¿Cóm o pensar com o Sherlock Holm es?
Colaboración de Sergio Barros
María Konnikov a
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Preparado por Pat ricio Barros
¿Cóm o pensar com o Sherlock Holm es?
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María Konnikov a
a Geoff
Cont r olar la at ención —pr estar at ención a
est o e ignor ar aquello es a la vida int er ior
lo que elegir cóm o act uar es a la vida
ext er ior . En los dos casos el hom br e es
r esponsable
acept ar
de
lo
que
elige
las consecuencias.
y
debe
Com o dir ía
Or t ega y Gasset : «Dim e a qué atiendes y
t e dir é quién er es».
W. H. Auden
Pr ólogo
De pequeña, m i padr e solía leer nos hist or ias de Sher lock Holm es ant es de dorm ir .
Aunque m i her m ano casi siem pr e apr ovechaba la opor t unidad para caer dorm ido en
su rincón del sofá, los dem ás escuchábam os con t oda at ención. Recuerdo el gran
sillón de piel donde se sent aba m i padr e, sost eniendo el libr o ant e sí con una m ano,
con las llam as de la chim enea que se r eflej aban en sus gafas de m ont ur a negr a.
Recuer do cóm o iba alzando la v oz par a acent uar el suspense hast a que, por fin,
llegaba la solución esper ada: t odo t enía sent ido y y o, al igual que el doctor Wat son,
asent ía con la cabeza y pensaba «por supuest o, ahor a que lo dice est á m uy clar o».
Recuer do el ar om a de la pipa que m i padre fum aba de vez en cuando, una m ezcla
que olía a fr ut a y a t ier r a y que se abr ía cam ino hacia la noche ent r e los pliegues del
sillón y la cor t ina de la cr ist aler a. Su pipa, clar o, era lev em ent e cur v ada, com o la de
Holm es. Y r ecuer do que cer r aba el libr o de golpe, j unt ando las gr uesas páginas
ent r e las cubier t as car m esí y nos decía: «Ya est á bien por est a noche». Luego, por
m ucho que suplicár am os, por m ucha que fuer a la t r ist eza que r eflej ar an nuestr os
r ost r os, nos hacía subir par a ir a dor m ir .
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Y luego est á el det alle que se m e quedó t an grabado que siguió conm igo dur ant e
años, cuando el r est o de los r elat os y a se habían desvanecido en un fondo br um oso
y las avent uras de Holm es y su fiel biógr afo est aban casi olvidadas: los escalones.
Los escalones del 221B de Bak er Str eet . ¿Cuánt os había? Esa es la pr egunta que
hace Holm es a Wat son en «Escándalo en Bohem ia», la pr egunt a que nunca he
olv idado. En el fr agm ent o que sigue el det ect iv e ex plica al doct or la difer encia ent r e
ver y obser var . Al pr incipio Wat son está confundido. Per o luego, de r epent e, t odo le
queda claro.
—Cuando le escucho ex plicar sus r azonam ient os —com ent é—, t odo m e par ece t an
r idículam ent e sim ple que y o m ism o podría haber lo hecho con facilidad. Y, sin
em bargo, siem pr e que le v eo r azonar m e quedo per plej o hast a que m e ex plica
ust ed el proceso. A pesar de que considero que m is oj os ven t ant o com o los suyos.
—Desde luego —r espondió, encendiendo un cigar r illo y dej ándose caer en una
but aca—. Ust ed v e, per o no obser v a. La difer encia es ev ident e. Por ej em plo, ust ed
habrá v ist o m uchas veces los escalones que llev an desde la ent r ada hast a est a
habit ación.
—Muchas veces.
— ¿Cuánt as veces?
—Bueno, cient os de veces.
— ¿Y cuánt os escalones hay?
— ¿Cuánt os? No lo sé.
— ¿Lo ve? No se ha fij ado. Y eso que lo ha vist o. A eso m e r efer ía. Ahor a bien, yo
sé que hay diecisiet e escalones, porque no solo he vist o, sino que he observado.
Cuando oí est a conv er sación por pr im er a vez, en una de esas v eladas al calor de la
lum br e y envuelt as en hum o de pipa, m e quedé im pr esionada. I nt ent é r ecor dar con
afán los escalones que había en nuest r a casa ( no t enía ni la m enor idea) , cuánt os
llev aban hast a la puer t a pr incipal ( no lo podía r ecor dar ) , cuánt os hasta el sót ano
( ¿diez?, ¿veint e? No sabr ía decir lo) . Después, durant e m ucho t iem po, fui cont ando
escalones y peldaños siem pr e que podía, guar dando el núm er o en m i m em or ia por
si alguien m e lo pr egunt ara alguna v ez. Holm es se habr ía sent ido orgulloso de m í.
Nat ur alm ent e, enseguida m e olv idaba de esos núm er os que con t anta diligencia
int ent aba r ecor dar y no m e di cuent a hast a m ás adelant e de que el hecho de
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haber m e cent r ado t ant o en m em or izar quería decir que no había ent endido nada. Mi
em peño est aba condenado al fr acaso desde el pr incipio.
Lo que ent onces no podía ent ender er a que Holm es t enía una v ent aj a m uy gr ande
sobr e m í. Dur ant e la m ay or par t e de su v ida había est ado per feccionando un
m ét odo de int eracción conscient e con el m undo. ¿Los escalones de Baker St reet ?
Una sim ple m anera de hacer alarde de una habilidad que ent onces le er a t an nat ur al
que no le exigía ni pensar . Una m anifest ación t r iv ial de un pr oceso que su m ent e
siem pr e act iv a desplegaba de una m anera habit ual, casi inconscient e. Un t r uco que,
si se quier e, car ecía de v er dadera im por tancia, per o con unas im plicaciones m uy
pr ofundas si nos param os a considerar qué es lo que lo hacía posible. Un tr uco que
m e ha inspir ado par a escr ibir un libr o en su honor .
La noción de m indfulness ( t érm ino que en est e libr o se irá alt ernando con «at ención
conscient e» o «conciencia plena») no t iene nada de nuev a. Ya a finales del siglo
XI X, William Jam es, el padr e de la psicología m oder na, escr ibió que «la facult ad de
v olv er a encauzar la at ención que div aga de una m aner a v olunt ar ia y r epet ida es la
r aíz m ism a del j uicio, el car áct er y la v olunt ad... La educación que m ej or e est a
facult ad ser á la educación por ex celencia». En el núcleo de esa facult ad se halla la
esencia m ism a de lo que se ent iende por m indfulness. Y la educación que pr opone
Jam es es una educación que cont em pla la v ida y el pensam ient o con plena
conciencia, con m indfulness.
En los años set ent a, Ellen Langer dem ost ró que est a at ención conscient e hace
m ucho m ás que m ej orar «el j uicio, el caráct er y la v olunt ad». Tam bién puede hacer
que per sonas de edad avanzada se sient an m ás j óvenes y act úen com o t ales, y
hast a puede m ej orar las funciones cognit iv as y const ant es vit ales, com o la t ensión
ar t er ial. Est udios r ealizados en los últ im os años han r ev elado que pensar en un
est ado m edit at iv o ( que, en el fondo, es ej er cit ar se en el cont r ol de la at ención que
const it uye el núcleo del est ado de m indfulness) aunque solo sea quince m inut os al
día puede hacer que la act iv idad de las r egiones fr ont ales del cer ebr o siga una
paut a que se ha asociado a un estado em ocional m ás posit iv o y cent r ado, y que
cont em plar escenas de la nat ur aleza, aunque sea por poco t iem po, m ej ora la
agudeza m ent al, la cr eat iv idad y la pr oduct iv idad. Tam bién sabem os, sin ningún
géner o de duda, que el cer ebr o hum ano no est á hecho para la «m ult it ar ea», un
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m odo de act uación que im posibilit a la at ención conscient e. Cuando nos vem os
obligados a at ender v ar ias cosas al m ism o t iem po r endim os peor en t odas, la
m em or ia se r educe y el bienest ar gener al se r esient e de una m aner a palpable.
Per o, par a Sher lock Holm es, la at ención conscient e solo es un pr im er paso. Es un
m edio para un fin de m ás alcance y m ucho m ás pr áct ico y grat ificant e. Holm es
ej em plifica lo que Jam es había pr escr it o: una educación cent r ada en m ej orar la
facult ad de pensar de una m anera conscient e y de usar la par a lograr m ás cosas,
pensar m ej or y decidir de una m aner a ópt im a. En su aplicación m ás am plia es una
m anera de m ej orar la capacidad gener al de t om ar decisiones y de for m ar j uicios a
par t ir del com ponent e m ás básico de nuest ra m ent e.
Lo que Holm es dice r ealm ent e a Wat son cuando com par a ver con obser var es que
no debe confundir la pasiv idad de la falt a de at ención con la par t icipación act iv a de
la at ención conscient e. Vem os las cosas de m aner a aut om át ica: r ecibim os esos
dat os sensor iales sin ningún esfuer zo por nuest r a par t e, salv o el de abr ir los oj os. Y
v em os sin pensar , absor biendo incont ables elem ent os del m undo sin pr ocesar
necesar iam ent e lo que puedan ser . Hasta puede que no seam os conscient es de
haber v ist o algo que est aba j ust o fr ent e a nosot r os. Por contr a, al obser var nos
v em os obligados a pr estar at ención. Debem os pasar de la absor ción pasiv a a la
conciencia act iv a. Debem os par t icipar . Y esto no solo se aplica a la v ist a: se aplica a
t odos los sent idos, a t odos los dat os sensoriales, a t odos los pensam ient os.
Es sor pr endent e lo poco conscient es que som os de nuest ra m ent e. Pasam os por la
v ida sin ser conscient es de lo que nos per dem os, de lo poco que sabem os de
nuest r os procesos de pensam ient o y de los m ej or es que podr íam os ser si
dedicáram os tiem po a ent ender y a r eflex ionar . Com o Wat son, subim os y baj am os
los m ism os escalones cent enares y hast a m iles de veces, m uchas veces al día, y ni
siquier a podem os r ecor dar el m ás tr iv ial de sus det alles ( no m e habr ía ex t r añado
que Holm es hubier a pr egunt ado por su color y que Wat son t am poco hubier a sabido
qué decir ) .
Y si no lo hacem os no es por que no podam os, sino por que no elegim os hacer lo.
Recor dem os nuest ra infancia. Si pidier a al lect or que m e cont ar a cóm o er a la calle
donde cr eció, lo m ás pr obable es que r ecuer de m uchos det alles. Los color es de las
casas. Cóm o er an los vecinos. El olor de las est aciones. Cóm o cam biaba la calle
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según la hor a del día. Dónde j ugaba. Por dónde pasaba. Por dónde t em ía pasar .
Segur o que podr ía pasar se hor as r ecordando.
De niños som os ext raordinariam ent e conscient es de t odo lo que nos rodea.
Absor bem os y pr ocesam os inform ación a una v elocidad que nunca v olv er em os a
alcanzar. Nuev as im ágenes, sonidos nuev os, nuev os olor es, nuev as per sonas,
em ociones nuevas, nuevas exper iencias:
aprendem os sobre el m undo y sus
posibilidades. Todo es nuev o y apasionante, t odo alient a nuest r a cur iosidad. Y la
nov edad inher ent e a nuest r o ent or no hace que siem pr e est em os aler t a y lo
capt em os t odo sin perdem os nada. Es m ás, t am bién r ecordam os: al est ar t an
m ot iv ados y dedicados (dos act it udes de las que hablar é con m ás det alle) , no solo
capt am os el m undo con una plenit ud que pr obablem ent e nunca v olv am os a logr ar :
t am bién lo guardam os para el fut ur o. ¿Quién sabe cuándo nos podrá v enir bien?
Per o, a m edida que cr ecem os, la displicencia aum ent a de una m aner a ex ponencial.
Ya est am os de v uelt a de casi t odo, no hace falt a que pr est em os at ención a casi
nada: ¿acaso nos har á falt a saber lo o usar lo? Ant es de que nos dem os cuent a
habr em os cam biado aquella at ención, aquella dedicación y cur iosidad innat as por
una colección de hábit os pasivos y m ecánicos. Y cuando queram os volcarnos en
algo ya no podr em os cont ar con aquel luj o de la infancia. Lej os quedan los días en
que nuest r a pr incipal tar ea er a apr ender, absor ber, int er act uar ; ahor a t enem os ( o
cr eem os t ener ) cosas m ás ur gent es que at ender y ot ras ex igencias en las que
cent rar la m ent e. Y cuant as m ás cosas requieren nuest ra at ención —porque la
pr esión por act uar en m odo m ult it ar ea en la er a digit al ex ige una pr opor ción cada
vez m ayor de nuest ro t iem po—, m enor es la at ención ver dader a: nos es m ás difícil
conocer o per cibir nuest r os hábit os de pensam ient o y dej am os que la m ent e dict e
nuest r os j uicios y decisiones en lugar de suceder al r evés. Y aunque est o, en sí, no
es negat iv o —m ás adelant e ver em os la necesidad de aut om at izar cier t os pr ocesos
que al principio son difíciles y cost osos desde el punt o de vist a cognit ivo— se acerca
peligr osam ent e a la falt a de at ención. Hay una línea m uy fina ent r e la eficiencia y la
desat ención que har em os bien en no cr uzar.
Es pr obable que el lect or hay a t enido la exper iencia de t ener que alt er ar una r ut ina
y después descubr ir que, por alguna r azón, se ha olv idado de hacer lo. Supongam os,
por ej em plo, que debem os pasar por la farm acia al v olv er a casa. Nos lo hem os ido
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r ecor dando t odo el día. I ncluso nos hem os im aginado t om ando el desvío par a pasar
por ella. Per o, de algún m odo, al final acabam os fr ent e a la puer t a de casa sin haber
hecho el r ecado. Hem os olv idado t om ar el desvío y ni siquier a r ecor dam os haber
pasado por delant e. Y es que el hábit o se ha hecho con el cont r ol y la r ut ina se ha
im puest o al r incón de nuest r a m ent e que sabía que debíam os hacer algo m ás.
Est o sucede const ant em ent e. Seguim os unas paut as tan arraigadas que nos
pasam os buena par t e del día en un est ado de inconsciencia ( y la cosa em peora si no
dej am os de pensar en el t r abaj o, de dar v uelt as a un cor r eo elect r ónico o de pensar
en lo que har em os para cenar ) . Y est e olvido aut om át ico, est e pr edom inio de la
r ut ina y la facilidad par a la dist racción solo es la par t e m ás pequeña —aunque es
especialm ent e per cept ible por que al m enos nos dam os cuent a de que hem os
olv idado hacer algo— de un fenóm eno de m ucho m ás alcance. Ocur r e con m ucha
m ás fr ecuencia de lo que podem os pensar y la m ay or par t e de las veces ni siquier a
som os conscient es de est a falt a de at ención. ¿Cuánt os pensam ient os ent ran y salen
de nuest ra m ent e sin que nos det engam os a ident ificar los? ¿Cuánt as ideas e
int uiciones nos hem os perdido porque no les hem os pr est ado at ención? ¿Cuánt as
decisiones hem os t om ado y cuánt os j uicios hem os hecho sin saber cóm o o por qué,
im pulsados por
algún
aut om at ism o
int er no de cuy a
ex ist encia
solo
som os
vagam ent e conscient es, si es que lo llegam os a ser? ¿Cuánt os días han t enido que
pasar hast a que, de r epent e, nos pr eguntam os qué hem os hecho ex actam ent e y
cóm o hem os llegado hast a aquí?
El obj et iv o de est e libr o es ay udar. Hace falt a la m et odología de Holm es para
ex am inar
y ex plicar los pasos necesar ios para desarr ollar
unos hábit os de
pensam ient o que nos perm it an conect ar con nosot ros m ism os y con nuest r o m undo
de una m anera conscient e y nat ural. Y t am bién podrem os m encionar est os pasos,
com o quien no quier e la cosa, para dej ar boquiabier t o a quien no los conozca.
Así pues, encendam os la chim enea, ar r ellaném onos en el sofá y pr epar ém onos para
unir nos de nuevo a Sher lock Holm es y al doct or Wat son en sus incursiones por las
calles llenas de cr im en y m ist er io de Londr es, y t am bién por los r ecovecos m ás
pr ofundos de la m ent e hum ana.
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Pa r te I
Con ocim ie nt o de n osot r os m ism os
Ca pit u lo 1
El m é t odo cie n t ífico de la m e n t e
Con t en ido:
1. ¿Qué es el pensam ient o basado en el m ét odo cient ífico?
2. Tr abas par a el cer ebr o inex per t o
3. Las dos «em es» de m indfulness y m otivación
Cit as
Algo siniest r o ocur r ía en las gr anjas de Great Wy r ley . Ovej as, vacas, caballos: uno
por uno se desplom aban sin vida en m edio de la noche. La causa de la m uer t e: un
cor t e lar go y no m uy pr ofundo en el est óm ago que pr ovocaba un desangr am ient o
lent o y dolor oso. Los gr anj er os est aban indignados; la com unidad, hor r or izada.
¿Quién quer r ía m alt r at ar así a esos ser es indefensos?
La policía cr eía haber dado con el aut or : Geor ge Edalj i, el hij o de un pár r oco local de
ascendencia india. En 1903, a los veint isiet e años de edad, Edalj i fue sent enciado a
siet e años de t r abajos for zados por la m ut ilación de un poni que había sido hallado
en una zanj a cer cana al dom icilio del párr oco. De nada sir v ió que el pár roco j ur ar a
que su hij o est aba durm iendo en el m om ent o de los hechos, que las m at anzas y
m ut ilaciones siguier an después de que Geor ge hubier a sido encar celado y —sobr e
t odo— que las pr incipales pr uebas fuer an unas car tas anónim as que supuest am ent e
habían sido escr it as por George y en las que se confesaba aut or de los hechos. Los
agent es, dir igidos por el capit án Geor ge Anson, j efe de policía de St affor dshir e,
est aban segur os de haber hallado al culpable.
Tr es años después, Edalj i fue puest o en liber t ad. El Hom e Office, el Minist er io del
I nt er ior br it ánico, había r ecibido dos pet iciones —una fir m ada por diez m il per sonas
y ot r a por un gr upo de tr escient os abogados— que alegaban su inocencia por falt a
de pr uebas. Aun así, el caso est aba lej os de dar se por cerr ado. Puede que Edalj i
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fuer a libr e com o per sona, per o seguía siendo consider ado culpable. Ant es de que lo
ar r estaran t r abaj aba de pr ocurador y ahor a no podía v olv er a ej er cer su pr ofesión.
En 1906, Geor ge Edalj i t uv o un golpe de suer t e: Ar t hur Conan Doyle, el fam oso
cr eador de Sher lock Holm es, se había int er esado en su caso. Aquel inv ier no, Conan
Doyle quedó en encont r ar se con Edalj i en el Gr and Hot el de Char ing Cr oss. Y en
cuant o sir Ar t hur vio a Edalj i desde el ot r o lado del hall, se desvaneció al inst ant e
cualquier duda que pudier a t ener sobr e la inocencia del j oven. Com o él m ism o
escribió después:
[ Edalj i] ya había llegado a m i hot el para la cit a y al v enir y o con r et r aso pasaba la
esper a leyendo el per iódico. Lo r econocí por su t ez oscura y m e det uve a
obser var lo. Sost enía el per iódico cer ca de los oj os y un poco de lado, lo que no solo
er a señal de fuer t e m iopía, sino t am bién de m ar cado ast igm at ism o. La idea de que
aquel hom br e r ecor r iera los cam pos por la noche y at acara al ganado ev it ando la
v igilancia de la policía er a r idícula... Ahí, en esa t ar a física, r esidía la cer t eza m or al
de su inocencia.
Per o aunque Conan Doyle se quedó convencido, sabía que har ía falt a algo m ás par a
llam ar la at ención del Minist er io. Así que v iaj ó a Gr eat Wy r ley para r eunir pr uebas
sobr e el caso. Ent r ev ist ó a lugar eños. Ex am inó las escenas de los hechos, las
pr uebas, las cir cunst ancias. Se r eunió con el cada vez m ás host il capit án Anson.
Visit ó la v iej a escuela de Geor ge. Exam inó los anónim os supuest am ent e enviados
por él y se v io con el gr afólogo que había per it ado su aut or ía. Luego pr eparó un
inform e con t odos los dat os y lo pr esent ó en el Minist erio.
¿Las cuchillas ensangr ent adas? Las m anchas no er an de sangr e, sino de her r um br e,
y en t odo caso no podían pr oducir la clase de her idas que habían sufr ido los
anim ales. ¿La t ier r a en la r opa de Edalj i? Nada que v er con la zanj a donde el poni
había sido hallado. ¿El ex per t o en gr afología? Ya en ot r as ocasiones había com et ido
er r or es que habían conducido a condenas inj ust as. Y, claro, estaba la cuest ión de la
v ist a: ¿de v er dad alguien con t al ast igm at ism o y m iopía er a capaz de r ecorr er los
cam pos m ut ilando anim ales por la noche?
Finalm ent e, en la pr im av er a de 1907, Edalj i fue absuelt o de la acusación de
m alt r at o anim al. No fue la v ict or ia t ot al que Conan Doyle había esperado —Geor ge
no t uvo derecho a indem nización por su arrest o y su est ancia en pr isión—, pero era
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m ás que nada y Edalj i pudo volver a ej ercer . Según Conan Doyle, la com isión de
invest igación encont r ó que «la policía llev ó a cabo su invest igación no con el obj et o
de aver iguar quién er a el culpable, sino con el fin de hallar pr uebas en cont ra de
Edalj i, porque y a daba por cier t o que había sido el aut or ». En agost o de ese m ism o
año se cr eó el pr im er t r ibunal de apelación de I nglat er r a con la m isión de ocupar se
de fut ur as condenas er róneas y el caso de Edalj i fue uno de los pr incipales m ot iv os
de su fundación.
Todos los am igos y conocidos de Conan Doyle se quedar on im pr esionados, per o
ninguno dio t ant o en el clavo com o el novelist a Geor ge Mer edit h. «No voy a
m encionar el nom br e del que sus oídos ya est ar án har t os —dij o Mer edit h en alusión
a Sher lock
Holm es—,
per o el cr eador
del m ar av illoso det ect iv e
am at eur ha
dem ostrado lo que es capaz de hacer en el m undo de lo r eal.» Sher lock Holm es es
obra de la im aginación, per o el r igor de su pensam ient o es una r ealidad. Si se
aplican corr ect am ent e, sus m ét odos dan lugar a cam bios t angibles y posit iv os, y
v an m ucho m ás allá del m undo del delit o.
Cuando oím os el nom br e de Sher lock Holm es nos vienen a la cabeza una ser ie de
im ágenes: la pipa, la gor ra de cazador, la capa, el v iolín. Y su per fil aguileño, quizá
com o el de William Gillet t e, o el de Basil Rat hbone, o el de Jer em y Br et t , o el de
cualquier a de los gr andes act or es que, con el paso de los años, se han envuelt o en
la capa de Holm es, incluyendo las ver siones act uales de Rober t Dow ney Jr . en el
cine, o la de Benedict Cum ber bat ch en la ser ie Sherlock de la BBC. Sean cuales
sean las im ágenes que ese nom bre suscit e en la m ent e del lect or , m e at r evo a
asev er ar que la palabra psicólogo no est ar á ent r e ellas. Y puede que ya sea
m om ent o de que t am bién la asociem os con él.
Es innegable que Sherlock Holm es es un det ect ive sin igual. Pero su com pr ensión de
la m ent e hum ana no t iene nada que envidiar a sus m ayor es hazañas en la lucha
cont r a el cr im en. Lo que nos ofr ece Holm es no es solo una m aner a de r esolver
casos policiales. Es t oda una m anera de pensar que se puede aplicar en ám bit os
m uy alej ados de los neblinosos y oscuros callej ones londinenses. Es un enfoque
basado en el m ét odo cient ífico que t r asciende por igual la ciencia y el delit o, y que
puede ser el m odelo de una for m a de pensar , e incluso de una m anera de ser, que
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t iene t ant a fuer za en nuest ros días com o en los t iem pos de Conan Doyle. Creo que
ese es el secr et o del at r act ivo ir r esist ible, u niver sal e im per eceder o de Holm es.
Cuando Conan Doyle cr eó a Sher lock Holm es no par ece que le dier a t anta
im por t ancia ni t uv ier a la int ención de cr ear un m odelo par a pensar y t om ar
decisiones, par a plant ear, est r uct ur ar y solucionar pr oblem as. Pero eso es,
pr ecisam ent e, lo que hizo. Más aún, cr eó al por t av oz ideal de la r ev olución del
pensam ient o y de la ciencia que se había gest ado en los decenios ant er ior es y que
br illar ía con fuer za en los inicios del nuevo siglo. En 1887, Holm es r epr esent aba una
clase nuev a de det ect iv e, un pensador sin pr ecedent es que ut ilizaba su m ent e de
una m aner a or iginal. Hoy sim boliza un m odelo ideal par a que m ej or em os nuestr a
m anera habit ual de pensar .
Sherlock Holm es fue un visionario en m uchos sent idos. Sus explicaciones, su
m et odología, su enfoque del pensam ient o pr esagiar on los avances en la psicología y
la neur ociencia que iban a dar se un siglo después de su apar ición com o per sonaj e y
m ás de ochent a años t ras la m uer t e de su cr eador . Su for m a de pensar par ece casi
inev it able, un pr oduct o de su m om ent o y su lugar en la hist or ia. Si la aplicación del
m ét odo cient ífico est aba llegando a su apogeo en una am plísim a v ar iedad de
ám bit os t eór icos y práct icos —de la t eor ía de la evolución a los r ay os X, de la
r elat iv idad gener al a la anest esia, del conduct ism o al psicoanálisis—, ¿por qué no
habr ía de aplicar se a los pr incipios del pensam ient o m ism o?
Según Ar t hur Conan Doyle, desde el pr incipio la idea er a que Holm es fuer a una
per sonificación de lo cient ífico, un ideal al que aspirar aunque nunca llegár am os a
em ular lo por com plet o ( después de t odo, ¿no est á un ideal siem pr e un poco m ás
allá de nuest ro alcance?) . El nom br e m ism o de Holm es nos r evela una int ención que
v a m ás allá del m undo del cr im en: es m uy pr obable que Conan Doyle lo eligier a en
hom enaj e a uno de los ídolos de su infancia, el m édico y filósofo Oliver Wendell
Holm es, un personaj e conocido t ant o por sus escrit os com o por sus cont ribuciones a
la m edicina. Per o el car áct er del det ect iv e est aba basado en ot r o conocido de Conan
Doyle, el doct or Joseph Bell, fam oso por su gr an capacidad de obser v ación. Se decía
de él que había adv er t ido de una sola m ir ada que un pacient e er a un suboficial
r ecién
licenciado de un r egim ient o escocés dest inado en
Bar bados,
y
que
com pr obaba r ut inar iam ent e la capacidad de per cepción de sus est udiant es con
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m ét odos que incluían la experim ent ación con sust ancias t óxicas, algo que sonará
m uy fam iliar a los fans de Holm es. De hech o, Conan Doyle escribió a Bell: «En t or no
al ej e de deducción, inferencia y observación que he oído que ust ed inculca, he
cr eado un per sonaj e que lo lleva hast a el ext r em o y, en ocasiones, incluso m ás
allá». Es aquí, en la obser v ación, la infer encia y la deducción, donde encontr am os el
núcleo de lo que hace que Holm es sea quien es, un det ect ive dist int o de cualquier
ot r o anter ior o post er ior a él: el det ect iv e que elev ó el ar t e de la inv est igación
policial a la cat egor ía de una ciencia ex act a.
Conocem os por pr im era vez el m ét odo por excelencia de Sher lock Holm es en
Est udio en escar lat a, la pr im er a novela donde apar ece el det ect iv e. Pr ont o
descubrim os que Holm es no ve los casos com o los ven en Scot land Yar d —unos
delit os, unos hechos y algún sospechoso que llevar ant e la j ust icia— porque en ellos
ve algo m ás y algo m enos al m ism o t iem po. «Más» en el sent ido de que los casos
cobran un significado m ás gener al, com o obj et os de especulación e invest igación en
su sent ido m ás am plio, com o enigm as cient íficos, por decir lo así. Pr esent an unos
cont or nos que, inevit ablem ent e, ya se han vist o en casos ant eriores y que, sin
duda, se v olv er án a pr esent ar , unos pr incipios gener ales que se pueden aplicar a
ot r os casos que a pr im era v ist a no par ecen guardar r elación. Y «m enos» en el
sent ido de despoj arlos de em ociones o conj et ur as —es decir , de elem ent os aj enos a
la clar idad del pensam ient o— y dar les un car áct er obj et iv o, t an obj et iv o com o
pueda ser una r ealidad no cient ífica. El r esult ado es el delit o com o obj et o de una
invest igación est r ict a que se abor da desde los pr incipios del m ét odo cient ífico
poniendo a su servicio la m ent e hum ana.
1 . ¿Qué e s e l pe n sam ie n t o ba sa do e n el m ét odo cie n t ífico?
Cuando oím os hablar del m ét odo cient ífico, solem os pensar en alguien con una bata
blanca que est á en un labor at or io, pr obablem ent e suj et ando un t ubo de ensay o, y
que sigue unos pasos par ecidos a est os: obser var un fenóm eno; plant ear una
hipót esis que lo pueda ex plicar ; diseñar un ex per im ent o para com pr obar la; llev ar a
cabo el exper im ent o; com pr obar si los r esult ados son los esper ados; si no lo son,
plant ear otr a hipót esis; y r epet ir ot ra v ez t odos los pasos. Par ece m uy sencillo, per o
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¿cóm o podem os ir m ás allá? Dicho de ot r o m odo, ¿podem os adiest r ar nuest ra
m ent e para que adquier a el hábit o de act uar siem pr e así?
Holm es r ecom ienda em pezar por lo m ás básico. Com o él m ism o dice: «Ant es de
poner sobr e el t apet e los aspect os m or ales y psicológicos de m ás peso que esta
m at er ia suscit a, descender é a r esolv er algunos pr oblem as elem ent ales». El m ét odo
cient ífico par t e de algo que par ece de lo m ás tr iv ial: obser v ar . Ant es de em pezar a
plant ear las pr eguntas que definir án la inv est igación de un cr im en, un ex per im ent o
cient ífico o una decisión en principio t an banal com o invit ar o no a un am igo a
cenar , nos debem os cent r ar en lo m ás básico. No en vano Holm es califica de
«elem ent ales» las bases de su invest igación. Por que eso es lo que son los
elem ent os que definen el funcionam ient o de algo, que hacen que ese algo sea lo
que es.
Muchos cient íficos ni siquier a se dan cuent a de est a necesidad por su m anera de
pensar t an arr aigada. Cuando un físico im agina un ex per im ent o nuev o o un biólogo
decide com pr obar las propiedades de un com puest o que acaba de aislar no siem pr e
son conscient es de que sus pregunt as concret as, sus enfoques, sus hipót esis y la
noción m ism a de lo que están haciendo serían im posibles sin el conocim ient o básico
o elem ent al que t ienen a su disposición y que han ido acum ulando con los años. En
efect o, puede que les cuest e m ucho decir nos de dónde han sacado las ideas para
sus est udios y por qué han pensado que t endr ía sent ido hacer los.
Después de la Segunda Guer ra Mundial, el físico Richar d Fey nm an fue inv it ado a
par t icipar en la com isión cur r icular de Califor nia con el fin de elegir libr os de t ex t o
de ciencias par a los est udios de secundar ia de ese Est ado. Par a su disgust o, los
t ex t os par ecían dej ar a los est udiant es m ás confundidos que ot r a cosa. Cada libr o
que exam inaba era peor que el ant erior. Finalm ent e, encont ró uno con un inicio que
pr om et ía: baj o las fot ografías de un j uguet e de cuer da, un aut om óvil y un niño en
biciclet a apar ecía la pr egunta: « ¿Qué hace que se m uev an?». Pensó que por fin
había hallado algo que ex plicaba la ciencia básica par t iendo de los fundam ent os de
la m ecánica ( el j uguet e) , la quím ica ( el aut om óvil) y la biología ( el niño) . Per o su
ent usiasm o dur ó m uy poco. En lugar de una ex plicación, de algo que alent ar a una
v er dader a com pr ensión, se encont r ó con est as palabras: «La r espuest a es la
ener gía». Sin em bar go, pr eguntas com o qué es la ener gía, por qué hace que se
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m uev an, cóm o lo hace... ni siquier a se plant eaban y m enos aún se r espondían.
Com o dij o el m ism o Feynm an, « ener gía» no significa nada... ¡No es m ás que una
palabr a!». En lugar de aquello, señalaba: «Lo que [ los niños] deber ían hacer es
m ir ar el j uguet e de cuerda, v er que dent r o hay un r esor t e, apr ender sobr e los
r esor t es y los m uelles, apr ender sobr e las r uedas, y no pr eocupar se de la ener gía.
Más adelant e, cuándo ya conozcan m ej or cóm o funciona el j uguet e, podr án abordar
los pr incipios m ás gener ales de la ener gía».
Feynm an
rara
vez olvidaba
sus conocim ient os básicos,
los com ponent es y
elem ent os fundam ent ales que suby acen a cada pr egunta y a cada pr incipio. Y eso
es, pr ecisam ent e, lo que quier e decir Holm es cuando habla de em pezar por lo
básico, por pr oblem as t an t r iv iales que los podr íam os pasar por alt o. ¿Cóm o
plant ear hipót esis y cr ear t eor ías ver ificables sin ant es saber qué obser v ar y cóm o
obser v ar lo, sin ant es ent ender la nat ur aleza fundam ent al, los elem ent os m ás
básicos, del pr oblem a que nos ocupa? ( La sim plicidad engaña, com o ver em os en los
dos capítulos siguient es.)
El m ét odo cient ífico em pieza con una am plia base de conocim ient os, con una
com pr ensión de los hechos y los cont or nos del pr oblem a que int ent am os abordar. El
pr oblem a al que se enfr ent a Holm es en Est udio en escar lata es un m ist erioso
asesinat o en una casa abandonada de Laur ist on Gar dens. En nuest r o caso puede
ser la decisión de cam biar de profesión. Sea cual sea el pr oblem a deber em os
definir lo y for m ular lo en nuest ra m ent e de la form a m ás concr et a posible para
añadir le después nuest r as ex per iencias pasadas y la obser v ación act ual ( cuando
Holm es se da cuent a de que los inspect or es Lest r ade y Gr egson no ven la sim ilit ud
ent r e el asesinat o que inv est igan y ot r o caso ant er ior , les r ecuer da que «nada hay
nuev o baj o el sol... Cada acto o cada cosa t iene un pr ecedent e en el pasado») .
Solo ent onces podr em os pasar a plant ear hipót esis. Aquí es cuando el det ect iv e
r ecur r e a su im aginación y gener a posibles líneas de invest igación de los hechos sin
lim it ar se a la posibilidad m ás ev ident e: en Est udio en escarlat a, la palabra rache no
t iene por qué ser un fr agm ent o de Rachel; t am bién puede ser el t érm ino en alem án
que significa «v enganza». Y si el pr oblem a es cam biar o no de profesión, podem os
im aginar los posibles escenar ios que se puedan der iv ar de seguir otr o r um bo. Lo
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que no hem os de hacer es plant ear hipót esis al azar : todos los escenar ios y
ex plicaciones posibles sur gen de esa base inicial de conocim ient os y de obser v ación.
El siguient e paso ser á com probar nuest r a hipót esis. Aquí, Holm es ex am inar á t odas
las líneas de inv est igación y las elim inar á una por una hasta que la que quede, por
m uy im probable que par ezca, deba ser la cor r ecta. Y nosot r os deber em os seguir
hast a su conclusión lógica las repercusiones de los dist int os cam bios de profesión
que hem os im aginado. Más adelant e ver em os la for m a de hacer lo.
Pero aún no hem os t erm inado. Los t iem pos cam bian. Y las circunst ancias t am bién.
La base or iginal de conocim ient os se debe act ualizar constant em ent e. Cuando el
ent or no cam bia debem os r ev isar y v olv er a com pr obar las hipót esis. De lo cont r ar io,
lo que fuer a r ev olucionar io puede acabar siendo ir r elev ant e. Y lo que fuer a r eflex iv o
puede dej ar de ser lo si no seguim os volcándonos, cuest ionando, insist iendo.
En resum en, el m ét odo cient ífico consist e en ent ender el problem a y plant earlo,
obser v ar , form ular hipót esis ( o im aginar ) , com pr obar y deducir ; y si hace falt a,
r epet ir el pr oceso. Seguir a Sher lock Holm es es apr ender a aplicar est e m ism o
m ét odo no solo a las pist as ext ernas, sino t am bién a cada uno de nuest r os
pensam ient os y a los pensam ient os de las per sonas que puedan est ar im plicadas.
Cuando Holm es ex pone por pr im er a v ez los pr incipios t eór icos que subyacen en su
m ét odo los r educe a est a idea básica: «Las innum er ables cosas que a cualquier a le
ser ía dado deducir no m ás que som et iendo a ex am en pr eciso y sist em át ico los
acont ecim ient os de que el azar le hiciese t est igo». Y eso incluy e t odos los
pensam ient os; en el m undo de Holm es no hay ni un pensam ient o que se acept e sin
m ás. Com o él m ism o com ent a, «a par t ir de una got a de agua [ ...] cabr ía al lógico
est ablecer la posible ex ist encia de un océano At lánt ico o unas cat ar atas del Niágar a,
aunque ni de lo uno ni de lo ot r o hubiese t enido j am ás la m ás m ínim a not icia». En
ot r as palabras, dada nuest ra base de conocim ient os ex ist ent e, podem os usar la
obser v ación para deducir el significado de un hecho que, por sí solo, car ece de
sent ido. Porque, ¿qué clase de cient ífico ser ía el que no t uv ier a la capacidad de
im aginar y hacer hipót esis sobr e lo nuev o, lo desconocido, lo que aún est á por
com pr obar ?
Así es el m ét odo cient ífico en su for m a m ás básica. Per o Holm es va m ás allá y
aplica el m ism o pr incipio al ser hum ano: un seguidor de Holm es sabe que «apenas
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div isada una per sona cualquier a, r esult a haceder o infer ir su hist or ia com plet a, así
com o su oficio o profesión. Par ece un ej er cicio puer il y, sin em bargo, afina la
capacidad de obser vación, descubr iendo los punt os m ás im por t ant es y el m odo de
encont r ar les r espuesta». Cada obser vación, cada ej er cicio, cada infer encia sim ple
deducida de un sim ple hecho r efor zar á nuest r a capacidad para desent rañar int r igas
y t r am as cada v ez m ás com plej as. Form ará la base de nuev os hábit os de
pensam ient o que harán de est a obser v ación algo nat ural.
Eso es, pr ecisam ent e, lo que Holm es ha apr endido por su cuent a y que ahora nos
puede enseñar . Y es que, en el fondo, ¿no es est e el at r act ivo del det ect ive? No solo
puede r esolver el m ás difícil de los casos, sino que lo hace con un m ét odo que, bien
m ir ado, par ece elem ent al. Es un m ét odo basado en la ciencia, en unos pasos m uy
concr et os, en unos hábit os de pensam ient o que se pueden aprender, cult ivar y
aplicar .
Est o suena m uy bien en t eor ía. Pero ¿por dónde em pezar ? Par ece m uy com plicado
pensar siem pre cient íficam ent e, t ener siem pre que prest ar at ención, t ener que
descom poner las cosas, obser v ar , plant ear hipót esis, deducir y t odo lo dem ás. Pues
bien, es com plicado y no lo es. Por un lado, a la m ayor ía de nosotr os aún nos queda
m ucho por apr ender . Com o ver em os, la m ent e hum ana, por su nat uraleza, no est á
hecha par a pensar com o Holm es. Per o, por ot r o lado, podem os apr ender y poner en
pr áct ica nuev os hábit os de pensam ient o. El cer ebr o hum ano t iene una capacidad
sor pr endent e par a apr ender m aneras nuev as de pensar y nuest ras conex iones
neuronales son ext raordinariam ent e flexibles incluso en la vej ez. Siguiendo el
pensam ient o de Holm es, apr ender em os a aplicar su m ét odo en la v ida cot idiana, a
est ar pr esent es y plenam ent e conscient es, y a t r atar cada elección, cada pr oblem a
y cada sit uación con la at ención que m er ece. Puede que al pr incipio par ezca poco
nat ur al. Per o con el t iem po y con la pr áct ica llegar á a ser t an nat ural para nosot r os
com o lo es para él.
2 . Tra ba s par a e l ce re bro in ex pe rt o
El pensam ient o de Holm es —y el ideal cient ífico— se car act er iza, ent r e otr as cosas,
por un escept icism o y una m ent alidad inquisit iv a y cur iosa en r elación con el
m undo. Nada se acept a porque sí. Todo se ex am ina y se consider a ant es de ser
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acept ado ( o no, según el caso) . Por desgr acia, en su est ado nat ur al nuest r a m ent e
se r esist e a est e enfoque. Para pensar com o Sher lock Holm es, pr im er o debem os
super ar esa r esist encia nat ur al que im pr egna nuest r a form a de ver el m undo.
Hoy en día, la m ay or ía de los psicólogos r econocen que en la m ent e hum ana act úan
dos sist em as. Uno es rápido, int uit ivo, r eact ivo: una especie de vigilancia m ent al,
un est ado const ant e de «lucha/ huida». No exige m ucho esfuerzo ni pensam ient o
conscient e y act úa com o un pilot o aut om át ico. El ot ro sist em a es m ás lent o, m ás
deliber at iv o, m ás r igur oso y m ás lógico, per o t am bién es m ucho m ás cost oso desde
el punt o de vist a cognit ivo. Pr efiere no ent rar en acción a m enos que lo crea
absolut am ent e necesar io.
El cost e m ent al de est e sist em a r eflex iv o y ser eno —«fr ío» por decir lo así— hace
que la m ay or par t e del t iem po dej em os nuest r o pensam ient o en m anos del sist em a
«calient e» y r eflej o, y que nuest r as obser vaciones, al r egir se t am bién por él, sean
aut om át icas, int uit iv as ( y no siem pr e cor r ect as) , r eact iv as y r ápidas en j uzgar. En
general, con est e sistem a nos bast a y solo act ivam os el sistem a m ás sereno,
r eflex ivo y fr ío cuando algo capta de ver dad nuest ra at ención y nos obliga a
det enernos.
En adelant e, para r efer ir m e a est os dos sist em a hablar é del sist em a Wat son y del
sist em a Holm es. Est oy segura de que el lect or habr á adiv inado cuál es cuál. El
sist em a Wat son sería nuest ro yo ingenuo, que act úa según unos hábit os de
pensam ient o per ezosos y que sur gen de una m anera nat ur al, siguiendo el cam ino
m ás fácil, unos hábit os a cuya adquisición hem os dedicado t oda la vida. Y el sist em a
Holm es ser ía el y o al que aspir am os, el y o que acabar em os siendo cuando hayam os
apr endido a aplicar est a for m a de pensar a nuest r a v ida cot idiana y nos hay am os
despojado por com plet o de los hábit os del sist em a Wat son.
Cuando pensam os de una m aner a natur al,
aut om át ica,
la m ent e est á pr e
pr ogr am ada para acept ar t odo lo que le llegue. Pr im er o cr eem os, y si dudam os lo
hacem os después. Dicho de ot r o m odo, es com o si, de ent r ada, el cer ebr o vier a el
m undo com o un t est del t ipo v er dadero/ falso donde la r espuest a por defect o
siem pr e es ver dadera. No hace falt a esfuer zo alguno par a seguir dándolo t odo por
ver dader o, per o pasar a dar lo por falso ex ige v igilancia, t iem po y ener gía.
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El psicólogo Daniel Gilber t lo descr ibe así: par a poder pr ocesar algo, el cer ebr o t iene
que cr eer en ese algo aunque solo sea un inst ant e. I m aginem os que alguien nos
dice que pensem os en un elefant e r osa. Está clar o que sabem os que no ex ist e. Per o
al oír o leer est as palabras, dur ant e un inst ant e hem os «vist o» un elefant e r osa en
nuest ra m ent e. Dicho de ot ro m odo: para confirm ar que no exist e hem os t enido que
creer durant e un inst ant e que sí exist e. Y es que ent endem os y cr eem os en el
m ism o inst ant e. Bar uch Spinoza fue el pr im er o en plant ear esta necesidad de
acept ar para ent ender , y unos cien años ant es de Gilber t , William Jam es ya ex puso
el m ism o pr incipio: «Toda pr oposición, sea at r ibut iv a o ex ist encial, se cr ee por el
hecho m ism o de ser concebida». Después de la concepción de algo es cuando nos
dedicam os, con m ás o m enos esfuer zo, a no cr eer en ese algo y, com o señala
Gilber t , est a par t e del pr oceso no t iene nada de aut om át ica.
En el caso del elefant e r osa el pr oceso de negación o r efut ación es m uy sencillo y
pr áct icam ent e no ex ige t iem po ni esfuer zo. Aun así, el cer ebr o se debe esfor zar m ás
para pr ocesar lo que si nos hubier an hablado de un elefant e gr is, por que la
infor m ación contr afact ual ex ige est e paso ex t r a de com probar y r efut ar , algo que no
sucede con la infor m ación v er dadera. Per o no siem pr e es así: no t odo es t an
evident e com o en el caso del elefant e r osa. Cuant o m ayor sea la com plej idad de un
concept o o de una idea, o cuant o m enos ev ident e sea su ver dad o falsedad, m ás
esfuer zo har á falt a ( en Maine no hay serpient es venenosas: ¿ver dadero o falso?
Aunque ahor a no lo sepam os, es algo que se puede com pr obar . Per o ¿qué sucede
con una afirm ación com o la pena de m uer t e no es un cast igo t an dur o com o la
cadena per pet ua?) . Y no es difícil que el pr oceso se alt er e, o que ni siquier a t enga
lugar . Si decidim os que una afir m ación suena ver osím il es m ás pr obable que no le
dem os m ás vuelt as ( si m e dicen que no hay ser pient es venenosas en Maine, ya m e
vale) . Y si est am os ocupados, est r esados, dist r aídos o agot ados por alguna ot ra
r azón, podem os dar algo por cier t o sin dedicar t iem po a com pr obar lo: cuando la
m ent e se enfr ent a a m uchas ex igencias al m ism o t iem po no puede abarcar las t odas
y el pr oceso de v er ificación es una de las pr im er as cosas de las que pr escinde.
Cuando sucede est o nos quedam os con cr eencias sin com pr obar y m ás adelant e las
podem os r ecor dar com o v er daderas cuando en r ealidad son falsas. ( Y qué, ¿hay
ser pient es venenosas en Maine o no? Pues result a que sí. Per o si hicier a est a
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pr egunt a al lect or dent ro de un año no sé si r ecordar á que las hay o que no las hay,
sobr e t odo si est aba cansado o dist raído al leer est e pár r afo.)
Adem ás, no t odo es tan o blanco o negr o —o t an gr is o r osa, com o el elefant e—. Y
no t odo lo que la int uición nos dice que es blanco o negr o lo es en r ealidad. Es
facilísim o equivocar se. Y es que no solo nos cr eem os t odo lo que oím os, al m enos
de ent r ada, sino que adem ás t endem os a t r atar una afirm ación com o verdader a
aunque ant es de oírla se nos hay a hecho saber ex plícit am ent e que es falsa. Por
ej em plo, en el llam ado «sesgo de corr espondencia» ( del que hablar é después con
m ás detalle) suponem os que si una per sona dice algo es por que r ealm ent e lo cr ee,
y nos r eafir m am os en ello aunque se nos diga explícit am ent e que no es así; incluso
es pr obable que j uzguem os a la persona en función de esa supuest a cr eencia.
Recor dem os el párr afo ant er ior : ¿piensa el lect or que r ealm ent e cr eo en lo que he
escr it o sobr e la pena de m uer t e? No t iene ninguna base par a r esponder a est a
pr egunt a —no he dado m i opinión al r espect o— y, aun así, es pr obable que haya
r espondido afir m at iv am ent e porque ha dado por supuest o que esa es m i opinión.
