SUMARIO
EDITORIAL
3
MEMORIA
MEMORIA DEL EJERCICIO 2010
PATRICIO RODRÍGUEZ-BUZÓN CALLE
3
HISTORIA
EVOLUCIÓN DE LAS ALMAZARAS
ANA ESPUNY RODRÍGUEZ
CUATRO PLANOS Y VISTAS DEL ARCHIVO DE SIMANCAS QUE ENRIQUECEN LA ICONOGRAFÍA SOBRE OSUNA
ANTONIO FAJARDO DE LA FUENTE
EN TORNO A
UNA PRÓXIMA PUBLICACIÓN SOBRE LA ORDEN DE SAN JUAN DE DIOS EN OSUNA
FRANCISCO MANUEL DELGADO ABOZA
GOYA Y LOS IX DUQUES DE OSUNA. PINTURAS PARA EL PALACIO DE LA ALAMEDA
GONZALO MARTÍNEZ DEL VALLE
EL PRIMER NOMBRE DE OSUNA FUE ÍBERO
JUAN COLLADO CAÑAS
RODRÍGUEZ MARÍN Y SU RELACIÓN CON PERSONAJES DESTACADOS DE SU ÉPOCA
JOSÉ MANUEL RAMÍREZ OLID
LA CONFIGURACIÓN BARROCA DE OSUNA
PEDRO JAIME MORENO DE SOTO
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25
29
31
33
35
39
ARQUEOLOGIA
RASGOS ORIENTALIZANTES EN TUMBAS RUPESTRES DE LA NECRÓPOLIS DE OSUNA: DATOS DE SU ANTIGÜEDAD
JUAN A. PACHÓN ROMERO
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PATRIMONIO
SILLERÍA Y FACISTOL DEL CORO BAJO DEL CONVENTO DE SANTA INÉS DEL VALLE DE ÉCIJA PROCEDENTE DE OSUNA
ANTONIO MARTÍN PRADAS
MEMORIA PARCIAL DE LA REALIZACIÓN DEL INVENTARIO DEL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN
ANTONIO MORÓN CARMONA
OSUNA Y MORÓN VINCULADAS POR UNA OBRA DE POLICROMÍA Y DOS ARTISTAS.
FERNANDO QUILES
OSUNA Y SU PROTAGONISMO EN LA RETABLÍSTICA BARROCA SEVILLANA
FRANCISCO J. HERRERA GARCÍA
LAS FOTOGRAFÍAS DE OSUNA EN LOS PASEOS ARQUEOLÓGICOS EN ESPAÑA DE PIERRE PARIS
JOSÉ ILDEFONSO RUIZ CECILIA
EL PATRIMONIO, LA IDENTIDAD Y LA SUBVERSIÓN DE LAS PALABRAS
JORGE BENAVIDES SOLÍS
UN DEBATE NECESARIO: LAS COCHERAS EN EL CASCO HISTÓRICO DE OSUNA
MARCOS QUIJADA PÉREZ
UNA CUESTIÓN DE ESTÉTICA BARROCA EN OSUNA
JOSÉ LUIS ROMERO TORRES Y PEDRO JAIME MORENO DE SOTO
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59
61
62
67
70
75
76
ARQUITECTURA
ARTE CHURRIGUERESCO: EL TRANSPARENTE DE TOLEDO
ANTONIO SÁSETA VELÁZQUEZ
VISITA A ALEPO
ARTURO RAMÍREZ LAGUNA
ARQUITECTURA RURAL DEL CENTRO DE ANDALUCÍA
FERNANDO OLMEDO GRANADOS
RESTAURACIÓN
RESTAURACIÓN DE LAS PINTURAS MURALES DE LA IGLESIA DE SAN LORENZO. CÓRDOBA
ANA INFANTE DE LA TORRE
RESTAURACIÓN Y PUESTA EN VALOR DE UN RETABLO DEL SIGLO XVI
CARLOS JAVIER SÁNCHEZ TÁVORA
OBRAS DE REHABILITACIÓN DEL CONVENTO DE SANTA CLARA DE ESTEPA
GUILLERMO PAVÓN TORREJÓN
RESTAURACIÓN DE LA IGLESIA DEL ANTIGUO CONVENTO DE SANTO DOMINGO DE OSUNA
JOSÉ DELGADO HERRERA
CULTO Y CULTURA: EL ESPÍRITU DE LA RESTAURACIÓN DE LA IGLESIA DE SAN AGUSTÍN DE CORDOBA
MARINA RUIZ GUTIÉRREZ
86
94
98
100
105
107
112
