Revista Digital Universitaria
10 de agosto 2006 • Volumen 7 Número 8 • ISSN: 1067-6079
CUERPO, CUIDADOS, PRÁCTICA
ARTÍSTICA Y MUERTE
Alfonso Miguel García Hernández
Lic. en Enfermería. Profesor Titular de Fundamentos de Enfermería.
Universidad de La Laguna. Tenerife.
DEA en Antropología Social y Cultural.
Universidad de La Laguna. Tenerife. España
Director del Master Universitario en Cuidados al final de la vida.
Universidad de La Laguna.
Presidente de la SEIT (Sociedad Española e Internacional
en Tanatología).
http://tanatologia.org
email. alfonso@tanatologia.org
© Coordinación de Publicaciones Digitales. DGSCA-UNAM
Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente completa y su dirección electrónica.
Cuerpo, cuidados, práctica artística y muerte
http://www.revista.unam.mx/vol.7/num8/art59/int59.htm
CUERPO,CUIDADOS,PRÁCTICAARTÍSTICAYMUERTE
Resumen
El cuerpo es el instrumento por excelencia sobre el que se prestan los cuidados, y vehículo o mediador
de los mismos, y ha sido y es, un enigma denostado y un territorio por descubrir; denostado por lo
mucho que nos oculta o por lo demasiado que nos muestra y más aún por lo que debe todavía revelar.
Tomándolo como hilo conductor del pensar implica que quite la palabra para articular un discurso mudo,
que se hace visible a través de sus representaciones artísticas. Definiendo incluso las distintas partes
del cuerpo, así como las distintas relaciones que llevan a la salud, la enfermedad y la muerte, mediante
representaciones de diversidad de culturas y tiempos históricos, donde el cuerpo ha sido una superficie
que sirve de inspiración o soporte, para imprimir los acontecimientos de nuestra vida.
Hablar del cuerpo como instrumento privilegiado de cuidados no es sólo mencionar los sentidos que de
él participan, sino redescubrir la sensibilidad. Redescubrir lo que siente, buscar lo que sienten los demás e
intentar ser más claro con lo que uno mismo siente. Hacer un camino personal que va más allá de usar las
manos para manipular, transportar, levantar, coger, pinchar, presionar, acariciar, dar masajes, etc.
Palabras Clave: Cuerpo, cuidados, arte, muerte.
BODY,CARE,ARTISTICPRACTICEANDDEATH
Abstract
Our body is the pre-eminent instrument care is given onto, and the vehicle of care itself; undiscovered
land: reviled for how much it hides an how little it shows, and even more for what it still has to reveal. Taken
as the thread of thought, word is left out in order to articulate a mute discourse, made visible through its
artistic representations. Defining the different parts of the body an the various liaisons that lead to health,
illness and death, by means of representations framed in a variety of cultures and times, the body has
become a surface which acts as inspiration or base for our life events to be printed on.
Considering the body as a privileged instrument of care does not only imply mentioning the participanting
senses but rediscovering sensitivity. Rediscovering what it feel, searching what others feel and clarifying
what one feel. Walking a personal path that goes beyond using hands to handle, transport, lift, take, inject,
press, caress, massage, etc.
Keywords: Body, care, art, death.
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Cuerpo, cuidados, práctica artística y muerte
Lo único permanente en la vida social es el cambio, y la
verdadera realidad no es más, por inmutable que sea, de
hecho imita porque es real. Pensar en el cuerpo, en los
cuidados al mismo, en la muerte y el morir y los procesos
relacionados, implica pensar acerca del pensar mismo. Pero
el ser mortal corporeizado resta patetismos otorgando
cercanía, donde la sociedad y la cultura de la muerte
intentan recrear una realidad que recale en nuestra propia
condición, con nuestra vida, nuestra salud y nuestra muerte.
Alfonso García.
