauna adquieren un magnetismo especial. En la no palabra, en la entrelínea
–“cuando se ha pescado la entrelínea, se puede con alivio tirar la palabra”–,
se puede llegar tal vez a conocer aquello que se nos escapa. La creación
emerge paradójicamente gracias a la ceguera y a la imposibilidad de hablar,
pues la plena fusión del “yo” con lo “neutro” (todo lo real allende la mirada
humana) requiere una exigente depuración. En La manzana en la oscuridad
y en La pasión según G. H., Lispector se enfrenta de lleno con el claroscuro,
con los límites de lo expresable, con las fronteras de lo ininteligible. Ahora
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bien, uno de los extraordinarios logros de Lispector consiste en hacernos
habitar lo neutro, a la par de las vivencias pendulares de sus personajes. La
supresión del lenguaje desde la misma cadencia concreta y recargada de la
palabra consigue hacernos vivir una fascinante travesía de los contrarios,
que nos abre la posibilidad de sentir en la literatura la simultaneidad de
una red de umbrales incompatibles.
Vieira da Silva enfrenta un reto similar al de Lispector, dentro de las
artes plásticas. El capítulo 5 muestra cómo Vieira intenta “pintar lo que
no está como si allí estuviera”: el esqueleto escondido de una estructura,
la atmósfera alrededor de una configuración, el vaivén pendular entre
orden y caos, las redes de un laberinto invisible, los residuos efímeros de
lo eterno. Sus lienzos se basan en una profunda certeza de lo incierto –“es
la incertidumbre lo que constituye mi certeza”–, donde constantemente
pugnan el cambio y la permanencia, lo uno y lo múltiple, la quietud y la
velocidad. Los grafismos –líneas, tachones, rasgados– van y vienen sobre
la tela y sugieren espacios intermedios que conquista la paleta –rojos,
azules, ocres, con todo tipo de matices de blanco siempre presentes–. Una
dialéctica plena entre los residuos del ser y el “estar siendo” inunda la
pintura; gracias a complejos entramados de cuadrículas que vibran con una
sorprendente energía vital, múltiples “pre-cosas flotantes” se desplazan
ante nuestra mirada y nos permiten acceder a luminosidades y veladuras
ocultas. En el vaivén de la “pura” sensación (primeridad según Peirce) y del
orden subyacente (terceridad), nos acercamos, a la vez, a la revelación que
ha vivido el artista y a la razón que luego ha usado para elevar su obra.
Como Vieira y Lispector, Tarkovski se sumerge también en la realidad
más concreta para permitirnos emerger hacia lo inefable: “La imagen
está ligada a lo concreto, a lo material, para alcanzar luego, por ciertas
vías misteriosas, el más allá del espíritu”. En el capítulo 6, vemos cómo
la “imagen-observación”, la “verdadera imagen concreta” constituye
el soporte de su obra, y cómo, en la fiel recreación de los más mínimos
detalles de lo concreto, yace la posibilidad misma de trascender la materia
(siguiendo de nuevo una inversión al estilo de Florenski). Para Tarkovski, el
cine provee los medios para poder revelar “ese instante inasequible donde
lo positivo deja de serlo, donde se desliza hacia lo negativo, y viceversa”.
En algunas obras maestras del cine del siglo XX, como Andrei Rublev,
El espejo o Stalker, los largos planos sin cesuras, las vistas sin fin, los
montajes con enlaces naturales entre el interior y el exterior de los planos,
los movimientos pendulares de la cámara, la inserción intrínseca del tiempo
en las imágenes, las gamas lavadas de color, son todos modos del mirar,
particularmente sensibles a esos “inasequibles” deslices entre materia y
espíritu. Las tenues oscilaciones entre lo inefable –alma, creencia, fe– y lo
visible –abedules, alisos, pastizales, raíces, arenas, lodos, lluvias, humaredas,
brumas– se rozan asombrosamente en las películas de Tarkovski. Con la
enorme capacidad evocativa de sus imágenes, el cine “alarga, enriquece,
concentra la experiencia humana” hasta “extenderla considerablemente”.
INTRODUCCIÓN
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
Un enérgico rechazo de las delimitaciones restrictivas, de las
demarcaciones excluyentes, de las categorizaciones seguras, recorre
las obras de Lispector, Vieira da Silva y Tarkovski. Siempre en tránsito,
siempre intentando moverse a la par de las vibraciones mismas de las
configuraciones (literarias, plásticas, cinematográficas) que pretenden
recrear, Lispector, Vieira y Tarkovski descartan cualquier escisión “sí/no”
y se sumergen en inacabables texturas y tinturas intermedias, al tenor
de la vida misma. Situándose en los límites de sus medios de expresión,
consiguen superarlos, y amplían el espectro de la literatura, la pintura,
el cine. Al asumir con plenitud la riqueza antinómica de una visión
extendida que, más allá del sujeto, intenta ahondarlo en un fluctuante
universo correlativo, Lispector, Vieira y Tarkovski construyen nuevas
franjas de movimiento para el ser humano. La reflexividad del límite
alcanza en sus trabajos algunas expresiones notables, demostrando, en el
ámbito concreto de las artes, la viabilidad real de ese elusivo tránsito entre
física y “meta”física, que no puede (ni debe) quererse seguir eliminando de
nuestras inquisiciones.
El capítulo 7 reúne, finalmente, algunas consideraciones de conjunto
sobre la problemática de las fronteras y de la creatividad, apoyándose en
los capítulos anteriores. Mostramos cómo una extensión de la razón está
en el orden del día, ya que, más allá de una razón reducida al lenguaje
(acepción acotada de logos), la razón requiere también contemplar imágenes
complejas (eidola) en su simultaneidad contradictoria. Se abre entonces
un espacio más amplio (topos) donde un vaivén pendular del lenguaje y
de las imágenes, atento tanto a sus tránsitos como a sus obstrucciones,
permite ir precisando mejor diversos entornos del saber. Observamos cómo
la creatividad se sitúa en una de las fronteras fundamentales del topos
logos-eidolon, y cómo, en los más diversos campos, desde las matemáticas
hasta la poesía, se necesita un incesante enlace de diagramas imaginales
y de recortes lógicos para catapultar y fijar los impulsos creativos. Las dos
caras del eidolon –la idea (eidos) y el rastro concreto (tupos)– permiten
entrelazar lo imaginal y lo racional, y captar a su vez, en un mismo hecho
óptico, un interior, un exterior y una frontera. Los residuos concretos de
los móviles en las cronofotografías de Marey, los umbrales y las rasgaduras
en los lienzos de Vieira da Silva, la fusión de materia y anti-materia en
las tomas de Tarkovski muestran una circulación ineludible entre diversas
profundidades de la imagen. Entre la extra-limitación de la imagen y la delimitación del lenguaje, la creatividad emerge y se cristaliza. El constante ir
y venir entre el anverso y el revés de la razón en Peirce, Florenski y Marey
ayuda entonces a moldear aquellos frágiles “deslices” en los que una nueva
idea o una nueva figura intenta tomar forma.
Una cómoda separación de los saberes –una matemática rígida, eterna,
racional, deductiva; una poesía plástica, dinámica, emocional, inventiva–
ha producido excesivas y frustrantes parálisis. Si tenemos que volver a
aprender a “ver con la mente y con el corazón”, contamos ya con muchos
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ejemplos que transgreden las fronteras y que reintegran con fuerza exactitud
y sensibilidad, racionalidad e imaginación, control e inventividad. La razón
requiere invención; la imaginación requiere exactitud. En las múltiples
veladuras intermedias de la visión, en el ir y venir entre imaginación y
razón, entre progresión y recesión, entre fluxión y recorte, se despliega
toda la topología de los ámbitos creativos. La estructura del ensayo intenta
reflejar en parte ese acordonamiento ineludible entre razón e imaginación
que hemos aprendido a obviar, así como esas ósmosis entre los ámbitos
más aparentemente dispares del saber que hacen que nuestro entendimiento
pueda considerarse como tal. La tabla 1 explicita algunas de las “bisagras”
estructurales del trabajo, pero, más allá del “posicionamiento” básico allí
señalado, el ensayo debe entenderse desde la óptica de una movible geometría
de situación que intenta siempre revelar otras múltiples correspondencias
entre los desplazamientos de los protagonistas.
razón
imaginación
(tema 1)
ir y venir pendular
en la frontera
Peirce
Lispector
(tema 2)
razón específica
de las imágenes
Florenski
Vieira da Silva
(tema 3)
reflexividad
del límite
Marey
Tarkovski
INTRODUCCIÓN
Tabla 1
Bisagras de una razón sensible
Aunque la tabla 1 es útil para fijar cierta “posición” de salida, todo el
ensayo intenta transgredir esas casillas: a la vez que precisa las fronteras
dentro de la tabla, las surca constantemente y solo en el diálogo –como
señalamos al final, al leer a Bajtin– los diversos protagonistas alcanzan
su verdadera riqueza. “Medio-borrando” las líneas de la tabla (como en
los gráficos de Peirce) o diluyendo sus trazos (como en Vieira da Silva), la
razón y la imaginación alternan entre sí, y apuntan hacia una verdadera
razón extendida donde el arte y la ciencia se enriquecen mutuamente.
Debemos realizar una mención especial a las notas a pie de página
que acompañan el ensayo. Además de ser el lugar natural para precisiones
bibliográficas, hemos construido el espacio de las notas al pie como un
importante lindero adicional. De hecho, en ese espacio al margen, hemos
realizado a lo largo de los seis primeros capítulos una suerte de comentario
paralelo donde nos referimos sistemáticamente a la obra de Eugenio Trías,
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quien, con toda justicia, ha caracterizado a su obra como un conjunto de
variaciones alrededor de la idea de un límite conquistado y habitado por
y para la razón. Varias de las obras fundamentales de Trías –Los límites
del mundo, Lógica del límite, La razón fronteriza, entre otras– encuentran
amplias y detalladas resonancias con las figuras principales estudiadas en
este ensayo.
El situar a Trías en las notas al pie responde a dos precisos argumentos
estructurales. Por un lado, Trías nunca se refiere en sus trabajos a los
protagonistas de este ensayo (salvo a Peirce, al paso), lo que hace que sus
consideraciones y las nuestras sean más bien complementarias. Por otro
lado, los modos de abordar la problemática del límite (o de la frontera) en
los trabajos de Trías y en este ensayo son pendularmente opuestos: desde la
abstracta reflexión filosófica, en Trías, desde el concreto registro científico
y artístico, aquí. En el descenso y el ascenso entre abstracción y concreción
existen muchos momentos de encuentro (como los magníficos apuntes
del mismo Trías alrededor del Gran Vidrio de Duchamp), que intentamos
señalar en las notas al pie. Es claro que el aprovechar de ese modo uno
de los márgenes físicos de la página no conlleva ningún juicio jerárquico.
En realidad, la voz desde el límite puede entenderse como una suerte de
homenaje: en ciertas notas al pie, algunas citas brillantes de Trías llegan
a invertir completamente la situación, como cuando un esplendoroso
bajo continuo en alguna cantata de Bach resuena conmovedoramente por
encima de las demás voces.
––––––––––––––––––––––
Margen –del latín margo: borde, orilla– es, en español, según el
Diccionario de la Real Academia, un sustantivo ambivalente, cuyo acorde
masculino o femenino queda a libre arbitrio del intérprete. Extremidad, límite
o espacio en blanco, el margen representa, física y simbólicamente, aquello
que queda de lado, alejado de un conjetural centro. Sin género y sin lugar,
el margen es, no obstante, precisamente gracias a su misma indefinición
y genericidad, un concepto de una extraordinaria riqueza y ductilidad
para poder ver más ampliamente el mundo, gracias a un entramado de
medias tintas disponible desde el revés mismo de los acontecimientos. Al
situarse en un borde, en una orilla, en una frontera, la visión se multiplica:
percibe varios territorios a la vez, varias interpretaciones, varios rectos
y versos de una misma situación. Lo aparentemente unidimensional se
torna adecuadamente multifacético, y la percepción de la cultura desde
sus márgenes adquiere mayor densidad y hondura. En efecto –como lo
señala Bajtin, al explicar que todo problema importante de un dominio
de la cultura es el problema de las fronteras de ese dominio–, a menudo,
desde una perspectiva central, una visión monocolor del mundo puede
trivializarse y agotarse.
Situados, como lo estamos, en uno de los bordes de la cultura occidental,
los hispanohablantes hemos sido tal vez más afortunados de lo que creemos,
al considerar nuestra ubicación geográfica y cultural dentro del mundo
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moderno. Precisamente al encontrarse al margen de los centros, muchos
de los mejores pensadores y creadores españoles e hispanoamericanos han
tenido la posibilidad de recoger, diferenciar y hacer surgir obras notables
a lo largo del siglo XX. El caso de la obra de Trías, construida desde los
límites del ensayo hispánico, es un buen ejemplo. Desde los límites, se ha
tenido que desbrozar la energía explosiva de los centros de turno –Francia,
Inglaterra, Alemania, Estados Unidos–, y, gracias a una sana distancia,
a una edificante perspectiva, a una sintética visión a vuelo de pájaro, se
ha podido resistir a desgastantes modas. Aprovechando la distancia y la
marginalidad, este ensayo intenta desbrozar, en una vena similar, algunos
caminos no recorridos previamente.
La monumentalidad de la mirada desde los márgenes –ya sea la
inmensidad horizontal, ya sea la hondura vertical del espectro de visión– es
una característica que comparten los pensadores y creadores que evocamos
en este trabajo. Aunque los ejemplos aducidos, por su excepcional altura,
podrían tender a la distracción, creemos que, yendo aún más allá de los
ejemplos, puede resaltarse una estable y natural cercanía entre las nociones
de “margen” y de “amplitud”. El fundamento lógico de esa proximidad
conceptual consiste en una elemental observación geométrica: el hecho de
que, en un plano, un punto en una frontera tiene siempre acceso, al menos,
a dos regiones del plano, mientras que un punto central puede siempre ser
restringido a una sola vecindad. Así, la frontera, el borde, el margen, llevan
inherentemente consigo una potencial multiplicidad, que sirve para abrir y
ampliar perspectivas.
Sin querer abundar en las ventajas que podrían derivarse de un
consciente posicionamiento en los márgenes de la cultura, y sin querer
ocultar los evidentes privilegios de que gozan aquellos que se sitúan en un
centro dado de la cultura, la simple constatación topológica anterior sirve
para explicar la riqueza inherente de lo fronterizo, opuesta al magro botín
de lo encerrado en un centro. Tal vez no sea solo un azar el que, de aquellos
considerados los cuatro máximos escritores de la primera mitad del siglo
XX –Kafka, Joyce, Proust, Musil–, sobresalga el posicionamiento lateral
(geográfico, estilístico, temático) de los dos primeros, y, aunque los otros
dos puedan parecer ubicados centralmente dentro del panorama de las
letras, se delinee también en ellos una honda marginalidad, indispensable
en la construcción de su obra (el Proust homosexual, el Musil científico).
Como si la profundidad del abismo solo pudiera percibirse plenamente
desde sus márgenes, Peirce, Florenski y Marey, Lispector, Vieira da Silva
y Tarkovski –criaturas errantes bajo el volcán– exploran algunos de los
más emocionantes linderos de la razón y de la imaginación. Para ello, han
sabido elevar notables arquitecturas sobre los márgenes de lo profundo,
gracias a las cuales puede ahora adentrarse el caminante, y observar, con
asombrada reverencia, el fuego de la creación.
INTRODUCCIÓN
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Primera parte
Razón de la frontera.
Pensamiento de los límites en
Peirce, Florenski y Marey
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Capítulo 1
Charles S. Peirce.
El borde y el péndulo
En mayo de 1883, un conocido científico norteamericano se apresta
a realizar “una nueva aplicación del péndulo a la metrología”. Con un
meticuloso experimento, intenta calcular la razón entre la yarda y el metro
con la “máxima exactitud posible” en ese entonces. Poniendo a oscilar
simultáneamente dos péndulos en Massachusetts –el uno, con graduaciones
en yardas, oscilando a 62 0F, la temperatura estándar de la yarda, y el
otro, con graduaciones en metros, oscilando a 0 0C, temperatura estándar
del metro– detecta en primera instancia dos patrones de medida; luego,
intercambia las varillas afiladas de los péndulos y repite el experimento,
obteniendo otros dos patrones suplementarios; compara después los
resultados con barras oficiales de un metro y de una yarda disponibles
en Estados Unidos; finalmente, envía el péndulo-yarda a Inglaterra y
el péndulo-metro a Francia, para que se repitan los experimentos y se
comparen con los patrones estándar guardados en cada país1. El conjunto
de las correlaciones obtenidas permite eliminar así sesgos indeseados y
asegurar la corrección de las mediciones.
Desde una perspectiva aérea algo burda, la obra de Charles Sanders
Peirce (1839-1914) puede verse como una sistemática ampliación de ese doble
y correlativo vaivén pendular propuesto en el experimento anterior. Obra
gigantesca (cerca de 100.000 páginas manuscritas) y multifacética (incisiva
desde las matemáticas a la metafísica, pasando por la fenomenología,
las ciencias normativas, la lógica, la semiótica, la metodología de la
investigación, la psicología y, por supuesto, el pragmatismo), la obra de
Peirce intenta establecer un ir y venir entre la realidad, los signos con los
que representamos esa realidad y las interpretaciones con las que vamos
entreverando esos signos. Para Peirce, el conocimiento consiste en una
compleja urdimbre relacional que reacciona con la realidad, y que consigue
amoldarse progresivamente a ella, a lo largo de los plurales y sinuosos
vaivenes que pueden darse en una comunidad de investigadores. Algunas
de las más valiosas contribuciones lógicas y metodológicas de Peirce
1
C. S. Peirce, “Report of a Conference on Gravity Determinations”, CP 7.16, en: C.
S. Peirce, Collected Papers, Cambridge: Harvard University Press, 1931-1958 (las
referencias del tipo CP a.x envían al volumen a, parágrafo x de los Collected Papers).
23
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
merecen entenderse como aportes a la construcción de un instrumentario
extremadamente preciso para accionar –en el campo más vasto de la cultura
y el conocimiento– un afilado péndulo epistemológico con el cual poder
“medir” temas tan fundamentales, y aparentemente tan elusivos, como la
verdad, la creatividad o los acordes (y desfases) entre lo real y lo ideal.
El sistema arquitectónico peirceano se eleva sobre sus tres categorías
“cenopitagóricas”2: primeridad (inmediatez), segundidad (acción-reacción),
terceridad (mediación). Las tres categorías recorren transversalmente
todo el edificio de la clasificación peirceana de las ciencias, y se iteran
y desiteran permanentemente. El ir y venir de los objetos, los signos y
las interpretaciones –fijados y leídos en contextos determinados, luego
trasladados a otros contextos y allí traducidos, y, finalmente, comparados
y entrelazados– otorga un cariz profundamente dinámico al sistema,
en donde los vaivenes del movimiento y la comprensión simultánea de
deformaciones e invarianzas adquieren una importancia inusitada. Como
matemático, Peirce llega a conocer el nacimiento de la topología moderna3,
e incorpora en su filosofía ese estudio emergente de las transformaciones
continuas del espacio, tanto en sus consecuciones plásticas como en sus
obstrucciones. De hecho, la tríada topológica básica interior/exterior/
frontera no resulta ser más que un caso particular de la tríada cenopitagórica
universal primeridad/ segundidad/ terceridad. La frontera, entendida como
mediación “tercera”, se convierte entonces en una de las bisagras4 básicas
del sistema de Peirce.
Yendo y viniendo a lo largo de un rango inusitadamente amplio
de fronteras–linderos en el mapa ternario del conocimiento, puntos
de ramificación en las ciencias especiales, enlaces evolutivos entre
determinación e indeterminación, bandas entre razonabilidad y creatividad,
bordes en cálculos axiomáticos de lógica topológica–, el pensamiento
peirceano detecta algunos modos genéricos de ósmosis que recorren tanto el
espectro de los fenómenos como nuestras formas de conocer ese espectro. El
más ubicuo de esos modos es tal vez aquel donde se delimita cierto entorno
relacional, se introduce un dato adicional en el interior de ese entorno, se
le hace reaccionar contextualmente, se registran los cambios obtenidos y
2
3
4
“‘Cenopitagóricas’ porque, como las pitagóricas, estas categorías son esencialmente
números; sin embargo, no son ni pitagóricas ni neopitagóricas, sino más bien llenas
de frescura (χαινο)”, en: C. S. Peirce, Categorie (ed. Rossella Fabbrichesi Leo), Bari:
Laterza, 1992, p. 129.
El término “topología” se debe a Listing (introducción en la década 1837-47). Peirce
estudió los artículos de Listing y su influencia fue manifiesta. Se conservan cerca
de cincuenta páginas manuscritas (publicadas e inéditas) en las que Peirce se refiere
directamente a Listing.
La “barra estructuralista: (/)” cuyo interior “hace girar y virar (a modo de bisagra o
gozne) cuanto puede ser expuesto” es uno de los signos que Eugenio Trías aprovecha
para desarrollar sus extensas consideraciones sobre la “filosofía del límite”. Véase
Eugenio Trías, El hilo de la verdad, Barcelona: Destino, 2004, p. 166. Muchas de las
ideas e imágenes de Trías “resuenan” en varios fragmentos de los protagonistas que
estudiaremos en este ensayo. Como notable reverberación de la cultura –con temas y
variaciones caros al propio Trías– intentaremos ir dejando constancia de algunas de
esas afinidades “implícitas” que Trías no parece haber conocido.
24
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luego se borra el dato adicional, retrotrayéndolo de nuevo hacia el exterior.
Se trata de un sencillo proceso de iteración y desiteración a través de una
frontera, cuyas consecuencias lógicas, epistemológicas y –atrevámonos–
metafísicas son, sin embargo, muy complejas. Desde un punto de vista
lógico, el proceso pendular iteración/desiteración sirve simultáneamente
para caracterizar la noción de conectivo proposicional intuicionista y para
realizar un cálculo de formas normales en la lógica clásica de primer orden.
Desde un punto de vista epistemológico, la oscilación activo-reactiva a
través de una frontera elimina la posibilidad de asentamientos definitivos
del conocimiento, pero permite la construcción de orientaciones dentro
de lo relativo. Desde un punto de vista metafísico, la ampliación iterativa
de la frontera, reflexivamente anclada sobre sí misma5, da opciones para
considerarla parte genuina de una “filosofía primera” (y, de hecho, resulta
ser una forma privilegiada de la terceridad peirceana).
Si volvemos al experimento gravimétrico de Peirce de 1883, el activar
simultáneamente dos péndulos en distintos contextos (métricos, calóricos,
mecánicos, geográficos) y el comparar los datos conseguidos hasta fijarlos
en cierta frontera (promedios ponderados) constituyen un ejemplo preciso
de un método mucho más amplio y general para acercarse a una verdad
entendida como frontera o límite6 de múltiples contrastaciones contextuales
y pendulares. La máxima pragmática de Peirce sirve precisamente como un
sofisticado haz de filtros para decantar la realidad y extraer de ella ciertos
“pozos” de verdad. Según la arquitectónica peirceana, solamente conocemos
mediante signos y, según la máxima, únicamente conocemos esos signos
mediante correlaciones diversas de sus efectos concebibles en contextos de
interpretación. La máxima filtra el mundo a través de tres complejas redes
(representacional, relacional y modal) que permiten diferenciar lo uno en
lo múltiple e, inversamente, integrar lo múltiple en lo uno. El resultado es
una visión del conocimiento atravesada por procesos lógico-topológicos,
preeminentemente contextual (versus absoluta), relacional (versus sustancial
u objetual), modal (versus determinística) y sintética (versus analítica).
La verdad se reconstruye entonces como una urdimbre de invariantes
subyacente detrás de las redes anteriores. No se entiende como un reflejo
especular singular de la realidad, sino como una urdimbre plural de bordes
semánticos capaces de caracterizar los fondos de colecciones de modelos.
5
6
CAPÍTULO 1
CHARLES S. PEIRCE.
EL BORDE Y EL PÉNDULO
Según Eugenio Trías, una de las especificidades propias del límite es su capacidad de
predicar sobre sí mismo: el límite “en términos topológicos lo es de sí mismo, en pura
autorreflexión, y en referencia a su propia y específica alteridad” (E. Trías, El hilo de la
verdad, óp. cit., p. 156; cursivas de Trías). El incitar a lo otro a través de un sí mismo,
que es a su vez un tercero, invita a las lecturas triádicas del sistema peirceano.
La verdad como límite es fundamental en la empresa de Trías, para el cual su “filosofía
del límite [...] propone como verdad una frase que puede enunciarse así: ser del límite
que se recrea” (E. Trías, El hilo de la verdad, óp. cit., p. 113). La verdad como producto
ontológico de una consideración reflexiva del límite se distancia aquí bastante de la
posición de Peirce, quien podría decirse que tiende más bien a considerar la verdad
como producto lógico de una consideración comunitaria del límite.
25
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
Ahora bien, la máxima pragmática proporciona indicaciones para la
construcción de un instrumentario de traslados y pegamientos entre lo
local y lo global. Superando así algunos fáciles relativismos posteriores,
la máxima insta a reintegrar lo local, aludiendo a una re-composición
del conocimiento gracias a una jerarquización y sincronización de efectos
“concebibles” en contextos “posibles”7. Una doble polaridad tensa el sistema
de Peirce: horizontalmente, dentro de cada contexto fijo de interpretación,
la acción-reacción (segundidad) entre polos locales da lugar a múltiples
efectos visibles y medibles; verticalmente, a lo largo de clases adecuadas de
contextos, la mediación (terceridad) entre polos globales permite acordonar
los efectos y encontrar tramas comunes. Toda una compleja armazón de
límites y fronteras se encuentra entonces en juego. Una de las fortalezas
específicas de la arquitectónica peirceana consiste en la construcción de
un entronque simultáneo de clausura y apertura, donde, por un lado,
los límites cerrados de los contextos –entendidos horizontalmente como
contornos restrictivos– permiten, gracias a sus acotaciones mismas, cierta
“vida” (segunda) de los signos allí interpretados8, y donde, por otro lado, los
bordes abiertos de esos mismos contextos –entendidos verticalmente como
entornos prospectivos– permiten, gracias a sus procesos de transferencia,
una suerte de “resurrección” (tercera) de los signos.
Si, según Peirce, el pozo de la verdad tiende a situarse ya de por sí
en el borde de una configuración, el barrido del péndulo peirceano sobre
ese borde nos proporciona aún más herramientas para explorar el pozo.
Lejos de El pozo y el péndulo de Poe, con su escalofriante evocación de una
inquisición central y autoritaria, el borde y el péndulo de Peirce abren el
espíritu hacia los márgenes y hacia una razón ampliada, donde desaparecen
los argumentos de autoridad y donde el ejercicio reflexivo de la razón la abre
de forma natural hacia los ámbitos de lo imaginario. El estudio coherente
de la abducción –forma, estructura y emergencia de las hipótesis creativas–
es, de hecho, uno de los puntales mayores del pensamiento peirceano. Para
Peirce, la abducción sirve de urdimbre reguladora para lo real, gracias
a las maleaciones de un tejido plástico (tercero) conformado de hechos
(segundos) e hipótesis (primeras), donde las hipótesis se someten a tests
diversos (plausibilidad, instinto, economía, complejidad) hasta fusionarse
7
8
Debe observarse aquí que el interés primordial de la teoría de la relatividad de Einstein,
más allá de detectar diferencias naturales entre observadores situados en movimientos
relativos distintos, consiste en encontrar aquellos invariantes que gobiernan el
entramado de los sistemas de referencia relativos, en conjunto. Nada más alejado de la
relatividad einsteiniana que un “relativismo” anclado en el aislamiento y la diferencia,
tan a la moda en múltiples ámbitos contemporáneos.
Trías reinventa plenamente esta idea del límite como espacio de vida: el “límite como
lo que puede ser habitado. Y que, por tanto, lejos de ser una línea evanescente, o una
asíntota ‘ideal’ (puesta ahí en el horizonte de vida y pensamiento), debe entenderse
también, y sobre todo, tal como lo concebían los antiguos romanos con su acepción del
limes” (E. Trías, El hilo de la verdad, óp. cit., p. 160; cursivas de Trías). Trías recupera y
potencia en el limes “un territorio susceptible de ser habitado y cultivado”, “oscilante y
movedizo”, “co-relativo en relación a otros dos espacios y ámbitos: el que componía el
‘mundo propio’ que era el espacio y dominio del Imperio; y el espacio externo, adverso,
situado en el extrarradio del limes” (Ibíd.).
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continuamente con los hechos. El pragmatismo peirceano consiste, en gran
medida –como el mismo Peirce lo confirma al identificar al final de su vida
“pragmatismo” con “lógica de la abducción”–, en registrar pendularmente,
por un lado, las rupturas de regularidad, los desajustes de homogeneidad
en un contexto dado que van más allá de una simple irregularidad casual
y, por otro lado, en pegar localmente esas rupturas en un continuo global,
mediante diversos métodos que permiten seleccionar eficazmente las más
“cercanas” hipótesis explicativas posibles para una ruptura dada.
El intento de querer entender el tránsito de la razón entre lo susceptible
de ser razonado (hipótesis, abducción, imaginación) y lo efectivamente
racionalizado (inducción, contrastación, deducción) amplía el ámbito del
entendimiento de manera profunda. Meditada a comienzos del siglo XX9,
olvidada en los cauces centrales de la reflexión analítica, y situada ahora
de nuevo en la mira gnoseológica, la problemática de una creatividad
plenamente integrada con la razón es una de las fronteras mayores a las
que debemos abocarnos. La doble constatación de que el pragmatismo
peirceano –entendido como lógica de la abducción, es decir, como razón
del pensamiento inventivo– se sitúa en el centro de la clasificación de las
ciencias (figura 1) y de que irradia (desde el centro hacia los bordes) su
preocupación por entender el tránsito fronterizo de los signos, es una muestra
de la riqueza topológica y estructural del sistema. De hecho, el estudio de
lo fronterizo se encuentra en el centro mismo de las preocupaciones de
Peirce –lugar 2.2.3.3 señalado en la figura 1, muy cerca del “baricentro”
(2.2.2.2) de la clasificación triádica de las ciencias–, e irradia, hacia las
fronteras del mapa, los avances teóricos y metodológicos conseguidos
mediante la lógica de la abducción. Se trata de una reflexividad mucho
más sofisticada que la que puede obtenerse mediante algún tipo artificial
de autorreferencia, pues aprovecha a fondo la estratificación natural de
una clasificación específicamente abierta al tránsito y a las transferencias.
9
CAPÍTULO 1
CHARLES S. PEIRCE.
EL BORDE Y EL PÉNDULO
Además de Peirce, otros esfuerzos poco conocidos son el de Pavel Florenski (con su
“dialéctica trinitaria”, ver capítulo 2) y el de Carlos Vaz Ferreira (con su “razonabilidad”
ampliada). Curiosamente, registramos esos intentos de extensión de la razón en los
márgenes mismos de Europa (Estados Unidos, Rusia, Uruguay).
27
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fenomenología (2.1)
finito (1.1)
infinito (1.2)
estética (2.2.1)
continuo (1.3)
ética (2.2.2)
matemáticas (1)
RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
MP
(2.2.3.3)
física (3.1)
lógica (2.2.3)
psíquica (3.2)
ciencias normativas (2.2)
metafísica (2.3)
sistémica (3.3)
...... ...... ......
filosofía (2)
ciencias especiales (3)
Figura 1
Iteraciones y desiteraciones de la máxima pragmática (MP)
a lo largo de los bordes de la clasificación peirceana de las ciencias
Como Peirce ya lo indicaba hace más de un siglo con fina ironía
autocrítica, pero, a la vez, con una correcta visión del conjunto de su obra,
Los especialistas científicos –balancines del péndulo y otros símiles–
realizan un importante y útil trabajo; muy poco cada uno, pero en
conjunto algo vasto. Sin embargo, los altos lugares en la ciencia
en los próximos años serán para aquellos que logren adaptar los
métodos de una ciencia para la investigación de otra10.
La balanza de Pascal, no recuperada explícitamente por Peirce en sus
escritos, subyace no obstante en cada recodo del método peirceano. El
equilibrio pascaliano entre rigor e instinto, entre razón e imaginación, entre
ciencia y religión, entre cuadraturas y tangentes, entre infinitudes opuestas
–en suma, entre polaridades que dan lugar a campos de fuerzas intermedios
de enorme valor heurístico– es un equilibrio que permea ubicuamente la
arquitectónica peirceana. Siempre precisando y acotando alguna frontera
sobre la cual va y viene el péndulo de la razón inventiva, Peirce explora
con nuevas herramientas metodológicas los grandes umbrales pascalianos.
En gran medida, las contribuciones más originales de Peirce (cálculo de
relativos, categorías cenopitagóricas, semiosis dinámica, abducción,
10
C. S. Peirce, CP 7.66 (1882) [“balancines del péndulo” = “pendulum swingers”].
28
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gráficos existenciales) pueden verse como detallados instrumentarios
técnicos para poder, por una parte, analizar jerárquicamente múltiples
niveles locales de lo intermedio, y, por otra, recomponerlos sintéticamente
en estructuras globales dispuestas al enlace y a la transferencia.
Peirce aprovecha las habilidades de un buen timonel al mando de su
navío. Por un lado, atento a los bruscos cambios de viento y al equilibrio de
su nave en medio del vaivén de las olas, cuida los virajes entre babor –de
bak-boord, en holandés revés (bak) del borde (boord)– y estribor –de stierbord, en francés gobernar (stier) el borde (bord)–. Por otro lado, prepara
siempre su navío al abordaje de nuevos dominios del conocimiento,
siempre listo para transgredir los límites y retrotraer de vuelta las riquezas
conseguidas. La razón ampliada peirceana, mediante su tejido de signos y
categorías, su inventividad abductiva y sus lógicas de lo fronterizo, permite
ir y venir dentro de muchos espacios que previamente parecían vedados.
La incomprensión y el olvido de la herencia peirceana por más de medio
siglo después de su muerte (con un Peirce restringido a la caricatura de
“utilitarista pragmático”) no son más que una consecuencia natural de una
obra demasiado adelantada para su tiempo. Por otra parte, una visible
(y fácilmente medible) eclosión de estudios peirceanos en los últimos
veinte años es muestra de la vigencia actual de Peirce, en varias ocasiones
preconizado ya como un pensador del siglo XIX para el siglo XXI.
Cuando Peirce nos recuerda que “el balancear razones a favor y en
contra es el procedimiento natural de cada ser humano” y que no puede
evitarse esa continua oscilación a menos de caer en la “observación de
reglas que no tendrían ningún fundamento en la razón”11, vemos cómo
el arte de la balanza está estrechamente ligado al arte de la razón. La
razón como proporción entre dos entes se extiende a un intento de
concordancia entre lo discordante (la coincidentia oppositorum de Cusa), a
una armonización de contrarios, a un vaivén pendular entre opuestos. Una
razón que descuide las fronteras es, por tanto, un verdadero contrasentido
etimológico e histórico12. La luminosa insistencia de Bajtin en que “todo
acto cultural vive, de manera esencial, en las fronteras (...) [pues] en esto
reside su seriedad e importancia: alejado de las fronteras pierde terreno,
significación, deviene arrogante, degenera y muere”13, debería estar siempre
inscrita al inicio de cualquier investigación. Es curioso que la identificación
entre razón y raciocinio, restringiendo así las posibilidades del rigor a
11
12
13
CAPÍTULO 1
CHARLES S. PEIRCE.
EL BORDE Y EL PÉNDULO
C. S. Peirce, CP 7.172 (1901).
El hecho de que Eugenio Trías haya tenido que defender insistentemente en nuestros
tiempos la “razón de la frontera”, hasta titular uno de sus libros fundamentales La
razón fronteriza (1999), es un buen apuntador de que bastantes indicaciones sobre una
razón fronteriza –explícitas a fines del siglo XIX y comienzos del XX, como las aquí
evocadas alrededor de Peirce, Florenski y Marey– se fueron sepultando a lo largo de
los años. De hecho, volver a insistir sobre el entronque de “razón” y “frontera”, tanto
en el título como en el contenido de nuestro ensayo, parecería una redundancia más.
Nuestra esperanza radica en la “resurrección” de autores y de enfoques detallados que,
al menos en el ensayo hispánico, han sido bastante descuidados, si no ignorados.
Mijail Bajtin, “El problema del contenido, el material y la forma en la creación literaria”
(1924), en: M. Bajtin, Teoría y estética de la novela, Madrid: Taurus, 1991, p. 30.
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
entornos axiomáticos de prueba y dejando en el limbo las fronteras de la
invención, surjan a partir de una interpretación deformada de la maquinaria
lógica construida por Peirce. La sepultura de lo abductivo, en detrimento de
lo inductivo y lo deductivo, es uno de los hondos contrasentidos en los que
ha debido debatirse la razón a lo largo de todo el siglo XX.
