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Sentir – Pensar – Sembrar

Este documento describe y analiza la organización social, productiva y ecológica de caficultores del sur de Colombia como una estrategia de resistencia y resiliencia ante distintos escenarios en contextos de adversidad. Las formas creativas en cómo se ha configurado la vida cotidiana y la organización productiva, a partir de la escala de las fincas, es un fenómeno interesante para comprender las estrategias campesinas de reproducción cuyo punto de partida son epistemologías y formas de construir conocimiento desde múltiples relaciones con el medio y con los seres que lo habitan.

Sentir – Pensar – Sembrar De cómo la finca se hace un espacio de resiliencia y resistencia para los campesinos en Colombia. Tyanif Rico Rodríguez* “How the individual is increasingly seen as a socially, environmentally and materially embedded subject; our associational connectivity leads to us becoming ‘responsible for the world but capable only of working to change the world through working on our own ethical self-growth’.” (Herman, 2015, p. 105) Resumen Este documento describe y analiza la organización social, productiva y ecológica de caficultores del sur de Colombia como una estrategia de resistencia y resiliencia ante distintos escenarios en contextos de adversidad. Las formas creativas en cómo se ha configurado la vida cotidiana y la organización productiva, a partir de la escala de las fincas, es un fenómeno interesante para comprender las estrategias campesinas de reproducción cuyo punto de partida son epistemologías y formas de construir conocimiento desde múltiples relaciones con el medio y con los seres que lo habitan. Argumento Las prácticas agrícolas a partir de las que se ordena la vida productiva y el espacio mismo son el eje de los procesos identitarios y de las estrategias políticas de organización colectiva y de participación individual. El conocimiento que tienen los campesinos sobre sus fincas, el cuidado del medio y el suelo son la base de los procesos colectivos de organización social y política que buscan con el reconocimiento colectivo del campesinado, como actor político, la protección de sus tierras y sus actividades agrícolas frente al avance del capital extractivo minero energético, la extensión del monocultivo del café sin sombra en grandes extensiones de tierra y la canalización de las quebradas y ríos para los distritos de riego de las tierras bajas productoras de limón pertenecientes a grandes inversionistas, antes tierras de ganado y maíz. Este documento describe y analiza la organización social, productiva y ecológica de caficultores del sur de Colombia como una estrategia de resistencia y resiliencia ante distintos escenarios en contextos de adversidad. Las formas creativas en cómo se ha configurado la vida cotidiana, la organización productiva y el paisaje, a partir de la escala de las fincas, es un fenómeno interesante para comprender las estrategias campesinas de reproducción cuyo punto de partida son epistemologías y formas de construir conocimiento desde múltiples relaciones con el medio y con los seres que lo habitan. Para comprender la organización * Socióloga de la Pontificia Universidad Javeriana, Maestra en Estudios Rurales por El Colegio de Michoacán. tyanif.rico@gmail.com social y política actual de los campesinos del Carmen, Nariño se debe partir de tres ejes: los procesos de poblamiento, los procesos productivos y los antecedentes de la participación colectiva. Empezando por el principio: la experiencia en campo, un acercamiento etnográfico sobre la relación de Ramiro con el agua y el suelo de su finca: Ramiro es un campesino de cincuenta años que trabajó diecisiete años de su vida en el jornal del maíz de tierra caliente, como llaman por ahí a las tierras bajas del Macizo entre Cauca y Nariño. Con algunos ahorros de su trabajo pudo adquirir paulatinamente algunos lotes para organizar una finca y una casa. A mediados de la década de los noventa empezó a distribuir su finca en lotes no siempre continuos. En unos lotes sembró fique, en otros, caña y café. En otros más pequeños y cercanos a su casa puso la huerta y los pastos para los cuyes. Uno de los lotes, tal vez es más grande que ocupa una hectárea y media continua, de las dos y media que tiene en total, es bosque montano de reserva en donde hay un depósito de agua que se recupera entre guaduas y nacederos1. Allí, dice él2, ‘nace’ el agua. El agua subterránea se filtra por la montaña y gracias a la reserva de bosque sale a flote atraída por las guaduas, los nacederos, cajetos y arrayanes que la preservan. En la finca de Ramiro hay plantas de café que se pierden entre el plátano, la yuca y las forrajeras que él cuida especialmente. El suelo alrededor de las plantas, cuando se le puede ver sin remover la hierba, está húmedo. Las plantas están cargadas con café casi a punto de recolección. Por su color rojo intenso o amarillo se distingue entre las hojas y la sombra que producen las plantas. A medida que uno avanza entre los surcos, que poco se distinguen en una trama verde que a primera vista es unificada para el ojo que no conoce “manigua”, hay mangueras que cuelgan de los árboles dispersando agua para el café. Ramiro no tardó en explicar que a pesar de ser tiempo de verano y haber escasez de agua en los acueductos a raíz de la falta de lluvia, él podía regar porque recolectaba el agua de la poca lluvia que había caído en días anteriores y tenía suficiente para poder darle ese manejo a su café y a sus demás cultivos. Para él, al agua le gustaba quedarse ahí en su reserva donde nacía3 porque él la cuidaba. 