Introducción
La importancia histórica y actual del concepto de “cuerpo”, tiene implicaciones en muy distintos niveles;
todos ellos han sido merecedores de estudios sistemáticos, categorizados desde la variabilidad, de modo
que aluden a los cambios que se producen durante el proceso ontogenético de los individuos (es decir,
desde las transformaciones sufridas por el individuo desde que es fecundado hasta que se convierte
en un ser completo) y también durante la filogenia (cada uno de nosotros somos parte de la historia de
nuestras poblaciones y nuestra especie), así como los problemas teórico-metodológicos que se enfrentan
al abordar la interacción biológica-social, han sido motivo de análisis recurrentes. La corporalidad ha
sido vista desde diversos estatus, desde las presencias y variaciones que el cuerpo adopta en las obras
literarias, pasando por las artes plásticas y escénicas, para continuar su reafirmación en las performances
conceptuales, en las que la diversidad del mismo, se abre a la multiplicidad y pluralidad que en ocasiones
se niega a ser reconocida desde un discurso único. Desde esa pluralidad irreductible, que eclosiona en
una pléyade de sentidos, fragmentada, que procede a reconstruirse una y otra vez hasta el infinito.
Corporalidad: inspiración y soporte de los acontecimientos de nuestra vida
Todas las sociedades organizan un determinado uso-prácticas del cuerpo, los ideales, tratamiento y
respeto al mismo son regulados. Mientras en la nuestra se da una alineación-separación del cuerpo, pues
somos cuerpo, tenemos cuerpo, pero también miramos el cuerpo como algo separado: separación mentecuerpo, trabajos manuales-intelectuales o mentales, teniendo disciplinas que se encargan de domesticar
los cuerpos con la escuela, la política, el orden, la sanidad etc., y donde la sociedad se encarga de
“criticar” a aquellos que se salen de los entendimientos establecidos.
En la mayoría de las culturas y los tiempos históricos, así como en todas las clases sociales, el cuerpo ha
sido una superficie que sirve de inspiración o soporte, que imprime los acontecimientos de nuestra vida,
incluso trascendiendo al cuerpo vivo y asentándose en el cuerpo muerto. Cuando la experiencia es fluida,
hay impresiones que se desarrollan en forma de emociones, y de hecho respondemos con nuestro cuerpo
que es como la película que registra los dramas y las alegrías de nuestra vida, un pastiche en el que todo
tiene cabida.
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Cada lenguaje es rico en metáforas corporales para describir la gama de reacciones posibles, las expresiones
no similares de una cultura1 a otras en ocasiones, de manera que es imposible entender traducciones
literales de estados emocionales. Seguimos las huellas del cuerpo en diversos ámbitos privilegiados como
las imágenes y las palabras, las construcciones, templos, monumentos, metáforas del cuerpo en cuerpos
móviles y diversos a modo de esculturas y un río continuo de una performance urbanitas.
Decimos que “tenemos el corazón en la garganta” para comunicar angustia, o que “nos sentimos bien en
nuestra piel” cuando nos identificamos con nosotros mismos; o que tenemos un malestar psicológico al
expresar “me siento como fuera del cuerpo”, y si estamos angustiados o temerosos expresamos que “se
nos pusieron los pelos de punta”. En palabras de G. Deleuze (1987: 287): “El cuerpo es lenguaje porque es
esencialmente “flexión”, y en la reflexión, la flexión corporal queda como desdoblada, escindida, opuesta
a sí, reflejada sobre sí; aparece en fin, por sí misma, liberada de todo lo que ordinariamente la oculta. [...]
Si el lenguaje imita a los cuerpos, no lo hace mediante la onomatopeya, sino mediante la flexión. Y si el
cuerpo imita al lenguaje, no es por los órganos sino por las flexiones.
Socialización y cuerpo
La socialización cultural no sólo modela pues la razón, el intelecto, la emoción y el afecto, sino también
al cuerpo, se hace cuerpo, como elemento constructor y metaforizante, y no lo digo pensando en la
fácil asociación con el maquillaje, el fitness, el peeling, la silicona y la que ahora se llama “lipoescultura”,
sino más bien lo hago pensando en aspectos más profundos como el dolor, el deterioro y el asco, sin
olvidarme de los modelamientos corporales, el embodiment2 y los movimientos corporales no simbólicos,
que normalmente ubicamos en los territorios de la fisiología, de la enfermedad, y el morir. Sería por
tanto, necesario proceder al descubrimiento de las articulaciones lingüísticas del cuerpo del lenguaje
tanto como del lenguaje del cuerpo y dar nombre a los signos del cuerpo y sus significados; una auténtica
hermenéutica del cuerpo, desnuda, no sólo lo que oculta el carácter flexional de la lengua, sino también
lo que oculta el carácter flexional del cuerpo en las flexiones de la lengua. En palabras de Ginés Navarro
(2002:81) el cuerpo se mueve entre la metáfora y la parodia, entre la imagen noble, idealizante, y la burla
grotesca, entre Dios y el animal.