115
FILOSOFÍA
PENSAR LA OBRA DE ARTE
ISABEL AÍSA
119
ETNOGRAFÍA
LAS FOTOGRAFÍAS DE INTERÉS ETNOGRÁFICO EN LOS ÁLBUMES DE LA MISIÓN ARQUEOLÓGICA FRANCESA DE 1903
FERMÍN SEÑO ASENCIO
122
VIAJES
REFLEXIONES DEL VIAJE A SIRIA- JORDANIA
JOSÉ MARÍA MALO ARAGÓN
VIAJE DEL VERANO A ESCOCIA
JOSÉ MARIA LÓPEZ PUERTA
CUADERNO DE VIAJES: EL CEMENTERIO DEL BOSQUE EN ESTOCOLMO, EL PAISAJE Y LA MEMORIA
SALVADOR CEJUDO RAMOS
129
130
132
ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA; SANTA CATALINA, DEL RETABLO DE LA VIRGEN DE LA VICTORIA, DE JUAN BAUTISTA AMIENS, S. XVI (FOTO C.J.SÁNCHEZ).
CUADERNOS DE LOS AMIGOS DE LOS MUSEOS DE OSUNA, N.º 12 ||2010
1
Quizás el más sorprendente e impactante es Vuelo de Brujos. Tres hechiceros vuelan en una noche cerrada. Entre los
todos sostienen a un hombre al que están devorando. El grupo está iluminado con una gran fuerza dramática contrastando con el negro del cielo. Bajo ellos dos personas se cubren
para no contemplar el espanto que ocurre sobre sus cabezas;
uno sigue andando, tapándose con un manto blanco y hace
una señal con las manos para conjurar el mal, otro, a su lado
se tira al suelo y se tapa los oídos para no escuchar los alaridos que caen desde lo alto. En la esquina inferior derecha,
casi surgiendo de las tinieblas un burro contempla la escena.
Posiblemente, se trata del Diablo, transÝgurado en una de sus
formas animales, contemplando como sus discípulos actúan
según sus dictámenes.
.
FRANCISCO DE GOYA. VUELO DE BRUJOS. MADRID. MUSEO DEL PRADO.
Bibliografía
BOZAL, Valeriano: Francisco Goya, vida y obra, Madrid, 2005, 2 vols.
D’ORS FÜHRER: Carlos, y Carlos Morales Marín, Los genios de la pintura:
Francisco de Goya, Madrid, Sarpe, 1990.
GLENDINNING, Nigel: Francisco de Goya, Madrid, Cuadernos de Historia 16 (col. «El arte y sus creadores», nº 30), 1993.
HUGHES, Robert: Goya. Barcelona, 2004.
TRIADÓ TUR, Juan Ramón: Goya, Barcelona, Susaeta, 2000.
EL PRIMER NOMBRE DE OSUNA
FUE ÍBERO
Por
JUAN COLLADO CAÑAS
Licenciado en Filología Inglesa (Universidad de Granada)
I.E.S. “Sierra Sur” (Osuna)
P
uede que el título elegido para esta contribución parezca
demasiado evidente a muchos. La experiencia nos dice,
sin embargo, que son numerosas las ocasiones en las que
desafortunadamente damos por hecho algo que creemos que
es evidente, de manera que terminamos no prestando atención
a detalles que en realidad son importantes. Por eso es por lo
que las cosas que deberían resultarnos fáciles de captar, muchas veces son las que pasan más desapercibidas.