1 Guadua angustifolia Kunth 1822 y Trichanthera gigantea (Humboldt & Bonpland) Nees, 1821 Tomado de la entrevista a Ramiro Cerón en la Vereda San Vicente, febrero 21 de 2016. 3 Tomado de la entrevista a Ramiro Cerón el 21 de febrero en la vereda San Vicente. 2 Su bosque es una zona muy valorada y querida por él, las formas cómo se mueve sobre el suelo y los detalles con los que relata las transformaciones y vivencias por las que ha tenido que pasar para su cuidado son parte del recorrido y del espacio. A lo largo del camino el bosque va hablando a través de Ramiro, quien ha dejado mensajes entre las hojas para quienes pasan por ahí, tanto para sus visitantes e invitados como para quienes se acercan para cortar alguna planta. El agua y el suelo para él son el centro de todo lo que ocurre en su finca, por ende, es central saber manejarlos. El lote de la reserva queda lejos de la casa, son aproximadamente diez minutos caminando entre retazos de bosque espeso, pasando por lotes de fincas vecinas, para llegar hasta ese punto. Ramiro relata: “Cuando llegué aquí esto no estaba, yo aquí llegué a hacer la reserva, a sembrar árboles, a cuidar. Lo que hacemos en esta finca es manejar la cobertura de hierbas nobles y manejarlas a esta altura para que se mantenga la humedad y así mantener los suelos sueltos y bien bonitos. Eso hace que la lombriz se mantenga por encima comiendo la materia orgánica, por eso cuando uno guadaña pues no se daña, mientras que con la pala sí. Por eso usted mira este café aquí sano, en medio de la reserva, pero también es por la cobertura que usted mira, es un colchón para los suelos. Sin eso, yo no tendría esta clase de café que tengo, eso ayuda para el café de alta calidad”4. Figura 1. Mensajes del bosque de Ramiro. Archivo propio. Tomada en vereda San Vicente, febrero de 2016. 4 Tomado de la entrevista a Ramiro Cerón el 21 de febrero 2016. Figura 2. Mensajes en el bosque. Archivo propio, tomada en Vereda San Vicente, febrero de 2016. Figura 31. Mensajes del bosque. A la derecha al fondo el café descubierto de la finca vecina, en primer plano parte del bosque y el lote de café de Ramiro. Archivo propio, tomada en Vereda San Vicente, febrero de 2016. Figura 42. Forrajeras del café. Archivo propio. Tomada en vereda San Vicente, febrero de 2016. Figura 53. El Bosque y el Campesino. Archivo propio. Tomada en vereda San Vicente, febrero de 2016. “Esta es una reserva que es sagrada para mí. Yo siento a alguien y vengo de inmediato. Esta es la vida, por eso como le digo uno pensando en agua hay que cuidar primero. El agua que yo echo aquí es de la que cuido. La gente que viene aquí, valora mucho que yo de tan poquitico espacio, tengo tanto en reserva, si fuera otro lo tendría en café. Nosotros con mi familia hacemos esto porque hemos estado en tantas charlas y tantos cursos que a nosotros ya nos han dicho lo que se viene, entonces uno pensando en eso dice no, yo voy a cuidar, voy a tener esto porque el bosque, el agua es vida. Toda el agua de aquí para abajo nace en esta reserva. Pero si esta reserva la hubiera comprado otro familiar, yo ya no tendría la oportunidad de darle agua a mi familia, a los vecinos o a nadie. Mis sueños es poder, donde haya por aquí cerca nacimiento de agua, comprarlo para poder conservar […] Si hay agüita, ya hay vida, a pesar de que llevamos siete meses de sequía, vea aquí tenemos guadua, porque eso sí, finca cafetera que no tenga guadua no es cafetera. Sacrificamos un poquito de café de aquí para poner guadua y ahora tenemos agua, ya hace como doce años que tenemos esto así. En la finca lo que no hay es plata, de resto hay de todo”. Cuando Ramiro expresa que siente a alguien en su reserva y sus lotes, no solamente habla de cuando escucha o ve entrar a alguna persona, lo que no siempre es algo sencillo por la distancia. Sentir implica una conexión espacial y corpórea que extiende el propio cuerpo al espacio de la finca a través de distintos mecanismos que se desarrollan en la vida cotidiana del trabajo en el espacio; sus formas y sonidos se traducen en emociones y sensaciones, que él puede reconocer debido a su experiencia y el desarrollo de capacidades cognitivas para leer símbolos de ese otro. Todo esto amplía el significado de eso que Ramiro expresa como ‘sentir’. Esos signos, que no son reconocibles a simple vista, constituyen buena parte de las relaciones de las personas con el espacio y de las