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El desarrollo, una categoría colonial

El desarrollo, una categoría colonial Jaime Ornelas Delgado* Aportes, Revista de la Facultad de Economía, BUAP, Año XVII, Número 45, Mayo - Agosto de 2012 En este artículo se revisa el desarrollo como categoría teórica-práctica, hoy en desuso, a partir de autores metropolitanos como Joseph Schumpeter, Arthur Lewis, Gunnar Myrdal, Lauchlin Currie; más adelante se analiza al desarrollo como modernización con Rostow, para pasar a la propuesta keynesiana con Nicholas Kaldor. Además, se revisa el término desarrollo en tanto categoría colonial en autores como Arthur Lewis, Samuel Huntington, Theotonio Dos Santos, Walter Goncalves y Edgardo Lander. El autor reconoce que el tiempo histórico no es lineal y que no existe posibilidad histórica de que nuestras sociedades sigan el camino de las naciones hoy consideradas desarrolladas; por lo tanto, corresponde a los pueblos de América Latina construir una teoría que exprese nuestras realidades, recoja las formulaciones teóricas forjadas a lo largo de la historia latinoamericana, así como sus luchas y anhelos históricos y ofrezca una ruta legítima para construir una sociedad igualitaria, incluyente, fraterna, solidaria y democrática. The development of a colonial category This article reviews the development as a theoretical-practical category, now in disuse, from Metropolitan authors such as Joseph Schumpeter, Arthur Lewis, Gunnar Myrdal, Lauchlin Currie; it will be analyzed the development as modernization with Rostow, to pass to the Keynesian proposal with Nicholas Kaldor. In addition, the term development in both colonial category in authors such as Arthur Lewis, Samuel Huntington, Theotônio Dos Santos, Walter Gonçalves and Edgardo Lander is reviewed. The author recognizes that historical time is not linear and there is historic opportunity that our societies will continue the path of developed of the nations considered as developed; therefore, corresponds to the peoples of Latin America to build a theory that expresses our realities, collect theoretical formulations forged throughout Latin American history, as well as their struggles and historical aspirations and offered a legitimate route to build an egalitarian, inclusive, fraternal, solidarity and democratic society. * Doctor en Urbanismo por la UNAM. Profesor investigador, Titular C de tiempo completo, en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias sobre Desarrollo Regional (CIISDER) de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Editorialista de La Jornada de Oriente, diario regional Puebla–Tlaxcala. [ 41 ] 42 JAIME ORNELAS DELGADO La descolonización realmente es creación de hombres nuevos. Pero esta creación no recibe su legitimidad de ninguna potencia sobrenatural: la ‘cosa’ colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera. Frantz Fanon. Los condenados de la Tierra. El conocimiento social en América Latina se ha producido, fundamentalmente, en el ámbito del conflicto político, de ahí que su producción haya estado marcada siempre por la necesidad de pensar, comprender y explicar las múltiples, complejas y contradictorias determinantes de los procesos de transformación económica, política y social en cada momento de su historia. El desarrollo, como concepto utilizado para expresar y medir el crecimiento de la economía, no es la excepción en tanto surge en el contexto de la «guerra fría», y aunque fue propuesto en sus inicios por los teóricos de los países metropolitanos adquirió carta de naturalización en América Latina como parte de los instrumentos diseñados para ofrecer una alternativa al socialismo. Desde su aparición, el contenido del desarrollo suscitó un intenso debate pues su conceptualización mostraba ciertas limitaciones; una de ellas, quizá la más importante, era entenderlo sólo como crecimiento del producto interno bruto per cápita (PIBpc) en los límites del capitalismo, lo cual significaba mantener las estructuras de desigualdad y exclusión social características de este modo de producción. Si bien el desarrollo, identificado con el crecimiento económico, mantuvo su vigencia en las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, al mediar la década de 1970, con el advenimiento del neoliberalismo el tema del desarrollo fue retirado de la agenda de las preocupaciones nacionales e internacionales y reemplazado por las que traía consigo la inserción de la economía en la globalización, la competitividad y el mercado. Al iniciarse, sin embargo, el siglo XXI el evidente fracaso en buena parte del mundo, y particularmente en América Latina, de la economía basada en el mercado autorregulado trajo de nueva cuenta a la agenda nacional e internacional los problemas del desarrollo, aunque se pone en duda si su reduc- EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL ción al crecimiento del PIBpc sea suficiente como para superar la condición dependiente de nuestras naciones. Hoy, los problemas involucrados en el desarrollo, y el concepto mismo, deben enfrentarse críticamente si se pretende construir caminos ajenos al neoliberalismo y superar los seculares problemas estructurales que han hecho de América Latina una de las regiones más desiguales del mundo.1 En el propósito de revisar el desarrollo como categoría teórica-práctica, resulta indispensable el análisis y reflexión, así sea de manera breve, de las condiciones históricas 1 De acuerdo con información proveniente del Banco Mundial: «Desde que se dispone de datos sobre los niveles de vida, América Latina y el Caribe se encuentran entre las regiones del mundo que presentan la mayor desigualdad. Con excepción de la parte de África ubicada al sur de Sahara; esto es válido respecto de casi todos los indicadores, desde los ingresos o gastos en consumo hasta la mayoría de los resultados de salud y educación» (Banco Mundial, 2003). En América Latina, la décima parte más rica de la población percibe el 48% del ingreso total, la décima parte más pobre sólo recibe 1.6%; en cambio, en los países desarrollados, la décima parte superior recibe 29.1% del ingreso total, en comparación con el 2.5% de la décima parte inferior» (Cetré, 2006: 35). Un estudio reciente de la CEPAL, concluye lo siguiente: «La región de América Latina y el Caribe es pródiga en desigualdades. El indicador agregado de distribución del ingreso es útil no sólo porque habla con elocuencia de las brechas que atraviesan la región, sino también porque detrás de las brechas de ingreso, o en ellas, se plasman brechas que se refuerzan entre sí, cual círculo vicioso. Por una parte, las brechas en materia de educación y conocimiento lo son en materia de desarrollo humano y por ello no solo la educación es vital, sino también la nutrición, la salud preventiva y la capacitación. Las brechas en el conocimiento son brechas en el ejercicio positivo de la libertad, entendida como conjunto de capacidades para llevar adelante proyectos de vida. En la región 43 de su aparición como propuesta de diversas corrientes de pensamiento económico, como la neoclásica. Se trata de hacer la crítica del desarrollo desde la Economía Política y contribuir a la construcción de una visión de ese proceso distinta a la