Tal vez convenientemente para muchos, realizar una filosofía de los
fundamentos de la teoría de conjuntos y extrapolar sus guías metodológicas
a una filosofía analítica del lenguaje, se convirtió a lo largo del siglo XX en
una floreciente industria académica. Peirce, creador, contemporáneamente
con Frege14, del cálculo proposicional clásico y del cálculo de relaciones,
que se encuentran en la base de esa disección analítica, podría verse
sorprendido ahora por el desequilibrio gnoseológico al que se ha llegado. Si
los modos (convertidos en modas) de la fundamentación se han revisado en
detalle, los modos de la invención se han considerado demasiado vagos y
poco relevantes; si los modos de la taxonomía gramatical han inundado por
doquier cualquier rama del conocimiento, los modos de una comprensión
semántica y sintética de los fenómenos han sido poco desarrollados; si
los modos del desglose diferencial de los procesos cognitivos han sido
realzados, los modos de una reintegración compleja y polisémica del
saber han sido poco estudiados. El cómodo olvido de esas fronteras y del
inevitable movimiento pendular que la razón debe ejercer alrededor de ellas
es sin duda uno de los lastres de nuestro tiempo15.
La irreducible atención que el entendimiento debe prestar –a la vez– al
análisis, a la síntesis y a los procesos inferenciales intermedios se concreta
con una sorprendente fuerza técnica en los gráficos existenciales peirceanos.
Auténticas joyas sumergidas del pensamiento, los sistemas de gráficos
existenciales permiten un análisis figurativo de las lógicas conocidas en
tiempos de Peirce (cálculo proposicional clásico, cálculo de relaciones,
fragmentos modales) gracias al traslado sintético de información alrededor
de ciertos tipos de fronteras. Se trata de una combinación detallada de
análisis, síntesis, visualización, fronteras y oscilación pendular, única en la
historia de la lógica. Sobre el continuo peirceano (entendido como espacio
14
15
No es de extrañar que las historias y filosofías normalizadoras de las matemáticas
hagan resonar inmoderadamente el nombre de Frege con respecto a Peirce. La amplitud
de la obra de este último no se deja reducir a fundamentos uniformes, más fáciles de
encasillar en cambio en el caso de Frege.
Por supuesto, la reacción de ciertas franjas del posmodernismo en contra del pensamiento
exacto y “duro”, y su glorificación de lo débil, lo amorfo y lo vago constituye otro
barrido extremo del péndulo. Abierto y libre en algunas de sus mejores manifestaciones,
el posmodernismo se cierra en cambio demasiado a menudo, en sus manifestaciones
ordinarias, dentro de un inconsecuente relativismo y una sinrazón excesivamente
facilista. Tal vez el concepto de transmodernidad inventado y defendido por Rodríguez
Magda –con sus connotaciones abiertas de “transformación, dinamismo, atravesamiento
de algo en un medio diferente”, con una “multicronía” cuyas características serían “el
pluralismo, la complejidad y la hibridación”, con un “ser-haciéndose-y-nunca-concluso”,
pero aún ligado fuertemente a una razón extendida y a una lógica rigurosa de esas
nuevas dinámicas– sea el que mejor pueda acercarse a denotar con un solo término
nuestro entorno actual de tránsitos y fronteras. Véase Rosa M.ª Rodríguez Magda,
Transmodernidad, Barcelona: Anthropos, 2004, pp. 16, 17, 19.
30
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general de las posibilidades puras) se construye conocimiento por medio
de tres procesos de acción-reacción duales: inserción/extracción, iteración/
desiteración, dialéctica sí/no. El lugar de ese continuo se representa por
medio de una hoja de aserción en blanco, donde pueden ir dibujándose
y borrándose óvalos, a través de cuyos bordes se introduce, elimina y
transmite información16. Un óvalo puede entenderse como un corte en la
hoja, que nos lleva del anverso de la hoja (verdad) a su revés (falsedad); si
visualizamos intuitivamente el acto de dibujar un corte en un fragmento
de la hoja como el acto de negar lo que en ese fragmento se encuentra
presente, los procesos dialécticos elementales del pensamiento (sí/no) se
cifran en la posibilidad de dibujar (y de borrar) en cualquier fragmento de
la hoja un par de cortes inscritos el uno en el otro17. Mediante repeticiones
diversas de esos dobles cortes, se construyen entonces redes de cortes
entreverados entre sí, y la hoja de aserción se divide en áreas pares (con
un número par de cortes a su alrededor) y áreas impares (con un número
impar de cortes a su alrededor). Las reglas fundamentales de la oscilación
peirceana enuncian entonces que puede insertarse información en áreas
impares, borrarse información en áreas pares, iterarse información desde
áreas con un número menor de cortes hacia áreas con más cortes, y
desiterarse información en sentido contrario.
De forma sorprendente, esta oscilación capta completamente la lógica
clásica, simultáneamente en su nivel proposicional (cálculo de cortes) y en
primer orden (cálculo de cortes y de líneas de identidad). Desde el punto
de vista que aquí nos interesa, los bordes de los cortes son precisamente
aquellas fronteras que permiten pasar del sí al no (en el caso proposicional)
y de lo universal a lo particular (en el caso relacional). Pero, hay aún
mucho más. Si esos bordes se desvanecen un poco y se consideran “medio
borrados” en vez de completamente trazados en la hoja, y si las reglas
genéricas de inserción y extracción se aplican ahora al borde desvanecido
–aplicando reflexivamente la maquinaria sobre una de sus componentes–, los
bordes medio borrados pueden llegar a convertirse en cortes completos (por
inserción) o llegar a desaparecer del todo (por extracción). Si se interpreta
un fragmento de la hoja envuelto por un borde medio borrado como un
entorno para la contingencia (donde la información puede no llegar a
16
17
CAPÍTULO 1
CHARLES S. PEIRCE.
EL BORDE Y EL PÉNDULO
Los gráficos existenciales se basan en un lenguaje gráfico formal, axiomas y reglas
precisas que permiten gobernar las acciones-reacciones arriba señaladas. Para el cálculo
proposicional, solo se requiere un axioma trivial: postular la hoja en blanco, sin ninguna
marca aún en ella, como axioma. Para el cálculo de relaciones, únicamente se requiere
otro axioma: postular como axioma una línea continua en la hoja (llamada “línea
de identidad”, entendida como representación gráfica del cuantificador existencial).
Aunque no corresponde aquí describir técnicamente esos cálculos, remitimos a Don
Roberts, The Existential Graphs of Charles S. Peirce, The Hague: Mouton, 1973, para
las precisiones que se requieren para una comprensión detallada.
En el momento mismo de introducir o borrar un doble corte, no debe aparecer
ninguna información en la corona del doble corte (aunque luego no solo puede, sino
debe, aparecer nueva información). Esto consiste en algo así como postular que no
se introduzcan residuos inapropiados al comenzar o finalizar una argumentación
dialéctica, aunque en las mediaciones de la argumentación esos residuos lleguen a ser
vitales.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
registrarse, o, dicho de otra manera, donde las cosas pueden no llegar a
ser), puede demostrarse teoremáticamente que los vaivenes anteriores entre
el corte, la evanescencia y el borramiento corresponden a precisos cálculos
modales sobre la hoja de aserción.
Los sistemas de gráficos existenciales peirceanos conforman así un
extraordinario modelo donde se integran los cauces mayores de la razón. A
partir de un continuo primigenio e indeterminado (hoja en blanco), diversas
rupturas de simetría (cortes, líneas de identidad) configuran un espacio
lógico; y un entronque incesante de entornos dialécticos (dobles cortes) va
marcando una progresiva determinación de la información18. Una disección
analítica descompone el todo (hoja) en partes (cortes), y un montaje sintético
inverso recompone algunos de sus estratos como engranajes correlativos
(redes de cortes). Las fronteras (bordes) de las configuraciones permiten
transitar entre lo que es, lo que no es y lo que posiblemente es. El vaivén
pendular del saber (reglas de inserción/extracción e iteración/desiteración)
permite asegurar su crecimiento efectivo. La topología implícita en el
conocimiento relacional (deformaciones continuas de la línea de identidad)
explica cómo ciertos cruces de las fronteras (extensiones de las líneas
a través de los bordes) adquieren importancia singular para nuestro
entendimiento. En suma, el dinamismo de los gráficos, su plasticidad y su
capacidad sincrética los convierten en un magnífico “laboratorio” donde
consigue concretarse la maleabilidad de la razón.
La oscilación pendular que aparece en las reglas de manejo de los
gráficos existenciales es el reflejo de un esfuerzo ubicuo por develar el
balance y la simetría que en gran medida deben gobernar la lógica. Se
trata de un equilibrio que, según Peirce, se extiende al dominio entero de
la razón: “Como otro preliminar al análisis de concepto de límite, paso
ahora a otro tema diferente. El estudioso no habrá dejado de notar cuánto
he insistido sobre el balance y la simetría en lógica. Es un punto de gran
importancia en el arte de razonar”19. La cercanía en este parágrafo de
las ideas de límite, balance y razón es fundamental, aunque por un lado
encontremos el límite y, por el otro, denotado como “diferente”, hallemos el
balance y la razón. De hecho, el margen, el límite o el borde se contraponen
naturalmente con la simetría, el balance o el péndulo, pero es fundamental
observar que ambas tríadas se requieren entre sí, y que una razón ampliada
es precisamente la que permite unirlas mediante un tirante tejido dialéctico.
Una de las conquistas mayores de la arquitectónica peirceana consiste en
mostrar cómo, cada vez que deseemos ampliar nuestro conocimiento,
debemos situarnos en un borde y luego barrer ese borde pendularmente
e, inversamente, cómo, cada vez que nos enfrentemos a una oscilación,
debemos definir la frontera barrida por el péndulo y extender así desde esa
18
19
Aunque no exista ningún acercamiento técnico posible, es sorprendente observar cómo
el modelo evolucionista del universo, ampliamente reticulado a partir de las rupturas
de simetría que podrían haber ocasionado el big bang, repite los mismos patrones
evocados en esta frase.
C. S. Peirce, CP 4.116 (1893).
32
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nueva frontera nuestra comprensión de la oscilación. El hecho de construir
esos cruces fronterizos de forma sistemática, a lo largo de las múltiples
jerarquías globales y alturas locales del entramado, asegura su sólida
amalgama estructural.
Al estudiar el borde de una mancha de tinta negra caída sobre un
papel, Peirce muestra que los “puntos” del borde no pueden existir20, y
que la noción ideal de punto, gobernada por una lógica dual, debe ser
radicalmente cambiada por una noción real de “vecindad”, gobernada
por una lógica ternaria21. La idea de “punto” se encuentra, sin embargo,
tan anclada dentro de nosotros, que podríamos asegurar la existencia de
tales entes; pero después de una breve reflexión es imposible no adherir al
análisis peirceano: nadie ha podido jamás observar un punto, más allá de
imaginarlo idealmente, mientras que las familias de vecindades constituyen
el soporte real de nuestra percepción. Nos encontramos ante una situación
muy peculiar: son tan fuertes nuestras costumbres que creemos más
fácilmente en lo puntual y en su lógica bivalente, que en lo continuo y
en sus lógicas polivalentes asociadas22. Lo ideal se trastoca completamente
con lo real, y confiamos más en los hábitos de un lenguaje ideal que en las
rupturas que proporciona una visualización real.
Desde muchos puntos de vista, un entendimiento de lo real como una
compleja red de umbrales, con una lógica de vecindades subyacente, tiene
mucho qué ofrecernos. Una inversión notable se consigue. Así como un
punto puede entenderse como el límite ideal de una familia encajada de
vecindades reales, la lógica clásica bivalente merece aproximarse como el
límite ideal de una familia de lógicas “continuas” reales23 y, en palabras
20
21
22
23
CAPÍTULO 1
CHARLES S. PEIRCE.
EL BORDE Y EL PÉNDULO
“Una gota de tinta ha caído sobre el papel y la he bordeado. [...] Hay una línea de
demarcación entre lo negro y lo blanco. [...] Es ciertamente verdadero, primero, que
todo punto del área es negro o blanco; segundo, que ningún punto es a la vez negro y
blanco; tercero, que los puntos del borde no son más blancos que negros, ni más negros
que blancos. La conclusión lógica es que los puntos del borde no existen” (C. S. Peirce,
CP 4.127; 1893).
“Esto nos lleva a reflexionar que es sólo cuando están conectados dentro de una
superficie continua cuando los puntos pueden considerarse coloreados; tomados
individualmente, no tienen color, y no son ni blancos ni negros. Intentemos por lo
tanto poner ‘vecindad’ en lugar de punto. Toda vecindad de la superficie es negra o
blanca. Ninguna vecindad es a la vez negra y blanca. Las vecindades sobre el borde
no son más blancas que negras, ni más negras que blancas. La conclusión es que las
vecindades cercanas al borde son mitad negras y mitad blancas. Esto, sin embargo
(debido a la curvatura del borde), no es exactamente cierto, a no ser que consideremos
aquellas vecindades justo sobre el borde” (C. S. Peirce, CP 4.127; 1893). Más adelante,
en un manuscrito de 1909, Peirce muestra que la lógica de las vecindades es una lógica
con tres valores de verdad (blanco, negro, blanco-y-negro), y que el borde de la mancha
de tinta se caracteriza precisamente por situarse en el tercer valor de verdad (blanco-ynegro).
El caso más sencillo es la lógica trivalente, asociada a las vecindades de la mancha de
tinta, pero el continuo da lugar a otras múltiples lógicas de un gran valor matemático,
heurístico y filosófico (lógica intuicionista, lógica de los haces, lógica categórica).
Esto es ya un teorema matemático, dentro de la semántica de los haces adelantada
por Caicedo, donde la verdad clásica en las fibras del haz puede ser reconstruida
como límite natural de la verdad intuicionista en sus secciones globales. Véase Xavier
Caicedo, “Lógica de los haces de estructuras”, Revista de la Academia Colombiana de
Ciencias XIX (1995): 569-586.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
de Peirce, debe volver a considerarse una “sucesión de realidades de orden
más y más alto, cada una generalización de la anterior, y cada una límite
para una realidad de orden inmediatamente superior”24. Desde los límites se
crean nuevos órdenes –como lo anuncia el método abductivo–, pero no solo
en la lógica o en las ciencias exactas, sino también en la metafísica y en el
mismo proceder artístico. La posibilidad de invertir nuestro entendimiento
habitual de lo dual, y de situarlo no como base de nuestra comprensión, sino
como simplificadora construcción imaginaria, abre enormes perspectivas.
Desde los bordes, toda consideración resulta inmediatamente ternaria,
intrínsecamente dialéctica, naturalmente pendular. Así como en los bordes
de un óvalo en los gráficos existenciales estamos continuamente oscilando
entre el anverso y el revés de la hoja (produciendo a partir de allí una
multiplicidad de posibilidades de acuerdo con los “medio borramientos” del
borde)25, en el umbral de un entorno de realidad oscilamos continuamente
entre lo positivo y lo negativo. Dejando de lado las idealizaciones del “+”
y del “–”, lo que realmente subsiste son las mediaciones, las graduaciones,
las mixturas, para las cuales solo parece apropiada una lógica afín a los
fenómenos de cambio en un continuo general.
Producto de la labor algo mesiánica de Peirce en los últimos veinte
años de su vida26, van surgiendo y entrelazándose coherentemente los
diversos instrumentarios topológicos que sostienen su empresa de acercarse
a lo real en modo real, es decir, la empresa de descomponer y recomponer
las continuas fronteras que nos envuelven gracias a apropiadas lógicas
del continuo. Ya sea con los gráficos existenciales, con la modalización de
la máxima pragmática, con la lógica de la abducción, con la clasificación
triádica de las ciencias, con la genericidad y reflexividad del continuo
peirceano, o con el “sinequismo” (de synechés, “continuo”: tendencia a
observar la continuidad como principio operativo en la naturaleza), Peirce
construye herramientas lógicas, metodológicas, heurísticas, gnoseológicas,
matemáticas y metafísicas, particularmente bien adaptadas a observar
las deformaciones continuas: procesos, tránsitos, ósmosis, hibridaciones,
mixturas. La reflexividad alcanzada es altamente excepcional. Cuando
vemos cómo el mundo contemporáneo (asimilándolo a un siglo XX
extendido hasta hoy, sin necesidad de quiebros “pos”) ha intentado a
menudo caracterizarse gracias a diversos énfasis en la autorreferencia,
24
25
26
C. S. Peirce, CP 1.501 (1896).
Otro ejemplo profundo donde puede observarse el complejo tránsito entre el anverso y
el revés de una composición se encuentra en el Gran Vidrio (c. 1915-23) de Duchamp,
cuidadosamente estudiado por Trías desde su perspectiva de la “filosofía del límite”.
Véase “La transparencia del límite (sobre el Grand Verre de Marcel Duchamp)”, en: E.
Trías, El hilo de la verdad, óp. cit., pp. 227-243.
Peirce se retira a su casa de campo en Milford en 1888 y desarrolla allí, hasta 1910,
en medio de persistentes penurias, todas sus ideas mayores sobre el continuo. La
perseverancia de Peirce es asombrosa: en Milford deja escritas más de 40.000 páginas
(!), a pesar de –o mejor gracias a– su aislamiento creciente de la comunidad académica.
Es otro caso asombroso en el que una obra filosófica parece estar completamente ligada
a un lugar físico muy específico (véase Fernando Rodríguez Genovés, Saber del ámbito.
Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofía, Madrid: Síntesis, 2001).
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podemos entender el valor que puede llegar a tener la obra de Peirce
hoy en día. Si la reflexividad –como es el caso en Peirce– va más allá
de una autorreferencia nominal, gramatical o lingüística, y si alcanza a
acercarse algo más a la realidad (entendiendo por “real” aquello que es
independiente de interpretaciones aisladas: en particular, lo real físico o
lo real comunitario en la “larga duración”), nos encontramos ante un giro
mayor en la comprensión del mundo, que merece ser mejor conocido.
En el continuo peirceano caben (y, en realidad, se requieren) movimientos
elásticos contrapuestos, a la manera misma de las reglas pendulares
de los gráficos existenciales27. Bajo el manto de una “razonabilidad”
ampliada28 –lugar donde confluyen experiencia, imaginación y razón–
pueden perfectamente integrarse la plasticidad y el rigor. Así como una
de las grandes tareas de la topología fue, en sus comienzos, el estudio de
las deformaciones elásticas de un espacio desde sus bordes, una de las
tareas importantes a las que se enfrenta aún la crítica de la cultura es la
comprensión de ciertas maleaciones de la imaginación y de la razón, que solo
parecen plenamente comprensibles desde ciertos bordes donde se solapan
la fantasía y el orden. Mediante una iteración pendular de expansiones y
retracciones entre ambos ámbitos creativos –sin confundirlos, gracias al
borde, aunque entrelazándolos, gracias al péndulo–, exploraremos algunas
de esas complejas maleaciones en la segunda parte de este ensayo, dedicada
de lleno a visualizar lo fronterizo en tres estudios de caso en la literatura,
las artes plásticas y el cine.
27
28
CAPÍTULO 1
CHARLES S. PEIRCE.
EL BORDE Y EL PÉNDULO
Resuena certeramente en esta dirección el siguiente párrafo de Trías: “La filosofía
del límite alienta un doble movimiento contrapuesto, expansivo y contractivo, o de
expansión por los territorios con los cuales dialoga, y de contracción hacia sus propios
fundamentos filosóficos” (E. Trías, El hilo de la verdad, óp. cit., p. 79).
Para una excelente presentación del lugar que ocupa una “razonabilidad” amplia
dentro del sistema de Peirce, y para un estudio pormenorizado de sus correlaciones
con la sensibilidad, la creatividad y la acción, véase la tesis doctoral: Sara Barrena, La
creatividad en Charles S. Peirce: abducción y razonabilidad, Departamento de Filosofía,
Universidad de Navarra, 2003.
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Capítulo 2
Pavel Florenski.
La antinomia y la visión
Hemos visto cómo el conocimiento conlleva intrínsecamente una percepción
de lo fronterizo, y cómo un vaivén pendular alrededor de la frontera ocupa
un lugar ubicuo en la obra de Peirce. En una suerte de eco invertido de
la posición de Peirce, Pavel Florenski (1882-1937) constata la presencia
incesante de fuerzas antinómicas en la base de todo proceso inquisitivo, e
intenta luego dibujar las envolventes de una visión que permita reintegrar
esas tensiones contradictorias. Florenski sitúa una de las inquietudes
mayores de la filosofía griega, el enlace entre lo uno y lo múltiple, en
el centro de la problemática del entendimiento: “El conocimiento solo se
consigue cuando el ên (uno) se extiende en el polys (muchos), formando
‘ên kai polys (lo uno y lo múltiple)’, como Platón definía la idea”29. Una
inevitable “duplicidad” y una “indivisible oposición” emergen entonces
en todo acto de comprensión del mundo. El entender cómo es posible
tal duplicidad es, en el fondo, el “gran enigma” de los universalia: “El
unum se dirige hacia lo otro, hacia el alia, según la interpretación de los
escolásticos, para los cuales la etimología unum versus alia es precisamente
lo universal, lo único y lo general simultáneamente”30. La antinomia y el
fondo contradictorio inscritos en la problemática de los universales no
solo se encuentran, por tanto, en las raíces mismas de nuestra cultura;
para Florenski, mucho más aún, las múltiples formas de lo antinómico
constituyen un árbol vivo que impulsa al ser humano a intentar ver lo
invisible y a imaginar múltiples tránsitos parciales en los umbrales del
saber.
Las oposiciones duales incitan –en su frontera– a una búsqueda de
reintegraciones ternarias. Florenski constata las oposiciones de “realismo”
(universales operativos en la naturaleza) y “nominalismo” (universales
restringidos al lenguaje), pero muestra cómo un entronque vital de realismo
e “idealismo” (desarrollo de la idea ên kai polys) no solo es perfectamente
concebible, sino concretamente rastreable en diversas manifestaciones de
la cultura. Como veremos a lo largo de este capítulo, la extraordinaria
29
30
Pavel Florenski, Il significato dell’idealismo (1914), Milano: Rusconi, 1999, p. 46.
Ibíd., p. 46.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
energía de la obra de Florenski radica en sus análisis minuciosos de algunos
universalia concretos (los iconos ortodoxos, los números complejos,
los símbolos místicos), en una “especie de síntesis infinita, o de unidad
infinita”31, en la que el mundo se entiende como uno en su conjunto aunque
se diferencie a lo largo de “diversos ángulos visuales”32. Un cierto pathos
(entendido como resolución de la antipatheia: “sensibilidades contrarias”)
debe dejar volver a sentir unitariamente el mundo, y una cierta visión
debe ayudar a geometrizar coherentemente las angulaciones discordantes.
Mediante una serie de profundas inversiones –matemáticas, artísticas y
filosóficas– que no dejan irresuelta la oposición usual de lo ideal y lo real,
sino que la reintegran en una visión unitaria, Florenski consigue deambular
con inusitada originalidad por algunos umbrales aparentemente vedados
a la razón.
La “vida en el límite” caracteriza todo el recorrido intelectual y vital
de Florenski. Formado inicialmente como matemático (tesis de candidatura
sobre las “características de las curvas planas como lugares de ruptura de la
ley de continuidad”, 1904), se dirige luego hacia la investigación teológica
(tesis de candidatura sobre la “verdad religiosa”, 1908; tesis de maestría,
La columna y el fundamento de la verdad, 1912), así como hacia la teoría
del arte (Iconóstasis, 1922), y produce entre tanto una ingente cantidad de
artículos y textos de conferencias. Ordenado sacerdote ortodoxo (1911), poco
a poco es encasillado como reaccionario a pesar de su claro reconocimiento
como científico, luego es exiliado (1928), detenido, torturado, enviado a
los campos de concentración en Siberia (1933) y, finalmente, fusilado
(1937). Tanto en los bordes del saber como en los esfuerzos extremos de
dignidad ética con los que debió sobrevivir en la adversidad (notables
experimentos científicos, cartas y diario33 desde el Gulag), la figura de
Florenski conforma un entorno excepcional de conocimiento y de vida,
experimentados realmente en el límite34.
Una de las mejores expresiones del proceder dialéctico fundamental
de Florenski –invertir los supuestos habituales de nuestra razón para poder
abrirla hacia sus confines– se encuentra en un largo y profundo artículo, “La
perspectiva invertida”, escrito en ocasión de las deliberaciones y “vivaces
31
32
33
34
Ibíd., p. 90 (cursivas de Florenski).
Ibíd., p. 95.
Pavel Florenski, “Non dimenticatemi”. Dal gulag staliniano le lettere alla moglie e
ai figli del grande matematico, filosofo e sacerdote russo, Milano: Mondadori, 2000;
Pavel Florenski, Ai miei figli. Memorie di giorni passati, Milano: Mondadori, 2003. La
bibliografía italiana ha estado alerta a la recepción de Florenski (en italiano, Florenskij),
con compilaciones pioneras (E. Zolla, N. Misler) que se han multiplicado en los últimos
cinco años (L. Zak, N. Valentini). Sin embargo, la recepción en el resto de Occidente
ha sido más bien escasa (un par de traducciones al francés, una al inglés; en francés e
inglés, Florensky). Es notoria la ausencia de traducciones al español.
Trías explora en múltiples lugares de su obra la tensión trágica a la que puede llegar el
habitar en la frontera y el “existir en el límite” (véase, por ejemplo, Eugenio Trías, La
razón fronteriza, Barcelona: Destino, 1999, pp. 38-39). Es tremendo observar cómo el
fondo de esa laceración “universal” que puede encontrarse en las errancias del límite se
convierte en un acontecer concreto tan doloroso en la biografía de Florenski.
38
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discusiones”35 (1919) de una Comisión de Salvaguardia de los Monumentos
de Arte. Partiendo de las “visiones de dos mundos” y de las visiones “desde
el revés” propias de los iconos ortodoxos (que posteriormente revisaremos
en la Iconóstasis), Florenski define la perspectiva invertida (o “vuelta del
revés”36) como un conjunto de técnicas de representación abiertas tanto
al “policentrismo” (entramado diferencial de puntos de vista, cada uno
con su particular centro de perspectiva y con su particular horizonte),
como a la “síntesis” (simultáneo acople integral de los distintos centros
y horizontes). Contrapuesta con la perspectiva renacentista –con puntos
de vista privilegiados desde los cuales pretendían reconstruirse imágenes
“fieles” del mundo natural–, la perspectiva invertida asume, desde un
comienzo, la ruptura de los centros de representación, la imposibilidad de
reconstruir lo real desde una sola gramática, la necesidad de incorporar lo
múltiple en cada aproximación a lo uno. Una imperiosa transgresión de
lo positivo, una desviación hacia lo contradictorio, una conjunción de los
planos inherentemente oscilatorios de la percepción, y –a partir de esa visión
real de la antinomia– una liberación del poder imaginativo del hombre, una
plena dinámica gnoseológica y una ampliación de la razón, son algunas de
las características más impactantes de la perspectiva invertida.
Lejos, sin embargo, de cualquier analogía “blanda” (al gusto del
pensiero debole), Florenski se basa en cuidadosas razones matemáticas
para asegurar la inexistencia de representaciones “fieles” de la realidad.
La introducción inevitable de discontinuidades en toda correspondencia
biunívoca entre superficies de distinta dimensión37 es, según Florenski, el
verdadero argumento para mostrar que “si es posible representar el espacio
sobre el plano, esto no puede hacerse sino destruyendo la forma de lo
representado”38. Invirtiendo así las creencias usuales derivadas de una
lectura naturalista “plana”, cuyas leyes sobre la perspectiva lineal podrían
hacernos creer en un traslado fiel del mundo a la tela, Florenski nos insta a
liberarnos de las cuadrículas positivas, y a incorporar decisivamente dentro
de lo real perspectivas y elementos “ideales” aparentemente incongruentes.
De hecho, las antinomias implícitas en la idea (ên kai polys) son parte
integrante de lo real, y deben incorporarse en un “cálculo creativo”
mucho más atento al “claroscuro”39. Allende las limitaciones de las vistas
singulares (en particular, de las perspectivas centrales, lineales o positivas),
debe buscarse entonces una síntesis superior en donde quepa un espectro
de miradas intencionadamente “otras”.
35
36
37
38
39
CAPÍTULO 2
PAVEL FLORENSKI.
LA ANTINOMIA Y LA VISIÓN
Pavel Florenski, La prospettiva rovesciata e altri scritti, Roma: Gangemi Editore, 2003,
p. 73 (primera edición en italiano, Roma: Casa del Libro, 1983).
Ibíd., p. 76.
Florenski evoca argumentos matemáticos de Thomé, Netto, Cantor, Jurgens (P.
Florenski, Ibíd., p. 120). El teorema de la invarianza continua de la dimensión, ya con
rigurosas herramientas topológicas, se debe a Brouwer (1909-1912).
Ibíd., p. 121 (cursivas de Florenski).
Ibíd., p. 78. Como pronto veremos, Florenski descubre en la geometría de los números
imaginarios y de la variable compleja un ejemplo iluminador de ese cálculo donde lo
real y lo ideal se entrelazan indisolublemente.
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No por casualidad Florenski se entusiasma con la obra de un “joven
pintor” que, en una galería de Moscú, presenta una serie de instrumentos
musicales desde lo que podría ser una suerte de “cuarta dimensión”40
que se aplastase en una tela: instrumentos observados desde todos los
ángulos posibles, simultáneamente descompuestos y vueltos a configurar,
con múltiples fuerzas antinómicas puestas a la luz y conjugadas en la
obra. Volviendo del revés el interior y el exterior de los instrumentos,
las partes anterior y posterior de los objetos, el antes y el después de
las partituras, el joven pintor –que no es otro que Picasso– permite ver
desde un nuevo umbral lo que previamente parecía invisible. En buena
medida, la obra de Florenski se dirige toda hacia un objetivo similar:
dejar “ver la idea”41 desde nuevos zócalos del pensamiento, dispuestos a
la contemplación simultánea de lo múltiple. En particular, tanto en el arte
como en las matemáticas, pueden aprovecharse muchos umbrales concretos
en los cuales “las antinomias del movimiento, tan inquietantes para la
razón abstracta, pueden ser superadas”42. Desde esas fronteras se abre una
compuerta luminosa al entendimiento: “La vida superior, la vida de la vida,
o espiritualidad, contemplable concretamente, como si fuese una luz, se
revela aún mejor a una mirada abierta a las imágenes integrales”43.
Una de las fronteras más valiosas para acceder a esa luz concreta donde
se integran plenamente lo ideal y lo real está constituida por los números
imaginarios44 y la teoría de funciones de variable compleja. Combinando
un gran vuelo conceptual y una completa precisión técnica, se consigue
elaborar un entramado particularmente bien equilibrado de creatividad
y de rigor. La detallada explicación que proporciona Florenski de la
cubierta de unos de sus libros, Los imaginarios en geometría (1922), resulta
particularmente iluminadora45. La cubierta (ver figura 2) es una xilografía
del gran ilustrador Favorski, considerada por Florenski “una obra de arte
entretejida de pensamiento matemático” y, algo optimísticamente, “parte
de una tendencia artística que podrá dar aún muchos frutos al patrimonio
de la cultura del futuro, cultura ‘sintética’ en general”46.
40
41
42
43
44
45
46
P. Florenski, Il significato dell’idealismo, óp. cit., p. 101.
Ibíd., p. 106.
Ibíd., p. 79.
Ibíd., p. 116. Es notable aquí la cercanía de estas ideas con el “espacio-luz” que Trías
postula desde su “filosofía del límite”: “El espacio-luz es el límite concebido en su
más pura y diamantina transparencia. [...] En él se descubre el fundamento mismo de
la intersección de la razón fronteriza con su objeto, la realidad, y de la inteligencia
simbólica con lo que se revela del cerco hermético. Esa intersección es lo que llamo
espíritu” (E. Trías, La razón fronteriza, óp. cit., p. 416; cursivas de Trías).
El proyecto de Trías se sitúa explícitamente también en el “intersticio” de lo ideal y lo
real, pero no parece haber llegado a aprovechar el modelo concreto de los imaginarios:
“El límite es, de hecho y de derecho, lo que surge del espacio intersticial y fronterizo,
como ser del límite, entre lo ideal y lo real, o entre razón y realidad” (E. Trías, Ibíd., p.
309; cursivas de Trías).
Pavel Florenski, “Spiegazione della copertina” (1922), en: P. Florenski, La prospettiva
rovesciata e altri scritti, óp. cit., pp. 136-143.
Ibíd., p. 136. Casi un siglo después de Florenski, pasado el “vendaval” analítico del
siglo XX, Trías observa cómo un programa sintético en filosofía está aún en ciernes:
“Ignoro a este respecto si en el futuro, por regular ley del péndulo, ese ‘fragmentarismo’
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CAPÍTULO 2
PAVEL FLORENSKI.
LA ANTINOMIA Y LA VISIÓN
Figura 2 Pavel Florenski, Los imaginarios en geometría
Florenski muestra cómo en toda percepción visual “están presentes en la
conciencia dos elementos o, más bien, dos estratificaciones de elementos,
homogéneas en cuanto a su contenido, pero esencialmente heterogéneas
por su posición en la conciencia”47, cómo esas estratificaciones pueden
representarse gracias al diverso trazado posicional de los números reales
e imaginarios en el anverso y el revés de un plano, y cómo esas retículas
dan lugar a precisas inversiones en la xilografía de Favorski. En efecto, un
rectángulo negro y “cálido” Oxy, con una semi-elipse real, se contrapone
con “el lado imaginario de la superficie, el revés del espacio/película”48,
situado a la derecha de la vertical, y se manejan claras inversiones de color
(blanco/negro), ya sea al trazar las líneas de los objetos dibujados (revés de
la elipse extendida hacia lo imaginario, reflejo oblicuo del origen O), ya sea
al dibujar las redes que parecen tensar el derecho y el revés de la superficie,
o ya sea, sobre todo, al resaltar la aparición del símbolo imaginario i,
doblemente invertido (blancura/giro especular) sobre el rectángulo negro
real. Ahora bien, más allá de una concreción de la dualidad real-ideal, el
interés fundamental de los números complejos consiste en la indisolubilidad
47
48
doctrinario de mi generación filosófica, de la generación ‘postmoderna’ por excelencia,
dará paso a un deseo cada vez más decidido por insistir en los aspectos constructivos
y sistemáticos de la filosofía. O si la preponderancia analítica de la filosofía de mi
generación deje el relevo a propuestas de naturaleza sintética” (E. Trías, La razón
fronteriza, óp. cit., pp. 362-363; cursivas de Trías).
Ibíd., p. 136 (cursivas de Florenski).
Ibíd., p. 140.
41
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de lo ideal y de lo real que se revela en el cálculo matemático subyacente,
cuya notable efectividad –tercera y continua en el sentido de Peirce– es
resultado de un manejo de mixtos: los números complejos entendidos en
su conjunto, que trascienden infinitamente (el adverbio es, por una vez,
adecuado) la consideración aislada de sus ejes real o imaginario. Como lo
señala Florenski, el valor de esa integración compleja queda plenamente
patente en la cubierta de Favorski: lejos de escindir la figura en dos lados
desconectados, estos se entrelazan mediante “perforaciones”49 que envían
de un lado al otro (de lo real a lo ideal: difuminación en blanco alrededor
del símbolo i; de lo ideal a lo real: residuo en negro de la semielipsis),
mediante entreveramientos de niveles reticulares en el entorno imaginario,
y mediante solapamientos blanco/negro sobre las letras del fragmento del
título MNIMOSTI (imaginarios).
Más allá de un dualismo metafísico, Florenski entronca la razón y
el ser, la objetividad y lo orgánico, alrededor de una ubicua homoousía,
retomando así el término teológico de los Padres nicenos referente a
la unisustancialidad de las tres Personas divinas, y extendiéndolo a un
espectro mucho más amplio de manifestaciones del tres-en-uno en dominios
concretos. Las tensiones antinómicas de la “idea”, entendida como uno
versus múltiple, se resuelven parcialmente en la conjugación de lo uno
que es a la vez tres. Como en el caso de Peirce50, tenemos entonces un
sistema esencialmente relacional, ternario, abierto al tránsito, recorrido por
incesante dialécticas, que se contrapone con diversas formas de “clausura”
(positivismo, terminismo, nominalismo, subjetivismo, nihilismo) asociadas
a entornos cerrados y acotados del saber, imposibilitados para observar
tanto el exterior como el interior de sí mismos.
Desde un umbral donde se conjugan el recto y el verso de la visión,
Florenski exhorta a un nuevo pensar, más cercano a la “verdad viviente”
de las cosas concretas, a una “verdad que respira” (raíces eslavas del
término: istina = verdad; est = respirar). Después de un exhaustivo análisis
etimológico, Florenski precisa la estrecha ligazón de rostro (licos), mirada
(lik) e idea (eidos) –confirmando así la conjugación clásica del “concepto
de contemplación o visión con el de saber o conocimiento”51– y propone
uno de sus destellos más fulgurantes: “La idea es el rostro del rostro, es
decir la mirada”52. La idea, con sus connotaciones de forma y figura, se
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Ibíd., p. 142.
Las diferencias de la terceridad peirceana y la trinidad florenskiana son notorias, y
particularmente significativas en las génesis de sus respectivas aproximaciones:
“terceridad”, en Peirce, como entramado científico encarnado en el cálculo de relativos
y regido por leyes de continuidad, y “trinidad”, en Florenski, como entramado
teológico encarnado en la iconóstasis y regido por leyes de discontinuidad. Es, sin
embargo, fascinante intuir cómo pueden llegar a complementarse ambos sistemas, con
perspectivas inversas en sus aproximaciones, algo que no alcanzaremos a desarrollar
aquí. Obsérvese también cómo Trías detecta, en la “naturaleza jánica” del límite, ese
doble “poder que escinde y separa eso mismo que a la vez conjuga y articula” (E. Trías,
La razón fronteriza, óp. cit., p. 399; cursivas de Trías).