formas de comunicación (Kohn, 2013) y afectos que se dan en los espacios rurales entre los campesinos y su entorno. La posición del café entre las plantas de plátano, bosque y frutales contrasta con algunos lotes vecinos, donde sobre los suelos desnudos se esparcen plantas de café expuestas al sol. La forma de distribuir los cafetos y de aplicar distintas tecnologías como el uso de cultivos de cobertura que se usan como los forrajes, abono orgánico, captación de agua lluvia y la protección de espacios de reserva que propician la filtración de agua constituyen las estrategias prácticas y discursivas de Ramiro y su familia sobre las que se estructuran prácticas de resistencia y a través de las cuales se generan espacios de resiliencia socioecológica. Así como él, distintos campesinos, configuran desde lotes esparcidos o pequeñas fincas la dinámica del paisaje y los ordenamientos políticos, discusivos y ambientales, parte de eso que en este documento entendemos como la dimensión epistémica de lo campesino. Para Ramiro, “eso que se nos viene” expresa distintas preocupaciones que durante el recorrido por su finca y luego en las entrevistas se fueron concretando: la crisis por la escasez de agua; la presión por acaparamiento de la tierra por parte de la gran minería extractiva o el monocultivo extensivo del café. También la variabilidad climática y la vulnerabilidad de los cultivos, tanto por las condiciones biofísicas que ponen en riesgo a los cultivos, como de los bajos ingresos de los productores relacionados con las condiciones de intercambio desigual que imponen los intermediarios. El café es el sustento principal, pero no el único, las formas en como maneja su finca le ha permitido insertarse en circuitos de cafés especiales y certificados, que le generan un sobreprecio importante y sin desgastar su tierra y su familia en un trabajo extensivo. Eso en palabras de Ramiro se traduce en: “con un café bien manejado, usted con mil kilos ya tiene un ingreso bien, porque a lo que hay que apuntarle es a la calidad, no a la cantidad”5. La finca constituye y se inserta en el ordenamiento social y ecológico de la vida cotidiana, la participación política y la construcción de las dimensiones epistémicas de lo campesino por medio de las técnicas para el manejo del grano, los circuitos de comercialización o el manejo del agua y el suelo. En su interior se establece una compleja economía de los flujos e intercambios semióticos y productivos, en la que humanos, como no-humanos establecen un contingente relacional y colectivo de entramados de relaciones 5 Tomado de la entrevista a Ramiro Cerón el 21 de febrero en la vereda San Vicente sociales (Herman, 2016). Las guaduas, los plátanos y demás árboles de sombra establecen un conjunto de actividades e intercambios entre plantas y campesinos, las cuales hacen que el cuidado de las condiciones biofísicas del suelo y de las formas de utilización del agua, en el caso de Ramiro, aseguren que esos intercambios (que traen resultados económicos en la venta del café) mantengan la dinámica productiva y ecológica de esos pequeños espacios. El uso del abono orgánico en el café y en la huerta depende del tratamiento de los residuos en el beneficio del café. El reciclaje y procesamiento del agua asegura su distribución y aprovechamiento en momentos de escasez, la manutención de un espacio de reserva de bosque genera servicios ecosistémicos para la finca que impulsa distintos intercambios y flujos que no siempre son circulares, sino simplemente móviles. La conciencia sobre los flujos, los usos del espacio y el lugar que ocupa la actividad humana en el entrecruzamiento de esas distintas líneas o procesos, son producto de los múltiples procesos políticos, formativos y ambientales que se han cruzado en la trayectoria vital de campesinos como Ramiro y que permiten que él y su familia se ubiquen dentro de la dinámica de su finca, dentro de un sistema de flujos e intercambios que hacen que sus actividades configuren en la experiencia una forma de espacio y de relacionarse con él. Es central entonces reconocer la naturaleza activa de los lugares y su capacidad para impactar en nosotros a través de la realización de nuestro ser en el paisaje en términos del contacto, la inmersión o la inmediatez de nuestro cuerpo en “una presencia activa y sensible de un ser experiencial y táctil en la constitución mutua del ser y del paisaje” (Herman, 2015, p. 105). Todas las actividades que se desarrollan en la finca, para mantener o reproducir los flujos e intercambios diarios, ‘cuidar’ en términos de Ramiro, se desarrollan sobre la base del conocimiento experiencial de él y su familia. Cuidar puede ser entendido a partir de los afectos y las formas de producción mutua entre campesinos y entorno, en donde la totalidad de las prácticas y tecnologías implementadas funcionan a partir de distintos procesos de observación y ajuste constante, que configuran el ‘saber hacer qué’ y ‘saber cómo’ (Krzywoszynska, 2016) en una práctica constante en el espacio. La