hegemónica y superar el presente neoliberal que tantas calamidades ha traído a nuestras naciones.2 Antecedentes del desarrollo Durante algún tiempo, antes y después de la crisis general del capitalismo de 1929–1933, el monopolio de las explicaciones no sólo de lo que ocurría en América Latina sino aun de lo que debía ocurrir en su porvenir, lo mantuvieron las teorías elaboradas fuera de la región. En ese momento economistas de diversas corrientes anglosajonas —aunque fundamentalmente los afiliados a las escuelas neoclásica y keynesiana—, ejercieron una fuerte influencia en el pensamiento económico latinoamericano proponiendo, apenas concluida la Segunda Guerra Mundial, centrar el estudio en los problemas del desarrollo y el crecimiento de nuestros países. Economistas tan diversos como Joseph completar la secundaria es la norma entre jóvenes del quinto quintil y la excepción entre jóvenes del primer quintil. Si se requiere la secundaria completa para acceder a opciones laborales que permitan romper la reproducción intergeneracional de la pobreza, esta brecha educativa perpetúa la desigualdad a lo largo de la vida y entre generaciones« (CEPAL, 2010: 46). 2 Entre las consecuencias económicas y sociales del neoliberalismo en América Latina, podemos mencionar las siguientes: el Producto Interno Bruto (PIB) por habitante creció en la región únicamente 1.1% en promedio anual entre 1990 y 2005, tasa bajísima que con la década perdida de 1980 acumula 44 A. Schumpeter (1912 y 1958), Arthur Lewis (1955), Gunnar Myrdal (1957), Nicholas Kaldor (1961) o Lauchlin Currie (1966), por citar algunos autores conocidos en América Latina, se propusieron analizar los problemas esenciales del desarrollo, al que en general y con variantes menores, identificaron exclusivamente con el crecimiento del valor de la producción económica per cápita, hecho que para los economistas neoclásicos suponía la ocupación plena de los factores en un mercado en equilibrio permanente. La orientación de los economistas neoclásicos por comprender el desarrollo como un proceso restringido al crecimiento del PIBpc, es decir como un proceso estrictamente económico, se convirtió en el punto de ruptura y diferenciación con la escuela clásica, para la cual, en palabras de David Ricardo: «El problema principal de la Economía política consiste en determinar las leyes que más de un cuarto de siglo de estancamiento económico; en materia social, la población latinoamericana en condiciones de pobreza creció continuamente durante la etapa en que predominaron los gobiernos neoliberales al pasar de 136 millones (40.5% de la población total de la región) en 1980 a 221 millones (44% de la población) en 2002 y sólo a partir de ese año empezó a disminuir en términos absolutos y relativos la población en situación de pobreza al bajar a 217 millones de personas (42% de la población total) en 2004 y a 209 millones (39.8% de la población latinoamericana) en 2005 (CEPAL, 2007). Sin embargo, por efecto de la crisis la CEPAL proyectó que de 2008 a 2009 las personas en pobreza habrían pasado del 33% al 34.1%, mientras que la indigencia habría aumentado de 12.9% a 13.7%. «Esto se traduciría en nueve millones más de personas en situación de pobreza en 2009, lo que incluye un aumento de cinco millones de personas en situación de indigencia« (CEPAL, 2010: 20). JAIME ORNELAS DELGADO regulan» la distribución de la producción entre las tres clases integrantes de la sociedad: los propietarios de la tierra, los del capital y los trabajadores (Ricardo, 1817/ 1959: XVII). Sin embargo, la corriente neoclásica, cuya influencia crece en el mundo occidental en el último tercio del siglo XIX y sufre su primer descalabro cuando fue incapaz de prever y luego ofrecer alguna explicación válida y convincente sobre la crisis general de 1929–1933, tuvo como peculiaridad la construcción de un conjunto de instrumentos analíticos basados en los postulados teóricos de la economía clásica, sólo que ahora empleados para abordar aspectos parciales del sistema económico; en realidad, los economistas neoclásicos poco aportaron a las ideas elaboradas por sus predecesores acerca del funcionamiento del sistema económico, al que aceptaban como un dato y analizaban una de sus partes, el mercado y su racionalidad, con el viejo instrumental heredado de los economistas clásicos. Incluso, desde su aparición, la escuela neoclásica ha venido repitiendo una tautología convertida en verdad absoluta para todos los tiempos: «El precio de mercado es racional si surge en un mercado competitivo y existe un mercado competitivo si los precios son precios de mercado» (Hinkelammert, 1997: 13). El mercado se convierte, así, en el mecanismo más eficiente para la asignación de los recursos productivos y la formación de los precios. Uno de los postulados fundamentales de la doctrina neoclásica, es la persistencia en el mercado de un equilibrio estable de mane- EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL ra permanente siempre y cuando se dejen funcionar libremente a las fuerzas del mercado, cuyo funcionamiento autorregulado se considera como la más alta expresión de racionalidad económica. Desde entonces, la visión neoclásica de la teoría del equilibrio general dominó el pensamiento económico y «Los sucesivos desarrollos tomaron la forma de mejoras o de críticas a la teoría del equilibrio», pero nunca pasaron de ahí (Napoleoni, 1982: 11). Los disturbios que alteran el equilibrio del mercado provienen siempre de variables circunstanciales y externas a él, pero cuando estos disturbios ocurren: «El sistema pone en juego mecanismos que espontáneamente le permiten volver al equilibrio, o sea, estamos en presencia de un mecanismo homeostático» (Valenzuela, 2009: 5). Sin embargo, este mecanismo se dificulta, y llega a impedirse, en la medida que el Estado persiste en su política intervencionista que termina por destruir la libre competencia. En consecuencia, para funcionar libremente y autorregularse, además de la no intervención del Estado, el mercado requiere del cumplimiento de tres supuestos sine qua non: i) Ningún vendedor o comprador puede influir en el precio; ii) la mercancía producida y vendida es homogénea, de ahí la existencia de un conocimiento pleno del mercado; iii) El acceso y la salida al mercado está libre de restricciones, esto es: existe movilidad perfecta de los factores de la producción (Ferguson, 1967: 485). En la realidad estos postulados resultan imposibles de ocurrir y nada hace suponer que algún día podría cumplirse la fantasía 45 del libre funcionamiento del mercado, pues su realización tiene exigencias alejadas de la realidad económica. Metodológicamente, la propuesta del equilibrio estable invierte el proceso de construcción del conocimiento en tanto pretende someter la realidad concreta a la lógica del razonamiento, lo cual la hace incapaz de explicar científicamente la realidad económica, en particular las crisis periódicas del capitalismo, y sobre todo para hacer una propuesta viable de desarrollo para los países de la periferia capitalista. Por estas razones, cuando el capitalismo sufrió la crisis general más severa hasta entonces conocida (1929–1933), la teoría neoclásica nada pudo explicar pues al poner el acento en el estudio exclusivo del consumidor y la empresa individual, poco podía aportar al conocimiento de los orígenes de la crisis y sus causas —inexplicables en un mercado permanentemente en equilibrio— , ni las posibilidades de acción del aparato gubernamental para paliar los efectos de las crisis o acortar las fases recesivas del ciclo y contribuir a garantizar el proceso de acumulación de capital. Las primeras propuestas de desarrollo El primer economista que habló del desenvolvimiento económico, fue Joseph A. Schumpeter, teórico de la democracia liberal y destacado economista neoclásico, quien en 1912 publica su libro Teoría del desenvolvimiento económico, donde consideraba a éste como mero «progreso económico» y al empresario como el agente promotor de dicho progreso (Ekelund y Hébert, 1992: 603). 