No es fácil llegar a asimilar realmente la aÝrmación que viene expresada en el título. De hecho, en la documentación que
he consultado con objeto de investigar el nombre originario de
Osuna, he podido ver numerosos ejemplos de lo que podríamos llamar actitud reacia a admitir que fueron los íberos, y no
los romanos, los que dieron el primer nombre a Osuna.
En la década de los ochenta apareció en el periódico El
Paleto 2ª Época un artículo Ýrmado por Manuel Cubero
Urbano,1 en el que se comenzaba advirtiendo al lector del
escándalo lingüístico que iba a provocar dando a conocer
una nueva propuesta acerca del nombre ibérico prerromano
de Osuna. Sin embargo, lo escandaloso no era que se decidiera a hacer una crítica de la versión según la cual Osuna
signiÝca “sitio de osos”, sino que no se atreviera a dejar el
latín aparte en este asunto. Después de observar que la forma Urso contiene el grupo consonántico <RS> que, según el
autor, alterna a veces con el grupo <RT> formando palabras
cuyo signiÝcado se relaciona con “elevación” o “altura” (por
ejemplo, “norte” o “arte”), propone que el topónimo originario de la población habría tenido ese signiÝcado (puesto que
Osuna ocupa una situación elevada) y, por tanto, tendría un
origen compartido con palabras como ARS-ARTIS, del latín.
Este lapsus puede que tenga viso de ser, efectivamente, un
escándalo lingüístico, pero además es un error demasiado evidente, debido al hecho de asignarle un origen común al íbero
y al latín. Desde hace siglos se sabe que el latín es una lengua
de origen indoeuropeo, mientras que el íbero, al igual que el
vasco, es de origen pre-indoeuropeo. Si queremos aÝrmar que
el primer nombre de Osuna fue íbero, entonces tendremos que
tener bien presente un detalle fundamental como este.
Desde que en el colegio empezamos a adquirir nuestros
primeros conocimientos de historia, resulta llamativo el énfasis que se hace en los siglos de la presencia romana en la
península, en perjuicio de ese otro período de tiempo mucho
mayor en el que los íberos estaban presentes en gran parte de
lo que ahora es España y Portugal.
El desconocimiento de nuestro pasado ha favorecido la
propagación de ideas que, además de ser inexactas, hacen
pensar a la gente que, se estudie el período histórico que se
estudie, siempre va a destacar por encima de lo demás el protagonismo de Roma. Esta idea ha ido calando poco a poco en
la cultura popular, de modo que de vez en cuando escuchamos decir frases tales como: “Todos los caminos conducen a
Roma”. Pues bien, en el caso del camino que hemos emprendido para intentar conocer el primer nombre de Osuna, podemos tener la seguridad de que no vamos a terminar en Roma.
El artículo que acabo de comentar, publicado en el periódico El Paleto, no es ni mucho menos el único ejemplo de esa
pérdida de objetividad que se observa en muchas intervenciones, tanto dentro como fuera de los ámbitos académicos.
No hace mucho decidí realizar una visita al Museo
1
CUBERO URBANO, M. (Diciembre 1982): artículo publicado en la sección “Pequeño diccionario”, El Paleto 2ª Época, nº 32, p. 16.
CUADERNOS DE LOS AMIGOS DE LOS MUSEOS DE OSUNA, N.º 12 ||2010
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Arqueológico de Écija. Cuando llegué, me di cuenta de que
lo había hecho en un momento muy oportuno. Resulta que
precisamente en ese instante el tema que ocupaba la atención
del director de dicho museo no era otro que el de la incautación de un supuesto bajorrelieve íbero con inscripción que,
según la versión de los falsiÝcadores, había sido hallado cerca de Osuna. Lo que me resultó verdaderamente llamativo
fue el asunto de la inscripción. Los autores de la falsiÝcación habían escrito el nombre de la población con caracteres
íberos creyendo que la pieza resultaría más genuina de esa
manera, cuando en realidad lo que habían conseguido era delatarse a través de un detalle más.