adquisición, producción y reproducción de ese conocimiento se da entonces en medio de las relaciones socioecológicas de los campesinos y su entorno a partir de los intercambios y flujos de la finca que en buena medida configuran los tiempos y las prácticas del trabajo a partir de los tiempos de las plantas, los momentos de siembra y cosecha, la disponibilidad del agua, las condiciones agrológicas de los suelos o la acción de los pesticidas, fertilizantes o abonos que se incorporen en los cultivos por medio de paquetes tecnológicos y políticas de intervención rural o mercado. Sentir, como expresa Ramiro su atención sobre la presencia de extraños o de actividades no permitidas en su reserva parte una educación de la atención. Más allá de un principio sobrenatural o adivinatorio, sentir o intuir puede ser comprendido como la capacidad de responder rápida y apropiadamente a las contingencias de una situación evaluando los múltiples factores de riesgo o de influencia sobre su espacio de forma casi inmediata (Krzywoszynska, 2016), producto de una vivencia en el espacio que educa la atención y la percepción (Ingold, 2011), sin necesidad de implementar sistemas de reglas o de monitoreo sobre el espacio que generen certeza sobre lo que allí pasa. Cuidar, es una habilidad situada que, para él, es parte de su actividad agrícola. Usar los servicios ecosistémicos y devolver algunos de sus recursos o manejarlos de formas adecuadas para el sostenimiento del suelo y los flujos al interior de la finca, son producto de la experticia situada que permite en una experiencia corpórea incorporar los mecanismos, tiempos y signos de los demás seres en un ecosistema. Lo que puede ser conocido como la realidad es un constructo de la experiencia, una creación de los sentidos y el pensamiento (Tuan, 2011, p. 9). Las fincas son productos visibles, materiales y emocionales de las relaciones sociales y ecológicas de los campesinos con lo no-humano y su entorno. Lograr dibujar una capa de las múltiples líneas y procesos que atraviesan una finca, o de las que ésta genera en distintas escalas espaciales y temporales, podría permitir un acercamiento a la experiencia de las personas en su espacio y a los vínculos entre estos y los seres que los habitan para identificar los patrones de actividades adaptadas en la articulación (engagement) entre seres y el ambiente que habitan (Malm, 2015). Los usos que se dan a los objetos y los lugares que se asignan a los seres y a sus acciones son una pista metodológica para indagar por las relaciones entre seres y entorno. Ello contribuye a la comprensión de la vivencia de las personas, como procesos de conocimiento en los que se constituyen el espacio o se produce la finca y el paisaje como una trayectoria de múltiples atravesamientos. Comprender los momentos que han dado forma a la idea de cuidado del medio asociada a una idea de lo campesino, surge de las formas de organización de las fincas. Comprender las prácticas y las relaciones con el espacio, permite acercarse a las formas de construcción de conocimiento y los modos de vida para comprender la resistencia y los modos de resiliencia socio-ecológica que han sido producto y productores de la organización política. Habitar (Ingold, 1993) es un compromiso con el entorno que se produce estando en contacto, contribuyendo a la producción constante del mundo del que se es parte, no sólo desde las representaciones, sino desde la interacción en la que se reproducen los seres, las cosas y las relaciones. Habitar en el paisaje a través de la incorporación de sus cualidades y características en las actividades de la vida diaria, convierte el espacio en un hogar. Por ello es central entender el mundo como una experiencia sensible, háptica. Esta experiencia es una en la que los seres adquieren información sobre su ambiente y su cuerpo, sintiendo al objeto como relativo a su propio cuerpo y viceversa. “es un sistema perceptual en el que animales y hombres están literalmente en contacto con el ambiente” (Gibson, 1983, p. 98). Una experiencia sensible que refiere tanto al propio cuerpo como al de los otros, que se incorporan o que constituyen también un entorno de referencia en la organización y producción de la vida. Este es un punto central para entender los intercambios, relaciones, vínculos e interdependencias en la agricultura campesina a partir de una ecología de la vida. Una mirada que va más allá de una economía de las prácticas o los intercambios con el entorno. Contexto del análisis: La organización social y productiva ha sido resultado de las transformaciones económicas y paisajísticas a largo de los años. Las formas como los campesinos distribuyen hoy sus actividades productivas y organizativas, responden a prácticas agrícolas y de comercialización en las que insertan su economía. El cambio en los productos principales de comercialización ha tenido impacto en las formas de participación, movilización y organización política. Desde mediados del siglo XX el ordenamiento productivo y las actividades