46 Para Schumpeter, como para los economistas neoclásicos, el desarrollo es un asunto meramente económico y no social, hechos que considera distintos: «Los hechos sociales, dice Schumpeter, son, al menos de inmediato, resultado de la conducta humana; los económicos, de la conducta económica […] que tiene por objeto la adquisición de bienes mediante cambio o producción» (Schumpeter, 1912/1967: 17). De ahí, concluye que siendo el desenvolvimiento un hecho económico, se aleja de la esfera de lo social. Para Schumpeter, la identidad entre el crecimiento económico y el desarrollo o «progreso económico» como lo llamaba, ni siquiera merecía discutirse y en su artículo Problemas teóricos del desarrollo económico, publicado en 1958, advierte lo siguiente: «Hablo de desarrollo económico durante cualquier periodo determinado si la tendencia de los valores de un índice per cápita de la producción total de bienes y servicios se ha incrementado durante ese periodo» (Schumpeter, 1958/1970: 91). Con esta definición economicista y positivista, Schumpeter al tiempo de ofrecer una concepción del desarrollo resuelve el problema derivado, sin duda, de la exigencia característica de la escuela neoclásica de medirlo todo. En este caso, Schumpeter encuentra la solución recurriendo al seguimiento del comportamiento del PIBpc en un periodo determinado y concluye: sólo cuando ese comportamiento es positivo se puede hablar de desarrollo. Después de la Segunda Guerra Mundial, los teóricos metropolitanos comenzaron a proponer a las naciones de la periferia capi- JAIME ORNELAS DELGADO talista el abandono de su situación de subdesarrollo y avanzar en la modernización de su economía al «estilo de Occidente.» En este contexto, Arthur Lewis, economista de corte neoclásico, a mediados de la década de 1950 publicó su obra Teoría del desarrollo económico, en la cual desde el primer capítulo deja expuesta su visión del desarrollo, que si bien reconocía la importancia de la distribución, enfatiza los problemas del crecimiento: El tema de este libro es el crecimiento de la producción por habitante. Lo que sigue no depende de las definiciones previas de esos términos, aunque puede ser útil hacer algún comentario acerca de su significado. En primer lugar, deberá notarse que nuestro tema es el crecimiento y no la distribución. Es posible que crezca la producción y, sin embargo, que la masa del pueblo se empobrezca. Tendremos que considerar la relación entre el crecimiento y la distribución de la producción, pero nuestro interés primordial estriba en analizar el crecimiento y no la distribución (Lewis, 1955/1963: 9). Convertido el crecimiento en el problema nodal del desarrollo, los economistas de las metrópolis al abordar el subdesarrollo colocaban en el centro de sus preocupaciones analíticas los obstáculos que era necesario remover para permitir a los países subdesarrollados crecer económicamente, con lo que se empezó a comprender como uno solo el desarrollo y el aumento de la producción en un lapso determinado. Con ese mismo enfoque, Gunnar Myrdal propuso a las naciones de la periferia supe- EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL rar la idea de ser «economías atrasadas», concepción «completamente estática», para sustituirla por el desarrollo, que Myrdal proponía entender «como una teoría dinámica para impulsar y sostener el progreso económico y hacer buenos los supuestos de la democracia social» (Myrdal, 1957/1979: 136 y 137). Otro economista neoclásico, Lauchlin Currie, sintetiza lo que a su parecer son las diversas formas mediante las cuales se puede estudiar el desarrollo, todas ellas vinculadas al crecimiento, sin considerar los aspectos referidos a la distribución, para concluir aceptando que la preocupación central de su obra es averiguar como acelerar el crecimiento. Dice Currie: 47 economistas de corte neoclásico soslayan que el desarrollo es resultado de un proceso de transformación tanto de las relaciones sociales de producción como del modo de distribución de la riqueza, condiciones que requieren y exigen la creciente participación social. Es posible estudiar el problema del desarrollo desde varios ángulos. El primero consiste en considerar cómo y por qué empieza el crecimiento. El segundo, que ha ocupado a los historiadores económicos, consiste en explicar el nivel de crecimiento a que se ha llegado, lo que constituye un ejercicio histórico y analítico. El tercero, que ha interesado a muchos escritores, consiste en la búsqueda de un patrón congruente de crecimiento que se adapte a muchos casos diferentes [...] Un cuarto enfoque consiste en investigar por qué el crecimiento no ha avanzado más rápidamente, es decir, en elaborar el diagnóstico del problema. El quinto —y la preocupación principal de este libro— consiste en averiguar cómo acelerar el crecimiento (Currie, 1966/1968: 15). El desarrollo como modernización: las etapas del desarrollo de W. W. Rostow Dentro de las propuestas del desarrollo como modernización y en el marco de la escuela neoclásica, ocupa un lugar destacado la obra del economista norteamericano Walt Whitman Rostow, quien en 1960 publicó un libro que marcaría intensamente los debates sobre el desarrollo en América Latina. El título de la obra, Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no–comunista («The Stages of Economic Growth: A non–communist manifesto»), revela sin ambages su propósito y orientación: ofrecer una alternativa de desarrollo dentro del capitalismo a los países subdesarrollados que podían verse atraídos por el socialismo. Según Rostow, el subdesarrollo resulta ser una etapa de desarrollo por la que todas las naciones del mundo han pasado y afirma que la transición del subdesarrollo al desarrollo puede describirse a través de una serie de etapas por la que todos los países han atravesado, o deben atravesar y cuyo punto de partida es la existencia de una sociedad tradicional a partir de la cual se podría iniciar el desarrollo siguiendo las misma y sucesivas etapas que permitieron a las naciones occidentales llegar a la última etapa la de la «sociedad de consumo masivo.» 3 Como se puede observar, en general los 3 Una referencia lejana de la «teoría» del desarrollo de las sociedades por etapas, puede encontrarse 48 La historia de toda sociedad, sostiene Rostow, se desenvuelve por etapas y todos los países del planeta se encuentran en alguna de las siguientes cinco etapas (Rostow, 1960/ 1974: 16 y ss.): 1) La primera etapa es la de la sociedad tradicional, cuya estructura económica está «determinada por funciones de producción limitadas, basadas en la ciencia y en la tecnología prenewtonianas y en actitudes prenewtonianas respecto del mundo físico». En esta etapa predomina la agricultura de subsistencia. 