¿Por qué? Pues simplemente porque también se habían dejado llevar por esa especie de atracción de la que parece gozar
todo lo romano en detrimento de lo que pueda ser autóctono.
Lo lógico es que hubiesen escrito un posible nombre íbero
de Osuna, aunque fuera inexacto, pero habían demostrado
falta de imaginación optando por transcribir al íbero la forma
romana Urso. Todo un ejemplo de incoherencia histórica.
¿Acaso los pobladores íberos de Osuna no tenían una palabra propia durante los muchos siglos que habitaron la ciudad? ¿Acaso estaban esperando a que llegaran los conquistadores romanos para que estos le dijeran por Ýn cuál era el
nombre de la ciudad en la que habían estado viviendo?
En cuanto al objetivo que nos hemos marcado, ¿existe alguna posibilidad de que algún día conozcamos el topónimo
íbero? Para conocerlo, de lo primero de lo que nos debemos
olvidar es de la forma y del signiÝcado de la palabra Urso.
En relación a la búsqueda que hemos decidido realizar, debe
quedar claro que dicha palabra no tiene ninguna relación de
signiÝcado con el topónimo íbero original, a pesar de que la
tradición nos haya querido hacer ver lo contrario.
Son curiosas las palabras que el autor local Antonio Ortiz
Barrera utiliza en la página 14 de su libro Las monedas de
Urso,2 puesto que, al tratar el tema que nos ocupa, expresa
claramente el sentir general diciendo que acepta como buenos los razonamientos que vinculan el origen de la palabra a
la presencia de osos y que, además, ve diÝcultad en saber lo
que sucedió en la sombra de la Prehistoria.
La palabra clave aquí es “diÝcultad”. Ya dije al principio
que a veces lo que es demasiado sencillo lo percibimos como
difícil. Sobre todo, si la tradición se ha encargado de ir dirigiendo la opinión de la gente. Cuando estamos convencidos
de la diÝcultad de algo, ese convencimiento hace que todo
sea incluso más difícil. Voy a poner un ejemplo para que esta
idea se pueda comprender mejor.
Imaginemos que una persona, sujetando con descuido la
llave de su casa en la mano, se dirige a nosotros diciendo que
no puede abrir la puerta porque ha perdido la llave. ¿Cómo
reaccionaríamos en ese caso? Le haríamos saber que la tiene
en la mano, y que había cometido un error pensando que la
había perdido.
Este ejemplo trata de ilustrar lo que a veces nos ocurre en
relación a lo que podríamos llamar “diÝcultad imaginaria”.
En ocasiones somos incapaces de darnos cuenta de que la
solución de algo que nos preocupa es mucho más sencilla de
lo que parece. En esos casos se puede decir que la diÝcultad
es Ýcticia, y no real.
Volviendo a utilizar la imagen de la llave, pensemos en
aquello para lo que nos puede servir. Con ella podemos pasar
a otro lugar. Sin ella nos quedamos en el mismo sitio. Esa es
la razón por la que resulta necesario conocer el primer nombre de Osuna, porque una vez que lo conozcamos vamos a
poder tener acceso a muchas otras cosas que durante más de
dos mil años han estado ocultas.
¿De verdad queremos saber el nombre originario de
Osuna? Lo primero que tenemos que hacer es mirar con atención la palabra Ursao, por ser la que más en contacto está con
el topónimo original. Respecto a ella, también Ortiz Barrera
en esa misma página 14 que acabo de citar, aÝrma que es la
2
Ortiz Barrera, A. (1987): Las monedas de Urso, Osuna.
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palabra más antigua que conocemos. Es llamativo que en la
siguiente línea hable de la imposibilidad de conocer el término prerromano, justo después de haberlo dicho casi con total
exactitud.