Más pr eocupant e es el hecho de que si oím os que se niega algo —por ej em plo, Joe
no t iene r elaciones con la m afia— podem os acabar olv idando la negación y cr eer
que Joe t iene r elaciones con la m afia; y aunque no ocur r a así, ser á m uy probable
que nos for m em os una opinión negat iva de Joe. En r ealidad, si lo j uzgar an y
for m ár am os par t e del j urado t ender íam os a r ecom endar que lo sent enciar an a una
condena m ás gr av e. Est a t endencia a confir m ar y a cr eer con dem asiada facilidad y
dem asiada fr ecuencia t iene consecuencias m uy r eales para nosot r os y para los
dem ás.
El t r uco de Holm es consist e en t r atar cada pensam ient o, cada ex per iencia y cada
per cepción de la m ism a m anera que tr at ar ía a un elefant e r osa. Es decir ,
em pezando con una buena dosis de escept icism o, no con la cr edulidad nat ural de
nuest r a m ent e. No nos lim it em os a suponer que las cosas son com o son. Pensem os
que t odo es t an absurdo com o ese anim al que no exist e. Sí, es una pr oposición
difícil de acept ar : después de t odo, equiv ale a pedir al cer ebr o que pase de su
est ado nat ur al de r eposo a una act iv idad física const ant e, que dedique ener gía
cuando nor m alm ent e bost ezar ía, dir ía «v ale» y pasar ía a ot r a cosa; per o no es
im posible, sobr e t odo t eniendo a Sher lock Holm es a nuest r o lado. Y es que él, quizá
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m ej or que nadie, puede ser el m odelo y el com pañer o leal que nos enseñe a
afr ont ar lo que a pr im er a v ist a par ece una tar ea her cúlea.
Obser v ando a Holm es en acción podr em os obser v ar m ej or nuest r a propia m ent e. «
¿Cóm o dem onios ha caído en la cuent a de que y o venía de Afganist án?», pr egunta
Wat son a St am for d, el hom br e que le ha present ado a Holm es.
En el r ost r o de St am ford se dibuj a una enigm át ica sonr isa: «He ahí una peculiar idad
de nuest r o hom br e —dice a Wat son—. Es m ucha la gent e a la que int r iga esa
facult ad suy a de adiv inar las cosas».
Est a r espuesta no hace m ás que av iv ar la cur iosidad de Wat son. Es una cur iosidad
que solo se puede sat isfacer con una obser v ación larga y detallada que em pr ende
sin dem or a.
Para Sher lock Holm es, el m undo est á lleno de elefant es de color r osa. En ot r as
palabr as, es un m undo donde cada dat o se ex am ina con la m ism a at ención y el
m ism o escept icism o sano que al m ás absur do de los anim ales. Y cuando llegue al
final de est e libr o, si el lect or se hace la sim ple pr egunt a: « ¿Qué har ía y pensar ía
Sher lock Holm es en est a sit uación?», verá que su pr opio m undo tam bién em pieza a
ser así. Obser v ará y pondr á en duda pensam ient os de cuy a ex ist encia no había sido
conscient e ant es de dej ar que se infilt r en en su m ent e. Y ver á que esos m ism os
pensam ient os, una v ez ex am inados, dej ar án de influir en su conducta sin su
conocim ient o.
Y com o un m úsculo que no sabíam os que t eníam os —un m úsculo que al ej ercit arlo
duele al pr incipio, per o que luego se desar rolla y se r obust ece—, la obser v ación
const ant e y el exam en sin fin se harán m ás y m ás fáciles ( por que en el fondo, y
com o verem os m ás adelant e, son com o m úsculos) . Acabarán siendo un hábit o
nat ur al e inconscient e, com o lo son para Sherlock Holm es. Em pezarem os a int uir, a
deducir , a pensar, sin necesidad de esfuer zo conscient e.
Que nadie dude que se puede conseguir . Holm es es un per sonaj e de ficción, per o
Joseph Bell fue m uy r eal. Y t am bién lo fue Conan Doyle ( y Geor ge Edalj i no fue el
único que se benefició de su m ét odo, sir Art hur t am bién consiguió que se anular a la
condena de ot ro encar celado por er r or , Oscar Slat er ) .
Puede que Sherlock Holm es nos fascine t ant o pr ecisam ent e por que hace que
par ezca posible, y hast a fácil, pensar de una m anera que acabar ía agotando a un
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ser hum ano norm al. Hace que pensar de la m aner a m ás cient ífica y r igur osa
par ezca asequible. No en vano Wat son siem pr e ex clam a que las cosas no pueden
est ar m ás claras después de que Holm es le haya ex plicado los hechos. Per o
nosot r os, a difer encia de Wat son, podem os apr ender a v er las cosas con clar idad
desde el pr incipio.
3 . La s dos « e m e s» de m in dfu ln e ss y m ot iva ción
No ser á fácil. Com o Holm es nos r ecuer da, «a sem ej anza de ot r os oficios, la ciencia
de la deducción y el análisis ex ige en su ej ecut ant e un est udio pr olongado y
pacient e, no habiendo v ida hum ana t an larga que en el cur so de ella quepa a nadie
alcanzar la per fección m áx im a de la que el ar t e deduct iv o es suscept ible». Per o
t am poco hay que desfallecer por que, en esencia, t odo se r educe a una sim ple
fór m ula: pasar de un pensam ient o r egido por el sist em a Wat son a ot r o gober nado
por el sist em a Holm es ex ige m indfulness y m ot iv ación (adem ás de m ucha
pr áct ica) .Mindfulness en el sent ido de la presencia const ant e, la at ención cent rada
en el aquí y ahor a, que t an esencial es par a una v er dadera obser vación del m undo.
Mot ivación en el sent ido de volunt ad y dedicación.
Cuando nos ocurr e algo t an habit ual com o buscar las llav es o las gafas y ver que las
llev am os encim a, la «culpa» es del sist em a Wat son: act uam os con el pilot o
aut om át ico sin ser conscient es de lo que hacem os. Por eso nos olvidam os de lo que
est ábam os r ealizando antes de que nos int er r um pieran o nos hallam os en la cocina
pr egunt ándonos a qué habíam os ido. El sist em a Holm es nos perm it e v olv er sobr e
nuest ros pasos por que exige una at ención que anula el pilot o aut om át ico y nos hace
r ecor dar el dónde y el por qué de lo que t odo lo que hacem os. No siem pr e est am os
m ot iv ados o at ent os, y la m ayor par t e de las veces no t iene im por t ancia. Hacem os
cosas m aquinalm ent e para dedicar nuestr os r ecur sos a cosas m ás im por t ant es que
saber dónde dej am os las llav es.
Para desact iv ar ese pilot o aut om át ico debem os est ar m ot iv ados par a pensar de una
m anera conscient e y at ent a, cent rándonos en lo que surge en nuestra m ent e en
lugar de dej ar nos llev ar . Para pensar com o Sher lock Holm es debem os quer er
pensar com o él. De hecho, la m ot iv ación es t an im por tant e que los invest igador es
han lam ent ado en m uchas ocasiones la dificult ad de com parar con pr ecisión el
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r endim ient o en t ar eas cognit iv as de par t icipant es de edades m uy dist int as. Los
adult os de m ás edad suelen est ar m ucho m ás m ot iv ados para r endir bien. Se
esfuerzan m ás, se im plican m ás, son m ás serios, est án m ás pr esent es y se vuelcan
m ás en la tar ea. Y es que est e r endim ient o es m uy im por t ant e para ellos por que
quier en dem ostrar que sus facult ades m ent ales no han m enguado con la edad. No
sucede lo m ism o con los suj et os m ás j óvenes, para los que no exist e un im per at ivo
com parable. Siendo así, ¿cóm o se pueden com parar con pr ecisión los dos gr upos?
Aún no se ha hallado una solución a est e pr oblem a en el est udio de la función
cognit iv a y la edad.
Per o no es ese el único ám bit o donde la m ot iv ación tiene im por t ancia. Las per sonas
m ot iv adas siem pr e r inden m ás. Los est udiant es m ot iv ados r inden m ej or en algo en
pr incipio t an inm ut able com o las pr uebas de cocient e int elect ual ( CI ) : por t ér m ino
m edio, la desviación t ípica de la m ej or a puede llegar a ser 0,064. Y no solo eso: la
m ot iv ación pr edice un r endim ient o académ ico m ej or , m enos condenas por delit os y
m ej or es em pleos. Los niños que pr esent an el llam ado «fur or por dom inar » —un
t ér m ino acuñado por Ellen Winner para descr ibir la m ot iv ación int r ínseca de dom inar
la act uación en un ám bit o dado— tienden a t ener m ás éx it o en cualquier cam po,
desde el ar te hast a la ciencia. Si est am os m ot iv ados par a apr ender un idiom a ser á
m ás pr obable que lo consigam os. En gener al, apr endem os m ej or algo nuev o si
est am os m ot iv ados par a ello. Hast a los r ecuer dos dependen de nuest r o est ado de
m ot ivación: recordam os m ej or las cosas si est am os m ot ivados en el m om ent o de
for m ar su r ecuerdo, fenóm eno llam ado «codificación m ot iv ada».
Y luego, clar o, est á la pieza final: práct ica y m ás práct ica. Debem os com plem ent ar
la m ot ivación conscient e con una pr áct ica int ensísim a, de m iles de hor as. No hay
m ás alt er nat iv a. Pensem os en el llam ado «conocim ient o ex per t o»: un ex per t o en
cualquier cam po, desde el aj edr ez hast a la invest igación policial, t iene una m em or ia
super ior en ese cam po. Holm es conoce al dedillo el m undo del delit o. Un j ugador de
aj edr ez suele t ener en la cabeza las j ugadas de cent enar es de par t idas y puede
acceder a ellas al inst ant e. Según el psicólogo K. Ander s Er icsson, los ex per t os ven
el m undo de una m aner a difer ent e dent r o de su cam po: v en cosas invisibles par a el
no iniciado, per ciben de un vist azo lo que el oj o no ent r enado pasa por alt o, y ven
los det alles com o par t e de un t odo y saben al inst ant e cuál es im port ant e y cuál no.
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En r ealidad, ni el m ism ísim o Holm es habr ía nacido con el sist em a que lleva su
nom br e al m ando. Podem os t ener la segur idad de que en su m undo fict icio nació
igual que nosot r os, con Wat son encar gándose de t odo. Per o no quiso seguir así y
enseñó a su sist em a Wat son a act uar según las nor m as del sist em a Holm es,
im poniendo la r eflex ión donde ant es había acción r eflej a.
La m ayor par t e de las v eces act úa el sist em a Wat son, per o si som os conscient es de
su poder podem os conseguir que no est é al m ando con tant a fr ecuencia. Holm es ha
conv er t ido en un hábit o la act iv ación de su sist em a Holm es. Ha ido ent r enando poco
a poco a su Watson int er ior , que j uzga las cosas con r apidez, para que act úa com o
el Holm es que todos conocem os. Por pur a fuer za de v olunt ad y de hábit o ha
conseguido que sus j uicios inst ant áneos cedan ant e una form a de pensar m ás
r eflex iva. Y al cont ar con est a base t an sólida solo t ar da unos segundos en
com plet ar sus obser vaciones iniciales sobr e Wat son. Por eso Holm es lo llam a
int uición. Per o la int uición pr ecisa que posee Holm es se basa necesar iam ent e en
hor as y m ás horas de práct ica. Puede que un ex per t o no siem pr e sea conscient e de
que sus int uiciones surgen de algún hábit o, sea visible o no. Lo que Holm es ha
hecho es descom poner y clar ificar el pr oceso de conv er t ir lo «calient e» en «fr ío», lo
r eflej o en r eflex ivo. Es lo que Ander s Er icsson llam a «conocim ient o ex per t o»: la
dest r eza que surge de la pr áct ica int ensa y pr olongada, no de alguna form a de
genio innat o. No es que Holm es nacier a par a ser el det ect ive asesor supr em o.
Sucede que ha pract icado su form a de ver el m undo con plena conciencia y que, con
el t iem po, ha perfeccionado su ar t e hast a llevar lo al nivel que lo ha hecho fam oso.
Cuando el prim er caso en el que han t rabaj ado j unt os llega a su conclusión, el
doct or Watson elogia a su nuev o com pañer o por su logr o: «Ha llev ado [ ust ed] la
invest igación det ect iv esca a un gr ado de ex act it ud cient ífica que j am ás volv er á a ser
vist o en el m undo». ¿Qué elogio m ej or que est e? En las páginas que siguen, el
lect or apr ender á a hacer exactam ent e lo m ism o con cada uno de sus pensam ient os
desde su aparición, com o hizo Ar t hur Conan Doyle en su defensa de Geor ge Edalj i o
com o hacía Joseph Bell al diagnost icar a sus pacient es.
Cuando Holm es inició sus avent uras la psicología aún se hallaba en su infancia y
hoy est am os m ucho m ej or equipados de lo que él pudo soñar . Apr endam os a hacer
un buen uso de est e conocim ient o.
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Cit a s:
- «Cóm o dem onios ha caído en
la cuent a...»,
de Est udio en
escar lat a, capít ulo 1: «Mr . Sher lock Holm es».
- «Ant es de poner sobr e el t apet e...», «Las innum erables cosas que
a cualquier a le ser ía dado deducir ...», «A sem ej anza de ot ros
oficios, la ciencia de la deducción...», de Est udio en escar lat a,
capít ulo 2: «La ciencia de la deducción».
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Ca pít u lo 2
El de sv án de l ce re br o: qu é e s y qué cont ie ne
Con t en ido:
1. La m em oria y su cont enido
2. Los pr ej uicios y la estr uct ur a del desván
3. El ent or no y el poder de lo incident al
4. Act ivar la pasividad del cer ebr o
Cit as
Una de las cr eencias m ás ex t endidas sobre Holm es t iene que v er con su supuest o
desconocim ient o de la t eor ía coper nicana. « ¿Y qué se m e da a m í el sist em a
solar ?», r esponde a Wat son en Est udio en escar lat a. «Dice ust ed que gir am os en
t or no al Sol... Que lo hiciér am os alr ededor de la Luna no afect ar ía un ápice a cuant o
soy o hago.» ¿Y ahor a que y a lo sabe? «Haré lo posible por olv idar lo», pr om et e.
Es div er t ido sacar punta a esta incongruencia ent r e el det ect iv e que par ece
sobrehum ano y su incapacidad de ent ender un hecho t an elem ent al que hast a un
niño lo puede capt ar . Y es que el desconocim ient o del sist em a solar ser ía
im pensable en alguien a quien se t uvier a por m odelo del m ét odo cient ífico. Ni
siquier a la ser ie Sherlock de la BBC ha podido ev it ar incluir est as palabr as en uno de
sus episodios.
Per o hay dos cosas que com entar sobr e este supuest o desconocim ient o. La pr im era
es que no es cier t o. Bast a con v er las m uchas r efer encias a la astr onom ía que hace
Holm es en r elat os post er ior es:
en «El r it ual de Musgr av e» habla de «una
bonificación par a conseguir la ecuación per sonal, com o dicen los ast r ónom os»; en
«El int ér pr et e gr iego» m enciona «la oblicuidad de la eclípt ica»; en «Los planos del
Br uce- Par t ingt on» habla de «un planet a [ que se sale] de su ór bit a». La v er dad es
que Holm es hace uso de casi t odos los conocim ient os que niega t ener en las
pr im er as et apas de su am ist ad con el doct or Wat son ( y, ciñéndose al canon
holm esiano, la ser ie Sherlock de la BBC finaliza con una not a de t riunfo cient ífico:
después de t odo, Holm es sabe de ast r onom ía y ese conocim ient o r esuelve el caso y
salva la vida de un niño) .
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Mi opinión es que Holm es ex ager a su ignor ancia a pr opósit o para dir igir nuest r a
at ención a ot r a cuest ión que consider o m ucho m ás im por tant e. Su pr om esa de
r elegar al olv ido el sist em a solar sir v e par a ilust r ar una analogía de la m ent e
hum ana que ser á fundam ental para el pensam ient o de Holm es y par a nuest ra
capacidad de em ular lo. Mom ent os después del incident e coper nicano, Holm es dice
lo siguient e a Wat son: «Consider o que el cer ebr o de cada cual es com o una
pequeña pieza vacía que v am os am ueblando con elem ent os de nuest ra elección».
Esa «pieza vacía» de la t raducción clásica al castellano cor r esponde a la palabr a
inglesa at t ic, que aquí se t r aducir á por «desv án».
Cuando oí hablar por pr im er a v ez de ese «desván del cer ebr o» a los siet e años de
edad, en una de aquellas noches a la luz de la lum br e, enseguida m e v ino a la
m ent e la cubier t a en blanco y negr o del libr o A Light in t he At t ic de Shel
Silverst ein, 1 con esa car a ladeada que esboza una sonr isa y cuya fr ent e se pr olonga
en un t ej ado con chim enea. A la alt ur a del desván hay una vent ana por la que
asom a un r ost r o dim inut o que m ir a el m undo. ¿Er a eso a lo que se r efer ía Holm es?
¿Un pequeño desván con el t echo en pendient e y un ser ex t r año y de car a gr aciosa
pr est o a t ir ar del cor dón par a apagar o encender la luz?
Result a que no andaba m uy descam inada. Para Sher lock Holm es, el desván cer ebr al
de una persona es un espacio m uy concret o, casi físico. Puede que t enga una
chim enea. O puede que no. Per o sea cual sea su aspect o es un espacio m ent al cuya
función es alm acenar los obj et os m ás dispar es. Y sí, r esult a que tam bién hay un
cor dón del que t ir ar para encender o apagar la luz. Así lo ex plica Holm es a Wat son:
«Un necio echa m ano de cuanto encuent ra a su paso, de m odo que el conocim ient o
que pudier a ser le út il, o no encuent r a cabida o, en el m ej or de los casos, se halla
t an r ev uelt o con las dem ás cosas que r esult a difícil dar con él. El oper ar io hábil
selecciona con sum o cuidado el cont enido [ del desván de su cer ebr o] ».
Result a que est a analogía es sor pr endentem ent e acer t ada. Com o ver em os m uy
pr ont o, el est udio de la for m ación, la r et ención y la r ecuper ación de los r ecuer dos
ha r ev elado la idoneidad de la idea del desván. En los capít ulos que siguen
analizar em os paso a paso su papel desde el inicio del pr oceso de pensam ient o hast a
1
Hay luz en el desván, Barcelona, Ediciones B, 2001. ( N. de los T.)
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su culm inación, exam inando cóm o act úan en cada punt o su est ruct ura y su
cont enido, y qué podem os hacer para m ej orar su función.
En líneas gener ales, podr íam os decir que el desván pr esent a dos com ponent es:
est ruct ur a y cont enido. La est r uct ura se refiere al funcionam ient o de la m ent e:
cóm o adquier e infor m ación, cóm o la procesa, cóm o la clasifica y la alm acena, cóm o
elige int egr ar la o no con ot r os cont enidos y a ex ist ent es. A difer encia de un desván
físico, la est r uct ur a del desván m ent al no es t ot alm ent e fij a. Se puede ex pandir —
aunque no indefinidam ent e— o se puede cont raer en función de cóm o lo usem os
( en ot r as palabras, el pr ocesam ient o y el alm acenam ient o pueden ser m ás o m enos
eficaces) . Tam bién pueden var iar el m ét odo de búsqueda ( cóm o r ecuper o la
infor m ación que he guardado) y el sist em a de alm acenam ient o ( cóm o guar do la
infor m ación que he adquirido, adónde ir á, cóm o se et iquet ar á, con qué se
int egrar á) . Todas est as var iaciones t endrán unos lím it es —cada desván es difer ent e
y est á suj et o a sus pr opias r est r icciones— per o dent r o de esos lím it es puede
adopt ar cualquier for m a en función de cóm o apr endam os a usar lo.
Por ot r o lado, el cont enido del desván est á for m ado por lo que hem os adquir ido del
m undo y por las viv encias que hem os t enido. Nuest r os r ecuer dos, nuestr o pasado y
nuest r os conocim ient os son la infor m ación de la que par t im os cada v ez que
afr ont am os un r et o. Y del m ism o m odo que lo que cont iene un desván físico puede
cam biar con el t iem po, nuest r o desván m ent al no dej a de incor porar y desechar
elem ent os hast a el últ im o m om ent o. Cuando el proceso de pensam ient o em pieza, lo
que guar dam os en la m em or ia se com bina con la est r uct ur a de los hábit os int er nos
y las cir cunst ancias ex t er nas para decidir qué se va a r ecuperar en cualquier
m om ent o dado. Para Sher lock Holm es, adiv inar el cont enido del desván de una
per sona a par t ir de su aspect o ex t er ior es una de las for m as m ás seguras de
det er m inar quién es esa per sona y de qué es capaz.
Com o ya hem os vist o ant er ior m ent e, gran par t e de lo que adquir im os del m undo no
est á baj o nuest r o cont rol: del m ism o m odo que debem os im aginar un elefant e r osa
para dar nos cuent a de que no ex ist e, no podem os ev it ar pensar —aunque solo sea
un inst ant e— en el funcionam ient o del sist em a solar o en las obras de Thom as
Car ly le si a Wat son le dier a por hablar de ellas. Sin em bargo, sí que podem os
apr ender
a dom inar
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m uchos aspect os de la estr uct ur a de nuest r o desván
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desechando lo que haya ent r ado sin quer er lo ( com o cuando Holm es pr om et e olv idar
a Copér nico sin t ardanza) , dando pr ior idad a lo que quer em os y ar r inconando lo que
no, y apr endiendo a conocer sus r ecovecos para que no nos influyan dem asiado.
Puede que nunca lleguem os a ser ex per t os en adiv inar los pensam ient os m ás
ínt im os de una per sona a par t ir de su aspect o ex t er ior , per o si apr endem os a
ent ender la or ganización y las funciones de nuest r o desván m ent al habr em os dado
el pr im er paso para llegar a aprovechar t odo su pot encial, es decir , par a opt im izar
nuest r o pr oceso de pensam ient o de m odo que cualquier decisión o act o sur j an de la
versión m ej or y m ás conscient e de nosot ros m ism os. La estruct ura y el cont enido
de nuest ro desván no nos obligan a pensar com o pensam os: sucede que con el
t iem po y con la práct ica ( con frecuencia inconscient e, pero práct ica al fin) hem os
apr endido a pensar así. En algún m om ent o, y en algún nivel, hem os decidido que la
at ención conscient e no vale la pena y hem os pr efer ido la eficiencia a la pr ofundidad.
Quizá nos llev e el m ism o t iem po, per o es posible apr ender a pensar de ot r a for m a.
Y aunque la est r uct ur a básica sea fij a siem pr e podem os apr ender a cam biar sus
conexiones y sus com ponent es, una m odificación que, por así decirlo, r econst r uye el
desván creando nuevas conexiones neuron ales cuando cam biam os nuest r os hábit os
de pensam ient o. Com o sucede en t oda r enov ación, par a los cam bios m ás grandes
har á falt a cier t o t iem po. No se puede r econst r uir el desván en un día. Per o es
pr obable que algunos cam bios m enor es se em piecen a not ar al cabo de unos días o
en solo unas hor as. Y est os cam bios se dar án con independencia de lo viej o que
est é nuest r o desván o del t iem po t r anscur rido desde la últ im a lim pieza a fondo. En
ot r as palabras, el cer ebr o puede apr ender capacidades nuev as con rapidez y
dur ant e t oda la vida, no solo en la j uvent ud. En cuant o al cont enido, si bien par t e
de él t am bién será fij o, podr em os seleccionar con qué nos quer em os quedar y
apr ender a or ganizar el desván para que nos sea m ás fácil acceder a los cont enidos
que quer am os y dej ar en un r incón los que m enos apr eciem os o deseem os ev it ar .
Puede que no acabem os con un desván t ot alm ent e diferent e, pero seguro que se
par ecerá m ás al de Holm es.
1 . La m e m or ia y su con t e n ido
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El m ism o día que Wat son se ent er a de las t eor ías de su nuevo am igo sobr e la
deducción —lo de las cat ar atas del Niágara a par t ir de una got a de agua y t odo
eso— asist e a una dem ost ración m uy convincent e de su poder: su aplicación a un
asesinat o desconcer t ant e. Mient r as Holm es y Wat son se hallan sent ados hablando
de un ar t ículo, se v en int er r um pidos por un m ensaj e de Scot land Yard. El inspect or
Tobías Gr egson pide a Holm es su par ecer sobr e un caso m ist er ioso. Un hom br e ha
sido hallado m uer t o, per o «no ha t enido lugar r obo alguno, ni se echa de ver cóm o
haya podido sor pr ender la m uer t e a est e desdichado. Aunque ex ist en en la
habit ación huellas de sangr e, el cuer po no ost ent a una sola her ida». Gr egson
añade: «Desconocem os tam bién por qué m edio o conduct o vino a dar el finado a la
m ansión vacía; de hecho, t odo el per cance pr esent a r asgos desconcer t ant es».
Holm es par t e de inm ediat o a Laur ist on Gardens en com pañía de Wat son.
¿Realm ent e es un caso tan singular ? Gr egson y su colega, el inspect or Lest r ade,
par ecen pensar que sí. «No se le com para ni uno solo de los que he vist o ant es, y
llevo t iem po en el oficio» , dice Lest r ade. No hay ni una pist a. Per o Holm es t iene una
idea. «Ent onces, cae de por sí que est a sangr e per t enece a un segundo indiv iduo...
Al asesino, en el supuest o de que se hay a per pet rado un asesinat o», dice a los dos
policías. «Me vienen a las m ient es cier t as sem ej anzas de est e caso con el de la
m uert e de Van Jansen, en Ut recht , allá por el año t r eint a y cuat r o. ¿Recuerda ust ed
aquel suceso, Gr egson?»
Gr egson confiesa que no.
«No dej e ent onces de acudir a los ar chiv os. Nada hay nuev o baj o el sol... Cada acto
o cada cosa t iene un pr ecedent e en el pasado.»
¿Por qué Holm es r ecuer da a Van Jansen y Gr egson no? Es de suponer que en el
pasado los dos debier on de t ener conocim ient o de ese caso: después de t odo,
Gr egson ha t enido que est udiar y for m arse para ocupar su puest o act ual. Uno de los
dos lo ha r et enido por si algún día le pudier a ser v ir ; per o par a el ot r o es com o si
nunca hubiera exist ido.
Tam bién est o nos habla de la nat uraleza del desván del cer ebr o. Cuando se halla
baj o el cont r ol del sist em a Wat son es com o un gran r ev olt ij o donde no br illa la luz
de la at ención. Puede que Gr egson haya sabido de Van Jansen, per o le ha falt ado la
m ot iv ación y la pr esencia necesar ias para r et ener ese saber . ¿Por qué habr ía de
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pr eocupar se por casos t an ant iguos? En cam bio, Holm es t om a la decisión conscient e
y m ot iv ada de r ecor dar casos pasados; nunca se sabe cuándo pueden venir bien. En
su desván no se ext r avía ningún conocim ient o. Ha t om ado conscient em ent e la
decisión de dar im por t ancia a esos det alles, una decisión que se r eflej a en qué,
cóm o y cuándo r ecuerda algo.
Se podr ía decir que la m em or ia es el punt o de par t ida de cóm o pensam os, de cóm o
est ablecem os nuestras preferencias, de cóm o t om am os decisiones. El cont enido del
desván es lo que dist ingue la m ent e de una per sona de ot ra cuyo desván t enga la
m ism a est r uct ura. Cuando Holm es habla de am ueblar el desván de una m aner a
adecuada se r efier e a la necesidad de elegir con cuidado las ex per iencias, los
r ecuer dos y los aspect os de nuest ra v ida que quer em os conser v ar ( el m ism o
Holm es no habr ía exist ido com o lo conocem os si sir Ar t hur Conan Doyle no hubier a
r ecor dado sus ex per iencias con el doct or Joseph Bell cuando cr eó el per sonaj e) .
Para Holm es, t odo inspect or de policía deber ía r ecor dar casos pasados, incluyendo
los m ás confusos: ¿o es que no form an, en cier t o sent ido, el conocim ient o m ás
básico de su profesión?
Cuando la m em or ia se em pezó a est udiar se cr eía que est aba form ada por
«engram as», huellas de r ecuer dos sit uadas en unos lugar es concr et os del cer ebr o.
Con el fin de localizar uno de est os engr am as —concr et am ent e, par a el r ecuer do de
un laber int o— el psicólogo Kar l Lashley enseñó a unas rat as a r ecor r er lo. Después
les ex t ir pó dist int os fr agm ent os de t ej ido cer ebr al y las volv ió a colocar en el
laber int o. Aunque la función m ot or a de algunas r atas se det er ior ó —las hubo que
hicier on el r ecor r ido coj eando o arr astr ándose m edio at ontadas— ninguna llegó a
olv idar el r ecor r ido por com plet o y Lashley concluyó que un r ecuerdo concr et o no se
alm acenaba en un único lugar , sino en una red neuronal int erconect ada, algo que a
Holm es le sonar ía m uy fam iliar .
Hoy se consider a que la m em or ia consta de dos sist em as, uno a cor t o plazo y ot r o a
lar go plazo, y si bien sus m ecanism os siguen siendo teór icos, la analogía del desván
—aunque sea un t ipo de desván m uy par t icular — no andará m uy desencam inada.
Cuando v em os algo, se codifica pr im er o en el cer ebr o y luego se alm acena en el
hipocam po, que ser ía com o un pr im er punt o de acceso al desván, donde lo
colocam os t odo ant es de saber si lo quer em os guardar . Desde allí, t odo lo que
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consider em os im por tant e o lo que nuestra m ent e decida de algún m odo que es
conv enient e guar dar basándose en nuest r as ex per iencias y dir ect r ices pasadas ( es
decir , en lo que solem os considerar im por t ant e) , pasará a una caj a, a un lugar
concr et o de la cor t eza cer ebr al, al espacio pr incipal de alm acenam ient o del desván:
la m em or ia a lar go plazo. Est a oper ación se denom ina consolidación. Cuando
necesit am os r ecor dar algo que ha sido alm acenado pr ev iam ent e la m ent e acude al
lugar adecuado y lo saca. A v eces t am bién saca algún r ecuer do ady acent e o act iv a
el cont enido de t oda la caj a en lo que se llam a una act ivación asociat iva. En ot ras
ocasiones la infor m ación se t r aspapela y cuando la sacam os a la luz su cont enido ya
no es el m ism o que cuando la guardam os, aunque puede que no nos dem os cuent a
de los cam bios. En cualquier caso, le echam os un vist azo y le añadim os cualquier
cosa nuev a que par ezca per t inent e. Luego la devolv em os a su lugar con los cam bios
que hem os hecho. Esos pasos se denom inan, respect ivam ent e, r ecuperación y
reconsolidación.
Los det alles concr et os no son t an im por tant es com o la idea en gener al. Unas cosas
se alm acenan; otr as se desechan y no llegan al desván. El cer ebr o det er m ina dónde
encaj a cada r ecuer do en función de algún sist em a asociat iv o. Sin em bar go,
debem os t ener pr esent e que casi nunca r ecuper ar em os una copia exact a de lo
guardado. Con cada sacudida, el cont enido de las caj as cam bia y se desor dena. Si
guardam os un libr o favor it o de nuest r a infancia sin el debido cuidado, cuando
v olv am os a buscar lo puede que la hum edad haya dañado la im agen que tant o
ansiam os volv er a v er . Y si guardam os sin cuidado var ios álbum es de fotos, las
im ágenes de un v iaj e acabarán m ezcladas con las de ot r os. Cuant as m ás veces
saquem os un obj et o, m enos polv o acum ular á: se quedar á encim a de t odo y lo
t endr em os m ás a m ano ( aunque no sabem os de qué puede ir acom pañado cuando
lo volv am os a sacar ) . Per o si no lo t ocam os acabar á sepult ado en un m ontón del
fondo, aunque un m ovim ient o repent ino en sus inm ediaciones puede hacer que se
suelt e. Si nos olv idam os de algo el t iem po suficient e puede que al ir a buscar lo nos
sea im posible encont rar lo: segur o que aún sigue ahí, pero est ar á en el fondo de una
caj a per dida en un r incón oscur o y no es probable que lo volvam os a encont rar.
Para cult iv ar nuest r o conocim ient o de una m anera act iv a, debem os t ener pr esent e
que siem pr e est án ent rando cosas en el desván. En nuest ro est ado habit ual no
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solem os fij ar nos en ellas a m enos que algún aspect o nos llam e la at ención, per o
ent ran de t odos m odos. Se cuelan en su int erior si no est am os at ent os, si nos
lim it am os a r ecibir infor m ación de una m aner a pasiv a y no hacem os el esfuer zo
conscient e de fij ar nos en ella ( algo que abordar em os m ás a fondo un poco m ás
adelant e) , sobr e t odo si habla de cosas que en cier t o m odo llam an nuest r a at ención
de una m aner a nat ur al: t em as de int er és gener al, cosas de las que no podem os
evit ar darnos cuent a, que nos suscit an alguna em oción o que nos at raen por algún
aspect o novedoso o dest acable.
Es dem asiado fácil dej ar que el m undo ent r e sin filt r ar en el desván, poblándolo con
cualquier cosa que nos llam e la at ención por su int er és o su r elev ancia inm ediat a.
Cuando nos hallam os en el est ado habit ual del sist em a Wat son no «elegim os» qué
r ecuer dos alm acenar . De algún m odo se alm acenan solos ( o no, según sea el caso) .
¿Quién no se ha encont rado alguna vez reviviendo un recuerdo con un am igo —ese
día que pedim os una buena copa de helado par a alm or zar y luego pasam os la t ar de
paseando por el cent r o y m ir ando a la gent e j unt o al r ío— y que el am igo no sepa
de qué estam os hablando? «Debió de ser con alguien m ás —dice—. Conm igo no. El
helado no m e va.» No obstant e, sabem os que pasam os ese día con él. ¿Y quién no
se ha hallado en la sit uación contr ar ia, en la que alguien r elat a un suceso o un
m om ent o vividos en com ún y del que no guardam os ningún r ecuerdo? Podem os
est ar segur os de que esa per sona est á t an conv encida com o nosot r os de que las
cosas fuer on t al com o las r ecuer da.
Holm es nos adviert e que est a post ura es peligrosa. Ant es de que nos dem os cuent a
la m ent e se nos llenar á de t ant a infor m ación inser vible que incluso la que solía ser
út il acabar á sepult ada y ser á inaccesible, com o si nunca hubier a est ado allí. Es
im por t ant e t ener pr esent e que, en cualquier m om ent o dado, solo sabem os lo que
podem os r ecordar . En ot ras palabras, por m uchos conocim ient os que tengam os no
nos van a ser v ir de nada si no los r ecordam os cuando es necesar io. No sir v e de
nada que el Holm es m oder no de Benedict Cum ber bat ch sepa algo de astr onom ía si
no puede r ecordar en el m om ent o decisiv o la fecha del paso de un ast er oide que
apar ece en un cuadro. Mor ir á un niño y el nuev o Holm es defr audará nuest ras
ex pect at iv as. No habr ía ser v ido de nada que Gr egson hubier a conocido el caso Van
Jansen y sus andanzas en Utr echt si no se acor dara de ello en Laur ist on Gardens.
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Cuando queram os r ecor dar algo nos será im posible hacer lo si hay dem asiadas cosas
am ont onadas que se int erponen en el cam ino y se disput an nuest ra at ención.
Podem os trat ar de r ecor dar aquel ast er oide t an im por t ant e y acabar pensando en
una noche en la que vim os una lluvia de est r ellas o en lo que llevaba puest o la
pr ofesora de astr onom ía cuando nos habló por pr im er a v ez de los com et as. Todo
depender á de lo bien or ganizado que est é el desván: de cóm o se hayan codificado
los r ecuer dos, de las pist as o señales que act iv en su r ecuper ación, de lo m et ódico y
or ganizado que sea nuest r o pr oceso de pensam ient o. Una cosa es guardar algo en
el desván, y otr a t ot alm ent e dist int a es hacer lo con la or ganización necesar ia para
poder acceder a ello cuando sea necesar io. El solo hecho de haber guardado un
r ecuer do no significa que podam os acceder a él siem pr e que quer am os.
Es inev it able que se cuelen dat os inser v ibles en el desván por que alcanzar un niv el
de at ención com o el de Holm es es práct icam ent e im posible. ( Más adelant e ver em os
que él t am poco es t an est r ict o. Dat os en principio inservibles pueden ser valiosos en
det er m inadas cir cunstancias.) Per o lo que sí podem os hacer es ej er cer m ás contr ol
sobr e los r ecuer dos que acabam os codificando.
Si Wat son —o Gr egson— quisier an seguir el m ét odo de Holm es har ían bien en
fij ar se en la nat ur aleza m ot iv acional de la codificación de los r ecuer dos: r ecordam os
m ás y m ej or lo que nos int er esa y nos m ot iva. Con t oda segur idad, Wat son
r ecor daba m uy bien su for m ación m édica —y sus div er sos am or íos— por que habían
sido m uy im por tant es par a él y habían capt ado su at ención. Dicho de otr o m odo,
est aba m ot iv ado para r ecor dar los.
El psicólogo Kar im Kassam llam a a est e fenóm eno «efect o Scoot er Libby »: durant e
su j uicio en 2007, Lew is Scoot er Libby dij o no r ecordar haber m encionado la
ident idad de cier t a em pleada de la CI A a ningún per iodist a. Los m iem br os del
j ur ado no le cr ey er on: algo t an im por tante no se puede olv idar . Pero sí que se
olv ida. La im por tancia de los hechos en el m om ent o de pr oducir se fue ínfim a en
com paración con la que t uvier on después, y cuando la m ot ivación influye m ás es en
el m om ent o de alm acenar un r ecuer do, no m ás adelant e. La llam ada «m ot iv ación
para r ecor dar» o MPR t iene m ucha m ás fuer za en el m om ent o de codificar , y si un
r ecuer do no se ha codificado com o es debido nos cost ará m ucho r ecuper ar lo por
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m uy fuer t e que sea la m ot iv ación par a hacer lo. Aunque cuest e cr eer lo, puede que
Libby dij er a la v er dad.
Podem os aprovechar la MPR act ivando los m ism os procesos conscient em ent e
cuando sea necesar io. Si r ealm ent e quer em os r ecordar algo deber em os dedicar le
una at ención especial, decir nos a nosotr os m ism os «quier o acordar m e de est o» y , si
es posible, solidificar el r ecuer do cuant o antes hablando de él con ot r a persona ( y si
no hay nadie a quien cont ar lo lo r epasam os m ent alm ent e var ias veces: la cuest ión
es r epet ir lo par a que se consolide) . Y est a consolidación aún ser á m ás fir m e si
m anipulam os el r ecuer do, si j uguet eam os con él en el sent ido de hacer que cobr e
v ida m ediant e palabr as y gest os. Por ej em plo, en un est udio, los suj et os —t odos
est udiant es— que ex plicar on un m at er ial m at em át ico después de haber lo leído una
sola v ez, r indier on m ej or en un t est post er ior que los que habían leído el m at er ial
v ar ias v eces. Por ot r o lado, cuant as m ás pist as t enem os sobr e algo, m ás pr obable
es que lo r ecordem os. Si Gr egson hubier a cent r ado la at ención en los detalles del
caso Van Jansen en cuant o t uvo conocim ient o de él —las im ágenes, los olor es y
sonidos, cualquier cosa de la que se hablar a ese día en el per iódico— y hubier a
r eflex ionado sobr e ellos, es m uy pr obable que los r ecor dar a ahor a. Tam bién pudo
haber r elacionado el caso con los conocim ient os que ya t enía —en ot ras palabr as,
haber lo guar dado en una caj a o car pet a y a ex ist ent e dedicada a los cr ím enes
sangr ient os o a casos de 1834— y esa asociación le habr ía per m it ido r esponder a la
pr egunt a
de
Holm es.
Habr ía
ser v ido
cualquier
cosa
que
dist inguier a
esa
infor m ación, que la hicier a, de algún m odo, m ás per sonal, m ás narr able y, sobr e
t odo, m em or able. Holm es solo r ecuer da los det alles que consider a im por t ant es y no
hace caso del r est o. Solem os cr eer que en cualquier m om ent o dado sabem os lo que
sabem os. Per o la v er dad es que en ese m om ent o solo sabem os lo que podem os
r ecor dar.
Dicho est o, ¿qué det er m ina qué podem os r ecordar y qué no en cada m om ent o
dado? En otr as palabr as, ¿cóm o act iv a la est r uct ur a del desván los cont enidos que
alber ga?
2 . Los pr ej uicios y la e st ru ct u ra del de sv á n
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Es el ot oño de 1888 y Sher lock Holm es est á m or t alm ent e abur r ido. Lleva m eses sin
que se le haya pr esent ado un caso int er esant e. Así que, para com bat ir el t edio, y
para gran const er nación de Wat son, el det ect iv e r ecur r e a la solución al 7% de
cocaína. Dice Holm es que lo est im ula y le aclar a la m ent e, algo que necesit a cuando
no hay nada sobr e lo que r eflex ionar .
«
¡Calcule el cost e r esult ant e!
— dice Wat son
int ent ando razonar
con
su
com pañer o—. Quizá su m ent e se est im ule y se excit e, según ust ed asegura; pero es
m ediant e un proceso pat ológico y m orboso, que provoca cam bios en los t ej idos y
que pudier a dej ar al cabo de un t iem po una debilidad per m anent e. Sabe ust ed,
adem ás, qué funest a r eacción se produce cuando finalizan sus efect os. Le asegur o
que es un cost e dem asiado car o.»
Holm es no cede. «Pr opor ciónem e ust ed problem as, pr opor ciónem e t r abaj o, dem e
los m ás abstr usos cr ipt ogr am as o los m ás int r incados análisis —r esponde—, y
ent onces m e encont r ar é en m i am bient e.
Podr é pr escindir de est im ulant es
ar t ificiales. Per o odio la abur r ida m onot onía de la ex ist encia.» Wat son insist e, per o
ni sus m ej or es ar gum ent os m édicos hacen m ella en Holm es ( al m enos de
m om ent o) .
Por suer t e, en est a ocasión concr eta no van a hacer falt a. Un golpe seco en la
puer t a anuncia la ent r ada de su caser a, la señor a Hudson, quien les dice que una
j oven, de nom br e Mar y Mor st an, ha llegado para v er a Sher lock Holm es. Wat son
descr ibe así la ent r ada de Mar y :
La señor it a Mor st an ent r ó en la habit ación con paso firm e y m ucha com postur a
ex t er ior en sus m aner as. Era una j oven r ubia, m enuda, fina, con guant es lar gos y
at aviada con el gust o m ás ex quisit o. Sus ropas, sin em bargo, er an de una sencillez
y falt a de r ebuscam ient o que daban a ent ender unos r ecursos m onet ar ios lim it ados.
El v est ido er a de un gr is liger am ent e oscur o, sin ador nos ni r ealces; llev aba un
t ur bant e pequeño de la m ism a t onalidad apagada, sin ot ro r eliev e que unas
m ínim as plum as blancas en un costado. Su r ost r o no poseía r asgos r egular es ni
belleza de com plex ión, per o la ex pr esión del m ism o er a dulce y bondadosa, y sus
gr andes oj os azules er an singular m ent e espir it uales y sim pát icos. A pesar de que m i
conocim ient o de las m uj er es abarca m uchas naciones y t res cont inent es dist int os,
m is oj os nunca se habían posado en una car a que ofr eciese t an clar as pr om esas de
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una índole refinada y sensible. Cuando se sent ó j unt o a Sherlock Holm es, no pude
m enos de fij ar m e en el t em blor de sus labios, cóm o se est r em ecían sus m anos y
ex t er ior izaba t odos los sínt om as de una int ensa em oción int er ior .
¿Quién será esa j oven? ¿Y qué querr á del det ect ive? Est as pr egunt as son el punt o
de par t ida de El signo de los cuatr o, una avent ur a que llev ar á a Holm es y a Wat son
hast a la I ndia y las islas Andam án, con pigm eos y m ar iner os con pat a de palo.
Aunque ant es de est o, est á la j oven m ism a: quién es, qué repr esent a, adónde los
llev ar á. Un poco m ás adelant e ex am inarem os el pr im er encuent r o ent r e Mar y,
Holm es y Wat son, y com par ar em os las reacciones t an difer ent es de los dos al
conocer la. Per o pr im er o r et r ocedam os un poco para considerar qué sucede en el
desván de nuest r a m ent e cuando nos enfr ent am os por pr im er a v ez a una sit uación
o, com o en el caso de El signo de los cuatro, vem os por pr im era v ez a una persona.
¿Cóm o se act iv an los cont enidos de los que acabam os de hablar ?
Desde el pr incipio, nuest r o pensam ient o se r ige por la est r uct ur a de nuest r o desván
m ent al: las m aneras habit uales de pensar y de act uar , la m aner a de apr ender , con
el t iem po, a m ir ar y j uzgar el m undo, los pr ej uicios, los sesgos y las r eglas
heur íst icas que det er m inan la per cepción int uit iva e inm ediat a de la r ealidad.
Aunque, com o acabam os de ver , los r ecuerdos y las ex per iencias alm acenadas en el
desván var ían m ucho de una per sona a ot r a,
las paut as de act iv ación y
recuperación son m uy sim ilares e influyen en el proceso de pensam ient o de una
m anera pr ev isible y car act er íst ica. Y si est as pautas habit uales indican algo, es
est o: que a nuest ra m ent e nada le gust a m ás que sacar conclusiones.
I m aginem os que nos hallam os en una fiest a. Est am os con un gr upo de am igos y
conocidos charlando alegr em ent e con un vaso en la m ano cuando vem os que un
desconocido se dispone a unir se a la conver sación. Con t oda segur idad, ant es de
que abr a la boca —incluso antes de que llegue hast a el gr upo— ya nos habr em os
for m ado una im pr esión bastant e com plet a, aunque posiblem ent e inex act a, del
desconocido com o per sona. ¿Cóm o vist e? ¿Llev a una gor ra de béisbol? Si nos gust a
m ucho el béisbol ser á un t ío est upendo. Si el béisbol no nos dice nada, el t ío ser á un
t ost ón. ¿Cóm o anda? ¿Cóm o es su por t e? ¿Qué aspect o t iene? ¡Vaya, ya em pieza a
quedarse calvo! ¡Qué palo! ¡No creerá que t iene algo en com ún con gent e j oven y
enr ollada com o nosot ros! Tam bién es pr obable que nos hay am os fij ado en qué ot r os
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aspect os se par ece a nosotr os o no. ¿Es del m ism o sex o? ¿La m ism a r aza? ¿La
m ism a clase social? ¿Los m ism os m edios económ icos? E incluso habrem os deducido
algo sobr e su per sonalidad — ¿es t ím ido?, ¿ex t r over t ido?, ¿ner v ioso?, ¿seguro de sí
m ism o?— basándonos únicam ent e en su aspect o y su conduct a. O puede que el
desconocido sea una desconocida, que llev e el pelo t eñido del m ism o t ono azul que
la m ej or am iga de nuest ra infancia j ust o ant es de que dej ár am os de hablar nos, que
desde ent onces hayam os cr eído que ese color de pelo es señal de una r upt ur a
inm inent e y que ahora, de repent e, t odos esos recuer dos se agolpen en nuest ra
m ent e y defor m en la im pr esión que nos hacem os de esa per sona que no t iene nada
que v er . En r ealidad, no nos hem os fij ado en nada m ás.
Cuando el desconocido o la desconocida em piezan a hablar afinam os los det alles
cam biando algunos, am pliando ot r os o supr im iendo unos pocos. Per o la pr im era
im pr esión, la que nos hem os form ado en cuant o hem os v ist o a la per sona, seguir á
siendo pr áct icam ent e la m ism a. ¿En qué se ha basado esa im pr esión? ¿Realm ent e
se ha basado en algo sustancial? Recor dem os que el sim ple color del pelo ha
desencadenado un t orr ent e de r ecuer dos.
Cuando vem os a esa per sona desconocida, cada pr egunt a que nos hacem os y cada
det alle que obser v am os ent ra flot ando, por así decir lo, por la pequeña v ent ana del
desván y pr epara o «pr eact iv a» en nuest r a m ent e unas asociaciones concr et as que
son las r esponsables de que nos for m em os una im pr esión de alguien que no
conocem os y con quien nunca hem os hablado.
