Jacques Rancière, El destino de las imágenes. Buenos Aires, Prometeo Libros, 2011, 144 páginas.
Ornela Soledad Barisone
Orbis Tertius, 2013, XVII (19), 271-274. ISSN 1851-7811
http://www.orbistertius.unlp.edu.ar
RESEÑA/REVIEW
Jacques Rancière, El destino de las imágenes.
Buenos Aires, Prometeo Libros, 2011, 144 páginas.
La colección Arte & Estética de Prometeo Libros dirigida por Marías Bruera y
Marcelo Burello, acerca una traducción del francés de un libro esclarecedor de las
investigaciones del argelino Jacques Rancière en lo que a las relaciones entre los textos y las
imágenes respecta.
Le Destin des Images (inicialmente publicado por La Fabrique en 2003) establece una
continuidad con textos referidos a estética del autor Mallarmé, la Politique de la Sirène
(Hachette, 1996), La Chair des mots: Politique de l'écriture (Galilée, 1998), La Parole
muette: Essai sur les contradictions de la littérature (Hachette, 1998), Le Partage du sensible
(La Fabrique, 2000), L'Inconscient esthétique (La Fabrique, 2001), La Fable
cinématographique (Le Seuil, 2001). En particular, los argumentos que sostienen los cuatro
últimos mencionados, son reubicados en nuevos o iguales (caso Edipo de Corneille en L’
Inconscient) ejemplos que pueblan los capítulos.
El prólogo de Domin Choi titulado “Rancière para una filosofía de la emancipación
estética” sintetiza el modo en que el orden de la policía y la interrupción política de ese orden
se conectan con el arte —en particular la cuestión de la imagen— como poder de refiguración
de una nueva repartición de lo sensible (nuevas maneras de hacer, ser, decir y formas de
visibilidad: lo compartido y lo repartido del francés partager), así como los motivos de la
inclinación del argelino en temas de estética. La confrontación con el presente, con los
discursos apocalípticos como síntomas de época (Lyotard, Hal Foster, Guy Debord, Godard,
Barthes, Bazin y Benjamin), es la estrategia metodológica elegida por Rancière para
manifestar las insuficiencias teóricas, la impotencia del pensamiento crítico (duelo), el fracaso
del proyecto de la modernidad y la propuesta de una triple división del arte en tres regímenes
que apuntan a una periodización no homogénea, a una temporalidad de coexistencia —antes
que de sucesión—.
Cinco son los apartados que se incluyen. El primero, denominado “El destino de las
imágenes”, es producto de una conferencia dictada en el Centre National de la Photographie
el 31 de enero de 2001. Al respecto caben los siguientes interrogantes: ¿por qué la cuestión de
las imágenes en relación con el arte? ¿Qué nociones de imagen se establecen? ¿Qué significa
su destino?
Es posible asociar la nominación de la sección con el título elegido por Lyotard (1998)
referido al destino de las vanguardias; crítica que luego se especifica en relación con la
inclusión del sublime burkeano y kantiano en arte. Rancière se propone analizar la
vinculación de determinada idea del destino y de la imagen en los discursos apocalípticos. La
caracterización ternaria de la imagen, frente al sentido doble otorgado por la crítica
contemporánea conlleva operaciones, contenido y técnica. Rancière insiste en el
reduccionismo utilizado en la determinación de la especificidad del arte por sus medios
técnicos (Barthes y Bazin apuestan al carácter indicial de la imagen fotográfica y
cinematográfica, mientras que Baudrillard y Debray afirman la imagen como simulacro). Este
encorsetamiento técnico olvida que las relaciones entre “las imágenes del arte, las formas
sociales de la imaginería y los procedimientos teóricos de la imaginería” tienen una historia.
Apuesta, según lo indica Choi en el prólogo a un giro visual.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria
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A lo largo del texto, el argelino hace hincapié en el carácter triple antes señalado,
incluso en las categorías en que podrían agruparse las imágenes expuestas en museos y
galerías (desnuda, ostensiva y metamórfica), en una alteridad de las imágenes frente a la
identidad elogiada por la crítica contemporánea (reivindicadora de una archisemejanza) a fin
de mostrar que “la imagen nunca es una realidad sencilla”. A partir del ejemplo fílmico de
Robert Bresson Al azar Baltazar (1966), destaca la importancia de las operaciones del arte
(como relaciones entre un todo y las partes que implican funciones-imágenes diferentes,
diversos sentidos de la palabra imagen) y el pasaje de regímenes de imageneidad por sobre la
técnica.
