BORgES Y LOvECRAfT
Juan José Barrientos
En una entrevista con Richard Burgin, Borges recuerda que
una editorial les pidió a seis escritores argentinos que escogieran el mejor cuento que conocieran y publicó los relatos elegidos en una antología. Borges se había decidido por
“Wakefield”, de Hawthorne, pero el libro incluía un cuento
chino, el cuento de la sirenita de Hans Christian Andersen
y “Bartleby”, de Melville; también, lo que Borges describió
como “una desagradable historia, bastante falsa, de Lovecraft” (84). De acuerdo con Borges, elegir un cuento de Lovecraft como el mejor del mundo era algo que sólo podía tener
el propósito de asombrar a la gente; él no creía que nadie pudiera sostener esa opinión en serio. Es una lástima que Burgin
no lo interrogara más al respecto, porque a mí me parece que
“El Aleph” es una especie de parodia de Lovecraft.
En su cuento, Borges acude a la casa de Carlos Argentino Daneri, quien le pide ayuda para evitar que el edificio sea
demolido; para obtener su apoyo, le revela el secreto que ha
guardado por años: la casa encierra un Aleph, “uno de los
puntos del espacio que contiene todos los puntos.” Borges accede a verificar el prodigio: en el sótano se acuesta boca arriba
debajo de la escalera, cuenta diecinueve escalones y entonces,
en “un instante gigantesco”, ve “millones de actos deleitables
o atroces”, todos los cuales ocupaban el mismo sitio “sin su-
perposición y sin transparencia.” La mayoría de los lectores
se quedan tan asombrados que no se dan muy bien cuenta de
que Borges maneja el Aleph para burlarse de ciertos escritores, pues Daneri lo aprovecha para escribir un poema titulado “La Tierra”, que no es más que “una descripción del
planeta”. Es como si en The Time Machine, el protagonista
viajara frecuentemente a ciertas épocas del pasado para escribir novelas históricas; la idea es ridícula, pero Lovecraft la
tomó en serio en “La lámpara de Alhazred”, cuyo protagonista, Phillips, escribe cuentos inspirados en las escenas de otros
mundos y de otros tiempos que le permite contemplar una
misteriosa lámpara que había heredado de su abuelo. Borges
se divierte con esta idea; en su cuento, la lámpara de Alhazred
se convierte en el Aleph, y Phillips se transforma en el telúrico poeta Carlos Argentino Daneri.
Es claro que la idea básica es la misma, pero además hay
semejanzas notables entre estos cuentos. La oscuridad es indispensable para percibir el Aleph, y la lámpara parece un viejo proyector de películas, porque antes de prenderla Phillips
se encerraba en su biblioteca y corría las cortinas para tapar
las ventanas. El Aleph desaparece, por otra parte, debido a
la demolición del inmueble donde habitaba Carlos Argentino
Daneri, y también en el cuento de Lovecraft “La casa de la
calle Angell fue derribada, la biblioteca adquirida por algunas
librerías, y lo que había en la casa se vendió como chatarra,
incluyendo una vieja y antigua lámpara árabe” (145). Tal vez
lo más importante es que en ambos relatos el protagonista
tiene una visión inaccesible al resto de los mortales y que se
describe en términos parecidos.
En “La lámpara de Alhazred”, Phillips:
Vio una casa muy bella, coronada de humo, en un promontorio como el cercano Gloucester. Vio un antiguo pueblo de estilo holandés, con un oscuro río que lo atravesaba,
un pueblo como Salem, pero más malvado y misteriosos,
y llamó al pueblo Arkham, y al río Miskatonic. Vio la oscura ciudad costera de Innsmouth, y detrás de ella el Arrecife del Diablo. Vio las profundidades acuáticas de R’lyeh donde el difunto Cthulu yacía [...] Contempló la meseta
de Leng, arrasada por el viento, y las oscuras islas de los
Mares del Sur. Pudo apreciar las Tierras del Ensueño, los
paisajes de otros lugares, del espacio, así como las formas
de vida que habían existido en otros tiempos y que, más
viejos que la propia tierra, remontaban a los Primordiales, hasta Hali, e incluso más allá (141 - 142).
Por su parte, Borges escribe:
Vi el populosos mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro
de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en
mí como en un espejo, vi en un traspatio de la calle Soler
las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán
de una casa en Fray Bentos…
Las anáforas y enumeraciones son parecidas, pero a diferencia de Borges, Lovecraft no sólo se refiere a sitios reales, sino
también a lugares imaginarios.