Funciones corporales y muerte en un nuevo escenario ritual
La muerte como experiencia de un límite, como misterio último, que tras la dimensión de finitud impuesta
al ser, busca la necesidad de sentido, el anhelo de la perpetuación, el deseo de reencontrarse con la
naturaleza o reconciliarse con lo sagrado (Eduardo Subirats, 2001:123) no es ajena a maximizar el cuerpo,
minimizando sus funciones por otra parte debilitadas. Frente al límite de la vida nuestra conciencia se
apercibe de las cualidades que la trascienden, y que están más allá de la relatividad de sus empresas, sus
vínculos sociales, y su propio conocimiento del mundo y de sí mismo, y el cuerpo pasa al papel de actor
secundario.
1 Son muchas las definiciones que se han dado de la cultura desde que Tylor lo hiciera por primera vez en 1871, cada una de
ellas, de las definiciones, incide en algún aspecto concreto de la misma. No obstante la cultura es algo que trasciende
al hombre y lo comprende, la cultura debe ser entendida como un todo integrado, que abarca desde el sistema de
creencias al sistema tecnológico pasando por los conocimientos, costumbres, leyes, artes, etc. y que permite al hombre,
al ser humano, vivir en sociedad, o como dice Pedro Gómez (2000): “es la cultura lo que confiere sentido a nuestras
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vidas”.
Entendido como un proceso a partir del cual lo social entra en el individuo. El cuerpo es como el mediador, y se está
uniendo a la noción de persona. Es un proceso de corporización / encarnación a partir del cual lo social entra en el
individuo, y el cuerpo es el mediador de nuestra socialización.
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En el sentido más radical de la palabra, es la vida pasada. Una vida que ha perdido todas las
certidumbres de la trascendencia (U. Beck y E. Beck-Gernsheim, 2003: 267) y la corporalidad emergente
de otras épocas se banaliza. Donde las experiencias de muerte están sujetas a nuestra cultura, a un
peculiar proceso de transformación, y donde los ceremoniales empleados en torno a la misma, sean
tradicionales o contemporáneos, semejan una protección, funcional y aséptica en ocasiones. Patentes
en las frías arquitecturas y diseños de los tanatorios y hospitales actuales, y en sus espacios y unidades
supersofisticadas, llenas de alta tecnología, de estandartes de avances médicos, en los que se exime al
humano del misterio de su existencia y de la experiencia de su límite, pues ha perdido los bordes o quizá
ha transformado los mismos, en el universo agresivo de la tecnología clínica como telón de fondo, donde
los ritos enmudecidos se han reconvertido en ritos de profilaxis. Una profilaxis higienizadora que fuerza
al ser humano presente a la más brutal soledad y vaciamiento de valores extracientíficos y tecnológicos,
“precio que se paga por el progreso”.
Donde la experiencia de muerte es suplantada por su simulacro técnico, siendo redefinida como un fallo
funcional-orgánico (cuerpo-máquina), creándose la imagen de una supresión virtual de este límite, la
muerte, como muerte parcial, nueva muerte más cercana que incorpora artefactos inteligentes en el
organismo, un nuevo cuerpo o la posibilidad del mismo: prótesis sutiles, sustitución de humores orgánicos
por réplicas bioquímicas, válvulas sintéticas, etc., donde la clonación parcial anticipa una vida marcada
por sistemas orgánicos a modo de pastiche humano, cual collage tecno-orgánico prácticamente inmortal.
En un mundo en el que la muerte clínica no es una experiencia-existencia sino una decisión de categoría
jurídica, que define la frontera de las tecnologías biológicas, más que del límite natural o espiritual de la
existencia, del que el ser humano ya no forma parte, y donde el cuerpo es una excusa emergente para la
ayuda al otro.