P. Florenski, Il significato dell’idealismo, óp. cit., p. 137.
Ibíd., p. 136 (cursivas de Florenski).
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lee así como “el rostro de lo real, y, sobre todo, el rostro del hombre, no
en su casualidad empírica, sino en su valor cognoscitivo, es decir, como
mirada, expresión del rostro del hombre”53. La reflexividad del rostro, es
decir del borde del hombre con el entorno real al que se asoma, conlleva
inmediatas consecuencias metodológicas y gnoseológicas54. Por un lado,
solo gracias a un uso consecuente de un método iterativo de extensión
fronteriza puede confiarse en acercar el rostro del hombre al rostro de
lo real. Por otro lado, solo puede esperarse entender la complejidad de lo
real en su conjunto desde unos bordes de la mirada abiertos a aquello que
queda aparentemente fuera del espectro de la visión.
En la “frontera donde se tocan dos mundos”, Florenski explora
cómo “el velo de lo visible se desgarra en nosotros, y sus brechas aún
inconscientes dejan pasar un soplo invisible”55. En la Iconóstasis56, un
manuscrito póstumo solo publicado en forma completa en 1992, los bordes
de ese saber inherentemente antinómico son estudiados con minucioso
detalle en la técnica constructiva de los iconos ortodoxos. Para Florenski,
en la creación artística “el alma en éxtasis pasa del mundo terrestre al
celeste” y se produce un vaivén de ascensos y descensos, con imágenes
que se alternan entre la “luz del día” espiritual y las “sombras del mundo
sensible”57. En los iconos, esa creación alterna se asoma al rostro divino,
y combina el doble esfuerzo de dibujar el rostro como “frontera de lo
subjetivo y de lo objetivo”58 y de simbolizar en la figura de Dios la inagotable
multiplicidad del mundo. Las técnicas creativas para representar en los
iconos el tránsito entre lo múltiple y lo uno son extremadamente variadas
y complejas: vaivén de ungüentos, secamientos, raspaduras, alisamientos,
pegamientos y aislamientos, en la preparación de las planchas cubiertas de
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58
CAPÍTULO 2
PAVEL FLORENSKI.
LA ANTINOMIA Y LA VISIÓN
Ibíd., p. 138.
Más sistemáticamente que Florenski, pero dentro de una argumentación abstracta más
enrarecida, sin duda alejada de la “metafísica concreta” de Florenski, Trías resalta en sus
inquisiciones sobre el “ser del límite” la fundamental reflexividad y autorreferencialidad
del límite: “Lo propio del espacio-luz consiste en ser el límite mismo de su condición
de tal, el límite como límite, verdadero fundamento topo-lógico del ser del límite” (E.
Trías, La razón fronteriza, óp. cit., pp. 295-296; cursivas de Trías). El espacio-luz “en su
pura trans/parencia”, tránsito por tanto de lo aparente, remite al tránsito de la mirada
(= idea según Florenski) hacia lo real.
Pavel Florenski, “L’iconostase” (1922), en: Pavel Florenski, La perspective inversée,
suivi de L’iconostase, Lausanne: L’Age d’Homme, 1992, pp. 121-218.
El iconostasio es la mampara cubierta de imágenes que sirve de límite al presbiterio
con respecto al resto de la iglesia, pero más allá de esa delimitación física, Florenski
asocia al iconostasio concreto una iconóstasis genérica, entendida como una suerte de
iluminación o revelación (tanto mística como artística, acercándose a la “iluminación”
según Proust o Benjamin): “La iconóstasis es la frontera entre el mundo visible y el
mundo invisible [...] La iconóstasis es una visión” (P. Florenski, Ibíd., p. 140; cursivas
de Florenski). El inevitable deslinde en español del objeto (iconostasio) y del proceso
(“iconóstasis”: nuestra traducción, cercana al “éxtasis” como extensión mística de la
visión) pierde la integración de esas dos acepciones en un mismo término.
Ibíd., p. 130 (siguiendo las imágenes clásicas de Virgilio, Tasso y Dante). Para Trías,
“el asumir la sombra del lógos como referencia es, quizás, lo más característico de mi
meditación sobre el límite” (E. Trías, La razón fronteriza, óp. cit., p. 405; cursivas de
Trías).
Ibíd., p. 132.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
polvo de alabastro59; grafías, marcas, incisiones, calcos, en la elaboración
de la “sombra” abstracta de la composición60; campos de fuerza repulsores
y retículas de líneas divergentes entre el ojo divino y su entorno geométrico
circundante, como en un campo magnético en el cual “la forma de lo
visible está constituida por sus líneas invisibles”61; división del trabajo entre
los pintores del rostro y los demás artistas, muestra de un “sentido muy
profundo orientado al principio interior y exterior del ‘yo’ y del ‘no yo’ del
rostro humano, como expresión de la vida interior y de todo lo que no es
rostro”62; estratificaciones, pliegues y junturas de bandas y trazas de oro, un
material cuya esfera de existencia se contrapone con aquellas de los demás
colores63; concreciones y realces de capas cromáticas en los pliegues de los
vestidos, con deslizamientos intermedios de blanco y con licuefacciones y
espesuras sobre cada color, que evidencian el “grado intermedio de realidad
entre el mundo interior –el rostro– y el exterior –la naturaleza–: el grado
de realidad de los vestidos como lazo y ente intermediario entre dos polos
de la creación, el hombre y la naturaleza”64; sucesivas iteraciones de líneas
con progresivos tonos y grosores en la delimitación de los confines del
rostro, y sucesivas capas de colores minerales (ocre, cinabrio, malaquita,
sulfuro, cerusa) en la elevación sedimentaria de su interior65.
Como Florenski ya lo había señalado en “La perspectiva invertida”,
todas estas técnicas se ponen al servicio de conjugar la complejidad
dentro de un constructo unitario, donde las antinomias no solo no se
evaden, sino que están a la vista. La “superioridad de los iconos que
transgreden la perspectiva”66, donde se observan simultáneamente, por
ejemplo, la espalda y el pecho de un Apóstol, o la portada, el lomo y el
revés del Evangelio, se manifiesta también en la conjunción de entramados
contrastantes –materiales, gráficos y cromáticos– en los iconos donde
ciertas superposiciones de urdimbres de líneas y de capas de colores
alcanzan a vislumbrarse directamente. El “más allá”, la “luz”, la “idea real”,
se manifiestan en esos enlaces antinómicos, verdaderos residuos de aquello
que se nos escapa. Los iconos son para Florenski símbolos visibles de la
unidad de lo visible y lo invisible, y se sitúan exactamente en la frontera
de esos “dos mundos”, aprovechando cuidadosamente su factura material
para remitirnos a lo inmaterial. Solo entendidos como restos, fragmentos
o marcas de una realidad más extensa que aquella en la que se sitúan
–tanto en su ubicación fronteriza concreta en la iglesia, como abstracta en
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Ibíd., pp. 188-189.
Ibíd., p. 189.
Ibíd., pp. 184-185.
Ibíd., p. 190. “En el lenguaje iconográfico, el rostro (litso) es llamado frente (lik), y todo
el resto, es decir, el cuerpo, los vestidos, las piezas, los elementos arquitectónicos, los
personajes secundarios, los árboles, las rocas..., es llamado ‘pre-frente’ (dolitchnoié).
Detalle interesante: en el concepto de ‘rostro’ entran los órganos secundarios de la
expresión, los pequeños rostros de nuestro ser: las manos y los pies” (Ibíd.).
Ibíd., pp. 180-182.
Ibíd., p. 193.
Ibíd., pp. 193-195.
P. Florenski, La prospettiva rovesciata e altri scritti, óp. cit., p. 74 (cursivas de Florenski).
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el tránsito del espíritu–, los iconos alcanzan su profunda razón de ser. La
antinomia, el límite y el residuo se entrelazan así plenamente en una visión
peculiar.
Florenski explora por otro lado las fronteras del sueño como el “primer
grado de la vida en lo invisible”67. Uno de los factores más atractivos de
la fantasía onírica es la inversión del tiempo: “Este se vuelve del revés,
está invertido, y todas sus figuras concretas se dan vuelta por tanto con
él; esto quiere decir que estamos de nuevo en el dominio de un espacio
imaginario”68. Así, al igual que en la meditación sobre Los imaginarios
en geometría, en la phantasia (visión, imaginación) emerge de nuevo el
revés del mundo. Ahora bien, el recto y el verso de nuestra conciencia
son indisolubles, al igual que los números reales y los imaginarios en el
entorno de la variable compleja. Los sueños son parte insustituible y vital
de nuestra existencia, “imágenes que separan y al mismo tiempo unen
los dos mundos [de lo visible y lo invisible]”, y que se “producen cuando
están simultáneamente dados a la conciencia los dos márgenes de la vida,
aunque con grados diversos de nitidez”69. En el sueño no solamente caben
las contradicciones: estas en realidad conforman el sustrato mismo que
sostiene el despliegue onírico. Los sueños emergen para permitir anclar
en nuestro cerebro estructuras antinómicas, cuyo acceso estaría vedado
si siguieran solo los cauces del raciocinio usual (deducción, binarismo,
análisis). De ahí la importancia de ciertos métodos alternativos (abducción,
triadicidad, síntesis) que dejen integrar el duermevela de la invención
dentro de una razón ampliada.
En La Columna y el Fundamento de la Verdad70, un monumental
tratado sobre el pensamiento religioso ortodoxo, con abundantes excursus
etimológicos, matemáticos y artísticos, Florenski intenta plasmar la
urdimbre de las humanas verdades (minúscula, plural) como parte de una
columna integral que supuestamente lleva a una “muy luminosa” Verdad
(mayúscula, singular) “una y divina”71. El fundamento de la columna
resulta ser, para nuestra sorpresa y desconcierto, una plena asunción
de lo antinómico en la base del entendimiento. No solo se señalan muy
diversos modos en los que las polaridades y las oposiciones dialécticas dan
lugar a nuevos conocimientos, sino que llega incluso a definirse la verdad
como una “variedad” contradictoria: “La tesis y la antítesis conjuntamente
constituyen la expresión de la verdad. En otros términos, la verdad es una
antinomia; no puede no serlo”72. El hecho de que en la verdad tengan que
caber puntos de vista opuestos se liga inmediatamente a la constatación
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CAPÍTULO 2
PAVEL FLORENSKI.
LA ANTINOMIA Y LA VISIÓN
P. Florenski, La perspective inversée, suivi de L’iconostase, óp. cit., p. 122.
Ibíd., p. 126 (cursivas de Florenski).
Ibíd., p. 128 (cursivas de Florenski).
Pavel Florenski, La Colonne et le Fondement de la Vérité (tesis de maestría, 1912;
(ampliación y publicación, 1914), Lausanne: L’Age d’Homme, 1975 (2ª ed. 1994).
Ibíd., p. 15.
Ibíd., pp. 100-101 (cursivas de Florenski).
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
de que “una teoría formal y lógica de la antinomia es necesaria”73. Aunque
no parece haber llegado a conocer los cruciales modelos “no estándar” que
estaban surgiendo en la lógica matemática de los años treinta, Florenski
hubiera reivindicado como muy cercanas al fondo de sus preocupaciones,
tanto la construcción de una amplia teoría del tránsito semántico (teoría
de modelos, 1940-hoy) en la que ciertos fragmentos de verdad, localmente
incompatibles, son sin embargo comparables globalmente, como la
construcción de una teoría de la inconsistencia (lógicas paraconsistentes,
1960-hoy) en la que caben antinomias locales, sin destruir el cálculo global
que las cobija.
No obstante, el objeto declarado de La Columna y el Fundamento
de la Verdad, más que elaborar una lógica de lo antinómico, consiste en
desbrozar algunos entornos de una cierta lógica de lo sagrado. Más allá
de los dogmas, definidos con notable perspicacia como “límites ideales en
donde la contradicción se suprime”74, Florenski se enfrenta al “objeto único
e integral de la percepción religiosa, descompuesto en elementos múltiples
en el dominio de la razón, según diversas filtraciones, en fragmentos de la
cosa santa”, un objeto integral que debe ser vuelto a recomponer mediante
una visión más alta: “El enlace de esos diferentes aspectos es sintético y
no analítico; sólo se obtiene a posteriori, bajo la forma de una revelación,
es decir, como un hecho de la experiencia espiritual”75. En ese proceso de
vaivén entre lo uno y lo múltiple, se impone poco a poco la conciencia
ineluctable de que el hombre debe situarse dentro de procesos eminentemente
dinámicos del conocer. Superando las postulaciones estáticas de “la ley de
identidad y sus inevitables compañeras, la ley de [no] contradicción y la ley
del tercio excluso”, Florenski se pregunta “cómo es posible la naturaleza
antinómica de la estructura esencial de la razón” y responde: cuando “los
dos fundamentos de la razón, el principio de lo finito y el de lo infinito,
conforman efectivamente uno solo”, cuando “la auto-identidad de la razón
es también su altero-afirmación e, inversamente, cuando su afirmación por
medio del otro conlleva su identidad consigo mismo”76.
Nos encontramos así situados de nuevo en los bordes del mundo
moderno, en la comprensión cósmica del “yo” y el “otro” según el pensamiento
romántico77. Dos incisivas formulaciones de Novalis y de Schleiermacher
son, sin embargo, llevadas a nuevos giros gracias a lo que podríamos
denominar el método de Florenski: invertir una configuración, develar sus
rasgos antinómicos y verla luego unitariamente desde el revés. Por un lado,
73
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76
77
Ibíd. (cursivas de Florenski). Las precisiones de lógica matemática incluidas por
Florenski (Ibíd., pp. 101-105) resultan defectuosas y poco concluyentes, contrariamente
a sus argumentos topológicos, más finos y profundos (resultado, finalmente, de su
formación como geómetra).
Ibíd., p. 109 (cursivas nuestras).
Ibíd., pp. 210-211.
Ibíd., pp. 308-309 (cursivas de Florenski).
“La oscilación metafísica de lo finito y lo infinito” y la importancia del pensamiento
de Schelling para una filosofía del límite son también recalcadas en E. Trías, La razón
fronteriza, óp. cit., pp. 291, 308, 324, 376.
46
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cuando Novalis intuye que “una auténtica teoría de la descomposición es
también una auténtica teoría de la conexión –una analítica y una teoría de
la síntesis al mismo tiempo”78, Novalis vislumbra una posibilidad de pegar
lo seccionado, que Florenski resuelve parcialmente con su identificación de
idea y mirada. De hecho, en tres pasos, este construye la mirada en el borde
de una inversión (“rostro del rostro”: una autorreferencia que conlleva
inevitablemente una inversión asociada), resalta el carácter antinómico de
la idea (inherentemente “una y múltiple”), y las pega desde el revés (una
realidad extendida en cuyo verso viven y pueden correlacionarse las ideas
y los límites). El resultado permite unir con insospechada frescura algunas
tendencias del realismo y del idealismo que parecían inconciliables, pero
que pueden llegar a conectarse perfectamente.
Por otro lado, cuando Schleiermacher escribe que “cada dominio
material, por tanto aún la materia pensada, no tiene unidad sino por medio
de un sujeto superior que se plantea como correspondiente” y que “las
concepciones unilaterales que declaran que uno de los dos es ilusión se
suprimen recíprocamente pues su verdad sólo está en la combinación”79,
Schleiermacher vislumbra una posibilidad de acceder a lo invisible desde
lo visible, que Florenski resuelve parcialmente con su concreción de lo
inefable. De hecho, de nuevo en tres pasos bien identificados, Florenski
construye su visión del ícono como gozne material en el tránsito entre
“dos mundos”: inversión iconográfica según la cual el “más allá” no es una
pálida invención sugerida en el ícono, sino que más bien este es un residuo
frágil del primero, constatación del carácter antinómico de las técnicas
empleadas en la elaboración compleja del ícono, y reintegración de la visión
desde un revés teológico, abierto a un diálogo infinito entre lo inmediato,
lo mediato y lo resueltamente “otro”. El resultado, independientemente
de su lectura religiosa, incita a buscar y a descubrir, en los márgenes de
todo saber dado, inevitables registros, marcas y contaminaciones de otros
saberes alternos.
El enlace de mirada e idea, por un lado, así como el tránsito entre
materia y antimateria, por otro lado, pueden llegar a ser especialmente
significativos dentro del mundo contemporáneo. En un transcurrir estallado
como el nuestro, desperdigado entre mil matices, cómodamente asentado
en la diferencia, la posibilidad de ubicarnos dentro de una realidad más
amplia, donde se integren de manera concreta y efectiva estructuras ideales
y armazones materiales, resulta ser de una enorme relevancia para volver a
reorientarnos dentro de la complejidad circundante. Mediante una hermosa
parábola, construida sobre una red de metáforas ligadas a un árbol que se
secciona con un corte planar, Florenski nos invita a observar todo aquello
que, por las limitantes de nuestra visión, sin capacidad de contemplarlo
78
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CAPÍTULO 2
PAVEL FLORENSKI.
LA ANTINOMIA Y LA VISIÓN
Novalis, “Allgemeines Brouillon” (1798-99), en: Novalis, Opera filosofica, Torino:
Einaudi, 1993, vol. II, p. 362 (cursivas de Novalis).
F. D. E. Schleiermacher, “Dialektik” (1814-15), en: F. D. E. Schleiermacher, Dialectique,
Paris: Cerf, 1997, pp. 174-176.
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desde una dimensión superior, nos parece disyunto, cuando, en realidad,
forma parte de un mismo tronco viviente:
Imaginemos que sometemos un árbol a una tal sección [planar].
Sus ramas darán lugar a secciones elípticas y redondas, las hojas a
segmentos casi lineales, las flores y los frutos a imágenes planas más
complejas. Obtendremos muchos “objetos” planos, independientes
entre sí. Esto será el πολλα. Estudiando la morfología de estos
objetos, el observador los clasificará como segmentos lineales
verdes, con pequeñas protuberancias en forma de elipsis de color
blanco (imaginemos que se trate de alisos) y de elipsis de color
verde. Creará algunos “conceptos generales” y estos se convertirán
en un importante mérito científico. Observando los procesos vitales
en sus diversas conformaciones y en su simultaneidad, después de
haber tal vez estudiado las propiedades químicas de los estambres,
un botánico genial reconocerá la unidad del tipo de organización de
las proyecciones de las hojas y de los ramos, y, tal vez, llegará hasta
crear una teoría evolutiva con la que se reconocerá la unidad del
origen de todas las formas, para proporcionar luego, hipotéticamente,
la genealogía de las hojas surgidas de una suerte de proto-ramo. La
conexión temporal: he ahí la mayor apertura de pensamiento que
nuestro astigmático botánico podrá llegar a alcanzar.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
Y cuán fantasioso y poco científico delirio parecería ser la hipótesis
de algunos “místicos”, para los cuales, tal vez, todos esos organismos
no serían solamente una única cosa en la sucesión temporal, sino
también en la realidad, y existiría una unidad superior, un cierto
Εν (Uno), en el cual todos serían visibles y no sólo pensables
como órganos. Tal vez los pintores del mundo plano intentarían
crear artísticamente una imagen sintética en la que entrarían
también las flores y los ramos. Pero sus sueños confusos resultarían
probablemente del todo incomprensibles para una sociedad “plana”
y para “planos” críticos de arte, aunque lograran despertar una
suerte de insatisfacción en su contemplación bidimensional.
Pero imaginemos ahora que, de pronto, el cristalino del ojo de uno
de esos contempladores comenzara a curvarse sobre su eje. Entonces
habría que empezar a reconocer una nueva dimensión del espacio,
inicialmente de modo confuso, y luego siempre más claramente, a
medida que se igualaran los radios de curvatura de las principales
secciones del cristalino. Y he aquí que, en el momento en el cual
el cristalino adoptase la forma normal requerida para el hombre,
uno de los espectadores vería de repente al árbol como un todo
entero. Lo que vería no sería comparable con nada de lo visto
anteriormente: sería una contemplación cualitativamente nueva.
Pero en este cualitativamente-nuevo podría también percibirse lo
viejo como uno de los innumerables momentos de su plenitud. Así,
entre lo viejo y lo nuevo, la relación sería irreversible: mientras el
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paso de lo alto a lo bajo es natural, el paso de lo bajo a lo alto puede
suceder sólo por medio de un milagro80.
Las extensiones del espectro visual dentro de jerarquías artísticas, las
aperturas modales dentro de jerarquías lógicas y los saltos de nivel dentro
de jerarquías topológicas constituyen algunas de las conquistas mayores del
siglo XX. Sin necesidad de invocar un “milagro” difícilmente comunicable,
todas esas aperturas hacia lo que nos elude, todas esas disponibilidades
para acercarse a lo nuevo, todas esas conquistas de la creatividad abren
notables compuertas concretas para ir moviéndonos entre dimensiones
complementarias. Cuando nos enfrentamos a las extraordinarias
consecuciones de la matemática moderna –con sus retículas de lógicas
abstractas, sus torres de grandes cardinales, sus grados de recursividad, sus
correspondencias galoisianas, sus conexiones riemannianas, sus espacios
infinito-dimensionales, sus estratificaciones homológicas– es inevitable no
constatar cómo el pensamiento exacto ha sabido controlar, con inaudita
imaginación, el estudio de jerarquizaciones y niveles fronterizos, recorridos
por todo tipo de vaivenes entre las fronteras. Por otro lado, y a ello se
orienta la segunda parte de este ensayo, muchos creadores artísticos han
sabido igualmente hacer resplandecer esa vida en la frontera gracias a
precisos modos de internamiento progresivo en el límite que intentaremos
develar explícitamente.
Así, en el árbol general de la razón inventiva, aquel que no parecemos
ver en su conjunto y que el mundo contemporáneo parece haber
seccionado sin pudor, podremos tal vez precisar la cercanía de algunos
cortes que supuestamente se encuentran desconectados. La visualización
de vecindades y osmosis en ese árbol general dependerá en buena media de
nuestra disponibilidad a romper estáticas barreras y a observar el tránsito
dinámico de una savia que se distribuye a lo largo del árbol entero. Hacia
un tal movimiento del conocimiento, hacia una tal maleabilidad de la
visión –hacia una tal plasticidad– nos disponen tanto la obra de Peirce
como la de Florenski.
80
CAPÍTULO 2
PAVEL FLORENSKI.
LA ANTINOMIA Y LA VISIÓN
P. Florenski, Il significato dell’idealismo, óp. cit., pp. 108-109 (cursivas de Florenski).
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Capítulo 3
Étienne-Jules Marey.
El movimiento y el residuo
Mientras que todo Peirce y todo Florenski nos remiten sin cesar a los
movimientos del conocimiento, la obra de Étienne-Jules Marey (18301904) se orienta pendularmente, con asombrosa minuciosidad técnica, hacia
el conocimiento del movimiento. Marey inventa todo tipo de artefactos
para poder fijar y medir los rastros concretos del movimiento; su capacidad
heurística, fuera de lo común, se concentra en construir ingeniosos aparatos
que permitan registrar –con la mayor precisión posible: nunca suficiente y
siempre mejorada– el flujo sanguíneo, el esfuerzo muscular, la locomoción
de los seres humanos, el vuelo de los pájaros, el galope de los caballos, las
corrientes de agua, o las volutas de humo. Como Peirce y Florenski, Marey es
un hombre de ciencia, y, como tal, su vida se rige por el rigor de la razón. A
diferencia del americano y el ruso, el francés circunscribe meticulosamente
ese rigor a los dominios de la representación y la medición, sin ninguna
extrapolación más allá de la estricta experimentación científica. Sin
embargo, como veremos, es tal el poder de las imágenes conseguidas, que
entre sus intersticios se cuela inevitablemente –mediante otro vaivén del
péndulo– una visión del mundo mucho más ancha, abierta a complejas
dialécticas entre lo continuo y lo discontinuo, entre la fluidez y la ruptura,
entre dilataciones y contracciones, entre el derecho y el revés, entre curvas
y residuos; en suma, atenta a toda una verdadera topología de los umbrales
del movimiento. “Más allá” de lo positivo o lo instrumental, las imágenes
de Marey adquieren una suerte de irrefrenable vida alterna, allende las
intenciones iniciales meramente experimentales de su creador.
Marey es el inventor de la cronofotografía, un método que pretende
“determinar con exactitud los caracteres de un movimiento dado” y que
“debe, por un lado, representar los diferentes lugares del espacio recorridos
por el móvil, es decir, su trayectoria, y, por otro lado, expresar la posición
de ese móvil sobre su trayectoria en ciertos instantes determinados”81. La
cronofotografía permite, por tanto, visualizar simultáneamente, en una
misma placa fotográfica, ciertos desplazamientos en el espacio distanciados
81
Étienne-Jules Marey, Le mouvement (1894), Nîmes: Éditions Jacqueline Chambon,
2002, p. 71.
51
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en el tiempo (figura 3). Se trata de una técnica compleja que aprovecha
algunos avances materiales de la fotografía a fines del XIX (obturadores
de repetición, placas y emulsiones “extra-rápidas”), y que Marey combina
con ingeniosos instrumentos y escenarios ad hoc para optimizar la toma de
sucesiones de imágenes instantáneas.
RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
Figura 3. Étienne-Jules Marey. Caballo blanco montado (1886)
Michel Frizot ha estudiado en detalle la elaboración técnica de las
imágenes de Marey, y ha detectado seis “operadores mareysianos” básicos
en su construcción82: el “punto cero”, momento en el que un movimiento
exterior se dispone a ser registrado en un aparato inscriptor y que el transporte
fotográfico optimiza gracias a las ventajas de la propagación inmediata
de la luz (duración cero) versus otro tipo de registros que dependían de
inherentes obstrucciones mecánicas (como los desplazamientos del aire
en la medición del pulso sanguíneo); la “toma extra-rápida”, marcación
de hecho de la situación exterior en la placa fotográfica, que se optimiza
gracias a las nuevas emulsiones químicas ligadas al uso del bromuro
de plata; la “intermitencia periódica”, proceso repetido de tomas que se
optimiza con obturadores de repetición controlados cronográficamente;
la “síntesis de control”, reflexión del cronógrafo dentro de las imágenes
mismas que se cronofotografían, y mecanismo posterior de ajuste de los
cronógrafos real y virtual; la “traslación”, deslizamiento de la placa que
sirve como suerte de recíproco del tránsito de los objetos y que permite
dilatar o contraer el espacio; y, finalmente, la “iconicidad”, procedimiento
sistemático de expresión visual del movimiento, gracias a diagramas,
figuras y tomas que permiten reproducir –en sus mismos trazos y residuos
82
Michel Frizot, Étienne-Jules Marey, chronophotographe, París: Nathan, 2001, pp. 99123.
52
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dinámicos– los caracteres propios de cada movimiento. Se trata de una
metodología elaborada con sumo cuidado para poder ir “más allá” de las
limitantes de la visión humana, con nuevos instrumentarios que enriquecen
las posibilidades ópticas y con una estricta descripción de los umbrales
recorridos, totalmente alejada de una ampliación conceptual o mística de la
visión, pero que nos conduce a otras formas alternativas de ver lo invisible.
De hecho, detrás de todos los operadores mayresianos detectados por
Frizot se encuentran pliegues precisos en los cuales se manifiesta el revés
de la visión. El “punto cero” se basa en capturar la luz de los objetos que se
mueven, y necesita, por consiguiente, hacer desaparecer el horizonte sobre
el que estos transitan, es decir, construir series de fondos oscuros. Ligadas
a la progresiva rapidez del secado de las emulsiones (“toma extra-rápida”)
y a la progresiva velocidad del obturador (“intermitencia periódica”), esas
sucesivas concreciones de lo oscuro permiten resaltar cada vez mejor la
nitidez de las imágenes. No hay brillo y limpidez posibles sin negrura y
oscuridad asociadas. La “síntesis de control” y la “traslación” señalan la
virtualidad de todo el proceso y remiten a la ineludible dialéctica de la
mirada: por una parte, obligada fisiológicamente (Plateau) a recomponer
el continuo fenoménico que observa, e incapaz, por tanto, de detectar por
sí sola los umbrales del movimiento; por otra parte, sabedora de que no
puede percibir sino espectros discretos y de que, en el fondo, más allá
de una compleja y sofisticada reintegración de residuos, el continuo
inevitablemente se le oculta. Finalmente, la “iconicidad” indica la necesidad
de membranas intermedias (placas físicas o filtros conceptuales) donde
puedan proyectarse y compararse estructuras de correlaciones, membranas
en las que de nuevo dialogan el recto y el verso de las configuraciones.
Un sencillo experimento permite observar simultáneamente el interior
y el exterior de una figura. Si se toma una banda plana, se pinta una de
sus caras de blanco y la otra de negro, se curva la faz blanca hacia el
exterior y se la cronofotografía mientras gira, se obtiene una esfera con
su convexidad claramente demarcada (meridianos visibles en el exterior).
En cambio, si la banda se pinta de blanco en sus dos caras (derecho y
revés) y se procede al mismo experimento, se obtiene una sorprendente
imagen donde se observan a la vez la convexidad y la concavidad de la
esfera (meridianos visibles en el exterior y en el interior): “Se trata aquí
de una forma imaginaria cuya realización no sabría encontrarse en la
naturaleza. Estas formas imaginarias son tanto más extrañas cuanto que
para formarlas, en vez de una sustancia mate, se utiliza un material pulido
que refleja los rayos del sol”83.
83
CAPÍTULO 3
ÉTIENNE-JULES MAREY.
EL MOVIMIENTO Y EL RESIDUO
Étienne-Jules Marey, Le mouvement, óp. cit., p. 48 (cursivas de Marey). Otra esfera
“interior-exterior” puede obtenerse cronofotografiando los giros de un hilo de alambre
(figura 4): para cada posición del hilo curvado, “la superficie pulida del metal presenta
en un punto particular una inclinación favorable al reflejo del sol en la cámara
fotográfica; ahora bien, cuando el punto brillante se desplaza, este se encuentra unas
veces sobre la convexidad y otras sobre la concavidad del hilo metálico” (Ibíd.).
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
Figura 4. Étienne-Jules Marey. Esfera “interior-exterior” (c. 1891)
Notable es la cercanía de este ejercicio puramente experimental de
Marey con el entramado en que Favorski diagrama las consideraciones
teóricas de Florenski sobre los números imaginarios (figura 2): un
encuentro entre técnica, arte, matemáticas y filosofía, tan inesperado como
indicativo de un profundo enlace ideal-real que va mucho más allá de
meras conjunciones azarosas. La “extrañeza” de Marey acerca de cómo
lo imaginario emerge gracias a una reflexividad mayor de la luz –y no
por una atenuación mate– es solo la punta del iceberg de una situación
genérica, asombrosamente ubicua, en la que el continuo (sol, “espacioluz”) subyace detrás de rupturas discretas (sombra, “sustancia mate”).
El que lo discreto emerja de lo continuo –y no viceversa, como postula
la reconstrucción analítica de la teoría de conjuntos– constituye una
inversión epistemológica de enorme trascendencia para poder acercarse a
una comprensión más plena de las pendularidades olvidadas que agitan el
trasfondo complejo del mundo moderno. De hecho, la presencia genérica
del continuo (ideal) en cualquier consideración contextual (real) es ya un
resultado teoremático de la teoría matemática de categorías (figura 5), algo
que pronto va a ser difícil de seguir obviando: el lema de Yoneda (1958)
muestra que toda categoría “pequeña” puede ser adecuadamente sumergida
en una categoría de “prehaces” (funtores en conjuntos), donde aparecen
forzosamente nuevos entes ideales que completan el entorno limitado de la
categoría inicial y que manifiestan múltiples formas de continuidad.
54
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categoría C
A
hA
•
•
funtores
ideales
categoría
de prehaces
sobre C
“copia” de C
todos los límites
contexto discreto
(objeto A, interno, analítico)
CAPÍTULO 3
ÉTIENNE-JULES MAREY.
EL MOVIMIENTO Y EL RESIDUO
contexto continuo
(funtor hA, externo, sintético)
Figura 5. El lema de Yoneda: enlace genérico ideal-real
La fuerza conclusiva del lema de Yoneda dentro del ámbito matemático
debe aún propagarse heurísticamente en la filosofía y en la cultura, pero
es fascinante poder constatar en muchas imágenes materiales de Marey,
cuyos objetivos experimentales estaban estrictamente acotados, una
aparición forzosa de lo residual, que remite al revés de las imágenes y que
refleja los mismos tránsitos subyacentes en el lema: por un lado, dilatación,
potenciación, dinamización y apertura funcional (consideración de un
objeto como haz de relaciones con su entorno/cronofotografía); por otro
lado, contracción, división, rigidización y clausura sustancial (consideración
del objeto “en sí” / fotografía). En efecto, la cronofotografía de Marey,
entendida como “dialéctica” de trazas y residuos –sometida a la disimetría
fundamental: simultaneidad en el espacio versus no simultaneidad en el
tiempo– permite enfrentar de lleno una compleja conjugación de tensiones
y polaridades contrarias. La antinomia de la visión, obligada a descomponer
y recomponer pendularmente el continuo, deja en las imágenes de Marey
múltiples rastros, huellas e indicios que invitan siempre a precisar un
entorno fronterizo y a intentar cruzarlo: el umbral de una percepción
humana que intenta ser dilatado con nuevos instrumentos y métodos
de registro, pero que permanece siempre consciente de las limitantes de
cada avance conseguido en la frontera. La incorporación sistemática de
residuos y obstáculos en una red general de adjunciones, solapamientos
y pegamientos, atenta a frenazos, retrasos y aceleraciones, constituye una
de las tareas mayores de cualquier empresa cultural. Mientras los sistemas
de Peirce y de Florenski proveen (a la vez) sofisticadas esquematizaciones
y concreciones de esas redes dinámicas, el sistema de Marey merece
entenderse en su conjunto como excepcional articulación icónica de la
urdimbre visible de una de esas redes.
De hecho, la cronofotografía de Marey hace refulgir con un nuevo
brillo varias de las acepciones originarias de los términos griegos ligados
a la teoría de la imagen. La phantasia, entendida en un comienzo como
“hacer aparecer a la luz” o “volver visible” (antes de ser enlazada con lo
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
imaginario en sus derivaciones latinas), aprovecha varios tipos de signos
en su tarea: el eikôn, efigie o testimonio de similitud (de donde deriva
nuestro ícono), el emphasis, quiebro o refracción de la visión en otro
medio (como el agua), el tupos, traza o rastro del movimiento (como un
paso sobre la arena o un sello sobre la cera)84. En gran medida, toda la
obra de Marey consiste en intentar dejarnos ver (phantasia) de la manera
más plena posible (eikôn) los quiebros (emphasis) y los rastros (tupos) del
movimiento. Las cronofotografías de Marey, clasificables ingenuamente
como fantásticas, icónicas, enfáticas o tipológicas, resultan serlo también
en el hondo sentido arcaico de los términos. Marey realmente nos permite
ver nuevos linderos insospechados, gracias a similitudes de gran precisión
y al cuidadoso registro de residuos y trazas de lo perecedero.
Uno de los impactantes espacios físicos donde se concreta la inversión
mareysiana de la percepción –dejarnos ver gracias a la oscuridad– es en el
que podríamos denominar su hangar del revés. Marey construye “la Estación
Fisiológica, una suerte de hangar profundo y amplio” cuyo interior intenta
acercarse al “negro absoluto”; un cortinaje de terciopelo negro se cuelga
en el fondo del hangar, gran cobertizo pintado de negro nunca alcanzado
por la luz, y en el frente de la cavidad se sitúa “una pista en adoquín de
madera ennegrecida, sobre la que se hacen pasar, bajo la plena luz del
sol, los hombres o los animales cuyos movimientos deseen analizarse”85.
Si a su vez el hombre es recubierto por una escafandra totalmente oscura
en la que solo se delinean en blanco los trazos básicos de sus junturas y
extremidades, y si se toma una cronofotografía del hombre en movimiento
así oscurecido, surge de pronto, en el revés del revés, toda la luminosidad
invisible del movimiento (figura 6):
84
85
Véase Gérard Simon, “Eidôlon”, y Jean-Louis Labarrière, “Phantasia”, en: Barbara
Cassin (ed.), Vocabulaire européen des philosophies, París: Seuil/Le Robert, 2004, pp.
336, 931.
Étienne-Jules Marey, Le mouvement, óp. cit., p. 91 (cursivas de Marey).
56
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CAPÍTULO 3
ÉTIENNE-JULES MAREY.
EL MOVIMIENTO Y EL RESIDUO
Figura 6. Étienne-Jules Marey. Salto sobre un obstáculo (1886)
El salto sobre el obstáculo (figura 6) es admirable en todo el sentido
de la palabra. Al “mirar con atención” lo que la vista usual no percibe,
la imagen nos “asombra”. Se trata de una verdadera sorpresa, que
proviene del poder observar, sobre el fondo oscuro y con el dispositivo
cronofotográfico, las huellas de un salto que, en plena luz y con nuestro
ojo, nos están vedadas. De cierta manera, se nos hace así más real el
movimiento cuando percibimos indirectamente la traza de sus residuos,
que cuando lo captamos directamente en nuestra retina. Es una situación
que tiende a un límite extremo en el caso de intentar cronofotografiar
corrientes, ondas y remolinos en un medio líquido (figura 7): “Las ondas
animadas por traslaciones solo presentan, para la cronofotografía, perfiles
incompletos; la vertiente posterior es la mejor marcada y a veces la única
visible en las imágenes”86.