¿Por qué he llegado a la conclusión de que la palabra íbera
es muy parecida, por no decir casi igual, a la primera que
usan los romanos? Principalmente por dos razones:
1º- No tiene sentido que la primera palabra usada carezca
de signiÝcado para los recién llegados, a no ser que lo que
estén haciendo sea respetar la que ellos encuentran.
2º- Si el nombre Ursao no signiÝca oso, entonces queda desmontada por completo la versión según la cual, a su llegada, los romanos quisieron llamarle a Osuna “sitio de osos”.
La segunda razón nos anima a su vez a seguir intentando
buscar algún otro signiÝcado distinto al que nos ha venido
diciendo la tradición. Hemos dicho que entre la palabra Ursao y la que le precede inmediatamente en el tiempo apenas
había diferencia en la forma. Como el íbero era un idioma
completamente diferente, el signiÝcado que tuviera esa otra
palabra parecida a Ursao no lo conocemos por ahora. Para
poder hacerlo, primero tenemos que dar con su forma exacta,
luego tenemos que contar con la ayuda de algún idioma que
sea semejante al íbero, pero que disponga de diccionario, con
objeto de poder localizar en él su signiÝcado. Por experiencia
sabemos que muchas palabras de la antigüedad han sobrevivido al paso del tiempo, posiblemente con la misma forma y
signiÝcado, y así es como las encontramos en diccionarios
actuales que pertenecen, o bien a la variante moderna de ese
mismo idioma antiguo, o bien a alguna otra lengua que hubiera recogido y mantenido en uso dichas palabras hasta la
época presente.
En cualquier caso, la deÝnición que encontremos en el
diccionario debemos someterla a prueba. No vale cualquier
signiÝcado, puesto que no estamos hablando de cualquier palabra, sino de un topónimo.
Los topónimos representan un conjunto de palabras bastante bien delimitado dentro del total del vocabulario de un
idioma. Se caracterizan por lo siguiente:
1º- Muchos de ellos vienen a ser la agrupación de dos o más
formantes.
Algunos ejemplos son: Carmo (Car-mo, la actual Carmona), Ostippo (Ost-ippo, la actual Estepa), Ostur (Ostur, la actual Manzanilla, enla provincia de Huelva), Urci
(Ur-ci, en la cuenca baja del ríoAlmanzora, en la provincia
de Almería), Urgau (Ur-ga-u, la actualArjona, en Jaén),
Baikor (Bai-kor, la actual Bailén), Baitis (Bai-tis, río Guadalquivir), Bainis (Bai-nis, río Miño).
2º- El número de formantes que un idioma suele utilizar es
relativamente reducido, razón por la cual los nombres de
lugares presentan bastante semejanza o incluso se repiten.
Esto lo vemos claro en casos como Iliberri (posteriormente llamada Elvira, situada en las cercanías de Granada, que
compartía nombre con una ciudad del sur de Francia cercana a Perpiñán), o bien el caso de Bursau (la actual Borja,
en la provincia de Zaragoza) y la Bursau Bética (que debió
estar en la provincia de Córdoba, a juzgar por el testimonio
que nos ha dejado el autor del Bellum Hispaniense, que
la nombra junto a otras ciudades cordobesas atacadas por
Julio César en el transcurso de su enfrentamiento contra
Pompeyo).
3º- El hecho de que la cantidad de formantes se sitúe más o
menos dentro de un límite es lo que determina la tercera
característica, que es la poca variedad relativa que observamos en los signiÝcados de los topónimos. En muchos
de ellos uno de los formantes está destinado a indicar el
tipo de población (es decir, si se trata de una aldea, ciudad,
poblado fortiÝcado...), mientras que el otro se dedica a señalar algún elemento natural del entorno. Es lo que ocurre
en el caso de Castrodel Río. Si preferimos un nombre de
época prerromana pensemos,por ejemplo, en Ipolka (la
CUADERNOS DE LOS AMIGOS DE LOS MUSEOS DE OSUNA, N.º 12 ||2010
actual Porcuna, en Jaén), palabra formadapor Ip- (ciudad)
y –olka (vega), por lo que su traducción correcta es“Ciudad
de la Vega”.