2) La segunda etapa es la de las precondiciones para el despegue. Es ésta una «etapa de transición donde surgen las condiciones previas para el impulso inicial» al desarrollo; 3) La etapa del despegue. Aquí, «algún en Friedrich List, economista alemán que en 1840 publicó su libro Sistema Nacional de Economía Política, donde escribe: «Cuanto más avanzada está la economía, más civilizada y potente es la nación; cuanto más crecen su potencia y su civilización, más se desarrollará la historia económica. He aquí las principales fases que hemos de distinguir en el desarrollo económico de los pueblos: estado salvaje, estado pastoril, estado agrícola, Estado agrícola y manufacturero, estado agrícola, manufacturero y comercial« (List, 1840/1955, p. 11). Más adelante explicaría List la manera como debe transcurrir ese desarrollo apelando a la intervención del Estado: «La historia nos enseña, como naciones dotadas por la Naturaleza de todos los medios necesarios para alcanzar el alto grado de riqueza y poder, pueden y deben, sin entrar en contradicción consigo mismas, modificar su sistema, a medida que ellas progresan. Primero, en efecto, saliendo de un estado de barbarie gracias al libre comercio con naciones más adelantadas, y desarrollando su agricultura; después, estimulando por medio de restricciones la aparición de sus manufacturas, de sus pesquerías, su navegación y su comercio exterior» (List, 1840/1955: 109). JAIME ORNELAS DELGADO sector industrial adquiere un crecimiento diferencial e impulsa el crecimiento de los otros, arrastrando al conjunto de las instituciones sociales y políticas que se ajustan al nuevo nivel de esta aceleración». La industrialización que se apresura, provoca una fuerte migración trabajadores de la agricultura a la industria, del campo a la ciudad. La importancia de las ciudades significa que las actividades económicas y la población se concentran sólo algunas partes del territorio; mientras una o dos actividades manufactureras dominan el conjunto de la producción manufacturera y el nivel de inversión alcanza el 10% del PIB. 4) La cuarta etapa la denomina Rostow tendencia a la madurez y se caracteriza por un largo intervalo de progreso apoyado en la generalización de la tecnología moderna en el conjunto de la actividad económica. La innovación tecnológica alienta la diversificación de la actividad económica y se amplían las oportunidades de inversión. En esta etapa: «De un 10 a un 20% del ingreso nacional se invierte continuamente, lo que permite que la producción sobrepase al aumento de la población». 5) Finalmente, la quinta etapa es la del alto consumo en masa, en la cual, «a su debido tiempo, los sectores principales se mueven hacia los bienes y servicios duraderos de consumo». Los servicios se convierten en el área dominante de la economía y al mismo tiempo, como ha ocurrido en las sociedades occidentales, a través del proceso de democratización política se ha optado por asignar grandes recursos al bienestar y la seguridad sociales. EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL El proceso de tránsito del subdesarrollo al desarrollo, según lo define Rostow, adopta la forma de un crecimiento lineal y ascendente de tipo comteano,4 que se desenvuelve a través de tres fases o estadios históricos: i) el ciclo secular de la acumulación; ii) el ciclo de despegue; y iii) el ciclo de desarrollo auto sostenido. A grandes rasgos, el modelo de Rostow sintetiza los postulados principales de las teorías metropolitanas: a) El subdesarrollo es un estadio, o etapa de tránsito, por la que atraviesan todos los países en un momento de su historia; b) El subdesarrollo consiste esencialmente en la carencia absoluta de recursos, y sobre todo de ahorro, inversión y tecnología; c) En consecuencia, el subdesarrollo está determinado por las bajas tasas de ahorro e inversión por un largo proceso de acumulación que precede al despegue; d) El 4 El sociólogo francés Augusto Comte (1798– 1857), consideraba que al igual que todos los organismos, las sociedades humanas se transforman y desarrollan en sistemas o estadios cada vez más complejos y mejores. El paso de un estadio a otro, si bien provoca crisis en el orden social, forma parte esencial del progreso. Para Comte, la historia se explica a través de tres estadios identificados según como los seres humanos se explican los fenómenos de la realidad: el teológico o ficticio, que es el más primitivo y en el que han vivido todas las sociedades que atribuyen a los dioses todo lo que sucede, es la época de la mitología y las supersticiones; el segundo estadio, el metafísico o abstracto, donde se indaga sobre las causas de los fenómenos pero en vez de acudir a entidades sobrenaturales o imaginadas se elaboran conceptos racionales que justifican el por qué de los acontecimientos, en él las explicaciones se buscan mediante la razón pero a través de teorías abstractas, explicaciones filosóficas surgidas de la inteligencia de los pensadores; y finalmente el tercer estadio, el científico o positivo que es, según Comte, el estadio 49 subdesarrollo se caracteriza por el elevado peso de las actividades primarias; los bajos coeficientes del producto nacional por habitante; la importancia de los productos primarios en las exportaciones y de la agricultura en la ocupación de la población activa. Por otra parte, lo esencial del modelo de Rostow radica en dos cuestiones fundamentales: i) su explicación del subdesarrollo como un problema de estadio histórico por el que atraviesan, necesariamente, todos los países y ii) la definición del desarrollo como el simple efecto de procesos naturales de políticas convencionales «que tienden a elevar los niveles de ahorro, inversión y productividad y producto por habitante», sin cambios profundos en la estructura económica y sin necesidad de alterar las relaciones de dominación y dependencia en las que se refuerza el subdesarrollo (García, 1978: 218). Para Rostow, el desarrollo es formalmente el tránsito de una etapa a otra y como el obstáculo para lograr ese tránsito es la escasez absoluta de ahorro y de tecnología, el problema puede resolverse, de acuerdo con él, mediante un proceso operacional consistente en la transferencia de recursos finanúltimo y definitivo de la sociedad y consiste no en buscar el origen o la causa —el porqué— de las cosas, sino en establecer de manera positiva las relaciones entre los fenómenos, esto es, en controlar cómo tienen lugar. El estadio positivo corresponde a la sociedad industrial y tecnológica, en él las ciencias naturales, la observación directa de los fenómenos, el saber sólidamente asentado en la física, las matemáticas, en la biología, explica con veracidad las causas de los fenómenos. El positivismo del siglo XIX y principios del XX cree ciegamente en el progreso, su lema es «saber para prever, prever para actuar» (Bátiz, 2010: 10 y 11). 