Borges depura lo fantástico; eso es claro si pensamos en
la transformación de la lámpara en el Aleph. Borges recuerda
“el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zu-al-Karnayn,
o Alejandro Bicorne de Macedonia, en cuyo cristal se reflejaba el universo entero”; también, el espejo universal de Merlín,
“redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio (The
Faerie Queene, III, 2, 19, p. 627)”. Estos objetos son parecidos
a la lámpara de Alhazred y presuponen una especie de Aleph
que se encuentra entre ellos. Borges separa de estos mágicos
aparatos la idea de un punto clave del universo; lo fantástico,
que en los relatos mencionados se vincula a la magia, en el
suyo se relaciona con la ciencia -en las matemáticas el signo
de Aleph es el del número infinito que contiene a todos los
otros. En pocas palabras, Borges moderniza lo fantástico; la
anticuada y estorbosa lámpara de Alhazred se convierte en el
depurado y nítido Aleph.
Lovecraft, por lo demás, no se había contentado con
imaginar un aparato complejo, sino que además le atribuyó
un origen legendario. La lámpara había sido hallada en “una
ciudad oculta llamada Irem” y “era obra de la fabulosa tribu
de Ad” (135). Desde luego, se trata de un lugar y un pueblo
imaginarios, pero el nombre de la tribu recuerda el de Adén y
la ciudad se encuentra en la península arábiga; para dotarla
de realidad, Lovecraft menciona que había sido edificada por
Shedad o que “decían que se encontraba en Hadramant”, pero
“según otros, debía estar enterrada bajo las antiquísimas y
siempre movedizas arenas de Arabia” (135); en fin, recurre al
viejo truco de hablar de algo desconocido como si fuera conocido, de algo imaginario como si fuera algo real. Todo esto no
tiene otro propósito que hacer más portentosa la lámpara. En
cambio, Borges se limita a designar al punto clave del universo con el nombre de la primera letra del alfabeto hebreo y en
esa forma alude a la cábala y enriquece su relato mucho más
efectivamente que Lovecraft con toda su faramalla.
En cuanto a la transformación del protagonista de “La
lámpara de Alhazred”, en Carlos Argentino Daneri, lo primero que hay que saber para entenderla es que aquél representa
a Lovecraft. No sólo se le atribuyen los relatos de éste, sino
que también trabaja como redactor en revistas amarillistas
y para aumentar sus ingresos corrige los manuscritos de
otros escritores. Se llama Ward Phillips y heredó la lámpara de un abuelo llamado Whipple, y es sabido que Howard
Phillips Lovecraft era nieto de Whipple Van Buren Phillips
y debido a la enfermedad, primero, y luego a la muerte de su
padre, creció en la casona que su abuelo poseía en Providence
y que se describe en el cuento; sin embargo, la familia tuvo
que deshacerse de ella cuando Whipple murió, mientras que
el protagonista de su cuento la conserva, como Lovecraft sin
duda hubiera querido. Daneri recuerda un tanto a Lovecraft,
porque le pide ayuda para salvar “la casa de mis padres, mi
casa, la vieja casa… de la calle Garay” (622), pero el edificio donde vive pertenece a los empresarios Zunino y Zungri,
que ya habían establecido en la esquina una confitería y se
proponían ampliarla. Lo importante es que Borges no apreciaba los relatos de Lovecraft y que se burla en el cuento de
los versos de Carlos Argentino Daneri. Es claro que para él
un escritor no necesita de ninguna lamparita como la de Alhazred ni de ningún punto desde el que se vea todo el mundo.
Suponiendo que Lovecraft hubiera tenido realmente la lámpara que describe, es obvio que no le sirvió de mucho porque
escribía bastante mal; en mi opinión, Borges sacó de ahí la
idea de un prodigio, de ese punto clave del universo, que está a
la disposición de un escritor mediocre que ni así logra escribir
una obra memorable.
Por supuesto, Borges no escribió “El Aleph” para burlarse de Lovecraft, sino de cierto tipo de escritor. Es obvio
que tanto la lámpara como el Aleph son símbolos de la imaginación, pero de un tipo de imaginación limitada. La lámpara
revela escenas de otros mundos y de otros tiempos; el Aleph,
todos los sitios del planeta, todos los paisajes. Borges ya se
había opuesto al color local y a la tesis de que la literatura argentina debe registrar la topografía, la botánica, la zoología y
la arquitectura argentinas. Si se llevara hasta sus últimas consecuencias, lo más que podría dar este curioso nacionalismo es
un poema como el Polyolbion, en cuyos quince mil docecasílabos Michael Drayton (1563-1631) hizo el inventario de los
accidentes geográficos, las construcciones monásticas y los
sitios históricos de Inglaterra; para ridiculizarla todavía más,
Borges imagina a un poeta que “se proponía versificar no sólo
un país, sino toda la redondez del planeta” y que “en 1941 ya
había despachado unas hectáreas del estado de Queensland,
más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte
de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia
de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear
en la calle Once de Septiembre, en Belgrano, y un establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado balneario de
Brighton” (620).