agrícolas principales de la zona han sido los mecanismos para la construcción de órdenes en la vida cotidiana, las formas de trabajo y los vínculos entre seres. Ejemplos de ellos han sido el trabajo como jornaleros en la ganadería extensiva desde la década de los años veinte o las labores de jornal en el maíz desde la década del cincuenta en una zona conocida como la hacienda Dalmacia El trabajo en el maíz es central para comprender la organización social y política de la zona en relación a las tareas agrícolas. La vinculación de los campesinos de la zona como jornaleros agrícolas en la producción de maíz en extensiones de tierra de grandes propietarios, generó un espacio de encuentro a través de una actividad común que permitió vincular los problemas particulares a una causa común, las formas de explotación de su mano de obra, la necesidad de acceso a tierra y las condiciones de cultivo. Entre los años cuarenta y setenta del siglo XX los productores de fique en Nariño y el Cauca se organizaron en distintas figuras para comercializar y posicionar su producto, cuyo pico productivo se dio en la década del setenta. Alrededor del fique se generaron sindicatos, comités y cooperativas. En la zona, estas formas de organización tuvieron expresiones particulares como: la gestión de fincas colectivas para iniciativas productivas de los asociados, la instalación de tiendas comunales para mantener precios bajos en alimentos básicos y el control de precios de garantía para los productores. Finales de la década de los sesenta e inicios de los setenta, el café en Colombia ya era un producto posicionado en las zonas de consolidación que hoy denominamos el eje cafetero. En Nariño, a través de las políticas de intensificación de la producción del grano (Guhl 2008) y la gestión de la Federación de Cafeteros de Colombia (Palacios 2009) los paquetes tecnológicos y las variedades certificadas empezaron a llegar. A mediados de los ochenta el café se había convertido en el producto principal de comercialización de la zona. El fique se abandonó progresivamente al igual que las instituciones y prácticas organizativas asociadas a este desde mediados de los ochenta con las políticas de ajuste estructural o las reformas neoliberales en el país y particularmente con la entrada de polipropilenos baratos que reemplazaron la fibra en distintos usos industriales. Los cultivos alimentarios y la diversidad de plantas en las zonas de bosque sin desmontar, se mantuvo alrededor de los cultivos de café de sombra en algunos casos. La organización productiva asociada al café transformó la vinculación colectiva de los campesinos. Desde los setenta los circuitos de comercialización dejaron de ser producto de la organización y gestión colectiva de sindicatos o cooperativas y pasaron a ser parte de los arreglos “contractuales informales” que empezaron a mediar la comercialización individual de los productores. Ahora cada campesino vendería su grano a los acopiadores, no habría instituciones colectivas que mediaran los precios o la comercialización que no estuvieran controladas por la FNCC. La organización del trabajo pasó a estar mediada por las prácticas agrícolas asociadas al café. Los mecanismos de compra y venta individualizaron el trabajo agrícola, esto mismo sucedió con los procesos organizativos que se diluyeron en la abundancia de los primeros años de crecimiento y expansión del cultivo. El mercado de los cafés especiales en Nariño desde finales de la década de los noventa empezó a ser un rubro productivo atrayente tanto para tostadoras y comercializadoras de café -como Starbucks- así como para organizaciones sociales e instituciones de cooperación internacional. La organización productiva y social asociada a la producción de cafés de alta calidad se convirtió en una estrategia para el desarrollo y gestión económica de familias y comunidades a partir de la producción de café para circuitos especiales de exportación. Desde entonces diferentes organizaciones de cooperación para el desarrollo, de la iglesia o laicas, han llevado al norte de Nariño distintos proyectos para la gestión de trazabilidad corta a través de procesos de comercialización directa del grano, pero pocos han llegado a buen puerto. La calidad del grano es muy buena, Sin embargo, al tratarse de un cultivo de temporal es difícil cumplir con las cuotas que exigen los compradores en un contexto de variabilidad climática al que se suman altos precios de insumos y poca agua disponible para regar. Esas tecnologías y mecanismos de inserción empresarial en la cadena de comercialización del café son muy costosas y cada vez recaen más sobre el productor primario, agravando el riesgo de inversión para los campesinos. Hay algunos campesinos que realizan procesos de cultivo y beneficio que les permiten acceder a mejores precios y circuitos de comercialización. Muchos de estos productores están vinculados con organizaciones sociales veredales y locales a través de las que han gestionado dichos espacios de trazabilidad o experiencias