El destino de las imágenes señala “un entrelazamiento lógico y paradojal entre las
operaciones del arte, los modos de circulación de la imaginería y el discurso crítico que
devuelve su verdad oculta a las operaciones de uno y las formas de otra”. Uno de los duelos
explícitos es el de la “semiología como pensamiento crítico de las imágenes”, por lo que, el
punto de ataque es sobre todo el carácter indicial de la imagen y la dominancia del medio
técnico en el discurso del Barthes de La cámara lúcida (1989). La afirmación del fin de las
imágenes no se debe la revolución digital. Es concebido como “un proyecto histórico que está
detrás de nosotros”, iniciado entre 1880 y 1920 con la afirmación del arte liberado de las
imágenes (“no simplemente de la antigua figuración sino de la nueva tensión entre la
presencia desnuda y la escritura de la historia sobre las cosas […], de la tensión entre las
operaciones del arte y las formas sociales de la semejanza y del reconocimiento”) en forma de
pureza o de supresión.
“La frase, la imagen, la historia” (II), fue dictado en el mismo centro que el apartado
anterior durante octubre de 2002. Consistió en una presentación de la Exposición Sans
commune mesure (Sin medida común) organizada por Régis Durand. La misma, estuvo
dedicada a las relaciones de las imágenes y las palabras. Rancière reflexiona en esta instancia
sobre la doble potencia de la imagen: como singularidad inconmensurable y como operación
de puesta en comunidad; se pregunta por el significado exacto del título de la exposición. El
conflicto de medidas y comunidades es aclarado a partir de un fragmento de Histoire(s) du
Cinema de Godard, cuyo montaje presupone un conocimiento del régimen estético del arte;
practica el collage de heterogeneidades en los vaivenes de los montajes. Resulta interesante el
diálogo con la tradición aristotélica de la unidad de acción, la disyunción entre las artes del
Laocconte de Lessing y la fórmula horaciana Ut Pictura Poesis en tanto desplaza los
indicadores temporales asociados a la modernidad para instalar una perspectiva en la que se
combinan o separan operaciones del arte de distintos dispositivos y que permitiría explicar
desde otro lugar la convergencia disciplinar de géneros como la poesía visual o la poesía
concreta.
La ausencia de medida común “es el núcleo común de la teorización ‘modernista’ del
régimen estético de las artes, la que piensa la ruptura con el régimen representativo en
términos de la autonomía del arte y de la separación entre las artes”. Señala Rancière tres
versiones de lo inconmensurable: la racionalista optimista de Habermas, la dramática y
dialéctica de Adorno y la patética del último Lyotard y, finalmente, concluye que la pérdida de
la medida común entre los medios de las artes significa que “toda medida común es, en
adelante, una producción singular y que esta producción sólo es posible a costa de enfrentar,
en su radicalidad, la sin-medida de la mezcla”. El desplazamiento se produce, entonces, desde
las analogías de las formas (parangones entre las artes) a la mezcla de las materialidades
(conceptual, antes que real). Esa gran yuxtaposición será luego explicada en términos de gran
parataxis, “la ley del ‘profundo hoy’” que señala que la potencia del arte está dada por lo
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común de la desmesura o del caos, una medida “contradictoria” entre la esquizofrenia y el
consenso.
En este contexto, la medida del arte estético es para Rancière la frase-imagen como “la
unión de dos funciones a definir estéticamente; por la forma en la que deshacen la relación
representativa del texto con la imagen”. La revisión de la parataxis en términos de ampliación
de la categoría de montaje permitiría entender de qué manera —y en sentido conceptual,
según aclara— lo heterogéneo conforma medida común (montaje dialéctico y simbólico). El
caso de Godard resulta paradójico en dicha explicación.
El tercer apartado “La pintura en el texto”, resultado de una conferencia en la
Akademie der Bildenden Künste de Viena (marzo de 1999), retoma algunos elementos de
“Los enunciados de la ruptura” (Ruptures. De la discontinuité dans la vie, ENSBA/Museé du
Louvre, 2002). Considero que podría ser leído en el marco de los estudios visuales
promovidos por Mitchell (1986) para observar sus puntos de contacto. El objetivo de este
capítulo es reflexionar sobre la configuración del terreno del arte invirtiendo el diagnóstico
sobre la abundancia de palabras en la pintura y observar la articulación entre las palabras y las
formas visuales que define un régimen de arte.
En relación con diversas tautologías que definen el hecho pictórico, como el caso de la
auto-demostración de la materia y superficie bidimensional basada en la noción de médium,
Rancière vuelve al concepto de mímesis como régimen (operando un desplazamiento en su
significación extendida de semejanza) y de los estudios que focalizan en la técnica. Me
interesa, en particular, ya que permite pensar que las relaciones entre palabras e imágenes
(palabras y formas para el argelino) señala una liberación que no implica separación entre
ellas, sino otro modo de vinculación.