50 cieros y tecnología desde las naciones metropolitanas hacia los países subdesarrollados. En consecuencia, desde la óptica de este autor, recogida por buena parte de los economistas neoclásicos, el papel básico en el desarrollo de los países subdesarrollados corresponde desempeñarlo a las naciones metropolitanas operando por medio de la inversión privada directa, los préstamos públicos, las transferencias de tecnología y de modelos organizacionales. En estos términos, el desarrollo dependerá siempre de la voluntad de la nación metropolitana para transferir recursos en la magnitud que requiere la economía subdesarrollada (García, 1978: 223). Finalmente, Rostow no aclara jamás las determinantes concretas de las alternativas asequibles a la sociedad en cada momento histórico, es decir, no es capaz de señalar todo «aquello que explica la índole de las metas que ésta se fija en distintos periodos del desarrollo histórico», lo que hace desear a los hombres lo que quieren en distintas sociedades, diversas épocas y en distintos momentos históricos (Baran y Hobsbawm, 1978: 211–212). Para el materialismo histórico, la respuesta a esta interrogante es que esos actos y motivaciones humanas son resultado de una acción dialéctica entre procesos bióticos y sociales, impulsados por el dinamismo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción; en cambio, advierten Baran y Hobsbawn, «el profesor Rostow tiene la solución más sencilla de todas: no sabe cuál es la respuesta ni tampoco parece importarle» (Baran y Hobsbawm 1978: 212). JAIME ORNELAS DELGADO La propuesta keynesiana La impotencia teórica de la escuela neoclásica permitió el surgimiento de una teoría que al tiempo de superar sus propuestas ofreciera explicaciones sobre los orígenes de las crisis y se convirtiera en una especie de guía práctica para lograr el crecimiento económico. De esta manera, en 1936 se publica la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero del inglés John Maynard Keynes, quien inicia deslindándose de la economía clásica, «que domina el pensamiento económico, tanto práctico como teórico, de los académicos y gobernantes de esta generación igual que lo ha dominado durante los últimos cien años» (Keynes, 1936/1965: 15). Para empezar, Keynes rechaza la visión del equilibrio general planteada por la escuela clásica que no siendo más que una mera generalización del análisis microeconómico cuando se pretende hacerla representativa del funcionamiento de la economía sus postulados resultan insuficientes, ya que sólo pueden ser aplicados a un caso particular en tanto «las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posible de equilibrio». De esto, concluye Keynes: «Las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales» (Keynes, 1936/ 1984: 5). Si la teoría clásica, tanto como la neoclásica, están alejadas de los hechos reales, si son incapaces de explicar lo que ocurre en la realidad Keynes propondrá un instrumental EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL que reconoce la necesidad de regular al mercado mediante variables económicas mensurables, sintéticas, manejables y susceptibles de ser transformadas en instrumentos útiles para la política económica emprendida bajo la responsabilidad del Estado. Las propuestas de Keynes y los keynesianos, ponen el acento sobre la influencia que podría tener una política de gasto público compensatoria para poner en movimiento al sistema económico, lo que logró una buena acogida entre los gobiernos latinoamericanos que encontraban, así, una opción viable para actuar buscando la superación del subdesarrollo, cuya característica era la desocupación de los factores de la producción y la pobreza generalizada por la falta de inversión productiva. Keynes partía de reconocer que por sí mismo el mercado es incapaz de sostener proyectos estratégicos de largo plazo y, por tanto, postulaba la intervención del aparato gubernamental en la economía para sostener mediante su gasto la demanda efectiva considerada determinante en la inversión productiva, asignándole así la mayor importancia a la política económica en el desarrollo inducido. De ahí la atención prestada por los gobiernos de la región a una estrategia sustentada en medidas encaminadas a fortalecer la demanda efectiva con la mira de ofrecer los estímulos necesarios a los dueños del capital para que destinaran los recursos suficientes para mantener constante la expansión de la inversión productiva. Keynes, sin embargo, no elaboró un modelo de crecimiento o desarrollo pues su enfo- 51 que fue, «fundamentalmente estático y de corto plazo»; en cambio, el instrumental analítico que aportó fue utilizado por numerosos economistas para elaborar una amplia gama de modelos de crecimiento económico que inició formalmente la llamada macroeconomía dinámica, estrechamente vinculada a la economía del crecimiento o del desarrollo asumida por diversos gobiernos en América Latina. En todo caso, el keynesianismo mantuvo el propósito de la economía neoclásica, el crecimiento, aunque su estrategia para lograrlo fuera diferente. La intervención del Estado permitió a lo largo de tres décadas que van de 1945 a 1975 la apresurada expansión de la economía capitalista, lo que devolvió la confianza en la posibilidad de conseguir no sólo un crecimiento económico sostenido de largo plazo, sino también la certeza en el aumento constante de la inversión, la productividad, el progreso tecnológico, el empleo y el consumo. En ese momento de pujante expansión capitalista: «Los economistas occidentales vieron decaer su interés por el ciclo económico y se dedicaron más plenamente a la búsqueda de las claves del crecimiento económico interno. En esas circunstancias surgió la economía del desarrollo» (Galindo y Malgesini, 1994: VIII y IX), identificada con el crecimiento económico y desde eso momento, «La preocupación fundamental de la teoría de crecimiento se centra en la influencia que tiene la inversión sobre el crecimiento del ingreso, el equilibrio dinámico y la ocupación» (Sunkel y Paz, 1970: 30), es decir, sobre el desarrollo. La experiencia, sin embargo, mostró que 52 a pesar de haberse logrado significativas tasas de crecimiento económico en los países latinoamericanos, las condiciones de vida de la población no mejoraron y, en algunos casos, empeoraron para buena parte de la población. Incluso, la evidencia empírica hizo admitir a muchos analistas que el desarrollo o crecimiento económico podía producirse sin consecuencias sociales positivas para una determinada sociedad, de ahí que en los años ochenta los conceptos de desarrollo económico y desarrollo social se distanciaron aún más, manteniéndose la idea del crecimiento económico distante de las políticas de bienestar social. De esta manera, el desarrollo económico se mantuvo definido: «Como un aumento rápido y sostenido del producto real por habitante con los consiguientes cambios en las características tecnológicas, económicas y demográficas de la sociedad» y, al mismo tiempo, aparecieron los conceptos de desarrollo social y desarrollo político más cercanos al mejoramiento de la calidad de vida de la población (Castro, 2004: 4). Bajo estas premisas, Nicholas Kaldor, representante de las corrientes postkeynesianas, en su libro Ensayos sobre el desarrollo económico (1961) sostiene que su análisis se refiere a la