86
Ibíd., p. 112 (cursivas nuestras).
57
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
Figura 7. Étienne-Jules Marey. Cambios de velocidad y de dirección de las moléculas
líquidas en una corriente que encuentra un plano inclinado (c. 1894)
FRONTERAS DE LA RAZÓN
La difícil visibilidad de las ondas se logra gracias a pequeños cuerpos
brillantes, formados por amalgamas de cera y de resina tinturados en
plata, ligeramente más densos que el agua dulce, que logran mantenerse
suspendidos mediante progresivos vertimientos de agua salada87. Así, no
solo hay que restringirse en muchos casos a las vertientes posteriores de las
ondas, sino que, para acceder a esos versos, hay que hacerlo indirectamente,
gracias a los residuos que en ellas flotan. Una dialéctica de retracciones y
ampliaciones se instaura: cuando el movimiento es rápido, la observación
de secciones y residuos en una misma placa fija permite delinear la “sombra”
de la envolvente gráfica; cuando el movimiento es lento, la disociación
de tomas en una placa movible permite ampliar el “cuerpo” en tránsito
de la trayectoria. Entre cuerpos y sombras, la cronofotografía de Marey
se asoma así insistentemente a la “pintura de las sombras” desarrollada
en la Grecia clásica, cuyo término técnico –skiagraphia– William Talbot
había considerado usar en vez de photographia (“pintura de la luz”) para
denominar sus primeras fotografías sobre papel88.
En el lindero de las sombras y los residuos de luz, las imágenes de
Marey constituyen un conjunto excepcional de iconos fronterizos que
sirven como reflejos de los linderos más complejos y evanescentes de la
imaginación y la razón89. La “revelación”, la “iluminación”, la “visión”, ya
sea en sus vertientes místicas o poéticas, adquieren un inesperado apoyo en
las cronofotografías de Marey. No solo las limitantes fisiológicas del ojo son
87
88
89
Ibíd., p. 109.
Hans Belting, Pour une anthropologie des images, París: Gallimard, 2004, p. 250.
Eugenio Trías pone de manifiesto la importancia fundamental de situar a la razón en
un límite entre luz y sombra: “Se ha sacrificado, en favor de esa Razón [proveniente
de la Ilustración], todo el ‘lado nocturno’ del ser, las sombras de la existencia, sus
componentes sacros, resistentes a toda revelación (Schelling), esos aspectos del
existir que solo admiten la revelación ‘simbólica’. Esas sombras nocturnas establecen
regiamente un límite a esa Razón ilustrada y moderna que se quiere y se autodefine
sin límites. Esas sombras exigen que esa Razón descienda de su mayestático pedestal
(letra mayúscula) y se reconozca razón, con límite incorporado, que linda con un
sustrato de noche y sombra que no puede ser ‘racionalmente’ vencido ni dominado” (E.
Trías, Lógica del límite, Barcelona: Destino, 1991, p. 252). La cercanía con Florenski es
impactante.
58
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cuidadosamente demostradas gracias a un brillante ejercicio autorreferente
sobre el ojo mismo, y, por consiguiente, desde el interior se adquiere plena
conciencia de un exterior del espectro visual usual que debe explorarse
con nuevos métodos e instrumentos, sino que, mucho más aún, se observa
cómo la frontera de la luz y la sombra es exactamente el lugar donde
consigue fijarse un poco más de “verdad” que la que usualmente resbala
ante nuestra mirada. En la pendularidad iterada de aperturas y clausuras
del obturador radica la ampliación de la visión cronofotográfica; en la
pendularidad de ascensos y descensos de la dialéctica radica a menudo la
ampliación del entendimiento90.
Contemporáneamente con Marey, pero en ámbitos creativos y con
procedimientos gráficos completamente contrarios91, Rodin se enfrenta a
la “vida de las sombras” en sus dibujos para el Infierno de Dante92. Una
notable combinación de acuarela, tinta china, aguadas y lápiz muestra un
momento del trayecto de Virgilio y Dante por la laguna Estigia (figura 8). El
Estigio, límite entre la vida y la muerte recorrido por la barcaza de Caronte,
aparece en el dibujo de Rodin como un “vil hervor” cuya “onda impura”
se rompe sobre los flancos de la embarcación; las almas en pena emergen
como verdaderas sombras sobre el sustrato oscuro de tinta, gracias a los
rápidos delineamientos del lápiz; el dolor y el lamento se refuerzan con
una inversión de las tinturas –el hervor en positivo (blanco), las figuras
en negativo (negro)–. Con una gran economía de medios, pero con suma
90
91
92
CAPÍTULO 3
ÉTIENNE-JULES MAREY.
EL MOVIMIENTO Y EL RESIDUO
Florenski ubica directamente a la dialéctica sobre un sustrato “místico” y “obscuro”
que debe ser develado: “El sustrato de la dialéctica es una mística inconsciente. [...]
La dialéctica no es principio ni fin; por su esencia misma se sitúa en la mitad, es un
camino, ya sea que trate de una concepción del mundo en general, ya sea que trate de
asuntos particulares. Por esto mismo, a punto de afrontar un razonamiento dialéctico,
debemos hablar ante todo de aquel conocimiento subconsciente, de esos trémulos y
trepidantes bandazos de vida, de ese oscuro sustrato [...] del que derivará la dialéctica
como un hilo sutil, y luego, llegando a la pureza formal buscada, iluminará en la cima
la corona del entendimiento concreto, integral de la cuestión” (Pavel Florenski, Amleto
(c. 1905), Milano: Bompiani, 2004, pp. 12-14). La luz concreta y el oscuro sustrato
invitan inmediatamente a un acercamiento con el obturador y con la placa fotográfica.
Más interesante aún es el modo en que una dialéctica sutil, pura y formal emerge de
trepidantes bandazos en la oscuridad, como el hilo incandescente de una bombilla.
Véase Georges Didi-Huberman, “La danse de toute chose”, en: Georges Didi-Huberman,
Laurent Mannoni, Mouvements de l’air. Étienne-Jules Marey, photographe des fluides,
París: Gallimard, 2004, pp. 173-337 (Rodin: pp. 215-217). Didi-Huberman recoge una
entrevista de Rodin en la cual este explica cómo construye una escultura de un hombre
que camina gracias precisamente a la antinomia de dejar fijos ambos pies en el suelo,
algo que nunca se conseguiría en una fotografía, donde siempre aparecería un pie algo
levantado. Eugenio Trías observa una necesidad antinómica en la creatividad del genio
romántico –una de cuyas concreciones podría ser Rodin–: “Esa productividad exige,
para poder realizarse, el concurso de una instancia ‘irracional’ sin la cual no puede
llevarse a término, ya que sin ese recurso a una ‘instancia aórgica’, o ‘dionisiaca’,
carece el arte de su radical signo de identidad, la ‘genialidad’. Solo si penetra en el lado
oscuro del ser (alma romántica de la naturaleza y del mundo), sólo si se desciende a esa
noche de la subjetividad (Hegel), puede el arte realizarse como arte (es decir, arte del
genio)” (E. Trías, Lógica del límite, óp. cit., p. 254, cursivas de Trías).
Auguste Rodin, Figures d’ombres. Les Dessins de Auguste Rodin (Album Fenaille)
(1897), París: Somogy, 1996. Acerca de las sombras y de una teoría del revés en Dante,
véase Hans Belting, “Image et ombre. La théorie de l’image chez Dante, dans son
évolution vers une théorie de l’art”, en: H. Belting, Pour une anthropologie des images,
óp. cit., pp. 241-270.
59
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expresividad, Rodin logra así mostrar cómo l’ombra si figura (Purgatorio
XXV, 107), es decir, cómo la figura emerge del fondo oscuro que, a la vez, la
sostiene y la anega. Dado que las herramientas técnicas y las orientaciones
filosóficas de Rodin y de Marey son totalmente opuestas, resulta aún más
impactante observar la simultánea iconicidad gráfica con la que consiguen
develar la luz que emerge de las sombras, es decir, revelar, como hemos
venido señalándolo también en Peirce y en Florenski, el revés del revés.
RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
Figura 8. Auguste Rodin. El Estigio (1897)
Ahora bien, el revés del revés no da lugar de nuevo al mismo recto
del cual se puede haber partido en un principio. De la luz a la sombra y
de vuelta a la luz, se consigue un extraordinario arsenal de tonalidades
intermedias. Las franjas diversas del claroscuro son también características
de una dialéctica realmente plena, en la que no-no no equivale a un sí,
sino a un amplio intervalo de cuasi-síes93. Nos encontramos aquí ante una
de las mayores fortalezas de las obras de Peirce, Florenski y Marey: su
extraordinaria capacidad para develar el tránsito de lo intermedio, con
verdaderas joyas concretas en ese tránsito, como los gráficos existenciales
peirceanos, la iconostasia florenskiana y la cronofotografía mareysiana
(los tres adjetivos nominales merecerían ser mucho mejor conocidos y
más usados de lo que infortunadamente lo son). Las tinturas modales en
los gráficos de Peirce, las capas de incrustaciones del “más allá” en los
93
Este es un hecho teoremático de la lógica intuicionista, en la que no-no no equivale a
sí, sino a un denso-sí-en-el-futuro (lectura de la doble negación en modelos de Kripke).
Resulta notable observar cómo Brouwer fragua la lógica intuicionista alrededor de
1910 –en los mismos años de Peirce, Florenski y Marey– y, aunque responde de nuevo
a objetivos muy disímiles, encuentra con nuestros autores profundas correspondencias.
De hecho, la lógica intuicionista es técnicamente la lógica más apropiada para tratar lo
fronterizo, ya que sus modelos naturales son los espacios topológicos (Tarski, 1930) y
los topos elementales (Lawvere, 1960).
60
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análisis iconológicos de Florenski, los trazos/trazados de lo invisible en las
cronofotografías de Marey, nos remiten a la exploración de un inmenso
terreno baldío que una visión y una razón extendidas deben ayudarnos
a apreciar mejor. Las complejas oscilaciones del pensamiento dialéctico
sobre ese territorio son similares, en el fondo, al barrido de un “péndulo
articulado” (figura 9) en el que se enlazan dos péndulos y se combinan
las diversas oscilaciones, reaccionando entre sí94. De repente, gracias a
una semioscilación contraria en el péndulo inferior mientras el superior
sigue su curso, surge toda una extraordinaria curvatura, inimaginable si se
consideraran solo los dos péndulos por separado. En la cronofotografía del
péndulo articulado, el extenso espectro de todo lo intermedio se muestra en
toda la viveza del reticulado izquierdo, que se abre hacia las curvas mismas
de lo orgánico.
CAPÍTULO 3
ÉTIENNE-JULES MAREY.
EL MOVIMIENTO Y EL RESIDUO
Figura 9. Étienne-Jules Marey. Péndulo articulado (c. 1894)
El vaivén flujo/reflujo –fluxit/defluxit/refluxit en el universo de los
correlativos según Llull95– adquiere múltiples formas en los escorzos
teóricos de Peirce, Florenski y Marey (iteración/desiteración, inversión/
94
95
“De ese género es el balanceo alternado de nuestros miembros inferiores al marchar o
al correr, ya que mientras el muslo oscila alrededor de la articulación de la cadera, la
pierna oscila alrededor de la rodilla y el pie alrededor del tobillo” (Étienne-Jules Marey,
Le mouvement, óp. cit., p. 118). De ese género, quisiéramos mostrar en este ensayo, es
también el “balanceo alternado” de imaginación y de razón que permite hacer avanzar
al conocimiento.
Ramón Llull, Liber correlativorum innatorum (Libro de los correlativos innatos)
(c. 1300) (traducción, notas y estudio preliminar José Higuera), preimpreso, Pamplona:
Universidad de Navarra, 2004, pp. 56, 66.
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
recomposición, dilatación/contracción), y consigue también concretarse
magistralmente, como pronto veremos, en los trabajos de Lispector,
Vieira da Silva y Tarkovski. La riqueza de las imágenes, intrínsecamente
quietas y fluidas a la vez96, ayuda a expresar los rasgos extrínsecos del
movimiento. Pero cuando la imagen misma “integra” en varios niveles el
flujo y el reflujo –como sucede en las Humaredas de Marey (figura 10)–, nos
encontramos entonces ante lo que podríamos llamar una revelación, tanto
en el sentido amplio del término revelatio (eliminación de un velo), como
en el sentido acotado del revelado fotográfico (visualización del negativo).
Las ondulaciones de las fumarolas verticales permiten en efecto ver por
contraposición los movimientos del aire, ya que este deja sus rastros en los
márgenes fluctuantes del humo. Lo invisible puede así no sólo marcarse
inequívocamente en lo concreto, sino entenderse explícitamente como
aquel medio que gobierna el movimiento implícito de la imagen.
Figura 10. Étienne-Jules Marey. Humareda (c. 1899-1901)
96
Según Benjamin, “Está en la esencia de la imagen contener algo eterno. Esa eternidad
se expresa por la fijeza y la estabilidad del trazo, pero puede también expresarse, más
sutilmente, gracias a una integración en la imagen misma de lo que es a la vez fluido y
cambiante”; véase Georges Didi-Huberman, “La danse de toute chose”, óp. cit., p. 179.
62
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En los trabajos de Peirce, Florenski y Marey, hemos evocado algunas
aproximaciones originales a una razón de la frontera que entiende lo limítrofe
como vaivén pendular entre vecindades de lo visible y de lo invisible, gracias
a mútiples herramientas –filosóficas, críticas, matemáticas, técnicas– que
provienen de la formación científica de sus autores, pero que se abren con
inusitada plasticidad a los entornos de lo imaginario. Desde una doble
teoría y práctica de lo fronterizo, concienzudamente elaborada por Peirce,
Florenski y Marey, las fronteras de la razón se encuentran en situación de
ser transitadas con mayor comodidad y, sobre todo, con un instrumentario
topográfico más sofisticado para registrar mejor las complejas inclinaciones
de territorios dispares. Ya sea en la literatura (Lispector), en las artes
plásticas (Vieira da Silva) o en el cine (Tarkovski), muchos movimientos
de las imágenes y muchas construcciones imaginarias, que resultarían
imposibles de asir o de fijar con una racionalidad estricta, se abren en
cambio a una “razonabilidad” extendida, donde no solamente caben
perfectamente a la vez –como en una osculatriz– razón e imaginación, luz
y sombra, recto y verso, sino que se requieren incesantemente entre sí para
tensar las urdimbres intermedias de la creatividad.
CAPÍTULO 3
ÉTIENNE-JULES MAREY.
EL MOVIMIENTO Y EL RESIDUO
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Segunda parte
Fronteras de la razón.
Limitantes de la expresión en
Lispector, Vieira da Silva y
Tarkovski
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Capítulo 4
Clarice Lispector.
Entrelíneas de lo ininteligible
En un incesante tira y afloja entre aquello que podemos captar y aquello
que se nos escapa, la obra literaria de Clarice Lispector (1920-1977)
transita con enorme fuerza e inventiva en campos intermedios tensados por
polaridades bien marcadas: conocimiento/ininteligibilidad, luz/oscuridad,
recto/revés, exterior/interior, conciencia/sueño, palabra/silencio, reflexión/
sensación, plenitud/vacío, abstracción/materia. En contra de valoraciones
proclives a favorecer los primeros términos de las díadas anteriores, los
protagonistas de las novelas y cuentos de Lispector solo adquieren una
visión verdadera del mundo cuando consiguen recorrer una vía negativa
alterna, donde se cuidan con especial atención los polos aparentemente
“menores” de las oposiciones mencionadas: ininteligibilidad, oscuridad,
revés, interior, sueño, silencio, sensación, vacío, materia. Gracias a un
extraordinario arsenal de imágenes, que iremos evocando en estas páginas,
Lispector no deja de asombrarse ante ese ancho mundo de lo vivo que
parece encontrarse más allá de las urdimbres distorsionadas del “yo” y
de sus meras acotaciones racionales. Magnífica artesana de la palabra,
Lispector es, sin embargo, plenamente consciente de las limitantes del
lenguaje:
Entonces escribir es la manera de quien usa la palabra como un
cebo, la palabra que pesca lo que no es palabra. Cuando esa nopalabra –la entrelínea– muerde el cebo, algo se ha escrito. Cuando
se ha pescado la entrelínea, se puede con alivio tirar la palabra97.
En la entrelínea –situada en el duermevela, en las fronteras de lo real,
en las orillas de la materia, en los límites de lo visible, en las oscilaciones
del flujo– debe poder expandirse entonces el espectro de la comprensión. De
hecho, una portentosa cirugía de la palabra permite que Lispector contemple
descarnadamente algunas antinomias cruciales: ¿Cómo decir lo que no
se puede decir, cómo entender lo ininteligible, cómo ver en la oscuridad,
cómo geometrizar el vacío, cómo sentir lo neutro? Desde su primera
novela, Cerca del corazón salvaje (1944), Lispector intenta aproximarse
a múltiples contradicciones inherentes del conocer: el imposible acceso
97
Clarice Lispector, Agua viva (1973), Madrid: Siruela, 2004, pp. 23-24.
67
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
directo a las cosas (“la visión consistía en sorprender el símbolo de las
cosas en las propias cosas”98), la continuidad del mundo (“la confusión
estaba en el entrelazamiento del mar, del gato, del buey con ella misma”99),
la conjunción de razón y sensación (“pensar y sentir en varios caminos
diversos, simultáneamente”100), la conciencia de lo ininteligible (“sólo diré:
nada sé”101), la indeterminación (“aislada en el sin-tiempo y el sin-espacio,
en un intervalo vacío”102). Joana, la protagonista de la novela, oscila sin
cesar en medio de los contrarios (“soy la leve ola que no tiene otro campo
que la mar, me debato, me deslizo, voy y vengo”103) e intenta “formar
una sola sustancia” con el mundo, hasta “fundirse y ser de nuevo el mar
brusco fuerte ancho inmóvil ciego vivo”104. Joana escucha atenta cómo su
corazón, “latiendo con fuerza”, se acerca al núcleo salvaje de la vida, a esa
ciega oscuridad de la materia que escapa a su razón y que puede ser intuida
mediante la revelación (“nada más puede ser creado, sólo revelado”105),
pero que sólo es finalmente accesible mediante la plena disolución del “yo”
en el mundo. Al igual que Florenski –y como en las epifanías de Joyce o
en los momentos privilegiados de Proust, pero con herramientas literarias
muy diferentes–, Lispector se sumerge así en un complejo pathos en el que
los seres humanos reintegran el espectro de lo contradictorio (antipatheia),
amplian su visión, recorren múltiples urdimbres entre el ojo y lo real, y
consiguen acercarse finalmente a un universo más ancho.
Pronto en la novela, Joana descubre que “en la sucesión era donde se
encontraba la máxima belleza, que el movimiento explicaba la forma”106, y
que debería “analizar instante por instante, percibir el núcleo de cada cosa
hecha de tiempo o de espacio: poseer cada momento, ligar la conciencia
a ellos, como pequeños filamentos casi imperceptibles pero fuertes”107. Sin
embargo, la progresiva disolución de la protagonista en la vida misma
va revelando que el movimiento no puede reducirse a la conciencia de
una sucesión de instantes, sino que deben también contemplarse cambios
sin transición, ósmosis y flujos más complejos. El revés, la oscuridad,
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Clarice Lispector, Cerca del corazón salvaje, Madrid: Siruela, 2002, p. 53. En la “filosofía
del límite” de Eugenio Trías, el “ser mismo, definido como devenir o suceder, se halla
dividido en su corazón” y la ontología, necesariamente fenomenológica, “constituye
la absoluta depuración de toda experiencia, promovida desde dentro de la propia
experiencia” (E. Trías, Los límites del mundo, Barcelona: Ariel, 1985, p. 225, cursivas
de Trías). La obra de Clarice Lispector surge como pocas, con una acerada precisión,
desde dentro de la materia.
Ibíd., p. 54.
Ibíd., p. 55.
Ibíd., p. 156.
Ibíd., p. 133.
Ibíd., p. 137.
Clarice Lispector, Ibíd., pp. 186-187. Trías entiende el ser “como existencia radical
bruta y magmática”, que se halla “fuera del propio espacio de mostración y dicción
de lo que hay” (E. Trías, Los límites del mundo, óp. cit., p. 229, cursivas de Trías).
La percepción de un magma indecible, pero que delimita los contornos profundos de
nuestra existencia, se encuentra muy cerca de la obra de Lispector.
Ibíd., p. 125.
Ibíd., p. 52.
Ibíd., p. 74.
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el vértigo, el torbellino son recursos usados repetidamente en Cerca del
corazón salvaje para abrir la imaginación del lector hacia ese más allá
del instante. Como en las cronofotografías de Marey –donde la sucesión
misma de tomas repetidas sobre la placa nos remite a un más allá líquido
y continuo del cual las tomas son solo sus residuos–, las gradaciones de
la visión según Lispector (“ojos abiertos parpadeando, mezclados con las
cosas de detrás de la cortina”108) y las gradaciones de oscuridad (“hay que
buscar aquella gradación de luz y sombra en que súbitamente me vuelvo
rezumante”109 ) nos remiten a una búsqueda siempre más exigente de lo
que podría ser realmente una unión del yo con el mundo: “Un día lo que
yo haga será ciegamente, seguramente, inconscientemente, pisando en mí,
en mi verdad, tan íntegramente lanzada en lo que haga que seré incapaz
de hablar, sobre todo un día vendrá en que todo mi movimiento será
creación”110.
La creación –ese verdadero movimiento de los seres humanos– emerge
entonces paradójicamente gracias a la ceguera y a la imposibilidad de hablar.
La seguridad, la fortaleza, se obtienen mediante la anulación de la luz y
de la palabra. La plena fusión del yo con lo “neutro” –como definirá más
adelante Lispector todo aquel ancho espectro de realidad allende la mirada
humana– requiere una exigente depuración. La antinomia es entonces
perfectamente circular: con las capas de palabras de la escritura se evocan
las inevitables limitantes del lenguaje. En La manzana en la oscuridad
(1961) –tal vez la mayor de sus novelas junto con La pasión según G. H.
(1964)–, Lispector se enfrenta de lleno con el claroscuro, los límites de lo
expresable y las fronteras de lo ininteligible. La novela relata la historia
de Martim, quien, luego de asesinar a su esposa, anula completamente
su personalidad e intenta reconstruir, desde la nada, su percepción y su
sensibilidad. El hombre intenta primero acceder directamente al “otro lado
de la realidad”, a las piedras, plantas y arbustos del desierto que recorre
en estado catatónico después del crimen, pero cuando se enfrenta a la
“respiración misteriosa de los animales mayores”, en un “establo [...] que
latía como una vena gruesa”111, Martim accede a una verdadera revelación
de lo vivo. Si las “piedras” concretas112 de lo real parecen escapársele,
una “gran amalgama tranquila” lo une, no obstante, con los animales.
La ausencia de racionalidad, la capacidad para orientarse en la oscuridad,
el cuidado de los “modos de no entender”113, la ceguera, la evasión de
las puertas de la comprensión permiten que Martim olvide su ser y se
compenetre con su entorno. El “no ser” es, en realidad, la “vasta noche
de un hombre”114, y solo un “conocimiento ciego” nos permite acceder a
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CAPÍTULO 4
CLARICE LISPECTOR.
ENTRELÍNEAS DE LO
ININTELIGIBLE
Ibíd., p. 49.
Ibíd., p. 153.
Ibíd., p. 197.
Clarice Lispector, La manzana en la oscuridad, Madrid: Siruela, 2003, pp. 103-104.
Ibíd., pp. 45-46.
Ibíd., p. 88.
Ibíd., p. 336.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
él. La visión desde la no visión, aunque revienten los ojos de Martim115, le
permite intuir y tocar lo inerme, lo impalpable, lo inefable, “como si ahora,
tendiendo la mano en la oscuridad y cogiendo una manzana, él reconociese
en sus dedos tan deformados por el amor una manzana”116. Los “falsos
nombres” marcados en la luz no son entonces sino un pálido reflejo del
conocimiento real conseguido en la penumbra.
Nos encontramos así ante una suerte de placa en negativo del mito
platónico de la caverna. Mientras que en la parábola de Platón las sombras
concretas de la apariencia no son más que un pálido reflejo de la luz de
las Ideas, en la novela de Lispector las luces del lenguaje no son más que
un inconveniente fulgor que esconde el fondo oscuro de lo neutro. Aunque
ambas construcciones coinciden en develar las inevitables limitantes de
nuestra comprensión, la inversión de la luminosidad permite “habitar” una
nueva unión: “como si en ese doblegarse de la claridad le enseñasen cómo
se hace la unión armoniosa –no inteligible pero armoniosa, sin finalidad
pero armoniosa–, como si en ese doblegarse de la claridad ante la oscuridad
se produjese por fin la unión de las plantas, de las vacas y del hombre
que él había empezado a ser”117. La coincidentia oppositorum de Cusa
–“armonía hecha de belleza y horror y perfección y belleza y perfección y
horror”118– puede llegar a concretarse así en el vacío del hombre, cuando
este se despoja de su reflexividad, olvida el lenguaje y transita por el revés
del entendimiento. La antinomia es de nuevo magnífica y sugerente: la
escritura de Lispector alcanza tal poder hipnótico que el lector llega a intuir
a veces, en breves instantes de revelación, lo que puede ser la supresión del
lenguaje desde la misma cadencia recargada de la palabra.
El “silencio” y el “vacío” se convierten en La manzana en la oscuridad
en presupuestos fundamentales para el entendimiento. Las fronteras del
silencio se acercan a una “extrema verdad”119, se distribuyen en capas que
permiten distinguir entes diversos (silencios diferentes de una niña, de unas
vacas o de la cumbre fría de un monte) y abren el paso hacia los demás
(“iniciado ahora en el silencio –ya no en el silencio de las plantas, ya no en
el silencio de las vacas, sino en el silencio de los otros hombres– él ya no
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Ibíd., p. 148.
Ibíd., p. 311.
Ibíd., p. 134. La luminosidad peculiar que puede obtenerse desde la penumbra es también
recalcada ampliamente por Trías: “Desde la perspectiva topológica, el ‘otro mundo’ o
el ‘sinmundo’ se desvanece, pues, en puro reverso. Eso sí, un reverso luminoso, no
una pura sombra o referencia negativa. [...] Incluso allí donde no hay existencia ni
suceso, allí también rige la razón desde esa doble frontera que abre y libera espacio,
espacio lógico, o dicho de forma expresiva espacio-luz, donde esa luz es logos, palabra,
razón” (E. Trías, Los límites del mundo, óp. cit., p. 240). Debe observarse que aquí
–como en Peirce o en Florenski– Trías piensa en una razón ya ampliada, donde caben
la imaginación y la revelación. Lispector, por su parte, restringe el término “razón”
al ámbito racional positivo, contra el cual lucha denodadamente; aparece en cambio
muy poco el término “lógica”, y al menos una vez se encuentra entrecomillado, como
dudando de su mera pertinencia para el entendimiento (Clarice Lispector, La pasión
según G. H., Barcelona: Península, 1988, p. 90).
Clarice Lispector, La manzana en la oscuridad, óp. cit., p. 233.
Ibíd., p. 25.
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sabía cómo explicarse, solo sabía que se sentía cada vez más un hombre,
cada vez más él sentía a los otros”120). El conocimiento por la renuncia,
siguiendo la vía negativa y el ascetismo de los grandes místicos, constituye
uno de los ejes centrales de la escritura de Lispector. “Vacío y tranquilo”,
Martim mira “la luz vacía y tranquila”121; el hombre se anula, su rostro
capta el “silencio”, el aire “vacío” lo ronda, no tiene “nada” para oír, y
en el límite de su “mudez” se encuentra el mundo (“esa cosa inminente
e inalcanzable”)122; goza del “amplio vacío de sí mismo” y ese “modo de
no entender” lo acerca al misterio del que él forma parte inextricable123.
En el no rostro del hombre emerge de pronto su plenitud profunda:
“Aquel hombre tenía un rostro. Pero aquel hombre no era su rostro. [...]
Y estaba allí de pie en una exhibición completa de sí mismo, con un
silencio de caballo en pie”124. La imagen sorprendente del caballo reaparece
insistentemente en los textos de Lispector (en la última línea de Cerca del
corazón salvaje, la protagonista imagina reencarnar “fuerte y bella como
un caballo joven”125); cuando los rostros humanos consiguen renunciar a sí
mismos y evocar la dinámica limpieza del caballo, alcanzan entonces una
más plena compenetración con el mundo, con esas “cosas” que se crearon
“de un modo tan imposible que en su imposibilidad estaba la dura garra de
la belleza”126. El acceso a la dura belleza del mundo requiere la renuncia, el
vacío y el acto de silenciar al yo.
Desde los “bordes” del vacío es más fácil el tránsito hacia el revés de
nuestra mirada. Con la anulación del yo, las cosas se reorganizan según
sus “límites ocultos” y “sin límites visibles”127. Emerge la continuidad del
mundo, sin barreras, con fronteras permeables. Así como desde los bordes
de las cortaduras en los gráficos de Peirce se accede a su verso y en ese
revés negativo se insertan los datos que dan lugar a las pruebas positivas
120
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127
CAPÍTULO 4
CLARICE LISPECTOR.
ENTRELÍNEAS DE LO
ININTELIGIBLE
Ibíd., p. 320.
Ibíd., p. 41.
Ibíd., pp. 55-57. Eugenio Trías encuentra la clave de bóveda de su edificio filosófico
en una fundamental modulación del vacío: “Ser finito es hallarse marcado por la falta.
[...] Esa falta apreciada en el origen y el fin de todo cuanto sucede, sea en la materia
sin emoción ni palabra, sea en la materia animada y verbal (tanto en la pura naturaleza
como en lo que llamaba mundo) exige la referencia a un ámbito más radical que el
puro ser o suceder, un plano último o instancia última que da al ser o suceder razón
y fundamento radical. A dicha instancia, a la cual el fronterizo se refiere y a la cual
remite también todo lo físico, la llamé ámbito o espacio-luz. Ella constituye la clave de
bóveda del edificio racional. [...] Es lo que falta cuando se habla de falta. Es eso a donde
remite lo que, desde la perspectiva fronteriza de la finitud, se debe llamar abismo,
ausencia o nada. Es, pues, un paso al frente, un salto allende lo que estos términos
sugieren; se sitúa en una esquina después de toda falta, ausencia y nada” (E. Trías,
Los límites del mundo, óp. cit., p. 226, cursivas nuestras). El “espacio-luz” en Trías o lo
“neutro” en Lispector, ineludibles en nuestro conocimiento del mundo, requieren toda
una metodología autorreferente, recursiva y reflexiva –lo que falta cuando se habla de
falta, el vacío que ha de hacerse cuando se siente el vacío– que permite ampliar nuestra
razón sensible.
Ibíd., p. 88.
Ibíd., p. 70.
Clarice Lispector, Cerca del corazón salvaje, óp. cit., p. 197.
Clarice Lispector, La manzana en la oscuridad, óp. cit., p. 124.
Ibíd., p. 19.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
del sistema, o así como desde los bordes de los entramados de los números
complejos según Florenski se accede a su verso y en ese revés imaginario
se realizan los cálculos ideales que se revierten luego con extraordinaria
eficacia en el mundo real, desde los bordes de la escritura de Lispector se
construye también un acceso privilegiado a lo negativo y en ese verso del
entendimiento racional se crea un notable tejido de oscilaciones que permite
acercarse con pocos filtros y tamices a las complejas texturas de lo vivo.
Al “medio-borrarse” el yo (recuérdense las reglas de borramiento en los
gráficos peirceanos gama), el interior y el exterior de nuestras envolventes
físicas y cognitivas pueden comunicarse de una manera más plena. Así
como Florenski invierte sistemáticamente los supuestos habituales de
nuestra razón para abrirla hacia sus confines, los borramientos de Lispector
consiguen abrir nuestra sensibilidad. En este sentido, la esfera “interiorexterior” de Marey puede verse como una imagen técnica excepcional que
capta con precisión las duras tensiones de la escritura de Lispector. La
visión simultánea del interior y el exterior simboliza la imposible labor
de Martim en su esfuerzo por ser y no ser simultáneamente. Así como la
cronofotografía nos permite ver lo que nuestro ojo no percibe, la escritura
antinómica de Lispector nos permite materializar lo que nuestros sentidos
esconden.
La travesía de los contrarios se concreta con rigor y precisión
imaginativa en La pasión según G. H. La trama de la novela se reduce
a su mínima expresión –la revelación de una realidad ajena cuando una
escultora cómodamente asentada en su pulcro apartamento se encuentra
con una cucaracha y procede gradualmente a compenetrarse con todo el
espectro de materia “otra” que el bicho representa–, y en su concisión
sirve de contorno perfecto para desarrollar los grandes temas de Lispector:
la concreción de intersticios entre oposiciones (entrelíneas, oscilaciones,
duermevela, neutralidad), el acceso a la crudeza de lo vivo, la disolución
del yo interior y la fusión continua con el mundo externo, la ampliación
de la visión desde la oscuridad, el conocimiento mediante una vía negativa
más allá del lenguaje. Desde el comienzo de la novela, Lispector avisa al
lector que su libro está destinado a aquellas personas “que saben que el
acercamiento, a lo que quiera que sea, se hace de modo gradual y penoso,
atravesando incluso lo contrario de aquello a lo que uno se aproxima”128.
Muy pronto se nos presenta a la escultora buscando “un triángulo de
líneas rectas hechas de formas redondas, una forma que está hecha de sus
formas opuestas”129; en el plano del apartamento, el cuarto de la criada se
sitúa en el “lado opuesto”130 de la sala de estar, y en ese espacio negativo
ajeno es donde transcurre la mayor parte de la novela; en una brecha del
cuarto surge de pronto la visión de la cucaracha, una visión que amplía
128
129
130
Clarice Lispector, La pasión según G. H., óp. cit., p. 7.
Ibíd., p. 26.
Ibíd., pp. 29-30.
72
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inesperadamente el entendimiento hacia el “otro lado”, hacia aquello que
“no se ve”, y que acerca a la protagonista al “núcleo de la vida”:
La habitación, la habitación desconocida. Mi entrada en ella se
realizaba por fin. La entrada en esta habitación sólo tenía un acceso,
y éste era estrecho: por la cucaracha. [...] Allí había entrado un yo
al que la habitación había dado una dimensión de ella. Como si yo
fuese también el otro lado del cubo, el lado que no se ve porque se
está viendo de frente. [...] Estoy de nuevo en marcha hacia la más
primaria vida divina, estoy en marcha hacia un infierno de vida
cruda. No me dejes ver, porque estoy a punto de ver el núcleo de la
vida [...] Aferra mi mano, he llegado a lo irreductible con la fatalidad
de un doble; siento que todo esto es antiguo y amplio [...] Aquella
habitación que estaba desierta y, por eso, primariamente viva. Yo
había llegado a la nada, y la nada era viva y húmeda131.
CAPÍTULO 4
CLARICE LISPECTOR.
ENTRELÍNEAS DE LO
ININTELIGIBLE
En la visión de la cucaracha –alrededor de la cual Lispector consigue
transvasar descripciones entomológicas, metáforas poéticas y reflexiones
metafísicas– se simboliza un progresivo acercamiento a lo neutro. Partiendo
de una desorientación inicial en la que la escultora “incluso en el interior,
seguía de algún modo del lado de fuera”132, poco a poco la protagonista
se compenetra con la “nada vibrante”133 de la materia (recuérdese la
esfera vibrante “interior-exterior” de Marey). Gradualmente descarnada,
vaciada, reducida a las solas iniciales de su nombre, la mujer accede a la
revelación de un “neutro artesanado de vida”134, y, al igual que “el santo se
quema hasta llegar al amor de lo neutro”, la pasión según G. H. la lleva a
anular su ser hasta alcanzar el “verdadero milagro continuo del proceso”
y “estar viva” de una manera profunda, en la que “ser es ser más allá de lo
humano”135. “Por fin caminando en sentido inverso”, la mujer acepta “la
gran magnanimidad de dejar de ser yo”, entiende que “la renuncia es una
revelación” y que “el vía crucis no es un desvío, es el paso único, no se
llega sino a través de él y con él”136. El más allá de la materia se abre con
una fuerza inusitada al final de la novela:
Por fin, por fin, mi envoltura se había roto realmente, y yo era
sin límite. Por no ser, yo era. Hasta el fin de aquello que no era,
era. Lo que no soy, soy. Todo estará en mí si no soy; pues “yo” es
solamente uno de los espasmos instantáneos del mundo. Mi vida
no tiene un sentido solamente humano, es mucho mayor, es tan
grande, que, en relación con lo humano, no tiene sentido. De la
organización general que era mayor que yo, hasta entonces no había
distinguido los fragmentos. [...] Yo era ahora tan grande que ya no
me veía. Tan grande como un paisaje lejano. Me hallaba lejana, pero
perceptible en mis más últimas montañas y en mis más remotos ríos:
131
132
133
134
135
136
Ibíd., pp. 51-52.