4º- Al observar los topónimos que aparecen en cualquier
mapa, se percibe la preferencia que los antiguos siempre
han mostrado por el uso de determinadas palabras en perjuicio de otras. Las que presentan mayor frecuencia de uso
son las que poseen mayor valor toponímico.
Este aspecto hay que tenerlo en cuenta a la hora de realizar una propuesta más o menos coherente en relación con
algún topónimo antiguo del cual no haya quedado ningún
testimonio genuino, como es el caso de Osuna.
Después de realizar una búsqueda bastante exhaustiva acerca de las propuestas publicadas en relación a dicho topónimo,
debo decir que, sorprendentemente, pueden contarse con los
dedos de una mano. Una de ellas ha sido ofrecida por el profesor de Latín y Griego Santiago Pérez Orozco,3 del Centro
de Alto Rendimiento de Sant Cugat del Vallés (Barcelona).
Según él, la palabra prerromana para Osuna está basada en
un equivalente del vasco Urzo/Uso, que signiÝca “paloma”,
más una terminación que consiste en el suÝjo -*wo. Para llegar a esta conclusión toma como punto de partida la lectura
que tradicionalmente se ha hecho del topónimo que aparece
en una serie de monedas de época cartaginesa encontradas en
Itálica, Carteia y Lucena. Algunos autores han sugerido que
habrían sido acuñadas en Osuna, pero actualmente se está a
la espera de algunas otras evidencias que así lo demuestren.
Considero que en la propuesta que acabamos de ver hay un
error de base motivado por una posible lectura equivocada de
la sibilante del topónimo. Si se hiciera un estudio más detallado de dicho aspecto, quizás la página del diccionario a la que
llegáramos sería diferente. Después de admitir como válida la
lectura tradicional, el profesor Pérez Orozco se dirige, quizás
dejándose llevar también por la atracción de la que hablábamos antes, a una palabra que es casi idéntica a la latina Urso.
Sin embargo, el tomar esta opción hace que los siguientes aspectos no queden explicados de manera convincente:
1º- La palabra “paloma”, tal como he comentado más arriba,
tiene el inconveniente de no poseer apenas valor toponímico.
2º- No queda claro por qué precisamente ese término es adecuado para nombrar una población como Osuna.
3º- Si los romanos hubieran encontrado a su llegada una palabra tan parecida a Urso, seguramente no habrían dudado
en usarla desde un principio, en lugar de inclinarse por la
forma Ursao.
Para poder conocer el nombre íbero de Osuna, tan importante es saber qué camino tomar como qué camino no tomar.
En la reÞexión que he hecho hasta ahora me he centrado en
esto último. He considerado conveniente enfatizar todo lo
que tendría que tenerse en cuenta en orden a dar un buen primer paso, pues de eso depende el éxito del segundo. Cuando
he hablado acerca de las características que suelen presentar
los topónimos, lo he hecho queriendo facilitar las características de ese contexto toponímico dentro del cual debe encontrarse la palabra que buscamos. Si hacemos nuestro este punto de vista, y no el tradicional, entonces posiblemente pierda
su importancia en este asunto la palabra Urso y nos demos
cuenta de que es mucho más correcto dirigir la atención hacia
topónimos íberos tales como Urgau y Bursau, porque, a Ýn
de cuentas, el primer nombre de Osuna fue íbero... ¿o acaso
nos habíamos olvidado de ello?