teoría del crecimiento, «a fin de demostrar en que forma puede ser útil para deducir ciertos principios que sirvan de guía a la política económica en cuanto al desarrollo acelerado» (Kaldor, 1961: 12). En este caso, Kaldor enfatiza la idea de la política económica para impulsar el crecimiento poniendo en duda la capacidad del mercado para estimular el crecimiento y JAIME ORNELAS DELGADO proponiendo «ciertos principios» para dirigir la intervención del Estado en el proceso de desarrollo económico, identificado también con el creamiento. Las propuestas de Kaldor refuerzan el significado de la industria en el desarrollo económico. En efecto, entre sus aportaciones más reconocidas están las tres leyes, o «principios» para lograr el crecimiento: 1) «Existe una gran relación entre las tasas de crecimiento del PIB y la de la producción de bienes manufacturados»; 2) «El crecimiento de la productividad en el sector manufacturero, está correlacionado de una forma positiva con el crecimiento de la producción en ese sector»; y 3) El tercer principio se refiere a las causas por las que existen diferencias en las tasas de crecimiento en la producción manufacturera, concediendo una gran importancia a los factores de la oferta y la demanda: el consumo, la inversión y a las exportaciones (Galindo y Malgesini, 1994: 60). Así, la industrialización, especialmente en Kaldor pero también en todos los demás economistas keynesianos, se identificó como la forma más rápida de resolver el problema del crecimiento y el empleo, es decir de alcanzar el desarrollo superando la desocupación y el estancamiento económico. El desarrollo como categoría colonial El análisis realizado sobre las propuestas metropolitanas para alcanzar el desarrollo, permite concluir que el concepto fue construido de acuerdo a las visiones y necesidades de los países centrales que proponían a las naciones subdesarrolladas concentrarse EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL en la realización de los esfuerzos necesarios para crecer con el propósito de alcanzar la forma de vida y la organización social y económica de los países desarrollados, entendidas como la única opción posible al subdesarrollo, identificado por la diferencia existente entre los indicadores cuantitativos de la periferia con el centro. De esta manera, los registros cuantitativos de las naciones desarrolladas se convirtieron en la medida de lo bueno y lo malo: del desarrollo y el subdesarrollo. Para quienes desde los países industrializados analizaban la realidad del subdesarrollo y proponían los caminos para dejarlo atrás, afirmaban que si los mayores niveles de crecimiento económico y las mejores formas de vida se concentraban en Estados Unidos y Canadá, así como en las naciones de Europa central y noroccidental, se debía a que su cultura era superior en todos sentidos a la de los países subdesarrollados. En consecuencia, mientras la cultura Occidental representaba al desarrollo, el resto del mundo era subdesarrollado. Desde entonces se comenzó a entender que el crecimiento económico, identificado con el desarrollo, dependía en mucho de las actitudes asumidas por la sociedad ante «el trabajo, la riqueza, el ahorro, la procreación, la invención, los extranjeros, la aventura, etcétera», actitudes todas provenientes de fuentes profundas de la mente humana (Lewis, 1955/1963: 14). En todo caso, el subdesarrollo era también una actitud mental asumida por la población frente a factores que en Estados Unidos o en Europa habían sido los detonantes del desarrollo. 53 Así, buena parte de los estudios sobre el subdesarrollo tenían como propósito explicar las razones por las cuales esas actitudes inhibidoras del crecimiento variaban de un país a otro, llegándose a concluir que la incompatibilidad entre las naciones dependía de las «diferencias de ambiente natural, clima, raza» o de la ausencia de tecnología e instituciones que alentaran el desarrollo. Al respecto, a principios de la década de 1950, escribía Arthur Lewis: Un país puede ser subdesarrollado en el sentido de que su tecnología es atrasada, cuando se la compara con la de otros países, o en el sentido de que sus instituciones son relativamente desfavorables a la inversión, o en el sentido de que sus recursos de capital por habitante sean escasos, si se comparan, digamos, con los de los países de Europa Occidental, o en el sentido de que la producción por habitante es baja, o de que tiene valiosos recursos naturales (minerales, agua, suelo) que no ha comenzado a utilizar (Lewis, 1955/1963: 20). Las conclusiones de los análisis realizados por los teóricos de los países centrales, tanto los de corte neoclásico como los keynesianos, eran contundentes. El dato duro mostraba las diferencias cuantitativas entre el subdesarrollo y el desarrollo: en el primero se carece de los niveles de ahorro prevalecientes en las naciones desarrolladas; el excedente económico, siempre escaso, era dilapidado en gastos suntuarios lo que impedía su uso productivo; la escolaridad en el subdesarrollo es muy baja —comparada con 54 la prevaleciente en las naciones desarrolladas—, lo cual determina la mentalidad precientífica de la población y el predominio de «una actitud prenewtoniana en relación con el mundo físico», donde se desconocen las ventajas de las aplicaciones tecnológicas al proceso productivo; asimismo, las ciudades carecían del orden y el esplendor de las metrópolis del centro que se convertían en ejemplo a seguir; de la misma manera, la corrupción, que se decía inexistente en los países del centro, era un cáncer en la periferia; finalmente, mientras las sociedades desarrolladas creaban instituciones promotoras del crecimiento de la productividad y la economía, los países subdesarrollados tenían y creaban instituciones que se convertían en un obstáculo más al desarrollo, incluso se llegó a la elaboración de diversas «teorías científicas» que llegaban a mostrar que en las diferencias entre los países desarrollados y los subdesarrollados contaban de manera concluyente las cuestiones biológicas. Para ejemplificar sobre ese tipo de formulaciones elaboradas por «científicos» colonialistas como A. Poroto y R. Carothers, expertos de la Organización Mundial de la Salud, Frantz Fanon refiere las difundidas respecto de los argelinos de quienes se afirmaba eran criminales natos, para lo cual se elaboró una teoría y se aportaron «pruebas científicas» que demostraban de manera contundente que «el argelino es un gran débil mental» que mata frecuentemente, salvajemente y por nada. (Fanon, 1961/1963: 274275). La explicación «científica» de la criminalidad de los argelinos, que se hacía exten- JAIME ORNELAS DELGADO siva todos los africanos, alcanzaba su excelsitud en la siguiente conclusión del mencionado profesor Carothers: «El argelino no tiene corteza cerebral, o para ser más precisos en él predomina, como en los vertebrados inferiores. Las funciones corticales, si existen, son muy frágiles, prácticamente no integradas a la dinámica de la existencia […] El africano utiliza muy poco sus lóbulos frontales». 