El hombre construye y simboliza su territorio corporal, una imagen incompleta ante el sujeto, que necesita
de la mirada del otro, para llenar esos espacios vacíos, como un espejo en el que mirarse para sentir
restituida su unidad, su imagen completa: moribundo y cuidador. Es un territorio en construcción y
deconstrucción permanente, que es simbolizado por sí mismo, de modo que determina y establece la
concepción del mismo y de los procesos de salud - enfermedad3 y muerte, ligada a un imaginario específico
que armamos, resultado de nuestras vivencias y creencias, así como del influjo de otros imaginarios que en
nuestro entorno se concentran4. Las representaciones que los sujetos elaboran de sí a través de las miradas
de los otros, quedan fijadas y elevadas a su máxima intensidad en el arte, mediante sus representaciones
artísticas y en los cuidados enfermeros.
La enfermedad constituye uno de los fenómenos socioculturales más antiguos de la humanidad y cada cultura ha tendido
a cristalizar ese enfrentamiento en formas de organización social peculiares, organizando en torno al mismo distintas
respuestas y diferentes conceptualizaciones. Alrededor del pilar la salud-enfermedad-atención se cristalizan muchas de
las creencias y prácticas sociales que son diferentes según las culturas y sistemas organizacionales, pudiendo incluso
dentro de una cultura, convivir diferentes sistemas sanitarios con sus consiguientes concepciones sobre la enfermedad,
salud y atención y el ser humano en general.
4 Existen muchos tópicos relacionados con la imagen corporal y el género a través de los medios de comunicación, las
mujeres están siendo convertidas en objetos sexuales para la sociedad. Las mujeres son más cuerpo que los hombres
y tiene una mayor manipulación sobre este. Pero hay más teoría de la práctica. Se plantea que por una parte se han
estudiado los discursos sobre el cuerpo y analizado poco las prácticas corporales de la gente, por grupos sociales,
viendo esa diversidad, ese mundo complejo, se verá como actúa la gente. Los modelos sobre el cuerpo son duales, de
3
pertenencia (buscamos el modelo perfecto, modelo ideal que cumplen las top-model) y modelo de disidencia (siguen
esos modelos pero contestan a esos modelos.) Los procesos corporales y personales van unidos.
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Es posible que hayamos renunciado a conocer el cuerpo y fruto de ello, lo único que podamos hacer es
desvelar la naturaleza de las miradas, de las imágenes que de él tenemos, lo cual nos revelará más sobre la
mirada que sobre el cuerpo mismo. O tal vez no, porque también podemos pensar que cada mirada es una
perspectiva, una dimensión de la proteica realidad del cuerpo presentada como emisario y testimonio del
cuerpo, relato de un ser inaprensible, rebelde a todo orden definido, eternamente inquieto, puesto que
se niega a permanecer encerrado dentro de sus límites y articulado de ese modo, en su ciega sucesión,
una historia del cuerpo, una historia de la mirada en palabras de Ginés Navarro (2002: 108).
El cuerpo como espacio y discurso artístico
El cuerpo se ha convertido en un espacio recurrente, en las distintas épocas histórico-culturales, nada
neutral ni pasivo, sino más bien obsesivo en el que convergen y se proyectan prácticas artísticas y discursos
críticos, un site (lugar) en palabras de Hal Foster (1993:13)5, por tanto, ambiguo, a la vez construido y
natural, semiótico y referencial. Donde desde la mirada, se encuentra localizado en el plano de los objetos
y goza, como estos, de una cierta exterioridad para quien lo contempla. Al espectador, la visión del objeto
es completa y se constituye mediante una suma de múltiples perspectivas, escapando a la observación
algunas de sus partes, pues nuestra visión siempre es fragmentaria, y el cuerpo irreductible y rebelde ante
la mirada. Siempre habrá, en la imagen del cuerpo, una zona oscura y sombría a la cual no hay ningún
acceso, zonas calladas, donde el cuerpo no es el cuerpo, o deja de serlo para pasar a ser desmembrado u
usado como piezas de recambio, donde el cuerpo es el otro, un extraño a sí mismo. Donde cuerpo y todo
establecen sus confusos e inestables límites.