Ibíd., p. 39.
Ibíd., p. 140.
Ibíd., p. 76.
Ibíd., pp. 147-150.
Ibíd., pp. 151-153.
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la actualidad simultánea no me asustaba ya, y en mi más última
extremidad podía por fin sonreír sin ni siquiera sonreír. Por fin me
extendía más allá de mi sensibilidad137.
RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
Lispector nos abre así la posibilidad de ver simultáneamente lo
incompatible, y, como Florenski con su iconóstasis, o como Marey con sus
cronofotografías, nos muestra uno de los muchos senderos que podemos
tomar para acceder a ciertas “cimas” antinómicas, en caso de aprovechar
las vertientes negativas de las montañas para intentar la ascensión.
Cerca del “nudo vital”, inmersa en la oscuridad, las “olas fuertes” y las
“oleadas” de un “mundo hecho de cosa” golpean a G. H., pero esta detecta
una sorprendente ampliación de la visión ligada a ese vaivén pendular
de la materia: “No puedo impedirme el sentirme toda ampliada dentro de
mí por la pobreza de lo opaco y de lo neutro”138. De hecho, más allá del
lenguaje (“últimos restos de un mundo nombrable”, “llamar sin nombre”,
“el nombre es una añadidura”, “nuestras manos, que son groseras y están
llenas de palabras”139), en la entrelínea, en el intersticio, en el residuo, es
donde se revela la respiración continua del mundo: “En los intersticios de
materia primordial está la línea del misterio y fuego que es la respiración
del mundo, y la respiración continua del mundo es aquello que oímos y
denominamos silencio”140.
En el “temblor de líneas”141 de la escritura de Lispector, en sus
graduaciones del claroscuro, en sus incesantes oscilaciones entre el recto
y el verso de las configuraciones (“La cucaracha está al revés. No, no,
ella misma no tiene ni derecho ni revés: ella es aquello”142), se afirma
progresivamente la presencia de ese “paisaje lejano”, de ese “más allá de
mi sensibilidad”, de esa “organización general que era mayor que yo”.
Al romper los límites del individuo se extienden los límites del mundo,
y, en esa ruptura de la envoltura, en la frontera permeable del interior
y el exterior, se sitúa realmente el entendimiento. La entrelínea permite
acercarse entonces a lo ininteligible puesto que la palabra y la cosa se
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138
139
140
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142
Ibíd., p. 156.
Ibíd., pp. 120-121. Para Eugenio Trías, el Gran Vidrio de Duchamp constituye un
notable “lugar de enlaces” donde se concretan y expanden muchas de sus mejores
imágenes sobre la “filosofía del límite”. Trías explora su ámbito del “espacio-luz”
“como una lámina de vidrio, o una ventana absoluta que deja fuera, como su absoluto
otro, la oscura noche de la sinrazón”, pero observa cómo puede accederse al anverso
(aparentemente invisible) de esa lámina-límite mediante el estudio de ciertas trazas
y residuos: “El Gran Vidrio mostraría rascaduras, opacidades internas a su luminosa
sustancia tópica. En virtud de esas rascaduras pueden darse episodios dentro del vidrio,
o proyectarse en él y desde él figuras e imágenes (cual sucede en el Gran Vidrio de
Marcel Duchamp). Y por lo mismo puede ‘hablarse’ de dichos episodios. Ese hablar o
decir lo que en el vidrio acontece aparece, también, como rascadura u opacidad interna,
como latido del corazón de cristal” (E. Trías, Los límites del mundo, óp. cit., pp. 234238, cursivas de Trías). El bellísimo “latido del corazón de cristal”, las rascaduras y las
opacidades tienen hondas resonancias en la narrativa de Lispector.
Clarice Lispector, Ibíd., pp. 63, 74, 122, 138.
Ibíd., p. 85.
Ibíd., p. 14.
Ibíd., p. 65.
74
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desgarran –ambas– simultáneamente, y en sus respectivos residuos es cómo
pueden aproximarse mejor la una a la otra. La denodada lucha de Lispector
contra la separación cartesiana de mente y cuerpo puede verse, en el fondo,
como una manifestación de la última cosmología de Peirce, donde las redes
de signos de la naturaleza se sitúan en un asombroso vaivén de ajustes
y obstrucciones con las redes de signos del entendimiento humano. Por
caminos inesperados y disímiles, una compleja topología del signo subyace
finalmente detrás de ambas aproximaciones. No ya “palabras” o “cosas”,
sino signos residuales de materia se enlazan plásticamente. Preconizados
por la lógica peirceana y concretados en la estética de Lispector, los pliegues
de mente y materia –a los que cada vez más aboca también la neurociencia
contemporánea– extienden así el lugar del ojo humano dentro del mundo.
Bill Viola, tal vez uno de los mayores artistas visionarios de nuestra
época, insiste igualmente en que “debemos revisar nuestros viejos modos
de pensar que perpetúan la separación de mente y cuerpo”143. En artículos
como Sight Unseen144 o Visionary Landscape of Perception145, Viola
hace explícitos sus esfuerzos por hacernos ver lo invisible, por ampliar
el paisaje de nuestra percepción, por permitirnos “‘ver’ en un sentido
extendido”146, a la vez despertando el cuerpo y alentando la fuerza de las
imágenes en la mente. Las videoinstalaciones de Viola, verdaderas obras
de arte que trascienden con mucho el carácter intrínsecamente pasajero y
banal del vídeo, resquebrajan completamente al espectador y lo acercan a
sorprendentes metamorfosis. Entre un paisaje físico, duro, rocoso, y unas
imágenes mentales, suaves, plásticas, Viola inventa todo tipo de tránsitos
y ósmosis de la sensibilidad, a la manera de los místicos, quienes intentan
traducir experiencias alrededor de la “paradoja de lo duro y lo suave: el
cuerpo y el alma, el mundo físico exterior y el mundo de pensamientos
e imágenes interior”147. Viola se acoge así a una inspiración y a una
creatividad muy cercanas a las intuiciones de Lispector: “Me relaciono con
lo místico en el sentido de seguir una vía negativa –de sentir que las bases
de mi trabajo están en no conocer, en dudar, en perderse, en preguntar y no
en responder– y en el sentido de reconocer que, personalmente, los trabajos
más importantes que he hecho se han realizado al no saber lo que estaba
haciendo en el momento mismo en que lo hacía”148. El recto y el revés de
The Crossing (1996) –una inmensa pantalla en un gran cuarto oscuro, en la
que un hombre se acerca lentamente al espectador, y, luego de detenerse,
es minuciosamente consumido a la vez por una catarata de agua en el recto
de la imagen y por una llamarada de fuego en el revés, hasta desaparecer
143
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CAPÍTULO 4
CLARICE LISPECTOR.
ENTRELÍNEAS DE LO
ININTELIGIBLE
Bill Viola, Reasons for Knocking at an Empty House. Writings 1973-1994, Cambridge:
MIT Press, 1995 (3ª ed. 2002), p. 243.
Bill Viola, “Sight Unseen: Enlightened Squirrels and Fatal Experiments” (1982), Ibíd.,
pp. 88-95.
Bill Viola, “The Visionary Landscape of Perception” (1989-92), Ibíd., pp. 219-225.
Ibíd., p. 250.
Ibíd., p. 223.
Ibíd., p. 250 (Viola cita en latín la via negativa).
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
completamente en medio del fragor sonoro de la inundación y el incendio–
pueden verse entonces como una poderosa concreción visual de la travesía
de los opuestos y de la disolución del yo exploradas por Lispector.
Más allá del individuo y de los géneros, las rupturas gramaticales de
Lispector nos acercan a la experiencia intermedia de lo neutro. Tiende a
desaparecer la tríada yo/tú/él(ella) y emerge con fuerza el eso: “No pienso
pero siento el it. [...] Por dentro es la oscuridad. Un yo que late ya se forma.
Hay girasoles. Hay trigo alto. Yo es. [...] El aire es el no lugar donde todo va
a existir. [...] Yo soy puro it que late rítmicamente”149. Como ocurre también
en los trabajos de Peirce, Florenski y Marey, un tránsito del entendimiento
por el revés del revés –por un no-no que, lo hemos visto, no equivale a un
sí, sino a un intervalo de “cuasi-síes”– permite a Clarice Lispector ampliar
el espectro de su mirada. La multitud de lo intermedio, concretada en el
“latido” del “trigo alto”, surge gracias a una peculiar doble negación. En
una primera instancia, la negación del yo, la oscuridad, el no lugar, abren
las posibilidades de acceder al núcleo neutro de la materia; en segunda
instancia, en una negación de segundo orden más fina, donde se niega
el pensamiento (y se descree aún de las palabras que acaban de negar el
tiempo y el lugar), surge la revelación de todo aquello intermedio que se
encuentra más allá, tanto de la negación de nuestras categorías como de la
imposibilidad factual de poder expresar siquiera esa negación.
En la iteración del límite y en el doble vaivén de un péndulo articulado
pueden verse también otras formas de esa doble negación que permite
volver a reintegrar una amplia razón sensible con la complejidad del
mundo. El límite del límite, visto como limitante misma en la capacidad de
expresar las limitantes de la palabra, permite volver a comprender que los
residuos del entendimiento no solo son naturales –y que una conjunción
“total” siempre ha sido una utopía, a veces útil, a veces malsana– sino
que en la proyección de los residuos, y en el consiguiente enlace de lo real
y lo imaginario en arquitecturas que en su conjunto nos están vedadas,
yace una de las direcciones mayores de la creatividad. Por otra parte, la
articulación de las oscilaciones de la razón y de la imaginación en un
mismo péndulo amplía el barrido de movimientos (figura 9) a los que accede
nuestro entendimiento. No es otro el camino emprendido por Lispector
en su narrativa. Toda su escritura solicita, por medio de la entrelínea,
la anulación de sí misma; enlaza los residuos de la palabra rota con los
quiebros del mundo; oscila entre interior y exterior, y barre el extenso
rango intermedio de lo neutro.
La técnica literaria de Lispector se acerca en muchos respectos a la
técnica de los creadores bizantinos de iconos, según la interpreta Florenski.
Así como los iconos conforman una suerte de goznes materiales en el
tránsito entre “dos mundos”, las cadencias de palabras de Lispector
constituyen movibles goznes150 en el tránsito entre nuestra mente y la
149
150
Clarice Lispector, Agua viva, óp. cit., pp. 40-41.
Trías señala cómo, en su “filosofía del límite”, “se va perfilando un dualismo ontológico
76
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materia. La inversión iconográfica donde Florenski visualiza al ícono como
residuo de lo invisible corresponde a la inversión literaria donde Lispector
lee la entrelínea como residuo de lo ininteligible. Las conscientes técnicas
antinómicas fraguadas en la compleja elaboración del ícono corresponden
a las contrastantes capas contradictorias del lenguaje, insistentemente
entrelazadas en la escritura de Lispector. La reintegración de la visión desde
el revés, que abre al ícono hacia plenas transferencias entre lo inmediato,
lo mediato y lo “otro”, corresponde en Lispector al acceso a lo neutro desde
la negación del “yo”. Así como en los intersticios de las cronofotografías de
Marey termina por colarse, aún a su pesar, la continuidad del mundo, en
la entrelínea de Lispector se anudan finalmente todas las aparentes cesuras
que ejerce nuestro entendimiento. El continuo del it explota en toda su
magnificencia, gracias a un certero lenguaje de decantación, donde toda
adjetivación es eliminada, para ir y venir entre el enrarecido aire de la
abstracción y la afilada descripción de lo muy concreto.
La comprensión de lo real como una compleja red de umbrales, a la
manera de Peirce, constituye otro de los sellos de la narrativa de Lispector.
Sus personajes se enfrentan siempre a un aprendizaje gradual, ya sea de
ellos mismos, de la materia, del amor o del desamor. Las fronteras de la
vida y del entendimiento se encuentran en perpetuo movimiento. Solo
transformándose dinámicamente, al tenor mismo de aquellos bordes
fluctuantes de la sensación y de la razón a los que se desea acceder, puede el
ser humano considerar una posible aproximación a esas fronteras. Cuando,
en las últimas páginas de La pasión según G. H., Lispector introduce
incesantes réplicas entre yo, tú, él, ella, Él, eso, la cucaracha y la mujer,
desistiendo de todas las “identidades”, fracturándolas y fusionándolas
en la antinomia del lenguaje y el silencio, nos encontramos ante uno de
esos notables ejercicios de la creatividad en los que un cierto movimiento
formal refleja icónicamente el movimiento subyacente que se quiere poder
plasmar. Al tenor mismo de la gradual disolución de G. H., la escritura de
Lispector disuelve gradualmente sus barreras asociativas y gramaticales. El
progresivo acercamiento al fondo neutro de la materia, que se va dando
a lo largo de la novela, coincide con el desdibujamiento progresivo de
CAPÍTULO 4
CLARICE LISPECTOR.
ENTRELÍNEAS DE LO
ININTELIGIBLE
(de ámbitos, no de mundos) rebasado y trascendido en un monismo topológico. Ese
monismo afirma de lo ‘uno’ o de lo ‘mismo’ su naturaleza de diferencia pura, intrínseca
(su absoluto autodiferenciarse). El ‘mismo’ es siempre el ‘mismo’ en su radical
diferenciación, eso que puede ‘simbolizarse’ del mejor modo como anverso y reverso de
una sustancia o lámina de vidrio. [...] Toda nuestra reflexión sobre la línea o frontera
halla en esta imagen del eje de la lámina de vidrio su genuino fundamento. El fronterizo
era y habitaba esa línea. Por eso se le abre la referencia a un doble ámbito. [...] Vista
la lámina en otra posición, se restaura la dualidad del anverso y del reverso. Pero en
tanto la sustancia del mentido ‘cuadro’ es vidrio, en esa duplicidad queda impreso ese
carácter de la pura transparencia, es decir, su remisión o absorción a esa ‘mitad giratoria’
(Duchamp llama a eso gozne, bisagra, o bien barra (/), es decir, signo de concordancia)”
(E. Trías, Los límites del mundo, óp. cit., p. 241). La percepción simultánea de anverso
y reverso desde el eje de la lámina de vidrio, mediante instrumentarios ampliados de
la visión, abiertos a una concordancia de los contrarios, es una de las características
comunes que acercan a Lispector y Florenski.
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
los nombres, los pronombres, los géneros, los colores, los instantes, los
tamaños.
Si nos situamos dentro de la urdimbre recursiva de las categorías
cenopitagóricas151 de Peirce, el esfuerzo narrativo de Lispector aparece en
toda su originalidad. En vez de construir signos estéticos (primeridad) para
accionar y reaccionar sobre el lector (segundidad) y acercarlo a ciertas
mediaciones del mundo (terceridad) –uno de los caminos usuales de la
creación literaria–, Lispector invierte completamente sus modos de tránsito
dentro de las categorías. Partiendo de la mediación de la palabra, actúa y
reactúa contra ella, e intenta hacernos acceder a las sensaciones “en bruto”,
descarnadas, inmediatas. La primeridad, la más esquiva de las categorías
peirceanas, la categoría de lo fresco, lo espontáneo, lo libre, lo vivo, de
aquello que no puede ser demarcado ni pensado, pues pasa entonces a
situarse inmediatamente en una segundidad o en una terceridad, es la
categoría a la que intenta acercarse toda la obra de Lispector. En la inherente
antinomia de querer atrapar ráfagas y revelaciones de lo primero se debate
toda su escritura. El acceso a la primeridad requiere un extraordinario
ejercicio de abstracción, de decantamiento, de desdibujamiento, como
el que emprenden los protagonistas de sus novelas. Al “vaciarse” y al
acercarse a lo “neutro”, estos intuyen en ciertos instantes visiones elusivas y
contradictorias de lo primero. La vía negativa es entonces fundamental: solo
mediante el despojo y el revés puede llegar a imaginarse aquello que debe
estar privado de correlaciones reflexivas. Los “momentos privilegiados” de
Proust y las “epifanías” de Joyce son otros intentos fascinantes de acceso
a esa primeridad que parece estar vedada a cualquier tipo de elaboración
lingüística, y que, no obstante, notables constructores del lenguaje dejan
visualizar.
Los signos de esa “vida” primera a la que se asoma la escritura de
Lispector parecen emerger desde el nombre mismo con que sus padres
procrean “con amor y esperanza” a su hija –Haia: vida–152. La visión de
lo invisible, de lo primero, de la materia neutra, de una vida inmediata, se
fragua en la narrativa de Lispector con un uso metódico de signos primeros.
De hecho, el silencio (versus el ruido y el lenguaje), el vacío (versus los
puntos y el intervalo), la nada (versus el bosquejo y el color), la oscuridad
(versus la luz y la penumbra), el residuo (versus la piedra y el trigo), la
entrelínea (versus la línea y el discurso), la disolución (versus el desamor y
el amor), el sueño (versus la vigilia y el duermevela), lo neutro (versus lo
masculino y lo femenino) o la sensación (versus la acción y la razón) son
ejemplos de primeridades peirceanas que adquieren una presencia central
en la obra de Lispector (dentro de las tríadas señaladas indicamos entre
paréntesis los segundos y terceros respectivos). Cuando G. H. observa que
151
152
Nota 2.
Laura Freixas, Clarice Lispector, Barcelona: Ediciones Omega, 2001, p. 25. Es la misma
Clarice quien evoca el “amor y esperanza” de sus padres. Al emigrar al Brasil en los
años veinte, sus padres, judíos ucranianos, le cambiarán a Haia su nombre por el de
Clarice.
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“cada vez que he vivido la verdad ha sido a través de una impresión de
sueño ineluctable”153, cuando Martim se da cuenta de que “sobre todo a su
favor tenía el hecho de que no entender era su limpio punto de partida”154, o
cuando Joana intuye que “la verdad podía estar igualmente en lo contrario
de lo que pensaba”155, no se trata de gratuitos juegos de palabras, sino
de cortantes intentos de aproximación a las antinomias inherentes de la
primeridad. La entrelínea y lo ininteligible son presupuestos ineludibles
para acercarse a ese más allá primero, a esa fluctuante y siempre esquiva
primeridad. La obra de Lispector descuella entonces como un impulso
realmente titánico, donde, asumiendo todas las contradicciones de nuestro
conocer, no deja por ello de perseguir un acceso a lo que se nos escapa.
Desde las fronteras de la palabra y de su negación, desde los linderos
donde se cruzan el conocimiento y el no entender, desde los bordes entre
la luz y la oscuridad, Lispector orienta siempre su mirada hacia lo más
escondido y fugaz; pero, es en el incesante vaivén de su escritura entre
esas polaridades donde se “talla” –como en el ir y venir secular de las olas
fraguando un acantilado– la constatación de posibilidades “otras”, allende
ciertos entornos restrictivos del lenguaje. Se trata de una constatación
peculiar, donde se rompen los moldes usuales del entendimiento; en
cierta manera, después de las tres etapas eminentemente “racionales” del
aprendizaje –inconsciencia de la ignorancia, conciencia de la ignorancia,
conciencia del conocimiento– se situaría una cuarta etapa a la que apuntaría
la obra de Lispector. Una suerte de “inconsciencia del conocimiento” sería
tal que el ser humano podría entonces fundirse con su entorno y participar
directamente de él, sin las barreras del lenguaje, como predican de hecho
algunos místicos de la vía negativa y algunos exponentes de las religiones
orientales. El apuntar hacia ese “más allá” de la conciencia no mengua, no
obstante, el extraordinario esfuerzo constructivo acometido por Lispector
dentro del ámbito de la palabra. Más aún, el romper el lenguaje y abrirlo
hacia el exterior, el desarmarlo y resquebrajarlo desde sus propios confines,
ampliando así de manera efectiva el espectro de la mirada humana, es lo
que constituye en el fondo el doble valor estético y gnoseológico de su
narrativa.
153
154
155
CAPÍTULO 4
CLARICE LISPECTOR.
ENTRELÍNEAS DE LO
ININTELIGIBLE
Clarice Lispector, La pasión según G. H., óp. cit., p. 86.
Clarice Lispector, La manzana en la oscuridad, óp. cit., p. 147.
Clarice Lispector, Cerca del corazón salvaje, óp. cit., p. 113.
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Capítulo 5
Maria Helena Vieira da Silva.
Grafismos de lo invisible
Hemos venido observando cómo, desde las fronteras de ciertas modalidades
de representación, se intenta explorar lo que se situaría aparentemente
en un espacio externo a esas representaciones, y cómo, en esos esfuerzos
de apertura hacia lo “otro”, consigue siempre ampliarse el espectro de la
razón. Allende las fronteras del discurrir deductivo, Peirce se asoma al
entendimiento de los procesos abductivos, estudia los procesos de creación
y control de las hipótesis, y amplía el ámbito del pensamiento lógico.
Allende las fronteras del conocimiento positivo, Florenski se interna en
las múltiples capas de un mundo visto desde el revés, donde cabe una
estrecha conjunción de ciencia, arte y revelación, y amplía la sapiencia de
lo antinómico. Allende las fronteras del ojo humano, Marey articula un
complejo entramado de dispositivos cronofotográficos, devela las trazas y
los residuos del movimiento, y amplía las urdimbres de la visión. Por su
parte, Clarice Lispector se enfrenta, desde los bordes de la “entrelínea”, a las
limitantes mismas del lenguaje, a aquello que no puede decirse, y, en esa
lucha de la palabra consigo misma, amplía la creación literaria.
Maria Helena Vieira da Silva (1908-1992) se enfrenta a un reto
similar en el ámbito de las artes plásticas. En sus dibujos, acuarelas o
estampas y, sobre todo, en sus pinturas al óleo, Vieira da Silva intenta
hacer aparecer mucho de lo que, en una primera aproximación, escapa
al ojo: el esqueleto escondido de una estructura, la atmósfera alrededor
de una configuración, las tensiones fluctuantes del movimiento, el vaivén
pendular entre orden y caos, los residuos efímeros de lo eterno. En un
permanente diálogo entre la línea y el color, las composiciones 156 de Vieira
acumulan un extraordinario bagaje de redes, placas, contrapuntos, matices,
donde finísimas mallas de aristas se entrelazan con graduales entornos de
color para hacer emerger todo tipo de elusivas zonas limítrofes. Atentos al
156
Puede decirse que Vieira da Silva, muy alerta musicalmente, construía realmente
“composiciones” plásticas, más que “obras” plásticas. El contrapunto de sus composiciones
asegura en buena medida su difícil equilibrio –a menudo armónico, en ocasiones atonal–.
Vieira elaboró en 1986 un fascinante ciclo de 39 pruebas para una carátula de la obra de
Pierre Boulez, Pensar la música hoy, hasta el momento infortunadamente inéditas (véase
Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva – Catalogue raisonné, Genève: Skira,
1993, pp. 668-675).
81
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cambio incesante de las formas, sus óleos revelan un fondo de vacíos y de
silencios que parecen situarse allende la mirada. De hecho, Vieira da Silva
señala que desea “pintar lo que no está como si allí estuviera”157, y que su
obra se basa en una profunda certeza de lo incierto, en una permanente
emergencia de la variabilidad que le permite abordar las sutilezas de la
percepción y la multiplicidad de la visión:
La incertidumbre soy yo. Soy la incertidumbre misma. Es la
incertidumbre lo que constituye mi certeza. Es sobre la incertidumbre
que me apoyo. [...] No apruebo nada. Es la verdad. Para mí todo es
relativo. Lo que para mí es certeza no es certeza para otro. Lo que es
certeza para otro no es certeza para mí. El mundo cambia. Los ojos
cambian. La gente tiene ojos [...] ¡Todo es tan sutil! Todo lo que es
real, todo lo que es estable: es falso158.
RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
Decididamente situada en la dialéctica de lo múltiple y de lo uno,
del cambio y de la permanencia, de una verdad solo accesible desde su
negación, Vieira da Silva encuentra no obstante en su pintura notables
desgarros, cesuras, quiebros y residuos que enriquecen el manejo de la
antinomia. En El desgarro (1984-85), una serie de largos trazos rectos que
se arremolinan alrededor del centro de la composición dan la impresión
de un libro o de una tela en blanco donde una rasgadura insta a acceder
a su revés. Al compás del movimiento centrípeto de las rectas emerge
una incierta zona gris detrás del desgarro, que recuerda los grafismos
de Favorski en su cubierta de Los imaginarios en geometría de Florenski
(figura 2). El corte invita a explorar ámbitos imaginarios más allá de las
“falsedades” de lo real y de lo estable. En gran medida, toda la obra de
Vieira da Silva puede verse entonces como un meticuloso esfuerzo por
acceder a esa libertad del espacio incierto que yace detrás del desgarro
gracias al extremado rigor con que se explora la incisión159. El alto vuelo
imaginativo detrás del perseverante soporte material –libertad vía rigor–
constituye una de las muchas contraposiciones creativas que nos ofrecen
sus trabajos.
157
158
159
Pierre Schneider, Les dialogues du Louvre, París: Denoël, 1967, p. 284 (citado en Guy
Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva –Monographie, Genève: Skira, 1993, p.
109; cursivas nuestras).
Georges Charbonnier, Monologue du peintre, París: Julliard, 1959-60, t. II, pp. 56-57
(citado en Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva –Monographie, óp. cit., p.
95).
Según Vieira da Silva, “cuando pinto, calculo, sí, siempre estoy calculando, siempre.
Calculo la dosis de tal milímetro con respecto a otro milímetro. La dosificación de la
densidad. La correspondencia de tal mancha con respecto a otra mancha. El cuadro
se hace únicamente con eso... La literatura, el pensamiento, no existen cuando pinto.
Estoy ocupada como un ebanista. No es solo una cuestión de técnica, para nada. Para
llegar a una cierta fuerza, a una cierta densidad, olvido todo, olvido todo el resto.
Cuántas veces modifico una mancha mínima, tan mínima que nadie la ve, y me parece
que el cuadro alcanza su fuerza cuando hago precisamente eso” (Bernard Noël, “Le
rayonnement chalereux de Vieira da Silva”, La Quinzaine Littéraire, París, 16-31 marzo
1977; citado en Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva –Monographie, óp.
cit., p. 290).
82
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En La partida de ajedrez (1943) se enlazan con sumo ingenio el
recto y el revés de la mirada, lo real y lo imaginario, la materia y los
sentidos. Una dialéctica plena entre el ser (cuyos residuos figurativos
pronto desaparecerán de la obra de Vieira da Silva) y el “estar siendo”,
entre la permanencia y el flujo, inunda la pintura. El tablero de ajedrez
–cuya configuración concreta de juego (con los reyes dispuestos polarmente
en las esquinas) simboliza las tensiones diagonales de la composición– se
expande continuamente a su alrededor y conforma el espectro entero de
la visión. La introducción de cuadrados ocres de múltiples tonalidades,
al lado del blanco y el negro, permite construir el espacio; el rojo y el
gris ayudan a distinguir a los jugadores. Una suerte de deformación
topológica de las envolventes del tablero resalta las ondulaciones de lo
dinámico (mirada) cuando se enfrenta a lo estático (tablero), y su geometría
recuerda las cronofotografías de fluidos de Marey (figuras 7, 10), donde,
ante un obstáculo, el humo o el agua arquean suavemente su trayectoria.
La economía de medios de la composición es admirable; los desgarros de la
malla de casillas, que se sitúan en la espalda y a los pies de la figura en gris,
abren, con su muy ligera disimetría dentro del contexto global del cuadro,
otra nueva dimensión detrás160 del enlace real-imaginario inducido por
la red de rectángulos; los esbozos de diagonales que surgen de la esquina
inferior derecha, y que parecen indicar una perspectiva, pronto se pierden
y se diluyen en un punto en el infinito ubicado más allá del marco de la
composición; el suave contraste entre la concavidad donde se eleva la
mesa y la convexidad donde se apoya el tablero permite que el entramado
de casillas pueda extenderse entre lo bajo y lo alto sin aparentes cesuras.
Notable concreción visual de todo lo gradual, La partida de ajedrez consigue
borrar así las dicotomías y recorrer el amplio rango de lo intermedio.
La eliminación de las barreras entre el sujeto y su entorno, físicamente
palpable en La partida de ajedrez, alcanza un giro decisivo en La estación
Saint-Lazare (1949). Las figuras y las marcas descriptivas de la arquitectura
desaparecen, y solo quedan residuos de luz y de color sobre el entronque
esquelético de la armazón de la estación. Se nos otorga así una visión de
aquello que “no vemos”, distraídos por una suma de particularidades; todo
objeto, todo sujeto y toda percepción emergen completamente descarnados
y se funden entre sí. El esqueleto genérico que subyace detrás de los
diferentes movimientos del mundo surge con una sorprendente frescura.
Vieira se enfrenta así a un estadio primero de la fenomenología, bien
descrito por Merleau-Ponty, a las “pre-cosas flotantes” que transitan ante
160
CAPÍTULO 5
MARIA HELENA VIEIRA
DA SILVA.
GRAFISMOS DE LO INVISIBLE
Vieira da Silva señalaba en 1985 que había hecho “pequeños cuadrados e
irresistiblemente los jugadores habían aparecido. Venían del fondo, de atrás, y estaba
contenta. No era lo que quería, no era lo que esperaba, pero por una vez estaba contenta
ya que el cuadro me parecía más grande, más vasto que el que había imaginado” (Guy
Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva –Monographie, óp. cit., p. 173). El surgir
desde el revés parece ampliar en ciertos casos el valor de la composición. Compárese
su “no era lo que quería, no era lo que esperaba” con los comentarios similares de Bill
Viola al valorar especialmente su “no saber lo que estaba haciendo” en el momento de
la creación (véase nota 148).
83
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
nuestra mirada, a un pasaje/paisaje que solo puede entenderse “al mirar, al
despertarse al mundo” 161, y empieza a elaborar una obra en la que intenta
acceder intensamente a esa flotante geometría de todo lo pre-figurado.
Una aproximación a lo descarnado, a lo inmediato, a lo rápido, a
lo efímero 162, se consigue con un incesante movimiento del péndulo.
Como lo sugieren las categorías fenomenológicas de Peirce, detrás de
contrastaciones (segundas) surge una mediación (tercera) que, si se filtra
adecuadamente, sirve de decantada primeridad en el momento de volver a
relanzar el tránsito recursivo de las categorías. Las múltiples oscilaciones
pendulares de la obra de Vieira da Silva –magníficamente puestas de relieve
por Diane Daval163: centramiento/descentramiento, cuadro/descuadre,
estructura/disolución, construcción/deconstrucción, orden/caos, densidad/
transparencia, calor/frío, luz/oscuridad– consiguen limpiar el barrido de
la visión y hacer emerger un fondo de vibración genérica164, de “puro”
engranaje dinámico, más allá de sus manifestaciones particulares. Los
grafismos –líneas, tachones, rasgados, rascados– van y vienen sobre la
tela y sugieren espacios que conquista progresivamente la paleta –rojos
por contraposición en invierno y azules en verano165, con todo tipo de
matices de blanco siempre presentes–. En la dialéctica y, gradualmente, en
el tejido de la línea y el color, Vieira logra imbricar la solidez estructural
y la ligereza del vuelo, y construir esa peculiar mixtura de aire alto y
encendido voltaje que la caracteriza. Aire, agua, tierra y fuego se enlazan
alrededor de una suerte de quinto elemento electromagnético que tensa,
recorre, sostiene y une todo el entramado.
La entrada del castillo (u Homenaje a Kafka, 1950) reúne la velocidad
y la levedad de las mejores composiciones de Vieira da Silva. Perfecto
contrapunto de la escritura rápida, precisa y descarnada de Kafka, La entrada
del castillo nos envuelve en esa enrarecida atmósfera donde gradualmente
decae y va ahogándose el agrimensor. El inaccesible laberinto del castillo
se complica cada vez más a medida que K se sumerge en él, al igual que
nuestra mirada erra sin fin en las mil tonalidades de blancos y grises del
161
162
163
164
165
Maurice Merleau-Ponty, Le visible et l’invisible (1964), París: Gallimard, 2004, p. 22
(cursivas de Merleau-Ponty).
“Muy joven, descubrí lo efímero. Sabía que todo pasaba muy rápido, iba muy rápido”
(1975) (en: Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva – Monographie, óp. cit.,
p. 46).
Diane Daval, “Étude de l’oeuvre”, en: Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da
Silva –Monographie, óp. cit., pp. 123-363.
“En Portugal, se encuentran muchas pequeñas baldosas de loza, los azulejos, la palabra
viene de azul puesto que eran azules. Son motivos de decoración tradicional en las
viejas casas. Esto también influyó en mí. La técnica proporciona una vibración que
busco y que me permite encontrar el ritmo de un cuadro” (Anne Philipe, L’éclat de
la lumière. Entretiens avec Marie-Hélène Vieira da Silva et Arpad Szenes, París:
Gallimard, 1978, p. 84; citado en Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva
–Monographie, óp. cit., p. 103).
“Sabe usted, es curioso, tengo colores de verano y colores de invierno. Cuando hace
calor, deseo pintar azul, verde, blanco. El blanco puedo por lo demás emplearlo todo el
año. Y cuando hace frío, amo el rojo” (Anne Philipe, L’éclat de la lumière. Entretiens
avec Marie-Hélène Vieira da Silva et Arpad Szenes, óp. cit., p. 14; citado en Guy
Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva –Monographie, óp. cit., p. 324).
84
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cuadro y se hunde en el reticulado cada vez más fino de líneas que se
cruzan perpendicularmente en la izquierda de la tela. Mientras que los
trazos paralelos y diagonales de la derecha parecen delinear el movimiento
ilusionado del hombre (en un ademán hacia adelante que evoca el “salto
sobre un obstáculo” cronofotografiado por Marey: figura 6), la malla
perpendicular limita y acota completamente sus expectativas. El contraste
antinómico entre la densidad de la malla y la transparente levedad de las
zonas blancas que conducen a ella presagia la imposibilidad de acceder al
castillo. La transparencia del aire y la neutralidad de los tonos blancos no
son entonces sino un melancólico espejismo, reflejo de la desesperanza.
La blancura de muchas telas de Vieira es el entorno cromático donde
convergen la polivalencia, los contrapuntos, los matices, el entre-dos. Así
como sus grises resultan de una oculta mezcla de bermellón y verde 166, más
compleja que un sencillo enlace dual de blanco y negro, la blancura sirve
de transparente topos para lo genérico, lugar donde pueden entreverarse
diversas contraposiciones, filtradas, decantadas, desprovistas de sus lastres
particulares. En el “espacio-luz” de esa frontera blanca puede elevarse
entonces una verdadera coincidentia oppositorum167, tanto en las bases
conceptuales de las composiciones (acceso al movimiento desde la tela
estática, fijación de la variación y el cambio, ordenamiento parcial del
caos, graficación de lo invisible), como en las técnicas utilizadas (retículas
perpendiculares y movimientos oblicuos, atascamientos y difuminaciones
de color, contrapuntos de densidades y vacíos, perspectivas contrariadas,
enlaces de rasgaduras y continuidades). Noche y día (1964)168, una pintura
al temple en la que se aprovechan el anverso y el revés del papel, muestra
perfectamente la simbiosis de unos opuestos que se requieren el uno al otro;
el anverso, pura luminosidad, muestra una suerte de veloz convergencia
de trazos blancos hacia un “adelante” al que se dirigiría el movimiento;
desde el revés estallan, en cambio, líneas negras y manchas oscuras hacia
el “atrás” de nuestra mirada. Un ejercicio imaginario puede permitirnos
entender cómo la luz y la oscuridad son solo dos facetas de un mismo
fenómeno; entrecerrando los ojos y considerando el negativo de lo que
percibimos, como en una placa fotográfica, el verso de Noche y día se abre
a una resplandeciente luminosidad. La energía y las vibraciones que se
166
167
168
CAPÍTULO 5
MARIA HELENA VIEIRA
DA SILVA.
GRAFISMOS DE LO INVISIBLE
“Hago mis grises mezclando bermellón y verde de Veronese. Ya que el verde de Veronese
no es siempre fácil de encontrar, utilizo en su lugar el verde de barita. A veces, añado
una punta de negro” (1981) (en: Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva –
Monographie, óp. cit., p. 35).
En La edad del espíritu, Trías muestra cómo el “hiato entre razón y revelación” da
lugar a la “cesura trágica en la cual el pensamiento contemporáneo parece instalarse
con desasosiego, con temor y con temblor (o acaso, en sus últimos recorridos, con
evidente satisfacción)”, y propone, con Schelling, volver a una “conmodulatio, o
armonia oppositorum” dentro de un “espacio limítrofe de mediación que asegure el
encuentro y la conjugación de los dos lados del espíritu, su manifestación (racional) y
su horizonte latente de sentido” (Eugenio Trías, La edad del espíritu, Barcelona: Destino,
2000, pp. 462, 461, 496, en el orden de las citas; cursivas de Trías). El “temblor” del
encuentro en el “espacio limítrofe de mediación” es asombrosamente materializado en
las “vibraciones” de las mediaciones blancas que tensan las telas de Vieira.
Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva –Monographie, óp. cit., pp. 362-363.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
alcanzan en ese tránsito de los opuestos acercan en lo más íntimo a Clarice
Lispector y Vieira da Silva.
En Consecuencias contradictorias (1964-67), el inagotable rango
de lo intermedio –ocres y rojos, pequeñas manchas, acumulación de
líneas y cortes– se despliega entre una esquina blanca y otras oscuras.