Pr áct icam ent e nadie se libr a de est os pr ej uicios. El Test de Asociación I m plícit a
( I m plicit Associat ion Test o I AT) m ide la dist ancia ent re nuest ras act it udes
conscient es ( aquellas de las que t enem os conciencia) y las inconscient es ( las que
for m an la est r uct ur a invisible de nuest r o desván y est án m ás allá de nuest r a
conciencia inm ediat a) . El I AT per m it e com pr obar la ex ist encia de pr ej uicios
im plícit os hacia t oda una var iedad de gr upos ( aunque lo m ás habit ual es det er m inar
la ex ist encia de pr ej uicios r aciales) obser v ando los t iem pos de r eacción par a
asociaciones ent r e at r ibut os posit iv os y negat iv os y fot ogr afías de r epr esent ant es de
los gr upos. Cier t os par es de atr ibut os se repr esent an m ediant e una m ism a clav e:
por ej em plo, el par «eur oam er icano» y «bueno» se asocia a una clav e «I », y el par
«afr oam er icano» y «m alo» se asocia a una clav e «E». Ot ras veces los par es
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cam bian y la «I » es par a el par «afroam ericano» y «bueno», y la «E» para el par
«eur oam er icano» y «m alo». La v elocidad de cat egor ización de una per sona en cada
una de est as var iant es det er m ina su gr ado de pr ej uicio im plícit o. En el caso de los
pr ej uicios r aciales, si alguien cat egor iza con m ás rapidez el par «euroam er icano» y
«bueno» que el par «afroam er icano» y «m alo» indica que alber ga un pr ej uicio r acial
im plícit o. 2
Los r esult ados son m uy sólidos y se han com probado en r epet idas ocasiones:
incluso las per sonas que se auto punt úan m uy baj o en una escala de pr ej uicio ( por
ej em plo, «punt úe en una escala de cuat ro punt os que va de m uy fem enino a m uy
m asculino, si asocia ust ed la palabra carrer a m ás a m asculino que a fem enino) ,
pr esent an unas difer encias en los t iem pos de r eacción del I AT que dicen algo m uy
dist int o. En las act it udes hacia la r aza del I AT, cer ca del 68% de m ás de 2,5
m illones de par t icipant es han m ostr ado una paut a de pr ej uicio. En la act it ud hacia la
edad ( pr efer ir las per sonas j óv enes a las de edad av anzada) , el r esult ado es de un
80% . En la act it ud hacia las per sonas discapacit adas ( es decir , pr efer encia por
per sonas «int actas») es de un 76% . Para la or ient ación sex ual ( pr efer encia por las
per sonas het er osexuales r espect o a las hom osexuales) es del 68% . Para el peso
( pr efer ir las per sonas delgadas a las obesas) es del 69% . Y la list a sigue y sigue. La
cuest ión es que los pr ej uicios que albergam os en cualquier m om ent o dado —
nuest ra m anera de ver el m undo— influyen en nuest ras decisiones y conclusiones,
en las evaluaciones que hacem os y en lo que elegim os.
Con est o no quiero decir que siem pre act uem os en función de nuest ros prej uicios;
som os plenam ent e capaces de resist ir los im pulsos básicos de nuest ro cerebro. Pero
lo que est á clar o es que los pr ej uicios sur gen de un nivel m uy básico. Y por m ucho
que pr ot est em os diciendo que no t enem os pr ej uicios lo m ás pr obable es que los
t engam os. Práct icam ent e nadie es inm une a ellos.
El cer ebr o hum ano viene «cableado» de or igen par a hacer j uicios con r apidez y est á
equipado con vías secundar ias y at aj os que sim plifican la t ar ea de percibir y ev aluar
la infinidad de est ím ulos que recibim os del ent or no a cada inst ant e. Y es lógico que
sea así: si nos fij ár am os en cada est ím ulo nos quedar íam os at ascados, per didos. No
pasar íam os de esa pr im er a ev aluación y práct icam ent e no podr íam os hacer ningún
2
El lect or puede pasar el I AT en el sit io web «Proj ect I m plicit » de la Univ ersidad de Harv ard, im plicit .harvard.edu;
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j uicio. El m undo se har ía dem asiado com plej o con dem asiada rapidez. Com o dij o
William Jam es: «Recordar lo t odo ser ía t an ter r ible com o no r ecordar nada».
Cuest a
m ucho cam biar
ex t r aordinar iam ent e
la m aner a de ver
difíciles
de
er r adicar .
el m undo
Pero
est o
y
no
los pr ej uicios son
significa
que
sean
inalt er ables o inm ut ables. Los r esult ados del I AT se pueden m ej or ar por m edio de
ej ercicios m ent ales y ot ros t ipos de int ervención ( cent rados en los prej uicios en
cuest ión, clar o está) . Por ej em plo, si ant es de pasar un I AT sobr e el pr ej uicio r acial
m ostram os im ágenes de per sonas de raza negra disfr ut ando de un picnic, la
punt uación se reducirá significat ivam ent e.
Tant o Holm es com o Wat son pueden form arse opiniones y hacer j uicios con r apidez,
per o los ataj os que ut ilizan sus cer ebr os no podr ían ser m ás difer ent es. Wat son
per sonifica el cer ebr o en su est ado nat ur al o «por defect o», es decir , la est r uct ur a
de las conex iones de la m ent e en su est ado habit ual, básicam ent e pasiv o. Y Holm es
per sonifica el est ado que el cer ebr o y la m ent e pueden logr ar ; nos dice que es
posible «r ecablear» su est r uct ur a para liber ar nos de las r eacciones inst ant áneas que
nos im piden j uzgar el ent or no con m ás obj et iv idad y r igor .
Consider em os, por ej em plo, un est udio que se hizo con el I AT par a det er m inar los
pr ej uicios de un gr upo de m édicos. Pr im er o se enseñó a cada m édico una fot ogr afía
de un hom br e de cincuent a años de edad que en unos casos er a de r aza blanca y en
ot r os de r aza negr a. A cont inuación se les pidió que im aginaran que el hom br e de la
fot o er a un pacient e que pr esent aba unos sínt om as par ecidos a los de un ataque al
cor azón. ¿Cóm o lo t rat ar ían? Cuando hubier on r espondido, se les pasó el I AT r acial.
En cier t o sent ido, los r esult ados fuer on los esper ados. La m ay or ía de los m édicos
m ostrar on algún gr ado de pr ej uicio en el I AT. Per o t am bién se obser v ó algo m uy
int er esant e: el pr ej uicio r eflej ado en el t est no coincidía necesar iam ent e con el
m anifest ado al t r at ar al pacient e. Por t ér m ino m edio, los m édicos t endían a r ecet ar
los fár m acos necesar ios por igual, con independencia de la raza del pacient e; y , por
ex t r año que pueda par ecer, los m édicos con m ás pr ej uicio r acial según el I AT
t r at ar on a los dos gr upos con m ás equidad que los m édicos con m enos pr ej uicio.
Lo que lleva a cabo el cer ebr o en el niv el inst int ivo y nuest r a for m a de act uar no
son lo m ism o. ¿Significa est o que los pr ej uicios de los m édicos habían desapar ecido,
que su
cer ebr o no se había pr ecipit ado a sacar
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conclusiones basadas en
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asociaciones im plícit as que se habían for m ado en el nivel de cognición m ás básico?
Segur am ent e no. Per o sí significa que una m ot iv ación adecuada puede cont r ar r estar
un pr ej uicio y hacer que no influya en la conduct a. El hecho de que el cer ebro se
pr ecipit e a sacar conclusiones no t iene por qué det erm inar nuest ra m anera de
act uar. Dicho de ot r o m odo, podem os cont r olar nuest ra conduct a si así lo
quer em os.
Lo que sucede cuando vem os al desconocido en la fiest a es exact am ent e lo m ism o
que le sucede a alguien t an avezado a la obser v ación com o Sher lock Holm es. Per o
igual que los m édicos han apr endido con el t iem po a dar im por tancia a unos
sínt om as y a descar t ar ot ros por ir r elev ant es, Holm es ha apr endido a filt r ar los
inst int os de su cer ebr o, a separar los que deben int er v enir cuando se for m a la
im pr esión de un desconocido de los que no.
¿Cóm o lo hace? Par a ver lo r egr esar em os a El signo de los cuat r o, cuando Mar y
Mor stan, la m ist er iosa visit ant e, hace su prim er a apar ición. ¿Ven Holm es y Wat son
a Mar y de la m ism a m anera? De ningún m odo. Wat son se fij a ant es que nada en su
aspect o y com ent a que es ex t raor dinar iam ent e atr act iv a. Eso no im por ta, dice
Holm es. «Es de pr im or dial im por tancia no dej ar que nuest r o razonam ient o r esult e
influido por las cualidades per sonales —ex plica—. Para m í el client e es una sim ple
unidad, un fact or del pr oblem a. Los factor es per sonales son ant agónicos del r azonar
ser eno. Le aseguro que la m uj er m ás encant adora que y o conocí fue ahor cada por
haber envenenado a t r es niños pequeños para cobr ar el diner o del segur o; en
cam bio, el hom br e físicam ent e m ás r epugnant e de todos m is conocidos es un
filánt r opo que llev a gast ado casi un cuar to de m illón de libr as en los pobr es de
Londres.»
Per o Wat son insist e. «Sin em bar go, en est e caso...»
Holm es niega con la cabeza. «Nunca ex cepciones. La ex cepción r om pe la r egla.»
Lo que quier e decir Holm es est á m uy clar o. Sin duda, sent ir em os em ociones. Y no
es pr obable que podam os posponer las im pr esiones que se for m an de una m aner a
casi aut om át ica: «Cr eo que es una de las j óvenes m ás encant adoras que he
conocido», dice Holm es de Miss Mor st an, t odo un cum plido viniendo de él. Per o lo
que no debem os per m it ir es que esas im presiones nublen el r azonam ient o obj et iv o.
( «Per o el am or es un est ado em ot ivo, y t odo lo em ocional r esult a opuest o al
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r azonar fr ío y ser eno, que y o coloco por encim a de t odas las cosas», añade Holm es
de inm ediat o t ras m encionar el encant o de Mar y.) Podem os r econocer su pr esencia,
per o luego, de una m aner a t otalm ent e conscient e, habr á que dej ar las de lado.
Podem os r econocer que la desconocida nos r ecuer da a aquella am iga conv er t ida en
enem iga de secundar ia, y luego no pensar m ás en ella. Ese equipaj e em ocional no
t iene la im por t ancia que creem os que t iene. Y no pensem os nunca que algo es una
excepción. Porque no lo es.
Per o en la pr áct ica puede llegar a ser m uy difícil aplicar est os pr incipios de no t ener
en cuent a las em ociones y de no hacer ninguna excepción. Wat son quiere pensar lo
m ej or de la j oven que lo ha caut iv ado y at ribuir ía cualquier defect o a cir cunst ancias
adv er sas. Su m ent e indisciplinada t r ansgr edir ía las r eglas de Holm es sobr e la
per cepción y el r azonam ient o adecuados: har ía una ex cepción, ceder ía a la em oción
y fr acasar ía por com plet o en lograr esa fr ía im parcialidad que Holm es ha conv er t ido
en su m ant ra.
Wat son ya se encuent ra predispuest o desde el principio a form arse una buena
im agen de Mar y . Ant es de que la j ov en apar ezca est á r elaj ado y alegr e, br om eando
com o de cost um br e con su com pañer o de piso. Y, para bien o para m al, ese est ado
de ánim o influir á en su j uicio. Es el fenóm eno llam ado «heur íst ica afect iva»:
pensam os en función de cóm o nos sent im os. Un est ado alegr e y relaj ado cont ribuye
a una visión del m undo m ás abier t a y m enos pr udent e. Wat son no sabe que hay
una per sona a punt o de llegar , per o ya est á pr edispuest o a que esa per sona le caiga
bien.
¿Y qué sucede cuando ent ra la j oven? Pues lo m ism o que en la fiest a de ant es.
Cuando vem os a un desconocido nuest ra m ent e inicia una pauta de act ivación
pr ev isible que est á pr edet er m inada por nuest r as ex per iencias pasadas, nuest r os
obj et ivos act uales —incluyendo la m ot ivación— y nuest ro est ado de ánim o. Cuando
Mar y Mor stan ent r a en el 221B de Bak er St r eet , Wat son ve a «una j oven r ubia,
m enuda, fina, con guant es lar gos y atav iada con el gust o m ás ex quisit o. Sus r opas,
sin em bar go, er an de una sencillez y falt a de r ebuscam ient o que daban a ent ender
unos r ecur sos m onet ar ios lim it ados». I nm ediat am ent e, esa im agen despier t a en él
los r ecuer dos de ot ras j óv enes r ubias y delicadas que conoce; y no las fr ív olas,
clar o, sino las sencillas, las que en lugar de r est r egar t e su belleza por la cara la
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difum inan con un v est ido gr is liger am ent e oscur o, «sin ador nos ni r ealces». Eso
hace que Mar y tenga una ex pr esión «dulce y bondadosa, [ con] sus gr andes oj os
azules singular m ent e espir it uales y sim pát icos». Wat son concluye su panegír ico
inicial con est as palabr as: «A pesar de que m i conocim ient o de las m uj er es abar ca
m uchas naciones y tres cont inentes dist int os, m is oj os nunca se habían posado en
una cara que ofr eciese t an clar as pr om esas de una índole r efinada y sensible».
De inm ediat o, el buen doct or ha salt ado del color del pelo, de su t ez y de su form a
de vest ir a un j uicio sobr e su car áct er que va m ucho m ás lej os. Puede que el
aspect o de Mar y sugier a sencillez. Per o ¿dulzur a?, ¿espir it ualidad?, ¿bondad?,
¿sim pat ía?, ¿r efinam ient o y sensibilidad? Wat son car ece t ot alm ent e de base par a
esos j uicios. Lo único que ha hecho Mar y es ent r ar en la sala y aún no ha dicho ni
una palabra en su pr esencia. Pero ya han ent r ado en j uego una ser ie de pr ej uicios
que com pit en ent r e sí par a cr ear una im agen com plet a de est a desconocida.
En un m om ent o, Wat son ha r ecurr ido a su ex per iencia al par ecer am plísim a, a las
enor m es cajas de su desván que llev an la et iquet a MUJERES QUE HE CONOCI DO,
para dot ar de per sonalidad a la r ecién llegada. Y aunque su conocim ient o de las
m uj er es abarque t r es cont inent es dist int os, no por ello hem os de cr eer que, en est e
caso, su ev aluación sea pr ecisa (a m enos que se nos diga que Wat son siem pr e ha
j uzgado con éx it o el car áct er de una m ujer a pr im era v ist a, cosa de la que m e
per m it o dudar ) . Wat son olv ida de m anera m uy opor t una lo m ucho que t ar dó en
llegar a conocer a sus ant er ior es par ej as, suponiendo que llegar a a conocer las.
( Tengam os en cuent a que Wat son est á solt er o, acaba de v olv er her ido de la guer ra,
y pr áct icam ent e car ece de am ist ades. ¿Qué est ado m ot iv acional cabr ía esperar que
fuer a habit ual en él? Por ot r o lado, si est uvier a casado y fuer a una persona de éx it o
y m uy conocida, veríam os su j uicio de Mary con ot ros oj os.)
Est a t endencia, la «heur íst ica de la disponibilidad», es fr ecuent e y m uy poder osa:
en cualquier m om ent o dado, nuest r a m ent e usa lo que t iene m ás a m ano. Y cuant o
m ás fácil de r ecor dar sea algo, m ás cr eer em os en su aplicabilidad y en su verdad.
En una de las dem ostr aciones clásicas de est e efect o, los suj et os de un est udio que
habían leído nom br es de per sonas desconocidas para ellos en el pasaj e de un libr o,
m ás adelant e cr ey er on, sin dudar de la exact it ud de su j uicio, que eran nom br es de
fam osos por el sim ple hecho de que podían r ecor dar los con facilidad. La facilidad de
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su r ecuer do er a pr ueba suficient e par a ellos y no se parar on a pensar que est a
disponibilidad debida a la ant er ior lect ur a de los nom br es pudier a ser la causa de la
sensación de fam iliar idad. Div er sos est udios han dem ostrado que cuando hay algo
en el ent or no —una im agen, una per sona o una palabr a— que act úa com o
«pr eact iv ador», podem os acceder m ej or a ot r os concept os r elacionados con ese
algo —en otr as palabras, esos conceptos se han hecho m ás asequibles— y
t endem os a dar esos concept os por válidos con independencia de que lo sean o no.
El encant o de Mar y desencadena una cascada de asociaciones en el cer ebr o de
Wat son que generan una im agen m ent al de la j oven que no t iene por qué par ecer se
a la r eal. Cuant o m ás encaj e Mar y con las im ágenes suscit adas —la «heur íst ica de la
r epr esent at iv idad»— m ás fuer t e será la im pr esión para Wat son y m ás segur o est ar á
de su obj et iv idad.
Añadam os a est o que t oda infor m ación adicional par ece sobr ar . Por ej em plo, no es
pr obable que el galant e doct or se haga pr egunt as com o est as: ¿cuánt as m uj er es ha
conocido que fueran r efinadas, sensibles, espir it uales, sim pát icas y bondadosas,
t odo a la v ez? ¿Y hast a qué punt o es nor m al encont r arse con una per sona así
t eniendo en cuent a la población en general? Me atrevo a decir que no m ucho, ni
siquier a t eniendo en cuenta las de pelo r ubio y oj os azules, que al par ecer son
señales inequív ocas de espir it ualidad y t odo lo dem ás. ¿Y a cuánt as m uj er es
r ecuer da en t ot al cuando ve a Mar y? ¿A una? ¿A dos? ¿A cien? ¿Cuál es el t am año
t ot al de su m uest ra? De nuev o m e atr ev o a decir que no m uy grande y , adem ás,
segur o que est ar á m uy sesgada.
Aunque no sabem os qué asociaciones pr ecisas se act iv an en la m ent e del doct or
cuando v e a Mar y por pr im er a v ez, sin duda habrán sido las m ás r ecient es ( el
llam ado «efect o de r ecencia») , las m ás dest acadas o m em orables ( ¿y t odas esas
r ubias de oj os azules per o sosas y poco int er esant es?; dudo m ucho que ahora las
r ecuer de, es com o si no hubier an ex ist ido) y las m ás fam iliar es ( aquellas a las que
su m ent e ha vuelt o con m ás frecuencia, aunque, com o he dicho ant es, es probable
que no sean las m ás r epr esent at iv as) . Todas esas asociaciones han influido en la
im pr esión que Wat son se ha hecho de Mary. Lo m ás probable es que de ahor a en
adelant e haga falt a un t err em ot o, y de los buenos, par a que Wat son m odifique est a
im pr esión inicial.
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Su per sev er ancia aún será m ás fuer t e por la nat ur aleza física del desencadenant e
inicial: y es que el r ost r o es el r asgo con m ás fuer za de una per sona, el que da
or igen a m ás act os y asociaciones que se r esist en a desapar ecer .
Para v er el poder del r ost r o en acción, obser v em os est as dos fot ogr afías
Pr im er o, ¿qué cara nos par ece m ás at r act iv a?; y segundo, ¿qué persona nos par ece
m ás capaz?
Si el lect or v ier a est as fot ogr afías dur ant e una décim a de segundo, lo m ás pr obable
es que su opinión coincidier a con la de las m uchas ot r as personas a las que tam bién
he hecho est a pr ueba. Y no son caras elegidas al azar. Son las car as de dos
candidatos polít icos r iv ales que se pr esentar on por Wisconsin en las elecciones al
Senado de los Estados Unidos de 2004. La evaluación que hay am os hecho de su
capacidad ( un indicador de su for t aleza y for m alidad) casi siem pr e pr edecir á al
ganador ( el hom br e de la izquier da) . En cer ca del 70%
de los casos, las
ev aluaciones de la capacidad t ras una ex posición de un segundo pr edicen los
r esult ados r eales de unas elecciones. Est e fenóm eno se ha obser vado en elecciones
r ealizadas en una gr an var iedad de países, desde los Estados Unidos a Gr an
Br etaña, Finlandia, Méx ico, Alem ania o Aust r alia. El cer ebro decide quién nos puede
r epr esent ar m ej or basándose en el r esplandor de una sonr isa o la fuer za de una
barbilla ( uno de los m ej or es ej em plos es el de War r en G. Har ding, el pr esident e de
los Est ados Unidos con la m andíbula m ás cuadr ada y per fecta que ha exist ido) .
Sucede que est am os cableados par a hacer , pr ecisam ent e, lo que no deber íam os:
apr esur ar nos a sacar conclusiones a par t ir de pist as m uy sut iles de las que no
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llegam os a ser conscient es. Y las r eper cusiones de est o se ext ienden a sit uaciones
m ucho m ás ser ias que el hecho de que Wat son se fíe dem asiado del bello r ost r o de
una client a. Despr ev enido, a Wat son le es im posible r ecur r ir al «razonar fr ío y
ser eno» que Holm es par ece t ener siem pr e a m ano.
Del m ism o m odo que una im pr esión fugaz de la capacidad puede det er m inar
nuest r o vot o, la ev aluación inicial t an posit iv a que Wat son hace de Mar y for m a el
ej e en t or no al que añadirá m ás det alles que r efuer cen esa im pr esión. Sus
post er ior es j uicios est ar án m uy influenciados por los efect os de est a «pr im acía» o
per sist encia de las pr im er as im pr esiones.
Est ando tan r ebosant e de optim ism o es m ucho m ás pr obable que Wat son sea
v íct im a del «efect o de halo» por el que si un r asgo —en est e caso, el aspect o
físico— nos par ece posit iv o, es pr obable que t am bién nos par ezcan posit iv os ot r os
r asgos y que r echacem os inconscient em ent e aquellos que no encaj en. Tam bién ser á
v ulner able al clásico sesgo de corr espondencia: cr eer á que t odo lo negat iv o de Mar y
se debe a cir cunst ancias ex t er nas —el est r és, la m ala suer t e, lo que sea— y que
t odo lo posit ivo es un fiel r eflej o de su car áct er . Todo lo bueno ser á obra de ella; lo
m alo se deber á al ent or no. ¿Y la casualidad o la suer t e? No t ienen im por t ancia. ¿Y
saber que, por r egla gener al, som os m uy m alos haciendo cualquier clase de
pr edicción sobr e un suceso o una conduct a? Tam poco har á que su im pr esión v ar íe.
En
r ealidad
es pr obable que —a difer encia de Holm es— ni siquier a haya
cont em plado esta posibilidad ni ev aluado su pr opia capacidad.
Segur am ent e, Wat son seguirá ignorando por com plet o los ar os por los que debe
pasar su m ent e par a m ant ener una im pr esión coher ent e de Mar y, para form ar una
nar ración basada en dat os aislados que t enga sent ido y cuent e una hist oria
at r act iv a. Y en una especie de pr ofecía autocum plida que, en pot encia, podr ía t ener
consecuencias adv er sas, su conduct a podrá hacer que Mar y act úe de una m aner a
que confir m e la im pr esión que t iene de ella. Si t r at a a Mar y com o si fuer a un ángel
de her m osur a, es pr obable que ella r esponda con una sonr isa angelical. Em pezam os
cr ey endo que lo que per cibim os es r eal y acabam os obt eniendo lo que esper am os.
Y, m ient ras t ant o, no som os conscient es de haber hecho nada salvo act uar de una
for m a t ot alm ent e racional y obj et iv a. Es la per fect a ilusión de v alidez y su im pact o
es m uy difícil de soslay ar incluso en cir cunst ancias que v an cont ra t oda lógica. Por
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ej em plo, quienes hacen ent r ev ist as par a cubr ir un puest o de t rabaj o t ienden a
t om ar una decisión sobr e los candidat os al cabo de unos m inut os —a veces m uy
pocos— de conocer los. Y aunque la conduct a post er ior de un candidat o contr adiga
esa im pr esión sigue siendo poco pr obable que cam bien de opinión por m uy claras
que puedan ser las señales.
I m agine el lect or que debe decidir sobr e la idoneidad de que una per sona —
llam ém osla Am y — ent r e a for m ar par t e de su equipo. Ant es, sin em bar go, le dar é
un poco de inform ación sobr e ella. En pr im er lugar, le dir é que Am y es una chica
m uy int eligent e y t r abaj adora.
Hagam os un alt o aquí. Lo m ás pr obable es que el lect or est é pensando: «Vale,
fant ást ico, segur o que est ará m uy bien t r abaj ar con ella; lo que m ás valor o de un
com pañer o de t r abaj o es que sea una persona int eligent e y t r abajador a». Per o ¿qué
ocur r e si a esa infor m ación añado que es t ozuda y envidiosa? Ahor a y a no par ece
t an buena, ¿v erdad? Sin em bargo, la im pr esión inicial t endr á t ant a fuer za que lo
m ás pr obable es que el lect or no t enga en cuent a la segunda infor m ación y dé m ás
peso a la pr im er a. Y t odo se debe a la im pr esión inicial. Si ahor a invir t iér am os el
or den de pr esent ación suceder ía exact am ent e lo cont r ar io: por m uy int eligent e y
t r abaj ador a que pueda ser Am y, la idea de que es una per sona env idiosa y t ozuda
se acabará im poniendo.
Veam os ot r o ej em plo: consider em os est as descr ipciones de una m ism a per sona.
I nt eligent e, hábil, t r abajador a, cordial, decidida, pr áct ica, pr udent e
I nt eligent e, hábil, t r abajador a, fr ía, decidida, pr áct ica, pr udent e
Las dos descr ipciones solo difier en en un at r ibut o: la per sona es cor dial o es fr ía.
Per o cuando los par t icipant es en
un est udio oyer on
solo una de las dos
descr ipciones y se les pidió que eligier an qué par de cualidades descr ibían m ej or a
esa per sona ( de una list a de dieciocho pares de la que se debía elegir una cualidad
de cada par ) , se obser v ó que la im pr esión final que pr oducían las dos descr ipciones
er a difer ent e. Los suj et os t endier on a consider ar que la pr im era per sona er a
gener osa y la segunda no. Habr á quien diga que la gener osidad es un aspect o
inher ent e a la cor dialidad y que es lógico que los suj et os r espondier an así. Per o los
par t icipant es fuer on m ás lej os y at r ibuyer on a la pr im er a per sona unas cualidades
posit iv as que no t enían nada que v er con que fuer a cor dial. No solo la consideraban
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m ás sociable y popular que la segunda ( algo t am bién bast ant e lógico) , sino tam bién
m ucho m ás sabia, div er t ida, buena, hum ana, atr act iv a, alt r uist a, im aginat iv a y feliz.
Así es la difer encia que puede llegar a suponer una sola palabr a: puede dist orsionar
t ot alm ent e nuest r a per cepción de una persona aunque las ot r as cualidades sean
iguales. Y esa pr im era im pr esión ser á t an dur ader a com o la fascinación que sient e
Wat son por el pelo, los oj os y la form a de vest ir de Mar y, que seguirán
dist or sionando la im agen que t iene de ella com o ser hum ano y su per cepción de lo
que es y no es capaz de hacer. Nos gust a ser consecuent es; y no nos gust a
equivocar nos. Sin em bargo, las im presiones iniciales suelen t ener un im pact o
enor m e con independencia de la infor m ación que después podam os obt ener .
¿Y qué podem os decir de Holm es? Cuando Mar y se acaba de m ar char, Wat son
ex clam a: « ¡Qué m uj er t an ex t r aor dinar iam ent e atr act iv a! ». La r espuest a de
Holm es es sim ple: « ¿De ver as? —dice—. No m e fij é». Y luego sigue con su
ex hor t ación a la pr udencia par a que las cualidades personales no nos nublen el
j uicio.
¿Nos est á diciendo Holm es que, lit er alm ent e, no se ha fij ado? Todo lo cont rar io. Ha
observado los m ism os det alles físicos que Wat son y es probable que m uchos m ás.
Lo que no ha hecho es la m ism a evaluación que Wat son, la de que Mar y es una
m uj er at ract iv a. Al decir est o, Wat son ha pasado de la obser v ación obj et iv a a la
opinión subj et iva t iñendo los dat os físicos de t onos em ocionales. Y es est o,
pr ecisam ent e, cont r a lo que adv ier t e Holm es. Puede que Holm es llegue a adm it ir la
nat ur aleza obj et iv a del at r act iv o de Mar y ( aunque el lect or r ecor dar á que Wat son
em pieza diciendo que «no poseía r asgos r egular es ni belleza de com plex ión») per o,
a r englón seguido, desecha est a obser v ación por ir r elev ant e.
Holm es y Wat son no solo difier en en las cosas que alber ga cada uno en su desván:
en uno hallam os el m obiliar io adquir ido por un det ect iv e que se t iene por solit ar io y
al que le encant an la m úsica y la óper a, fum ar en pipa, las pr áct icas de t ir o en
int er ior , los libr os m ás abstr usos de quím ica y la ar quit ect ur a r enacent ist a; el
m obiliar io del ot r o es el de un m édico m ilit ar que se tiene por m uj er iego y al que le
encant an las buenas cenas y las buenas v eladas. Tam bién difier en en la m aner a en
que su m ent e or ganiza ese m obiliar io. Holm es conoce los pr ej uicios y sesgos de su
desván com o la palm a de su m ano o las cuer das de su violín. Sabe que si se fij a en
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una sensación agr adable baj ará la guar dia. Sabe que si se dej a at r apar por una
caract er íst ica física secundar ia corr er á el r iesgo de per der la obj et iv idad en el r est o
de su obser v ación. Sabe que si se for m a una im pr esión con dem asiada r apidez
cor r erá el r iesgo de pasar por alt o gran par te de los det alles que la contr adigan y de
pr est ar m ás at ención a t odo aquello que la confir m e. Y sabe lo fuer t e que puede ser
el im pulso de act uar en función de un pr ej uicio.
Por lo t ant o, opt a por ser m uy select ivo con lo que dej a ent r ar en su m ent e. Y est o
se aplica t ant o a los elem ent os que ya ex ist en com o a los que com pit en por ent r ar a
t r avés del hipocam po par a abr ir se cam ino hast a la m em or ia a largo plazo. Y es que
siem pr e deber íam os tener pr esent e que t oda exper iencia, t odo aspect o del m undo
en el que fij am os la at ención, es un r ecuer do a punto de form arse, un m ueble
nuev o para el desván, una im agen que añadir a un ar chiv o, algo que acom odar en
un espacio ya abar r otado. No podem os im pedir que la m ent e for m e j uicios básicos.
Ni cont r olar t oda la infor m ación que r et enem os. Per o sí podem os conocer m ej or los
filt r os que guar dan la ent r ada al desván y usar la m ot iv ación para pr est ar m ás
at ención a lo que sea im por t ant e para nuest ros obj et ivos.
Holm es no es un aut óm at a, com o le dice un Wat son her ido porque no com par t e su
ent usiasm o por Mar y . ( Un día, Holm es t am bién calificar á a una m uj er —I r ene
Adler — de ex cepcional. Per o solo porque lo ha derr otado en una lucha de ingenio y
dem uest r a ser el m ej or adversar io —hom br e o m uj er— que nunca ha t enido.)
Sucede que Holm es ent iende que t odo for m a par t e de un paquet e que se puede
deber t ant o al caráct er com o a las cir cunst ancias con independencia de su valor.
Tam bién sabe que el espacio del desván es m uy valioso y que debem os ponderar
con cuidado qué añadim os a los ar chiv os de nuest r a m ent e.
Volv am os a la per sona desconocida de la fiest a. ¿Cóm o se habr ía desarr ollado el
m ism o episodio t om ando com o guía el m ét odo de Holm es? Vem os la gor ra de
béisbol —o el m echón azul— y se em pieza a form ar una v ar iedad de asociaciones
posit iv as o negat iv as. Tenem os la sensación de que quer em os dedicar t iem po —o
no— a conocer m ej or a esa per sona... per o ant es de que abra la boca nos
det enem os un m om ent o para dist anciarnos un poco de nosot ros m ism os o, m ejor
dicho, par a dar un paso m ás hacia nosotros m ism os, para v er que los j uicios que
hem os hecho t ienen que v enir de algún lugar —siem pr e lo hacen— y echar otr o
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v ist azo a la per sona que se nos acer ca. Supongam os que nuest r a im pr esión es
negat iv a. Desde un punt o de v ist a obj et iv o, ¿hay algo en lo que basar est a
im pr esión? ¿Acaso t iene car a de pocos am igos? ¿Ha apar t ado a alguien de un
codazo? ¿No? Ent onces es que esa im pr esión se debe a ot ra cosa. Si r eflex ionam os
un poco quizá det er m inem os que es la gorra de béisbol ( o el m echón) . O quizá no.
En cualquier caso, habr em os adm it ido que y a est ábam os pr edispuest os a que no
nos gustara alguien a quien aún no conocem os; y tam bién habr em os adm it ido que
debem os cor r egir esa im pr esión ( aunque, quién sabe, puede que hay a sido
acer t ada) . Con t odo, si la v olv em os a t ener ya est ar á basada en dat os obj et iv os
porque habr em os dado a la per sona la opor t unidad de hablar : así podr em os
obser v ar com o es debido los det alles de su aspect o, sus palabr as, sus gest os. Una
ser ie de indicios que t r at ar em os t eniendo pr esent e que en algún niv el, y en algún
m om ent o, hem os optado por dar m ás peso a unos det alles que a ot r os, algo que
con los nuev os dat os deber em os r econsiderar .
Y quizá veam os que esa chica no t iene nada que v er con aquella am iga. O que,
aunque el béisbol no nos gust e, el desconocido es alguien a quien vale la pena
conocer m ej or . O puede que la pr im era im pr esión fuer a acer t ada. Per o el r esult ado
final no es t an im port ant e com o el hecho de que hayam os reconocido que ninguna
im pr esión —con independencia de que sea posit iv a o negat iv a y de la cer t eza que
podam os tener — sur ge de la nada. Al cont r ar io: t oda im pr esión que llega a la
conciencia lo hace t eñida por la int eracción ent re el desván m ent al y el ent orno. Y
aunque no podem os evit ar que esos j uicios y esas im pr esiones se form en, sí que
podem os apr ender a ent ender nuest r o desv án —sus t endencias, sus peculiar idades
y su idiosincr asia— para int ent ar , en la m edida de lo posible, que el punt o de
par t ida para j uzgar a una per sona, obser var una sit uación o t om ar una decisión se
dé en un m om ent o m ás neut ral y adecuado.
3 . El e nt orn o y e l poder de lo in cide n t al
En el caso de Mar y Mor stan —o de la per sona desconocida de la fiest a— hay unos
det alles del aspect o físico que act iv an unos pr ej uicios, unos det alles que son
int r ínsecos a la sit uación. Sin em bar go, en ot r as ocasiones los pr ej uicios son
act iv ados por factor es que no t ienen r elación con lo que est am os haciendo y que
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son bast ant e t raicioneros. Aunque pueden escapar t ot alm ent e a nuest ra conciencia
—y en m uchas ocasiones por est a m ism a r azón— y ser ir r elev ant es par a lo que
est am os haciendo, quizás influyan en nuest r o cr it er io con gr an facilidad y de una
m anera m uy pr ofunda.
El ent or no nos «pr eact iv a» —nos pr edispone o pr epar a— a cada inst ant e. En «El
m ist er io de Copper Beeches», Wat son y Holm es viaj an en t r en y cuando se acer can
a Alder shot Wat son v e pasar las casas por la v ent ana.
— ¡Qué her m oso y lozano se ve t odo! —exclam é con el ent usiasm o de quien acaba
de escapar de las nieblas de Bak er St r eet .
Per o Holm es m eneó la cabeza con gr an ser iedad.
—Ya sabe ust ed, Wat son —dij o—, que una de las m aldiciones de una m ent e com o la
m ía es que t engo que m ir ar lo t odo desde el punt o de v ist a de m i especialidad.
Ust ed m ir a esas casas disper sas y se sient e im pr esionado por su belleza. Yo las
m iro, y el único pensam ient o que m e viene a la cabeza es lo aisladas que est án, y la
im punidad con que puede com et er se un cr im en en ellas.
Holm es y Wat son m ir an las m ism as casas, per o lo que v en es t ot alm ent e difer ent e.
Aunque Wat son llegar a a adquir ir las dot es de obser v ación de Holm es, la
ex per iencia inicial seguir ía siendo difer ent e por que los r ecuerdos y los hábit os de
Wat son no solo son t ot alm ent e dist intos de los de Holm es: t am bién son dist int os los
est ím ulos del ent or no que at r aen su m ir ada y det er m inan la dir ección de su
pensam ient o.
Ant es de que Wat son pr or r um pa en sus exclam aciones de adm ir ación por las casas
que ve desde el t ren, el ent orno ya ha pr eact ivado su m ent e para que piense de una
m anera dada y se fij e en det er m inadas cosas. Mient r as se hallaba sent ado en
silencio en el com par tim ent o del t r en ha per cibido el at ract iv o del paisaj e, del
«her m oso día de pr im av er a, con un cielo azul clar o, salpicado de nubecillas
algodonosas que se desplazaban de Oest e a Est e». Lucía un sol m uy br illant e y «el
air e t enía un fr escor est im ulant e que aguzaba la ener gía hum ana». Y ent onces,
ent r e la v eget ación nuev a y r elucient e de la pr im av era, apar ecen las casas. ¿Qué
hay, ent onces, de sor pr endent e en que el m undo que ve Wat son est é bañado en un
r esplandor de opt im ism o? Lo agradable del ent or no inm ediat o pr eact iv a en su
m ent e una act it ud posit iva.
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Per o esa act it ud m ent al es t ot alm ent e ir r elev ant e para la form ación de ot ros j uicios.
Las casas seguir ían siendo las m ism as aunque Wat son est uvier a t r ist e y depr im ido:
solo cam biar ía su form a de per cibir las (podr ían par ecer le gr ises y solit ar ias) . En
est e caso concr et o im por ta m uy poco la im pr esión que tenga Wat son de las casas.
Per o, por poner un ej em plo, ¿y si t uv ier a esa im pr esión tan posit iv a ant es de
acer car se a una para pedir usar el t eléfono, par a r ealizar una encuest a o para
invest igar un delit o? En est e caso, la segur idad de las casas adquier e m ucha m ás
im por t ancia. ¿O es que nos gust ar ía llam ar a una puer ta —sobr e t odo est ando
solos— si ex ist ier a la posibilidad de que quien nos la abr a no abr igue buenas
int enciones? Más nos valdr á haber acer tado al j uzgar la casa solo por que hacía un
día espléndido. I gual que debem os t ener pr esent e la influencia inconscient e que
pueden ej ercer en nuest ro j uicio los cont enidos del desván m ent al, t am bién
debem os t ener m uy pr esent e la influencia que puede ej er cer el m undo ext er ior . El
hecho de que algo no se encuent re en el desván no significa que no pueda hacer
m ella en nuest ro j uicio.
Los ent ornos «obj et ivos» no exist en. Solo exist e nuest ra percepción de ellos, una
per cepción que depende en par t e de las for m as habit uales de pensar ( la act it ud de
Wat son) y en par t e de las cir cunst ancias inm ediat as ( el día pr im av er al) . Per o nos
cuest a t om ar conciencia de la influencia que pueden llegar a ej er cer los filt r os del
desván en nuest ra m anera de int erpr et ar el m undo. En cuant o a ceder al encant o
de un día soleado de pr im av era no cabe culpar a Wat son de ello por que se t r at a de
una r eacción de lo m ás habit ual. El t iem po es un «pr eact iv ador» m uy poder oso que
nos influye m uchísim o aunque no nos dem os cuent a de su im pact o. Muchas
per sonas dicen que se sient en m ás felices y sat isfechas en gener al en los días
soleados que en los días lluviosos. Y no t ienen conciencia de est a r elación: se
sient en m ás r ealizadas cuando ven el sol br illando en el cielo azul, el m ism o que ve
Wat son por la v ent ana del t r en.
Y est e efect o no se lim it a a las sensaciones per sonales: t am bién se hace not ar en
decisiones im por t ant es. Un ej em plo: los est udiant es que ex am inan las posibles
univ er sidades en las que m at r icular se pr est an m ás at ención a los aspect os
académ icos en los días lluviosos que en los días soleados, y la probabilidad de que
un est udiant e se m at r icule en una univ er sidad dada cr ece un 9% por cada
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incr em ent o en una desviación t ípica de la nubosidad el día que hace la v isit a. Ot r o
ej em plo: cuando el día est á gr is, los agent es de bolsa t ienden a t om ar decisiones de
m enor r iesgo, per o si el día es soleado su ex posición al r iesgo aum ent a. Y es que el
t iem po hace m ucho m ás que cr ear un m ar co m ás o m enos agr adable. I nfluye
dir ect am ent e en lo que vem os, en qué nos fij am os y en cóm o evaluam os el m undo.
¿De v er dad alguien quer r ía basar en el est ado de la at m ósfer a la elección de una
univ er sidad, una decisión financier a o la v alor ación de su felicidad en gener al?
( Ser ía cur ioso v er si se dan m ás r upt uras de par ej as en los días lluviosos.)
Por su par t e, Holm es no hace caso del t iem po: se pasa t odo el t r ayect o enfrascado
en la lect ur a del per iódico. Mej or dicho, no se abst r ae por com plet o de él, per o es
conscient e de la im por t ancia de cent r ar la at ención y elige no fij ar se en el día
aunque en su m om ent o descar t ar a el at ract iv o de Mar y con aquel «no m e fij é».
Clar o que se fij a. La cuest ión es si luego decide pr est ar at ención y dej ar que el
cont enido de su desván cam bie en consecuencia. Quién sabe cóm o le habr ía influido
el día si en lugar de dar le v uelt as a un caso hubier a dej ado vagar su at ención, per o
en ese m om ent o est á cent rado en unos det alles y en un cont ext o m uy dist int o. A
difer encia de Wat son, est á m uy pr eocupado, y con razón. Acaba de r equer ir sus
ser v icios una j ov en que ha dicho est ar desesper ada y que no sabía a quién m ás
acudir . Está t otalm ent e absor to pensando en el caso, en el m ist er io que est á a
punt o de afr ontar. ¿Por qué nos ha de ex t rañar que v ea en las casas un sím bolo de
la sit uación en la que ha volcado su m ent e? Puede que el t iem po no sea par a él un
pr eact iv ador t an incident al com o para Wat son; per o, no obstant e, lo es.
Con t odo, se podr ía decir ( y con r azón) que Wat son t am bién ha v ist o el t elegr am a
que ha enviado la atr ibulada j oven. Y así es. Per o su m ent e est á lej os de est a
cuest ión. Es lo que t ienen las preact ivaciones: act úan en cada persona de dist int a
m anera. Recor dem os que la est r uct ur a del desván m ent al, los pr ej uicios y las
for m as de pensar habit uales deben int er act uar con el ent or no par a que las
influencias
sut iles
pr econscient es
influy an
plenam ent e
en
los
pr ocesos
de
pensam ient o, en lo que per cibim os y en el hecho de que un elem ent o se abra paso
hast a la m ent e.
I m agine el lect or que le pr esent o var ias ser ies de cinco palabr as y que le pido que
haga fr ases con cuat r o palabr as de cada ser ie. Aunque las palabr as pueden par ecer
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inocuas, algunas com o solitario, caut o, Flor ida, desvalido, calcet a y crédulo en
r ealidad son lo que se conoce com o est ím ulos clave o induct or es. Si el lect or agrupa
est as palabras es bast ant e pr obable que le hagan pensar en la v ej ez. Per o si se
dist r ibuyen ent r e t r eint a fr ases de cinco palabras, el efect o es m ucho m ás sut il, t an
sut il
que
ninguno
de
los
par t icipant es que
leyeron
esas
frases
—sesent a
par t icipant es en t ot al, tr eint a en cada uno de los est udios or iginales— encont r ó en
ellas alguna coher encia t em át ica. Per o la falt a de conciencia no im plica que no haya
un im pact o.
Si el lect or es com o los cent enar es de per sonas que han r ealizado est a tar ea desde
el pr im er est udio llev ado a cabo en 1996, ocur r irán var ias cosas. Una es que ahor a
cam inará con m ás lent it ud que ant es y hast a puede que un poco m ás encor vado
( las dos cosas ev idencian el efecto ideo m ot or de la pr eact iv ación, su influencia en
la acción física) . Ot ra es que r endir á peor en una ser ie de t ar eas de apt it ud
cognit iv a y r esponder á con m ás lent it ud a cier t as pr egunt as. I ncluso puede que, de
algún m odo, se sient a m ás viej o y cansado que ant es. ¿Por qué? Porque se ha
ex puest o al llam ado «efect o de Flor ida»: una ser ie de est er eot ipos r elacionados con
la edad que, sin que haya sido conscient e de ello, han act iv ado una ser ie de
concept os en el cer ebr o que lo han llev ado a pensar y act uar de est a m anera. Es
una for m a m uy básica de pr eact iv ación.
Per o los concept os concr et os que se han v ist o afect ados y la dist r ibución de la
act iv ación dependen básicam ent e de las caract er íst icas del desván de cada per sona.
Por ej em plo, si una per sona pr ocede de una cult ur a que t iene en m uy alt a est im a la
sabidur ía de los ancianos, es pr obable que t am bién cam ine con m ás lent it ud per o
r endir á con algo m ás de rapidez en las t ar eas cognit iv as. En cam bio, si una per sona
t iene una act it ud m uy negat iva hacia los ancianos, los efect os físicos que
ex per im ent ar á serán los cont r ar ios a los que se suelen m anifest ar : puede que
cam ine m ás r ápido y un poco m ás erguida par a contr ar r est ar la pr eact iv ación
inducida. Y esa es la clav e: los efect os de la pr eact iv ación difier en y cada persona
podr á r esponder de una m aner a dist int a, per o lo que est á clar o es que r esponder á.
En esencia, est a es la razón de que el m ism o t elegr am a signifique algo difer ent e
para Wat son y para Holm es. En el caso de Holm es act iv a la pauta m ental esper ada
en alguien habit uado a r esolv er m ist er ios. Para Wat son, el t elegr am a apenas t iene
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im por t ancia y pr ont o sucum be al cielo azul y el cant o de las aves. ¿Por qué est o nos
habr ía de sor pr ender ? En gener al podem os suponer , sin t em or a equiv ocar nos, que
el m undo es un lugar m ás agr adable y acogedor para Watson que para Holm es.
Wat son suele expresar un asom bro m uy sincero ant e las sospechas de Holm es y sus
deducciones m ás oscur as. Donde Holm es alcanza a ver una int ención siniest r a,
Wat son se fij a únicam ent e en un r ost r o her m oso y agradable. Donde Holm es
r ecur r e a sus conocim ient os enciclopédicos de ot r os cr ím enes del pasado y los aplica
de inm ediat o al pr esent e, Wat son, al car ecer de ese r ecur so, debe echar m ano de lo
que sí conoce: la m edicina, la guer r a y su br ev e est ancia con el gr an det ect iv e.
Añadam os a eso que cuando Holm es tr abaj a en un caso int ent ando que encaj en
t odas las piezas t iende a encer r ar se en el m undo de su m ent e par a aislar se de las
dist r acciones ex t er nas. Por su par t e, Wat son siem pr e est á pr est o a sucum bir a la
belleza de un día de pr im av er a o al v er dor de las colinas ondulant es. Así pues,
t enem os
dos
desvanes
t an
diferent es
en
su
est ruct ura
y
cont enido
que
pr obablem ent e filt r ar án cualquier dat o o est ím ulo de una m aner a t ot alm ent e
dist int a.
Siem pr e debem os t ener en cuent a la m ent alidad o act it ud m ent al habit ual. Toda
sit uación se puede r educir a una com binación de obj et iv os y m ot iv aciones del
m om ent o: de la est r uct ur a y el est ado del desván en el pr esent e, por así decir lo.
Todo elem ent o desencadenant e o pr eact iv ador , y a sea un día soleado, un t elegr am a
que r ebosa pr eocupación o una list a de palabras, puede dir igir los pensam ient os en
una dir ección concr et a, pero lo que act iv a y cóm o lo act iv a depende, ant es que
nada, de lo que cont enga el desván y del uso que se haya hecho de su estruct ura
con el t iem po.