El arte no ha estado al margen de discursos centrados en el género del cuerpo, su masculinidad y feminidad,
en el cuerpo artificial o cyborg y en el cuerpo asexuado; en el cuerpo mutilado o desmembrado; donde
el cuerpo se ha entendido como una noción abstracta, más que desde la realidad del mismo - aunque lo
real también está presente -, lo que importa son sus apariencias, lo externo, la imagen virtual del mismo,
pero también su capacidad de ser objeto real, y a la vez simbólico, de feroz devastación. De un cuerpo
como último refugio de la autenticidad, tal como se planteaba en las prácticas de los años setenta hemos
pasado a un cuerpo como sostén privilegiado de lo falso, lo artificial, lo simulado y agresivo. En cierta
medida, hemos creado una imagen cautiva de la sociedad, rehén de la industria y del sistema económico
occidentalista imperante. El cuerpo no ha podido ni querido mantenerse al margen de ser espectador y
actor de una industria de las imágenes, de la informática, de la tanatología e incluso de la genética.
El cuerpo en las artes ha traído y aportado distintos discursos, desde el tratamiento del cuerpo desde
la visión clásica del mismo (como presentaciones, representaciones o reproducciones), en sus diferentes
épocas, hasta el abordaje de las nociones de sexo y de género explícita y voluntariamente, pasando por las
de identidad sexual, mediante diferentes técnicas y tratamientos: Pintura, escultura, performance. A la vez
que se le ha presentado desde discursos diferentes: como soporte, como objeto (fetiche), como sujeto,
como instrumento de medida del mundo, como centro de un mundo fenomenológico, pero también
como cuerpo social, religioso y moral (Guasch 2000: 502). Las voces de las nuevas y viejas religiones nos
dictan que nacemos a un “nuevo cuerpo”, desde la fe, y establecen el cuerpo en el que renace el iniciado,
elocuentemente y fielmente reflejado desde los abordajes religiocéntricos que a lo largo de la historia
subyacen dicha idea.
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Trascripción de una mesa redonda convocada por Hal Foster, Benjamín H. D. Buchloh, Rosalind Krauss, Yves-Alain Bois,
Denis Hollier y Helen Molesworth.
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Para un buen número de artistas plásticos, la representación o presentación del cuerpo humano, ha supuesto
un proceso de fragmentación6 que puede entenderse como cuerpo distorsionado, entendido desde un
enfoque físico, psicológico y/o simbólico, y resuelto a través de los distintos medios7, que en definitiva
propician un encuentro crudo con la realidad, sin velos encubridores, sin marcos de representación, desde
lo real por sí mismo, hacia un encuentro con la esencia hecha imagen como si de un eidolón se tratase.
Donde lo explicito llega a volverse en ocasiones ambiguo o un elemento de denuncia física o espiritual,
de denuncia ante el dolor, o la tragedia (de la prosperidad al sufrimiento y el caos) de los demás, desde la
visión que entra en la privacidad de personajes de distintas procedencias. Donde rebelión y tradición se
mezclan ante los ojos atónitos y la mirada impasible del espectador.
Cuerpo-cuidados
El cuerpo, instrumento por excelencia sobre el que se prestan los cuidados, y por tanto el vehículo o
mediador8 de los mismos, hace que concibamos el camino-necesidad, tal como nos refiere Collière
(1993: 263) en el que intentar volver a descubrir las propiedades del cuerpo: energéticas, propioceptivas,
térmicas, mecánicas, etc., propiedades desarrolladas o inhibidas que se traducen en mecanismos de
defensa bio-psico-afectivos o en reacciones de empatía. Por ello que hablemos del cuerpo como primer
instrumento privilegiado de cuidados, no sólo por mencionar los sentidos que de él participan, sino porque
redescubrimos la sensibilidad, lo que siente tanto él como los demás e intentamos ser más claro con lo
que uno mismo siente, haciendo un camino personal que va más allá de usar las manos para manipular,
transportar, levantar, coger, pinchar, presionar, peinar, acariciar, dar masajes, etc. Un camino que va más
allá de escuchar las palabras e intentar comprender el simbolismo de las mismas, que aspira ver y descubrir
los rostros de las personas en su entorno, desde lo que revelan los mensajes de sus cuerpos receptivos,
expectantes, contorsionados, expresivos, sosegados, abiertos o enfrentados.