formativas que han permitido optimizar el cultivo, el beneficio y los intercambios al interior de sus fincas. Estos esfuerzos son parte de las estrategias comerciales y productivas de los campesinos para enlazar sus prácticas agrícolas, la organización de su finca y la búsqueda de mejores fuentes de ingreso que permitan cultivar limpio, con mejores prácticas de manejo agrícola y en concordancia con las distintas banderas políticas a las que se adscriben desde múltiples organizaciones. En las veredas se dan distintos procesos de movilización política, participación u organización gremial que tienen antecedentes en trayectorias organizativas diversas desde mediados de siglo XX con la presencia de la Iglesia en la zona, el trabajo pastoral, las políticas desarrollistas que enmarcaron la alianza para el progreso y las distintas estrategias para el desarrollo rural que se llevaron a cabo el país. Estos procesos van de la mano de las relaciones productivas y ecológicas que los campesinos establecen con su entorno. Sin embargo, existe una organización en el corregimiento que ha liderado la mayoría de los procesos de movilización política y organización social que se configuran desde la vida cotidiana y productiva de las fincas. Al que se adscriben buena parte de los habitantes de la zona. Esta organización se estructura a través de escuelas agroambientales veredales cuyos antecedentes permiten comprender la naturaleza, el proceso y los resultados de los ordenamientos de El Carmen en lo que en este análisis se ha propuesto como las prácticas de resiliencia y resistencia desde la construcción social del espacio y el conocimiento a partir de la dinámica interna de las fincas. Para comprender dicha organización actual es necesario referir sus antecedentes. El primer referente institucional que generó espacios de encuentro y formación social, política y ambiental en la zona fue Radio Sutatenza o Acción Cultural Popular - ACPO. En 1947 surge como estrategia formativa para los espacios rurales apartados de la mano de una cadena radial, Otro antecedente importante fue la Pastoral Social que convirtió en la oferta más sólida de acompañamiento a los campesinos a través de la idea del ‘reino de dios en la tierra’3, es decir la necesidad de una vida digna en el campo, cuyo punto de partida era la producción en la finca para asegurar el sustento propio. Las técnicas y recomendaciones agroecológicas fueron trasversales a la mayoría de charlas y espacios de encuentro sobre temas productivos. Estos temas se promovieron desde el acompañamiento técnico de funcionarios del Instituto Mayor Campesino de Buga o de los extensionistas de las Concentraciones de Desarrollo Rural. A partir de la década de los noventa, las políticas de desarrollo rural se transforman, la asistencia intersectorial dirigida para el desarrollo de los espacios rurales puesta en marcha en décadas anteriores se convierte en fortalecimiento de las capacidades de emprendimiento de los productores. La pobreza y rezago de los espacios rurales se resuelve focalizando la asistencia y los subsidios en los más pobres, dejando para los demás una amplia oferta en gestión de servicios, proyectos y recursos para fortalecer y promover sus capacidades empresariales con el fin de generar cadenas productivas eficientes a través de estrategias como el crédito y el financiamiento. Evidentemente estrategias para unos empresarios idealizados con la que se disfraza la pobreza estructural, la exclusión y el abandono a de las tareas sociales y económicas del Estado con la población rural como agentes sociales y económicos activos, no como apéndices de una modernidad inacabada. El abandono de los esfuerzos de reforma agraria, las políticas sociales dirigidas al campo y la presión por la inclusión de la tierra al mercado a través de mecanismos de compra-venta o de guerra, sumados a los conflictos estructurales de los espacios rurales como el abandono institucional sobre la salud, la educación y la infraestructura, etc. han sido motivos suficientes durante varias décadas para las movilizaciones campesinas e indígenas que han tenido distintas expresiones desde el siglo XIX (Vega 2002; Archila 2003). Durante los noventa las movilizaciones campesinas en Colombia, se concentraron en acciones colectivas como las marchas y las tomas de lugares públicos, los éxodos organizados y paros que se gestionaron desde organizaciones nacionales de reciente creación. Las demandas por la tierra, el acceso a servicios y el incumplimiento en acuerdos previos que se dilataron con la apertura económica y las políticas agrarias en un contexto de liberalización y desprotección (Lugo 2010) movilizaron a la población rural. Una de estas marchas colectivas de importancia en el sur de Colombia, se dio en Noviembre de 1999 sobre la vía panamericana cuando distintas organizaciones campesinas, populares e indígenas de Cauca y Nariño reaccionaron ante los incumplimientos en los pactos y acuerdos con el gobierno nacional en temas de salud e infraestructura (Rivera 