Rancière destaca un cambio de lugar y de función del texto crítico en correlación con
el cuadro o el pintor, lo desfigura (modifica lo que es visible en su superficie). El sentido del
fin del arte hegeliano es interpretado como una convergencia entre el pasado y el futuro para
determinar el presente del arte. “El arte está vivo siempre que esté fuera de sí mismo,
configurando “escenas de desfiguración”. Una lectura de la modernidad basada en la pureza
desalienta porque busca la autonomía en la superficie de la pintura.
“La superficie del design” (IV) fue publicado inicialmente bajo el título “Las
ambivalencias del diseño gráfico” (Écoles regionales des Beaux- Arts de Valence, 2002). Allí
el filósofo ensaya la respuesta a la pregunta sobre el modo en que la práctica y la idea del
design redefinen el lugar de las actividades del arte en el conjunto de prácticas que configuran
el mundo sensible dividido. Analiza comparativamente dos casos: el del poeta francés
Stéphane Mallarmé con su poemario Una tirada de dados jamás abolirá el azar (1987) y el
de Peter Behrens, arquitecto, ingeniero y diseñador alemán que en 1997 se ocupa de diseñar
productos, publicidades y edificios de la compañía eléctrica AEG (Allgemeine Elektrizitäts
Gesellschaft). En primer lugar, tienen en común la palabra y la idea de “tipo” (formas
simplificadas y funcionales en Behrens y el trazado de un dibujo —forma analógica típica,
poesía gráfica— en Mallarmé). En segundo lugar, el contraste se da con el consumo estético
de las semejanzas y las bellezas: “se sustituye el decoro de los objetos o de las historias con
estos tipos, porque las formas del poema, como las del objeto, son también formas de la
vida”; es decir, “los tipos trazan la figura de una cierta comunidad sensible”. Pivoteando por
Loïe Fuller, Arts & Crafts y la Bauhaus, Rancière retorna recursivamente al paradigma de la
superficie plana como historia ideal de la modernidad —de la autonomía moderna del arte—:
la renuncia de la pintura a la tercera dimensión y la constitución del plano bidimensional
como su espacio, la explicación de su concepción de mímesis (no como semejanza sino como
codificación y distribución de ella).
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La superficie del diseño, se justifica en simultáneo con el caso de las imitaciones
autónomas y heterónomas de la pintura y la poesía. El argelino concluye, entonces, un plano
de igualdad de lo que ingresa al arte, una superficie de conversión e intercambio y una
superficie de equivalencia entre escritura simbólica de las formas, arte puro y arte utilitario.
El último apartado se titula afirmativamente “Si existe lo irrepresentable”. Había sido
editado en un número dirigido por Jean-Luc Nancy con el título “El arte y la memoria de los
campos” (Genre humain, N° 36, Otoño-Invierno, 2001). El desgaste y el uso inflacionista del
concepto de lo irrepresentable y sus asociados, son lo que inquieta a Rancière en esta
instancia. La pregunta que organiza la indagación se formula en los siguientes términos: ¿bajo
qué condiciones se pueden declarar irrepresentables ciertos acontecimientos? ¿Bajo qué
condiciones se le puede dar a este irrepresentable una figura conceptual específica? Para ello,
reanuda su explicación de la representación como régimen de pensamiento del arte. Una
imposibilidad relativa a una impotencia del arte (de hacer presente el carácter esencial de la
cosa, una forma de representación sensible acorde a la idea [sublime hegeliano]) y una
imposibilidad por los medios del arte (exceso de presencia material, estatus de irrealidad).
Se trata de explicar el lugar de lo testimonial (como testigo de lo indeterminado para
Lyotard) al proponer ejemplos de representaciones del exterminio en los campos nazis y una
lectura distante de la estética de lo sublime lyotardiana (lo propio del arte sublime es inscribir
la huella de este impresentable). Al respecto, despliega diferentes significaciones en las que
retoma como conceptos centrales la representación y la antirrepresentación. En cuanto a la
representación de lo inhumano (La especie humana de Robert Antelme y Shoah de Claude
Lanzmann, como ejemplos) concluye que no hay irrepresentable como propiedad del
acontecimiento y que se produce en la propuesta apocalíptica del último Lyotard una
“hipérbole especulativa de lo irrepresentable” porque la misma hipérbole destruye la lógica de
éste. “Existe lo irrepresentable en función de las condiciones a las cuales un sujeto de
representación debe someterse para entrar en un régimen determinado del arte, en un régimen
específico de relaciones entre mostración y significación”.
El destino de las imágenes es una investigación en curso que Rancière despliega. Es
una compilación cuidadosamente seleccionada que, pese a operar recursivamente, permite
entender las categorías referidas al análisis de las artes y esbozadas en publicaciones
anteriores del autor.
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