La impersonalización del cuerpo sólo puede conducir a unos cuidados impersonales, despersonalizados,
impersonalizantes. Por ello que debamos redescubrir el cuerpo, preguntándonos ¿cómo poderlo vivir?,
¿cómo adecuar o decidir los cuidados prestados al cuerpo? y ¿cómo buscar las condiciones que facilitan
la vida del cuerpo y la permiten?. De otro modo, todos los instrumentos serán siempre sucedáneos,
cómodas tapaderas, medios más aceptables, una justificación que no va más allá de la liminalidad de la
piel, siendo concientes de las tecnologías9 relacionadas con los cuidados, con el mantenimiento de la vida,
con la curación y con la información. Pues los cuidados aunque han recurrido al uso de las tecnologías
diversas, no hacen otra cosa que servir para el mantenimiento de la vida: cuidados habituales de higiene,
de alimentación, y también de relajación, de apariencia. Luego se han unido, a instrumentos y técnicas
de curación cada vez más complejas a las que habrá que añadir todas las tecnologías de la información.
Desde lo inhumano se han acercado a lo humano.
6
Tal como refiere Guasch, 2000:503. José Miguel G. Cortés 1996. El cuerpo mutilado (la angustia de muerte en el arte).
Valencia. Conselleria de Cultura, Educació y Ciencia, Colección Arte, Estética y Pensamiento, nº 2, pp. 53-102. Alude
a que las “obras fragmentarias, parciales y mutiladas concentran sus esfuerzos sobre aquello que les queda o que les
falta. La rutina, el fragmento, puede significar el fin, la muerte. Sin embrago, los fragmentos no son frágiles, pues cuanto
más disminuyen mejor resisten”.
7 El fotográfico, el escultórico objetual, la videoperformance, etc.
8 Mediador en el sentido que MacLuhan lo entiende, es el sentido que invita a un mensaje, que cumple una acción que va
a dar lugar a una transformación.
9 Tecnologías entendidas como arte, desde el conocimiento de los instrumentos, de todo lo que muestra su elaboración,
su creación, la justificación de su utilización apropiada y de la manera de servirse de ella.
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Un enfoque global de la prestación de cuidados se nos presenta de modo particular cuando hablamos de
los cuidados al final de la vida, los cuales nos exigen descubrir y comprender que el hilo conductor de los
mismos no radica en una sola hebra: La madeja de la vida, la tejen muchos hilos, siendo todos y cada uno
de ellos portadores de un marcado simbolismo, de los que ningún aspecto podría estar aislado. Fruto de
ello, el enfoque antropológico debe ser ampliado hacia un enfoque antropo-biológico con ramificaciones
en el estudio tecnológico, que intente reconocer el juego de las fuerzas presentes que se tienen que
enfrentar en una misma dialéctica: fuerzas de la vida y fuerzas de la muerte, versus cuerpo de la vida y de
la muerte.
Mientras, los profesionales del cuidar buscan y expresan su identidad, o una nueva identidad de los
cuidados que esperan ser reedificados, prestando cuidados al cuerpo y al individuo portador del mismo,
extensivos a los amigos y familiares del portador del cuerpo, que reclama ser entendido en toda su magnitud.
Moldeando una identidad de la práctica del cuidar a fuerza de influencias: corrientes socioeconómicas,
medio de trabajo, modelos sociales, predominio de determinados conocimientos y la forma en que son
utilizados en la práctica del cuidar. Una identidad creada y/o recreada a la luz de modelos conceptuales
que pueden servir de referencia y que conforman profesionales con una imagen que se transforma y
diversifica y que corre el riesgo de volverse más confusa a medida que se produce un avance de modelos
tecnológico-médicos. Estamos pues, asistiendo al resurgir de una época en que cuerpo y entendimiento
del mismo condicionan inexorablemente una nueva definición y de implementación de los cuidados a que
se le somete, lo cual se traduce esencialmente en una preocupación de la revalorización de quien presta
los cuidados, en el camino hacia la búsqueda de una identidad profesional en ocasiones, reforzado en lo
que a identidad se refiere cuando hablamos del cuerpo del moribundo y del tanatólogo como prestador
de servicios.
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