Borges se opuso abiertamente años después a ese nacionalismo literario que exige que un escritor demuestre ser
argentino o de cualquier otro país; en su opinión, “nuestra
tradición es toda la cultura occidental” (272) y “no podemos
concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser
argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación” (274). Y
esto es precisamente lo que pasa con Daneri. Argentina es un
país poblado por inmigrantes europeos. Los propietarios de la
casa en que se encuentra el Aleph y el abogado al que Daneri
piensa recurrir tienen apellidos italianos, lo mismo que él y
su prima Beatriz Viterbo. Borges observa en cierto momento
que Daneri no había perdido ni la ese italiana ni la abundante
gesticulación italiana. Sus raíces se encuentran en Italia. Los
inmigrantes italianos tenían la costumbre de bautizar a sus
descendientes con el nombre del lugar de nacimiento, y el
nombre de Carlos Argentino Daneri es por eso propio de un
advenedizo. Por lo mismo, éste parece empeñado en ser más
argentino que los demás argentinos. No es casual que viva en
la calle Garay, es decir en la que lleva el nombre del fundador
de Buenos Aires y que está cerca de la plaza Constitución. Es
claro que pretende codearse con los argentinos de vieja cepa,
pues les pide a Borges que intervenga para que Alvaro Melián
Lafinur escriba el prólogo de “La Tierra”.
Borges aseguró que el personaje de Daneri se basa en
un buen amigo suyo, que nunca sospechó nada1 y que “los
1
Ese amigo pudo haber sido Schiavo, “el único compañero de la
Biblioteca Miguel Cané que se interesaba en las letras y que había escrito un
versos de Daneri son una parodia de sus versos” (Rodríguez
Monegal: 375), pero es posible que haya cierta dosis de autocrítica en “El Aleph”, porque Borges confesó que, al escribir
El tamaño de mi esperanza, “traté de ser tan argentino como
pude” y que “conseguí el diccionario de Segovia de argentinismos y empleé tantas palabras locales que muchos de mis
compatriotas apenas si lo comprendían” y “como he extraviado el libro, no estoy seguro de que yo mismo pueda entender
el libro” (Rodríguez Monegal: 184). También se ha dicho que
Daneri es una abreviación de Dante Alighieri y que Borges
quiso contraponer su personaje al poeta, sobre todo porque
en el cuento se mencionan las cartas que Beatriz Viterbo le
había escrito a su primo y que aclaran su relación incestuosa.
Daneri aparece por eso como un hombre vacío, que ni siquiera ha sabido amar a la mujer que Borges en ese cuento, por
el contrario, adoraba. En sus versos había paisajes, pero no
había pasión, y eso es lo que le reprochaba Borges a cierto
tipo de poetas.
En cambio, en el cuento que Borges escribe sobre Daneri
sí hay esa pasión que se echa de menos en su poesía. Borges
recuerda la devoción que le inspiraba Beatriz Viterbo y las
humillaciones que le infligió, así como su obstinada negatipoema titulado precisamente ‘ La catedral’, en el cual describía las naves, los
arcos, las bóvedas, los vitrales de Chartres” (Vásquez: 240); lo más seguro,
sin embargo, es que Borges haya pensado en muchos otros poetas interesados en la geografía y los paisajes. María Esther Vásquez asegura que
Borges se aburrió de lo lindo durante la visita que hicieron juntos a Macchu
Picchu en 1965, y Volodia Teitelboim recuerda que “veinte años antes Pablo
Neruda había hecho la misma visita” y “la contemplación de la hasta poco
antes secreta ciudad incaica no le produjo una sensación de tedio sino
que le reveló el acceso a la más honda raíz americana, inspirándole un poema capital: Alturas de Macchu Picchu” (173). Ese poema se publicó años
después de “El Aleph”, pero Neruda ya había escrito Residencia en la tierra;
el poema de Carlos Argentino Daneri se titula “La Tierra”, y yo sospecho,
en in, que Borges en su cuento ridiculizó veladamente a su amigo Neruda.
va a olvidarla. Ya muerta, Beatriz habría de humillarlo una
vez más, cuando Borges descubre las cartas obscenas que ella
le había escrito a su primo. En ese momento, Borges llega a
odiar a Daneri y decide vengarse de su rival. Finge no haber
visto el Aleph para que Daneri se crea loco y logra que abandone la casa. En esa forma incurre en una de las prácticas
más nefastas del mundillo literario argentino y en general de
Hispanoamérica: el ninguneo. No le importa que la humanidad pierda un prodigio con tal de hundir al hombre que ha
provocado sus celos.
Este texto se publicó en mi libro
Borges y la imaginación
(México: Katún/INBA, 1986.)