5 Como se puede observar, concluye Fanon: «No hay, pues, ni misterio ni paradoja. La eficiencia del colonizador para confiar una responsabilidad al indígena no es racismo ni paternalismo, sino simplemente una apreciación científica de las posibilidades biológicamente limitadas del colonizado» (Fanon 1961/1963: 279). En todo caso, las naciones desarrolladas, a través de sus «teóricos» y «científicos» convocaban a los países subdesarrollados a ser, en lo posible, como ellas, a vencer prejuicios y superar sus culturas primitivas y su civilización atrasada, a seguir los mismos caminos que las sociedades occidentales y, para el efecto, sus teóricos neoclásicos y keynesianos ofrecieron el instrumental que 5 Fanon al respecto escribe: «Para darse a entender, el doctor Carothers establece una comparación muy viva. Así advierte que el africano normal es un europeo lobotomizado. Es sabido que la escuela anglosajona había creído encontrar una terapéutica radical de ciertas formas de enfermedades mentales practicando la exclusión de una parte importante del cerebro. Los grandes trastornos de la personalidad comprobados han conducido después a abandonar este método. Según el doctor Carothers, la similitud existente entre el indígena africano normal y el lobotomizado europeo es notable» (Fanon, 1961/ 1963: 280). EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL les facilitaría el cómo hacer las cosas. Los indicadores construidos para mostrar el crecimiento económico y los niveles de bienestar alcanzado por los países centrales, desconocían la diversidad y pretendían homogeneizarla, terminando por caracterizar al subdesarrollo como un conjunto de índices cuantitativos, no distintos sino inferiores o negativos a los supriores y positivos existentes y elaborados en las sociedades consideradas desarrolladas del mundo occidental. De la comparación de esos indicadores, se concluía que el subdesarrollo era simplemente una etapa inferior del desarrollo por la que todos los países de diferentes culturas han pasado, etapa que sólo se podía superar si la sociedad «tradicional» y subdesarrollada no occidental era capaz de asumir los valores de la cultura cristiano-occidental. Al respecto, dice Samuel Huntington: El mundo es en cierto modo dos pero la distinción principal es lo que se hace entre Occidente como civilización dominante hasta ahora y todas las demás, que, sin embargo, tienen poco en común entre ellos por decir nada. El mundo, dicho brevemente, se divide en un mundo occidental y muchos no occidentales (Huntington, 1995/2005: 43). En todo caso, el problema de las naciones no occidentales es cómo superar el subdesarrollo y la solución única es el ser lo más parecidas a Occidente. Sería Harry S. Truman, presidente de Estados Unidos entre 1945 y 1952, quien dividiría al mundo en dos partes: las nacio- 55 nes desarrollas y las subdesarrolladas, sugiriendo desde el poder imperial que estas últimas —de grado o por fuerza— deberían seguir el modelo de desarrollo de las primeras. De esta manera, cuantificando los déficits existentes en los países de la periferia respecto de los indicadores elaborados y utilizados por las naciones europeas y estadounidense para medir su propio desarrollo, se determinaba el grado de subdesarrollo alcanzado por las naciones de la periferia. Ante esta situación, la alternativa, proponía por ejemplo W. W, Rostow, era comprender el subdesarrollo como la etapa inicial por la que habían pasado todas las sociedades, incluidas las desarrolladas, y emprender el despegue para superarla, ¿cómo?, asumiendo los valores de la cultura Occidental, es decir, abandonando sus orígenes y actuando con la voluntad de dejar de ser lo que son y convertirse en naciones que asumen la racionalidad de la cultura capitalista occidental e iniciar, así, su historia. Por supuesto, América Latina no pertenece a la civilización Occidental. Además de esta última (integrada por Europa y Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda), los otros mundos, los no occidentales, los dominados, se agrupan en siete civilizaciones: la China, la Japonesa, la Hindú, la Islámica, la Ortodoxa (Rusia), la Latinoamericana y la Africana (Huntington, 1995/2005: 53 y ss.). Entendido así el mundo, el desarrollo termina por concebirse como una especie de cruzada civilizatoria que enfrenta a la barbarie representada por las culturas ajenas a la 56 Occidental, 6 condición que terminaba por impedir su desarrollo, en cambio «La expansión de Occidente ha promovido tanto la modernización como la occidentalización de las sociedades no occidentales» (Huntington, 1995/2005: 92) y no sólo eso, el desarrollo, tal y como se ha propuesto desde Occidente marcado por su obsesión de crecimiento, no sólo tenía la intención de evitar que los pueblos periféricos cayeran o permanecieran bajo los influjos de culturas ajenas, sino que también podía frenar el avance del comunismo. En 1961, en plena guerra fría, el entonces presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, revelaría el real significado colonial de su política de «ayuda para el desarrollo». En esa ocasión, dijo Kennedy: «La ayuda exterior es un método por el cual los Estados Unidos mantienen una posición de influencia y control en el mundo y sostiene a bastantes países que sin ella se habrían hundido definitivamente o pasado a formar parte del bloque comunista» (Hayter, 1972: 13). Esa fue la impronta de la relación soste6 De acuerdo son Samuel Huntington, «La idea de civilización fue elaborada por pensadores franceses del siglo XVIII como opuesta al concepto de ‘barbarie’. Una sociedad civilizada difería de una sociedad primitiva en que era urbana, alfabetizada y producto de un acuerdo. Ser civilizado era bueno, ser incivilizado era malo. El concepto de civilización proporcionaba un criterio con el que juzgar a las sociedades, por lo que durante el siglo XIX los europeos dedicaron mucha energía intelectual, diplomática y política en elaborar los criterios por los que las sociedades no europeas se podían juzgar suficientemente ‘civilizadas’ para ser aceptadas como miembros del sistema internacional dominado por los europeos» (Huntington, 1995/2005, pp. 47 y 48). JAIME ORNELAS DELGADO nida por los gobiernos estadounidenses a lo largo de toda la segunda parte del siglo XX. En particular, cuando América Latina se hizo objeto de estudio de los teóricos metropolitanos, los análisis más que atender a las peculiaridades de la región enfatizaban el hecho de todo aquello que no era igual a las naciones desarrolladas poniéndose como ejemplo de incapacidad cultural y vicio deplorable las distintas formas de resistencia nativa a ser semejantes a las naciones occidentales desarrolladas que presumían tener, por ejemplo, una poderosa «cultura del ahorro» que le permitía a la economía disponer de cuantiosos recursos para ser invertidos productivamente o cultivar elevados conocimientos científicos y tecnológicos para ser aplicados a los procesos productivos -actitud impensable en el subdesarrollo-, además de tener un ideal cultural y civilizatorio individualista y modernizante, inexistente en la América Latina comunitaria y aferrada a una cultura que no corresponde a la necesaria modernidad exigida por el desarrollo. Una vez clasificados nuestro países como subdesarrollados, la colonialidad se reforzó con la tarea que los poderes del centro impusieron a los pueblos de la periferia: dejar de ser como eran y