RODRÍGUEZ MARÍN Y SU RELACIÓN
CON PERSONAJES DESTACADOS
DE SU ÉPOCA
1
Por
JOSÉ MANUEL RAMÍREZ OLID
Catdrático de Historia
A
bierto, comunicativo, simpático, de conversación
amena y chispeante, Francisco Rodríguez Marín fue
el paradigma de la persona fácil para entablar relaciones y, en consecuencia, siempre rodeada de amigos. En esto
nada tiene que ver con el erudito sumido en su mundo y aislado de su entorno. Su personalidad atractiva y atrayente le deparó muchísimas amistades desde su infancia hasta después
de su muerte, porque sus allegados crearon una asociación
denominada “Amigos de Rodríguez Marín”, que ha durado
hasta la desaparición de los últimos que tuvieron relaciones
personales con él. Esta capacidad para trabar amistades le
llevó, cuando estudiaba Derecho en Sevilla, a formar parte de
los círculos literarios de la ciudad y relacionarse con lo más
destacado de la intelectualidad sevillana: Machado Álvarez,
Hazaña y de la Rúa, Luis Montoto, Lasso de la Vega, Mas y
Prat, etc.
Con la vocación totalmente deÝnida, la literatura en sus
más variados aspectos, desde el creativo hasta la investigación histórica pasando por la recopilación de carácter folklorista, Rodríguez Marín es consciente de su exigua preparación en una Sevilla que no andaba sobrada de maestros que
pusieran al día en los aspectos gramaticales, Ýlológicos, etc.,
a un recién licenciado en Derecho.
La oportunidad llega en la primavera de 1880. El sabio hebraísta Antonio Mª García Blanco Ýja su residencia en Sevilla, después de haberse jubilado de su cátedra de hebreo de
la Universidad de Madrid. Los intelectuales krausistas sevillanos lo acogen con júbilo, especialmente Antonio Machado
Álvarez, que le presenta a varios jóvenes con inquietudes entre los que se encuentra Francisco Rodríguez Marín, a quien
le une un origen común.
Empieza una sólida amistad con los componentes indispensables para que esta sobreviva: a la reciprocidad de sentimientos, inquietudes, aÝciones, se une el interés mutuo.
Los dos se interesan, los dos se necesitan. Rodríguez Marín
a García Blanco para que ejerza sobre él el magisterio deseado; García Blanco a Rodríguez Marín, porque ve en él al
discípulo que nunca había tenido y tanta falta le hacía, para
que continuase su obra. Esta reciprocidad de afectos e intereses le llevó a García Blanco a trasladar su residencia a Osuna,
una vez que Rodríguez Marín ya la había Ýjado también. La
compenetración maestro-discípulo dura siete años. Después
vendrían los agravios, los reproches y la ruptura deÝnitiva.2
Menéndez Pelayo, el maestro bondadoso
Sin embargo, la amistad y su condición de discípulo de
García Blanco le servirá para engarzar con el personaje capital de su vida: Marcelino Menéndez y Pelayo. El momento
preciso en el que se conocen, lo desconozco, aunque los orígenes están claros. Menéndez Pelayo solía ir todas las primaveras a Sevilla, donde pasaba dos o tres semanas consultando
la biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, y por las
noches asistía a la tertulia del duque de T´Serclaes, de la que
1
2
3
PÉREZ OROZCO, S. (2009): “Topónimos hispánicos en grafía púnica”,
Estudios de Lengua y Epigrafía Antiguas, nº 9, pp. 251-274.
En noviembre de 2005 se celebró en la Escuela Universitaria de Osuna
un Congreso sobre la Ýgura de Francisco Rodríguez Marín con motivo
del CL aniversario de su nacimiento. Presenté la ponencia que ahora
publico en dos partes, porque circunstancias adversas impidieron que
las actas se editaran.
Cfr. RAMÍREZ OLID, J. M.: “De la ilusión al desengaño: los últimos
años de hebraísta Antonio Mª García Blanco”. Homenaje a D. Antonio
Domínguez Ortiz. Universidad de Granada. Universidad de Granada,
2008, t. III, págs. 733-750
CUADERNOS DE LOS AMIGOS DE LOS MUSEOS DE OSUNA, N.º 12 ||2010
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