Toda la complejidad del mundo, con sus diferentes tamaños, secuencias,
profundidades, particiones, ósmosis, luminosidades, veladuras, se intenta
sugerir en la imposible conjugación de una sola tela. Cada fragmento de
la composición refleja la imbricación infinita del “todo”, anticipándose así
a las imágenes recursivas de los fractales que los sistemas de graficación
informática empezarían a producir dos décadas más tarde. La doble faz de
la visión, simultáneamente distante de las cosas y queriendo penetrar en
ellas, se manifiesta en su fuerza y su fracaso.
Particularmente atenta al tránsito de los opuestos, Vieira da Silva
alcanza a menudo, no obstante, una extraordinaria paz interior. Las
pinturas “azules” del verano constituyen un buen ejemplo de obras en
donde las inherentes obstrucciones del acto pictórico se resuelven por
medio de sutiles consonancias y modulaciones cromáticas que, más que
acuerdos armónicos entre opuestos, consisten en suaves afirmaciones de
un cierto “bien estar” dentro del mundo. Campos de Sainte-Claire (1958)
muestra la victoria firme de una visualidad modal y modulada, atenta a
capas y velos, propia de grandes cromatistas como Turner, Monet o Rothko.
No lejos de los últimos óleos “silenciosos” de Turner, de los fragmentos más
depurados de los Nenúfares o de las monocromías veladas de la Rothko
Chapel, los Campos de Sainte-Claire muestran una asunción serena de las
brumas de color que invaden completamente la composición. La dinámica
de las ósmosis entre blancos y azules inunda la obra, y la línea, oculta,
cubierta, estática, tiende a desaparecer. La frontera se entiende no como
delimitación de un espacio, sino como plena estación de vida, realmente
habitada por una conjunción de los colores. De hecho, la lógica ternaria
propuesta por Peirce para poder entender mejor los bordes del color sugiere
que los solapamientos del blanco y del azul no solamente conforman el
soporte natural de la consonancia visual transmitida, sino que constituyen
también su medio necesario: sin la conjunción, sin el solapamiento, sin
el tercero entre dos –como en las fronteras entre las manchas de color
de Rothko– no puede llegar a transmitirse esa sensación de continuidad
del mundo que subyace detrás de todo intento de apaciguamiento de los
contrarios.
El “hiato” moderno entre razón y revelación169 se sutura en obras
como Campos de Sainte-Claire. Impulsadas por el instinto y sostenidas
169
Siguiendo a Trías, “El hiato entre razón y revelación, o entre el fundamento real y
la reflexión filosófica promueve una constante basculación entre una interpretación
positivista del positum (que será para Feuerbach la naturaleza material, y para Marx
y Engels el mundo material-social de la economía política) y una interpretación
radicalmente crítica respecto a todas las pretensiones de la Razón por suturar ese hiato
(así Kierkegaard). Entre un racionalismo positivista desengañado de toda embriaguez
86
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por una meticulosa razón, ciertas manifestaciones creativas revelan al
hombre un “más allá” –pendularmente percibido y construido– donde se
reintegran mente y cuerpo, racionalidad y sensibilidad. El tiempo discurre
con sorprendente lentitud en medio del tránsito de blancos y azules, y una
pausada emoción puede entonces combinarse con el registro inconsciente
de un orden profundo. Sin poder explicar el “porqué” –y gracias al “no
entender” mismo, diría Lispector– una comprensión tranquila se instala
en el ojo del espectador. En el vaivén de la “pura” sensación (primeridad
según Peirce) y del orden subyacente (terceridad) se accede tanto a la razón
(tercera) como a la revelación (primera). Por un lado, la cuidadosa intuición
del artista, aunada a su perseverante razón constructiva, eleva la obra,
y, luego, el observador pasa a interpretarla, revitalizarla, deconstruirla.
Por otro lado, en una doble simbiosis creativa, el artista accede a cierta
revelación estructural y dinámica que desea plasmar en la obra, y, luego,
en ciertos “momentos privilegiados”, el espectador redescubre la revelación
vivida por el artista.
Como lo expresa finamente Merleau-Ponty en El ojo y el espíritu
(1960), “el ojo realiza el prodigio de abrir al alma lo que no es alma”,
“la visión retoma su poder fundamental de manifestar, de mostrar algo
más allá de sí misma”, y esta “no es un cierto modo de pensamiento o de
presencia: es el medio que me está dado de estar ausente de mí mismo,
de asistir desde dentro a la fisión del Ser”170. El ojo y la visión abren las
puertas del espíritu, entendiendo “espíritu” en un sentido amplio: permiten
contemplar la simultánea unidad de lo diverso, y acceder, más allá del “yo”
y del “sí”, a lo otro, al no, a la inherente contradictoriedad de lo complejo.
La anchura y la profundidad del campo óptico, ligadas a la posibilidad de
captar esa multiplicidad entera en un solo marco perceptual, constituyen
la especificidad de la visión. Mucho más allá de la palabra, la imagen
admite la multidireccionalidad del espacio y caben en ella, unitariamente,
todos los contrastes posibles. Detrás de los registros descriptivos y de los
órdenes racionales, la imagen integra entonces otro tipo de posibilidad
–“imaginaria”– donde nuevas configuraciones consiguen ampliar el
entendimiento y apuntar hacia el ámbito de la revelación. “Lo propio
de lo visible es tener un doblez de invisibilidad en sentido estricto, que
se torna presente como una cierta ausencia”, señala Merleau-Ponty171,
repitiendo casi literalmente, sin saberlo, las ideas de Florenski. En el doblez
de invisibilidad de lo visible –en esa incesante sugerencia según la cual,
más allá de lo que vemos en primera instancia, yacen infinitos universos
170
171
CAPÍTULO 5
MARIA HELENA VIEIRA
DA SILVA.
GRAFISMOS DE LO INVISIBLE
mística y romántica, y un evidente ‘irracionalismo’ que no quiere ya negociar con
ningún atisbo de racionalidad (en relación con los negocios supremos de la existencia,
la fe, la salvación, etcétera), se abre un auténtico abismo por el cual circula, en plena
crisis, la gran cesura dia-bálica del pensamiento contemporáneo” (E. Trías, La edad del
espíritu, óp. cit., p. 462; cursivas de Trías).
Maurice Merleau-Ponty, L’oeil et l’esprit (1960; publicación póstuma 1964), París:
Gallimard, 2004, pp. 83, 59, 81 (en el orden de las citas).
Ibíd., p. 85.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
que escapan continuamente a nuestra mirada– se ubican los lienzos de
Vieira da Silva.
En El sueño (1968-69), sus grafismos de lo invisible adquieren una
incisiva coherencia conceptual y material, en al menos tres niveles de la
obra. La concreción arquitectónica de la tela –muros, ventanas, escaleras,
puertas, pasadizos, recodos: obstrucciones y aperturas del laberinto–
permite convocar un interior (yo/sueño/invisible) y un exterior (mundo/
razón/visible). El doble compás de la perspectiva permite integrar tanto
un movimiento del interior hacia el exterior (el mundo visto a través de
las ventanas de nuestra mirada, en caso de que el laberinto de grises,
verdes y ocres evoque el mundo) como su movimiento inverso (nuestro
ser visto cual calco del mundo, en caso de que el laberinto evoque nuestra
mente). Los bordes de la armazón –marcos, desgarros, perforaciones– y el
vaivén pendular en la frontera permiten afianzar, finalmente, las estrechas
correspondencias entre las redes del mundo y las redes de nuestra visión,
entendida en un sentido amplio, dispuesta a captar el doblez de sí misma. El
sueño exhibe con particular fuerza aquello “que se torna presente como una
cierta ausencia”; el engranaje interminable de las diversas células de color
sugiere tanto un cerebro presente y una naturaleza ausente (blanquecina
en el fondo de las ventanas), como un universo vivo y una mirada ausente
(invirtiendo la perspectiva), pero, en cualquier caso, a partir de una sola
oscilación del punto de vista se empiezan a suturar los aparentes cortes
entre ambas configuraciones. Un ir y venir iterado entre la vigilia y el sueño,
entre lo real y lo ideal, entre la razón y la imaginación –recuérdense los
gráficos existenciales de Peirce, los números imaginarios según Florenski
o el lema de Yoneda– da entonces lugar a una reintegración gradual del
saber.
La búsqueda de una orientación dentro del caos, la develación de un
esqueleto oculto detrás de las apariencias, el acceso a un equilibrio entre
los opuestos impulsan buena parte de los proyectos de Vieira da Silva.
Dispuesta musicalmente a extenderse en series de temas y variaciones172,
Vieira descubre a menudo en una mínima variación local el reflejo global
de toda la serie. En Dislocación del laberinto (1982), una inicial partición
modular del espacio, inusualmente equidistribuida, da lugar a un choque
posterior entre rectángulos puros de color y regiones donde se deshacen las
mallas del laberinto. Las progresiones de color –variaciones de azul, luz,
materia, tonalidad– y los intersticios entre los diferentes rectángulos –tema
172
Eugenio Trías sintetiza la especificidad de su filosofar como una conjunción estructural
de un “principio de variación” con su idea del “ser del límite”: “El ser del límite se
varía y se recrea según una pauta estructural que responde a lo que llamo principio de
variación” (E. Trías, La edad del espíritu, óp. cit., p. 503; cursivas de Trías). El principio
de variación (“cuyo modelo es musical”, Ibíd.), enfrenta el problema de lo uno y lo
múltiple, y el ser del límite, al autorrecrearse, muestra cómo, desde y en el límite,
caben simultáneamente tanto la unidad como la multiplicidad (“en música la variación
presupone siempre un tema que se va recreando una y otra vez, manteniendo siempre
una unidad estructural en la variedad de sus formas de aparecer”, Ibíd.). Los temas y
variaciones de Vieira responden a esa incesante recreación musical.
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del tránsito– logran concretar gradualmente la visión y hacerla participar
tanto de lo que vemos (caminos, velos, cortinas), como de lo que no vemos
(difusa colocación de las cosas, de nosotros, del mundo). El laberinto
únicamente puede recorrerse entonces gracias a su doblez; precisamente
gracias a su dislocación podemos acceder a una orientación, aunque sea
pasajera. Inmersos en el laberinto, sin la perspectiva de un “afuera”, no
hallaríamos ninguna salida; el que la visión invite a su dislocación, a
abrirse a la “fisión”, a “mostrar algo más allá de sí misma”, resulta ser uno
de los apoyos imprescindibles de nuestro andar.
Los nudos de trazos y líneas en las obras de Vieira da Silva, construyendo
y deconstruyendo el tejido de la tela, no son solo un hábil recurso técnico,
sino un verdadero modo de vida: “Mi erudición, mi conocimiento, los
realizo atando un cabo de hilo con otro cabo de hilo, y con otro cabo más,
todo tipo de cabos de hilo, y luego el nudo se engancha en mí”173. Desde
esos cabos de hilo anudados, como desde cualquier superficie reglada,
pueden entonces atisbarse las ondulaciones del terreno circundante. Las
redes remiten, por su función misma, a una contrastación relacional con su
entorno. El más allá, la dislocación, la ruptura, la apertura son, una vez más,
inevitables. El ojo sirve entonces de puente –real e ideal– entre el espíritu
y el mundo. Símbolo de una modernidad que lo distanció de las cosas, que
lo dirigió a trabajar con filtros y modelos que expandieron su espectro pero
que le negaron la posibilidad de cualquier encuentro fiel con lo externo, el
ojo debe volver ahora a recuperar su capacidad de acceder a aquello que
le ha sido vetado. Toda una nueva fenomenología está entonces en juego,
que permita reintegrar las antinomias de la visión. De allí la urgencia de
trabajos como los de Peirce, Florenski o Marey, que proveen perspectivas
originales sobre la noción de frontera y demuestran la plausibilidad de
una visión amplia, abierta al encuentro de razón e imaginación, así como
la importancia de hondas manifestaciones creativas como las de Lispector,
Vieira da Silva y Tarkovski, que explicitan la viabilidad concreta de ese
encuentro.
La vía de la sabiduría (1990) une con gran solvencia la flexibilidad
del instinto natural y el orden de la construcción racional. Las zonas
de color y los rápidos trazos a la izquierda de la composición evocan el
plástico ir y venir de una tela de araña, con toda su fragilidad pero, a la
vez, con toda su maleabilidad aérea. El encaje de rectángulos a la derecha
delinea una biblioteca detrás de una pila de libros; la pila puede intuirse
a su vez como una suerte de “escala del entendimiento” que lleva, física
y metafóricamente, al “espacio-luz” de la sabiduría (“ventana” blanca y
azul en medio de la biblioteca). El tránsito fresco (peirceanamente tercero
y primero) entre ambas mitades de la tela, el deslice gradual entre la red
de la araña y la red del hombre, los transvases entre cuerpo y mente, entre
instinto y razón, entre gesto y pensamiento –simbolizados en el suave
173
CAPÍTULO 5
MARIA HELENA VIEIRA
DA SILVA.
GRAFISMOS DE LO INVISIBLE
Comentario de 1975, en: Guy Weelen, Jean-François Jaeger, Vieira da Silva –
Monographie, óp. cit., p. 29.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
acoplamiento progresivo de los rojos, la pendulación de las líneas, el tejido
continuo de las veladuras– consiguen no solamente acercar, sino realmente
soldar la diversidad.
Compendio de una obra donde se asumen las antinomias del
movimiento y de la visión, La vía de la sabiduría funde los opuestos en un
elástico entramado donde caben conjuntamente construcción y revelación,
razón e imaginación, rigor e instinto. Una progresiva disolución de los
contrarios debe llevar entonces a una contemplación “pura” de todo ese
“doblez de invisibilidad” que se nos escapa, una situación que de hecho se
plasma con suma economía de medios en Corrientes de eternidad (1990).
Manto entero de color, de diáfana genericidad, la tela se convierte en una
suerte de placa en negativo donde el correr del tiempo va dejando sus
ligeras marcas. Plenamente consciente de que más allá del presente yace la
eternidad y de que –siempre– más allá de lo visible se extiende lo invisible,
la creatividad humana no se resigna por ello a la inacción. Extraordinaria
simbiosis plástica donde se entrelazan la riqueza espiritual, la fuerza
imaginativa y el discurrir racional, la creatividad reconoce perfectamente
sus limitantes, pero se dispone por ello mismo a transgredir continuamente
sus fronteras. Las Corrientes de eternidad de Vieira da Silva nos dejan ver,
y casi palpar, un ligero residuo de esa incesante transgresión, en la que
los seres humanos alcanzan toda su grandeza, al conseguir reflejar toda la
complejidad del cosmos en algunos mínimos fragmentos inseguros de su
propio cuño.
90
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Capítulo 6
Andrei Tarkovski.
Imágenes de lo inefable
Hemos venido estudiando en este ensayo el peculiar engranaje fronterizo
que en ciertos casos llega a darse entre una exacerbada precisión de lo
concreto y una consiguiente transición hacia un “más allá” libre de materia.
Una inmersión profunda en el rigor del detalle lleva luego a una percepción
decantada del ser, una acumulación de velos negativos abre finalmente
un intersticio de luz. Un manejo recursivo de la terceridad peirceana
(mediación/razón) consigue en esos casos abstraerse incluso de sí misma
y ayuda a acceder a la primeridad (frescura/sensibilidad). El riguroso
tratamiento de la lógica, en Peirce, abre las compuertas de la invención.
El detallado análisis del iconostasio, en Florenski, exhibe los residuos de
la revelación mística. La sistemática búsqueda racional de las trazas del
movimiento, en Marey, da paso a una plástica intuición de los fluidos
de lo vivo. Lispector roza minuciosamente la palabra con lo neutro y, en
los límites de lo indecible, detecta la asombrosa genericidad del mundo.
Vieira da Silva acumula minúsculos trazos de pintura y, en los límites de lo
invisible, diagrama los esqueletos escondidos de la percepción.
Andrei Tarkovski (1932-1986) se sumerge también en la realidad
concreta para permitirnos emerger hacia lo inefable: “La imagen está
ligada a lo concreto, a lo material, para alcanzar luego, por ciertas vías
misteriosas, el más allá del espíritu”174. El cine, para Tarkovski, depende de
sus prolijos y estrechos enlaces con las manifestaciones de la vida175, y toda
la fuerza de las imágenes radica en su capacidad de expresar directamente
lo que observamos:
Cuando la imagen acerca el mundo real al espectador, dándole la
posibilidad de verlo en toda su amplitud, de sentir casi su olor,
su humedad o su resequedad en la piel, parece que el espectador
hubiese perdido la capacidad de abandonarse emocionalmente a una
174
175
Andrei Tarkovski, Le temps scellé (1985), París: Cahiers du cinéma, 2004, p. 136.
“Quisiera afirmar cómo la condición sine qua non y el verdadero criterio de construcción
plástica de una película es su autenticidad con respecto a los hechos de la vida. [...] La
pureza del cine, su fuerza muy particular, no reside en el potencial simbólico de sus
imágenes, por más audaz que este sea, sino más bien en cómo consigue expresar con
sus imágenes todo lo que un hecho puede tener de único y de concreto” (A. Tarkovski,
Ibíd., p. 84).
91
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impresión estética directa, para rehacerse de inmediato y censurarse
con preguntas del estilo: ¿Qué, por qué, con qué objeto?... Deseo crear
mi propio mundo en la pantalla, en la forma más perfecta e ideal
posible, tal como lo siento y como lo veo. No intento coqueterías, ni
disimulo al público ninguna intención secreta. Creo ese universo con
los signos que me parecen más exactos y más expresivos para poder
designar el sentido inasequible de nuestra existencia176.
RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
El enlace del mundo real, en toda su “amplitud”, con una creación
ideal, tensada por signos “exactos”, es extraordinariamente valioso.
Por un lado, las imágenes cinematográficas pueden hacernos revivir
directamente las sensaciones del mundo fenoménico; por otro lado, al
restituir la amplitud de la vida tal cual es, nos sumergen de inmediato
en su infinito dinamismo. La comprensión plena de esas imágenes nos
supera, pero el acceso a una visión simultánea de los contrarios enriquece
nuestra capacidad sensible. En sintonía con Lispector177, Tarkovski rechaza
las intervenciones descriptivas y explicativas del lenguaje (“¿qué, por
qué?”)178 y otorga un valor central a la “impresión estética directa”, pero,
al igual que la escritora, abre ese espectro de lo real, lo concreto y lo
directo gracias precisamente a la exactitud de un tejido ideal que se acopla
con lo real. Ya sea mediante la entrelínea de Lispector o mediante los
planos cinematográficos de Tarkovski, surge de repente lo inefable gracias
precisamente a la atención pendular con la que se observa el mundo. La
exactitud, necesariamente tercera, mediada por el ámbito de la razón, nos
abre entonces las compuertas de una sensibilidad particularmente fina,
delicada y frágilmente primera. La posibilidad de que lo exacto se entrelace
así con lo sensible y de que, por tanto, muchos pretendidos dualismos
se desintegren, adquiere cada vez más importancia en nuestros días. La
pertinencia de esa posibilidad puede apoyarse en los constructos teóricos
de Peirce, Florenski o Marey (entre otros muchos “reintegradores” de la
mirada), así como en las creaciones concretas de Lispector, Vieira da Silva
o Tarkovski (entre otros tantos “transgresores”).
En muchas instancias, Tarkovski arremete en contra de la “razón” y
de la “lógica” pero, como en el caso de Lispector, hay que entender aquí su
cruzada en el sentido de un combate contra una restrictiva racionalidad.
De hecho, aunque Tarkovski, más allá del logos, se adentre en el topos de
la imagen, todo en esa exploración es exactitud179, rigor, método, sistema:
176
177
178
179
Ibíd., p. 245.
La sintonía no parece casual. Es probable que mediante algunas imágenes de su infancia
ucraniana y mediante ciertas aproximaciones al mundo de su padre, Lispector incorporara
en sus temáticas fundamentales esa profunda conciencia del abismo de los sentidos –y de
la inaccesibilidad del saber–, propia de muchas de las manifestaciones de la cultura rusa.
“A menudo, en la vida real, las palabras no son más que viento. Es raro que exista una
concordancia total entre palabras y lugares, palabras y actos, palabras y sentido. La
palabra, la emoción, la acción, evolucionan a menudo en planos diferentes. A veces
colaboran, otras veces se apoyan, pero también se contradicen” (A. Tarkovski, Ibíd., p.
88).
“Ningún arte puede compararse con el cine si nos atenemos a la fuerza, la exactitud,
la rudeza con las que deja percibir el hecho y la materia vivos, transformándose en el
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“para mí la idea del sistema es muy importante; no me gusta dejar nada al
azar; la imagen más poética, la más inocente, no existe nunca por azar”180.
La “imagen-observación, la verdadera imagen concreta”181 constituye el
soporte permanente de su obra, y, en la fiel re-creación ideal de los más
mínimos detalles de lo concreto, yace la posibilidad misma de trascender
la materia. En efecto, al lograr recrear todas las veladuras y profundidades
de lo real se percibe su contradictoriedad, se registra su inaccesibilidad y se
construye la inevitable conciencia de un “más allá” de nuestra comprensión:
La imagen es algo indivisible e inasequible, que depende tanto de
nuestra conciencia como del mundo real que tiende a encarnar. Si
el mundo es enigmático, la imagen también lo será. Es una suerte
de ecuación que designa la correlación existente entre la verdad
y nuestra conciencia limitada al espacio euclidiano. No podemos
percibir el universo en su totalidad. Pero la imagen puede expresar
esa totalidad. La imagen es una impresión de la verdad que nos está
dada para percibir con nuestros ojos ciegos182.
CAPÍTULO 6
ANDREI TARKOVSKI.
IMÁGENES DE LO INEFABLE
El cine puede llevarnos entonces a ver más allá de nuestros “ojos
ciegos”. Como con el tartamudo de El espejo (1974), quien, después
de una sesión hipnótica, supera su condición y accede de repente al
lenguaje, el “tartamudeo” de nuestros ojos ciegos puede superarse cuando
contemplamos la totalidad del universo, incluso la inaccesibilidad de su
sentido. Cuando Tarkovski señala el “encanto negativo” de uno de los
retratos de Leonardo (visto “desde el exterior, o de lado, con una mirada
como viniendo de encima del mundo”) e indica cómo utilizó el retrato
en El espejo “para introducir la parte de eternidad de los instantes que
se despliegan ante nuestros ojos”, para “abrirnos a la posibilidad de una
relación con el infinito, verdadera función de la imagen artística en su
sentido más elevado”, cuando nos asegura que “una auténtica imagen
artística es para su espectador una experiencia de emociones complejas,
contradictorias, incluso excluyentes entre sí”, cuando reflexiona sobre ese
“instante inasequible donde lo positivo deja de serlo, donde se desliza hacia
lo negativo, y viceversa”, y concluye que “el infinito es algo inmanente a
la estructura de la imagen”183, Tarkovski delata algunos de los impulsos
fundamentales de su obra. Cercano de los abismos pascalianos y de su
incesante oscilación entre naturaleza y razón184 , se enfrenta a un complejo
tránsito de la visión, que, desde la falsa luminosidad del lenguaje, y a
través de un mundo opaco, accede a una luz algo más verdadera en el
180
181
182
183
184
curso del tiempo” (A. Tarkovski, Ibíd., p. 80).
Andrei Tarkovski, entrevista en France Catholique (20/06/1986), p. 4 (citado en: Rafael
Llano, Andréi Tarkovski. Vida y obra, Valencia: Institut Valencià de Cinematografia,
2002, p. 679). Debe resaltarse aquí el notable trabajo de recopilación de Llano, el más
amplio realizado en cualquier idioma sobre Tarkovski.
Andrei Tarkovski, Le temps scellé, óp. cit., p. 89 (cursivas de Tarkovski).
Ibíd., pp. 122-123.
Ibíd., pp. 126-127 (cursivas nuestras).
Tarkovski cita en su diario a Pascal: “El hombre es un junco pensante” (Andrei
Tarkovski, Journal 1970-1986, París: Cahiers du cinéma, 2004, p. 307).
93
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
revés de las imágenes. De la palabra al silencio, del verbo a la imagen, del
intelecto a la sensación, de lo contingente a lo absoluto185, Tarkovski busca
en cada particular concreto “lazos sólidos con el contexto, lo general, el
sistema, lo Único”186.
En Andrei Rublev (1966), los enlaces de los particulares concretos
con lo “Único” se manifiestan a lo largo de toda la película. Las primeras
imágenes –ascenso y caída– se materializan en un contrapunto de los
cuatro elementos, cuando un hombre en un globo vuela brevemente por
encima del río hasta aplastarse en el suelo; fuego (globo), aire (vuelo), agua
(río) y tierra (suelo) se funden en los planos cinematográficos que muestran
el despegue, la visión extensa del entorno y el estrellón final (con breves
cesuras recordando el hombre en el globo); después de la caída-muerte
resurge de lleno la vida con un hermoso caballo revolcándose a cámara
lenta en una ribera. Por su lado, la última imagen de la película vuelve
también sobre los caballos, luego de haber recorrido múltiples detalles de
la Trinidad de Rublev; verdadera iconóstasis en el sentido de Florenski187,
las líneas, mixturas, texturas, veladuras, resquebrajaduras del ícono
–examinado en color después del blanco y negro precedente– subyugan al
espectador y le hacen acceder a ese doble “más allá” de la gran creación
artística y de la fe; en las más mínimas acotaciones del ícono yace entonces
el impulso a fusionarse con un entorno de vida más amplio y pleno. Ya sea
en los campos, abedules, raíces, arbustos, arenas, lodos, lluvias, humaredas,
ya sea en los majestuosos animales, ya sea en la “sencillez no abigarrada”
de Teófanes el Griego, ya sea en la compasión, el amor y la inocencia, el
hombre encuentra un lugar de comunión.
Sin embargo, antes de crear su Trinidad, Andrei debe pasar por un largo
voto de silencio, impuesto a sí mismo ante la malevolencia y las ruinas de
dolor y de traición de las que son capaces los hombres (incluido él, quien
ha matado para salvar a la idiota de la que se había hecho cargo). Antes
de llegar a entender ese “terrible pecado que es rechazar el talento”, como
le recordará el arrepentido Kiril, el silencio y la no visión se conjugan en
diversos momentos de la película, con particular dureza cuando la envidia
del Príncipe le lleva a ordenar que les saquen los ojos a sus maestros
artesanos, de modo que no puedan repetir sus obras en el palacio de su
hermano. A pesar de esos tremendos “ojos ciegos”, las grandiosas escenas
finales de la fundición de la campana acercan de nuevo a Andrei a la
185
186
187
Véase Luca Governatori, Andreï Tarkovski. L’art et la pensée, París: L’Harmattan,
2002, p. 65. El trabajo de Governatori es tal vez la mejor introducción de conjunto
al “sentido” filosófico de la obra de Tarkovski. Inevitablemente, la obra adquiere una
multiplicidad de sentidos, por más que su autor quisiera desgajarse de ellos.
A. Tarkovski, Journal 1970-1986, óp. cit., p. 307 (mayúscula de Tarkovski).
No tenemos constancia de que Tarkovski haya leído a Florenski en la primera parte
de su vida, pero en los últimos años Tarkovski lo menciona al menos tres veces en su
diario. En particular, el 11 de abril de 1986, en medio de los “horribles” y “atroces”
dolores que le provocará el cáncer, asegura que lee a “Florenski con delicia” y, acto
seguido, que “una inmensa esperanza de que la felicidad es posible” se ha introducido
en su corazón (A. Tarkovski, Journal 1970-1986, óp. cit., pp. 546-547).
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magnificencia de la creación; observando siempre desde fuera el vibrante
instinto y el incisivo talento del joven fundidor, Andrei finalmente se
rinde ante la inmensa angustia del joven, quien llora sin parar al concluir
exitosamente su labor y poder descargar todos los temores que había
debido esconder. Las extraordinarias imágenes concretas de la fundición
–el inmenso foso donde se cava la fábrica de la campana, la búsqueda
azarosa de los lodos adecuados con los que se fragua el molde, las sucesivas
capas de emplastos de barros y raíces que aseguran la resistencia al calor,
los tres hornos donde se funde la colada de bronce, el sonido crepitante del
metal líquido al hundirse bajo tierra, el complejo artesonado de maderas
y cuerdas que permite elevar la gigantesca campana, la oscilación del
pesadísimo badajo con el que se la golpea, el glorioso tañido final de la
campana– dan paso entonces, en la conciencia de Andrei, a la aceptación
de su capacidad creativa y a la realización sublime de la Trinidad. Lo más
“rudo” y material se entrelaza así en la película con la aérea resonancia del
tañido y con la armonía cromática del ícono. Todo nuestro acá se funde
con el más allá en un notable himno a la creación.
El aprecio de lo concreto como primera instancia de una capacidad
posterior de entronque con lo “general” es un ineluctable modo de vida en
Tarkovski. Si ponemos, una al lado de la otra, una fotografía del cineasta
mientras construye su pequeña dacha en Miasnoie y una polaroid de la
casa tomada más adelante por él mismo, vemos cómo la visión del artista
consigue descubrir nuevas profundidades, veladuras y temporalidades
allende la materia misma que él ha elevado (en todos los sentidos del
término). La cerca apuntalada con grandes esfuerzos por el hombre no
es, en la polaroid, sino un burdo intento de delimitación dentro de un
continuo natural mucho más vasto. El árbol, inmenso, majestuoso, engloba
los perecederos signos de lo humano. Una luz misteriosa se instala en el
fondo de la visión y desciende lentamente sobre la dacha. El frágil residuo
de la cerca se integra no obstante con la hierba alta (recuérdese el “trigo
alto” de Lispector), y alcanza a vislumbrarse –desde la distancia– el tejido
pleno de la obra del hombre con su entorno. Como lo señala Tarkovski,
la pertenencia a ese tejido y el hecho de que “cada individuo anude por
su destino un lazo con el destino humano en general” hacen que cada
vida adquiera un sentido, y que “aumente de manera incalculable la
responsabilidad del individuo con respecto al curso general de la vida”188.
La responsabilidad del cine no es menor: “Fundir al hombre en un entorno
sin límites, situarlo en medio de un número incalculable de personas que
evolucionan de lejos o de cerca, ponerlo en relación con el mundo entero...
tal es el sentido mismo del cine”189.
Tarkovski asume el reto de que “el cine debe ser capaz de abordar los
problemas más difíciles de su tiempo, como lo han hecho durante siglos
188
189
CAPÍTULO 6
ANDREI TARKOVSKI.
IMÁGENES DE LO INEFABLE
A. Tarkovski, Le temps scellé, óp. cit., p. 238.
Ibíd., p. 77.
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
la literatura, la música o la pintura”190. Sus películas distan de ser fáciles
ya que enfrentan de lleno problemas delicados; aunque pretenden llegar
a todo el público, y mostrar solamente la vida “tal cual es”, requieren
cierta ascesis espiritual del espectador. De hecho, detrás de todos los
esfuerzos de Tarkovski se encuentra la problemática profunda de cómo el
espíritu y la materia conviven en un complejo diálogo que los enriquece
simultáneamente entre sí191. De manera precisa, enjundiosamente “exacta”,
sus técnicas cinematográficas intentan entonces develar ese diálogo,
describir las sinuosidades de la vida en sus diferentes órdenes, dejarnos ver
el ritmo y el movimiento del mundo en toda su amplitud. Sus largos planos
sin cesuras, sus vistas sin fin, sus montajes con enlaces naturales entre el
interior y el exterior de los planos, su inserción intrínseca del tiempo en las
imágenes, sus gamas lavadas de color son modos del mirar particularmente
propensos a captar los fluctuantes tránsitos del espíritu. Las metamorfosis
de ruidos, música clásica y silencios complementan su urdir pendular de
los diversos ritmos de la vida.
Tarkovski busca el “flujo del tiempo, fijado en el plano”, observa que
el “ritmo es función del caracter temporal que se da en el interior de cada
plano” y que “el montaje es una forma de ensamblaje de pequeños trozos
hecha en función de la presión del tiempo que cada uno encierra”192. Al
preguntarse cómo detectar entonces el tiempo específico marcado dentro de
un plano cinematográfico dado, Tarkovski señala el intersticio (el desgarro,
recuérdese a Vieira da Silva) en que un residuo remite al infinito que lo
engloba:
El tiempo aparece cuando es experimentado, más allá de los
acontecimientos, como el peso de la verdad. Cuando nos damos
distintamente cuenta de que lo que vemos en la pantalla no está
completo, sino que remite a algo que se extiende más allá, al infinito.
Dicho en breve, cuando remite a la vida. Al igual que la infinitud de
la imagen que hemos evocado, la película es bastante más de lo que
parece (si se trata de una verdadera película) y contiene siempre más
ideas y pensamientos que los que el autor pudo conscientemente
introducir. Así como la vida, fluida, cambiante, da a cada quien
la posibilidad de experimentar y de interpretar cada instante a su
190
191
192
Ibíd., p. 94.
En su Diccionario del espíritu, Eugenio Trías recuerda cómo, en la filosofía estoica,
“el pneuma tiene poder de ‘penetración’ en una materia concebida como ‘porosa’”,
y cómo “el pneuma, el espíritu, no solo no es algo separado de los cuerpos y de la
materia (como separadas están las ideas platónicas; o el noesis noeseos, o inteligencia
que se piensa a sí misma, en la metafísica de Aristóteles), sino que su característica
principal la constituye su porosidad en relación con la materia y a los cuerpos, su
capacidad de penetrar en las diferentes esferas o elementos del orden material (fuego,
aire, agua, tierra) o en las jerarquías corporales. El pneuma, en efecto, puede atrapar
un cuerpo y comunicarle su ‘razón’, su logos” (Eugenio Trías, Diccionario del espíritu,
Barcelona: Planeta, 1996, pp. 42-43). La porosidad es tal vez una de las características
más impactantes del cine de Tarkovski. Si éste descree del alcance del logos, confía
en cambio en el poder del eidolon (imagen), y construye un elaborado entramado de
porosidades visuales entre la materia, el hombre y la infinitud.
A. Tarkovski, Le temps scellé, óp. cit., pp. 138-139 (cursivas nuestras).
96
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manera, lo mismo sucede con una película verdadera, que fija sobre
la cinta con precisión el tiempo que supera los límites de su marco.
La película vive en el tiempo si el tiempo vive en ella. La especificidad
del cine yace en las particularidades de ese doble proceso193.
Las referencias a la verdad, la incompletitud, la infinitud y la
exactitud, en un artista de la talla de Tarkovski, resultan ser de un enorme
valor en los tiempos que corren. Enseñados a descreer de cualquier “vuelo”
espiritual, de cualquier breve mención a un inefable “más allá”, de cualquier
“porosidad” del mundo que no sea reducible a un mero ejercicio lingüístico,
nos encontramos ante extrañas limitantes que han coartado la razón y la
imaginación del hombre. La relativización de la verdad no significa que sea
arbitraria, pues se somete a contrastaciones, cesuras y entronques asintóticos
sobre una muy extensa urdimbre. La no accesibilidad al todo no implica
que ese todo no esté surcado por corrientes globales de estructuración
y de azar, más allá de nuestras miradas locales. La elusiva comprensión
del infinito no debe restringir nuestra búsqueda únicamente a ámbitos
acotados, máxime cuando algunas redes matemáticas contemporáneas
(grandes cardinales, grados de recursividad, clases abstractas elementales)
nos proveen nuevas y sorprendentes panorámicas sobre la infinitud. La
delicada semiosis de la exactitud, donde se definen límites, contextos,
representaciones y transformaciones, no tiene por qué llevar a la parálisis
de la indefinición o de la intuición aislada; incluso una lógica exacta de
la vaguedad es posible y se encuentra en curso de construcción. Entonces,
el hecho de que el arte pueda buscar la verdad, confiar en la unidad del
todo, adentrarse en el infinito y utilizar en su exploración herramientas
exactas –en contra de las modas culturales actuales– adquiere un valor
excepcional. El ejemplo de Tarkovski (como el de Bill Viola, por citar a otro
artista contemporáneo con preocupaciones similares) es iluminador.
En El espejo, diversos enlaces del pasado y del presente dentro de
un mismo plano nos acercan de manera particularmente intensa a la
continuidad de la vida. Sin cesuras, en un mismo travelling de la cámara, solo
con el recurso de una ventana o de una puerta donde se adentra la visión,
pasamos del “más acá” del presente al “más allá” del pasado, y viceversa.
Conviven de repente en nuestra retina las imposibles simultaneidades de
la madre joven y de la esposa, del cineasta niño y de su hijo, pero en esas
antinomias imaginales es justamente donde podemos percibir mejor ciertos
fragmentos de la elusiva verdad de nuestra memoria194. Conviven una
bellísima escala de marrones con el intenso blanco de la leche en cántaros
de cristal, y, entre las veladuras y la luz, se establecen ósmosis visuales que
nos llevan de los contrapuntos de la familia (presencia y ausencia, felicidad
y dolor, plenitud y temor) hacia la presencia ubicua de “otra Alma” que
193
194
CAPÍTULO 6
ANDREI TARKOVSKI.
IMÁGENES DE LO INEFABLE
Ibíd., p. 139 (cursivas nuestras).