2003) acordados en años anteriores. Producto de este encuentro entre distintos actores políticos locales surge el Comité de Integración del Macizo Colombiano – CIMA. Esta sería una figura de integración de esas distintas expresiones y grupos locales que confluyeron en la movilización que con los años se fortalece para ser un actor institucional clave para las negociaciones y la gestión ante las instituciones del Estado. Ese año se unió a las movilizaciones de la Panamericana un grupo de mujeres que venían trabajando colectivamente desde mediados de los noventa en las veredas de El Carmen. El deterioro en las condiciones del suelo, los cambios en los regímenes de lluvia, la dependencia económica del café y los problemas de pobreza alimentaria, fueron algunas de las problemáticas a partir de las que organizaron acciones como grupo. Lo que inició como un grupo de campesinas que realizaba jornadas de recolección de basura, siembra de árboles y mingas de trabajo en los espacios comunes para la limpieza o la siembra -a las que poco a poco vincularon a los hombres- , se convertiría a partir de ese hito colectivo del noventa y nueve, en una organización local cuyas estrategias y demandas económicas, sociales y políticas parten de una noción identitaria: Lo campesino, esta idea no solo define a las personas sino las actividades, las prácticas y las relaciones Las estrategias discursivas y políticas sobre las que se han generado ordenamientos (Law 1994) de la siembra, la participación política, los canales de comercialización y las prácticas agrícolas, desde la Red de Escuelas Agroambientales, se han construido articulando el funcionamiento interno de la finca, algunas ideas sobre el “cuidado” del ambiente y las luchas por el reconocimiento del campesinado como un actor político colectivo, estos tres aspectos son parte de las dimensiones epistémicas de lo campesino. Estas tres dimensiones son resultados históricos que se articulan en la organización discursiva y práctica a partir del vínculo colectivo de la Red. El funcionamiento interno de la finca es un aspecto que tiene aristas diferenciadas en función de las trayectorias de cada productor, sin embargo, comparte distintos elementos que han sido incorporados a través de las experiencias compartidas y de la interdependencia con un espacio físico y geográfico que se ha transformado y los ha transformado al habitarlo (Ingold 1993). Sobre la Resiliencia: Qué es lo que ha permitido que ello sea así; cómo comprender la persistencia de sus modos de vida, diferenciados a lo largo y ancho de la geografía; estrechamente vinculados a economías de subsistencia; y productores de alimentos, en su mayoría, en espacios físicos de producción que no rebasan las cinco hectáreas en promedio (Forero Álvarez, 2002, 2003; Forero Álvarez y Furio Victoria, 2010). Reconocer en esas permanencias, producto de constantes luchas, formas de resistencia, ajuste o adaptación, es un aspecto problemático que ha sido abordado desde distintas aristas en la literatura, tanto desde el análisis político (Bejarano, 1983; Vega, 2002), como las reflexiones en torno al desarrollo. Sin embargo, pocas han sido las aproximaciones al carácter de la agricultura campesina y a la particularidad de los modos de vida que se desarrollan en estrecha interdependencia con las actividades agrícolas. La resiliencia es un concepto central para pensar esas formas en que localmente – sin que ello quiera decir de manera aislada– se han construido ordenamientos y formas de manejo ambiental y productivo (Berkes, Colding y Folke, 2008; Folke, Colding y Berkes, 2000; Holling, 1973) que cada vez dan mayores pistas para pensar términos como el desarrollo sostenible. La resiliencia es un concepto que permite comprender cómo individuos y comunidades pueden negociar y adaptarse a un ambiente cuyos cambios son impredecibles o a veces impulsados por la crisis. Los trabajos desarrollados a partir del enfoque de resiliencia proponen un marco conceptual útil para relacionar procesos, experiencias de cambio y transformación social y productiva con implicaciones individuales y colectivas centrales para el manejo de recursos ambientales y comunes (Berkes et al., 2008; Brown, 2014; Cote y Nightingale, 2012; Folke et al., 2000; Herman, 2015, 2016; Weichselgartner y Kelman, 2015). Una definición de resiliencia tomada de Herman puede entenderla como la habilidad de individuos y grupos para hacer frente a las perturbaciones, las formas en que se adaptan, transforman y potencialmente se fortalecen de cara a distintos retos (2016, p. 36). La agricultura es un sector caracterizado por la volatilidad y la impredictibilidad. La aproximación desde la resiliencia a los procesos que configuran agriculturas y modos de vida, permite comprender los espacios rurales, los sistemas agrícolas, las fincas o inclusive el sistema agroalimentario, como espacios en constante movimiento y ajuste, producto de múltiples atravesamientos entre actores humanos y no-humanos. Lo social es interdependiente, co-constituido, un