Por otr o lado, t am bién debem os t ener pr esent e que un pr eact iv ador dej a de ser lo
en cuant o nos hacem os conscient es de su exist encia. ¿Y aquellos est udios sobr e el
t iem po y el est ado de ánim o? El efect o desapar ecía cuando se hacía que los suj et os
t om aran conciencia de que el día er a lluv ioso pr egunt ándoles qué t iem po hacía
ant es de que indicar an su niv el de felicidad. Y lo m ism o ocur r e en los est udios sobr e
los efect os del ent or no en las em ociones: la pr eact iv ación dej a de act uar si se
ofr ece al suj et o una r azón no em ocional de su est ado. Por ej em plo, en uno de los
est udios clásicos de est e fenóm eno se inyect aba adrenalina a los suj et os, luego se
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los sit uaba en pr esencia de una persona que m anifest aba una em oción m uy int ensa
( posit iv a o negat iv a) , y los suj et os solían r eflej ar o im it ar esa em oción. Pero cuando
se decía a un suj et o que la inyección lo iba a excit ar físicam ent e, la im it ación
post er ior era m ucho m enor . Est o t am bién hace que los est udios de la pr eact iv ación
puedan ser m uy difíciles de r epr oducir : si dir igim os m ínim am ent e la at ención del
suj et o al m ecanism o de pr eact iv ación, lo m ás pr obable es que su efect o sea nulo.
Cuando som os conscient es de las causas de nuest ros act os, esas causas dej an de
influir por que t enem os algo m ás a lo que at r ibuir las em ociones o los pensam ient os
que se puedan haber act iv ado y ya no pensam os que el im pulso pr ocede de nuest ra
m ent e o se debe a nuest ra volunt ad.
4 . Act iva r la pa sivida d de l ce re br o
Ent onces,
¿cóm o
logra Holm es liber ar se
de los j uicios inst ant áneos y
pr e
at encionales de su desván? ¿Cóm o consigue disociar su m ent e de las influencias
que r ecibe del ent or no en cualquier m om ent o dado? La clav e r eside en la
conciencia, en la pr esencia. Y es que Holm es ha conv er t ido la et apa pasiv a de
absor ber inform ación com o una esponj a —en el sent ido de que la esponj a no decide
qué absor be ni cuánt o— en un pr oceso act iv o, en la clase de obser v ación tan propia
de él que pront o exam inarem os m ás a fondo. Ha hecho que est e proceso act ivo sea
el m odo de funcionam ient o habit ual de su cer ebr o.
En el nivel m ás básico, Holm es es consciente —com o ahora lo som os nosotros— del
inicio de los pr ocesos de pensam ient o y de la im por t ancia de pr est ar m ucha
at ención a est e inicio. Si el lect or se fij a en el nacim ient o de sus im pr esiones sabrá
de dónde pr oceden y, t arde o t em pr ano, acabar á por pillar a su m ent e ant es de que
se pr ecipit e a em it ir un j uicio ( con independencia de que pueda ser acer t ado o no) .
Est o le per m it ir á fiar se m ucho m ás de sus im pr esiones.
Holm es no da por sent ado nada, ni una sola im pr esión. No dej a que ningún est ím ulo
que pueda at r aer su m ir ada le dict e si algo v a a ent r ar o no en su desván y cóm o se
act iv ar án sus cont enidos. Siem pr e est á act iv o y aler t a para que nada se cuele
inadver t idam ent e en su im polut o espacio m ental. Es v er dad que una at ención t an
const ant e puede ser agot adora, per o el esfuer zo puede v aler m ucho la pena en
sit uaciones im port ant es y, con el t iem po, verem os que es cada vez m enor .
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En esencia, lo único que hace falt a es que nos hagam os las m ism as pr egunt as que
Holm es se suele plant ear . ¿Hay algo superfluo en la cuest ión que nos ocupa y que
influya en m i j uicio? ( Casi siem pr e, la r espuest a ser á sí.) De ser así, ¿cóm o adapt o
m i percepción en consecuencia? ¿Qué ha influido en m i prim era im presión? ¿Y hast a
qué punt o esa prim era im pr esión ha influido en otr as? No es que Holm es no sea
v ulner able a est as influencias, per o es m uy conscient e de su poder . Así que cuando
Wat son j uzga sin pensar lo a una m uj er o una casa, Holm es cor r ige de inm ediat o esa
im pr esión con un «sí, per o...». Su m ensaj e es m uy sencillo: debem os t ener siem pr e
pr esent e que una im presión solo es una im pr esión. Reflexionem os unos inst ant es
sobr e lo que la ha causado y lo que puede significar par a nuest r os obj et iv os. El
cer ebr o act uará siguiendo cier t os hábit os t ant o si quer em os com o si no. Eso no lo
podem os cam biar . Per o lo que podem os cam biar es si dam os por v álido ese j uicio
inicial o si lo exam inam os m ás a fondo. Tam bién deber em os t ener siem pr e pr esent e
la pot ent e com binación de m indfulness y m ot ivación.
En ot ras palabras, seam os escépt icos con nuest ra m ent e y con nosot ros m ism os.
Obser v em os act iv am ent e, m ás allá de la pasiv idad que nos es t an nat ural. ¿Ha sido
algo el r esult ado de una conducta v er dader am ent e obj et iv a? ( Ant es de calificar de
angelical a Mar y, ¿la hem os vist o hacer algo en lo que basar est a im pr esión?) ¿O se
debe únicam ent e a una im pr esión subj et iva? ( Es que par ece m uy guapa.)
Cuando est aba en la univ er sidad ay udé a or ganizar congr esos sobr e un m odelo
global para Naciones Unidas. Cada año íbam os a una ciudad dist int a e invit ábam os
a est udiant es de todas par t es par a que par t icipar an en una sim ulación. Yo er a
pr esident a de com isión: pr epar aba t em as, organizaba debat es y al final de los
congr esos daba pr em ios a los est udiant es que, en m i opinión, lo habían hecho
m ej or. No par ece m uy com plicado. Salvo lo de los pr em ios.
El pr im er año m e fij é en que los r epr esent ant es de Oxfor d y Cam br idge acababan
con una cant idad de pr em ios despr opor cionada. ¿Er an aquellos est udiant es m ucho
m ej or es, u ocur r ía algo m ás? Sospeché que ser ía lo segundo. Después de t odo,
había r epr esent ant es de las m ej or es univ er sidades del m undo y aunque er a
indudable que los delegados de Oxfor d y Cam br idge er an ex cepcionales no t enían
por qué ser siem pr e los m ej or es. ¿Qué sucedía? ¿Acaso m is colegas que t am bién
daban pr em ios no er an del t odo im par ciales?
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¿Cóm o pensar com o Sherlock Holm es?
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Al año siguient e m e pr opuse r esolv er aquel m ist er io. I ntent é obser v ar m i r eacción
ant e cada par t icipant e cuando hablaba, t om ando not a de m is im pr esiones, de los
ar gum ent os expuest os y de lo convincent es que eran. Y así fue com o m e di cuent a
de algo bast ant e alar m ant e: los est udiant es de Oxfor d y de Cam br idge m e sonaban
m ás int eligent es. De haber dos est udiant es que dij eran lo m ism o m e decant ar ía por
el que t uv iera un acent o brit ánico. No t enía ningún sent ido, pero est aba clar o que
ese acent o act iv aba en m i m ent e alguna clase de est er eot ipo que sesgaba el r est o
de m i j uicio hast a el punt o de que, al acer car nos a la clausur a del congr eso y al
m om ent o de decidir los pr em ios, est aba segur a de que m is delegados br it ánicos
er an los m ej or es. La v er dad, no fue un descubr im ient o m uy agradable.
Mi siguient e paso fue r esist ir m e a ese pr ej uicio y para ello int ent é fij ar m e
únicam ent e en lo que decía cada est udiante y cóm o lo decía. ¿Plant eaba t em as que
se debían plant ear ? ¿Enr iquecía el debat e? ¿O se lim it aba a r efor m ular lo dicho por
ot r o sin añadir nada r ealm ent e sust ancial?
Ment ir ía si dij er a que ese pr oceso fue fácil. Por m ucho que lo int ent ar a seguía
v iéndom e at r apada por la ent onación y el acent o, por la cadencia de las palabr as y
no por su cont enido. Y aquí es donde est a cuest ión ya da m ás m iedo: al final,
seguía sint iendo el im pulso de ot orgar a m i delegado de Oxford el pr em io al m ej or
ponent e. Sin duda era el m ej or , m e encont ré diciendo. ¿No será que com penso
dem asiado ese pr ej uicio y que, en el fondo, lo penalizo solo por ser br it ánico? Al
final r esult ar ía que el problem a no era yo que m is pr em ios er an m ás que m er ecidos
aunque acabaran en m anos de alguien de Oxfor d. De haber alguien con pr ej uicios,
seguro que no era yo.
Per o r esult a que m i delegado de Oxford no había sido el m ej or . Cuando ex am iné las
not as que había t om ado vi que varios est udiant es lo habían hecho m ej or que él. Mis
not as contr adecían por com plet o m is r ecuer dos y m is im pr esiones. Al final m e
decant é por las not as. Per o la lucha dur ó hast a el últ im o m om ent o. Y ni siquier a
después pude libr arm e de la incóm oda sensación de que el r epr esent ant e de Oxfor d
había m er ecido el pr em io.
Las int uiciones son m uy poder osas, aunque sean inex act as. Por est a razón, cuando
est am os at r apados por una int uición ( que una per sona es m ar av illosa, que una casa
es m uy bonit a, que un em peño vale la pena, que un delegado es el m ej or ) es
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esencial que nos pregunt em os en qué se basa esa int uición. ¿Realm ent e es de fiar o
es que la m ent e nos engaña? Un m edio ext er no y obj et ivo de com pr obación com o
m is not as puede ser út il, per o no siem pr e lo t enem os a m ano. A veces basta con
que nos dem os cuent a de que aun est ando seguros de que no albergam os ningún
pr ej uicio, de que nada ext erno influye en nuest ras im pr esiones y decisiones, es m uy
pr obable que no est em os act uando de un m odo t otalm ent e obj et iv o y r acional. En
est a t om a de conciencia —de que en ocasiones es m ej or no confiar en nuest ro
cr it er io— r eside la clav e par a m ej orar nuest r o j uicio hasta el punt o de poder nos fiar
de él. Es m ás, si est am os m ot iv ados par a ser pr ecisos, la codificación inicial t ender á
a descont rolarse m enos.
Per o m ás allá de esta t om a de conciencia se encuent r a la práct ica const ant e. En el
fondo, una int uición pr ecisa no es m ás que pr áct ica: dej ar que la habilidad sust it uy a
unas r eglas heur íst icas apr endidas. No nacem os dest inados a act uar siguiendo unos
hábit os de pensam ient o incor r ect os. Pero lo acabam os haciendo a causa de una
ex posición r epet ida y por la falt a de la at ención conscient e que Holm es pr ocur a
dedicar a t odos sus pensam ient os. Quizá no nos dem os cuent a de que hem os
r efor zado nuest r o cer ebro para que piense de una m anera dada; per o, en el fondo,
es lo que hem os hecho. Con t odo, eso t am bién t iene un aspect o posit ivo: igual que
hem os enseñado t odo est o a nuest r o cer ebr o, t am bién podem os hacer que lo
desapr enda o que apr enda algo nuev o. Cualquier hábit o se puede sust it uir por otr o.
Con el t iem po, se pueden m odificar las r eglas heur íst icas. Com o dice Her ber t
Sim on, uno de los pioner os del est udio del j uicio y la t om a de decisiones, «la
int uición es pur o r econocim ient o, ni m ás ni m enos» .
Holm es cuent a con m iles de hor as de pr áct ica m ás que nosot r os. Sus hábit os se han
ido for m ando t r as incont ables opor t unidades, en cada m om ent o de su vida. Es fácil
caer en el desánim o en su pr esencia, per o al final, ser á m ucho m ás pr oduct iv o que
nos inspir em os en él. Si él puede hacer algo, nosot ros t am bién. Solo es cuest ión de
t iem po. No es fácil cam biar los hábit os que se han desarr ollado dur ant e tant o
t iem po que se acaban convirt iendo en el t ej ido m ism o de nuest ra m ent e.
Ser conscient es es el pr im er paso. La conciencia de Holm es le perm it e evit ar
m uchos de los errores que com et en Wat son, los inspect ores, sus client es y sus
adv er sar ios. Pero ¿cóm o pasar de est a conciencia a algo m ás, a algo que acabe
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dando im pulso a la acción? Est e pr oceso em pieza en la obser v ación: cuando
ent endem os cóm o funciona nuest ro desván m ent al y dónde se or iginan nuest ros
pr ocesos de pensam ient o est am os en posición de dir igir la at ención a las cosas que
son im por tant es y apar t ar la de las que no lo son. Y en est a obser vación atent a nos
cent rarem os a cont inuación.
Cit a s
« ¿Y qué se m e da a m í el sist em a solar ?» «Consider o que el
cer ebr o de cada cual es com o una pequeña pieza vacía...», de
Est udio en escar lata, capít ulo 2: «La ciencia de la deducción».
«Pr opor ciónem e ust ed pr oblem as, pr opor ciónem e t r abaj o...», de El
signo de los cuatr o, capít ulo 1: «La ciencia de la deducción».
«La señor it a Mor stan ent r ó en la habit ación...», «Es de pr im ordial
im por t ancia no dej ar que nuest r o r azonam ient o r esult e influido por
las cualidades per sonales...», de El signo de los cuat r o, capít ulo 2:
«La ex posición del caso».
«— ¡Qué her m oso y lozano se ve t odo! —exclam é...», de Las
avent ur as de Sher lock Holm es, «El m ist er io de Copper Beeches».
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Pa r te I I
D e la obse r va ción a la im a gin a ción
Ca pít u lo 3
Am ue bla r e l de sván de l ce re br o: e l pode r de la obse r va ción
Con t en ido:
1. Pr est ar atención no tiene nada de elem ent al
2. Mej or ar nuest r a capacidad de at ención nat ur al
Cit as
Er a dom ingo por la noche y había llegado el m om ent o de que m i padr e em pezara su
lect ur a
vesper t ina.
Hacía
unos días que
habíam os t erm inado
El
conde de
Mont ecrist o —después de un viaj e angust ioso que t ardó m eses en llegar a su fin— y
el list ón había quedado m uy alt o. Y allí, lej os de los cast illos, las fort alezas y los
t esor os de Fr ancia, m e encont r é cara a cara con un hom br e que podía v er a alguien
por pr im er a v ez y decir con t oda cer t eza: «Por lo que v eo, ha est ado ust ed en
t ier r as afganas». Y la pr egunt a que se hace Wat son —« ¿cóm o diablos ha podido
adiv inar lo?»— es la m ism a que m e hice y o. ¿Cóm o er a posible que lo supier a? Me
quedó m uy claro que allí había algo m ás que la sim ple obser v ación de los det alles.
¿O no? Wat son se pr egunt a cóm o ha podido saber Holm es de su est ancia en ese
país. Es del t odo im posible que alguien pueda decir algo así sim plem ent e...
m ir ando. Y supone que, sin duda, alguien se lo habr á dicho.
«En absolut o», dice Holm es. Y pr osigue:
Me const aba esa pr ocedencia suya de Afganist án. El hábit o bien afir m ado im pr im e a
los pensam ient os una t an rápida y fluida cont inuidad, que m e v i abocado a la
conclusión sin que llegar an a hacér sem e siquier a m anifiest os los pasos int er m edios.
Est os, sin em bargo, t uvier on su debido lugar. Helos aquí puest os en orden: «Hay
delant e de m í un individuo con aspect o de m édico y m ilit ar a un t iem po. Luego se
t r at a de un m édico m ilit ar . Acaba de llegar del t r ópico, por que la t ez de su car a es
oscur a y ese no es el color suyo nat ur al, com o se ve por la piel de sus m uñecas.
Según
lo
pr egona
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su
m acilent o
r ost ro
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ha
experim ent ado
sufrim ient os
y
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enfer m edades. Le han her ido en el br azo izquier do. Lo m ant iene r ígido y de m aner a
for zada... ¿en qué lugar del t r ópico es posible que hay a sufr ido un m édico m ilit ar
sem ej antes
cont rar iedades,
r ecibiendo,
adem ás,
una
her ida
en
el
br azo?
Evident em ent e, en Afganist án». Esta concat enación de pensam ient os no duró el
espacio de un segundo. Obser v é ent onces que v enía de la r egión afgana, y ust ed se
quedó con la boca abier t a.
En efect o, el punt o de par t ida par ece ser la pur a y sim ple obser v ación. Holm es m ir a
a Wat son y, en un inst ant e, capt a det alles de su aspect o, su conduct a, su act it ud. Y
a par t ir de ellos for m a una im agen de aquel hom br e com o un t odo, igual que el
Joseph Bell de la vida real había hecho en presencia de un at ónit o Conan Doyle.
Per o eso no es t odo. La observación con «O» m ayúscula —la m anera en que Holm es
ut iliza la palabr a cuando ofr ece a su nuev o com pañer o una br ev e hist or ia de su vida
a par t ir de un solo vist azo— supone m ás que la obser v ación nor m al ( con «o»
m inúscula) . No se t r at a solo del pr oceso pasiv o de dej ar que ent r en obj et os en
nuest r o cam po visual. Se t r at a de saber qué y cóm o obser v ar y dir igir la at ención
en consecuencia. ¿En qué det alles cent ram os la at ención? ¿Cuáles om it im os? ¿Cóm o
capt am os los det alles en los que elegim os cent r ar nos? En ot ras palabras, ¿cóm o
m ax im izam os el pot encial de nuest r o desván del cer ebr o? Recor dem os otr o consej o
de Holm es: no dej em os que en él ent r e cualquier cosa; es m ej or que est é lo m ás
lim pio posible. Todo aquello en lo que decidim os fij ar la at ención puede acabar en el
desván; y no solo eso: su pr esencia supondr á algún cam bio en el paisaj e int er ior
que, a su vez, afectar á a t odo lo que pueda ent r ar en el fut uro. Así pues, debem os
elegir con t ino.
Elegir con t ino significa ser select iv os. Significa que, adem ás de obser var , debem os
obser v ar bien, pensando lo que hacem os. Significa obser v ar con plena conciencia de
que lo que per cibim os —y cóm o lo per cibim os— for m ará la base de las deducciones
fut ur as que podam os hacer . Significa ver la im agen com plet a fij ándonos en los
det alles im por t ant es y saber cont ex t ualizar esos det alles en un m ar co m ás gener al
de pensam ient o.
¿Por qué Holm es se fij a en esos det alles concr et os del aspect o de Wat son, y por qué
Bell, su hom ólogo en la v ida r eal, eligió fij ar se en unos aspect os concr et os del por t e
de su pacient e? «Obser v en, caballer os —dij o a sus alum nos—, que aun siendo un
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hom bre respet uoso no se ha quit ado el som br ero, una cost um bre en el ej ércit o. Y
habr ía apr endido las form as civ iles si se hubier a licenciado t iem po at r ás. Tiene,
adem ás, cier t o air e de aut or idad —pr osiguió— y es evident e que es escocés. En lo
que se r efier e a Barbados, su dolencia es elefant iasis, que no es br it ánica sino
pr opia de las I ndias Occident ales, y los r egim ient os escoceses se hallan ahor a
dest inados en aquellas t ier r as.» ¿Cóm o supo dist inguir en el por t e del pacient e los
det alles que er an im por t ant es? Est a capacidad er a fr ut o de m uchos años de
pr áct ica. El doct or Bell había obser v ado a t ant os pacient es, había oído t ant as
hist or ias y había hecho tant os diagnóst icos que, en algún m om ent o, esa capacidad
se hizo nat ural, igual que le ocur r ió a Holm es. Un Bell j oven y sin exper iencia no
habr ía hecho gala de esa per spicacia.
Ant es de su explicación, Holm es discut e con Wat son sobr e el ar t ículo «El libr o de la
v ida» que Holm es había escr it o par a un m at ut ino, el m ism o ar tículo al que m e he
r efer ido antes y que habla de la posibilidad de deducir un At lánt ico o un Niágar a a
par t ir de una sola gota de agua. Tr as est e preám bulo acuát ico, Holm es ex t r apola el
m ism o principio a la int er acción hum ana.
Ant es de poner sobr e el t apet e los aspect os m or ales y psicológicos de m ás bult o que
est a m at er ia suscit a, descender é a r esolv er algunos pr oblem as elem ent ales. Por
ej em plo, cóm o apenas div isada una per sona cualquier a, r esult a haceder o infer ir su
hist or ia com plet a, así com o su oficio o pr ofesión. Par ece un ej er cicio puer il, y, sin
em bargo, afina la capacidad de observ ación,
descubr iendo los punt os m ás
im por t ant es y el m odo com o encont r ar les r espuest a. Las uñas de un indiv iduo, las
m angas de su chaquet a, sus bot as, la rodiller a de los pant alones, la callosidad de
los dedos pulgar e índice, la ex pr esión facial, los puños de su cam isa, t odos est os
det alles, en fin, son pr endas personales por donde clar am ent e se r ev ela la pr ofesión
del hom bre observado. Que sem ej ant es elem ent os, puest os en j unt o, no ilum inen al
inquisidor com pet ent e sobr e el caso m ás difícil, r esult a, sin m ás, inconcebible.
Consider em os ot ra v ez cóm o deduce Holm es la est ancia de Wat son en Afganist án.
Cuando det alla los elem ent os que le han per m it ido pr ecisar dónde había ser v ido
Wat son, m enciona, en un ej em plo ent re m uchos, el hecho de que est é bronceado
en Londr es —algo que, sin duda, no es r epresent at iv o del clim a de la ciudad— y que
debe de haber adquir ido ese br onceado en ot r o lugar que no puede haber sido sino
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t r opical. Su r ostr o, sin em bargo, est á dem acr ado. De ello se despr ende que su v iaj e
no ha sido de placer , m ás bien al cont r ar io. ¿Y su por t e? Una r igidez poco nat ural en
un br azo que solo se puede deber a una herida.
Tr ópicos, aspect o dem acrado, her ida: unám oslo t odo com o piezas de una im agen
m ás grande, y voilà, Afganist án. Cada obser vación se hace en el cont ext o de las
dem ás, no com o un elem ent o aislado, sino com o algo que cont r ibuye a un t odo
int egr al. Holm es no se lim it a a obser v ar . Cuando lo hace se plant ea las pr egunt as
adecuadas a esas obser vaciones, las pr egunt as que le per m it ir án conj ugar lo t odo,
deducir el océano de la gota de agua. No t enía por qué saber nada de Afganist án en
concr et o para saber que Wat son venía de una guer r a; podr ía haber dicho algo
par ecido a «por lo que veo, viene ust ed de un país en guerr a». Est á clar o que no
suena t an im presionant e, pero la int ención es la m ism a.
En cuant o a la profesión, la cat egor ía m édico pr ecede a la de m édico m ilitar : la
subcat egor ía siem pr e v a después de la categor ía, nunca al r ev és. Y en cuant o a lo
de m édico, es una deducción m uy pr osaica sobr e la pr ofesión de una per sona por
par t e de alguien que se pasa la v ida ocupándose de lo espectacular . Pero pr osaico
no quier e decir er r óneo. Com o ver em os en ot r as explicaciones de Holm es, sus
deducciones sobr e pr ofesiones r ar a v ez t ienen que v er con lo esot ér ico —salv o que
haya una buena razón— y se ciñen a elem ent os m ás com unes basados firm em ent e
en la obser vación y los hechos, no en r um or es o conj et uras. Es evident e que la
pr ofesión de m édico es m ucho m ás com ún que, por ej em plo, la de det ect iv e, y eso
Holm es lo sabe m uy bien. Cada obser vación se debe int egr ar en una base de
conocim ient os ya exist ent e. En realidad, si Holm es se encont rara consigo m ism o
est á clar o que no adiv inar ía su pr opia profesión. Después de t odo, es el único
«det ect iv e asesor » del m undo que se pr esent a a sí m ism o com o tal. Cuando es
necesar io plant ear las pr eguntas adecuadas, la t asa de fr ecuencia de algo com o una
pr ofesión dent r o de la población gener al t iene su im por t ancia.
Así que ahí t enem os a Wat son, un m édico que ha venido de Afganist án. Com o el
m ism o Wat son dice, t odo es m uy sencillo cuando vem os los elem ent os que han
llev ado a la conclusión. ¿Cóm o podem os apr ender a llegar a est a clase de
conclusiones por nuest ra cuent a?
La clav e es una sola palabra: at ención.
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1 . Pr e st a r a t en ción n o t ie ne na da de e le m e n t a l
Cuando Holm es y Wat son se ven por prim er a vez, Holm es deduce correct am ent e y
al inst ant e la hist or ia de Wat son. Per o ¿y las im pr esiones de Wat son? En pr im er
lugar , sabem os que pr est a poca at ención al hospit al cuando ent r a en él par a
conocer a Holm es. «Siéndom e el ter r eno fam iliar —nos dice—, no pr ecisé guía para
seguir m i it in er ar io.»
Cuando ent ra en el labor at or io ve a Holm es. Y la pr im er a im pr esión de Wat son es
de sorpr esa cuando Holm es le est r echa la m ano «con una fuer za que su aspect o
casi desm ent ía». La segunda im pr esión t am bién es de sor pr esa ant e el ent usiasm o
de Holm es por la r eacción quím ica que ex plica a los r ecién llegados. La t er cer a es la
pr im er a obser v ación r eal de un r asgo físico de Holm es: «Eché de v er que [ t enía la
m ano] m ot eada de par ches sim ilar es y descolor ida por el efect o de ácidos fuer t es».
Las dos pr im eras son m ás pr e im pr esiones que obser v aciones y est án m ucho m ás
cer ca del j uicio inst int iv o pr econscient e del desconocido, com o el de Mar y Mor st an
del capít ulo ant er ior . ¿Por qué no iba Holm es a ser fuer t e? Par ece que Wat son se ha
pr ecipit ado al pr esuponer que se par ecer ía a un est udiant e de m edicina, alguien que
no suele est ar asociado a pr oezas físicas. ¿Y por qué Holm es no se iba a
ent usiasm ar ? Com o antes, Wat son ya ha proyect ado su idea de lo que es
int er esant e y lo que no en un desconocido. La t er cera es una obser v ación par ecida a
las que Holm es ha hecho sobr e Wat son y que le han llev ado a deducir que había
ser v ido en Afganist án, aunque Wat son solo la hace porque Holm es dir ige a ella su
at ención al poner se «un pedacit o de par che» sobr e un pinchazo en un dedo,
haciendo un com ent ar io al r espect o: «He de andar con t ient o —ex plica—, porque
m anej o venenos con m ucha frecuencia». Al final result a que Wat son no hace est a
obser v ación, la única ver dadera, hast a que Holm es se la señala.
¿Y por qué est a falt a de conciencia, est a ev aluación super ficial y subj et iv a? Wat son
nos da una r espuest a cuando enum era sus defect os a Holm es: después de t odo,
¿no deber ían dos posibles com pañer os de piso saber lo peor de cada cual? «Me
declar o, en fin, per ezoso en ex t r em o», dice. En siet e palabras vem os la esencia de
t odo el problem a. Per o Wat son no es el único con est e defect o, ni m ucho m enos. La
m ay or ía de nosotr os adolecem os de él, al m enos cuando se trat a de pr est ar
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at ención. En 1540, Hans Ladenspelder , un gr abador, t er m inó una calcogr afía que
iba a for m ar par t e de una ser ie de siet e: una m uj er con el codo apoyado sobr e un
pilar , los oj os cerr ados y la cabeza apoyada en la m ano izquier da. Por det r ás de
ella, a la alt ur a del br azo, asom a la cabeza de un asno. El t ít ulo del gr abado es
Acedia y la ser ie recibe el nom bre de Los siet e pecados m ort ales.
Acedia es sinónim o de per eza. Es la indolencia de la m ent e que el diccionar io define
com o «falt a de ganas de m over se, de volunt ad para t rabaj ar , de ánim o o de
im pulso». Es lo que los benedict inos llam an «dem onio del m ediodía», el espír it u del
alet ar gam ient o que ha t ent ado a tant os m onj es a pasar las horas sin hacer nada en
lugar de dedicar se a la labor espir it ual. Hoy podr ía pasar por t rast or no por déficit de
at ención, t endencia a la dist r act ibilidad, poco azúcar en sangr e o cualquier ot r a
et iquet a que elij am os para est a m olest a y per sist ent e incapacidad de cent r ar nos en
lo que debem os hacer.
Con independencia de que la considerem os un pecado, una t ent ación, un hábit o
m ent al o una enfer m edad, la cuest ión es la m ism a: ¿por qué cuest a t ant o pr est ar
at ención?
No es necesar iam ent e por culpa nuest ra. Com o descubr ió el neur ólogo Mar cus
Raichle t r as decenios est udiando el cer ebr o, la m ent e est á hecha para v agar. Vagar
es su est ado nat ural. Siem pr e que los pensam ient os se suspenden ent r e act iv idades
concr et as dir igidas a obj et iv os, el cer ebr o vuelv e a un est ado de «línea base» o de
«r eposo», aunque no debem os dej ar que est a palabra nos engañe, porque el
cer ebr o no r eposa nunca. Al cont r ar io, m ant iene una act iv idad tónica en lo que hoy
r ecibe el nom br e de «r ed del m odo por defect o» o RMD, que se ex t iende por la
cor t eza cingulada post er ior , los pr ecuneos adyacent es y la cor t eza pr efr ont al
m edial. Est a act iv ación de línea base indica que el cer ebr o r eúne infor m ación
const ant em ent e t ant o del m undo ext erior com o de los est ados int ernos y, m ás aún,
que super v isa t oda esta infor m ación en busca de indicios de algo digno de at ención.
Y si bien est e est ado de aler t a podr ía ser út il desde el punt o de v ist a de la ev olución
porque nos per m it e det ect ar
posibles depr edador es,
pensar
en abst r act o y
planificar , t am bién significa algo m ás: que la m ent e est á hecha par a v agar , que su
est ado nat ur al es ese, que cualquier ot r a cosa ex ige un act o de v olunt ad.
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La im por tancia que hoy se da a la capacidad de r ealizar m uchas cosas a la v ez —a
la m ult it area— encaj a bast ant e bien en est a t endencia nat ur al, pero con frecuencia
lo hace de una m aner a fr ust r ant e. Cada est ím ulo nuev o, cada nuev a ex igencia que
plant eam os a la at ención es com o si fuer a un depr edador : «Vaya—dice el cer ebr o—,
quizá pr est e at ención a eso en lugar de aquello», y luego apar ece alguna cosa m ás.
Podem os dej ar que nuest r a m ent e v ague sin cesar , per o el r esult ado suele ser que
pr est am os at ención a todo y a nada. Y aunque la m ent e est é hecha para v agar , no
lo est á par a cam biar de act iv idad a la v elocidad que nos ex ige la v ida m oder na. La
idea er a que est uviér am os list os par a act uar , per o no con tant as cosas a la v ez ni
en t an rápida sucesión.
Veam os ot r a vez cóm o pr est a at ención Wat son —o no, según el caso— cuando se
encuent r a por pr im era v ez con Holm es. No es que no vea nada. Obser va «t oda
[ clase] de fr ascos que se alineaban a lo largo de las par edes o yacían desper digados
por el suelo. Aquí y allá apar ecían unas m esas baj as y anchas er izadas de r et or t as,
t ubos de ensay o y pequeñas lám par as Bunsen con su azul y ondulant e lengua de
fuego». Muchos det alles, per o nada que t enga im por t ancia par a lo que le int er esa:
elegir un posible com pañer o de piso.
La at ención es un recurso lim it ado. Prest ar at ención a una cosa va necesariam ent e
en det r im ent o de ot r a. Dej ar que t odo el equipo cient ífico del labor at or io acapar e la
m ir ada im pide obser v ar ot ras cosas im por tant es sobr e el hom br e que hay allí. No
podem os dedicar la at ención a m uchas cosas al m ism o t iem po y esper ar que
funcione al m ism o niv el que si solo nos cent r áram os en una act ividad. No es posible
que dos t ar eas ocupen por igual el pr im er plano de la at ención. I nev it ablem ent e, la
at ención se acabar á condensando en una, y la ot ra —o las otr as— se acabarán
conv ir t iendo en un r uido ir r elev ant e, en algo que se debe filt r ar . O, peor aún, no se
fij ar á en ninguna y t odo se conv er t ir á en r uido: un poco m ás clar o, sí, per o r uido al
fin y al cabo.
Para v er lo m ej or voy a pr esent ar al lect or una ser ie de fr ases. Le pido que con cada
una haga dos cosas: pr im er o, que m e diga si t iene sent ido o no escr ibiendo una «S»
para sí o una «N» para no; y segundo, que m em or ice la últ im a palabr a de cada
fr ase par a que las escr iba en or den al acabar de leer las t odas. No deber á dedicar
m ás de cinco segundos a cada fr ase, lo que incluye leer la, decidir si t iene sent ido o
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no y m em or izar la últ im a palabr a. ( Si lo desea puede usar un r eloj de cocina que
em it a un pit ido cada cinco segundos, buscar uno en I nt ernet o hacerlo a oj o lo
m ej or que pueda.) Por cier t o, volv er a leer una fr ase es t r am pa. Lo m ej or es
im aginar que cada enunciado desapar ece en cuant o se ha leído. ¿Pr epar ado?
Le pr eocupaba pasar calor y se puso el chal.
Conduj o por el cam ino con baches que bor deaba el m ar.
Cuando am pliem os la casa pondr em os un pat o de m adera.
Los t rabaj ador es supier on que no est aba cont ent o al v er lo sonr eír .
El lugar es t an laber ínt ico que cuest a encont r ar la ent rada.
La niña m iró los j uguet es y se puso a j ugar con la m uñeca.
Ahor a pido al lect or que escr iba la últ im a palabr a de cada fr ase en orden. Y r epit o
que no vale leer las ot ra vez.
¿Ya est á? Sepa el lect or que acaba de r ealizar una t ar ea de ver ificación de fr ases a
int er v alos fij os. ¿Cóm o ha ido? Supongo que al pr incipio bien, per o puede que no
haya sido t an sencillo com o par ecía a pr im er a v ist a. El t iem po m áxim o est ipulado
puede dificult ar la t ar ea, igual que la necesidad no solo de leer , sino t am bién de
ent ender cada frase par a poder la v er ificar: en lugar de cent r ar la at ención en la
últ im a palabr a debem os procesar el significado de la oración com o un t odo. Cuant as
m ás fr ases hay a, m ás com plej a será la tar ea y m ás difícil ser á decidir si t ienen
sent ido o no; y cuant o m enos t iem po t engam os para cada una, m enos pr obable
ser á que podam os r ecordar las palabr as finales, sobr e t odo si no las podem os volv er
a leer .
Con independencia de las palabr as que el lect or haya r ecor dado, hay var ias cosas
que le puedo decir . La pr im er a es que si le hicier a v er las fr ases una por una en una
pant alla de or denador —sobr e t odo las que m ás dificult an la t ar ea de r ecor dar la
palabr a final por ser m ás com plej as o est ar m ás cer ca del final de la list a— es m uy
pr obable que pase por alt o cualquier otr a let r a o im agen que apar ezca m uy
br ev em ent e en la pant alla: los oj os la v erán, per o el cer ebr o estará t an ocupado
ley endo, pr ocesando y m em or izando que no la capt ar á. Y hará bien en no hacer lo,
porque el lect or se habr ía dist r aído al t om ar not a de ellas y no habr ía hecho la t ar ea
asignada.
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Recor dem os al policía de Est udio en escarlat a que no ve al cr im inal por que est á
dem asiado ocupado obser v ando la act iv idad en la casa. Cuando Holm es le pr egunta
si la calle seguía «despej ada de gent e», Rance ( el policía) r esponde: «De gent e út il,
sí». Per o r esult a que t enía al cr im inal j ust o delant e y no lo había v ist o por que no
sabía obser v ar . En lugar de al sospechoso había v ist o a un borr acho y no obser v ó
ninguna incongr uencia o coincidencia que le hicier a pensar lo cont rar io por que
dedicaba t oda su at ención a su «ver dader a» m isión, ex am inar la escena del cr im en.
Est e fenóm eno r ecibe el nom br e de «ceguer a por falt a de at ención»: el hecho de
cent r ar se en un elem ent o de una escena hace que desapar ezcan los elem ent os
r est ant es; yo pr efier o llam ar lo «inat ención at ent a». Est e concept o fue int r oducido
por Ulr ic Neisser , uno de los fundador es de la psicología cognit iv a. Neisser obser v ó
que si m ir aba por el cr ist al de una v ent ana en el cr epúsculo podía fij ar se en el
m undo ex t er ior o en el r eflej o de su despacho en el cr ist al. Per o no podía pr est ar
at ención a las dos cosas a la vez porque una se im ponía a la ot r a en un f enóm eno al
que llam ó «obser vación select iv a».
Más adelant e, en el labor at or io, obser v ó que los suj et os que veían dos v ídeos
super puest os en los que unas per sonas llev aban a cabo unas act iv idades m uy
dist int as —por ej em plo, en un v ídeo j ugaban a car t as y en el ot r o a baloncest o—
podían seguir fácilm ent e la acción de uno de los dos v ídeos, per o pasaban
t ot alm ent e por alt o cualquier cosa sorprendent e que ocur r ier a en el ot r o. Por
ej em plo, si se fij aban en el baloncest o, no v eían que los que j ugaban a car t as de
r epent e se lev ant aban par a est r echar se la m ano. Er a algo par ecido a la audición
select iva —un fenóm eno descubiert o en la década de los cincuent a por el que si una
per sona escucha una conv er sación por un oído no capta nada de lo que se dice por
el ot r o— aunque a una escala en pr incipio m ucho m ay or , por que ahora se aplicaba
a var ios sent idos en lugar de a uno solo. Desde ese día est e fenóm eno se ha
dem ostrado infinidad de v eces con elem ent os v isuales añadidos t an ex ager ados
com o per sonas disfrazadas de gor ila, payasos en m onociclo y, en un caso de la v ida
r eal, un cier vo en m edio de la car r et era: los suj et os no los ven aunque los m ir en
direct am ent e.
Da un poco de m iedo, ¿ver dad? Y deber ía dar lo por que indica que podem os elim inar
par t es ent er as de nuest r o cam po visual sin ser conscient es de ello. Holm es
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r epr endió a Wat son por v er sin obser v ar. Per o pudo haber ido un poco m ás allá
porque, en ocasiones, ni siquiera vem os.
Y t am poco hace falt a que est em os r ealizando una t ar ea cognit iv a ex igent e para
dej ar que el m undo pase de lar go sin dar nos cuent a. Por ej em plo, cuando est am os
de m al hum or v em os lit er alm ent e m enos que cuando est am os alegr es: la cor t eza
v isual r ecibe m enos dat os del m undo ex t er ior . Podr íam os ver la m ism a escena en
dos ocasiones, una un día en que t odo nos ha ido bien y ot ra en uno de esos días en
que t odo sale m al, y nos fij ar íam os en m enos cosas —y el cer ebr o r ecibir ía m enos
dat os— en el segundo.
El hecho es que si no pr est am os at ención no podem os ser realm ent e conscient es.
No hay excepciones que valgan. Y sí, puede que la conciencia solo ex ij a una
at ención m ínim a, per o el hecho es que la ex ige. No hay nada que suceda de un
m odo t ot alm ent e aut om át ico. No podem os ser conscient es de algo si no le
pr est am os at ención.
Volv am os unos inst ant es a la t ar ea de ver ificación de fr ases. Neisser dir ía que nos
habr em os per dido el cr epúsculo por habernos fij ado dem asiado en el r eflej o de la
v ent ana, per o tam bién se ha dado ot ro efect o: cuant o m ás esfuer zo hayam os
dedicado a pensar , m ás se nos habr án dilat ado las pupilas. La m edida en que se
dilat an las pupilas de una persona r eflej a su esfuer zo m ent al: los accesos que hace
a la m em or ia, su facilidad par a r ealizar la t ar ea, su r it m o de cálculo y hast a la
act iv idad neur onal del locus coer uleus, que nos dir á si es pr opensa a cont inuar o
abandonar ( el locus coeruleus, un núcleo del t ronco del encéfalo que es la única
fuent e del neur ot r ansm isor nor adr enalina en el cer ebr o, par t icipa en la r ecuper ación
de r ecuer dos, en una var iedad de síndr om es de ansiedad y en el pr ocesam ient o de
la at ención select iva) .
Por ot r o lado, la im por t ancia —y la efect iv idad— del ent r enam ient o, de la pr áct ica
int ensa, es abr um adoram ent e clar a. Si r ealizár am os con bastant e fr ecuencia la
t ar ea de ver ificación de fr ases —com o hicier on algunos suj et os— el diám et r o de
nuest r as pupilas se ir ía r educiendo de m aner a gr adual, nuestr o r ecuer do ser ía m ás
nat ur al y , m ilagr o de los m ilagr os, per cibiríam os las let r as, las im ágenes o lo que
fuer a que ant es no habíam os vist o y nos pregunt ar íam os cóm o es posible que no lo
hayam os vist o ant es. Lo que ant es er a difícil y com plicado se habr á hecho m ás
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nat ur al, m ás habit ual, m ás fluido; en otr as palabr as, m ás fácil. Lo que ant es par ecía
exclusivo del sist em a Holm es se habr á ido ext endiendo por el sist em a Wat son. Y
t odo gracias a un poco de pr áct ica, a un sim ple cam bio de hábit os. Y es que si
nuest r o cer ebr o se lo propone, puede apr ender con rapidez.
El t r uco consist e en r epet ir un m ism o pr oceso, en dej ar que el cer ebr o est udie,
apr enda y haga con fluidez lo que ant es er a ar duo. Per o ya no m e r efier o a algo t an
poco «nat ural» com o la t ar ea cognit iv a de v er ificación de fr ases, sino a algo básico
y que hacem os constant em ent e, sin pensarlo m ucho, sin pr est ar le at ención: algo
com o m irar y pensar .
Según Daniel Kahnem an, el sist em a Wat son —al que él llam a sist em a 1— es m uy
difícil de «adiest r ar »: le gust a lo que le gust a, confía en lo que confía, y punt o. Su
solución es hacer que el sist em a 2 —el sist em a Holm es— se encargue de t odo
pr escindiendo del sist em a 1. Por ej em plo, al buscar un candidat o para un puest o de
t r abaj o, en lugar de fiar nos de nuest r a im pr esión, una im pr esión que, com o hem os
v ist o, se for m a al cabo de unos m inut os de haber conocido a alguien, usar em os una
list a de car act er íst icas. Y cuando hagam os el diagnóst ico de un pr oblem a, ya sea un
pacient e enfer m o, un vehículo aver iado, un bloqueo de escr it or o cualquier otr o
pr oblem a de la v ida cot idiana, escr ibir em os una list a de los pasos que hem os de
seguir en lugar de fiar nos de nuest r o «inst int o». Las list as, las fór m ulas y los
m ét odos est r uct ur ados son la m ej or opción, al m enos para Kahnem an.
¿Y cuál ser ía la solución de Holm es? Pues hábit o, hábit o y m ás hábit o. Y, adem ás,
m ot ivación. Hagám onos expert os en las clases de decisiones u observaciones en las
que quer am os dest acar . ¿Adiv inar la pr ofesión de la gent e, seguir el hilo de sus
r eflex iones, infer ir sus em ociones y pensam ient os a par t ir de su conduct a? Per fect o.
Per o t am bién podr ían ser cosas que fueran m ás allá del ám bit o de un det ect iv e,
com o apr ender a det erm inar de un v ist azo la calidad de la com ida o el m ej or
m ovim ient o en una par t ida de aj edr ez, o dist inguir a par t ir de un solo gest o la
int ención de un adversar io en el fút bol, en el póquer o en una r eunión de negocios.
Si som os m uy select iv os en cuant o al obj et iv o ex act o que quer em os logr ar ,
r educir em os las pr obabilidades de que el sist em a Wat son «la fast idie». Lo m ás
im por t ant e es que el adiest r am ient o sea select iv o y adecuado, y que v aya
acom pañado de m ot iv ación y deseo de dom inar los pr ocesos de pensam ient o.
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Nadie dice que sea fácil. Y es que la at ención nunca es libr e: siem pr e t iene algo en
que posar se. Y cada vez que le ex igim os algo m ás —com o escuchar m úsica al
pasear , consult ar el cor r eo elect r ónico m ient r as t rabaj am os o seguir v ar ios canales
de not icias por I nt er net al m ism o t iem po— r educim os la que se cent r a en algo dado
y con ello r educim os nuest r a capacidad de ocupar nos de ese algo de una m aner a
conscient e y product iva.
Adem ás, nos agotam os. La at ención es un r ecur so no solo lim it ado, sino tam bién
finit o. Podem os apurar la hast a cier t o punt o ant es de que necesit e un r eset . El
psicólogo Roy Baum eist er usa la analogía de un m úsculo par a ilust r ar el aut ocont r ol,
una analogía t am bién m uy adecuada par a la at ención: al igual que un m úsculo, la
capacidad de aut ocontr ol solo da par a cier t a cant idad de esfuer zo y se acabará
fat igando si la usam os dem asiado. Un m úsculo se debe r ecuper ar con glucosa y un
r at o de descanso ( y aunque la ener gía de Baum eist er no es m et afór ica, una char la
de ánim o nunca va m al) . De lo cont r ar io, el r endim ient o dism inuir á. Y sí, el m úsculo
ganar á en volum en cuant o m ás se ut ilice ( el aut ocont r ol o la capacidad de at ención
m ej or ar án y podr em os ej er cit ar los durant e m ás t iem po y en t ar eas m ás difíciles) ,
pero ese aum ent o tam bién t endr á un lím ite aunque lo elevem os consum iendo
anabolizant es ( que son al ej er cicio lo que las anfet am inas a la at ención) . Por ot ro
lado, cuando dej em os de hacer ej er cicio el m úsculo volv er á a su v olum en ant er ior .
2 . M ej ora r n ue st ra ca pa cida d de a t en ción n a t ur a l
I m aginem os que Sher lock Holm es y el doctor Wat son est án de visit a en Nueva Yor k
( no es t an descabellado: su cr eador v iv ió m om ent os m em or ables en esa ciudad) y
que deciden subir al m ir ador que hay en lo alt o del Em pir e St at e Building. Cuando
llegan se les acer ca un desconocido que les pr opone un r et o m uy ex t r año. ¿Cuál de
los dos ser á capaz de div isar ant es que el ot r o un avión en pleno v uelo? Pueden
hacer uso de los cat alej os del m ir ador —el desconocido incluso les da un buen
m ont ón de m onedas— y dir igir la v ist a hacia donde les plazca. ¿Cóm o acom et er án
Holm es y Wat son la m isión?
No par ece una t ar ea m uy difícil: un av ión es com o un av e m uy gr ande y el Em pir e
St at e es un edificio m uy alt o desde el que se puede ver t odo el cielo. Per o si
quer em os ser los pr im er os en ver un avión, la cosa no es tan sencilla com o
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plant ar nos ahí de pie y m ir ar hacia arr iba. ¿Y si el av ión v uela m uy baj o? ¿Y si est á
al ot r o lado del m ir ador ? ¿Y si usár am os alguno de los cat alej os en lugar de est ar
parados com o t ont os m ir ando a sim ple vist a? La verdad es que hay m uchos «y
si...», y la m ej or m aner a de afr ont ar los es ver los com o sim ples decisiones
est r at égicas.