Hablamos aquí de “nuestra” memoria en plural, pues, a partir de sus recuerdos muy
concretos, Tarkovski pretende reconstruir ciertos mecanismos genéricos de la memoria;
de ahí su esperanza de acercarse a todos los públicos.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
recorre los troncos, los deshechos, las hojarascas. Conviven en un bosque
sombrío195, “en medio del camino de la vida”, documentales sobre la guerra
civil española y sobre el largo paso de las tropas soviéticas por el lago
Sivas, en 1943, mientras eran acribilladas por la aviación alemana196; el
dolor que genera la ausencia del padre no es entonces sino un residuo de
esa ubicua presencia de la muerte. Conviven en nuestra memoria disolución
y reconstrucción, vida, muerte y resurrección, al tenor de las imágenes que
van y vienen ante nuestros “ojos ciegos”. A pesar de toda la fragilidad de la
mirada –la misma fragilidad con la que Tarkovski nos muestra cómo una
mancha de vapor va desapareciendo de una mesa, cómo el viento agita el
heno en el campo o cómo pliega los velos en la casa–, somos capaces de
ver, no obstante, la compleja conjunción de ese todo que fluye y que se
nos escapa.
Más allá de las disyunciones y del dualismo, Tarkovski nos invita a
sumergirnos en “la naturaleza que llevamos dentro” (según señala el médico
extraviado al comienzo de El espejo) y a sentir una “mismidad” que se
despliega en el aliso, en el búho, en el pelo flotando en el agua, en el espejo
roto. En las fronteras, lo “neutro” se conecta con la vida de un modo mucho
más intenso que el que nuestros “ojos ciegos” alcanzan a percibir197. Cuando
Tarkovski afirma que “el cine, como ningún otro arte, alarga, enriquece,
concentra la experiencia humana”, hasta “extenderla considerablemente”198,
cuando amplía el plano cinematográfico y persigue en un solo travelling
la continuidad compleja de lo real –como en el largo plano inicial
de El sacrificio (1986), en medio de discusiones sobre el “sistema” y lo
“universal”–, cuando busca deliberadamente la contradictoriedad de las
imágenes, cuando abre el espectro de la visión hacia horizontes indefinidos,
sin convergencias hacia un centro focal, cuando va y viene entre una
vigilia y un sueño indiscernibles, Tarkovski nos introduce realmente en la
multidimensionalidad misma de la existencia.
Stalker (1979), tal vez la obra maestra de Tarkovski, explora el
espectro de nuestras creencias interiores e inventa un complejo sistema de
imágenes para reflejar las inseguridades de los seres humanos, sus intentos
de escapar de la duda y sus esfuerzos por fraguar frágilmente escorzos
de una verdad contradictoria. Tres personajes se adentran en un espacio
195
196
197
198
Trías recuerda que “los estoicos llamaban a la materia silva, selva: el lado silvestre,
salvaje y boscoso que debe ser ‘clareado’ para que pueda resplandecer la forma” (E.
Trías, Diccionario del espíritu, óp. cit., p. 117). Todo Tarkovski se mueve entre la silva,
como materia, y los claros que debemos efectuar en la selva de los sentidos para
acceder a un resplandor allende la materia.
A. Tarkovski, Le temps scellé, óp. cit., p. 153.
Las resonancias con Trías son impactantes: “Es preciso, pues, repensar radicalmente
lo que entendemos por no ser. Este es una potencia positiva existente cuya raíz debe
hallarse en el carácter dislocado, siempre en falta, del propio ser (en tanto que ser)”
(E. Trías, Diccionario del espíritu, óp. cit., p. 114; cursivas de Trías). La “filosofía del
límite” le permite a Trías acceder al vacío, a la nada, al silencio, a la dislocación
–tan cuidadosamente explorados por Lispector y Vieira da Silva– gracias a la peculiar
percepción del revés que se obtiene al vivir en y desde el limes.
A. Tarkovski, Le temps scellé, óp. cit., pp. 74-75.
98
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misterioso –la Zona– cuyo acceso se ha mantenido vedado después de una
incomprensible conflagración, y se dirigen a la búsqueda de una cámara
oculta donde pueden supuestamente realizar sus más profundos deseos.
Entre el Stalker (guía de la Zona, “del verbo inglés to stalk: caminar a
paso de lobo”199), el Escritor (receptáculo de sensaciones, árbol nervioso
contrapuesto con la conciencia, limitado por el lenguaje), el Profesor (adalid
de la experiencia, demarcador de lo positivo, limitado por las “muletas” de
la ciencia) y el paisaje residual de la Zona, se establece un tenue vaivén
donde lo inefable –alma, creencia, fe– y lo visible –exterior, entorno
material– se rozan asombrosamente entre sí. La extremada concreción de
los elementos de la Zona y el tortuoso camino espiritual de los personajes
se enlazan constantemente; física y metafísica realmente entran a dialogar
entre sí. Arbustos, maderas, pastizales, ríos, cascadas, humos, brumas,
tierras movedizas, arenas, metales, herrumbres, cristales, paredes, ruinas,
utensilios desvencijados, restos de maquinarias, manuscritos rotos, se van
sucediendo ante nuestros ojos, siempre fragmentos, siempre residuos de
un sistema mucho más amplio que se nos escapa. El bellísimo perro-lobo
que se une al Stalker en medio de la ruta –cuya asombrosa precisión de
movimientos supera nuestros más elementales instintos– convoca una
comunión aún mucho más insondable del hombre con la naturaleza, con
toda esa inasequible atmósfera de “trigo alto”, de alta vida que le circunda.
En la producción de Stalker, Tarkovski pierde inicialmente todo un
año de labores por el desastroso revelado de los negativos de la película200.
Una honda y potente fe subterránea propulsa entonces tanto el contenido
de la película como su producción misma, dando lugar a un fluctuante ir y
venir entre la Creación (del “Único”) y la creatividad del cineasta:
CAPÍTULO 6
ANDREI TARKOVSKI.
IMÁGENES DE LO INEFABLE
La película avanza bien. Es nueva para mí –ante todo porque es
simple en su forma, luego porque rompe con la aproximación
tradicional de los objetivos y funciones del cine como tal. En la
película, quiero hacer explotar los lazos con el presente, y girarme
hacia el pasado, donde la humanidad ha cometido tantos errores que
está obligada a vivir hoy como dentro de una bruma. La película
habla de la existencia de Dios en el hombre, y de la pérdida de
espiritualidad al adquirir un conocimiento engañoso.
Creer. Es lo más importante –ese símbolo que no nos está dado
entender, sino solamente sentir... Creer, a pesar y contra todo– creer.
199
200
A. Tarkovski, Journal 1970-1986, óp. cit., p. 166.
Después de citar a Mahler (“la exactitud es el alma del trabajo del artista”), Tarkovski
anota en una entrada de su diario (26 de agosto 1977): “Han pasado muchas cosas.
Cosas catastróficas. Una suerte de hundimiento de todo. Pero a un grado tal (¡sin la
menor ambigüedad!) que subsiste la impresión de que una etapa ha sido superada, que
un nuevo escalón se presenta para izarse sobre él, y esto inspira algo de esperanza.
Todo lo que filmamos con Rerberg en Tallin está para darlo al traste dos veces. Por
graves errores técnicos. [...] Hay que volver a empezar todo desde cero. ¿Tendremos la
fuerza? Hay que enviar un artículo a Pravda a propósito de Mosfilm: ‘Sobre la primacía
de la materia y el carácter secundario de nuestra conciencia...’” (A. Tarkovski, Journal
1970-1986, óp. cit., pp. 174-176).
99
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Estamos crucificados en una sola dimensión, cuando el universo, él,
es multidimensional. Lo sentimos y sufrimos por no poder conocer
la verdad. Pero conocer no es necesario. Lo que hay que hacer, es
amar. Y creer. Pues la fe es el conocimiento por el amor201.
RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
La multidimensionalidad del universo explota en Stalker. Las líneas
rectas son imposibles en la Zona, se anda siempre en zigzag, “todo cambia
cada minuto”, nunca se regresa por un mismo camino. La visión del Stalker,
mientras se recuesta en una quebrada, evoca todo tipo de fragmentos de
la civilización y se adentra en la perecedera porosidad de nuestro pasado.
En un plano continuo ascendente, con veladuras de sepias, con la voz
off de un niño, vemos cómo, a lo largo del curso de la quebrada, los más
maravillosos inventos se convierten en agotada herrumbre, cómo las
aguas y los musgos absorben quietamente los residuos del conocimiento.
Detrás de la aparente estabilidad que nutre nuestra retina, el mundo vibra
indefinidamente; en el despertar del Stalker, en la primera escena de la
película, una bandeja vibra ostensiblemente, y creemos que el tránsito
de un tren produce la vibración; pero, en la última escena, la hija del
Stalker es quien hace ahora vibrar su entorno y puede desplazar los vasos
sobre la mesa solamente con la fe de su mirada. En la Zona, los umbrales
barridos por el viento, las aguas fluctuantes, las tierras movientes delatan
las vibraciones incesantes del paisaje. El ir y venir de la cámara, las tomas
de los personajes desde el revés, los ángulos que permiten integrar quietud
y movimiento, las sugerencias de mixturas entre lo duro y lo blando, los
decorados con múltiples niveles de profundidad remiten todos a una ubicua
multidimensionalidad, a una ronca vibración que nuestro “conocimiento
engañoso” tiende a escondernos.
La música, cuya abstracta resonancia y emoción no pueden codificarse
en palabras, da lugar a una evanescente blancura, en otra lenta toma
ascendente de Stalker. Así como el primer título de El espejo –Un día
blanco, blanco202– invita a una infinita ascesis en la que toda una vida
podría convertirse en un breve día de luminosidad, o así como la blancura
de la leche vertida en El espejo, Stalker o El sacrificio sugiere un entorno
de pureza y de “vida alta” que podemos estar desperdiciando, la blancura
de la música en Stalker incita una vez más a la búsqueda de esa “verdad
inefable” que se encuentra siempre presente en la Zona, pero que resulta
tan esquiva a sus transeúntes. Contraparte de la música, pero anudada con
ella gracias a la ausencia de color, la ausencia de sonidos nutre también al
espíritu203. Desde una percepción dispuesta a observar el revés de las cosas,
201
202
203
Ibíd., pp. 186 (23 de diciembre 1978), 191 (5 de enero 1979).
A. Tarkovski, Le temps scellé, p. 151.
Algunos “misterios” gnósticos enriquecen esta situación. Según Trías, “en la Gnosis
valentiniana se inicia la reflexión en y desde la raíz (proyectiva) del cerco hermético,
donde se cobija bythos (Abismo) y syge (Silencio) sólo que avanzándose desde esa
incógnita (=x) hacia el límite (horos), hacia aquel límite que ‘crucifica’ a Sabiduría
al diferenciarla y dividirla entre sophia eón (rescatada en el pleroma del logos) y
sophia Achamot, la sabiduría exiliada o desterrada en el reino en el cual implantará su
100
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conocedor del vacío y del silencio, el Stalker es entonces capaz de ver,
dentro del “sistema muy complejo” de la Zona, algunos de esos mínimos
“roces entre el alma y el mundo exterior” que conforman la existencia de
los seres humanos. El magnífico plano en el que vemos cómo la hija del
Stalker avanza ante nuestros ojos, aunque sepamos que no puede caminar,
hasta que la cámara desciende un poco y nos damos cuenta de que es su
padre quien la lleva en hombros, evoca todos esos ligeros roces de milagro
y concreción, ilusión y desesperanza, felicidad y dolor, vida y muerte, en
los que nos movemos.
Los largos planos continuos que toma la cámara en las películas de
Tarkovski permiten observar el movible y múltiple phaneron peirceano,
es decir, el colectivo completo de todo lo que está presente en la mente.
Desplazándose lentamente hacia los lados, y a menudo yendo y viniendo
sobre una misma porción del espacio, cuya configuración se enriquece con
los movimientos inversos de la cámara, la mirada descubre la amplitud del
phaneron. Por otro lado, extendiéndose siempre hacia el fondo, múltiples
marcos, veladuras, mediatintas, claroscuros se ligan con vaivenes de campo
y contracampo, y permiten que la mirada se sumerja en la profundidad del
phaneron. Dentro de ese ancho y hondo universo fenoménico204, Tarkovski
tiende entonces a hacer vibrar misteriosamente en nosotros ciertas formas
de la primeridad peirceana, por medio de un sofisticado arsenal de imágenes
terceras. El fugaz contacto con primeros inefables –pues, como lo explica
Peirce, al rozar un primero, este ya deja de serlo: por su definición misma lo
primero es inasequible en el tiempo– constituye uno de los problemas más
arduos a los que se enfrenta toda la técnica cinematográfica de Tarkovski.
204
CAPÍTULO 6
ANDREI TARKOVSKI.
IMÁGENES DE LO INEFABLE
dominio el demiurgo creador, el kosmocrator. A diferencia de Kant, o Wittgenstein, los
gnósticos, en efecto, piensan el límite desde el Theos agnostos. Su gran audacia consiste
en comenzar en aquel ámbito insondable, inmenso, en el que se aloja el verdadero
sujeto de toda la trama ontológica, bythos, el Abismo que coexiste con syge, Silencio,
también llamado jaris y ennoia (gracia y entendimiento)” (E. Trías, Diccionario del
espíritu, óp. cit., p. 104). La sabiduría diferenciada, divida sobre el abismo, es uno de los
temas mayores de la obra de Tarkovski. La gracia y el entendimiento obtenidos gracias
al silencio (siguiendo la via negativa que hemos recorrido también con Florenski,
Lispector y Vieira da Silva) permiten en efecto oír lo que otros ruidos indiscriminados
esconden. En Stalker, es manifiesta la lucha que los sonidos chirriantes de las
maquinarias y las palabras vanas del Escritor entablan con el silencio –puro y pleno–
del Stalker al “fundirse” con la Zona.
Tarkovski cuenta en su diario (9 de julio 1979) su felicidad al haber vuelto a soñar “uno
de los dos sueños que me han perseguido toda mi vida y que no había tenido hace ya
mucho mucho tiempo. Pasa en verano, no lejos de la casa (que no recuerdo), hay sol,
una brisa ligera. Salgo a pasear y camino a buen paso, como si estuviese apurado por
llegar a algún lado. Pero, tomo un camino que nunca había tomado. Y me encuentro
de inmediato en un lugar magnífico, maravilloso, verdaderamente paradisíaco. Flores
de todos los tipos, hierbas abundantes, una vegetación completamente virgen. [...] Mi
paseo es muy corto. Miro a mi derecha y me detengo de golpe, para no caer rodando por
un abismo. Al fondo corre un gran río con límpidas aguas que chapotean dulcemente.
Está bordeado de herbazales y, en la otra orilla, un bosque de coníferos invita a entrar
en él. ¡Qué paz, qué silencio! ¡Cómo he podido ignorar ese lugar! Me acuesto sobre
la hierba al borde mismo del precipicio. [...] Reinan el silencio, la frescura, la paz. Me
quedo allí recostado y miro ese paisaje extraordinario que se extiende ante mí, y un
sentimiento de felicidad, de perfecta dicha, invade mi alma...” (A. Tarkovski, Journal
1970-1986, óp. cit., p. 209).
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
El acceso a esos fugaces roces, por medio de elaboradas urdimbres de
imágenes concretas en las que un desgarro, una ventana, una oscilación
del viento, un vertimiento abren la posibilidad de una visión “otra”, es uno
de los logros mayores de su obra.
Tarkovski consigue construir la sustracción, la ascesis abstractiva que
requiere la primeridad, por medio de una suma de particulares concretos
(correlación –tercera– de segundos). La singularidad de la empresa y, sobre
todo, la originalidad de su factura material alcanzan ya las dimensiones de
un clásico205. Cada plano cinematográfico es para Tarkovski una posibilidad
de “esculpir el tiempo”, de darle una forma precisa al tiempo exacto que
corre ante nuestros ojos mientras se desarrolla el plano. Pero siempre, en
la elaboración de esa forma “exacta”, Tarkovski va dejando incisiones,
rasgaduras, siegas, calas en las que el tiempo mismo que se despliega ante
nuestra mirada incita a un no tiempo, más allá del “conocimiento engañoso”
que creamos tener del pasado y el presente. Como en las esculturas finales
de Miguel Ángel o de Rodin –donde la obra inacabada o la mutilación
expresa nos dejan ver, precisamente por sustracción, la enorme amplitud de
un todo mucho más complejo, cuyos fragmentos adquieren entonces una
ronca e insospechada fuerza–, las películas de Tarkovski esculpen imágenes
multidimensionales, deliberadamente residuales, y en los fragmentos de
esas imágenes consigue abrirse entonces la posibilidad de un enlace con
la infinitud. Cuando el Stalker susurra que, en la Zona, “el futuro está
mezclado con el presente”, nos situamos de lleno en una frontera flexible
y dinámica que ayuda a ampliar nuestra visión.
Tarkovski subraya cómo un conglomerado de imágenes “muy reales”
es el que permite abrir rendijas sobre lo “indecible”:
En el cine, lo oscuro, lo indecible, no excluye la claridad, la nitidez de
la imagen. Se trata más bien de impresiones particulares provocadas
por la lógica propia de los sueños. La sorpresa, el asombro, surgen
por una combinación inhabitual de elementos muy reales, que deben
ser mostrados con una precisión extrema. La naturaleza misma del
cine tiende a esclarecer la realidad, no a oscurecerla206.
La obra de Tarkovski consigue así adentrarse en los ámbitos de lo
invisible mediante combinaciones “exactas” de imágenes concretas. Nos
encontramos ante el mismo tipo de inversión metodológica y visual
preconizada por Florenski. La “concreción de lo inefable” develada por
Florenski en su estudio de las técnicas figurativas del ícono, su procedimiento
205
206
Dos de las acepciones de “clásico” estudiadas por Calvino se aplican particularmente
bien a Tarkovski: “Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de
ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo”;
“es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más
incompatible se impone” (Italo Calvino, Por qué leer los clásicos, Barcelona: Tusquets,
1992, pp. 18, 19). Una de las peculiaridades del cine de Tarkovski –puesta de relieve por
algunos ayudantes del director que no pudieron volver a ver sus películas en años– es
su capacidad de seguir resonando en la mente, mucho más allá de lo que se percibe en
primera instancia, cuando se ve la película por vez primera.
A. Tarkovski, Le temps scellé, óp. cit., p. 83.
102
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de invertir una configuración, resaltar sus rasgos antinómicos y observarla
luego unitariamente desde el revés, son reconstruidos independientemente,
por nuevos caminos, en las películas de Tarkovski. Una cierta acumulación
de capas de realidad lleva a la contemplación de lo ideal, y, luego, en el
vaivén de luz y oscuridad, se van precisando las múltiples dimensiones y
profundidades relativas del conocimiento y de la sensibilidad.
Muchas polaroids tomadas por Tarkovski consiguen condensar en una
sola imagen esa profundidad del campo visual donde oscilan y se enlazan
la precisión y la emoción207. En una foto tomada en Anagni, una ventana
con una cortina movida por el viento se abre hacia una fulgurante luz
que contrasta con la oscuridad de la habitación; residuos de la naturaleza
(hojas de un árbol) y de lo humano (botella) se contraponen a lado y lado
de la frontera movible de los pliegues de la cortina; la oposición de las
luminosidades resalta las veladuras de la tela, e incita a que nuestros “ojos
ciegos”, encerrados en la habitación oscura, “corran los velos” y accedan
a la luz exterior. En una polaroid captada en San Gregorio, otro juego de
luces y sombras abre la mirada hacia el diálogo del espacio interior de la
habitación y el entorno exterior; ahora, sin embargo, la percepción directa
de la naturaleza es menor (fragmento de colina en la ventana derecha), y
el sol que se filtra por otra ventana ilumina en cambio un ícono que se
convierte en el centro de la fotografía.
La capacidad artística del hombre, simbolizada en la riqueza
multidimensional del ícono, consigue entonces superar las inevitables
limitantes del ser humano, asomado hacia el infinito. Una poética concreta
de la imagen como la impulsada por Tarkovski –donde asume de lleno la
inherente contradictoriedad del ancho espectro de lo visual, pero construye,
justamente a partir de esa antinomia, un acceso a posibilidades otras–
amplía el espectro creativo del hombre.
207
CAPÍTULO 6
ANDREI TARKOVSKI.
IMÁGENES DE LO INEFABLE
Tarkovski propugna un acceso figurativo al “más allá” desde las fronteras de la razón
y la imaginación, e intenta abrir un espacio a la revelación y la fe. Eugenio Trías
señala cómo la modernidad ha dejado atrás esa visión de la revelación: “La modernidad
ilustrada ha tendido a amputar esa dimensión figurativo-simbólica del logos que se
instituye en y desde el limes. Y ello en razón de que este se ha concebido tan solo en
términos restrictivos, negativos (como semáforo rojo de la reflexión, del conocimiento,
del lenguaje). Cuando se retiene sólo esa dimensión, entonces el ámbito simbólico se
destruye” (E. Trías, Diccionario del espíritu, óp. cit., p. 107). Debe observarse aquí que
el término “símbolo” tiene dos acepciones contrarias en Trías y en Tarkovski: para el
primero, el símbolo remite a la revelación y a lo sagrado, mientras que, para el segundo,
el símbolo convoca una lógica racional no deseada.
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Capítulo 7
Fronteras y creatividad.
Perspectivas desde una razón
ampliada
Un regreso a una extensión de la razón está en el orden del día. Una razón
reducida al lenguaje (acepción acotada de logos) ha limitado el espectro de
comprensión del hombre; la identificación de entendimiento y lenguaje
ha llevado a descartar otros modos del conocer. La razón necesita poder
contemplar también imágenes complejas (eidola) en su simultaneidad
contradictoria; se abre entonces un espacio más amplio (topos) donde
un vaivén pendular del lenguaje y de las imágenes, atento tanto a sus
tránsitos como a sus obstrucciones, permite ir precisando mejor diversos
entornos del saber. El topos de los cruces logos-eidola no puede ser
entendido desde una perspectiva que se reduzca a una sola de sus dos
grandes polaridades. De hecho, en el griego antiguo, detrás de los cerca de
doscientos compuestos nominales cuyo segundo elemento incluye logos,
además del sentido de logos como “palabra” o “discurso”, el logos remite
igualmente a la noción de “aglomeración” o “reunión”208; la razón merece
entonces abrirse a la notable aglomeración de información del eidolon y a
toda la riqueza del mundo que se llega a reunir en las imágenes, por más
insondables, evanescentes o frágiles que parezcan. La clausura de la mirada
y la inmersión desencantada de la razón en los más mínimos meandros
del lenguaje, promovidas por varias vertientes del “post”-modernismo209,
merecen ser reevaluadas.
Empezando por el ámbito de las matemáticas –espacio de la imaginación
abierto al libre manejo de las hipótesis, sometidas solo a elementales
reglas de consistencia–, debe observarse cómo su adecuada comprensión
ha sido completamente distorsionada al pretender identificar razón con
discursivo demostrativo. Muy por el contrario, las matemáticas requieren
constantemente vivir en la frontera de la prueba y de la hipótesis, de la
deducción y de la abducción. Los transvases entre conjuntos de pruebas
208
209
Véase Barbara Cassin et ál., “Logos”, en: Barbara Cassin (ed.), Vocabulaire européen des
philosophies, óp. cit., p. 728.
Para una crítica de ese olvido de la mirada, véase Martin Jay, Downcast Eyes. The
Denigration of Vision in Twentieth-Century French Thought, Berkeley: University of
California Press, 1993.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
escritas y fragmentos de imágenes conjeturales constituyen la savia misma
de la disciplina. La creatividad matemática requiere imágenes físicas,
diagramas dibujados en un tablero o en un papel, lazos materiales entre
sus diversos signos, para proponer nuevas conexiones entre los conceptos
subyacentes. Sin el vuelo abductivo de las conjeturas y de los diagramas
imaginales, y, a su vez, sin el concreto sostén del control deductivo y de
los entramados de pruebas, las matemáticas no alcanzarían su asombroso
éxito210. Al mirar las matemáticas desde fuera, se pierde la fundamental
dimensión imaginal e imaginativa de la disciplina.
Siguiendo en el orden de la clasificación de las ciencias según Peirce,
la fenomenología (o faneroscopia) aparece después de las matemáticas,
y se ocupa de los fenómenos universales en su inmediatez. Allí, las tres
categorías cenopitagóricas peirceanas reflejan los vaivenes de la visión, que
requiere tanto inmersiones sensibles en la primeridad como mediaciones
racionales en la terceridad; diversas obstrucciones en el ir y venir activoreactivo de la segundidad son superadas gracias a “epifanías” primeras y a
“fluxiones” terceras. Después de la fenomenología, las ciencias normativas
–estética, ética, lógica– se ocupan también de las contrastaciones y enlaces
de imágenes y palabras. La estética estudia la formación de impresiones y
sensaciones (primeridad) consistentes con un adecuado summum bonum,
que, según las directrices del pragmatismo peirceano, debe ser evolutivo,
abierto y general (versus fijo, determinado y particular). El summum bonum
peirceano, que puede ser descrito como un “crecimiento continuo de la
potencialidad”, abre entonces notables compuertas al enriquecimiento
progresivo del tránsito logos-eidola. De hecho, como hemos visto, la lógica
gráfica de Peirce exhibe en detalle un sorprendente y potente cruce de
razón visual e imaginación deductiva.
La hondura multidimensional del eidolon no puede ser restringida
a sus descripciones lingüísticas. La iconóstasis según Florenski, las
cronofotografías de Marey, la entrelínea de Lispector, los grafismos de
210
Sobre la creatividad matemática se maravillaba Musil: “Sólo cuando no se mira ya a
la utilidad externa, sino a esa serie de partes no utilizadas en la matemática misma, se
observa su otro rostro, el peculiar de esta ciencia. No es calculador, sino apasionado
y antieconómico [...] La matemática es un lujo temerario de la pura ratio, uno de los
pocos que existen hoy en día [...] Permítaseme un pequeño ejemplo: se puede decir que
vivimos prácticamente por completo de resultados de esa ciencia, que a ella misma le
son ya indiferentes. Amasamos nuestro pan, construimos nuestras casas e impulsamos
nuestros vehículos gracias a ella. A excepción de un par de muebles, vestidos y zapatos
acabados a mano, y de los hijos, todo lo conseguimos acoplando diversos cálculos
matemáticos [...] A partir de ciertos fundamentos los pioneros de la matemática se
hicieron con unas ideas utilizables, de las que se desprendieron deducciones, reglas de
cálculo y resultados, de los que se apoderaron los físicos para obtener a su vez nuevos
resultados, y finalmente vinieron los técnicos, que a menudo cogieron simplemente
los resultados al respecto, y así surgieron las máquinas. Y después de haberlo llevado
todo a la más idílica existencia, de repente llegaron los matemáticos, esos que siempre
andan hozando más adentro, y cayeron en la cuenta de que en la base de todo el asunto
debía haber algo que no encajaba de ninguna manera; de hecho, miraron debajo y
encontraron que todo el edificio estaba en el aire. Pero las máquinas corren. [...] Hoy, no
hay posibilidad de otro sentimiento tan fantástico como el del matemático” (“El hombre
matemático” (1913), en: Robert Musil, Ensayos y conferencias, Madrid: Visor, 1992, pp.
42-43).
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Vieira da Silva, los largos planos de Tarkovski remiten siempre a un “más
allá” del lenguaje, en el que el hombre, no obstante, no solo se acerca
a cierto entendimiento, sino que accede a él precisamente gracias a su
desprendimiento de la palabra, pues en el ámbito de las imágenes –como lo
repiten Florenski, Marey, Vieira o Tarkovski– caben también la exactitud y
el rigor. La imaginación no “crece continuamente” cuando suelta todas sus
amarras, sino, al contrario, cuando se agarra con fuerza a un suelo “real”,
pues las tensiones del cordaje son las que dan lugar a la verdadera energía
de la configuración. Las dos caras del eidolon –la idea (eidos) y el rastro
concreto (tupos)211– permiten entrelazar lo ideal y lo real, lo imaginal y lo
racional. En las razones de la imagen, que la razón del lenguaje no conoce,
se amplían entonces las posibilidades del hombre.
Una de las fortalezas mayores de las imágenes, y, por consiguiente, de
una razón extendida donde quepan lógicas precisas de lo visual, consiste en
la peculiar capacidad del eidolon de captar simultáneamente –en un mismo
hecho óptico– un interior, un exterior y una frontera. Los rastros concretos
del paso de los móviles en las cronofotografías de Marey, los umbrales y las
rasgaduras en los lienzos de Vieira da Silva, la fusión de los personajes dentro
del paisaje en las tomas de Tarkovski muestran un tránsito ineludible entre
diversas profundidades de la imagen. El espectador adquiere de inmediato
la conciencia de una multitud de planos superpuestos. Aunque la riqueza
etimológica de las palabras y la variedad de sus múltiples contextos de uso
apuntan también a una profundidad similar, se trata de una profundidad
opaca, y más bien oculta, pero en cualquier caso difícilmente accesible
en primera instancia. Toda la obra de Lispector, pugnando por romper
desde su interior mismo las limitantes del logos, muestra la dificultad de
ese acceso. La presencia de inescapables abismos en las imágenes es, en
cambio, inmediatamente patente. Ya de por sí la distanciación del ojo y
del mundo obliga a un manejo de múltiples filtros de representación, pero,
además, en cualquiera de las imágenes fijas captadas en uno de esos filtros
se introduce de forma inevitable el movimiento de indefinidas veladuras
intermedias entre un “aquí” y un “allá”.
La conciencia de polaridades dadas y de campos intermedios de
fuerzas entre los polos, explícita en Peirce, Florenski y Marey, se conjuga
en sus trabajos con un esfuerzo metódico por develar desde el revés los
entramados de fuerzas obtenidos. De hecho, una imagen –más allá de una
palabra– incita a girarla y a contemplar su verso. En ese ir y venir entre
la luz y la oscuridad, entre lo positivo y lo negativo, no importa tanto la
situación “fáctica” del “aquí” y del “allá”, como la dinámica visual que
provee la oscilación. Cuando en el revés de la hoja de aserción de los
gráficos existenciales surgen, con Peirce, las cortaduras punteadas que
abren los ámbitos de lo posible, cuando en el revés del plano real surgen,
con Florenski, las urdimbres de los números imaginarios, cuando en el revés
211
CAPÍTULO 7
FRONTERAS Y CREATIVIDAD.
PERSPECTIVAS DESDE UNA
RAZÓN AMPLIADA
Gérard Simon, “Eidôlon”, en: Barbara Cassin (ed.), Vocabulaire européen des
philosophies, óp. cit., p. 336.
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del fondo negro de la Estación Fisiológica surgen, con Marey, los rastros
del movimiento, nos encontramos ante configuraciones específicas en las
que su geometría de situación requiere usar herramientas topológicas, más
sensibles a la transformación dinámica de los entes que al registro quieto
de sus posiciones.
La imagen y la palabra nos enriquecen gracias a sus diversas
especificidades. La delimitación que provee la palabra, el recorte parcial
del mundo, el afilado ejercicio sintáctico que conduce a una diferenciación
semántica, la hondura simbólica de los múltiples niveles del lenguaje,
consiguen proveer algo de orden, control y coherencia a nuestra mirada.
No obstante, mucho se nos escapa, y la extra-limitación que provee la
imagen, el plástico vaivén semántico que conduce a una integración
pragmática, la reflexividad icónica de los múltiples niveles de la visión,
consiguen dinamizar, invertir y renovar al lenguaje. En el ir y venir
pendular entre palabras e imágenes, en la apertura de un verdadero diálogo
entre lo racional y lo imaginal, en la construcción y el cuidado de una
razón sensible donde caben simultáneamente el rigor y la sensibilidad, la
exactitud y la plasticidad, el control deductivo y la invención abductiva,
yacen algunos de los soportes mayores de la creatividad. El topos de los
tránsitos fronterizos entre palabra e imagen (figura 11) permite, en efecto,
que el hombre se adentre en el magma mismo de la vida, lo contemple
en toda su complejidad contradictoria y lo trabaje luego desde nuevas
perspectivas.
topos
palabra (logos)
de-limitación
imagen (eidolon)
extra-limitación
interior
exterior
frontera
plástica
simbólica
sintaxis
plástica
icónica
semántica
semántica
pragmática
Figura 11. Fronteras y vaivén pendular en el topos logos – eidolon
Luego de delimitarse y contrastarse entre sí, la imagen y la palabra
ganan mucho con sus enlaces respectivos. Como en algunos fascinantes
diagramas elaborados por los herederos de Llull para su Ars Magna (figura
12) –donde todo es mediación entre los elementos, donde ciertos conductos
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visibles permiten un cómodo ir y venir entre forma y materia, donde el
símbolo se refleja icónicamente y el ícono esconde una lectura simbólica,
donde ondea el fluxit/refluxit del universo, donde la razón fluye casi
ventosa en la página–, en las fronteras de lo racional y de lo imaginal se
encuentran algunas de las mayores manifestaciones creativas. La exactitud
y la invención no son propiedades exclusivas de uno u otro ámbito, y en
sus transvases –en la exactitud de la imaginación o en la inventividad de
la razón– se apoyan a menudo aquellos nuevos giros e inversiones propios
de las obras maestras.
CAPÍTULO 7
FRONTERAS Y CREATIVIDAD.
PERSPECTIVAS DESDE UNA
RAZÓN AMPLIADA
Figura 12. Ramón Llull. Ars Magna (1305-1308)
Manuscrito de El Escorial (s. XVI, f.82r)
La distinción platónica entre eidos (idea, imagen primera) y eidolon
(simulacro visual, imagen segunda) resulta de sumo interés para la
comprensión de los mecanismos creativos. Platón, remitiéndose al acotado
rango físico de nuestro ojo, recalca nuestro exilio dentro de lo sensible,
alejados de una inteligibilidad que no percibimos; según el filósofo, “más
allá” de los eidola se encuentra el eidos, y las imágenes segundas no son
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más que copias sensibles de esa inteligibilidad primera. Por otro lado, Platón
sugiere que la distancia (fenoménica) que observamos, dentro del mundo
sensible, entre una imagen y su reflejo especular puede entenderse como
una analogía de la distancia (ontológica) que separa realmente la idea y
su simulacro visual212. Aunque la interpretación ontológica que otorga a la
idea una existencia eterna es difícilmente sustentable a comienzos del siglo
XXI, la fuerza del tránsito platónico entre el interior de la realidad sensible
y la totalidad de la realidad, tanto sensible como inteligible, conserva aún
toda su vibrante e imperecedera actualidad. De hecho, la visión se sitúa
para Platón en un camino medio, entre una vía que nos ayudaría a salir
del exilio y otra que nos hundiría en él213. Léonce Paquet, en una notable
monografía sobre las mediaciones de la mirada platónica, muestra cómo
esta intenta “pensar lo real como un Todo”. La mirada busca
no sólo la posibilidad (“no se trata de introducir la visión en el
ojo del alma – ya es capaz” República VII, 518), sino la necesidad
de captar lo real en su complejidad misma. Una visión simple no
basta, y menos aún la simple visión sensible. Hay que desplegar
la aptitud compleja de una “mirada” que no rechace discernir de
manera sinóptica, para poder apreciar sus relaciones secretas, lo Uno
y lo múltiple, lo Inteligible y lo visible, el Bien y todo lo demás, el
Ser y el No Ser mismo, y todo lo que participe de cerca o de lejos con
uno u otro. Sólo el captar esas relaciones permite “dar cuenta” de la
realidad, sin sucumbir a la fácil tentación de ignorar o de eliminar
datos aparentemente irreducibles o absurdos214.
Una mirada consciente de sus limitaciones, pero atenta a superarlas
progresivamente, ubicada en un difícil camino medio entre la memoria
(involuntaria) y el olvido (voluntario), entre el registro y la invención,
entre lo concreto y lo inefable, ha sido la fluctuante mirada que hemos
venido recorriendo con los protagonistas de este ensayo. Siempre alerta al
enlace dialéctico de unidad y multiplicidad, inteligibilidad y sensibilidad,
existencia y vacío, Lispector, Vieira da Silva o Tarkovski no solo no
rechazan “datos aparentemente irreducibles o absurdos”, sino que crean
precisamente sus obras a partir de esa inevitable contradictoriedad de lo
real, “en su complejidad misma”. Ahora bien, la riqueza del gran artista
se manifiesta en su capacidad de construir un lenguaje y unas imágenes
propias, con las cuales consigue recrear luminosamente, con suma precisión
técnica, esa contradictoria complejidad. La fragua peculiar del logos y del
eidolon en cada obra la acerca al Todo, aunque solamente pueda aspirar a
convertirse en uno de sus rastros pasajeros.
Tal vez la mayor robustez de la creatividad humana consista en esa
extraordinaria capacidad de evocar un mundo entero desde sus más frágiles
212
213
214
Anne Merker, La vision chez Platon et Aristote, Sankt Augustin: Academia Verlag,
2003, pp. 56-66, 70-71.
Ibíd., p. 71.
Léonce Paquet, Platon. La médiation du regard, Leiden: Brill, 1973, p. 463.