emprender la vía del desarrollo seguida por las naciones más avanzadas del capitalismo; de otra manera dicho, se trataba de dejar de ser nosotros para asemejarnos a ellos. Se planteaba, entonces, como la tarea fundamental el cambio de actitud frente al desarrollo, condición indispensable para lograr abandonar el subdesarrollo y pasar a formar parte del mundo civilizado Occidental. EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL Este proceso impositivo fue singular y lo revela Frantz Fanon de la siguiente manera: los norteamericanos y europeos se dedicaron a «fabricar una élite indígena, se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental [y] tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país, falsificados» (Fanon, 1961/1963: 7). Convencida la nueva élite indígena de las bondades de asumir la cultura occidental, se dio de manera entusiasta a la tarea de promover entre su pueblo: Los supuestos de que la modernización es deseable y necesaria, de que la cultura autóctona es incompatible con la modernización, de que dicha la cultura autóctona se debe abandonar o abolir, y, por último, de que la sociedad debe occidentalizarse completamente a fin de modernizarse con éxito (Huntington, 1995/2005: 93). Surge así el desarrollo como una especie de generosa oportunidad ofrecida por los países más desarrollados del capitalismo, tanto a las nuevas naciones que habían sido sus ex colonias como a los países latinoamericanos que buscaban ávidos su emancipación definitiva. El desarrollo, mediante la industrialización, se ofrecía como un ideal que les permitiría a los países que recién habían logrado su independencia política o luchaban por ella crecer y modernizar sus patrones de producción y consumo, pero sobre todo les evitaría caer bajo los ensueños del comunismo, Así, soslayando su historia de pillaje y 57 explotación colonial, las naciones más desarrolladas de Europa, tanto como los Estados Unidos, construyeron el mito de su idílico proceso de desarrollo y la industrialización fue considerada como la única vía legítima del desarrollo. De cualquier manera, la imposición del desarrollo en América Latina no fue sencilla pues diversos pensadores lo reconocían como una propuesta que planteaba a los países subdesarrollados un camino imposible de seguir, si se considera que el desarrollo de Estados Unidos o de los países europeos que se ponía como espejo, se había dado en condiciones históricas totalmente diferentes a las que determinaban en esos momentos el subdesarrollo. El desarrollo se vio, así, como un proceso histórico único e irrepetible. En palabras de Theotonio Dos Santos: Las sociedades capitalistas desarrolladas corresponden a una experiencia histórica, completamente superada, sea por sus fuentes básicas de capitalización privada basada en la explotación del comercio mundial, sea por la incorporación de amplias masas trabajadoras a la producción industrial, sea por la importancia del desarrollo tecnológico interno de estos países. Todas esas condiciones históricamente específicas no se pueden repetir ahora (Dos Santos, 1974, p. 11). De acuerdo a lo anterior y a la manera como se propuso la estrategia de crecimiento económico por los economistas neoclásicos y los keynesianos, podemos concluir con Walter Goncalves en que el desarrollo como JAIME ORNELAS DELGADO 58 concepto se construyó sistemáticamente como «una idea colonial en el sentido más preciso de la palabra» (Goncalves, 2009: 45). Y lo fue así porque, en ningún caso, se proponía un crecimiento endógeno, sustentado en el mercado, los recursos y los avances científicos y tecnológicos internos; por el contrario, a partir de advertir que en nuestras naciones se carecía de esos «motores del crecimiento», se proponía suplirlos recurriendo a los países metropolitanos, siempre tan dispuestos a colocar su capital excedente en las regiones donde el capital es escaso y abundan la fuerza de trabajo y los recursos naturales, todos sacrificados a la industrialización. En síntesis, la dimensión colonial del concepto desarrollo se refiere a la manera como se ve el mundo de la periferia desde el balcón de los países centrales. De acuerdo con Edgardo Lander: Es la mirada del mundo que se realiza desde el centro de la construcción imperial; es la mirada desde la cual –a partir de la naturalización del orden existente– se establece la construcción jerárquica de tiempos históricos, de pueblos, de culturas, de las llamadas razas; es la mirada que clasifica al conjunto de la humanidad en un orden jerárquico en el cual hay pueblos inferiores y pueblos superiores, pueblos que están en el presente y pueblos que están en el pasado. Construcción que, a su vez, es la expresión de la construcción jerárquica del orden colonial (Lander, 2004: 170). En todo caso, en el pensamiento metropolitano la idea del desarrollo se finca en el supuesto de que las sociedades subdesarrolladas podían transformarse hasta llegar a ser semejantes a las naciones de Europa occidental y Norteamérica. Así, «la sociedad liberal industrial aparece como el modelo del orden social moderno y es el camino hacia el cual inexorablemente avanza la humanidad, el patrón de referencia que permite constatar la inferioridad o el atraso de los demás» (Lander, 2004, p. 171). Finalmente, al reconocer que el tiempo histórico no es lineal y que, por tanto, no existe posibilidad histórica alguna de que nuestras sociedades alcancen por la misma vía el grado de desarrollo de aquellas que de acuerdo con sus propios indicadores cuantitativos hoy tienen los más elevados niveles de desarrollo, corresponde a los pueblos de América Latina, a sus académicos e intelectuales en estrecha relación con los trabajadores del campo y la ciudad, construir una teoría que reconozca a un nuevo sujeto como el promotor del cambio y el usufructuario de sus resultados; que exprese nuestras realidades, recoja las formulaciones teóricas forjadas en América Latina, así como nuestras luchas y anhelos históricos siempre pospuestos y ofrezca una ruta legítima —es decir, latinoamericana— para construir una sociedad igualitaria, incluyente, fraterna, solidaria y democrática. Tarea ardua y compleja, sin duda, pero indispensable de realizar cuanto antes. EL DESARROLLO, UNA CATEGORÍA COLONIAL 59 BIBLIOGRAFÍA Banco Mundial (2003). Informe sobre el desarrollo mundial 2004. Panorama general. Servicios para los pobres, Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento/Banco Mundial, Washington, USA. Sitio web: www.worldbank.org Baran, Paul A., y Eric J. Hobsbawm (1978). «Las etapas del crecimiento económico de W. W. Rostow», en Alonso Aguilar, Paul A. Baran, Antonio García y otros (1978), Crítica a la teoría económica burguesa, Editorial Nuestro Tiempo, México, pp. 196–213. Bátiz V., Bernardo (2010). «La decepción de los optimistas», La Jornada Semanal, Suplemento Cultural de La Jornada, número 823, 12 de diciembre de 2010. Castro Barrientos, Néstor (2004). Crecimiento y desarrollo económico. Caracterización, obstáculos y posibilidades para el crecimiento y desarrollo de América Latina, Centro Experimental de Estudios Latinoamericanos, Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela, 2004. CEPAL (2007). 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