I m aginem os prim er o cóm o encarará Wat son la t ar ea. Com o ya sabem os, es una
per sona m uy enér gica y act úa con r apidez. Y t am bién le gust a m ucho com pet ir con
Holm es: en m ás de una ocasión int ent a dem ostrar que él t am bién puede «j ugar » a
ser det ect iv e; nada le com placer ía m ás que ganar a Holm es en su t er r eno. Así pues,
est oy segur a de que har á algo par ecido a est o. No dedicar á ni un m om ent o a
r eflex ionar ( ¡el t iem po vuela! , m ej or actuar con rapidez) . Trat ar á de abar car t anto
cielo com o pueda ( « ¡podr ía v enir por cualquier lado, y no quier o ni im aginarm e que
Holm es lo vea ant es, eso segur o!) , y es m uy pr obable que no dej e de m et er
m onedas en t odos los catalej os que pueda m ient r as ot ea el hor izont e cor r iendo de
uno a otr o. Y su ansia por div isar un avión ser á t al que, sin duda, habrá m ás de una
falsa alar m a ( « ¡ahí est á... no, es un páj ar o! ) . Adem ás, con tant o corr er se quedará
sin alient o enseguida. «Est o es horr or oso —pensará—. Me he quedado sin alient o.
Y, tot al, ¿par a qué? ¿Por un m aldit o avión?» Por su bien, esper em os que pr ont o
apar ezca alguno.
¿Y qué hará Holm es? Est oy segura de que, pr im ero, se orient ará t eniendo en cuent a
la sit uación de los aer opuer t os y det er m inar á la dir ección m ás pr opicia para v er un
av ión. Hasta puede que t enga en cuent a la pr obabilidad r elat iv a de v er un av ión que
despegue o at err ice en función de las r ut as m ás probables a esa hora. Luego se
sit uar á en el lugar m ás idóneo para obser var la zona elegida, quizá m et iendo alguna
m oneda en un cat alej o —por si acaso— par a echar algún que ot r o vist azo y
asegurar se de que no se le pasa nada. No se dej ar á engañar por ningún páj ar o ni
por la som br a de una nube baj a. No se apr esur ar á. Y adem ás de m ir ar puede que
escuche por si oye el r uido de algún av ión que se apr oxim e. Hasta puede que huela
y sient a el air e por si hubier a un cam bio en la dir ección del v ient o y le llegar a un
t ufillo a quer oseno. Mient r as, no dej ar á de fr ot ar se sus fam osas m anos de lar gos
dedos pensando: «Pr ont o, pr ont o apar ecer á. Y sé ex act am ent e por dónde».
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¿Cuál de los dos ganar ía? Está clar o que el azar t am bién int er v iene y que cualquier a
de los dos podr ía t ener suer t e. Per o, dej ando de lado el azar , est oy segur a de que
ganar ía Holm es. Aunque, a pr im er a v ist a, su est r at egia puede par ecer m ás lent a,
m enos r esuelt a y, sin duda, m enos exhaust iva que la de Wat son, en r ealidad es la
m ej or .
Nuest r o cer ebro no es t ont o. Som os m uy capaces de act uar con eficacia la m ay or
par t e del t iem po a pesar de t odos nuest r os sesgos cognit iv os. Y si t enem os unas
apt it udes at encionales «w at sonianas» es por alguna razón. No lo per cibim os todo —
cada sonido, cada olor, cada im agen, cada cont act o— porque acabar íam os locos ( en
r ealidad, la incapacidad de filt r ar lo que se per cibe es t ípica de m uchos t r ast or nos
m ent ales) . Y a Wat son no le falt aba r azón cuando se ha dicho: « ¿Buscar un avión?
¡Segur o que hay cosas m ej or es a las que dedicar el t iem po! ».
Per o el pr oblem a no es t anto la falt a de atención com o el hecho de que la at ención
no sea conscient e —recordem os el significado de m indfulness— y dir igida. En la v ida
cot idiana el cerebr o decide en qué cent rarse sin m ucha int ervención conscient e por
nuest r a par t e. Por eso debem os apr ender a decir le qué debe filt r ar y cóm o filt r ar lo
en lugar de dej ar que lo decida él siguiendo la v ía que cr ee m ás fácil.
Allí en lo alt o del Em pir e St at e Build ing, obser vando en silencio el cielo en busca de
un avión, Sherlock Holm es nos ha ilust rado los cuat ro elem ent os que m ás pueden
ay udar nos a logr ar est e obj et iv o: select iv idad, obj et iv idad, inclusión y dedicación.
1. SELECTI VI DAD
I m aginem os que un hom br e de cam ino a la oficina pasa por delant e de una
past eler ía. El ar om a de canela hace pr esa en él y se det iene. Vacila. Mir a el
escapar at e. Ese r elucient e glaseado. Esos bollos calient es y cr em osos. Esas
r osquillas dor adas con un lev e t oque de azúcar . Ent ra. Pide un bollo de canela. «Ya
haré r égim en m añana —piensa—. Solo se vive una vez. Hoy es una excepción. Hace
un frío t rem endo y dent ro de una hora t engo una r eunión com plicada.»
Ahor a r ebobinem os y v olv am os a em pezar . De cam ino a la oficina, un hom br e pasa
por delant e de una past eler ía. Not a el olor a canela. «Huele a canela —piensa—. A
v er si hay algo con nuez m oscada.» Se det iene. Vacila. Mir a el escapar at e. Ese
glaseado azucarado y grasient o, que v et e a saber los at aques al cor azón que habr á
causado. Esos bollos chor r eando m ant equilla... Bueno, segur o que es m argar ina, y
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y a se sabe que con eso no se hacen buenos bollos. Y esas r osquillas r equem adas
que luego t e sient an com o un t ir o y t e pr egunt as por qué t e las habr ás com ido. «No
hay nada que v alga la pena», se dice. Y se v a apr et ando el paso par a llegar a la
r eunión. «Ya t endr é t iem po de t om arm e un café ant es de que em piece.»
¿Qué ha cam biado ent r e una escena y ot r a? En pr incipio, nada v isible. La
infor m ación sensor ial es la m ism a. Per o la act it ud m ent al de nuest r o pr ot agonist a sí
que ha cam biado y ese cam bio ha incidido en su r eacción al pasar fr ent e a la
past eler ía. Ha procesado la infor m ación de ot r a m anera y ha cent r ado su at ención
en ot ras cosas: la int eracción ent re su m ent e y el ent or no ha sido diferent e.
Nuest r a v ist a es m uy select iv a: la r et ina capt a cer ca de diez m il m illones de bit s por
segundo de inform ación v isual, per o al pr im er niv el de la cor t eza visual solo llegan
unos diez m il y únicam ent e un 10% de las sinapsis de esta r egión se dedican a la
infor m ación v isual. En gener al, el cer ebr o recibe a t r avés de los sent idos unos once
m illones de dat os sobr e elem ent os del ent or no en cada inst ant e. Y de t odos ellos,
solo pr ocesam os conscient em ent e unos cuar ent a. Est o significa que «vem os» m uy
poco de lo que nos rodea y que lo que llam am os «ver de una m anera obj et iv a» es
m ás bien un filt r ado select iv o; adem ás, el est ado de ánim o, el hum or , los
pensam ient os, la m ot ivación y los obj etivos que podam os t ener en cualquier
m om ent o dado pueden hacer que el filt r ado sea m ás select iv o de lo habit ual.
Así se ex plica el «efect o de las fiest as», cuando oím os que alguien dice nuest r o
nom br e ent r e t oda la algar abía. O la t endencia a per cibir lo que acabam os de
pensar o saber , com o la m uj er que tr as saber que est á em bar azada em pieza a v er
m uj er es em bar azadas por doquier , o com o la gent e que r ecuer da los sueños que
par ecen cum plir se ( y se olvida de t odos los dem ás) , o com o la que ve el núm er o
once en t odas par t es después del 11- S. Per o el ent or no no ha cam biado: no es que
de r epent e haya m ás m uj er es em bar azadas, m ás sueños pr ofét icos o m ás casos de
un núm er o dado; lo que ha cam biado es nuest r o estado. Tendem os a v er m ás
coincidencias por que les pr est am os m ás atención y olv idam os las m uchas ocasiones
en que no se han producido. Com o com entaba con cinism o un gurú de Wall St reet ,
para que alguien sea t enido por un visionar io bastará con que siem pr e haga dos
pr edicciones cont r adict or ias. La gent e r ecordará las que se han cum plido y olv idar á
m uy pront o las que no.
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La m ent e hum ana es com o es por una r azón. Si el sist em a Holm es act uar a
const ant em ent e ser ía agotador y , adem ás, poco pr oduct iv o. Filt r am os tant as cosas
del ent or no por que par a el cer ebr o no son m ás que r uido. Si int ent ár am os captar lo
t odo acabar íam os m al. Recordem os que, par a Holm es, el desván del cer ebro es un
espacio valiosísim o. Usém oslo con cuidado y sensat ez. En ot ras palabras: seam os
select ivos con nuest ra at ención.
A pr im er a v ist a est o puede par ecer contr adict or io: ¿no est am os hablando de pr estar
m ás at ención? Sí, per o debem os dist inguir ent r e cant idad y calidad. Quer em os
apr ender a pr est ar at ención m ej or, a ser m ej or es obser vador es, per o no podr em os
conseguirlo prest ando at ención a t odo sin pensar. Es cont raproducent e. El secret o
est á en dir igir la at ención de una m anera conscient e. Y la clav e par a ello es la
act it ud m ent al.
Holm es lo sabe m ej or que nadie. Sí, puede per cibir en un inst ant e los det alles del
at uendo y el port e de Wat son o t odo lo que cont iene una habit ación. Pero no es
pr obable que se fij e en el t iem po que hace o en que Wat son ha salido del
apart am ent o y ha vuelt o a ent rar . No es raro que Wat son le com ent e que est á
cayendo una buena t orm ent a y que Holm es levant e la m irada y le diga que no se ha
dado cuent a. Y en la ser ie Sherlock de la BBC, Holm es se queda hablando en
m uchas ocasiones con la par ed por que no se ha dado cuenta de que Wat son se ha
ido.
Sea cual sea la sit uación, pregunt arnos cuál es nuest ro obj et ivo concret o nos
ay udar á a apr ovechar al m áx im o nuest r os lim it ados r ecur sos at encionales. Es m uy
par ecido a pr eact iv ar la m ent e con los obj et iv os y pensam ient os que de ver dad son
im por t ant es dejando en un segundo plano los que no lo son. ¿Percibe nuest ro
cer ebr o el ar om a agr adable o la gr asa? ¿Se cent r a en el br onceado de Wat son o en
el t iem po que hace fuer a?
Holm es no t eor iza ant es de t ener los dat os, es ver dad. Per o elabora un plan de
at aque m uy pr eciso definiendo sus obj et iv os y lo necesar io par a logr ar los. Por
ej em plo, en El sabueso de los Basker ville, cuando el doct or Mor t im er entr a en la
sala de est ar , Holm es y a sabe lo que quier e sacar de su encuent r o. Ant es de que
Mor t im er ent r e, dice a Wat son: « ¿Qué es lo que el doct or Jam es Mor t im er , el
cient ífico, desea de Sher lock Holm es, el det ect ive?» . Holm es aún no conoce al
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hom br e en cuest ión, per o ya sabe cuál ser á el obj et iv o de su obser vación. Ha
definido la sit uación ant es de que em piece ( y, adem ás, y a ha logr ado echar un
v ist azo al bast ón del doct or ) .
Cuando el m édico apar ece, Holm es se dispone de inm ediat o a aver iguar el pr opósit o
de su v isit a pr egunt ando por cada det alle del posible caso, por las per sonas
im plicadas, por las cir cunst ancias. Pr egunt a por la ley enda de la fam ilia Basker v ille,
por su m ansión, por los vecinos, por quienes cuidan de sus pr opiedades y por la
r elación del doct or m ism o con la fam ilia. Hasta se hace tr aer un m apa de la zona
para r eunir t odos los dat os, incluyendo los que puedan no haber salido en la
ent revist a. En r esum en, dedica t oda su at ención a cada elem ent o que t enga que ver
con el obj et iv o de at ender la pet ición del doct or Jam es Mor t im er.
Ent r e la v isit a del doct or y ya bien ent r ada la noche, el r est o del m undo ha dej ado
de ex ist ir . Com o Holm es dice a Wat son al t er m inar el día: «Mi cuer po se ha quedado
en est e sillón y, en m i ausencia, sient o com probarlo, ha consum ido el cont enido de
dos cafet eras de buen t am año y una incr eíble cant idad de tabaco. Después de que
ust ed se m ar char a pedí que m e env iar an de St am for d’s un m apa oficial de esa par t e
del páram o y m i espír it u se ha pasado t odo el día suspendido sobr e él. Cr eo est ar
en condiciones de r ecor r er lo sin per der m e».
Holm es ha visit ado Devonshire «en espírit u», pero no t iene noción de lo que ha
hecho su cuer po. Y no lo dice t ot alm ent e en br om a. Es m uy pr obable que no se
haya dado cuent a de lo m ucho que ha bebido o fum ado, ni de que el air e de la sala
se ha hecho t an ir r espir able que Wat son debe abr ir t odas las vent anas cuando
v uelv e. Hast a el hecho de que Wat son se haya ido ha sido par t e del «plan
at encional» de Holm es: le ha solicit ado ex pr esam ent e que se m ar char a del piso
para que no le dist r aj era con com entar ios innecesar ios.
Así pues, a pesar de la im agen popular que se t iene del det ect iv e, vem os que no se
da cuent a de t odo ni m ucho m enos. Pero sí que r epar a en t odo lo que t iene
im por t ancia para su obj et iv o. Y ahí r eside la clav e. En «Est r ella de Plat a», cuando
Holm es encuent r a una pist a que el inspect or ha pasado por alt o, le dice: «Si y o la
he descubier t o, ha sido porque la andaba buscando». Si no hubier a t enido una
r azón a pr ior i par a buscar la no se habr ía fij ado y, la v erdad sea dicha, t am poco
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habr ía t enido im por t ancia, al m enos para él. Holm es no pier de el t iem po en
cualquier cosa. Ut iliza su at ención de una m aner a est rat égica.
Tam bién nosotr os debem os det er m inar con clar idad nuest r o obj et iv o para saber qué
andam os buscando y dónde lo podem os hallar . Ya lo hacem os de form a nat ural en
sit uaciones donde el cer ebr o sabe que algo es im por t ant e sin necesidad de
decír selo. Volv am os a la fiest a del capít ulo 2, la de la persona desconocida que se
acer ca al gr upo donde char lam os con otros. Si m ir am os alr ededor ver em os m ás
gr upos que, com o el nuest r o, t am bién est án char lando. Char lar , char lar y m ás
char lar. Es agotador si nos param os a pensar lo: t odo el m undo char lando sin cesar.
Y es por eso que no hacem os caso de las ot ras conversaciones, que se conviert en
en r uido de fondo. Nuest r o cer ebr o sabe capt ar el ent or no y filt r ar lo en función de
sus necesidades y obj et ivos ( concret am ent e, de eso se encar gan las r egiones
dor sales y v ent r ales de la cor teza par iet al y fr ont al, que int er v ienen en el cont r ol de
la at ención dir igido a obj et iv os [ las par iet ales]
y guiado por est ím ulos [ las
fr ont ales] ) . En la fiest a, el cer ebro se cent ra en la conver sación que m ant enem os y
r educe el r est o a pur a cháchar a ( y eso que habrá algunas al m ism o volum en) .
Per o, de r epent e, hay una conv er sación que dej a de ser cháchar a y capta nuest r a
at ención. Podem os dist inguir cada palabra. Volv em os la cabeza y aguzam os la
at ención. Par ece que alguien ha dicho nuest ro nom bre o algo que sonaba m uy
par ecido. Ha sido una señal suficient e par a que nuest ro cer ebro se act iv e y se
concent r e: « ¡Aler t a! Ahí se ha dicho algo que t iene que ver conm igo». Es el clásico
efect o de las fiest as: oím os nuest r o nom br e y unos sist em as neuronales que
est aban en r eposo ent r an en acción. Ni siquier a hace falt a que int er v engam os.
La m ay or ía de las cosas no incor poran est a clase de señales par a aler t ar nos de su
significado o su im por t ancia. Debem os enseñar a nuest ra m ent e a act iv ar se com o si
oyer a nuest r o nom br e, per o en ausencia de un est ím ulo t an clar o. Com o dir ía
Holm es, debem os saber qué buscam os para poder hallar lo. En el caso del hom br e
que pasa por segunda v ez por delant e de la past eler ía, es m uy sim ple. Obj et iv o
concr et o: no com er pr oductos de esa t ienda. Elem ent os concr et os en los que fij ar la
at ención: los product os en sí ( ver sus aspect os negat ivos) , los olores ( fij arse en el
olor a café quem ado —o algo así— que sale por el ex t r actor que da a la calle) y el
ent orno en general ( fij ar la at ención en la reunión en lugar de los est ím ulos
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act uales) . No digo que sea fácil hacer lo, per o al m enos est á clar a la j erar quía de
pr ocesam ient o que se debe dar.
¿Y si se t r at a de t om ar una decisión, de solucionar un pr oblem a en el t r abaj o o de
algo aún m ás am or fo? El pr oceso es el m ism o. Cuando el psicólogo Pet er Gollw it zer
int ent ó det er m inar cuál er a la m ej or m aner a de hacer que una per sona se fij ar a
unas m et as y act uara par a logr ar las con la m ay or eficacia posible, descubr ió var ias
cosas que cont r ibuían a m ej orar la concentr ación y la act uación: a) planificar en el
sent ido de v er la sit uación com o un solo punt o de una línea t em por al m ás larga por
el que hay que pasar par a llegar a un fut uro m ej or ; b) concr et ar , es decir , fij ar las
m et as con la m ay or pr ecisión posible y cent r ar en ellas nuest r os r ecur sos
at encionales;
c) definir cont ingencias de la clase «si... ent onces», es decir,
consider ar det enidam ent e la sit uación y det er m inar qué har em os si la sit uación
v ar ía ( por ej em plo, si nos dam os cuent a de que nuest r a m ent e v aga cer r ar em os los
oj os, cont arem os hast a diez y volverem os a concent rarnos) ; d) ponerlo t odo por
escr it o en lugar de «t ener lo en la cabeza» con el fin de m axim izar nuest r o pot encial
y saber de ant em ano que no habrá que v olv er a em pezar de cer o; y e) pr ev er las
consecuencias negat iv as ( qué puede pasar si fracasam os) y las posit iv as ( qué
r ecom pensas habr á en caso de éx it o) .
Est a select iv idad cuidadosa, r eflex iv a e int eligent e es el pr im er paso para apr ender
a pr est ar at ención y apr ovechar al m áx im o nuest r os r ecursos lim it ados. Em pecem os
por algo pequeño y m anej able y, sobr e t odo, m uy concent r ados. Puede que el
sist em a Wat son tar de años en par ecer se al sist em a Holm es e incluso puede que
nunca lo consiga, per o si nos concent r am os con at ención segur o que se acer car á. La
m ej or m anera de ay udar al sist em a Wat son es ceder le algunos de los inst r um ent os
del sist em a Holm es: él no dispone de ningu no.
Una adv er t encia: podem os fij ar nos m et as que nos ay uden a filt r ar el m undo, per o
debem os procurar que esas m et as no se conv ier t an en ant eoj eras. Nuest r as m et as
y pr ior idades, las r espuest as a la pr egunta «qué deseo conseguir», deben t ener
flex ibilidad suficient e par a adapt ar se a los cam bios.
Cuando la infor m ación
disponible cam bia, nosotr os t am bién debem os cam biar. No t em am os desviar nos de
un plan pr efij ado si ello cont r ibuye a lograr el obj et iv o. Tam bién est o form a par t e
del pr oceso de obser v ación.
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Dej em os que nuest r o Holm es int er ior enseñe a nuest r o Wat son dónde ha de buscar .
No seam os com o el inspect or Alec MacDonald, o Mac, com o lo llam a Holm es.
Escuchem os lo que Holm es nos pr oponga, ya sea cam biar de r um bo o salir a dar un
paseo aunque no t engam os m uchas ganas.
2. OBJETI VI DAD
En «La av ent ur a del colegio Pr ior y» desapar ece un alum no de un int er nado.
Tam bién desapar ece el pr ofesor de alem án. ¿Cóm o puede haber ocur r ido algo así
en un lugar de t ant o honor y pr est igio, en el t enido por «m ej or y m ás select o
colegio pr epar at or io de I nglat er ra, sin ex cepción alguna»? El doct or Thor ney cr oft
Huxt able, fundador y dir ect or del cent r o, est á t ot alm ent e hundido. Acaba de llegar a
Londr es desde el nor t e de I nglat er r a para consult ar a Holm es, y y a en su pr esencia
se desplom a «post rado e inconscient e» sobr e la alfom bra de piel de oso que hay
fr ent e a la chim enea del 221B de Bak er St r eet .
Uno de los desapar ecidos, el est udiant e, es hij o del duque de Holder nesse, ex
pr im er secr et ar io de Est ado y uno de los hom br es m ás acaudalados de I nglat er r a.
Es indudable, dice Huxtable a Holm es, que Heidegger, el profesor de alem án, debe
de haber sido cóm plice del pr esunt o secuest r o. Su biciclet a ha desapar ecido del
cober t izo donde la guardaba y en su habitación hay señales de que se ha ido con
pr isas. ¿Ha sido el secuest r ador ? ¿O ha act uado com o cóm plice? No lo puede
asegurar Huxt able, per o cr ee que el pr ofesor t iene algo que v er . Ser ía dem asiado
at r ibuir la doble desapar ición a una sim ple coincidencia.
La policía se puso a invest igar el caso de inm ediat o, per o cuando alguien declar ó
haber vist o a un hom bre j oven y a un niño saliendo de una est ación cercana en uno
de los pr im er os t r enes, lo dio por cer r ado. Sin em bar go, y para desesperación de
Huxt able, result a que la parej a en cuest ión no t enía nada que ver con el asunt o. Así
que, t r es días después de la m ist er iosa desapar ición, el dir ect or decide consult ar a
Holm es. Quizá no sea dem asiado t arde, dice el det ect iv e, per o se han per dido t r es
días. ¿Podrán hallar a los fugit iv os ant es de que ocur ra algo peor ?
¿En qué consist e una sit uación com o est a? Responder la pr egunta no es t an sencillo
com o ex poner una ser ie de hechos —la desapar ición de un niño, de un pr ofesor , de
una biciclet a— o det alles pert inent es com o el est ado de las habit aciones del niño y
del pr ofesor , la ropa, las vent anas, las plant as. Tam bién supone ent ender que t oda
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sit uación ( en su sent ido m ás am plio: m ent al, física o t an poco par ecida a lo que se
ent iende por sit uación com o una habit ación vacía) es int rínsecam ent e dinám ica. Y
nosot r os, por el act o m ism o de int ervenir en ella, hacem os que sea t ot alm ent e
diferent e a com o era ant es de nuest ra int ervención.
Es ot r o ej em plo m ás del pr incipio de incer t idum br e de Heisenber g: el hecho de
obser v ar alt er a lo que se obser v a. Ni siquier a un cuar t o v acío es el m ism o tr as
haber ent rado en él. No podem os act uar com o si no hubier a cam biado. Par ece de
sent ido com ún, per o es m ucho m ás fácil de ent ender en t eor ía que en la pr áct ica.
Tom em os, por ej em plo, un fenóm eno m uy bien est udiado: el llam ado «efect o de la
bat a blanca». Tenem os algún dolor del que nos quer em os libr ar. Ya hace t iem po
que no nos acer cam os a la consult a del m édico. Suspir am os y llam am os por
t eléfono par a pedir hor a. Al día siguient e acudim os a la consult a y nos sent am os en
la sala de esper a. Nos llam an y ent ram os.
En pr incipio, la per sona que ha ent r ado en la consult a es la m ism a que llam ó par a
pedir hor a, ¿ver dad? Pues r esult a que no. Muchísim os est udios han dem ostr ado
que, para m uchas per sonas, el solo hecho de ent r ar en la consult a y ver al m édico
—de ahí lo de la bat a blanca— es suficient e para que sus signos vit ales se alt er en
de m aner a apr eciable. El pulso, la t ensión ar t er ial, y hast a las r eacciones y los
análisis de sangr e cam bian por el sim ple hecho de v er a un m édico. Y aunque la
per sona en cuest ión no se haya sent ido especialm ent e pr eocupada o est r esada, sus
parám et ros habr án cam biado. En otr as palabr as: la sit uación ha cam biado por la
pr esencia y la obser v ación.
Recor dem os cóm o ha v ist o el doctor Huxt able los sucesos que han rodeado las
desapar iciones: hay un secuest rador, un alum no secuest rado, un cóm plice y una
biciclet a r obada par a huir o engañar . Nada m ás y nada m enos. Lo que el dir ect or
cuent a a Holm es son hechos ( o eso cree) .
Per o ¿r ealm ent e lo son? Es un ej em plo de la t eor ía del psicólogo Daniel Gilber t ,
según la cual cr eem os lo que vem os, per o llevada m ás lej os: cr eem os lo que
quer em os v er y lo que nuest r o desván decide v er , el cer ebr o codifica est a cr eencia
en lugar de los hechos, y luego creem os que hem os vist o un hecho obj et ivo cuando,
en r ealidad, lo que r ecor dam os no es m ás que nuest r a per cepción lim it ada en ese
m om ent o dado. Olv idam os separ ar la sit uación obj et iv a de su int er pr et ación
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subj et iv a ( bast a obser v ar las im pr ecisiones de los per it os que declaran en los j uicios
para v er lo m al que ev aluam os y r ecor dam os) . Puest o que el dir ect or del colegio
enseguida sospechó que el niño había sido secuest r ado, solo ha v ist o y com unicado
los det alles que apoy an su im pr esión inicial y no se ha pr eocupado lo m ás m ínim o
por conocer los verdaderos hechos. Y, aun así, no es conscient e de que lo hace. En
lo que a él r espect a es t ot alm ent e obj et iv o. Com o dij o el filósofo Fr ancis Bacon,
«una v ez ex pr esada y est ablecida una pr oposición, el ent endim ient o hum ano fuer za
t odo lo dem ás para añadir le apoyo y confir m ación». La plena obj et iv idad no se
puede logr ar —ni la obj et iv idad cient ífica de Holm es es com plet a—, per o debem os
ser conscient es de hast a qué punt o nos podem os desviar para poder obt ener una
im agen global de una sit uación dada.
Fij ar unos obj et iv os de ant em ano con la m ay or clar idad nos ay uda a dir igir
adecuadam ent e nuest ra at ención. Pero eso no debe ser ex cusa para r eint er pr etar
unos hechos obj et ivos con el fin de que encaj en con lo que quer em os o esperam os
v er . La obser v ación y la deducción son dos pasos separ ados y dist int os: en r ealidad,
ni siquier a v an uno det r ás del ot r o. Recor dem os unos inst ant es la est ancia de
Wat son en Afganist án. En sus observaciones, Holm es se ciñe a los hechos obj et ivos
y t angibles. No se da ninguna ex t r apolación inicial; eso solo sucede después. Y
Holm es
siem pr e
se
pr egunt a
cóm o
pueden
encaj ar
los
hechos.
Ent ender
plenam ent e una sit uación ex ige v ar ios pasos, per o el pr im ero y m ás básico es dar se
cuent a de que obser vación y deducción no son lo m ism o. Debem os ser lo m ás
obj et ivos posible.
Mi m adr e er a m uy j oven —dem asiado j oven para lo que hoy es cost um br e, per o de
una edad norm al en la Rusia de los set ent a— cuando dio a luz a m i her m ana m ayor .
Y m i her m ana t am bién er a m uy j oven cuando dio a luz a m i sobr ina. No sabr ía decir
las veces que alguien —desconocidos, m adres de com pañeros de clase o incluso
cam ar er os— ha cr eído ver una cosa y ha act uado según esta cr eencia cuando, en
r ealidad, estaba v iendo ot ra cosa. Muchos cr een que m i m adr e y m i herm ana son
her m anas, o que m i m adr e es la m adr e de m i sobr ina. No son er r or es gr aves por
par t e del obser v ador , clar o, per o no dej an de ser er r or es que, en m uchos casos,
han influido en la conduct a de esas per sonas y en sus post er ior es j uicios y
r eacciones. Y no es solo que confundan dos generaciones: aplican valor es de los
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Est ados Unidos de hoy a la conducta de unas m uj er es cr iadas en la Rusia soviét ica,
un m undo t otalm ent e difer ent e. Par a alguien de los Est ados Unidos, m i m adr e fue
una m adr e adolescent e. Per o en Rusia y a est aba casada y ni siquier a fue la pr im er a
de su gr upo de am igas en t ener un hij o. Sucede que las cosas, allí y ent onces, er an
así.
Vem os, j uzgam os, y ya no le dam os m ás vuelt as.
Cuando describim os a una per sona, un obj et o, una escena, una sit uación o una
int eracción, casi nunca los vem os com o sim ples ent idades obj et ivas, carentes de
v alor . Y casi nunca consider am os est a dist inción por que casi siem pr e car ece de
im por t ancia. Hay pocas m ent es que hayan apr endido a separ ar los hechos obj et iv os
de la int erpr et ación inm ediat a, inconscient e, aut om át ica y subj et iva que sigue
después.
Lo pr im er o que hace Holm es cuando ent r a en un lugar es hacer se una idea de lo
ocur r ido. Quién ha t ocado qué, qué ha venido de dónde, qué hay allí que no deber ía
est ar y qué deber ía est ar y no est á. Mant iene est a obj et iv idad incluso en
cir cunst ancias ex t r em as. Tiene pr esent e su obj et iv o, per o lo usa para filt r ar , no
para infor m ar . En cam bio, Wat son no es t an cuidadoso.
Volv am os al niño desapar ecido y al profesor de alem án. A difer encia del doct or
Huxt able, Holm es ent iende que la sit uación est á t eñida por su int erpr et ación. Y, a
difer encia del dir ect or , cont em pla la posibilidad de que los llam ados hechos no sean
lo que par ecen. La búsqueda del dir ect or est á lim it ada por un det alle cr ucial: él, y
t odos los dem ás, buscan a un fugit ivo y a un cóm plice. Per o ¿y si Herr Heidegger no
fuera ni una cosa ni ot ra? ¿Y si en lugar de huir est á haciendo algo t ot alm ent e
difer ent e? El padr e del niño supone que podr ía est ar ay udándolo a llegar a Francia
para r eunir se con su m adr e. El dir ect or , por su par t e, cr ee que puede est ar
llev ándolo a ot r o lugar . La policía, que los dos han huido en un t r en. Per o, salv o
Holm es, nadie se da cuent a de que eso no son m ás que r elat os. No deben buscar a
un pr ofesor huido, cualquier a que sea su dest ino, sino al pr ofesor ( sin necesidad de
calificat ivo) y al niño, y no necesar iam ent e en el m ism o lugar . Todo el m undo
int er pr et a que el pr ofesor est á im plicado de alguna m aner a en la desapar ición,
com o cóm plice o com o inst igador . Nadie se par a a pensar que las pr uebas
disponibles solo dicen que ha desapar ecido.
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Nadie, clar o est á, salv o Sher lock Holm es. Él sí se da cuent a de que anda en busca
de un niño desapar ecido y de un pr ofesor desapar ecido. Nada m ás. Dej a que el
r est o de los hechos se vay an r ev elando. Y con est e m ét odo m ás ecuánim e halla por
casualidad algo que ha sido pasado por alt o por el dir ect or y por la policía: el
pr ofesor no ha huido con el niño, yace m uert o no m uy lej os de allí. Wat son nos
descr ibe a «un hom br e alt o, con bar ba poblada y gafas, uno de cuy os cr ist ales se
había despr endido. La causa de su m uer t e había sido un t er r ible golpe en la cabeza
que le había aplast ado el cr áneo».
Holm es no se ha servido de ninguna pist a nueva para encont rar el cuerpo; se ha
lim it ado a m ir ar lo que y a est aba allí de una m anera obj et iv a, sin ideas
pr econcebidas. Así ex plica a Wat son los pasos que ha seguido:
—Cont inuam os con nuest ra r econst rucción. Encuent ra la m uert e a cinco m illas del
colegio... no de un t iro, fíj ese, que eso t al vez podría haberlo hecho un m uchacho,
sino de un golpe salv aj e, asest ado por un br azo v igor oso. Así pues, el m uchacho iba
acom pañado en su huida. Y la huida fue r ápida, ya que un consum ado ciclist a
necesit ó cinco m illas par a alcanzar los. Sin em bargo, ex am inam os el t er r eno en
t or no al lugar de la tr agedia y ¿qué encont r am os? Nada m ás que unas cuant as
pisadas de v aca. Eché un buen vist azo alr ededor , y no hay ningún sender o en
cincuent a m et r os. El cr im en no pudo com et er lo ot r o ciclist a. Y t am poco hay pisadas
hum anas.
— ¡Holm es! —exclam é—. ¡Est o es im posible!
— ¡Adm ir able! —dij o él—. Un com ent ar io de lo m ás esclar ecedor . Es im posible t al
com o y o lo ex pongo, y por t ant o debo de haber com et ido algún er r or en m i
ex posición. Sin em bargo, ust ed ha v ist o lo m ism o que y o. ¿Es capaz de suger ir
dónde est á el fallo?
Wat son no puede. Y se da por vencido. «No se m e ocur r e ot r a cosa», dice.
« ¡Bah, bah! —lo r epr ende Holm es—. Peor es pr oblem as hem os r esuelt o. Por lo
m enos, disponem os de m at er ial abundant e, siem pr e que sepam os ut ilizar lo.»
En est a br ev e conv er sación, Holm es ha dem ostrado que todas las t eor ías del
dir ect or er an err óneas. Hubo al m enos t r es per sonas, no solo dos. El pr ofesor de
alem án int ent aba salv ar al niño, no huir con él o hacer le daño ( no hay ot r a
explicación m ás pr obable: había seguido las huellas de la biciclet a del niño que huía
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hast a dar le alcance, y ahora estaba m uer t o; est aba claro que no había podido ser ni
secuest r ador ni cóm plice) . Su biciclet a no fue r obada por algún m ot iv o siniest r o,
sino que había sido un m edio de per secución. Y lo que es m ás, t uv o que haber ot r a
biciclet a en la que huy er an el niño y quienquier a que hubier a t om ado par t e en los
hechos. Holm es no ha hecho nada espectacular ; se ha lim it ado a dej ar que las
pr uebas hablar an. Y las ha seguido sin per m it ir se for zar los hechos par a que
encaj aran en la sit uación. En r esum en, ha act uado con la sangr e fr ía y la r eflex ión
pr opias del sist em a Holm es, m ient r as que las conclusiones de Huxt able ej em plifican
la pr ecipit ación y la act uación ir r eflex iva t ípicas del sist em a Wat son.
Para obser v ar debem os apr ender a separ ar la sit uación de su int er pr et ación,
dist anciar nos de lo que est am os viendo. El sist em a Wat son est á pr est o a
zam bullirse en el m undo de lo subj et ivo, lo hipot ét ico, lo deduct ivo: en el m undo
que m ás sent ido t endr ía para nosotr os. El sist em a Holm es sabe tir ar de las r iendas.
Un ej er cicio m uy út il es descr ibir la sit uación desde el pr incipio en voz alt a o por
escr it o, com o si la explicár am os a un desconocido que no sabe ningún det alle. Es lo
que hace Holm es cuando ex plica en voz alt a sus t eor ías y obser v aciones a Wat son:
así salen a la super ficie lagunas e incongr uencias hast a ent onces inadver t idas.
Est e ej er cicio no es dist int o de leer en voz alt a algo que hem os escr it o par a pillar
er r or es de gram át ica, lógica o est ilo. La obser v ación est á ent r elazada con el
pensam ient o y con la per cepción hast a el punt o de que nos puede ser difícil, si no
im posible, separ ar la r ealidad obj et iv a de su m at er ialización subj et iv a en nuest r a
m ent e; y puest o que conocem os tan a fondo nuest r a m anera de escr ibir , cuando
r edactam os un ensay o, un r elat o, un ar t ículo u ot r a cosa corr em os el r iesgo de
pasar por alt o los er r or es y leer lo que las palabras deber ían decir en lugar de lo que
r ealm ent e dicen. Puest o que el act o de hablar nos obliga a leer con m ás pausa,
podem os det ect ar err or es que escapan a la lect ur a nor m al. La v ist a no los det ect a,
per o el oído sí. Releer en voz alt a con at ención puede par ecer una pérdida de
t iem po y esfuer zo, per o casi siem pr e descubr im os algún er ror o fallo que se nos
había escapado.
Es fácil sucum bir a la lógica at ropellada de Wat son, a la cer t eza de Huxt able en lo
que dice. Pero cada vez que nos encont rem os haciendo un j uicio inm ediat am ent e
después de obser v ar —y aunque no cr eam os que lo est em os haciendo y t odo
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par ezca t ener sent ido— hagam os un alt o y digám onos: «Puede haber algún fallo en
m i int er pr et ación». Volv am os luego a ex poner la desde el pr incipio y de una m aner a
diferent e. En voz alt a o por escrit o, no m ent alm ent e. Así podr em os evit ar m uchos
er r or es de per cepción.
3. I NCLUSI ÓN
Volvam os unos inst ant es a El sabueso de los Basker ville. En los pr im er os capít ulos
de la nov ela, Henr y Basker v ille, el her eder o de las pr opiedades de la fam ilia, dice
que había per dido una bota. Per o a cont inuación dice algo m ás: la bot a perdida
había r eapar ecido m ist er iosam ent e un día después, per o ahora falt aba una bota de
ot r o par. Henr y lo v e com o una cont r ar iedad y nada m ás. Per o par a Sher lock
Holm es es un elem ent o clave en un caso que am enaza con caer en la falt a de lógica
de lo paranor m al. Lo que par a los dem ás solo es una cur iosidad, par a Holm es es
uno de los aspect os m ás r ev elador es del caso: significa que el «sabueso» del que se
habla no es un fant asm a, sino un anim al real. Un anim al que se guía básicam ent e
por su olfat o. Com o ex plica m ás adelant e a Wat son, el cam bio de la pr im er a bot a
r obada por otr a fue «un incident e m uy inst r uct iv o, por que m e dem ostr ó sin lugar a
dudas que se t r ataba de un sabueso de ver dad: ninguna otr a explicación j ust ificaba
la apr em iant e necesidad de conseguir la bota v iej a y la indifer encia ant e la nuev a».
Per o eso no es t odo. Adem ás de la bot a desapar ecida est á el asunt o de una
adv er t encia m ás clar a. Mient r as consult a a Holm es en Londr es, Henr y r ecibe unos
anónim os que lo inst an a no volver a la m ansión de los Basker ville. Com o ant es,
t odo el m undo salvo Holm es cr ee que est as not as solo son lo que par ecen. Per o
para Holm es const it uy en la segunda par t e de la clav e par a r esolv er el caso. Com o
dice a Wat son:
Quizá conser v e ust ed el r ecuer do de que, cuando ex am iné el papel en el que
est aban pegadas las palabr as im pr esas, lo est udié con gr an det enim ient o en busca
de la filigr ana. Al hacer lo m e lo acer qué bast ant e y adver t í un débil olor a jazm ín. El
ex per t o en cr im inología ha de dist inguir los set ent a y cinco per fum es que se
conocen y, por lo que a m i pr opia ex per iencia se r efier e, la r esolución de m ás de un
caso ha dependido de su r ápida ident ificación. Aquel ar om a suger ía la pr esencia de
una dam a, por lo que m is sospechas em pezar on a dir igir se hacia los St aplet on. Fue
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así com o av er igüé la ex ist encia del sabueso y deduj e y a quién er a el asesino ant es
de t r asladarm e a Dev onshir e.
Ot r a vez el olor y el olfat o. Holm es no se lim it a a leer la not a y a m irar la. Tam bién
la huele. Y es en el perfum e, no en las palabras ni en el aspect o, donde encuent ra la
pist a que le ay uda a ident ificar al posible cr im inal. El olor y el olfat o han r ev elado
dos pist as fundam ent ales par a el caso que solo el det ect iv e ha sabido hallar . No
est oy diciendo al lect or que m em or ice set ent a y cinco per fum es, pero sí le aconsej o
que no desat ienda su olfat o y, ya puest os, ninguno de sus sent idos: nunca le
fallar án.
I m aginem os que quer em os com pr ar un aut om óvil de segunda m ano. Vam os al
concesionar io y vem os los r elucient es m odelos que llenan el local. ¿Cóm o decidim os
cuál es el m ej or par a nosot r os? Segur am ent e sopesar em os var ios fact or es, com o el
pr ecio, la segur idad, la línea, la com odidad o el consum o y luego opt ar em os por el
que m ej or cum pla est os cr it er ios.
Per o la r ealidad de la sit uación es m ucho m ás com plej a. I m aginem os, por ej em plo,
que m ient r as m ir am os los m odelos ex puest os un hom br e pasa por nuest r o lado con
una t aza de chocolat e calient e en la m ano. Puede que ni nos hayam os dado cuent a
de su pr esencia, pero el olor nos t r ae r ecuer dos del chocolat e calient e que hacía
nuest r o abuelo cuando íbam os a su casa. Er a com o un pequeño r it ual. Y ant es de
que nos dem os cuent a salim os del concesionar io con un aut om óvil m uy par ecido al
del abuelo sin haber nos fij ado en su escasa segur idad. Segur am ent e ni sabem os por
qué lo hem os elegido. Per o m ás que equiv ocar nos nosotr os ha sido nuest ra
m em or ia select iv a la que nos ha llev ado a una elección de la que m ás adelant e nos
podem os arr epent ir .
I m aginem os ahora ot ra sit uación. En est e caso not am os un fuert e olor a gasolina
porque el concesionario est á j ust o enfr ent e de una est ación de serv icio. Y
r ecor dam os que nuest ra m adr e siem pr e nos adver t ía de la necesidad de tener
cuidado con la gasolina porque se enciende con facilidad. De r epent e, la segur idad
ha pasado a un pr im er plano y acabam os saliendo del concesionar io con un
aut om óvil que no t iene nada que ver con el del abuelo. Y, com o ant es, es m uy
pr obable que no sepam os por qué.
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Hasta ahora he hablado de la at ención com o un fenóm eno v isual por que casi
siem pr e lo es. Per o t am bién es m ucho m ás. Recor dem os que el Holm es hipot ét ico
del m ir ador del Em pir e St at e Building escuchaba y olfat eaba en busca de un av ión.
La at ención se puede cent rar en cualquier a de los sent idos: v ist a, oído, olfat o,
gust o, tact o. Se t rat a de capt ar t anta infor m ación com o podam os y por t odas las
v ías disponibles. Se tr at a de apr ender a no ex cluir nada que t enga im por t ancia par a
el obj et ivo que nos hem os fij ado. Y se trat a de dar nos cuent a de que t odos los
sent idos nos influy en t ant o si som os conscient es de ello com o si no.
Para obser v ar plenam ent e, para est ar r ealm ent e atent os, debem os incluir lo t odo y
no dej ar que se nos pase nada: debem os t ener pr esent e que, sin que seam os
conscient es de ello, la at ención puede cam biar guiada por algún sent ido que aún no
ha
ent rado
en
acción.
¿Aquel
ar om a
de
j azm ín?
Holm es
olió
la
nota
deliber adam ent e. Así pudo det er m inar la pr esencia de una influencia fem enina, y
adem ás de una m uj er concr et a. Si Wat son hubier a t om ado la not a podem os est ar
segur os de que no la habr ía olido. Sin em bar go, puede que su nar iz captara el
perfum e sin dar se cuent a. ¿Qué ocur riría ent onces?
Cuando olem os, r ecordam os. La invest igación ha r evelado que los r ecuer dos
asociados a olores son los m ás int ensos, los m ás vívidos, los m ás em ot ivos. Y lo que
olem os influye en lo que r ecor dam os, en cóm o nos sent im os, en lo que vam os a
pensar. Sin em bargo, es com o si el olfat o no exist ier a: en gener al capt am os los
olor es sin ser conscient es de ellos. Ent ra un olor por las fosas nasales, llega hasta el
bulbo olfat or io y pasa dir ectam ent e al hipocam po, la am ígdala ( un cent ro que
pr ocesa em ociones) y la cor t eza olfat or ia ( que se ocupa de los olor es e int er v iene
en la m em or ia com plej a, el apr endizaj e y la t om a de decisiones) dando lugar a
m ult it ud de pensam ient os, sensaciones y recuer dos. Sin em bargo, lo m ás probable
es que no seam os conscient es ni del olor ni de t odo lo que ha suscit ado.
¿Qué habr ía pasado si alguna de las m uj er es «de v ar ios cont inent es» con las que
había est ado Watson solier a poner se per fum e de j azm ín? De haber sido una r elación
feliz, al captar el olor de la not a, Wat son podr ía hallar se v iendo las cosas de r epent e
con m ás clar idad ( r ecordem os que el est ado de felicidad am plía la v isión) , aunque
t am bién podr ía pasar por alt o algunos det alles y v er lo t odo un poco «color de rosa»:
quizá la nota no sea t an am enazadora y Henr y no cor ra peligr o; o quizá sea m ej or
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salir de copas, a v er si cae alguna m oza de buen ver . Es que hay m uj er es t an
her m osas...
Per o ¿y si esa r elación hubier a sido v iolent a, pasional y br ev e? Su v isión se habr ía
est r echado ( est ado de ánim o negat iv o, visión lim it ada) y habr ía pasado por alt o la
m ay or par t e de los elem ent os de int er és. « ¿Qué im por t ancia t endr á eso? ¿Por qué
m e he de pr eocupar ? Est oy m uy cansado; los sent idos no m e dan par a m ás y
m erezco un descanso. Adem ás, ya est oy har t o de Henr y y sus m onsergas. ¡Qué
perr o fant asm a ni qué niño m uer t o! »
Cuando som os inclusivos t enem os m uy present e que todos los sent idos act úan
const ant em ent e y no perm it im os que dirijan nuest r as em ociones y decisiones. Lo
que hacem os es cont ar con su ayuda —com o hace Holm es con la bot a y la nota— y
apr ender a contr olar los.
En cualquier a de esas posibles r eacciones de Wat son, todos los actos del doctor se
habr ían vist o afect ados por el olor a j azm ín. Y aunque sus efect os pr ecisos no dej an
de ser una incógnit a, una cosa es segur a. Adem ás de que su at ención no habr ía sido
inclusiv a, su pr opio sist em a Wat son la habr ía cent r ado en una subj et iv idad que
est ar ía m ás lim it ada por su nat uraleza inconscient e.
A alguien le par ecer á que ex ager o, per o r epit o que las influencias sensor iales —
sobre t odo las olfat ivas— son m uy poderosas. Y si no som os conscient es de ellas,
com o sucede t ant as v eces, pueden acabar apr opiándose de las m et as y la
obj et iv idad que con t ant o cuidado hem os cult iv ado.
Puede que el olor sea el sent ido que se lleve la palm a, per o no es el único. Cuando
v em os a una per sona t endem os a act iv ar div er sos est er eot ipos asociados a ella
aunque no nos dem os cuent a. Cuando t ocam os algo calient e o frío nuest ro est ado
de ánim o t am bién se puede hacer m ás cálido o m ás fr ío. Si alguien nos t oca de una
m anera que nos t r anquiliza podem os encont r ar nos asum iendo m ás r iesgos o
sint iéndonos m ás confiados. Cuando suj etam os algo pesado es m ás pr obable que
j uzguem os que algo ( o alguien) es m ás im por t ant e y ser io. Nada de est o t iene que
v er con la obser v ación y la at ención en sí, per o puede hacer que nos desviem os de
un cam ino que hem os ido labr ando con cuidado. Y eso es algo m uy peligr oso.
No t enem os que hacer com o Holm es y apr ender a dist inguir cent enar es de olor es
para que nuest r os sent idos nos ayuden, par a que nuest r a conciencia nos ofr ezca
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una im agen m ás plena de una sit uación. ¿Una not a per fum ada? No hace falt a saber
a qué huele exact am ent e: está ahí y puede ser una pist a. Una pist a que no
hallar íam os si no hubiér am os pr est ado at ención a la fr agancia; y adem ás, su
det ección inconscient e podr ía r educir nuest r a obj et iv idad. ¿Pr im er o desapar ece una
bot a? ¿Y luego ot ra? Quizá la clav e no est é en el aspect o de las bot as si la segunda
est aba v iej a y gastada. No hay que saber m ás par a sospechar que aquí puede haber
ot r a pist a sensor ial que, com o la ant er ior , habr íam os pasado por alt o de no t ener en
cuent a los ot ros sent idos. En los dos casos, el hecho de no aplicar t odos los sent idos
hace que no se cont em ple una escena en t oda su plenit ud: la at ención no se usa
adecuadam ent e y cae pr esa de influencias inconscient es.