112
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residuos. No existe hoy mayor sentimiento de asombro que el generado al
contemplar las imágenes del universo que captan nuestros astrónomos215,
nada produce mayor estupefacción que el saber cómo nuestros astrofísicos
pueden ya rastrear la evolución global del cosmos. Desde su más nimia
posición en el universo, desde la seguridad de su desaparición, el ser
humano ha sido capaz sin embargo de contemplar realmente el Todo que
le envuelve. Aunque la mirada particular de cada individuo se encuentre
limitada, resulta verdaderamente prodigiosa la capacidad creativa de la
comunidad en su conjunto. El hecho de que la mente humana haya podido
buscar –y, sorprendentemente, encontrar– correspondencias precisas entre
su capacidad imaginativa y los pliegues del mundo, “más allá” de las
inevitables y conscientes limitantes de su exploración, abre compuertas
aún insospechadas a la razón.
Una bella metáfora de Peirce identifica la conciencia con un lago sin
fondo donde las percepciones que vienen del exterior son como una lluvia
continua sobre el lago, y donde las ideas van y vienen entre diferentes niveles
de profundidad, a veces emergiendo, otras veces hundiéndose216. La suave
y persistente lluvia sobre el lago de la memoria aparece concretamente en
muchas imágenes de las películas de Tarkovski. La capacidad creativa del
hombre consigue apropiarse de ciertas zonas oscuras del lago, comunicarlas
con la lluvia fina de los sentidos y moldearlas en la superficie del agua,
barrida por el viento. En esos vaivenes de la conciencia y el subconsciente,
de la vigilia y el sueño, de la luz y la oscuridad, del ruido y el silencio, el
interior mismo del hombre se acopla de forma sorprendente con su entorno
exterior. Una fluidez general enlaza las polaridades contrarias. Para Peirce,
ese gran acople, esa gran integral de los opuestos se torna en el verdadero
soporte de una razón extendida que une al hombre con el continuo universal,
cuando, “más allá” de los niveles cognitivos “superficiales” de la mente,
el acceso a lo general se consigue también en sus niveles emocionales
“profundos”:
CAPÍTULO 7
FRONTERAS Y CREATIVIDAD.
PERSPECTIVAS DESDE UNA
RAZÓN AMPLIADA
El mandamiento supremo del sentimiento es que el hombre debería
generalizar, o lo que la lógica de relativos muestra que es la misma
cosa, debería llegar a unirse con el continuo universal, que es en
lo que el verdadero razonamiento consiste. Pero esto no reintegra
el razonamiento, pues esta generalización debería suceder, no
215
216
Algunas imágenes particularmente impactantes pueden verse en Sylvia Arditi, Marc
Lachièze-Rey, Cosmos, París: Marval-Vilo, 2003.
“Hay un número tan grande de ideas en la conciencia de bajos grados de viveza, que
pienso que puede ser verdad –y de todas maneras es aproximadamente verdad, como
consecuencia necesaria de mis experimentos– que toda nuestra experiencia pasada está
continuamente en nuestra conciencia, aunque la mayor parte de ella se hunde hasta
una gran profundidad de oscuridad. Pienso en la conciencia como en un lago sin fondo,
cuyas aguas parecen transparentes, pero en las que sin embargo sólo podemos ver un
pequeño trecho. En estas aguas hay incontables objetos a diferentes profundidades; y
ciertas influencias darán a ciertas clases de esos objetos un impulso hacia arriba que
puede ser lo suficientemente intenso y continuar lo suficiente para llevarlos a la capa
superior visible. Después de que el impulso cesa comienzan a hundirse hacia abajo” (CP
7.547, s.f) (traducción y estudio del pasaje en Sara Barrena, La creatividad en Charles
S. Peirce: abducción y razonabilidad, óp. cit., pp. 405-406).
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meramente en las cogniciones del hombre, que no son sino la capa
superficial de su ser, sino objetivamente en las fuentes emocionales
más profundas de su vida217.
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
Aquellas complejas “razones del corazón que la razón no conoce”,
que Pascal ubica en ámbitos ajenos al entendimiento, pasan en Peirce a
ser contempladas desde una perspectiva integral más amplia. Dentro de
las ciencias normativas peirceanas, la razón necesariamente propende a
expandirse, a dilatar su rango de acción, puesto que, al tender hacia su
summum bonum (“crecimiento continuo de la potencialidad”), la razón
se desarrolla, se enlaza continuamente con su entorno y explora nuevos
ámbitos de posibilidad. El árbol general de la razón inventiva que habíamos
evocado con Florenski, cuyas secciones disyuntadas se perdían de vista
en un mundo sub-disciplinar planar, puede verse entonces en su conjunto
desde una perspectiva espacial más alta.
La integración de lo real y lo ideal en Florenski –a través de su
comprensión de la mirada como un “rostro del rostro” que permite acceder
a una realidad extendida en cuyo verso fluyen las ideas– consigue también
prolongar el alcance de la creatividad humana. En el tránsito permanente
entre lo concreto y lo imaginario, ambos lados son indispensables. Marey,
al medir rígidamente los desplazamientos del humo, abre una compuerta
insospechada hacia una imaginación plástica llena de curvaturas y
mixturas. Lispector, en su indomable pugna por adentrarse en la concreción
de la materia, nos sumerge en la idea de la continuidad del mundo. Vieira
da Silva, en sus más mínimos grafismos, se adentra en la idea de la
incesante transformación de las cosas. Tarkovski esculpe en sus planos
cinematográficos la tensión entre el transcurrir real del tiempo y nuestras
apropiaciones imaginarias de ese transcurso. Así como en los gráficos
existenciales peirceanos todo el cálculo se basa en los cortes que obligan
a ir y venir entre el anverso y el revés de la hoja de aserción, así como en
la interpretación florenskiana de los números complejos hay que oscilar
entre el anverso de los números reales y el revés de los imaginarios, o así
como en las cronofotografías de Marey observamos simultáneamente el
interior y el exterior de una figura y concretamos a la vez, en una imagen
“imposible”, percepción directa e imaginación indirecta, nos encontramos
también –con Lispector, Vieira o Tarkovski– ante confluencias y ósmosis
entre lo real y lo ideal que, lejos de ser casuales, son de hecho necesarias
en todo proceso creativo.
La cómoda separación de los saberes –una matemática rígida, eterna,
racional, deductiva; una poesía plástica, dinámica, emocional, inventiva–
ha producido innecesarias y frustrantes parálisis. Si tenemos que volver
217
C. S. Peirce, CP 1.673 (1898) (trad. Sara Barrena; cursivas nuestras). La notable
conjetura lógica de que continuidad coincide con genericidad vía lógica de primer
orden únicamente ha sido demostrada en matemáticas en 1995, gracias a métodos
topológicos en teoría de modelos.
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a aprender a “ver con la mente y con el corazón”218, contamos ya con
muchos ejemplos que transgreden las fronteras y que reintegran con
fuerza exactitud y sensibilidad, racionalidad e imaginación, control e
inventividad. Así como una matemática sin invención, sin emoción
estética, sin evolución dinámica, resulta ser una pobre caricatura de una
ciencia extraordinariamente viva219, una poesía sin rigor, sin exactitud, sin
cuidadoso control racional, es otro descarnado (y descarado) contrasentido.
La razón requiere imaginación, la imaginación requiere precisión. Rothko
define la “plasticidad” como el “proceso en el cual la realidad se completa
al hacer que las formas avancen y se retraigan [...] Las formas y el espacio
se concretan al hacer que las partes más destacadas se adelanten y que las
partes más alejadas del plano frontal se disuelvan en la distancia [...] Esto
se obtiene mediante ciertos intervalos rítmicos de progresión y recesión”220.
En las múltiples veladuras intermedias de la visión, en el ir y venir entre
imaginación y razón, entre progresión y recesión, entre fluxión y recorte,
se despliega toda la plástica de la creatividad.
Dos ilustraciones del Canto XIII del Infierno de Dante muestran el
flujo y el reflujo de los seres humanos, abocados en las imágenes ante el
bosque de los suicidas. Una ilustración de Manfredini (1907) se extiende
a lo largo del entrelazamiento silencioso y agónico del bosque; avanza
la muerte, convertida en presencia pétrea con los suicidas-árboles y con
sus enramadas anudadas sin esperanza. Otra ilustración de Rauschenberg
(1960) se retrotrae hacia diversas texturas y rasgaduras que evocan el
bosque, los suicidas, un grifo, un perro, residuos de agua y sangre; la
multiplicidad de las técnicas del dibujo (gouache, lápiz, acuarela, tiza) resalta
la dificultad de observar con fidelidad el tránsito de la vida y la muerte.
Las metamorfosis de la razón no son menos impactantes. Al haber querido
fijar rígidamente su posición en el logos y al haberse alejado del eidolon,
la razón ha cometido también un suicidio. Sus enramadas se han perdido
en malabarismos del lenguaje, con difíciles omisiones que han dejado por
fuera el hondo soplo vital del mundo, potente e irrefrenable en las obras
de Lispector o de Tarkovski. “Los violentos contra sí mismos” (título de
la ilustración de Rauschenberg) han seccionado la riqueza unitaria de la
creatividad humana. No obstante, desde experiencias realmente sufridas en
los límites, desde obras sistemáticamente abiertas al estudio de lo fronterizo,
desde verdaderos monumentos al tránsito de las formas y al subyacente
movimiento del mundo, como los que hemos venido explorando en este
ensayo, una razón ampliada puede alcanzar una “nueva vida”. Al tenor de
218
219
220
CAPÍTULO 7
FRONTERAS Y CREATIVIDAD.
PERSPECTIVAS DESDE UNA
RAZÓN AMPLIADA
Un número monográfico dedicado a Bill Viola se titula precisamente así: Valentina
Valentini (ed.), Bill Viola. Vedere con la mente e con il cuore, Roma: Gangemi Editore,
1993.
A comienzos del tercer milenio parecen estar consolidándose algunos de los mayores
avances de toda la historia de la matemática, con ubicuos traslados conceptuales y
materiales entre todos los subcampos de la disciplina. Véase, por ejemplo, Jean-Paul
Pier (ed.), Development of Mathematics 1950-2000, Basel: Birkhauser, 2000.
Mark Rothko, The Artist’s Reality. Philosophies of Art (c. 1940), New Haven: Yale
University Press, 2004, p. 47 (cursivas nuestras).
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
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la Vida Nueva de Dante –primera conjunción plena de razón crítica y de
construcción imaginaria en la literatura occidental, con la unión de una
compilación de poemas y de un comentario en prosa de la poesía, por un
mismo autor y en una misma obra–, pueda tal vez augurarse entonces un
nuevo renacimiento de la razón.
Anota Peirce que “la mala poesía es falsa, lo concedo; pero nada es
más verdadero que la verdadera poesía. Y déjenme decirle a los científicos
que los artistas son unos observadores mucho mejores y más exactos
que ellos, excepto por las minucias especiales que busca el hombre de
ciencia”221. Proveniente de uno de los mayores científicos del siglo XIX
americano, el llamado de atención golpea con crudeza. La precisión de la
observación artística y, sobre todo, la verdad de la mirada del gran poeta
–piedras de toque de Tarkovski– no pueden ser tan fácilmente escondidas,
como han pretendido las “modas” culturales de los últimos decenios. Lejos
de haber “muerto”, la verdad se sigue buscando siempre con ahínco en las
grandes obras de la ciencia y del arte. El hecho de que no parezca existir
una Verdad última o absoluta –una importante conquista– no conlleva
la imposibilidad de acercarse a ciertas verdades parciales, y, sobre todo,
no implica que, dentro de una ancha urdimbre de fragmentos de verdad,
algunos de esos residuos no sean mucho más importantes y significativos
que otros. La exactitud, la amplitud, la profundidad, imprescindibles facetas
de lo verdadero, difícilmente pueden ser equivalentes entre un residuo y
otro222.
Una de las obstrucciones mayores para la construcción de una
“razón sensible”223, dispuesta a tránsitos fructíferos entre las ciencias y
las artes, ha consistido en la adopción de una base dual para la visión
y en la creencia de que una refulgente luz provee mejores condiciones
para la mirada. Los trabajos de Peirce, Florenski y Marey muestran de
manera precisa cómo debe en realidad invertirse esta situación para poder
ver más y mejor. Con su lógica del continuo y con su vaivén pendular de
inserción y extracción de información alrededor de un borde, Peirce nos
muestra cómo el “sí” y el “no” deben entenderse como límites ideales de
borrosas vecindades intermedias, que en la experiencia resultan ser mucho
221
222
223
C. S. Peirce, CP 1.315 (1903) (traducción y estudio del pasaje en Sara Barrena, La
creatividad en Charles S. Peirce: abducción y razonabilidad, óp. cit., pp. 352-353).
La teoría matemática de las funciones analíticas de variable compleja demuestra que
existen muy distintos órdenes de complejidad alrededor de ciertas singularidades de
las funciones. Muchas singularidades pueden ser medidas con índices finitos y los
movimientos de la función en las vecindades de esas singularidades son acotados,
pero, en los casos de ciertas singularidades “esenciales”, el comportamiento de la
función cubre maximalmente todo el plano complejo (teorema de Picard). Por otro
lado, el conocimiento de los residuos de una función en ciertos entornos determina
completamente el valor de la función en sus fronteras (teoría de los residuos de Cauchy).
El inmenso valor heurístico, analógico, metafórico, de la variable compleja dentro de
la filosofía y, más ampliamente, dentro del espectro general de la cultura, está aún por
desarrollarse. Para una notable introducción visual a la variable compleja –concreción
exacta del eidolon–, véase Tristan Needham, Visual Complex Analysis, Oxford: Oxford
University Press, 1997.
También: “razón ampliada” o “razonabilidad” (véase nota 9).
116
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más reales. No vale entonces partir de lo dual como un sostén para el
entendimiento, sino, inversamente, se lo debe postular como una idealidad
lejana –suerte de “punto en el infinito”– que no tiene por qué gobernar
nuestras acciones. Con su aceptación de las multiplicidades antinómicas y
con su acercamiento de mirada e idea como “rostros del rostro”, Florenski
abre nuevas compuertas para que nos podamos situar sistemáticamente
en el revés de las configuraciones. La mirada invierte la supuesta facilidad
con que registra directamente la luz y se abre a múltiples “concreciones de
lo inefable” que se fraguan en la penumbra. Con sus nuevos instrumentos
que enriquecen las posibilidades ópticas y con su esfuerzo por registrar
los elusivos rastros del movimiento, Marey traza milimétricamente las
diversas profundidades y la enorme amplitud del espectro de la visión. Las
cronofotografías sobre fondos oscuros invierten los supuestos habituales de
la percepción y muestran cómo una serie indirecta de residuos otorga una
mayor precisión que la que se cree obtener con la observación directa que
proporciona el ojo humano.
Lispector, Vieira da Silva y Tarkovski exploran con gran inventiva los
extensos espacios bosquejados en las inversiones anteriores. Un enérgico
rechazo de las delimitaciones restrictivas, de la demarcaciones excluyentes,
de las categorizaciones seguras, recorre todas sus obras. Siempre en
tránsito, siempre intentando moverse a la par de las vibraciones mismas de
las configuraciones (literarias, plásticas, cinematográficas) que pretenden
recrear, Lispector, Vieira y Tarkovski descartan cualquier escisión “sí/no” y
se sumergen en inacabables texturas y tinturas intermedias, al tenor de la
vida misma. Los claroscuros de La manzana en la oscuridad, de El sueño
o de Stalker, la travesía de los contrarios en La pasión según G. H., en las
Consecuencias contradictorias o en El sacrificio, el ir y venir entre vacío
y revelación en Cerca del corazón salvaje, en Campos de Sainte-Claire o
en El espejo, pueden verse todos como cristalizaciones de una dinámica
que intenta acoplarse con el flujo incesante del mundo. Aproximaciones
asintóticas entre el hombre y el movible universo que le rodea, son obras
que sirven de puente para suturar las distancias forzadas que impone
cualquier tipo de dualismo.
En la novela de Dostoievski, Bajtin nos hace ver cómo el novelista
entrelaza la polifonía de las diversas voces con el entramado de la novela,
cómo construye mixturas de palabras propias y ajenas, cómo transmite
eficazmente los sentidos y tonos medios que tensan la narración. La
inexistencia de ideas aisladas, y el principio básico dostoievskiano de que
todo vive en la frontera de su contrario, son resaltados por Bajtin: “El
acontecimiento en la vida de un texto, es decir, su esencia verdadera, siempre
se desarrolla sobre la frontera entre dos conciencias”224. La terminología
vitalista del crítico es muy diciente: en las fronteras están la “esencia”,
la “vida”; lejos de las fronteras se encuentran la “degeneración”, la
224
CAPÍTULO 7
FRONTERAS Y CREATIVIDAD.
PERSPECTIVAS DESDE UNA
RAZÓN AMPLIADA
Mijail Bajtin, Estética de la creación verbal (1979, póstumo), México: Siglo XXI, 1989,
p. 297 (cursivas de Bajtin).
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
“muerte”225. En las fronteras, Dostoievski nos ilumina sobre la complejidad
del mundo: conviven, se conocen y se entienden el amor y el odio, la fe y
el ateísmo, la nobleza y la felonía, la pureza y la lujuria. En la disposición
de los personajes y en la correlación de los discursos se topan y discuten
“no voces monológicas íntegras sino voces desdobladas”226.
Paralelamente a la distinción de los espacios dentro de la narrativa,
pero en el nivel más hondo de los procedimientos básicos del pensamiento,
Bajtin encuentra una fina distinción entre “lógica” y “dialogismo”:
“Las relaciones de sentido dentro de un enunciado tienen un carácter
lógico-objetual, pero las relaciones de sentido entre diversos enunciados
adquieren un carácter dialógico: los sentidos se distribuyen entre las
diferentes voces”227. En ciernes, Bajtin distingue la lógica bivalente de
la lógica polivalente, con múltiples valores de verdad228. Al igual que lo
podría haber aseverado Lispector, Bajtin muestra que, desde el punto de
vista de la creación literaria polifónica, “las relaciones dialógicas tienen un
carácter específico: no pueden ser reducidas a relaciones lógicas”229. Esta
irreducibilidad, a nivel lógico, de las características del dialogismo, sitúa a
la novela polifónica en una frontera, en un límite intrínseco que fuerza la
narrativa sobre el pensamiento. La pluridimensionalidad de la novela no
puede acomodarse a una lógica del “sí” y del “no”, rompe enérgicamente
sus fronteras, busca y encuentra los matices y la polivalencia.
Cuando vibran simultáneamente en un acorde muchos tonos a la vez,
el sonido, el oído y la mente se encuentran en una frontera. El conjunto
de vibraciones moldea e interseca sus frecuencias en un todo, del cual
no podemos separar sus partes sin perder el sentido global. Las palabras
y las imágenes participan de esa instantaneidad en la cual se mezclan,
inseparablemente, sus orientaciones, matices y tonos diversos. En la
expresión instantánea de cada signo dentro de un sistema polisémico se
materializan constantemente los cruces de fronteras y, dada la instantaneidad
de la manifestación, los lazos no pueden desatarse. De esta manera, las
palabras y las imágenes van siempre más allá de sí mismas, abren el espacio
y buscan al “otro”. El Escritor y el Profesor en Stalker son inimaginables
el uno sin el otro; las conciencias de los personajes de Lispector siempre
se desdoblan en diálogos infinitos; Vieira da Silva no puede agregar un
trazo en el lienzo sin que se desencadene en su mente una metamorfosis
completa de la obra. Comenta Bajtin que, en las novelas de Dostoievski,
225
226
227
228
229
Nota 13.
Mijail Bajtin, Problemas de la poética de Dostoievski (1929; 2ª ed. renovada 1969),
México: Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 361.
M. Bajtin, Estética de la creación verbal, óp. cit., p. 306.
Bajtin no alcanzó a saber que, en esos años, simultáneamente en Polonia, en Rusia y
en Estados Unidos, la lógica matemática también rompía sus fronteras y tecnificaba y
axiomatizaba los cálculos polivalentes. Las primeras lógicas polivalentes, formalizadas
en sistemas matemáticos adecuados y completos, fueron las de Lukasiewicz (Polonia,
1920), Post (Estados Unidos, 1921) y Kolmogorov (Rusia, 1925).
M. Bajtin, Estética de la creación verbal, óp. cit., p. 309. En lógica es demostrable que
las lógicas polivalentes no pueden ser reducidas al pensamiento bivalente.
118
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“todo y todos deben conocerse mutuamente, encontrarse y empezar a
hablar”. Tales encuentros sólo pueden realizarse en una estructura abierta.
Yendo más allá del hombre a solas, que no encuentra la plenitud en sí, el
individuo se sumerge en “la estructura abierta del gran diálogo”230 social,
dentro del cual, gracias a las otras conciencias, será capaz de realizarse. La
dialogización abre y completa al hombre; rompe las fronteras del “yo” y lo
completa con el “otro”.
La lógica de la abducción según Peirce enseña que, en la emergencia
de las hipótesis, debe existir previamente una cierta tensión entre un
hecho sorprendente y un conjunto más estable de creencias. La creatividad
se dispara por una “anomalía” que se desea visualizar desde nuevas
perspectivas. La invención requiere entonces fluctuar en un espacio abierto,
transgredir las fronteras de las creencias reinantes, romper amarras y buscar
un “más allá”. En esa aventura, la riqueza de las imágenes representa un
papel central. Las imágenes, de hecho, logran pegar localmente algunas
roturas en el continuo, gracias a su capacidad de aunar cortes tajantes
y suaves ondulaciones en un mismo fragmento del espacio. Una visión
extendida permite entonces sostener un dialogismo mayor. Se oye más
y mejor al poder ver más allá. La “extra”-limitación de la imagen invita
siempre a buscar nuevas perspectivas, y, en ese aliciente expansivo, también
se benefician el diálogo y la palabra.
Ioana Vultur ha mostrado en detalle cómo Broch y Proust encuentran
en la imaginación del poeta una verdadera capacidad visionaria; en La
muerte de Virgilio, detrás de “multitud de imágenes, multitud de realidades,
ninguna verdaderamente real mientras esté aislada”, el poeta puede
llegar a ver “el símbolo de una realidad última e incognoscible que es su
totalidad”231; en A la búsqueda del tiempo perdido, Marcel intenta fijar
en su espíritu alguna imagen que le ha “forzado a mirarla, una nube, un
triángulo, un campanario, una flor, una piedra, sintiendo que había tal
vez bajo esos signos algo muy distinto que debía intentar descubrir”232.
Exploradores incisivos de los límites de la memoria y del tiempo, Broch y
Proust se adentran en el gran continuo de las sensaciones y de la reflexión.
Más allá de una multitud de imágenes o de realidades aisladas, más allá de
la diversidad de la nube, del triángulo o del campanario, la ronca, potente
y “muy distinta” continuidad del mundo se convierte en el objetivo último
del poeta. Aunque resulte incomprensible en su totalidad, la continuidad
se despliega en ciertos “momentos privilegiados” ante una mirada abierta.
La vivísima riqueza visual de la escritura proustiana –concreción de una
verdadera razón sensible– puede entenderse como una de esas “bisagras”
privilegiadas que se sitúan en la frontera del topos logos-eidolon (figura
11).
230
231
232
CAPÍTULO 7
FRONTERAS Y CREATIVIDAD.
PERSPECTIVAS DESDE UNA
RAZÓN AMPLIADA
M. Bajtin, Problemas de la poética de Dostoievski, óp. cit., p. 251 (cursivas de Bajtin).
Ioana Vultur, Proust et Broch: les frontières du temps, les frontières de la mémoire,
París: l’Harmattan, 2003, p. 57.
Ibíd., p. 69
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
Lispector, Vieira da Silva y Tarkovski intentan también evocar la
posibilidad de “algo muy distinto” bajo los signos que contemplan. Sin
embargo, el acceso a ese “algo” es mucho más severo y desencantado; un
impulso hermenéutico se conjuga con la conciencia de que el ejercicio
interpretativo es, en última instancia, imposible; la conjunción del avanzar
y del retraerse –progresión y recesión, iteración y desiteración– tensa y
desgarra todas sus obras. Sus mayores esfuerzos creativos se concentran
entonces en inventar nuevos signos plásticos para representar los hiatos
de la razón y de la sensibilidad en los que se debate el hombre. Ahora
bien, uno de los méritos mayores de las grandes obras de arte consiste en
que, al conseguir representar profundamente una cesura, se logra que esa
cesura tienda luego a desaparecer. Así como el descubrimiento consciente
de un remolino en el lago profundo del subconsciente ayuda a disolverlo,
la capacidad creativa del ser humano para representar las limitantes
mismas de su entendimiento hace que este se expanda luego por caminos
previamente insospechados.
Todo en Lispector, Vieira da Silva y Tarkovski produce en efecto la
duradera sensación de que, luego de sumergirnos en sus obras, entendemos
con mayor fidelidad el mundo y nuestro frágil lugar en él. El hecho de que
esto suceda no a pesar de las limitaciones y las inaccesibilidades evocadas
en sus obras, sino gracias precisamente a ese registro de obstrucciones, es
solamente una aparente paradoja. Peirce, Florenski y Marey explican cómo
desde el revés, desde la oclusión, desde el residuo, puede observarse mejor
el esqueleto completo de la contraparte. El ir y venir entre polos opuestos
de la mirada, el invertir perspectivas, el reconocer unas fronteras que deben
ser superadas, amplía el espectro de la visión. Más allá de la dualidad burda
del “+” y del “–” (con una trivial ley de signos “– × – = +”), una mucho
más compleja ley de signos gobierna esos tránsitos de la razón. Lejos de
una luz refulgente, el conocimiento parece obtenerse con mayor finura si
se sitúa en la penumbra; diversas veladuras de lo positivo se consiguen
entonces al reintegrar ciertos diferenciales en el revés de la percepción,
algo que puede expresarse gracias a una ley de signos extendida “± = ∫ ∂
(–)”. El vaivén pendular entre el más y el menos, cifrado en el enlace de los
operadores inversos de diferenciación e integración, consigue captar mejor
los oscilantes espacios de todo lo intermedio.
De forma similar, lo racional y lo imaginal requieren entreverarse sin
cesar para recorrer en parte ese ancho mundo al que se asoma la mirada.
Son tan necesarias ciertas zonas brumosas (Tarkovski), conjeturales (Peirce)
o antinómicas (Florenski), como zonas “exactas”, llenas de destilaciones,
filtraciones y separaciones, donde se decantan las mixturas del mundo. El
olvido de zonas maleables, aún indefinidas, dispuestas a la deformación
plástica, o el olvido inverso de zonas rigurosas y afiladas, copartícipes
de ciertos fragmentos de verdad, llevan en cualquiera de los dos casos a
restringir las capacidades inventivas del hombre. La pendular conciencia/
inconsciencia de Martim en La manzana en la oscuridad participa en un
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traslape entre esas dos zonas; necesitada de olvidar para penetrar en la
vivencia de lo neutro, la mente sin embargo retorna luego reflexivamente
sobre sí misma, y reurde los hilos del lenguaje para poder potenciar ese
acercamiento pleno a la materia. La Zona de Stalker adquiere todo su
misterioso atractivo por el hecho de terciar también entre esas dos zonas,
y solaparse con ambas a la vez; el riguroso control de los espacios y la
posibilidad simultánea de evadirlos se manifiestan en el complejo zigzag
de retrocesos y avances que los protagonistas dibujan en el terreno. La
Zona se convierte en una suerte de “cuasi-mente” en el sentido de Peirce,
un medio protoplásmico en el que la semiosis crece progresivamente y
va asimilando muy diversos materiales, en un vaivén entre licuefacción
y cohesión233. El magma de la creación requiere entonces situarse en ese
entre-dos de lo imaginal y de lo racional, en esa breve línea de arena donde
crepita la lava cayendo al mar, en esa frontera sinuosa y movible donde
consiguen fraguarse los mayores giros del arte y de la ciencia.
CAPÍTULO 7
FRONTERAS Y CREATIVIDAD.
PERSPECTIVAS DESDE UNA
RAZÓN AMPLIADA
–––––––––––––
Goethe recordaba la imposibilidad de acceder a cualquier forma de
totalidad sin una simbiosis entre arte y ciencia234. Si ese acceso al Todo
nos resulta cada vez más difícil y elusivo, por el ya inabarcable volumen
material de todo lo que deberíamos contemplar, el ejercicio de apertura de
la mirada cuando se sitúa en el borde de lo imaginal y de lo racional sigue
siendo extraordinariamente útil. Una razón extendida en la que caben el
magma inventivo y la cristalización exacta otorga mayores posibilidades
al hombre, y, en ciertos “momentos privilegiados”, provee una concreta
percepción de ese “más allá” que se encuentra allende las limitantes propias
de cualquier entendimiento. Desde los límites mismos de su razón, el
hombre incesantemente puede seguir extendiéndola y abriéndola a nuevos
y sorprendentes panoramas. Las excesivamente proclamadas “muerte de
la razón”, “muerte de la historia” o “muerte del arte” (es difícil en los
momentos actuales declarar una “muerte de la ciencia”, pero no faltarían
adeptos del pensamiento débil para hacerlo) no son sino reflejos de una
desorientación deseada. Sin mapas, sin contrastaciones, sin jerarquías, un
ensimismamiento mezquino gobierna muchas manifestaciones del arte;
por su lado, las actividades normales de la ciencia se han refugiado en el
cómodo escondite de lo (sub-)sub-disciplinar. Sin embargo, más allá de
esas mutilaciones con las que actualmente parecen convivir gustosos los
artistas y los hombres de ciencia, hemos visto con los protagonistas de este
ensayo cómo pueden invertirse concretamente esas restricciones, y cómo
–desde los residuos y desde las limitantes mismas del saber– la creatividad
puede llegar a explorar espacios que aparentemente le estaban vedados.
233
234
C. S. Peirce, “A Guess at the Riddle” – “Trichotomic” (1887-88), en: C. S. Peirce, The
Essential Peirce (eds. Kloesel, Houser, De Tienne), Bloomington: Indiana University
Press, 1992, vol. 1, p. 284.
Véase el epígrafe situado al comienzo de nuestro ensayo.
121
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
“Ver con la mente y con el corazón”235 no solo es aún perfectamente
posible, sino más que nunca necesario. La conjunción de exactitud y
plasticidad que hemos explorado en Lispector, Vieira da Silva y Tarkovski,
el constante ir y venir entre el anverso y el revés de la razón en Peirce,
Florenski y Marey, la riqueza de lo fronterizo y lo intermedio, adquieren
una relevancia singular en los momentos actuales. La transmodernidad,
con su galopante “multicronía” e “hibridación”236, no puede abandonarse a
la sinrazón y al elogio de la vaguedad; apropiándose de los híbridos y de
las mixturas, debe oscilar entre una imaginación cada vez más concreta y
precisa, y una razón cada vez más flexible e inventiva. La compleja topología
del movimiento y del tiempo no impide sus milimétricos registros, como
muestran Marey o Tarkovski; pero tampoco la acumulación de mínimos
trazos de pintura impide una revelación plástica más alta, como muestran
Florenski o Vieira da Silva.
La visión desde una frontera conjuga la inherente riqueza multivalente
de las imágenes con el inherente ir y venir que resulta al situarse en un
límite. De esta manera, una dinámica razón de la frontera se convierte
en puntal básico de sostén para explorar ciertas fronteras de la razón y,
en el continuo vaivén entre concreciones exactas, residuos fronterizos y
esquemas intangibles, va ampliándose –ligera y frágilmente, pero con la
magnificencia de la vida siempre nueva del ave fénix– el espectro de la
creatividad humana.
235
236
Nota 218 (Bill Viola).
Nota 15 (Rosa Mª. Rodríguez Magda).
122
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FRONTERAS DE LA RAZÓN
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Índice onomástico
A
Arditi, Sylvia, 113
Aristóteles, 96
B
Bach, Johann Sebastian, 18
Bajitin, Mijail, 17, 19, 117-119
Barrena, Sara, 35, 113-114, 116
Belting, Hans, 58-59
Benjamin, Walter, 43, 62
Boulez, Pierre, 81
Broch, Hermann, 119
Brouwer, Luitzen Egbertus Jan, 39, 60
C
Caicedo, Xavier, 33
Calvino, Italo, 102
Cantor, Georg, 39
Cassin, Barbara, 56, 107, 109
Cauchy, Augustin-Louis, 116
Charbonnier, Georges, 82
Cusa, Nicolás de, 29, 70
D
Dante, 43, 59, 115-116
Daval, Diane, 84
De Tienne, André, 121
Didi-Huberman, Georges, 59, 62
Dostoievski, Fiodor, 117-119
Duchamp, Marcel, 18, 34, 74, 77
Favorski, Vladimir, 40-42, 54, 82
Feuerbach, Ludwig, 86
Florenski, Pavel, 5, 7, 9, 12-17, 20-21,
27, 29, 37-49, 51, 54-55, 58-63, 68,
70, 72, 74, 76-77, 81-82, 87-89, 9192, 94, 101-102, 108-109, 114, 116117, 120, 122
Frege, Gottlob, 30
Freixas, Laura, 78
Frizot, Michel, 52-53
G
Goethe, Johann Wolfgang, 7, 121
Governatori, Luca, 94
H
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, 59
Higuera, José, 61
Houser, Nathan, 121
J
Jaeger, Jean-François, 81-85, 89
Jay, Martin, 107
Joyce, James, 19, 68, 78
Jurgens, E., 39
K
Engels, Friedrich, 86
Kafka, Franz, 19, 84
Kant, Immanuel, 101
Kierkegaard, Sören, 86
Kloesel, Christian, 121
Kolmogorov, Andrei, 118
Kripke, Saul, 60
F
L
Fabbrichesi, Rossella, 24
Labarrière, Jean-Louis, 56
E
127
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RAZÓN DE LA FRONTERA Y
FRONTERAS DE LA RAZÓN
Lachièze-Rey, Marc, 113
Lawvere, William, 60
Leonardo da Vinci, 93
Lispector, Clarice, 5, 9, 12-17, 20, 6279, 81, 86-87, 89, 91-92, 95, 98,
101, 108-109, 112, 114-115, 117118, 120, 122
Listing, Johann Benedict, 24
Llano, Rafael, 93
Llull, Ramon, 61, 110-111
Lukasiewicz, Jan, 118
M
Mahler, Gustav, 99
Manfredini, Manfredo, 115
Mannoni, Laurent, 59
Marx, Karl, 86
Marey, Étienne-Jules, 5, 9, 12-14, 1617, 20-21, 29, 51-63, 69, 72-74, 7677, 81, 83, 85, 89, 91-92, 108-110,
114, 116-117, 120, 122
Merker, Anne, 112
Merleau-Ponty, Maurice, 83-84, 87
Miguel Angel, 102
Misler, Nicoletta, 38
Monet, Claude, 86
Musil, Robert, 19, 108
N
Needham, Tristan,116
Netto, Eugen, 39
Noël, Bernard, 82
Novalis, 46-47
P
Paquet, Léonce, 112
Pascal, Blaise, 28, 93, 114
Peirce, Charles Sanders, 5, 9, 12-18, 2035, 37, 42, 49, 51, 55, 60-63, 70-72,
75-78, 81, 84, 86-89, 91-92, 101,
108-109, 113-114, 116, 119-122
Philipe, Anne, 84
Picard, Emile, 116
Picasso, Plablo, 40
Pier, Jean-Paul, 115
Plateau, Joseph, 53
Platón, 37, 70, 96, 111-112
Poe, Edgar Allan, 26
Post, Emil Leon, 118
Proust, Marcel, 19, 43, 68, 78, 119
R
Rauschenberg, Robert, 115
Rerberg, Georgi, 99
Roberts, Don, 31
Rodin, Auguste, 59-60, 102
Rodríguez Magda, Rosa María, 30, 122
Rothko, Mark, 86, 115
Rublev, Andrei, 15, 94
S
Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph,
46, 58, 85
Schleiermacher, Friedrich Daniel Ernst,
46-47
Schneider, Pierre, 82
Szenes, Arpad, 84
Simon, Gérard, 56, 109
T
Talbot, William Henry Fox, 58
Tarkovski, Andrei, 5, 9, 12-13, 15-17,
20, 62-63, 65, 89, 91-103, 109, 112117, 120, 122
Tarski, Alfred, 60
Tasso, Torquato, 43
Teófanes el Griego, 94
Thomé, Wilhelm, 39
Trías, Eugenio, 18-19, 24-26, 29, 34-35,
38, 40-43, 46, 58-59, 68, 70-71, 74,
76-77, 85-88, 96, 98, 100-101, 103
Turner, Joseph Mallord William, 86
V
Valentini, Natalino, 38
Valentini, Valentina, 115
Vaz Ferreira, Carlos, 27
Veronese, Paolo, 85
Vieira da Silva, Maria Helena, 5, 9, 1213, 15-17, 20, 62-63, 65, 81-92, 96,
98, 101, 109, 112, 114, 117-118, 120,
122
Viola, Bill, 75, 83, 97, 115, 122
Virgilio, 43, 59, 119
Vultur, Ioana, 119
128
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W
Weelen, Guy, 81-85, 89
Wittgenstein, Ludwig, 101
Y
Yoneda, Nobuo, 54-55, 88
Z
Zak, Lubomír, 38
Zolla, Elemire, 38
ÍNDICE ONOMÁSTICO
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Esta edición consta de 300 ejemplares,
se armó en caracteres Rotis Serif
y se imprimió en la
Editorial Universidad Nacional de Colombia,
Sede Bogotá, 2010.
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