ensamblaje de actantes, relaciones prácticas y discursos (Latour, 2007) que puede ser visto a través de distintas escalas. En este caso la finca es un espacio micro a partir del cual es posible comprender cambios, contingencias, proyectos, transformaciones, resistencias, afectos y organización social. ‘La finca es un elemento clave entre las comunidades rurales considerando que estas toman forma a través de interrelaciones más que humanas’ (Herman, 2016, p. 35). Las formas en que esas relaciones sociales y ecológicas entre seres se configuran en la vida cotidiana, el trabajo o los espacios de esparcimiento, tienen distintas expresiones en las prácticas, referencias, formas de recordar, sembrar o planificar la vida social. La resiliencia socio-ecológica en estas estrategias de resistencia y organización productiva es posible entenderla a través de las dimensiones epistémicas de lo campesino, que han contribuido a la constitución de una base de acciones o de escenarios de resiliencia en dos sentidos como ya hemos visto, por una parte a través de la conservación de la biodiversidad y adaptación a condiciones de cambio climático (Leyequién, Boer y Toledo, 2010; Moguel y Toledo, 1999; Moguel y Toledo, 2004). Por medio de las prácticas asociadas al café de sombra y las formas en que esas formas de manejo micro se basan en procesos de conocimientos a partir de la noción de cuidar, además de las interdependencias que se establecen entre seres y entorno. Esta dimensión puede ser comprendida como las relaciones de conocimiento y configuración del espacio que son centrales para la comprender procesos de resiliencia socio-ecológica. La noción de cuidado parte del reconocimiento del otro nohumano, como par como integrante de la dinámica de la finca. Esto implica pensarse con el otro y ajustar los repertorios de acción frente a múltiples escenarios donde no solamente cuentan las acciones de las personas, sino por el contrario su interdependencia con múltiples agencias. En este contexto particular de estudio, es central reconocer que para el manejo local de los ecosistemas es importante reconocer cómo se produce conocimiento en el encuentro entre seres y valorar lo que las personas saben sobre el espacio que habitan. Los distintos espacios de participación, organización y movilización social de los campesinos en Colombia han tenido como centro de la lucha la tierra, la propiedad y su uso. El reconocimiento político del campesinado es una de las estrategias a través de las que se ha demando con mayor vehemencia ante las instituciones del estado la lucha por la tierra, la seguridad y la protección de las actividades de los campesinos y sus espacios de vida. Reconocer localmente la capacidad de manejo de los territorios a partir de la centralidad de su actividad agrícola constituye hoy el núcleo de las demandas políticas de los movimientos campesinos en Colombia de cara al avance de la gran minería, la búsqueda de nuevos nichos para el establecimiento de economías extractivas como los hidrocarburos o de plantaciones de uso industrial no alimentario como la palma para biocombustibles, que acompañan los procesos de acaparamiento de tierras, desplazamiento forzado y extracción intensiva de recursos naturales en el país. Comprender y reconocer lo que los grupos saben sobre su entorno y las formas como lo organizan es un punto de partida central para pensar formas de investigación, planeación y ejecución consensuada de políticas públicas sectoriales, agendas de investigación y rubros de inversión, etc. Las formas de vida que se generan en un espacio local responden a múltiples atravesamientos que dan forma a ordenamientos contingentes, nunca acabados ni direccionados unilateralmente por algún o algunos agentes, por el contrario, parte de los esfuerzos por comprender esas formas de conocimiento y organización localizadas es saber que siempre hay espacios para la incertidumbre, la movilidad o el caos y que no siempre todo resulta como se planea. La centralidad de comprender esas formas de conocer situadas, no estáticas o aisladas, producto de relaciones históricas y físicas localizadas esta en ampliar las posibilidades de los procesos de participación y planeación política La importancia de reconocer, valorar e incorporar lo que se sabe localmente radica en la inclusión de flujos, seres, relaciones, técnicas, espacialidades, etc. que son parte de las personas que habitan esos espacios y que se descuidan desde la mirada técnica precisamente 5por el hecho de constituir otros marcos experienciales, espaciales y temporales sobre los que se referencian las relaciones y los lugares o sobre los que se construyen distintos intereses a partir desde distintos marcos ontológicos. Referencias Bejarano, J. A. (1983). Campesinado, luchas agrarias e historia social:: notas para un balance historiográfico. Anuario colombiano de historia social y de la cultura, (11), 251–304. Berkes, F., Colding, J. y Folke, C. (Eds.). (2008). 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