Cuando
aplicam os
t odos
los
sent idos
r econocem os
que
el
m undo
es
m ult idim ensional. Las cosas suceden a t ravés de los oj os, la nar iz, los oídos, la piel.
Cada sent ido nos dice algo. Y cuando no nos dice nada t am bién es señal de algo, de
la ausencia de algo. Algo que no tiene olor, o que no suena, o que est á ausent e en
algún ot r o sent ido. En ot ras palabr as, la aplicación conscient e de cada sent ido
per m it e ir m ás allá de esclar ecer la par t e pr esent e de la escena y r ev elar esa otr a
par t e que se suele pasar por alt o: la par te que no est á pr esent e, la que, se m ir e
com o se m ir e, t endr ía que est ar . Y esa ausencia puede ser t an im por t ant e y
r ev elador a com o la pr esencia.
Consider em os el caso de Silver Blaze, el fam oso caballo de car r er as desapar ecido
que nadie puede encont r ar . Cuando Holm es ha t enido la opor t unidad de ex am inar el
local, el inspect or Gr egor y, que no ha podido dar con algo que par ece t an difícil de
pasar por alt o com o un caballo, le pr egunt a: « ¿Ex ist e algún ot r o det alle acer ca del
cual desear ía ust ed llam ar m i at ención?». «Sí —dice Holm es—, el incident e cur ioso
del per r o aquella noche.» «El per r o no int erv ino para nada», pr ot est a el inspect or . A
lo que Holm es r esponde: «Ese es pr ecisam ent e el incident e cur ioso».
Para Holm es, la ausencia de ladr idos es la clav e del caso: el per r o debía de conocer
al int r uso. De lo cont r ar io habr ía arm ado un escándalo.
Per o nosotr os ni nos fij ar íam os en el hecho de que el per r o no hubier a ladrado. Ya
no se t r at a de que descar t em os las cosas ausent es: es que ni siquier a hablam os de
ellas, sobr e t odo si se t r at a de un sonido por que el oído es un sent ido que no par ece
t ener una r elación t an nat ur al con la at ención y la obser v ación com o la v ist a. Per o
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los elem ent os ausent es suelen ser t an r eveladores e im port ant es —nos hacen ver
las cosas de ot ra m anera— com o los elem ent os present es.
No hace falt a que debam os r esolv er un cr im en par a ver la im por t ancia de la
infor m ación ausent e en nuest r os pr ocesos de pensam ient o. Tom em os, por ej em plo,
la decisión de com prar un t eléfono m óvil. A cont inuación voy a m ostrar dos m odelos
y pido al lect or que decida cuál com pr ar ía.
Teléfono A
Teléfono B
Wi- Fi
802.11 b/ g
802.11 b/ g
Tiem po de conver sación
12 hor as
16 hor as
Tiem po de espera
12,5 días
14,5 días
Mem oria
16 GB
32 GB
Pr ecio
100 €
150 €
¿Ya ha t om ado una decisión? Pues veam os qué ocurr e ahor a si añadim os un dat o
m ás.
Teléfono A
Teléfono B
Wi- Fi
802.11 b/ g
802.11 b/ g
Tiem po de conver sación
12 hor as
16 hor as
Tiem po de espera
12,5 días
14,5 días
Mem oria
16 GB
32 GB
Pr ecio
100 €
150 €
Peso
135 gr am os
300 gr am os
¿Y ahora? ¿Sigue pensando lo m ism o? Quizá cam bie de par ecer si añadim os el
últim o dat o.
Teléfono A
Teléfono B
Wi- Fi
802.11 b/ g
802.11 b/ g
Tiem po de conver sación
12 hor as
16 hor as
Tiem po de espera
12,5 días
14,5 días
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Mem oria
16 GB
32 GB
Pr ecio
100 €
150 €
Peso
135 gr am os
300 gr am os
Radiación ( SAR)
0,79 W/ kg
1,4 W/ kg
¿Cuál de los dos com pr ar ía? Lo m ás probable es que ent r e la segunda list a y la
t er cer a haya pasado de pr efer ir el B a pr efer ir el A. Per o cada t eléfono sigue siendo
el m ism o. Lo único que ha cam biado es la infor m ación de la que som os conscient es.
Es un ej em plo de «desat ención por om isión». Solo nos fij am os en lo que per cibim os
de ent r ada y no nos pr egunt am os si falta infor m ación para t om ar una decisión.
Siem pr e hay cier t a infor m ación pr esent e, per o t am bién hay ot r a que no se per cibe y
que seguir á ocult a a m enos que nos propongam os descubr ir la. Y aquí solo he
ex puest o un ej em plo visual. Cuando pasam os de las dos dim ensiones del papel a las
t res del m undo real ent ran en j uego t odos los sent idos y t odos est án expuest os a
est as om isiones. En consecuencia, la posibilidad de pasar det alles por alt o cr ece,
aunque t am bién cr ece la posibilidad de r eunir m ás infor m ación sobr e una sit uación
si adopt am os una post ur a inclusiv a.
Volv am os de nuev o al cur ioso incident e del per r o. Podr ía haber ladr ado o no. Y no lo
hizo. Una m aner a de v er est o es decir , com o el inspect or , que [ el per r o] no hizo
nada. Pero ot ra es pensar, com o hace Holm es, que el perr o decidió no ladrar. El
r esult ado de las dos líneas de r azonam ient o es el m ism o: un per r o que no ha
ladr ado. Per o las im plicaciones son t otalm ent e opuest as: por un lado, un pasiv o «no
hacer nada»; por ot r o, un act iv o «no hacer algo».
No elegir t am bién es una elección. Y m uy r ev elador a. Toda inact iv idad conllev a una
act iv idad contr ar ia; no elegir supone elegir , una ausencia supone una pr esencia.
Tom em os el conocido «efect o de seguir la cor r ient e»: la m ay or ía de las veces nos
ceñim os a lo que y a hay est ablecido sin dedicar ener gía a buscar ot r a opción. No
apor t am os diner o a un fondo de pensiones —aunque la em pr esa apor t e la m ism a
cant idad— si esa apor tación no est á est ablecida. No nos hacem os donant es de
ór ganos a m enos que ya se nos consider e com o tales. Y la list a cont inúa. Es m ás
fácil seguir la cor r ient e y no hacer nada. Per o eso no quier e decir que no hay am os
hecho nada. Hem os hecho algo. En el fondo, hem os elegido no hacer nada.
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Pr est ar at ención quier e decir pr est ar at ención a t odo, volcar nos en ello, usar t odos
los sent idos, captar t odo lo que nos r odea, incluyendo lo que no est á y deber ía
est ar . Significa pr egunt ar y procurar obt ener r espuest as. Ant es de com pr ar el coche
o el m óvil deber íam os pr egunt ar nos: « ¿Cuáles son las pr estaciones que m e
int er esan m ás?». Y luego deber em os asegur ar nos de pr est ar at ención a ellas y no a
ot r as que no t engan nada que v er . Pr est ar at ención quier e decir dar se cuent a de
que el m undo es t r idim ensional y m ult isensor ial, de que el ent orno nos influye nos
gust e o no: por lo t ant o, lo m ej or es cont rolar est a influencia pr est ando at ención a
t odo. Puede que no capt em os toda la sit uación y hagam os una elección que, al
r eflex ionar m ás adelant e, veam os que no ha sido la m ej or. Per o no ser á por no
haber lo int ent ado. Lo único que podem os hacer es obser v ar al m áx im o nuest r as
capacidades y no dar nunca nada por sentado, ni siquier a que la ausencia de algo
equiv ale a nada.
4. DEDI CACI ÓN
Hast a Sher lock Holm es com et e er ror es de vez en cuando, per o suelen ser er r or es
de apr eciación: de una per sona en el caso de I r ene Adler , de la posibilidad de
ocult ar un caballo en «Est r ella de Plat a», de la capacidad de un hom br e para seguir
igual en «El hom br e del labio t or cido». Muy r ar o es el caso donde el er r or es m ás
esencial y se debe a una falt a de dedicación. Que yo sepa, el gr an det ect ive solo
dej a de encar nar est e elem ent o final de la at ención en una ocasión, y su falt a de
dedicación, el hecho de que no se vuelque en lo que hace, casi le cuest a la v ida a
un sospechoso.
El incident e t iene lugar hacia el final de «El escr ibient e del cor r edor de bolsa». En
est e relat o, un t al Art hur Pinner ofr ece a Hall Pycr oft , el escr ibient e del t ít ulo, el
car go de ger ent e com er cial de la Franco- Midland Har dw ar e Com pany. Py croft nunca
había oído hablar de est a em pr esa y a la sem ana siguient e debía em pezar a
t r abaj ar en una fir m a de corr edor es de bolsa m uy r espet ada, per o la paga que le
ofr ece Pinner es dem asiado buena par a dej ar la pasar . Así que acuer da em pezar a
t r abaj ar en la em pr esa de Pinner al día siguient e. Per o em pieza a sospechar que
hay algo rar o cuando ve que Harr y , su nuev o pat r ono y her m ano de Ar t hur Pinner ,
se par ece dem asiado a Ar t hur. Es m ás: descubr e que en el local no t rabaj a nadie
m ás y que ni siquier a hay un let r er o en la par ed que adv ier t a de su ex ist encia. Par a
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¿Cóm o pensar com o Sherlock Holm es?
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colm o, el t r abaj o de Py cr oft no t iene nada que v er con el de un escr ibient e: debe
sacar list as de nom br es y dir ecciones de una gr uesa guía t elefónica. Finalm ent e,
cuando una sem ana después ve que Har r y t iene la m ism a m uela de or o que Ar t hur ,
la sit uación se le hace t an ext r aña que decide exponerla a Sherlock Holm es.
Holm es y Wat son acom pañan a Hall Pycroft a Bir m ingham y se pr esent an en el
local. Holm es cr ee haber descubier t o lo que sucede y ha pensado en ent r ev ist ar se
con el pat rono diciendo que busca tr abaj o par a pillar lo despr ev enido y hacer que
confiese. Todos los det alles encaj an. Holm es t iene claros t odos los aspect os de la
sit uación. No es uno de esos casos donde necesit a que el cr im inal r ellene las
pr incipales lagunas. Ya sabe qué esperar. Lo único que necesit a es al hom br e en sí.
Per o cuando el t r ío ent r a en la oficina la conduct a del señor Pinner no es la que
esper aban. Wat son descr ibe así la escena.
El hom br e que habíam os vist o en la calle est aba sent ado delant e de la única m esa y
t enía ex t endido en est a su per iódico. Lev ant ó la v ist a para m irar nos, y yo no cr eo
haber v ist o nunca ot ra car a con t al ex pr esión de dolor, de un algo que era aún m ás
que dolor : una ex pr esión tan hor r or izada que son pocos los hom br es que la
m uest r an alguna v ez en su v ida. El sudor daba br illo a su fr ent e, sus m ej illas er an
de un color blancuzco de vient r e de pescado, y la m ir ada de sus oj os er a de
desat ino y de asom br o. Mir ó a su escr ibient e com o si no lo conociese, y por lo
at ónit o que m ostraba hallar se nuest r o guía, com pr endí que est e encont r aba a su
j efe com plet am ent e difer ent e a com o er a de or dinar io.
Per o m ás inesper ado es lo que sucede después; t ant o que desbarat a t otalm ent e el
plan de Holm es. El señor Pinner int ent a suicidar se.
Holm es no sabe qué hacer . Eso no lo había pr ev ist o. Todo lo sucedido hast a
ent onces est aba bastant e clar o, per o dej a de est ar lo cuando el hom br e huye al
v er los ent r ar e int ent a ahor car se.
Obt ienen la r espuest a cuando el doctor Wat son r eanim a al hom br e:
« ¡El
per iódico! », dice. Cuando Sher lock y com pañía han ir r um pido estaba ley endo un
per iódico o, m ej or dicho, algo m uy concr et o de ese per iódico que lo ha tr ast or nado
por com plet o. Holm es r eacciona a sus palabr as con una int ensidad poco habit ual en
él. « ¡Nat ur alm ent e! ¡El periódico! —bram a lleno de excit ación—. ¡Qué idiot a he
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sido! Tant o pensé en nuest ra visit a, que ni por un inst ant e se m e ocurr ió que
pudier a ser el per iódico.»
En cuant o se m enciona el per iódico, Holm es y a sabe qué significa y por qué ha
t enido aquel efect o. Per o ¿por qué no había caído ant es en ello, com et iendo un
er r or que habr ía hecho sonr oj ar al m ism o Wat son? ¿Cóm o ha podido el sist em a
Holm es convert irse en... un sist em a Wat son? Muy sencillo. El m ism o Holm es lo dice:
había perdido el int er és en el caso. En su cabeza ya est aba r esuelt o hast a el últ im o
det alle: lo había cent r ado t odo tant o en la v isit a que había decidido que no pasar ía
nada si dej aba de lado t odo lo dem ás. Y ese es un er r or im propio de él.
Holm es sabe m ej or que nadie lo im por t ant e que es la dedicación par a pensar y
obser v ar adecuadam ent e. La m ent e necesit a est ar act iv a, v olcar se en lo que hace.
Si no, se v olv er á t or pe y pasar á por alt o algún det alle cr ucial que puede llev ar a la
m uer t e al suj et o de nuest r a obser v ación. La m ot iv ación es esencial. No est ar
m ot iv ados nos abocar á al fr acaso por m uy bien que lo hay am os hecho hasta
ent onces: en cuant o la m ot ivación y la dedicación flaquean, com et em os un err or.
Cuando est am os volcados en lo que hacem os suelen ocur r ir
v ar ias cosas.
Persist im os m ás ant e problem as difíciles y es m ás probable que los solucionem os.
Ent r am os en un est ado que el psicólogo Tor y Higgins llam a «fluj o» o fluidez, que no
solo nos per m it e apr ovechar m ás lo que est am os haciendo, sino que tam bién hace
que nos sint am os m ej or y m ás sat isfechos: obt enem os un valor hedónico r eal y
m ensur able de la fuer za de nuest r a dedicación a una act iv idad y de la at ención que
le dedicam os, aunque sea algo tan aburr ido com o ordenar un m ont ón de cor r eo. Si
t enem os una r azón par a hacer algo, una razón que haga que nos im pliquem os, lo
harem os m ej or y, a consecuencia de ello, nos sent irem os m ej or. Est e principio se
aplica aunque afr ont em os un pr oblem a difícil que nos ex ij a un gr an esfuer zo
m ent al. A pesar de t odo nos sent irem os m ás felices y sat isfechos, m ás com plet os,
por así decir lo.
Adem ás, la dedicación y la fluidez t ienden a poner en m ar cha una especie de cír culo
virt uoso: nos sent im os m ás m ot ivados y est im ulados en general y t endem os a ser
m ás pr oduct iv os, a cr ear algo valioso. Por ot r o lado, t endem os m enos a com et er los
er r or es de obser v ación m ás básicos ( com o confundir el aspect o de una per sona con
su per sonalidad) que pueden desbarat ar hast a los planes m ej or elabor ados de un
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aspir ant e a obser v ador holm esiano. En otr as palabr as, la dedicación y la im plicación
est im ulan el sist em a Holm es. Hacen m ás pr obable que est e sist em a dé un paso
adelant e par a v er a qué se enfr ent a el sist em a Wat son y, cuando est é a punt o de
ent r ar en acción, le diga: «Espera un m om ent o. Cr eo que deber íam os ex am inar
est o m ás a fondo ant es de act uar».
Para explicar m ej or qué quier o decir con ese «ent r ar en acción» del sist em a
Wat son, v eam os la r eacción de Holm es al j uicio dem asiado super ficial que hace
Wat son de un client e en «La avent ura del const r uct or de Norwood». En est e relat o,
Wat son hace honor al sist em a al que ha dado su nom br e: j uzga pr ecipit adam ent e a
par t ir de la pr im er a im pr esión, sin t ener en cuent a las cir cunst ancias del caso.
Aunque est e ej em plo concr et o se r efier e a un j uicio sobr e una per sona —el sesgo de
cor r espondencia del que y a se ha hablado— ilust r a un pr oceso que va m ás allá de la
per cepción de los dem ás.
Cuando Holm es ha enum er ado las dificult ades que pr esent a el caso y ha r ecalcado
la im por t ancia de act uar con rapidez, Watson com ent a: «Supongo que el aspect o
del j oven influir á fav or ablem ent e en cualquier j ur ado». Y Holm es r esponde: «Ese
ar gum ent o es m uy peligr oso, quer ido Watson. Acuér dese de Ber t St ev ens, aquel
t er r ible asesino que pr et endió que le sacásem os de apur os en el 87. ¿Ha conocido a
algún hom br e de m odales t an suaves, t an de cat equesis, com o aquel?». Wat son
debe r econocer que es cier t o. En m uchas ocasiones, la gent e no es com o par ece a
pr im er a v ist a.
La per cepción de ot ras personas ofr ece una ilust r ación m uy sencilla del pr oceso de
dedicación en acción. Con t odo, al seguir est os pasos debem os t ener pr esent e que
se aplican a t odo y no solo a las per sonas ( que aquí sir v en de ej em plo par a
visualizar un fenóm eno m ucho m ás general) .
El pr oceso de percibir a una per sona par ece m uy sim ple. Pr im er o cat egor izam os.
¿Qué est á haciendo la persona? ¿Cóm o act úa? ¿Cóm o par ece ser ? Es lo que hace
Wat son en «La avent ura del const r uctor de Nor w ood» cuando John Hect or
McFar lane ent r a por pr im era v ez en el 221B de Bak er St r eet . Wat son deduce de
inm ediat o ( por que Holm es se lo hace ver ) que el visit ant e es pr ocur ador y m asón,
dos ocupaciones de las m ás r espet ables en el Londr es del siglo XI X. Luego se
per cata de algunos det alles m ás.
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Er a r ubio y poseía un cier t o atr act iv o, aunque fuer a m ás bien del t ipo enfer m izo.
Tenía los oj os azules y asust ados, el r ost r o bien afeit ado y la boca de una per sona
débil y sensible. Podría t ener unos veint idós años; su vest im ent a y su port e eran los
de un caballer o. Del bolsillo de su abr igo de ent r et iem po sobr esalía un m anoj o de
docum ent os sellados que delat aban su pr ofesión.
( Ahor a im aginem os exact am ent e el m ism o pr oceso par a un obj et o, un lugar o
cualquier ot r a cosa. Tom em os algo t an sim ple com o una m anzana. Descr ibám osla:
¿qué aspect o t iene?, ¿dónde est á?, ¿est á haciendo algo? Estar en una fuent e no
dej a de ser una acción.)
Después de cat egor izar a la per sona, la caract er izam os. Ahor a que y a sabem os qué
hace o qué par ece ser , ¿qué im plica est o? ¿Hay algunas caract er íst icas o r asgos
suby acent es que puedan haber dado lugar a m i im pr esión inicial? Es lo que hace
Wat son cuando dice a Holm es:
«Supongo que el aspect o del j oven influir á
favor ablem ent e en cualquier j ur ado». A par t ir de sus ant er ior es obser v aciones —
at r act iv o sensible, por t e de caballer o, papeles que delat an su profesión de
pr ocur ador — ha decidido que, t om ados en su conj unt o, est os datos im plican
confianza. Una nat uraleza sólida y franca de la que ningún j urado podr ía dudar.
( ¿Cr ee el lect or que no podem os car act er izar una m anzana? ¿Y si infer im os que es
m uy sana dado que por obser vaciones ant er ior es sabem os que es una fr ut a de gran
valor nut r icional?)
Por últ im o, corregim os. ¿Hay algo que m e haga aj ust ar m i im pr esión inicial dando
m ás im por t ancia a cier t os elem ent os y m enos a ot r os? Est o par ece fácil: t om em os
el j uicio que hace Wat son de que el j oven par ece digno de confianza, o nuest r o
j uicio sobr e lo sana que es la m anzana, y veam os si se deben cor r egir.
Sin em bar go, se plant ea un im por tant e problem a: aunque las dos pr im er as par t es
del proceso son práct icam ent e aut om át icas, la últ im a no lo es ni m ucho m enos y
casi nunca se da. En el caso de John McFarlane, Wat son no cor rige su im pr esión. La
acept a t al cual y est á a punt o de pasar a ot r a cosa. Es Holm es, que nunca
«desconect a», quien señala que el j uicio de Wat son «es m uy peligr oso». El aspect o
de McFar lane podrá influir favor ablem ent e en un j ur ado o no. Todo va a depender
del j ur ado y de los ot r os ar gum ent os sobre el caso. El aspect o por sí solo puede
engañar . ¿Realm ent e se puede decir algo sobr e la fiabilidad de McFar lane solo por
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su aspect o? O, en el caso de la m anzana, ¿de v er dad podem os saber si es sana
m irando únicam ent e su ext erior? ¿Y si esa m anzana concr et a no solo no es
ecológica sino que procede de un huert o donde se usan pest icidas ilegales y no ha
sido lav ada desde que fue r ecogida? Las apar iencias engañan hast a en algo t an
sencillo com o est o. Dado que y a poseem os un esquem a m ent al consolidado de las
m anzanas, quizá pensem os que ir m ás lej os es una pér dida de t iem po.
¿Por qué nos salt am os t antas veces est a etapa final de la percepción? La r espuest a
se halla en el elem ent o del que hem os est ado hablando: la dedicación.
La per cepción puede ser pasiv a o act iv a, per o quizás est a dist inción no sea la que
cr ee el lect or por que ahor a el sist em a act ivo es el Wat son y el pasivo es el Holm es.
Cuando per cibim os de una m aner a pasiv a nos lim it am os a obser var . Y con ello
quier o decir que no hacem os nada m ás. En t ér m inos infor m át icos, no nos hallam os
en m odo m ult it ar ea. Holm es, el obser v ador pasiv o, concentr a sus facult ades en el
obj et o de obser v ación, en est e caso John Hect or McFar lane. Com o suele hacer ,
escucha «con los oj os cerr ados y las punt as de los dedos j unt os». La palabra pasivo
puede ser equív oca por que no hay nada de pasiv o en su per cepción concent r ada. Lo
que es pasiv a es su act it ud hacia el r est o del m undo. No habrá nada que lo
dist r aiga.
Com o
obser vador es
pasiv os
no
hacem os
nada
m ás;
est am os
concent r ados en obser var . Cr eo que ser ía m ej or hablar de «pasiv idad dedicada»
para hablar de la concent ración en una sola cosa o per sona.
Per o en la m ay or ía de los casos no podem os dedicar nos solo a obser v ar ( y cuando
lo hacem os no suele ser por propia elección) . Cuando est am os en un ent or no social,
algo que define la m ay or ía de las sit uaciones, no podem os apar t ar nos y obser v ar
porque nos hallam os en m odo m ult it ar ea, es decir , int ent ando afr ont ar las
com plej idades de las int er acciones sociales al t iem po que hacem os j uicios de
at r ibución sobr e per sonas, cosas o lugar es. La percepción act iv a no significa act iv a
en el sent ido de pr esent e y dedicada; significa que quien per cibe est á, lit er alm ent e,
act iv o: haciendo dist int as cosas a la v ez. La per cepción act iv a es el sist em a Wat son
int ent ando fij ar se en t odo y no per der se nada. Es el Wat son que adem ás de
ex am inar al v isit ant e t am bién se pr eocupa por el t im br e de la puer ta, por el
per iódico, por cuándo se ser v ir á la cena o por cóm o se sient e Holm es, t odo al
m ism o tiem po. Ser ía m ej or hablar de act iv idad disper sa: un est ado en el que
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par ecem os act iv os y pr oduct iv os aunque en r ealidad no hacem os nada al m áx im o
de nuest r o pot encial y disper sam os la at ención.
Lo que separa a Holm es de Wat son, al obser v ador pasiv o del act iv o, a la
pasiv idad dedicada de la act iv idad disper sa es, pr ecisam ent e, la dedicación.
Tam bién podem os llam ar lo fluidez, m ot iv ación, int er és. Sea com o sea, es lo que
m ant iene a Holm es concent rado exclusivam ent e en el visit ant e, lo que lo t iene
hipnot izado e im pide que su m ent e se apar te del obj et o de obser v ación.
En una ser ie de est udios hoy y a clásicos, un gr upo de invest igador es de Har v ar d se
pr opuso dem ostr ar que est os «per cept or es act iv os» categor izan y caract er izan en
un nivel casi inconscient e, de una m anera aut om át ica y sin pensar m ucho, y que
luego se olv idan del paso final, la cor r ección —aunque t engan t oda la infor m ación
para hacer lo— acabando con una im pr esión de la ot ra per sona que no t iene en
cuent a t odas las var iables de la int er acción. Com o Watson, solo r ecuer dan que el
aspect o de la per sona podr ía influir a su fav or ant e un j ur ado; a difer encia de
Holm es, no t ienen en cuent a los fact ores que podrían hacer que ese aspect o fuera
falaz ni las cir cunst ancias en las que un j urado no se fij ar ía en el aspect o por m ucha
o poca confianza que inspir ar a ( por ej em plo, si hubier a unas pr uebas tan sólidas
que hicier an t ot alm ent e ir r elev ant es los aspect os subj et iv os del caso) .
En el pr im er est udio, los invest igador es ex am inar on si unas personas «ocupadas»
cognit iv am ent e —es decir , en m odo m ult it ar ea, com o cuando afr ontam os dist int os
elem ent os de una sit uación al m ism o t iem po— er an capaces de cor r egir sus
im pr esiones iniciales haciendo los aj ust es necesar ios. Se pidió a un gr upo de suj et os
que obser v ar an una ser ie de siet e videoclips donde una m uj er m ant enía una
conv er sación con un desconocido. Los clips car ecían de audio con el pr et ex t o de
pr ot eger la pr iv acidad de los pr ot agonist as, per o incluían subt ít ulos que r ev elaban
cuál er a el t em a de conver sación. En cinco de los siet e clips la m uj er m ost r aba un
est ado de ansiedad y en los ot r os dos par ecía t r anquila.
Aunque t odos los suj et os vier on los m ism os vídeos, hubo dos v ar iables difer ent es:
los subt ít ulos por un lado y la t ar ea que debían r ealizar los suj et os por ot r o. En una
de las v ar iables, los subt ít ulos de los cinco clips «de ansiedad» daban a ent ender
que se hablaba de algo peliagudo, m ient r as que en la ot ra, los subt ít ulos de t odos
los clips indicaban t em as neut r os com o viaj ar ( dicho de ot r o m odo, los cinco clips de
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ansiedad par ecer ían incongr uent es con el t em a) . En cada una de est as var iables, se
dij o a la m it ad de los suj et os que evaluar an a la m uj er del v ídeo en unas
dim ensiones de la per sonalidad, m ient r as que a la otr a m it ad se le pidió que
ev aluar a la per sonalidad y r ecor dara los siet e t em as de conv er sación en or den.
Lo que los invest igador es hallar on no les cogió por sor pr esa, per o sí que cam bió la
noción que se t enía hast a ent onces de la percepción de ot r as per sonas, de la form a
de verlas. Mient ras que los suj et os que hubieron de fij arse únicam ent e en la m uj er
hicieron aj ust es en función de la sit uación, considerándola m ás propensa a la
ansiedad en la condición ex per im ent al del t em a neut r o y m enos pr opensa en la
condición ex per im ent al del t em a pr eocupant e, los que tenían que r ecor dar los
t em as de conversación no t uvieron en cuent a en ningún caso est os aspect os al
v alor ar la ansiedad de la m uj er. Tenían t oda la infor m ación, per o no la usar on. Así
pues, aunque sabían que la sit uación en t eor ía har ía que cualquier per sona se
m ostrara agit ada, en la práct ica sim plem ent e decidier on que la m uj er era pr opensa
a m ostrar ansiedad en gener al. Más aún, pr edij er on que lo seguir ía haciendo en
ot r as sit uaciones con independencia de que pr ovocar an ansiedad o no. Y cuant o
m ej or r ecordaban los t em as de conv er sación m ás er r óneas eran sus pr edicciones.
En ot ras palabr as, cuant o m ás ocupado había est ado su cer ebr o, m enos corr egían
su im pr esión inicial.
Est os r esult ados t ienen un lado posit ivo y ot ro negat ivo. Prim ero, lo negat ivo: en la
m ay or ía de las sit uaciones, y bajo la m ay or ía de las cir cunst ancias, som os
obser v ador es act iv os y, com o tales, es m ás probable que com et am os el er r or de
cat egor izar y car act er izar de un m odo inconscient e y aut om át ico sin cor r egir
después esa im pr esión inicial. Es decir , j uzgam os por las apar iencias, no vem os los
m at ices, olv idam os lo influenciables que som os en cualquier m om ent o dado por
fuer zas int er nas y ex t er nas. Por cier t o, est o sucede con independencia de que
t endam os, com o la m ay or ía de los occident ales, a infer ir m ás car act er íst icas
est ables que pasaj er as, o que com o hacen m uchas cult ur as or ient ales, infir am os
m ás est ados pasaj er os que caract er íst icas; sea cual sea la dir ección de nuest r o
error, el hecho es que no lo corr egim os.
Per o t am bién hay un lado posit iv o. Est udio t r as est udio se dem uest ra que las
per sonas que est án m ot iv adas cor r igen sus im pr esiones de una m anera m ás nat ur al
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—y m ás corr ect a, por así decir lo— que las que no lo est án. En otr as palabras, por
un lado debem os t ener pr esent e que tendem os a form ar j uicios de m odo aut om át ico
y a no aj ustar los, y por ot r o que debem os quer er , act ivam ent e, ser m ás precisos y
ecuánim es. En un est udio, el psicólogo Douglas Kr ull ut ilizó el m ism o diseño inicial
que el est udio de la ansiedad de Har vard, per o dio a algunos suj et os una inst r ucción
m ás: calcular la ansiedad pr ovocada por las pr eguntas de la ent r ev ist a. Las que
t uvieron en cuent a la sit uación t endieron m ucho m enos a decidir que la m uj er
sim plem ent e er a una per sona ansiosa aunque est uvier an ocupados en la t ar ea
cognit iv a.
O podem os t om ar ot r o ej em plo m uy habitual: la r eacción ant e un t em a de orden
polít ico que nos int er ese ( o no) com o puede ser la pena de m uer t e ( ya la hem os
m encionado ant es: encaj a bien en el m undo cr im inal de Holm es y se suele usar en
est udios de est a clase) . En gener al, una per sona podr ía adoptar una de las t r es
post uras hacia la pena de m uer t e: podr ía est ar a favor , en contr a o podr ía no
im por t ar le. Dicho est o, si se dier a a alguien un br ev e ar t ículo con argum ent os a
favor , ¿cóm o r esponder ía?
La r espuesta es que depende. Si a la per sona no le im por t a el t em a —si est á
desint er esada— es m ás pr obable que se fíe del ar t ículo. Si no t iene r azones par a
dudar de la fuent e y le par ece lógico, es m ás pr obable que se dej e conv encer .
Cat egor izará y car act er izar á, per o t endr á poca necesidad de cor r egir . La cor r ección
ex ige esfuer zo y la per sona no hallar á ninguna razón per sonal par a hacer lo. Per o
verem os una reacción cont raria en quien est é t ot alm ent e a favor o en cont ra de la
pena de m uer t e. En los dos casos pr estará at ención a la m era m ención del t em a en
el ar t ículo. Lo leer á con m ás at ención y dedicar á el esfuer zo necesar io a la
cor r ección, que no ser á la m ism a si est á a fav or que si est á en cont ra —en r ealidad,
puede corr egir dem asiado si se opone a los ar gum ent os del ar t ículo—, per o, sea
cual sea el caso, la per sona se dedicar á de una m anera m ás activ a y hará el
esfuer zo m ent al necesar io para cuest ionar sus im pr esiones iniciales por que su
post ura en est a cuest ión es im port ant e para ella.
He elegido un t em a polít ico a pr opósit o para ilust r ar que no hace falt a que el
cont ex t o se r efier a a ot r a per sona. Per o pensem os en lo difer ent e que ser ía la
per cepción de una per sona al azar y la de alguien que sabem os que nos va a
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ent r ev ist ar y ev aluar . ¿En qué caso ser em os m ás cuidadosos con nuest ras
im pr esiones iniciales? ¿En cuál dedicar em os m ás esfuer zo a cor r egir y r ecalibr ar ?
Cuando sent im os una fuert e relación personal con algo o alguien, creem os que ese
esfuer zo adicional v ale la pena. Y si nos dedicam os al pr oceso en sí —el de obser v ar
con m ás cuidado y est ar m ás at ent o— ser á m ucho m ás pr obable que nos ex ij am os
pr ecisión. Clar o que ant es que nada debem os ser conscient es del pr oceso, per o ¿y
si v em os que nos debem os volcar en algo y nos sent im os sin fuer zas par a hacer lo?
El psicólogo Ar ie Kr uglansk i ha dedicado su carr er a al fenóm eno conocido com o
«necesidad de cier r e»: el deseo de la m ent e de llegar a un conocim ient o definit ivo
sobr e un t em a. Apar t e de est udiar las difer encias indiv iduales de est a necesidad,
Kr uglansk i ha dem ost rado que la podem os m anipular para hacer j uicios con m ás
at ención y dedicación y par a asegurar nos de r ealizar la cor r ección.
Est o se puede logr ar de v ar ias m aneras, sobr e t odo si nos sent im os r esponsables de
nuest ros j uicios: en ese caso dedicar em os m ucho m ás t iem po a considerar dist int os
punt os de v ist a y dist int as posibilidades ant es de decidir y har em os el esfuer zo de
cor r egir t oda im pr esión inicial par a asegur ar nos de que es cor r ect a. Nuest r a m ent e
no «cerr ar á» la búsqueda ( o, com o dice Kr uglansk i, no se «aquiet ará») hasta que
nos asegur em os de haber hecho t odo lo posible. Y no hace falt a que hay a un
ex per im ent ador que nos haga sent ir est a responsabilidad: nos la podem os im poner
nosot ros m ism os plant eándonos cada observación o j uicio im por tant e com o un ret o
per sonal. ¿Qué nivel de ex act it ud puedo lograr ? ¿En qué m edida lo puedo hacer
bien? ¿Puedo m ej orar cada vez m ás m i capacidad de at ención? Si nos lo plant eam os
así, la t ar ea de obser v ar será m ás int er esant e y sacar em os m enos conclusiones
pr ecipit adas.
El pr oblem a del obser v ador act iv o es que int ent a hacer dem asiadas cosas a la v ez.
Si par t icipa en un ex per im ent o de psicología social y se v e obligado a r ecor dar siet e
t em as en or den, o una ser ie de núm eros, o cualquier otr a cant idad de cosas que a
los psicólogos nos gusta usar para pr ov ocar una «ocupación cognit iv a», est á
condenado al fr acaso. ¿Por qué? Porque est os ex per im ent os est án diseñados par a
im pedir que nos dediquem os a la t ar ea solicit ada. A m enos que t engam os una
m em or ia fot ogr áfica ( eidét ica) o hay am os invest igado a fondo las capacidades de
nuest r a m em or ia, nos será im posible r ecor dar dat os que no par ecen guar dar
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r elación ent r e sí ( en r ealidad, sí est án r elacionados; sucede que nuest r os r ecur sos
est án ocupados en ot ra cosa) .
Per o hay algo m ás: la v ida no es un ex per im ent o de psicología social. Nadie nos
ex ige que seam os obser v ador es act iv os. Nadie nos pide que r ecor dem os una
conv er sación en el or den ex act o ni que hagam os un discurso sin pr ev io aviso. Nadie
im pide nuest r a dedicación. Eso solo podem os hacer lo nosotr os m ism os. Perder el
int er és —com o Holm es en el caso de m íst er Pycr oft — o no pr est ar at ención al
pr esent e por est ar pensando en el fut ur o —com o Wat son y el j ur ado— es cosa
nuest ra. Si no querem os, no t enem os por qué hacerlo.
Si quer em os volcar nos en algo, nada nos im pide hacer lo. Y v er em os que
com et em os m enos err or es de per cepción y que nos conv er t im os en las per sonas
concent r adas y obser v adoras que soñábam os ser . Hasta los niños diagnost icados
con t r ast or no por déficit de at ención con hiper act iv idad ( TDAH) pueden ser capaces
de concent rarse en cosas que los at raen, que act ivan su m ent e, com o los
v ideoj uegos. Una y ot ra v ez se dem uestr a que los videoj uegos hacen que las
personas apliquen unos recur sos de at ención que no creen t ener. Es m ás, la
at ención sost enida y la apr eciación de los det alles que sur gen al v olcar se en esos
j uegos se pueden ex t r apolar a otr os ám bit os apar t e de la pant alla. Por ej em plo, los
neurocient íficos cognit ivos Daphné Bavelier y C. Shawn Green han hallado que los
llam ados videoj uegos «de acción» —car act er izados por una gran velocidad, una
gr an carga per cept iv a y m ot ora, una gran im pr ev isibilidad y la necesidad de
pr ocesam ient o per ifér ico— m ej or an la at ención v isual, la v isión de baj o niv el, el
cont r ol de la at ención cognit iv a y social, la v elocidad de pr ocesam ient o y v ar ias
ot r as facult ades en ám bit os t an div er sos com o el cont r ol r em ot o de av iones de
guer ra no tr ipulados —los drones de tan tr ist e fam a— o la cir ugía por lapar oscopia.
El cer ebr o puede apr ender a m ant ener una at ención m ás pr olongada solo por
dedicar unos m om ent os a algo que r ealm ent e le int er esa.
Em pezam os el capít ulo con el v agar de la m ent e, y lo acabar em os con él por que
nada hay peor para la dedicación. Con independencia de que ese v agar de la m ent e
se deba a una falt a de est ím ulo, al deber de atender a var ias cosas a la v ez que nos
im pone la v ida m oder na o al diseño de un est udio de laborat or io, no puede coex ist ir
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con la dedicación, y por ello t am poco puede coexist ir con la at ención conscient e, la
at ención necesar ia para la obser v ación.
Y, sin em bar go, nos dist raem os constant em ent e por pr opia decisión. Oím os m úsica
por los aur icular es m ient r as andam os, cor rem os, t om am os el m et r o. Com pr obam os
el m óvil m ient r as cenam os con am igos o fam iliar es. Est am os en una r eunión y ya
pensam os en la siguient e. En resum en, ocupam os la m ent e con est ím ulos que nos
dist r aen. No hace falt a que nos dist raigan los Dan Gilber t s del m undo: de eso y a
nos ocupam os nosot ros. De hecho, el m ism o Dan Gilbert hizo un seguim ient o de un
gr upo de m ás de dos m il doscient os adult os en su v ida cot idiana m ediant e m ensaj es
a sus iPhones en los que les pedía que com unicar an cóm o se sent ían y si hacían o
pensaban en algo que no fuer a lo que est uvier an haciendo en el m om ent o de r ecibir
el m ensaj e. Los r esult ados indican que la gent e no solo piensa en algo difer ent e a lo
que hace m ás o m enos con la m ism a fr ecuencia con que piensa en lo que est á
haciendo —el 46,9% de las v eces, par a ser exact os—, sino que lo que est én
haciendo en un m om ent o dado no par ece t ener im por t ancia; la m ent e v aga m ás o
m enos por igual con independencia de lo abur r ida o int er esant e que sea la act iv idad
en cuest ión.
Una m ent e observadora y at enta es una m ent e pr esent e. Es una m ent e que no
v aga, que se dedica activ am ent e a lo que est á haciendo. Es una m ent e que dej a
que el sist em a Holm es se ponga al fr ent e, en lugar de dej ar que el sist em a Wat son
cor r et ee por ahí int ent ando hacer lo t odo y ver lo t odo.
Conozco a una pr ofesor a de psicología que se desconect a de I nt er net —y no r ecibe
cor r eos elect r ónicos— dos hor as cada día par a dedicar se ex clusiv am ent e a escr ibir .
Cr eo que t enem os m ucho que apr ender de est a disciplina volunt ar ia y per sonal. Yo
m ism a podr ía m ej or ar m ucho en est e aspect o. Hace poco, un neur ocient ífico quiso
v er qué ocur r ir ía si unas per sonas se pasar an t r es días en plena nat ur aleza
t ot alm ent e desconect adas de I nt er net . El r esult ado: clar idad de pensam ient o,
cr eat iv idad, una especie de r eset del cer ebro. No t odos nos podem os perm it ir pasar
t r es días en el m ont e, per o quizá sí que nos podam os perm it ir dedicar unas hor as
aquí y allá a t om ar la decisión de concent r ar nos.
Cit a s
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«Eché de ver que [ t enía la m ano] m ot eada...», «Por lo que veo, ha
est ado ust ed en t ierr as afganas», de Est udio en escar lat a, capít ulo
1: «Mr. Sher lock Holm es».
«Me constaba esa pr ocedencia suya de Afganistán...», «Ant es de
poner sobr e el t apet e los aspect os m or ales y psicológicos de m ás
bult o...», de Est udio en escar lat a, capít ulo 2: «La ciencia de la
deducción».
« ¿Qué es lo que el doct or Jam es Mor t im er , el cient ífico, desea de
Sher lock Holm es, el det ect ive?» , de El sabueso de los Basker ville,
capít ulo 1: «El señor Sherlock Holm es».
«Mi cuerpo se ha quedado en est e sillón...», de El sabueso de los
Basker ville, capít ulo 3: «El pr oblem a».
«Cont inuam os con nuest ra reconst rucción...», de El regr eso de
Sher lock Holm es, «La avent ur a del colegio Pr ior y».
«Quizá conser ve ust ed el recuerdo de que, cuando exam iné el
papel...», de El sabueso de los Basker ville, capít ulo 15: «Exam en
r et r ospect ivo».
« ¿Exist e algún ot ro detalle acer ca del cual desear ía ust ed llam ar m i
at ención?»,de Las m em or ias de Sher lock Holm es, «Estr ella de
Plata».
«El hom br e que habíam os vist o en la calle est aba sent ado delant e
de la única m esa...», de Las m em or ias de Sher lock Holm es, «El
escr ibient e del corr edor de bolsa».
«Supongo que el aspect o del j oven influir á favor ablem ent e en
cualquier j ur ado», de El r egr eso de Sher lock Holm es, «La avent ur a
del const r uctor de Norw ood».
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Ca pít u lo 4
Ex plor ar e l de sv án del ce re br o: e l v a lor de la cr e at iv ida d [ …] y la
im a gin a ción
Con t en ido:
1. Apr ender a super ar la duda im aginativa
2. La im por t ancia de la dist ancia
3. Dist anciarse m ediant e una act ividad dist inta
4. Dist anciarse físicam ent e
5. Dist anciarse m ediant e t écnicas m ent ales
6. Sust ent ar la im aginación de la im por t ancia y cur iosidad del j uego
Cit as
Un j oven pr ocurador , John Hect or McFar lane, se despier t a un día y descubr e que de
la noche a la m añana se ha conv er t ido en el pr incipal sospechoso del asesinat o de
un const r uct or local. Tant as son las pruebas en su cont r a que apenas t iene t iem po
de cont ar su hist or ia a Sher lock Holm es ant es de que lo det engan unos agent es de
Scot land Yar d.
Com o cuent a a Holm es unos inst ant es ant es, acababa de conocer a la víct im a, un
t al Jonas Oldacr e, la t ar de ant er ior . El hom br e se había pr esent ado en el despacho
de McFar lane par a pedir le que r edactara en for m a legal el t est am ent o m anuscr it o
que llev aba en la m ano y donde, para sor presa de McFar lane, le nom br aba her eder o
univer sal. No t enía hij os y est aba solo, le explicó Oldacr e. Y en su j uvent ud había
conocido a los padr es de McFar lane. Quer ía r endir hom enaj e a aquella am ist ad con
su her encia, aunque adv ir t ió a McFar lane de que no debía decir ni una palabr a de
t odo aquello a su fam ilia hast a el día siguiente. Tenía que ser una sor pr esa.
El const r uct or invit ó a McFar lane a cenar en su casa aquella m ism a noche par a
r ev isar una ser ie de docum ent os im por tant es r elacionados con sus pr opiedades.
McFar lane así lo hizo. Y par ece que eso había sido t odo hasta que los per iódicos de
la m añana dier on not icia de la m uer t e de Oldacr e y del hallazgo de su cuer po
quem ado en una pila de m ader a que había detrás de su casa. El pr incipal
sospechoso: el j oven John Hect or McFar lane, quien no solo iba a her edar las
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pr opiedades del fallecido, sino que t am bién había dej ado su bastón ensangr ent ado
en la escena del cr im en.
McFar lane es arr est ado por el inspect or Lest r ade dej ando a Holm es m uy int r igado
por su ex t r año r elat o. Y aunque el ar r est o par ece j ust ificado por la her encia, el
bast ón y la v isit a noct ur na, Holm es t iene la sensación de que algo no cuadr a. «Sé
que t odo es un error —dice a Wat son—. Lo sient o en los huesos.»
Per o el peso de las pr uebas puede m ás que los huesos de Holm es. Par a Scot land
Yar d, el caso est á m ás que cer rado. Solo quedan los últ im os det alles del infor m e
policial. Cuando Holm es insist e en que aún no ve claro el caso, el inspect or Lest rade
r esponde: « ¿Que no lo ve clar o? Pues si est o no est á clar o, no sé qué puede
est ar lo».
Tenem os un j oven que se ent er a de r epent e de que si cier t o anciano fallece, él
her edará la for t una. ¿Qué es lo que hace? No le dice nada a nadie y se las arr egla,
con cualquier pr et ex t o, par a v isit ar a su client e esa m ism a noche; espera hast a que
se haya acost ado la única ot ra per sona de la casa y ent onces, en la soledad de la
habit ación, asesina al v iej o, quem a el cadáv er en la pila de m ader a y se m archa a
dorm ir a un hot el cercano.
Por si aquello no fuer a suficient e, aún hay m ás:
Las m anchas de sangr e encont radas en la habit ación y en el bast ón son m uy
liger as. Es pr obable que cr ey er a que el cr im en no había der r am ado sangr e, y
confiar a en que si el cuer po quedaba consum ido desapar ecer ían t odas las huellas
del m ét odo em pleado, huellas que por una u ot r a r azón lo señalar ían a él. ¿No
result a evident e t odo est o?
Holm es sigue sin est ar convencido y dice al inspect or:
Mi buen Lest r ade, para m i gust o es un pelín dem asiado ev ident e. La im aginación no
figur a ent r e sus gr andes cualidades, per o si pudier a por un m om ent o poner se en el
lugar de est e j oven, ¿habr ía ust ed escogido par a com et er el cr im en pr ecisam ent e la
pr im er a noche después de r edactar el t est am ent o? ¿No le habr ía par ecido peligr oso
est ablecer una r elación t an pr óxim a ent r e los dos hechos? Y lo que es m ás: ¿habr ía
ust ed elegido una ocasión en la que se sabía que est aba ust ed en la casa, y a que un
sir v ient e le ha abier t o la puer t a? Y por últ im o: ¿se t om ar ía ust ed t ant as m olest ias
para hacer desapar ecer el cuer po, dej ando al m ism o t iem po su bast ón para que
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t odos supieran que es ust ed el asesino? Confiese, Lest rade, t odo eso es m uy
im pr obable.
Per o Lestr ade se lim it a a encoger los hom br os. ¿Qué tendr á que v er la im aginación
con est o? La obser vación y la deducción, por supuest o que sí: en ellas se basa el
t r abaj o del det ect iv e. Per o ¿la im aginación? ¿No es el sello de las pr ofesiones nada
cient íficas, de esos ociosos art ist as que no pueden est ar m ás lej os de Scot land
Yar d?
Lest r ade no se da cuent a de lo m ucho que se equiv oca y del papel t an esencial que
t iene la im aginación no solo para el buen det ect iv e o inspect or , sino t am bién par a
cualquier a que se t enga por buen pensador . Si escuchar a a Holm es par a algo m ás
que no fuer a r ecibir pist as sobr e la ident idad de un sospechoso o dat os sobr e la
línea de inv est igación de un caso, no necesit ar ía r ecur r ir t ant o a él. Y es que si se
dej a de lado la im aginación —sobr e t odo ant es de cualquier deducción— t odas esas
obser v aciones, t oda esa com pr ensión de los capít ulos ant er ior es, ser v ir á de m uy
poco.
La im aginación es el siguient e paso fundam ent al en t odo pr oceso de pensam ient o.
Se basa en t odas las obser v aciones que hem os hecho para cr ear lo que luego podr á
ser una base sólida para la deducción fut ur a, ya sea sobr e los sucesos de aquella
aciaga noche en Norw ood en la que Jonas Oldacr e halló la m uer t e, ya sea sobr e la
solución a un pr oblem a que nos ha est ado at orm ent ando. Si cr eem os poder
pr escindir de ella por ser acient ífica o fr ív ola, habr em os dedicado m ucho esfuer zo
para llegar a una conclusión que, por m uy clar a y ev ident e que nos par ezca, no
podr ía est ar m ás lej os de la v er dad.
¿Qué es la im aginación? ¿Por qué es t an im por t ant e? ¿Por qué de t odas las cosas
que Holm es puede m encionar a Lest r ade le dest aca pr ecisam ent e est a? ¿Qué papel
puede desem peñar en algo que suena t an r igur oso com o el m ét odo cient ífico de la
m ent e?
Lest r ade no es el pr im ero que no cr ee que la im aginación desem peñe un papel en el
pensam ient o cient ífico, ni Holm es es el últ im o en insist ir en lo cont r ar io. Uno de los
m ás grandes pensador es cient íficos del siglo XX, el físico y pr em io Nobel Richar d
Fey nm an, solía expr esar su sorpr esa ant e el poco v alor que se daba a lo que para él
er a una cualidad fundam ental en el pensam ient o y en la ciencia. «Es sor pr endent e
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que la gent e cr ea que en la ciencia no hay lugar para la im aginación», dij o en una
confer encia. Per o est a im aginación no r esponde a la noción habit ual, sino que «se
t r at a de una clase de im aginación m uy int er esant e, dist int a de la del ar t ist a. La
m ay or dificult ad r eside en int ent ar im aginar algo que nunca se haya v ist o, que sea
coher ent e en t odos sus detalles con lo que ya se ha vist o y que sea difer ent e de
t odo lo que y a se ha pensado; adem ás, debe ser algo definido, no una pr opuesta
am bigua. Y eso es algo m uy difícil de conseguir ».
Es difícil encont r ar m ej or definición del papel de la im aginación en el pr oceso del
pensam ient o cient ífico. Par t e de los dat os de la obser v ación y de la ex per iencia y los
com bina en algo nuev o. Y con ello cr ea el m ar co par a la deducción, el cr ibado de
alt er nat iv as cuy o fin es decidir cuál de ent r e t odas las posibilidades que hem os
im aginado ex plica m ej or t odos los hechos.
Al im aginar cr eam os algo hipot ét ico, algo que puede o no ex ist ir en el m undo r eal,
per o sí exist e en nuest r a m ent e. Lo que im aginam os es «difer ent e de lo que ya se
ha pensado». No es un replant eam ient o de los hechos, ni una sim ple línea ent r e A y
B que se puede t razar sin pensar. Es nuest ra sínt esis y nuest ra creación. La
im aginación ser ía com o un espacio del desván m ent al donde t enem os la liber t ad de
t rabaj ar
con
cont enidos
que
aún
no
hem os
dest inado
a
un
sist em a
de
alm acenam ient o o de or ganización, un espacio en el que podem os cam biar cosas,
com binar las y r ecom binar las, t r ast ear con ellas a volunt ad sin t em or a per t ur bar el
or den ni la lim pieza del desván pr incipal.
Ese espacio es esencial en el sent ido de que sin él no puede haber un desván
funcional: no podem os t ener un alm acén lleno de cajas hasta los t opes. Si así fuer a
no podr íam os ni ent r ar en él. ¿Cóm o podr íam os m over las caj as para encont rar lo
que necesit am os? ¿Cóm o podr íam os v er siquier a qué caj as hay y dónde est án?
Necesit am os espacio. Necesit am os luz. Necesit am os poder acceder al cont enido del
desván, pasear por su int er ior y m ir ar alr ededor para v er qué es cada cosa.
Y en ese espacio hay liber t ad. Podem os colocar en él t em por alm ent e t odas las
observaciones que hem os hecho. Aún no las hem os archivado ni guardado en su
lugar . Las dej am os allí, donde podam os v er las par a j uguet ear con ellas. ¿Qué
paut as apar ecen? ¿Podem os añadir algo del alm acén per m anent e para obt ener una
im agen difer ent e, algo que t enga sent ido? En ese espacio ex am inam os lo que
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hem os recogido. Separam os elem ent os, probam os com binaciones dist int as, vem os
qué funciona y qué no, qué encaj a y qué no. Y acabam os con una creación diferent e
a los dat os y las obser vaciones de los que ha par t ido. Tiene en ellos sus r aíces, es
ver dad, pero es algo único que solo exist e en ese est ado hipot ét ico de la m ent e y
que puede o no ser r eal o ver dader o.
Per o esa cr eación no sur ge de la nada. Est á basada en la r ealidad, en las
observaciones que hem os hecho hasta ese m om ent o, es «coherent e en t odos sus
det alles con lo que ya se ha vist o». En ot ras palabras, cr ece or gánicam ent e de esos
cont enidos que hem os r eunido en nuest ro desván m ediant e el proceso de
obser v ación, m ezclados con los ingr edient es que siem pr e han est ado ahí, con
nuest ra base de conocim ient os y nuest ra visión del m undo. Para Feynm an era una
«im aginación con una cam isa de fuer za m uy aj ustada» for m ada por las ley es de la
física.
Y par a Holm es es básicam ent e lo
m ism o:
los conocim ient os y
las
obser v aciones que hem os ido adquir iendo hast a el pr esent e. No es un sim ple vuelo
de la im aginación; no podem os pensar que, en est e cont ext o, la im aginación es
idént ica a la cr eat iv idad de un nov elist a o de un poet a. No puede ser lo. En pr im er
lugar , por la sencilla r azón de que est á basada en la r ealidad obj et iv a de la que
hem os ido acum ulando dat os, y en segundo lugar, porque «debe ser algo definido,
no una pr opuest a am bigua». Lo que im aginam os t iene que ser concr et o. Tiene que
ser det allado. No ex ist e en la r ealidad, per o su sust ancia debe ser t al que, en t eor ía,
podr ía salt ar de la cabeza al m undo con m uy pocos aj ust es. Par a Fey nm an llev a una
cam isa de fuer za; para Holm es est á lim it ada y det er m inada por lo que nuest ro
desván t iene de único. Lo que im aginam os debe usar lo com o base y debe seguir sus
r eglas, unas r eglas que incluyen las observ aciones que con t ant a diligencia hem os
ido r euniendo. «El j uego es —dice Fey nm an— int ent ar av er iguar [ ...] qué es
posible. Exige un análisis post er ior , una com pr obación para v er si encaj a, si es
v álido de acuer do con lo que sabem os.»
Y en est a afir m ación se halla la pieza final de la definición: la im aginación se debe
basar en el conocim ient o de la r ealidad, y en lo concr et o y lo específico de nuest r o
desván. Su obj et iv o es cr ear un m ar co para deducir una v er dad cient ífica, la
solución a un crim en u ot ra cosa. En t odos esos casos debe ceñirse a ciert os lím it es.
Per o t am bién es libr e. Y div er t ida. En ot r as palabr as, es un j uego. Es la par t e m ás
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fest iv a de t odo em peño ser io. No es casual que Holm es ex clam e: «¡La par t ida ha
com enzado!» en las pr im er as líneas de «La av ent ura de Abbey Grange». Esa
expresión t an sim ple no solo nos revela su ent usiasm o y su pasión: t am bién su
for m a de abor dar el ar t e del det ect iv e y , en gener al, el de pensar . Sin duda, los dos
son cosa ser ia, per o siem pr e poseen ese elem ent o lúdico t an necesar io: sin él,
ningún em peño ser io t riunfará.
Tendem os a pensar que la cr eat ividad se t iene o no se t iene. Per o no es así. La
cr eat iv idad se puede enseñar y apr ender . Com o la at ención o el aut ocont r ol, es ot r o
m úsculo
que
se
puede
ej er cit ar
y
r obust ecer
con
práct ica,
m ot iv ación
y
concent r ación. Div er sos est udios han dem ost r ado que la cr eat iv idad es fluida y que
aum ent a con el ent r enam ient o y la pr áct ica: si cr eem os que la im aginación m ej or a
con la práct ica, nuestr a capacidad para im aginar m ej or ar á ( ot r o ej em plo de la
necesidad de m ot iv ación) . Cr eer que podem os ser t an cr eat iv os com o cualquier a y
conocer los com ponent es básicos de la cr eat iv idad es esencial par a m ej orar nuestr a
capacidad de pensar , decidir y act uar de un m odo m ás acor de con un Holm es que
con un Wat son ( o un Lest rade) .
A cont inuación
exam inar em os ese
espacio
m ent al
y
la
et apa
de
sínt esis,
r ecom binación e int uición. Ese espacio aparent em ent e desenfadado que perm it ir á a
Holm es r esolv er el caso del const r uct or de Nor wood ( por que lo har á y, com o
v er em os, la confianza de Lest rade en lo ev ident e acabará siendo err ónea y
pasaj er a) .
1 . Apren de r a su pe ra r la du da im a gina t iv a
I m aginem os que nos llev an a una habit ación donde solo hay una m esa y t r es cosas
sobr e ella: una caja de tachuelas, una caja de cer illas y una vela. Se nos dice que la
t ar ea es fij ar la vela a la pared y que no hay lím it e de t iem po. ¿Cóm o lo haríam os?
Si el lect or es com o m ás del 75% de los par t icipant es en est e est udio ya clásico del
psicólogo de la escuela Gest alt Kar l Dunck er , es pr obable que pr obara una de est as
dos opciones. Podr ía int ent ar clav ar la v ela en la par ed con las tachuelas, aunque
pr ont o se dar ía cuent a de que est e m ét odo es inút il. O podr ía encender la v ela y
usar la cer a derr et ida para fij ar la a la par ed, pr escindiendo de las t achuelas
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( pensando que las han puest o para dist r aer ) . Per o tam poco funcionar ía. La cer a no
t iene fuer za suficient e par a suj et ar la v ela. ¿Y ahor a qué?
Hace falt a im aginación par a hallar la solución cor r ect a. Nadie la v e a la pr im er a.
Algunas per sonas la v en después de pensar un m inut o o dos. Otr as después de
v ar ios int ent os infr uct uosos. Y ot r as son incapaces de v er la sin ayuda. La solución
es sacar las t achuelas de la caj a, clav ar con ellas la caj a en la par ed y encender la
v ela. Der r et ir el ex t r em o infer ior de la vela con una cer illa, dej ar que la cer a got ee
en la caj a y m et er la v ela en la caj a sobr e la base de cer a. Com probar lo t odo. Salir
de la sala ant es de que la v ela se consum a y acabe encendiendo la caja. Voilà.
¿Por qué hay t antas per sonas que no son capaces de v er est a alt er nat iv a? Por que
no t ienen present e que ent re la observación y la deducción ex ist e un m om ent o
m ent al m uy im por t ant e. Siguen la v ía «calient e» o at r opellada pr opia del sist em a
Wat son —acción, acción, acción— sin t ener en cuent a la necesidad fundam ent al de
lo cont rario: un m om ent o de r eflexión. Y opt an por las soluciones m ás nat urales y
evident es. En est a sit uación, no ven qu e algo evident e —com o una caj a de
t achuelas— podr ía ser algo m enos evident e: una caj a y unas t achuelas.
Est e fenóm eno r ecibe el nom br e de «fij ación funcional». Tendem os a v er los obj et os
com o se nos pr esent an, com o si sirvieran para una función concr et a que se les ha
asignado. La caj a y las t achuelas for m an una caj a de tachuelas. La caj a cont iene las
t achuelas; no t iene ot r a función. Para ir m ás allá y descom poner ese obj et o, par a
dar se cuenta de que la caj a y las t achuelas son dos cosas difer ent es, hace falt a
im aginación ( Duncker , que per t enecía a la escuela Gest alt , est aba est udiando
pr ecisam ent e est a cuest ión, la t endencia a v er m ás el t odo que las par t es) .
Hubo ot ras var iant es del est udio or iginal de Duncker y, en un exper im ent o donde
los m ism os obj et os se pr esent aban por separado con las t achuelas al lado de la
caj a, el por cent aj e de suj et os que r esolv ier on el pr oblem a aum ent ó de una m aner a
espect acular. Lo m ism o sucedió con un sim ple aj ust e lingüíst ico: si ant es de
enfr ent ar se al pr oblem a de la
v ela,
los par t icipant es eran
obj et o de una
«pr eact iv ación» al oír las palabras conect adas con «y» en lugar de con «de» —«una
caj a y tachuelas»—, er a m ucho m ás probable que vier an la solución. Y si las
palabr as se subr ay aban por separado com o si fuer an cinco cosas ( vela, caj a de
cer illas y caj a de t achuelas) , t am bién er a m ucho m ás pr obable que la v ier an.
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Per o el pr oblem a or iginal ex ige pensar, alej ar se de lo ev ident e sin ayuda ex t er na.
No es t an sim ple com o ex am inar t odo lo que hem os obser v ado hasta ahora y act uar
o int ent ar deducir de inm ediat o la m ej or m aner a de logr ar el obj et iv o. Las per sonas
que solucionar on el pr oblem a eran conscient es de la im por t ancia de no act uar, de
dej ar que la m ent e asim ilar a la sit uación y r eflex ionar a sobr e ella. Dicho de ot r o
m odo, sabían que ent r e obser v ar y deducir ex ist e el paso esencial e im pr escindible
de im aginar .
Es fácil v er a Sher lock Holm es com o una m áquina de razonar con fr ialdad y dur eza:
el epít om e de la lógica calculadora. Per o esa im agen de Holm es com o un «aut óm at a
lógico» no puede ser m ás err ónea. Holm es es t odo lo contr ar io. Lo que le hace ser
quien es, lo que lo sit úa por encim a de det ect ives, inspect or es y civ iles, es su
v olunt ad de aceptar lo no lineal, de abr azar lo hipot ét ico y cont em plar la conj et ur a;
es su capacidad para el pensam ient o cr eat iv o y la r eflex ión im aginat iv a.
Ent onces, ¿por qué t endem os a dejar de lado est a facet a m ás sut il, casi ar t íst ica, y
a cent r ar nos en la capacidad del det ect iv e para el cálculo r acional? Pues por que es
una post ur a m ás fácil y segur a. Es una línea de pensam ient o m uy ar r aigada en
nuest r a psicología. Se nos ha inculcado desde m uy t em prana edad. Com o dij o
Albert Einst ein: « No debem os acabar convirt iendo al int elect o en un dios. Es
ev ident e que su m usculat ur a es m uy poder osa, pero car ece de per sonalidad. Y es
que su función no es t ant o la de dir igir com o la de ser v ir ». Viv im os en una sociedad
que glor ifica el m odelo del or denador , que idolat r a al Holm es inhum ano que capta
com o si nada innum er ables dat os, los analiza con pr ecisión asom br osa y ofr ece una
solución. Una sociedad que m enospr ecia el poder de algo tan poco cuant ificable
com o la im aginación y que ot orga pr im acía al int elect o.
Alguien dir á que no es así, que apr eciam os la innovación y la cr eat iv idad, que
v iv im os en la época del em pr endedor, del hom br e con ideas, de St ev e Jobs y su
«Think Differ ent ». Per o aunque a pr im era vist a par ece que v alor am os la cr eat iv idad
y la im aginación, en lo m ás hondo de nuest r o ser hay algo que las t em e y las
r echaza.
Y es que, en gener al, la incer t idum br e nos desagr ada y nos inquiet a. Un m undo
donde r eine la cer t eza es un lugar m ás acogedor. Y nos esfor zam os por r educir la
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incert idum br e en lo posible t om ando decisiones que m ant ienen el st at u quo. El
conocido r efrán «m ás vale loco conocido...» lo r esum e a la perfección.
Adem ás, la cr eat iv idad ex ige nov edad. La im aginación se ocupa de posibilidades
nuev as, de datos cont rafact uales, de r ecom binar cosas de nuev as m aneras. Se
ocupa, en fin, de lo no com pr obado y lo no com pr obado es incier t o. Asust a, aunque
no seam os conscient es de nuest r o t em or . Tam bién puede llegar a ser em bar azosa
porque no hay gar ant ía de éx it o. Por eso los inspect or es de Conan Doyle siem pr e
son t an r eacios a desviar se del pr ot ocolo est ándar , a hacer cualquier cosa que
pueda suponer el m ás m ínim o r iesgo para su invest igación o la r et r ase aunque sea
un inst ant e. La im aginación de Holm es los at em or iza.
Est o ex plica una par adoja m uy habit ual: las per sonas, las or ganizaciones y las
inst it uciones que t om an decisiones suelen rechazar las ideas creat ivas por m ucho
que de cara al ex t er ior digan que la cr eat iv idad es un obj et iv o im por t ant e y hasta
fundam ent al. ¿Por qué? Est udios r ecient es señalan que adopt am os una act it ud
inconscient e cont r ar ia a las ideas cr eat iv as par ecida a las act it udes que suby acen al
r acism o o a las fobias.
Recor dem os el I AT del capít ulo dos. En una ser ie de est udios, Jennifer Mueller y sus
colegas lo adapt ar on para algo que hasta ent onces no se había consider ado obj et o
de est udio: la cr eat iv idad. Los suj et os t enían que r ealizar el m ism o em par ej am ient o
de cat egor ías que en el I AT nor m al, per o en est a ocasión con dos palabr as que
daban a ent ender una act it ud pr áct ica ( funcional, const ruct ivo o út il) o cr eat iv a
( nuevo, ingenioso u original) . Los r esultados indicar on que, en condiciones de
incert idum br e, incluso los suj et os que habían dado una punt uación elevada a la
cr eat iv idad en una list a de at r ibut os posit iv os m anifest aban contr a ella un pr ej uicio
im plícit o y favor ecían m ás la act it ud práctica. Tam bién dij er on que una idea que
ant es habían calificado de cr eat iv a en un pr e- t est ( unas zapat illas de cor r er que
usaban nanot ecnología par a adaptar el gr osor de la t ela a la t em perat ura del pie y
ev it ar la apar ición de am pollas) er a m enos cr eat iv a que ot r as m ás convencionales.
Dicho de ot r o m odo:
adem ás de m anifest ar un pr ej uicio im plícit o hacia la
cr eat iv idad, no la r econocían al v er la.
Es ver dad que est e efect o solo se daba en condiciones de incer t idum bre, pero ¿no
caract er izan est as condiciones la m ay oría de los ent or nos donde se t om an
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decisiones? Sin duda ocur r e así en la labor del det ect iv e, per o t am bién en las
gr andes em pr esas, en la ciencia y en los negocios. En el fondo, ocurr e en cualquier
ám bit o que podam os pensar.
Hay grandes pensador es que han super ado ese obst áculo, ese t em or al v acío.
Einst ein no at inó en algunas cosas. Abraham Lincoln, uno de los pocos hom bres que
han ido a una guer ra com o capit anes y han v uelt o com o soldados, se declar ó en
bancar rot a dos veces ant es de llegar a ser pr esident e. Walt Disney fue despedido de
un per iódico por «falt a de im aginación» ( pocas paradoj as com o est a) . Thom as
Edison hubo de hacer m ás de m il pr otot ipos fallidos ant es de cr ear la bom billa. Y
t am bién ha fallado Sher lock Holm es ( los casos de I r ene Adler , del hom br e del labio
t or cido o del r ost ro am ar illo del que pr ont o hablar em os con m ás det alle) .
Lo que m ás dist ingue a esos hom br es no es que no hayan fallado, sino su falt a de
m iedo al fracaso, su aper t ura a las cosas que car act er iza la m ent e cr eat iv a. En
alguna etapa de su vida pudier on haber t enido el m ism o pr ej uicio hacia la
cr eat iv idad que t enem os la m ay or ía de nosot r os, per o de algún m odo logr ar on
super ar lo. Sher lock Holm es posee una cualidad que los or denador es no t ienen, algo
que hace que sea quien es y que cont r adice su im agen del det ect iv e lógico por
excelencia: la im aginación.
¿Quién no ha dej ado de lado un problem a por no ver le una solución inm ediat a?
¿Quién no ha t om ado una decisión errónea o no ha dado un paso en falso por no
det ener se a pensar que lo que es clar o y ev ident e quizá lo sea dem asiado? ¿Quién
no ha seguido un m ét odo ni m ucho m enos ideal solo por que se ha seguido siem pr e,
r echazando m ét odos posiblem ent e m ej or es por no est ar cont rast ados? Mej or loco
conocido...
Nuest r o t em or a la incer t idum br e nos cont iene y r efr ena cuando har íam os m ej or
acom pañando a Holm es en una de sus andanzas im aginat iv as y cr ear escenar ios
que solo exist en —al m enos de m om ent o— en nuest ra m ent e. Einst ein se guió por
la im aginación cuando propuso su m aj est uosa t eor ía de la r elat iv idad gener al. En
1929, Geor ge Sy lv est er Vier eck le pr egunt ó si su descubr im ient o er a obr a de la
im aginación o la inspir ación; Einst ein r espondió: «La im aginación es m ás im por t ant e
que el conocim ient o. El conocim ient o es lim it ado. La im aginación abar ca el m undo».
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Sin im aginación, el gr an cient ífico se habr ía quedado at r apado en la cer t eza de lo
lineal, de lo fácilm ent e asequible.
Es m ás, hay m uchos pr oblem as que ni siquier a t ienen una r espuest a que par ezca
m ás ev ident e. En el caso del m ist er io de Nor w ood, Lestr ade t enía a m ano un r elat o
de los hechos y un sospechoso. Per o ¿y si no los hubier a t enido? ¿Y si no hubier a
una nar ración lineal y la r espuest a solo se pudier a logr ar m ediant e div agaciones
hipot ét icas de la m ent e? ( Se da un ej em plo así en El valle del t err or , cuando la
v íct im a no es quien par ece ser y la casa t am poco. En est e caso, la falt a de
im aginación equiv ale a no hallar la solución.) Y en un m undo m ás aj eno a
det ect iv es, inspect or es y const r uct or es, ¿qué pasar ía si no hubier a un panor am a
pr ofesional o am or oso ev ident e que nos prom et ier a una v ida m ej or y m ás feliz? ¿Y
si la r espuest a ex igier a una ex plor ación per sonal cr eat iv a? Muy pocos cam biar ían a
un loco conocido por un sabio por conocer.
Sin im aginación no podr em os llegar a las alt ur as de pensam ient o que som os
capaces de alcanzar ; en el m ej or de los casos estar em os condenados a guar dar
dat os y detalles, per o nos será difícil usar los de alguna form a que pueda m ej or ar
nuest r o j uicio y nuest r as decisiones de una m anera palpable. Tendr íam os un desván
con car petas y caj as m uy bien or ganizadas, per o no sabr íam os por dónde em pezar
a buscar : habr á que ex am inar lo t odo una y ot r a vez, quizás hallando el enfoque
cor r ect o, quizá no. Y si el dat o cor r ect o no est á en un solo lugar , sino r epar t ido en
v ar ias caj as dist int as, m ás vale que t engam os suer t e.
Volv am os al caso del const r uct or de Norw ood. ¿Por qué Lest rade ni siquier a se
acer ca a r esolv er el m ist er io y est á a punt o de condenar a un inocent e por falt a de
im aginación? ¿Qué ofr ece par a est e caso la im aginación que no br inde un sim ple
análisis? Tant o el inspect or com o Holm es t ienen acceso a la m ism a inform ación.
Holm es no posee un conocim ient o secr et o que le per m it a ver algo que Lest rade no
ve, o por lo m enos no t iene un conocim ient o al que Lest rade no tenga acceso. Lo
que sucede es que los dos no solo eligen usar elem ent os difer ent es de su
conocim ient o com ún, sino que t am bién int erpr et an esos dat os desde punt os de
v ist a m uy dist int os. Lest rade sigue el m étodo sim ple y dir ect o, per o Holm es sigue
una línea m ás im aginat iv a que par a el inspect or ni siquier a es concebible.
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Al pr incipio de la invest igación, Holm es y Lest rade par t en casi del m ism o punt o
porque John Hect or McFarlane hace su exposición de los hechos en presencia de los
dos. El «casi» es porque Lest r ade par t e con cier t a vent aj a: ya ha est ado en la
escena del cr im en y Holm es acaba de conocer el caso. Con t odo, sus enfoques
div er gen de inm ediat o. Cuando Lest r ade pr egunta a Holm es si t iene alguna
pr egunt a m ás ant es de arr est ar a McFar lane y llev ár selo, Holm es r esponde: «No,
hast a que haya est ado en Blackheat h». «Quer r á ust ed decir en Nor wood», r esponde
Lest r ade. «Ah, sí, seguram ent e eso es lo que quer ía decir », cont est a Holm es.
Después, clar o est á, par t e hacia Blackheat h, donde r esiden los padr es del pobr e
McFar lane.
« ¿Y por qué no a Nor wood?», pr egunt a Wat son igual que ant es ha hecho Lest r ade.
«Porque en est e caso —le responde Holm es— t enem os un suceso m uy curioso que
viene pisándole los t alones a ot ro suceso igualm ent e curioso. La policía est á
com et iendo el er r or de concent r ar su at ención en el segundo, por que da la
casualidad de que es el único ver dader am ent e cr im inal.» Pr im era canasta, com o
v er em os en br ev e, cont ra el enfoque dem asiado dir ect o de Lest rade.
Holm es vuelv e decepcionado de su v iaj e. «Pr ocur é seguir una o dos pist as —dice a
Wat son—, pero no encont r é nada a fav or de nuest r a hipót esis, y sí v ar ios det alles
en cont r a. Por últ im o, m e r endí y m e dir igí a Nor w ood.» Sin em bar go, com o pr ont o
ver em os, el viaj e no ha sido en vano y t am poco Holm es cr ee que lo haya sido. Y es
que nunca sabem os cóm o se v an a desplegar los acont ecim ient os que par ecen m ás
sim ples cuando hacem os uso de t odo el pot encial de ese espacio del desván
dedicado a la im aginación. Y nunca sabem os qué dat o hará que t odo encaj e de
repent e en un enigm a hasta ent onces carent e de sent ido.
Aun así, el caso no par ece encam inar se a su r esolución. Holm es dice a Wat son:
«Com o no t engam os un golpe de suer t e, m ucho m e t em o que el caso de la
desapar ición de Nor w ood no figurar á en est a fut ur a cr ónica de nuest r os éx it os que
el pacient e público t endr á que sopor t ar t ar de o t em pr ano».
Y ent onces, del m ás im probable de los lugar es, surge ese golpe de suer t e. Lest rade
lo llam a «nuev as e im por t ant es pr uebas» que dem uest ran definit iv am ent e la
culpabilidad de McFar lane. Holm es r ecibe la not icia con una sonr isa am arga hasta
que Lest rade le dice que la pr ueba concluyent e es la huella ensangr ent ada del
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pulgar der echo de McFar lane en la par ed del v est íbulo de la casa de Oldacr e. Per o lo
que para Lest rade es la pr ueba final de la culpabilidad de McFar lane, para Holm es
dej a clara su inocencia. No solo eso: t am bién le confir m a una sospecha que hast a
ese m om ent o únicam ent e ha sido una sensación de fondo, una « int uición» com o la
llam a Holm es, de que en r ealidad no hay t al cr im en, de que Jonas Oldacr e est á
vivo.
¿Cóm o es posible que la m ism a infor m ación conv enza al inspect or de que McFar lane
es culpable y a Holm es de que es inocent e, de que ni siquier a ha habido cr im en? La
r espuest a est á en la im aginación.
Repasem os el caso paso a paso. En pr im er lugar est á la r espuest a inicial de Holm es
al r elat o: no acude de inm ediat o a la escena del supuest o cr im en y cont em pla el
caso desde t odos los ángulos, algo que puede ser út il o no. Luego viaj a a
Blackheat h par a v er a esos padr es que supuest am ent e habían conocido a Oldacr e
en su j uvent ud y que, claro est á, conocen a McFarlane. Puede que est e enfoque no
par ezca especialm ent e im aginat iv o, per o es m ás abier t o y m enos lineal que el de
Lest r ade: ir a la escena del cr im en y a ningún otr o lugar . En cier t o m odo, Lestr ade
se ha cer rado a cualquier ot r a posibilidad desde el pr incipio. ¿Para qué m olest ar se
en nada m ás si t odo lo que necesit am os est á en un solo sit io?
Una función im por tant e de la im aginación es est ablecer conexiones ent re elem ent os
div er sos que, de ent r ada, no par ecen guar dar r elación. Cuando er a pequeña m is
padr es m e r egalar on una especie de j uguet e: un post e de m adera con un aguj er o
en m edio y una anilla en la base. Por el aguj er o pasaba un cordel gr ueso con un ar o
de m ader a en cada ex t r em o. El obj et iv o er a sacar la anilla del post e. Par ecía m uy
fácil a pr im er a v ist a hast a que m e di cuent a de que la cuer da, con sus ar os, im pedía
sacar la anilla de la m anera m ás ev ident e, por el ex t r em o super ior del post e.
I nt ent é t odo lo que se m e ocur r ió. Hast a for cé los ar os de la cuerda a pasar por la
anilla.
Per o
t odo
fue
inút il.
Ninguna
de las soluciones que par ecían
m ás
pr om et edor as funcionó. Al final r esult ó que para sacar la anilla había que seguir un
m ét odo tan indir ect o que hube de pasar m e m uchas hor as —con días ent r e m edias—
para encont rar lo. En cier t o m odo, par a sacar la anilla había que dej ar de int ent ar lo.
Siem pr e había em pezado por la anilla por que, después de t odo, el obj et iv o er a
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sacar la. Per o no llegué a la solución hast a que m e olv idé de la anilla y m e dist ancié
un poco para obser var el pr oblem a y ex am inar sus posibilidades.
Tam bién yo t uve que pasar por Blackheat h para saber qué había sucedido en
Nor w ood. Sin em bargo, a difer encia de Lest r ade yo podía saber si había solucionado
el pr oblem a sin necesidad de que Holm es m e dier a un pequeño em puj ón. El hecho
de saber que cuando lo hicier a bien no t endr ía ninguna duda hacía que supier a
cuándo m e equiv ocaba. Per o la m ay or ía de los pr oblem as r eales no son t an clar os.
No hay una anilla em pecinada que solo nos da dos r espuest as, bien o m al. Hay
innum er ables gir os falsos y falsas r esoluciones. Y si no hay un Holm es que nos
ponga sobr e av iso podem os ver nos t ent ados a seguir t ir ando de la anilla, pensando
que t ar de o t em pr ano acabar á saliendo.
Así que Holm es viaj a a Blackheat h. Per o no acaba ahí su r ecur so a la im aginación.
Para enfocar un caso com o el de Nor wood com o lo hace él —y conseguir lo que él
consigue— hay que par t ir de un lugar abier t o a las posibilidades. No podem os dar
por sent ado que el cur so de los acont ecim ient os m ás evident e es el único posible. Si
lo hacem os nos cer r am os a ot r as posibilidades ent r e las que puede est ar la
v er dader a r espuest a. Y será m ás pr obable que incur r am os en ese sesgo de
confirm ación cuyos efect os ya hem os vist o en capít ulos ant eriores.
En est e caso, Holm es no solo consider a m uy r eal la posibilidad de que McFar lane
sea inocent e, sino que exam ina diversas posibilidades que solo exist en en su m ent e
y en las que cuest iona cada pr ueba incluyendo la pr incipal, la m uer t e m ism a del
const r uct or . Para ent ender el v er dader o cur so de los acont ecim ient os, pr im er o
Holm es debe im aginar la posibilidad de los dist int os cur sos posibles. Si no lo hicier a
acabar ía diciendo lo m ism o que Lest r ade: «A lo m ej or piensa ust ed que McFar lane
salió de su celda en el silencio de la noche con obj et o de r efor zar la evidencia en su
cont r a —y r em ata est as palabras en apar iencia r et ór icas—: Soy un hom br e pr áct ico,
señor Holm es, y cuando r eúno m is pruebas saco m is conclusiones».
La cer t eza r et ór ica de Lest r ade est á t an desencam inada pr ecisam ent e por que es un
hom br e práct ico que va de las pr uebas a las conclusiones dir ect am ent e, sin pasar
por ese espacio que le dar ía t iem po a r eflex ionar , a pensar en ot r as posibilidades, a
consider ar lo que puede haber ocur r ido y a seguir m ent alm ent e esas líneas
hipot ét icas en lugar de usar únicam ent e lo que t iene frent e a él. Est o no significa
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que la ant er ior et apa de obser v ación no siga t eniendo la m ay or im por tancia: Holm es
solo puede llegar a sus conclusiones sobre la huella del pulgar porque sabe m uy
bien que ant es no la ha pasado por alt o. «Me const a que esa huella no est aba ahí
cuando yo ex am iné est a par ed ay er», dice a Wat son. Confía en sus obser v aciones,
en su at ención, en su desván y en lo que cont iene. Per o Lestr ade, r egido com o está
por el sist em a Wat son, nunca t iene est a cert eza.
Así pues, la falt a de im aginación puede conducir a un acto err óneo ( el arr est o del
hom bre que no es) y tam bién a la ausencia de un act o corr ect o ( encont rar al
v er dader o culpable) . Si solo buscam os la solución m ás ev ident e, puede que nunca
hallem os la cor r ect a.
Usar la r azón sin im aginación equiv ale a ceder el m ando al sist em a Wat son. Par ece
que ent iende la sit uación —es lo que quer em os—, per o es dem asiado im pulsiv o. Le
ser á im posible ver y evaluar t odo el conj unt o si no dedica unos inst ant es a
ent r egar se a la im aginación.
Consider em os una act uación contr ar ia a la de Lest r ade. En «El pabellón Wist er ia»,
Holm es hace uno de sus m uy r ar os cum plidos al inspect or Baynes: «Ust ed llegar á
m uy arr iba en su profesión, porque t iene inst int o y facult ad int uit iva». ¿Qué hace
Bay nes que no hagan sus colegas de Scot land Yar d par a m er ecer t al elogio? Tener
en cuent a la nat ur aleza hum ana —en lugar de descar tar la— y ar r estar a pr opósit o a
un inocent e par a hacer que el v er dader o crim inal se confíe ( por cier t o, hay pr uebas
suficient es par a det ener a ese inocent e y par a que alguien com o Lestr ade lo t enga
por culpable; de hecho, Holm es cr ee de ent r ada que el ar r est o de Bay nes es un
er r or a la alt ur a de los de Lest r ade) . Est e «t ener en cuenta» es una de las
pr incipales vir t udes de un enfoque im aginat iv o porque v a m ás allá de la sim ple
lógica para int er pr et ar los hechos y hace uso de esa m ism a lógica para cr ear
alt er nat iv as hipot ét icas. Alguien com o Lestr ade nunca pensar ía en hacer algo así.
¿Por qué m algast ar ener gía en ar r estar a alguien si ese alguien no es quien debe
ser ar r estado confor m e a la ley ? Falt o de im aginación, solo puede pensar de una
m anera.
En 1968, el salt o de alt ur a y a era un depor t e consolidado. Ant es de esa época los
salt ador es usaban el llam ado est ilo t ij er a y en los años sesent a el est ilo m ás popular
er a el r odillo vent r al, donde el cuer po gir a al pasar por encim a del list ón. En
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cualquier a de est os est ilos el at let a at acaba el list ón de car a par a r ealizar el salt o. Si
alguien hubier a osado pr oponer hacer el salt o de espaldas habr ía caído en el r idículo
m ás absolut o.
Per o a Dick Fosbur y le par ecía que era la m ej or m aner a de salt ar. En secundar ia
había ido desarr ollando est e est ilo y m ás adelant e, en la univ er sidad, em pezó a
salt ar m ás y m ás alt o. Aunque no est aba segur o de por qué lo hacía así, t enía la
im pr esión de que su inspir ación había v enido de Or ient e: de Confucio y Lao- Tsé.
Salt aba a su air e dej ándose llev ar por la sensación y el hecho de que los dem ás se
bur laran diciendo que su est ilo er a r idículo le daba igual ( t am poco ay udó m ucho que
cuando le pregunt aron por su est ilo en una ent revist a en Spor t s I llustr at ed dij er a
que sus salt os er an fr ut o del «pensam ient o posit iv o» y de que se «dej aba llev ar ») .
Est á clar o que nadie esper aba que llegar a a for m ar par t e del equipo olím pico de los
Est ados Unidos, y m enos aún que ganar a la m edalla de or o bat iendo los r écords
olím picos y de su país con un salt o de 2,24 m et r os, a solo cuat r o cent ím et r os del
r écor d del m undo.
Con aquella t écnica t an or iginal que hoy llev a su nom br e, Fosbur y consiguió lo que
m uchos otr os at let as m ás t radicionales nunca habían logrado: r ev olucionar un
depor t e por com plet o. Cuando ganó la m edalla de oro m uchos cr ey er on haber
asist ido a un caso aislado, a algo que quedar ía en los anales del depor t e com o una
cur iosidad. Per o desde 1978 las sucesiv as m ar cas m undiales se han logr ado con
est e est ilo y ya en los Juegos Olím picos de 1980 lo usar on t r ece de los dieciséis
finalist as. Hoy en día el est ilo Fosbur y sigue dom inando el salt o de alt ur a y el r odillo
casi ha pasado al olv ido. ¿Cóm o es que nadie lo había pensado ant es?
Nat uralm ent e, vist o desde ahora el est ilo Fosbury parece int uit ivo. Pero lo que hoy
parece t an claro, en su m om ent o fue una innovación sin pr ecedent es. Nadie se
había plant eado salt ar de espaldas. La sola idea par ecía absur da. El m ism o Fosbur y
no dest acaba especialm ent e com o salt ador . Com o dij o su ent r enador, Ber ny
Wagner : «Tengo un lanzador de disco que puede salt ar m ás que él». Todo el
secr et o est aba en el est ilo por que la alt ur a logr ada por Fosbur y palidece fr ent e al
r écor d del m undo act ual —2,45 m et ros, en poder del cubano Jav ier Sot om ayor — y
su m ar ca ni siquier a se encuent r a ent r e las veint e pr im er as. Per o est á clar o que
cam bió el salt o de alt ur a para siem pr e.
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La im aginación nos perm it e ver cosas que no son: que un hom br e m uer to en
r ealidad est á v iv o, que se puede salt ar de espaldas hacia delant e, que una caja de
t achuelas es una sim ple caj a. Nos perm it e v er lo que podr ía haber sido y lo que
podr ía ser incluso en ausencia de pr uebas sólidas. Ahor a bien: cuando t enem os
t odos los det alles frent e a nosot ros, ¿cóm o los organizam os? ¿Cóm o sabem os
cuáles son im por t ant es? La sim ple lógica nos ayuda en par t e, es cier t o, per o no lo
puede hacer por sí sola.
Nuest r a r esist encia a la cr eat iv idad nos hace ser com o Lestr ade. Per o el Holm es
int er ior no anda m uy lej os. Nuest r o pr ej uicio im plícit o puede ser fuer t e, per o no es
inm ut able ni t iene por qué influir t ant o en nuest ro pensam ient o.
Veam os la siguient e ilust ración:
El lect or t iene un m áxim o de tres m inut os para unir los cuat r o punt os con tres
líneas r ect as seguidas ( sin lev ant ar el lápiz del papel ni seguir hacia at r ás una línea
y a t r azada) y acabando la últ im a línea donde ha em pezado la pr im er a.
¿Ya est á? Si no ha hallado la solución, sepa que t am poco lo hicier on el 78% de los
suj et os de un est udio a los que se plant eó el m ism o pr oblem a. Y si la ha
encont r ado, ¿cuánt o ha t ar dado?
Per o hay m ás: si m ient r as alguien int ent a r esolv er est e pr oblem a encendem os una
bom billa en su línea de visión, ser á m ás probable que lo solucione —de no haber lo
hecho ya— y que lo haga con m ás r apidez: solucionar on el pr oblem a un 44% de los
suj et os de la condición «con bom billa» fr ent e al 22% de la condición or iginal ( com o
la que he plant eado ant es) . Puest o que asociam os la bom billa encendida a
concept os com o idea r epent ina, int uición o eur eka, r elacionados con la cr eat iv idad,
su visión pr edispone o pr eact iv a la m ent e par a que piense de un m odo m ás cr eat iv o
y per sist a m ás en la r esolución de un pr oblem a difícil.
Por cier t o, la solución al pr oblem a de los punt os es est a:
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Nuest r a for m a nat ural de pensar nos puede r efr enar , per o bast a un sim ple
pr eact iv ador par a que se liber e. Y no hace falt a que nadie encienda una bom billa.
Las obr as de ar t e t ienen el m ism o efect o. Tam bién el color azul. O fotografías de
cr eador es fam osos o de caras de felicidad. O una m úsica alegr e ( en r ealidad, t odo lo
posit iv o) . Tam bién t ienen est e efect o las plant as, las flor es y las fot ografías de
escenas de la nat ur aleza. Todos esos est ím ulos act iv an la cr eat iv idad aunque no
seam os conscient es de ello.
Con independencia del est ím ulo, cuando la m ent e em pieza a reflexionar sobre una
idea es pr obable que encar nem os esa idea. Var ios est udios han r ev elado que el
sim ple hecho de poner nos una bat a blanca hace que pensem os de una m anera m ás
cient ífica y r esolv am os m ej or los pr oblem as: es pr obable que la bat a act iv e los
concept os de invest igador y de m édico y que adopt em os las cualidades que
asociam os a esas personas.
Per o apar t e de encender bom billas en una habit ación azul con r et r at os de Einst ein y
de Jobs, y de escuchar m úsica alegr e, poner nos una bata blanca y r egar las plant as,
¿cóm o podem os hacer nuest ra la capacidad im aginat iv a de Holm es?
2 . La im por ta n cia de la dist a n cia
Una de las m ej or es m aneras de facilit ar el pensam ient o im aginat iv o, de asegurar nos
de no pasar dir ect am ent e de las pr uebas a las conclusiones com o Lest r ade, es
dist anciar nos de lo que nos ocupa en t odos los sent idos de la palabr a dist ancia. En
«Los planos del Br uce- Par t ingt on», un caso que se plant ea cuando Holm es y Wat son
ya llevan j unt os m ucho t iem po, Wat son hace est e com ent ar io:
Una de las m ás ex t raordinar ias car act er íst icas de Sher lock Holm es era su capacidad
para desem br agar su cer ebr o de t oda act iv idad, desviando sus pensam ient os hacia
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cosas m ás liv ianas, así que llegaba al convencim ient o de que nada podía adelant ar
en una det erm inada t ar ea. Recuer do que durant e todo aquel día m em orable se
enfr ascó en una m onogr afía que t enía em pezada sobr e los m ot et es polifónicos de
Lassus. Yo, en cam bio, car ecía por com plet o de esa facult ad de div er sión, y el día,
com o es de suponer, m e r esult ó int er m inable.
Obligar a la m ent e a que se dist ancie es difícil. Par ece ilógico dist anciar se de un
pr oblem a que quer em os solucionar. En r ealidad, no es una cualidad que dest aque
dem asiado ni en Holm es ni en ot r os gr andes pensador es. Per o el hecho de que
Wat son la destaque ( y de que adm it a carecer de ella) ex plica m uy bien por qué
fr acasa t antas veces allí donde Holm es sale t r iunfant e.
Según el psicólogo Yaacov Trope, est e dist anciam ient o psicológico es uno de los
pasos m ás im por tant es que podem os dar para m ej or ar nuest ra form a de pensar y
t om ar decisiones. Est a dist ancia puede adopt ar m uchas for m as: t em por al ( en el
fut ur o y en el pasado), espacial ( cer canía o lej anía física a algo) , social o
int erpersonal ( cóm o ven la sit uación ot ras per sonas) , e hipot ét ica ( dist ancia con la
r ealidad, cóm o podr ía ser la sit uación) . Pero, sea cual sea la form a, t odas t ienen en
com ún que exigen t r ascender m ent alm ente el m om ent o inm ediat o. Todas exigen
que dem os un paso atr ás.
Según Tr ope, la dist ancia da un caráct er m ás gener al y abst ract o a la per spect iv a y
la int er pr et ación. Cuanto m ás nos alej am os, m ás am plio es el panoram a que
podem os captar . Cuant o m ás nos acer cam os, m ás concr et os y pr áct icos son los
pensam ient os, m ás nos encer r am os en una visión egocént r ica, y m ás lim it ada es la
im agen que podem os v er . Est e niv el de int er pr et ación influy e en la m aner a de
evaluar una sit uación e int eract uar con ella. I nfluye en las decision es y en la
capacidad par a solucionar
pr oblem as.
I ncluso m odifica el pr ocesam ient o de
inform ación en el nivel neuronal del cerebr o ( concret am ent e, t iende a act ivar la
cor t eza pr efr ontal y el lóbulo t em por al m edial; m ás adelant e lo ver em os con m ás
det alle) .
En esencia, la gr an vent aj a de la dist ancia psicológica es que act iv a el sist em a
Holm es. Obliga a r eflex ionar con calm a. Se ha dem ost rado que el dist anciam ient o
m ej or a la función cognit iv a, desde la r esolución de pr oblem as hast a la capacidad de
aut ocont rol. Los niños que aplican t écnicas psicológicas de dist anciam ient o ( por
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ej em plo, visualizar el algodón de azúcar com o una nube, una t écnica que v er em os
m ás a fondo en el siguient e apar tado) son m ás capaces de difer ir la gr at ificación, es
decir , de esper ar dur ant e m ás t iem po una r ecom pensa post er ior m ás grat ificant e
que la act ual. Los adult os a los que se les dice que den un paso at rás para que
im aginen una sit uación desde una per spect iv a m ás gener al hacen m ej or es
ev aluaciones y j uicios, se aut oev alúan m ej or y pr esent an m enos r eact iv idad
em ocional. Las per sonas que se dist ancian par a r esolv er pr oblem as r inden m ej or
que las que se sum ergen en ellos. Y las que cont em plan asunt os y t em as polít icos
desde cier t a dist ancia t ienden a evaluar los de una m aner a m ás r esist ent e al paso
del t iem po.
Est e pr oceso se par ece a r esolv er un r om pecabezas gr ande y com plej o cuya caj a se
ha per dido, por lo que no sabem os qué es ex act am ent e lo que v am os a obt ener ;
adem ás, con los años, las piezas se han ido m ezclando con ot ras y ni siquier a
est am os segur os de cuáles son las buenas. Par a solucionar el r om pecabezas,
pr im er o debem os t ener una idea de la im agen com plet a. Algunas piezas salt arán a
la v ist a enseguida: las cor r espondient es a esquinas y bor des, a cier t os color es y
paut as. Y ant es de que nos dem os cuent a v er em os con m ás clar idad el «sent ido»
del r om pecabezas, dónde deber ían ir encaj ando m ás piezas. Pero no lo podr em os
solucionar si no dedicam os t iem po a disponer las piezas cor r ect am ent e, a ident ificar
cuáles son las pr im eras que hay que colocar y a for m ar nos una im agen del
r om pecabezas com plet o. I r poniendo piezas suelt as al azar no ser v irá de nada,
causar á una fr ust ración innecesar ia y quizá nos im pida t er m inar lo.
Debem os apr ender a dej ar que los dos elem ent os ( las piezas concr etas por un lado
—sus det alles y color es, lo que nos dicen y lo que nos sugier en— y la im agen
com plet a por otr o —la im pr esión gener al que nos da una idea del r esult ado final—)
colabor en par a poder com plet ar el r om pecabezas. Los dos son esenciales. Las
piezas ya se han r eunido gracias a una cuidadosa obser v ación; v er cóm o encaj an
ex act am ent e solo se puede logr ar m ediant e una dist ancia im aginat iv a que puede
ser cualquier a de las de Tr ope: t em poral, espacial, social o hipot ét ica.
Cuando era pequeña m e encantaban los acer t ij os del t ipo «sí o no»: una per sona
plant eaba un m ist er io o acer t ij o cuya r espuest a conocía y los ot r os par t icipant es
int ent aban saber qué había pasado haciendo pr eguntas a las que solo se podía
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r esponder con un «sí» o un «no». Uno de m is favor it os er a est e: Pepe y Pepa yacen
m uer t os en el suelo; a su alr ededor hay t rozos de cr ist al, un charco de agua y una
pelot a. ¿Qué ha sucedido?
En aquella época, esos acer t ij os solo er an una for m a div er t ida de pasar el t iem po y
de com pr obar m i habilidad com o det ect iv e, y una de las razones de que m e
encant aran er a que m e hacían sent ir que «daba la t alla». Pero ahora es cuando
r ealm ent e apr ecio lo ingenioso de est e m étodo de pr egunt ar y r esponder : queram os
o no, nos obliga a separar la obser v ación de la deducción. En cier t o m odo, esos
acer t ij os ya incor poran las inst r ucciones par a llegar a su solución: ir paso a paso,
para que la im aginación consolide y r eform ule lo que se ha apr endido. No podem os
ir
con pr isa. Hem os de obser v ar , aprender
y
dedicar t iem po a consider ar
posibilidades y punt os de v ist a par a colocar los elem ent os en un cont ex t o adecuado,
y ver en cada m om ent o si hem os llegado a la conclusión cor r ect a. Los acer t ij os del
t ipo «sí o no» nos obligan a adopt ar una dist ancia im aginat iv a ( la solución al dilem a
de Pepe y Pepa es que er an peces de color es y una pelot a que ha ent r ado por la
v ent ana ha hecho caer la pecer a) .
Per o ¿cóm o cr ear est a dist ancia cuando no disponem os de esas «inst r ucciones
incluidas»? ¿Cóm o super ar la incapacidad de Wat son para dist anciar se y , al igual
que Holm es, saber cuándo y cóm o dej ar que el cer ebr o r epose en t ar eas m ás
liger as? Por suer t e, cosas a pr im era v ist a innat as com o la cr eat iv idad y la
im aginación se pueden descom poner en pasos.
3 . D ista n cia r se m e dia n t e u n a a ct iv ida d dist in t a
¿Qué es un «pr oblem a de tr es pipas», si se puede saber ? Est á clar o que no se halla
en la list a de las cuest iones m ás habit uales en la lit er at ur a de la psicología. Y quizás
haya llegado el m om ent o de que ent r e en ella.
En «La Liga de los Pelir r oj os», Sher lock Holm es se halla ant e un caso insólit o que a
pr im er a v ist a car ece de solución r azonable. ¿Por qué alguien habr ía de ser elegido
por el color de su pelo y luego r ecibir un pago por pasar se m uchas hor as sin hacer
nada en una habit ación?
Cuando el señor Wilson, de pelo r oj o com o el fuego, se ha despedido de Holm es
t r as haber le ex plicado su r elat o, Holm es dice a Wat son: «Tengo que ponerm e
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inm ediat am ent e en acción». «¿Y qué v a ust ed a hacer ?», le pr egunta Wat son,
siem pr e im pacient e por saber cóm o se r esolv er á el caso. La r espuest a de Holm es lo
pilla por sor pr esa:
—Fum ar —r espondió—. Es un problem a de t r es pipas, así que le r uego que no m e
dir ij a la palabr a durant e cincuent a m inut os.
Se acur r ucó en su sillón con sus flacas r odillas alzadas hasta la nar iz de halcón, y
allí se quedó, con los oj os cer rados y la pipa de ar cilla negr a sobr esaliendo com o el
pico de algún páj ar o raro. Yo había llegado ya a la conclusión de que se había
quedado dor m ido, y de hecho y o m ism o em pezaba a dar cabezadas, cuando de
pr ont o salt ó de su asient o con el gest o de quien acaba de t om ar una r esolución, y
dej ó la pipa sobr e la r episa de la chim enea.
Vem os pues, que un pr oblem a de t r es pipas es aquel que ex ige hacer algo que no
sea pensar dir ect am ent e en el caso ( com o fum ar en pipa) , en silencio y concent r ado
( y en est e caso con hum o) y durant e el t iem po necesar io para fum ar t r es pipas. Es
de suponer que per t enecer á a un subconj unt o de pr oblem as que van del pr oblem a
de una sola pipa al pr oblem a de la cant idad m ás grande de pipas que se pueden
fum ar sin int oxicar se y m algastar t odo el esfuer zo.
Clar o que Holm es dice m ucho m ás con est a r espuest a. Para él, la pipa no es m ás
que un m edio —uno ent re m uchos— para un fin: crear una dist ancia psicológica
ent r e él y el caso para que sus obser vaciones ( el aspect o del visit ant e y lo que le ha
r elat ado) se difundan por su m ent e sin pr isa alguna, m ezclándose con el m at er ial de
su desván hast a saber cuál debe ser el siguient e paso. Wat son querr ía que hicier a
algo enseguida, com o indica su pr egunta. Per o Holm es pone una pipa ent r e el
pr oblem a y él. Da t iem po a su im aginación para que act úe.
Sí, la pipa solo es un m edio para lograr un fin, per o lo im por tant e es que es un
m edio físico, que se t r at a de un obj et o y una act iv idad r eales. Un cam bio de
act iv idad, hacer algo sin r elación con el pr oblem a que nos ocupa, es uno de los
elem ent os que m ás ay udan a cr ear la dist ancia necesar ia par a que la im aginación
act úe. Es una t áct ica que Holm es usa con frecuencia y con buenos result ados.
Adem ás de fum ar en pipa t am bién t oca el v iolín, va a la óper a y escucha m úsica;
esos son sus m ét odos preferidos para dist anciarse.
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La act iv idad en sí im por t a m ucho m enos que su nat ur aleza física y su capacidad
para dir igir la m ent e a otr o lugar . Debe car ecer de r elación con lo que nos
pr oponem os lograr ( si quer em os r esolv er un cr im en no deber íam os pensar en ot r o;
si quer em os decidir nos por una com pr a im por t ant e, no deber íam os ir a com prar
nada m ás; et c.) ; debe ser algo que no nos ex ij a dem asiado esfuer zo ( si quer em os
apr ender una habilidad nuev a el cer ebro est ar á t an ocupado que no podrá liber ar
los r ecur sos necesar ios para buscar en el desván; ¿Holm es t ocando el v iolín? A
m enos que seam os t an vir t uosos com o él no hace falt a que sigam os ese cam ino) ;
adem ás, debe ser algo que nos atr aiga en algún niv el ( si a Holm es no le gustara
fum ar en pipa, poco pr ovecho sacar ía de t r es; y si lo hallar a abur r ido su m ent e
est ar ía dem asiado em bot ada par a pensar o ser ía incapaz de dist anciar se com o le
ocur r e a Wat son) .
Cuando act uam os así, lo que hacem os en el fondo es pasar el pr oblem a que hem os
de r esolv er del conscient e al inconscient e. Y aunque podam os pensar que est am os
haciendo ot r a cosa —y, en efect o, las r edes at encionales se dedican a algo m ás— el
cer ebr o no dej a de tr abaj ar en el pr oblem a or iginal. Puede que hayam os salido del
desván para fum ar una pipa o t ocar una sonat a, per o el int er ior sigue r ebosando de
act iv idad: salen cosas a la luz, se pr ueban div er sas com binaciones y se ev alúan
dist int os enfoques.
La clav e de la incapacidad de Wat son para dist anciar se de un caso bien puede ser
que no ha hallado ot ra act iv idad que le at raiga lo suficient e per o sin abr um ar lo. A
v eces int ent a leer , per o le cuest a: adem ás de no concent r ar se en la lect ur a e
incum plir de est e m odo el pr opósit o de la act iv idad, no puede im pedir que su m ent e
v uelv a a donde no debe ( la lect ur a sí que sir v e a Holm es par a dist anciar se: ¿quién
no ha leído los m ot et es polifónicos de Lassus?) . En ot r as ocasiones Wat son se sient a
en cont em plación. Per o com o él m ism o dice, eso es dem asiado aburr ido y pr ont o
em pieza a dar cabezadas.
Sea com o sea, no se puede dist anciar . Su m ent e no hace lo que deber ía: disociar se
del ent or no act ual y dedicar a ot ra cosa su r ed at encional m ás difusa ( la m ism a r ed
que se act iv a cuando el cer ebr o est á en r eposo) . Es lo contr ar io del pr oblem a de la
dist racción que hem os vist o en el capít ulo ant erior. Ahora, Wat son no se puede
dist r aer lo suficient e. Lo que deber ía hacer es no pensar en el caso, per o en lugar
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de eso dej a que el caso lo dist r aiga de la dist r acción que ha elegido y no pueda
sacar pr ovecho ni del pensam ient o concent r ado ni de la at ención difusa. No es que
la dist r acción siem pr e sea per j udicial. Todo depende del m om ent o y de la clase de
dist r acción. (Un dat o int er esant e es que solucionam os m ej or pr oblem as que ex igen
int uición cuando est am os cansados o en est ado de em br iaguez. ¿Por qué? Porque la
función ej ecut iva se inhibe y dej a ent rar inform ación que nor m alm ent e sería una
dist r acción, per o que ahora nos per m it e v er m ej or asociaciones m uy r em otas o
v agas.) La dist r acción ir r eflex iv a ha sido el t em a cent ral del capít ulo anter ior . Est e
se dedica a la dist r acción deliber ada y r eflex iv a.
Per o par a que est o funcione es im pr escindible elegir una act iv idad adecuada, y a sea
fum ar, t ocar el v iolín, acudir a la óper a o lo que sea. Algo que nos at r aiga lo
suficient e par a dist raer nos del caso, per o tam poco t ant o com o para im pedir que el
inconscient e act úe. Y cuando encont r em os la act iv idad que nos sir v a podr em os
nom br ar los problem as y las decisiones que afr ont em os en consecuencia: de t r es
pipas, de dos sonat as, de una visit a al m useo, o algo así.
De hecho, hay una act iv idad que par ece hecha a m edida par a est o. Y adem ás es
m uy sencilla: pasear ( pr ecisam ent e lo que hace Holm es cuando r esuelv e el caso de
«La av ent ur a de la m elena de león») . Est á m ás que dem ostr ado que los paseos
est im ulan la cr eat iv idad y la r esolución de pr oblem as, y m ás si se dan en un m edio
nat ur al com o un bosque ( per o pasear por la calle es m enos que nada y t am bién
puede ser v ir ) . Después de un paseo la gent e soluciona m ej or los pr oblem as,
per sist e m ás en t ar eas difíciles y t iende m ás a hallar una solución int uit iva ( com o el
pr oblem a de conect ar los cuat r o punt os que hem os vist o ant es) .
Cuando est am os en plena nat ur aleza nuest r a sensación de bienest ar t iende a
aum ent ar y esa sensación facilit a la r esolución de pr oblem as y el pensam ient o
cr eat iv o, m odulando los m ecanism os cer ebrales de cont r ol de la at ención y
cognit iv o de una m anera que nos pr edispone a ut ilizar la im aginación al est ilo de
Holm es. Y si no disponem os de est a opción m irem os im ágenes de escenas
nat ur ales. Aunque no sea lo ideal, puede ser v ir en caso de necesidad.
Las duchas t am bién se asocian al pensam ient o cr eat iv o y facilit an el dist anciam ient o
igual que la pipa de Holm es o un paseo por el par que. ( Aunque una ducha suele
dur ar poco y un pr oblem a de t r es pipas supondr ía pasar se un buen r ato a r em oj o.
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En est os casos, puede que un paseo sea la m ej or solución.) Lo m ism o se puede
decir de la m úsica —el v iolín o la óper a de Holm es— y de act iv idades que est im ulen
la v ist a com o m ir ar ilusiones ópt icas o v er obr as de ar te abst ract o.
En cada uno de est os casos, esa r ed at encional difusa puede act uar . Cuando la
inhibición se r educe est a r ed se im pone a lo que nos pr eocupa y se pr epara, por así
decir lo, para lo que v enga después. Hace que v eam os conex iones vagas, act iv a
r ecuer dos, pensam ient os y ex per iencias que nos pueden ay udar, sint et iza el
m at erial que se debe sint et izar . El procesam ient o inconscient e es un inst rum ent o
m uy poderoso si le dam os espacio y t iem po para que act úe.
Un par adigm a clásico de la r esolución de pr oblem as es el de las llam adas
asociaciones r em otas com puest as. Obser v em os est as palabr as en inglés ( que se
t r aducen
por
«cangr ej o»,
«pino/ piña»
y
«salsa»,
r espect iv am ent e) ,
que se
pr esent ar on a los suj et os de un est udio par a que hallaran una sola palabr a que al
com binar se con cada una de ellas for m ara nom br es com puest os válidos.
CRAB PI NE SAUCE
Hay dos for m as de solucionar est e pr oblem a. Una es por int uición, es decir , viendo
la palabra adecuada t ras unos segundos, y la ot r a es por m edio de un enfoque
analít ico, pr obando una palabra t r as otr a hast a encont r ar la adecuada. La r espuesta
cor r ect a era Apple ( «m anzana») , que daba lugar a crab apple, pineapple y
applesauce ( «m anzana silv est r e», «piña t r opical» y «com pot a de m anzana»,
r espect iv am ent e) y se podía llegar a ella v iendo la solución o probando con una list a
de posibles candidat as. La pr im era solución equiv ale a t om ar cosas de esquinas
opuest as del desván y conver t ir las en ot ra cosa apar ent em ent e r elacionada con
ellas —aunque en el fondo no lo est é— que t iene sent ido cuando la vem os. La
segunda equiv ale a r ebuscar en el desván poco a poco y caj a por caja, descar tando
los obj et os que no se aj ust an hast a encontrar el que lo hace.
A falt a de im aginación debem os cont ent arnos, com o haría Wat son, con est a
alt er nat iv a t an poco atr act iv a. Y aunque Wat son podr ía acabar obt eniendo la
r espuest a corr ect a en el caso de un pr oblem a com o el de asociar palabr as, en la
v ida r eal no habr ía garant ías de éx it o porque no tendr ía las cosas tan bien
dispuest as ant e él com o las t r es palabr as de ar r iba. No cr ear ía el espacio m ent al
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necesar io par a la int uición y no sabr ía qué elem ent os habr ía que unir . En ot r as
palabr as, no t endr ía una concepción del pr oblem a.
Hasta su cer ebr o ser ía difer ent e al de Holm es a abor dar el pr oblem a de la
asociación de palabras o el caso del const ruct or . Un escáner cer ebr al r ev elar ía que
llega a una solución t rescient os m ilisegundos ant es de ser conscient e de ella.
Concr et am ent e, ver íam os una ráfaga de act iv idad del lóbulo t em por al ant er ior
der echo ( un ár ea que est á j ust o por encim a del oído der echo e int er v iene en el
pr ocesam ient o cognit iv o com plej o) y m ás act iv idad en la cir cunvolución t em por al
ant er ior super ior der echa ( un ár ea asociada a la per cepción de la pr osodia
em ocional —la ent onación y el rit m o que t ransm it en un sent im ient o dado al
hablar — y la com binación de infor m ación dispar en la com pr ensión de lenguaj e
com plej o) .
Puede que Wat son no acabe de dar nunca con esa solución, pero si así fuer a lo
sabr íam os m ucho ant es que él. Mient r as lo int ent ar a solucionar podr íam os ver si v a
bien encam inado obser v ando la act iv idad neur onal de dos ár eas: los lóbulos
t em porales izquier do y der echo, especializados en procesar inform ación léx ica y
sem ánt ica, y la cor t eza fr ontal m edia, incluyendo la cingulada ant er ior , asociada a
los cam bios de at ención y a la det ección de act iv idad cont r adict or ia. Est a segunda
act iv ación t iene un int er és especial, por que sugier e el pr oceso por el que podem os
abor dar un pr oblem a hast a ahora insoluble por m edio de la int uición: es pr obable
que
la
cor t eza
cingulada
ant er ior
est é
a
la
esper a
de
det ect ar
señales
cont r adict or ias del cer ebr o, incluso las que son t an débiles que escapan a la
conciencia, y dir igir la at ención a ellas par a logr ar una solución am plificando la
infor m ación que y a ex ist e, per o que necesit a de un lev e em puj ón par a que se
int egr e y se pr ocese en un t odo gener al. No es pr obable que en el cer ebr o de
Wat son viér am os m ucha acción, per o al obser v ar el de Holm es la cosa cam biar ía
m ucho.
Si com parár am os el cer ebr o de Wat son con el de Holm es ver íam os indicios m uy
r ev elador es de la pr edisposición de Holm es —y la nula pr edisposición de Wat son— a
la int uición, aunque su m ent e no t uv ier a nada a lo que dedicar se. En el cer ebr o de
Holm es ver íam os m ás act iv idad en las r egiones del hem isfer io der echo asociadas al
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pr ocesam ient o léxico y sem ánt ico que en un cer ebr o nor m al com o el de Wat son, y
una act iv ación m ás difusa de su sist em a v isual.
¿Qué significan est as difer encias? El hem isfer io der echo int er v iene m ás en el
pr ocesam ient o de asociaciones r em otas o v agas com o las que se dan en los
m om ent os de int uición, m ient ras que el izquierdo t iende a cent rarse en conexiones
m ás fuer t es y ex plícit as. Lo m ás pr obable es que las paut as concr et as que
acom pañan la int uición indiquen una m ent e que siem pr e est á pr eparada para
pr ocesar asociaciones que, de ent r ada, no par ecen ser t ales. Y una m ent e que
pueda hallar r elaciones ent r e lo que no par ece est ar r elacionado será capaz de
acceder a su inm ensa r ed de ideas y de im pr esiones para det ect ar r elaciones,
aunque sean m uy débiles, que luego se pueden am plificar par a lograr un significado
m ás am plio, si es que lo hay . Quizá par ezca que la int uición sur ge de la nada, pero
en r ealidad procede de un lugar m uy concr et o: del desván del cer ebro y del
pr ocesam ient o que t iene lugar en él m ient r as est am os ocupados en ot ras cosas.
Pipas, violines, paseos, conciert os, duchas: t odas estas cosas t ienen algo en com ún,
adem ás de los cr it er ios que hem os v ist o ant es y que afir m an su idoneidad para
cr ear dist ancia. Per m it en que la m ent e se r elaj e, elim inan la pr esión. En esencia,
esos cr it er ios —que no t engan que ver con lo que nos ocupa y ex ij an un esfuer zo
suficient e, per o no ex cesiv o— se unen par a ofr ecer el ent or no adecuado par a la
r elaj ación neur onal. No nos podem os r elaj ar si debem os tr abaj ar en un pr oblem a;
de ahí el pr im er cr it er io. Tam poco podem os hacer lo si nos esfor zam os dem asiado, y
si exige m uy poco esfuerzo no nos verem os est im ulados a hacer nada o acabarem os
dorm idos.
Aun si no llegam os a ninguna conclusión t ras haber «desconect ado» de un
pr oblem a, es m uy pr obable que v olv am os a él con m ás ener gía y dispuest os a
dedicar le m ás esfuer zo. En 1927, la psicóloga de la Gest alt Blum a Zeigar nik obser v ó
algo m uy cur ioso: los cam ar er os de un r est aur ant e de Viena solo podían r ecordar
los pedidos pendient es de ser v ir . En cuanto un client e r ecibía lo que había pedido
par ecía que lo bor raban t ot alm ent e de la m em or ia. Y Zeigar nik hizo lo que har ía
cualquier buen psicólogo: volv ió al laborat or io y diseñó un est udio. Pidió a un gr upo
de adult os y niños que r ealizar an de dieciocho a v eint idós t ar eas ( algunas de
caráct er físico, com o hacer figur as con plast ilina, y ot r as de caráct er m ent al, com o
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solucionar acer t ij os) , per o la m it ad de esas t ar eas er an int er r um pidas par a que no
se pudier an acabar. Al final, los suj et os r ecor daban m ucho m ás las t ar eas
int er r um pidas que las t er m inadas: de hecho, dos veces m ás.
Zeigar nik at r ibuyó est e result ado a un estado de tensión sim ilar al que gener a un
capít ulo que acaba dej ándonos en suspense. La m ent e quier e saber qué sucede
después. Quier e acabar . Quier e seguir t r abaj ando en lo que no ha finalizado. Y al
hacer otr as tar eas r ecor dará inconscient em ent e las que no ha logrado t er m inar. Es
la m ism a necesidad de cier r e de la que hem os hablado ant es, el deseo de la m ent e
de acabar con la incer t idum br e y r esolv er los asunt os pendient es. Est a necesidad
nos m ot iva a t rabaj ar m ás y m ej or , y a t erm inar lo em pezado. Y, com o ya sabem os,
una m ent e m ot ivada es una m ent e m ucho m ás poder osa.
4 . D ist a n cia r se físicam e n t e
¿Y si, com o Wat son, som os incapaces de hallar algo que nos perm it a pensar en otr a
cosa? Por suer t e, la dist ancia no se lim it a a un cam bio de act iv idad ( aunque est a
par ece
ser
una
de
las
vías
m ás
fáciles)
y
ot r a
for m a
de
dist anciar nos
psicológicam ent e es dist anciar nos lit er alm ent e, t r asladar nos físicam ent e a ot r o
lugar . Para Watson, est o equiv aldr ía a lev ant ar se y salir por la puer t a de Baker
St r eet en lugar de quedar se sent ado m irando el techo. Holm es puede cam biar de
lugar m ent alm ent e, per o a t odo el m undo le v a bien un cam bio físico y hast a el gr an
det ect iv e se puede beneficiar de ello si la inspir ación no le llega.
En El valle del t er r or , después de haber r eflex ionado m uchas horas en el hot el
donde se hospeda, Holm es decide pasar t oda la tarde sent ado a solas en la
habit ación donde se ha com et ido el cr im en.
« ¡Una tar de solo! », ex clam a Wat son im aginándoselo allí. Tont er ías, r esponde
Holm es. La verdad es que podr ía ser m uy ilust r at iv o. «Me dispongo a ir allá
per sonalm ent e. Lo he arr eglado t odo con el est im able Am es, quien por ningún
m ot ivo confía en est e Bar ker . Me deberé sent ar en ese aposent o y ver si su
at m ósfera m e tr ae inspiración. Cr eo que el genio depende del sit io. Sonr íe, am igo
Wat son. Bueno, ya ver em os.» Y t ras est o, Holm es se m archa hacia el est udio.
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¿Y encuent ra la inspiración? Pues result a que sí. A la m añana siguient e ya t iene la
solución al m ist er io. ¿Cóm o ha sido posible? ¿Realm ent e «el genio depende del
sit io» y así es com o se ha inspirado Holm es?
Nat ur alm ent e que sí. El sit io o lugar influy e en el pensam ient o de la for m a m ás
dir ect a
posible.
I ncluso
nos
afect a
físicam ent e.
Recor dem os
uno
de
los
ex per im ent os m ás fam osos de la psicología: los per ros de Pav lov. I v an Pav lov
quer ía dem ost rar que una señal física ( en su caso er a un sonido, per o suceder ía lo
m ism o con algo v isual, con un olor o con un lugar ) acabar ía suscit ando la m ism a
r espuest a que una v erdader a r ecom pensa. Pavlov hacía sonar una cam pana y a
cont inuación
daba
com ida
a sus perr os.
Al v er
la
com ida,
los perr os —
nat ur alm ent e— em pezaban a saliv ar . Per o m uy pr ont o em pezar on a saliv ar al oír la
cam pana, ant es de v er u oler la com ida. La cam pana pr ovocaba la pr ev isión de
com ida y, con ello, una reacción física.
Hoy sabem os que est a clase de asociación apr endida v a m ucho m ás allá de los
per r os y las cam panas. El ser hum ano t am bién cr ea est as asociaciones de m anera
habit ual y , com o en el caso de la cam pana, m uchas cosas en pr incipio inocuas
desencadenan r eacciones pr ev isibles en nuest r o cer ebr o. Por ej em plo, cuando
ent r am os en la consult a de un m édico nos basta per cibir el olor par a poner nos
ner v iosos, y no por que cr eam os que v am os a sent ir dolor ( quizás hayam os ido a
dej ar un im pr eso) , sino por que hem os apr endido a asociar ese olor a la ansiedad de
una v isit a al doct or .
El poder de las asociaciones apr endidas es om nipr esent e. Por ej em plo, t endem os a
r ecor dar m ej or un m at er ial en el lugar donde lo hem os apr endido. Los est udiant es
que hacen ex ám enes en el lugar donde han est udiado r inden m ej or que si los hacen
en un lugar diferent e. Y t am bién sucede lo cont rario: si un lugar concret o est á
asociado a sensaciones de fr ustr ación, abur r im ient o o dist r acción, será m ej or que
est udiem os en ot ro sit io.
Los lugar es se r elacionan con r ecuer dos en cada nivel, sea físico o neur onal, y se
asocian a las act iv idades que t ienen lugar en ellos, una paut a que puede ser m uy
difícil de r om per . Por ej em plo, m ir ar la t elev isión en la cam a puede hacer que nos
cuest e conciliar el sueño ( a m enos que, clar o est á, nos durm am os con ella) . Y est ar
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sent ados en el m ism o lugar de t rabaj o todo el día puede hacer que nos cuest e
aclar ar la m ent e si nos at ascam os.
El v ínculo ent r e lugar y pensam ient o ex plica por qué hay t antas personas que no
pueden t r abaj ar en casa y deben ir a una oficina. En casa no est án acost um br adas a
t r abaj ar y se dist r aen con las cosas que nor m alm ent e hacen en ella. Sus
asociaciones neur onales no están r elacionadas con t rabaj ar en casa y los r ecuerdos
que se act iv an no son los idóneos par a est a act iv idad. Est o t am bién ex plica por qué
es t an bueno pasear par a pensar . Es m ucho m ás difícil caer en una paut a de
pensam ient o cont r aproducent e si el lugar cam bia sin cesar.
El lugar influye en el pensam ient o. Es com o si cam biar de lugar nos im pulsara a
pensar de una m anera difer ent e haciendo que las asociaciones arr aigadas sean
ir r elev ant es y liber ándonos para for m ar asociaciones nuev as, par a explorar m aner as
de pensar y líneas de pensam ient o que no hem os considerado. Nuest ra im aginación
se puede quedar bloqueada en lugar es habit uales, per o se liber a cuando la
separam os de r est r icciones apr endidas. No t enem os r ecuer dos, no t enem os enlaces
neuronales que nos at en. Y en eso r eside la conexión secret a ent re la im aginación y
la dist ancia física. Lo m ás im por t ant e que puede hacer un cam bio de per spect iv a
física es inducir un cam bio en la per spect iv a m ent al. Hast a Holm es, que a difer encia
de Wat son no necesit a que lo saquen a la fuer za de Bak er St r eet par a obt ener cier t a
dist ancia m ent al, se beneficia de est a pr opiedad.
Volvam os ot ra vez a la ext r aña pet ición de Holm es en El valle del t er r or de pasar la
t ar de a solas en la habit ación donde se ha pr oducido un asesinat o. En vist a de la
r elación ent r e lugar , m em or ia y dist ancia im aginat iv a, su cr eencia en que el genio
depende del sit io ya no par ece t an r ar a. Holm es no piensa r ealm ent e que pueda
saber los hechos solo por estar en la habit ación donde han t enido lugar ; per o sí que
confía en hacer pr ecisam ent e lo que acabam os de v er. Quier e pr ov ocar un cam bio
de per spect iv a, en est e caso a t rav és de la gent e y del lugar im plicados en el
cr im en. Con ello liber a su im aginación para que no siga el cam ino de sus
experiencias, sus r ecuerdos y sus conexiones, sino los de las personas involucradas
en
los hechos.
¿Qué asociaciones puede haber
desencadenado en
ellas la
habit ación? ¿Qué les puede haber inspir ado?
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Holm es es conscient e de la necesidad de m et er se en la m ent e de los im plicados y
de la dificult ad de hacer lo. ¿Y qué m ej or m aner a de dej ar a un lado la infor m ación
que lo pueda dist r aer de los det alles m ás básicos que pasar la t arde a solas en el
lugar donde se ha com et ido el cr im en? Holm es seguir á necesit ando su capacidad de
obser v ación y su im aginación, per o ahor a tendr á acceso a la escena r eal y a lo que
había fr ent e a quienquier a que est uvier a pr esent e en el m om ent o del cr im en. A
par t ir de ahí y a puede avanzar con paso m ás segur o.
En efect o, es en la habit ación donde obser v a por pr im era v ez una m ancuer na o
pesa sin par ej a, lo que le hace suponer de inm ediat o que la ot ra ha t enido algo que
v er con lo acaecido. Y de la habit ación tam bién deduce dónde es m ás pr obable que
se encuent r e esa pesa que falt a: al pie de la única v ent ana desde la que pudo haber
sido solt ada. Cuando sale de la habit ación, ya sabe que sus conj et uras iniciales
sobr e los hechos no eran del t odo pr ecisas. Est ando allí ha podido m et er se m ej or en
la cabeza de los im plicados y ha podido r ellenar m uchas lagunas.
Y, en est e sent ido, Holm es r ecur r e al m ism o pr incipio cont ex t ual de la m em or ia del
que acabam os de hablar , usando el cont ex t o par a or ient ar su per spect iv a y su
im aginación. En esa habit ación concret a y en ese m om ent o concret o del día, ¿qué
har ía o pensar ía alguien que est uvier a com et iendo o acabara de com et er el cr im en
en cuest ión?
Sin est e cam bio físico y la dist ancia que supone la im aginación de Holm es habr ía
podido fallar . Ya le había sucedido aquel m ism o día, ant es de pasar la t arde en el
lugar , al no haber consider ado com o una de las posibilidades lo que r ealm ent e había
sucedido. No se nos enseña a ver el m undo desde el punt o de vist a de los dem ás de
una m anera m ás básica y m ás am plia que la sim ple int er acción. La m aner a en que
ot r a per sona int er pr et a una sit uación, ¿en qué difer ir ía de la nuest r a? ¿Cóm o
act uar ía en unas cir cunstancias dadas? ¿Qué podr ía pensar ant e cier t a inform ación?
No son pregunt as que est em os habit uados a hacernos.
Est am os t an poco pr eparados para adopt ar ver dader am ent e el punt o de vist a de
ot r a per sona que cuando se nos pide ex plícit am ent e que lo hagam os no som os
t ot alm ent e capaces de ello. Una ser ie de est udios dej ó clar o que adopt am os la
per spect iv a de los dem ás sim plem ent e ajust ando la nuest r a. Es m ás cuest ión de
gr ado que de clase: nos «anclam os» en nuest r o punt o de vist a y lo aj ustam os
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lev em ent e en una dir ección en lugar de cam biar de per spect iv a t ot alm ent e.
Adem ás, cuando llegam os a una per spect iv a que nos par ece sat isfact or ia dam os el
pr oblem a por resuelt o. Hem os capt ado con éxit o el punt o de vist a en cuest ión. Est a
t endencia r ecibe el nom br e de «sat isfaciencia», una com binación de sat isfacción y
suficiencia que se m anifiest a en un sesgo egocént r ico en las posibles r espuest as a
una pr egunt a. En cuant o hallam os una r espuest a que nos sat isface, dej am os de
buscar ot ras con independencia de que la r espuest a sea o no ideal, o hast a
inex act a. Por ej em plo, en una invest igación r ecient e de la conduct a de búsqueda de
infor m ación en I nt er net se ha obser v ado que las per sonas est udiadas est aban m uy
influenciadas por sus pr efer encias per sonales al ev aluar los sit ios w eb y que se
basaban —anclaban— en esas pr efer encias para r educir el núm er o de sit ios en los
que buscar. En consecuencia, solían r egr esar a esos sit ios conocidos en lugar de
dedicar t iem po a evaluar otr as fuent es posibles de infor m ación, y en lugar de visit ar
esos sit ios par a t om ar la decisión se basaban en el resum en que ofr ecían de ellos
los m ot or es de búsqueda. La t endencia al sesgo egocént r ico o «sat isfaciencia» era
especialm ent e v isible cuando se hallaba una r espuest a plausible al inicio de una
búsqueda: las per sonas dej aban de buscar m ás dando la t ar ea por finalizada,
aunque, en r ealidad, no fuer a así.
Los cam bios de per spect iv a, de lugar físico, obligan a pr est ar at ención. Obligan a
r econsider ar el m undo, a m irar las cosas desde un ángulo difer ent e. Y en algunas
ocasiones est e cam bio de per spect iv a puede ser la chispa que perm it a afr ont ar una
decisión difícil o gener ar cr eat iv idad donde ant es no la había. Consider em os un
fam oso ex per im ent o sobr e la r esolución de pr oblem as diseñado or iginalm ent e por
Nor m an Maier en 1931. Se int r oducía a un par t icipant e en una sala donde había dos
cuer das colgando del t echo. La t ar ea consist ía en at ar las dos cuer das y el t r uco
est aba en que si se suj et aba una cuerda er a im posible llegar a la otr a. En la sala
t am bién había v ar ios obj et os com o un bast ón, un alar gador eléct r ico y unos
alicat es.
La m ay or ía de los par t icipant es int ent ar on ut ilizar el bast ón y el alar gador para
alcanzar una cuer da m ient r as suj et aban la ot r a. Una solución posible, per o m uy
difícil.
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La solución m ás elegant e consist ía en at ar los alicat es al ex t r em o de una cuer da,
hacer la oscilar com o un péndulo y at r apar la cuando se acer car a m ient r as se
suj et aba la otr a. Sim ple, int uit iv o, r ápido.
Per o m ient r as int ent aban llev ar a cabo la tar ea hubo m uy pocas per sonas capaces
de visualizar el cam bio en el uso de un obj et o ( en est e caso, im aginar que los
alicat es er an un peso que se podía at ar a una cuer da) . No obstant e, las que hallar on
la solución t am bién hicier on ot r a cosa: dier on un paso at r ás. Cont em plar on el
pr oblem a desde una dist ancia física. Vier on el t odo e int ent ar on v isualizar cóm o
podr ían m anipular las par t es. En algunos casos, la solución surgió de m aner a
espont ánea; en otr os, el invest igador t uv o que dar una pist a r ozando una de las
cuer das par a hacer la oscilar
( est o bast aba par a que los suj et os pensar an
espont áneam ent e en los alicat es) . Per o nadie lo hizo sin un cam bio, por m uy leve
que fuer a, de su punt o de v ist a ( o usando los t ér m inos de Tr ope, sin pasar de lo
concr et o —los alicat es— a lo abstr act o —la m asa de un péndulo—, o de las piezas
de un r om pecabezas a la im agen final) . Nunca debem os m enospr eciar el poder de
un cam bio de per spect iv a. Com o nos dice Holm es en «El pr oblem a del puent e de
Thor »: «Una v ez que se cam bia de punt o de vist a, lo que er a algo t an condenat or io
se conv ier t e en una clav e de la v er dad».
5 . D ist a n cia r se m e dia n t e t é cn ica s m e nt a le s
Recor dem os un pasaj e de El sabueso de los Basker ville del que y a hem os hablado
br ev em ent e. Después de la pr im era v isit a del doct or Mor t im er , Wat son sale de
Bak er St r eet para acudir a su club y dej a a Holm es sent ado en su but aca. Cuando
r egr esa hacia las nuev e de la noche v e que Holm es sigue donde est aba. ¿Acaso no
se ha m ov ido de allí en t odo el día?, pr egunt a Wat son. «Muy al cont r ar io —r esponde
Holm es—, por que he est ado en Dev onshir e.» «¿En espír it u?», inquier e Wat son.
«Exact am ent e» , r esponde el det ect ive.
¿Qué hace exact am ent e Holm es cuando se sient a en su but aca y su m ent e viaj a
lej os de su cuer po? ¿Qué sucede en su cer ebr o y por qué es un inst r um ent o t an
efect iv o par a su im aginación, un elem ent o t an im por t ant e de su pr oceso de
pensam ient o? Est e viaj ar m ent al de Holm es se conoce por m uchos nom br es, per o el
m ás habit ual es m edit ación.
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En la m ay or ía de las per sonas, la palabra m edit ación suscit a im ágenes de m onj es,
y oguis u otr as cosas de índole espir it ual. Per o est o no es m ás que una par t e ínfim a
de lo que significa. Aunque Holm es ni es un m onj e ni pr act ica yoga en esencia sabe
m uy bien qué es: un sim ple ej er cicio m ent al para aclar ar la m ent e, la ser ena
dist ancia que nos per m it e pensar de una m anera int egr ador a, im aginat iv a,
obser v adora y at enta. Una dist ancia t em por al y espacial ent r e nosotr os y los
pr oblem as que int ent am os abor dar solo con el uso de la m ent e. No t iene por qué
ser , com o se suele suponer , un no pensar en nada: la m edit ación dir igida nos puede
llevar a un obj et ivo o un dest ino ( com o Devonshir e) siem pr e que la m ent e se halle
libr e de toda dist racción o, para ser m ás pr ecisos, siem pr e que la m ent e se
m ant enga aj ena a las dist r acciones que vay an sur giendo ( com o es inev it able que
suceda) .
En 2011, unos invest igador es de la Univ er sidad de Wisconsin est udiar on a un gr upo
de per sonas que no t enían la cost um br e de m edit ar y les enseñar on a hacer lo con
est as inst rucciones: «Reláj at e con los oj os cerrados y cent ra la at ención en el fluir
de la r espir ación al inspir ar y al espir ar ; si sur ge algún pensam ient o r econoce su
pr esencia y luego dej a que se desvanezca volv iendo a posar la at ención con
delicadeza en el fluir de t u r espir ación». Los suj et os int ent ar on seguir las
inst rucciones dur ant e quince m inut os. Luego se repar t ieron en dos grupos: uno
t enía la opción de hacer nueve sesiones de m edit ación de t reint a m inut os en el
cur so de cinco sem anas, y el ot r o t enía la m ism a opción, per o cuando el
ex per im ent o
hubier a
acabado.
Pasadas las cinco
sem anas los par t icipant es
v olv ier on a r ealizar la m ism a tar ea m ent al.
En cada sesión los invest igador es m idier on la act iv idad cer ebr al de los suj et os y
hallar on que incluso un per íodo de adiest ram ient o en m edit ación m uy br ev e —los
par t icipant es habían pract icado una m edia de cinco a dieciséis m inut os al día—
puede dar lugar a cam bios en el nivel neuronal. A los inv est igador es les int er esaba
especialm ent e una pauta de asim et r ía front al de la elect r oencefalogr afía ( EEG) que
se había asociado a em ociones posit iv as ( y que se había obser v ado después de
set ent a o m ás horas de inst rucción en t écnicas de m edit ación m indfulness) . Ant es
de la inst r ucción no se habían det ect ado difer encias ent r e los dos gr upos, per o
cuando finalizó el est udio los suj et os que habían
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recibido m ás inst rucción
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m anifest ar on un desplazam ient o de esta asim et r ía hacia la izquier da, hacia la pauta
asociada a unos estados em ocionales posit iv os que se han vinculado en r epet idas
ocasiones con un aum ent o de la cr eat iv idad y la im aginación.
¿Qué significa est o? En pr im er lugar, este exper im ent o no er a t an exigent e en
cuant o a t iem po y ener gía com o v ar ios est udios ant er ior es de la m edit ación y, aun
así, m ost ró unos r esult ados neuronales sorprendent es. Adem ás, la inst rucción
ofr ecida había sido m uy flex ible: los part icipant es podían elegir cuándo r ecibir
inst rucción y cuándo pract icar. Y, quizá lo m ás im port ant e, los part icipant es
com unicar on un aum ent o de la práct ica espont ánea, es decir , que sin la decisión
conscient e de m edit ar se encont r aban siguiendo las inst r ucciones par a m edit ar en
sit uaciones que no guar daban relación con el est udio.
Es ver dad que solo se t r at a de un est udio. Per o hay m ás cosas que decir sobr e el
cer ebr o. Ot ras invest igaciones anter ior es indican que apr ender a m edit ar puede
influir en la r ed at encional difusa de la que y a hem os hablado y que facilit a la
int uición cr eat iv a y per m it e que el cer ebr o est ablezca r elaciones m ient r as hacem os
algo t ot alm ent e difer ent e. Las per sonas que m edit an con r egular idad m anifiest an
una m ay or conect iv idad funcional en est ado de r eposo que las per sonas que no
m edit an. Más aún, en un análisis de los efectos de m edit ar dur ant e un per íodo de
ocho sem anas se obser v ar on cam bios en la densidad de la sust ancia gr is de un
gr upo de par t icipant es que no habían m edit ado ant es del est udio, en com paración
con ot r o gr upo de cont r ol. Est os cam bios se dier on en el hipocam po izquier do, en la
cor t eza cingulada post er ior ( CCP) , en la unión t em por opar iet al ( UTP) y en el
cer ebelo, unas ár eas que int er v ienen en el apr endizaj e y la m em or ia, la r egulación
de las em ociones, el pr ocesam ient o aut orr efer encial y la adopción de punt os de
vist a. Junt os, el hipocam po, la CCP y la UTP for m an una red neuronal que int erviene
t ant o en la proyección personal —incluyendo pensar en un fut uro hipot ét ico— com o
en la adopción de per spect iv as o la consider ación de punt os de v ist a aj enos: en
ot r as palabr as, pr ecisam ent e la clase de dist ancia de la que hem os est ado
hablando.
La m edit ación es una form a de pensar . Es un hábit o para dist anciar se que posee la
feliz cualidad de r efor zar se a sí m ism o. Es un com ponent e del ar senal de t écnicas
m ent ales que nos ay udan a cr ear el est ado m ent al adecuado y la dist ancia
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necesar ia par a un pensar im aginat iv o, conscient e y at ent o. Es m ucho m ás fácil de
logr ar y m ucho m ás aplicable de lo que la palabra en sí nos puede hacer cr eer .
Consider em os el caso de alguien com o Ray Dalio. Casi cada m añana, Dalio m edit a.
A veces antes de t r abaj ar y a v eces ya en su despacho: se r ecuest a en la silla,
cier r a los oj os y ent r elaza las m anos. No hace falt a nada m ás. «Es un sim ple
ej er cicio m ent al para despej ar la m ent e», dij o en una ent r ev ist a concedida a la
revist a The New Yor ker .
Dalio no es de esas per sonas que nos v ienen enseguida a la cabeza cuando
pensam os en pract icant es de m edit ación. No es un m onj e, ni un fanát ico del yoga,
ni un seguidor de la new age, ni lo hace por que par t icipe en un estudio psicológico.
Es el fundador del m ay or fondo de inver siones del m undo, Br idgew at er Associat es,
alguien que t iene poco tiem po que per der y m uchas cosas a las que dedicar se. Y
aun así elige dest inar un r at o cada día a m edit ar en el sent ido m ás clásico de la
palabr a.
Cuando Dalio m edit a, aclar a la m ent e. La prepara para el r est o del día r elaj ándose e
int ent ando m ant ener a r aya t odos los pensam ient os que lo acosar án el r est o de la
j or nada. Puede que dedicar t iem po a hacer algo que no par ece pr oduct iv o sea com o
desper diciar lo. Pero pasar esos m inut os en su espacio m ent al hace que Dalio sea
m ás pr oduct ivo, m ás flexible, m ás im aginat ivo y m ás int uit ivo. En r esum en, le
ay uda a t om ar m ej or es decisiones.
Per o ¿sir ve est o para t odo el m undo? La m edit ación, ese espacio m ent al, no es una
nada; ex ige v er dader a ener gía y concent ración ( de ahí que la v ía m ás fácil sea la
dist ancia física) . Aunque alguien com o Holm es o com o Dalio pueden sum ergir se en
esa vacuidad con solt ur a, est oy segura de que a Wat son le cost ar ía m ucho. Sin
nada m ás que ocupe su m ent e, es pr obable que la r espir ación por sí sola no le bast e
para m ant ener a r aya todos los pensam ient os. Es m ucho m ás fácil dist anciar se
físicam ent e que hacerlo solo con la m ent e.
Afor t unadam ent e, y com o ya he m encionado de pasada, la m edit ación no ex ige que
la m ent e est é en blanco. En la m edit ación podem os concent rar nos en algo t an difícil
de seguir com o la r espir ación, las em ociones o las sensaciones cor por ales
excluyendo t odo lo dem ás. Per o t am bién podem os usar lo que se conoce com o
visualización: concent rarnos en una im agen m ent al concr et a que sust it uya esa
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v acuidad con algo m ás tangible y asequible. Volv am os un inst ant e a El sabueso de
los Basker ville,
cuando dej am os a Holm es flot ando sobr e los páram os de
Dev onshir e. Eso t am bién er a m edit ación y no car ecía de obj et iv o, ni se daba en el
vacío, ni car ecía de im ágenes m ent ales. Exige la m ism a concent ración que cualquier
ot r a form a de m edit ación, pero en algunos aspect os es m ás asequible. Tenem os un
plan concr et o, algo en lo que ocupar la m ent e y con lo que ahuy ent ar los
pensam ient os inopor t unos, algo en lo que concent r ar la energía y que es m ás
v ibr ant e y plur idim ensional que seguir la respir ación. Tam bién podem os cent rar nos
en logr ar la dist ancia que Tr ope llam ar ía «hipot et icalidad» y em pezar a consider ar
los «y si...».
Pr opongo al lect or que int ent e r ealizar el sig uient e ej er cicio. Cier r e los oj os ( después
de haber acabado de leer las inst r ucciones, clar o) . Piense en una sit uación concr et a
donde se hay a sent ido enfadado, com o la discusión m ás r ecient e con un am igo u
ot r a persona im por t ant e para ust ed. Recuer de ese m om ent o con la m ay or clar idad
que pueda, com o si lo r ev iv ier a. Cuando haya acabado, obser v e cóm o se sient e.
¿Qué cr ee que falló? ¿Quién t enía la culpa? ¿Por qué? ¿Cr ee que se puede arr eglar ?
Cier r e los oj os ot ra v ez. I m agine la m ism a sit uación, per o ahora los prot agonist as
son ot ras dos personas. Ust ed no es m ás que una m osca en la pared que obser va la
escena desde ar r iba. Tiene liber t ad para v olar por el lugar y obser v ar desde t odos
los ángulos por que nadie lo ver á. Com o ant es, le r uego que cuando acabe t om e
not a de cóm o se sient e y que r esponda a las m ism as pr egunt as.
El lect or acaba de r ealizar un ej er cicio clásico de dist anciam ient o m ent al por m edio
de la v isualización, que consist e en im aginar algo v ív idam ent e per o desde cier t a
dist ancia, desde un punt o de vist a que es int rínsecam ent e diferent e del que hem os
guardado en la m em or ia. Ent r e el pr im er episodio y el segundo el lect or ha pasado
de lo concr et o a lo abst r act o; es pr obable que las em ociones no hay an sido t an
int ensas, que haya v ist o cosas que no había not ado la pr im er a v ez y hast a puede
que haya acabado con un r ecuerdo un poco dist int o de lo que sucedió. En r ealidad,
puede que hay a apr endido algo y que haya m ej orado su capacidad para solucionar
pr oblem as en gener al, sin r elación con el episodio en sí ( y adem ás t am bién habrá
pr act icado una for m a de m edit ación) .
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Para el psicólogo Et han Kross ( de uno de cuyos est udios he t om ado el ej em plo
ant er ior ) , la dist ancia m ent al no solo es posit iv a par a la r egulación em ocional.
Tam bién nos puede hacer m ás sabios, t ant o desde un punt o de v ist a dialéct ico ( de
conocer la ex ist encia de cam bios y cont r adicciones en el m undo) com o del punt o de
v ist a de la hum ildad int elect ual ( de conocer nuest r as pr opias lim it aciones) , y m ej or a
nuest r a capacidad para solucionar pr oblem as y t om ar decisiones. Cuando nos
dist anciam os em pezam os a pr ocesar las cosas de una m aner a m ás am plia, a ver
conex iones que no podíam os ver desde m ás cer ca. En otr as palabr as, ser m ás sabio
t am bién significa ser m ás im aginat ivo. Puede que no nos lleve a un «m om ent o
eur ek a», per o sí nos llev ar á a alguna int uición. Pensam os com o si realm ent e
hubiér am os cam biado de posición aunque sigam os sent ados en la but aca.
Jacob Rabinow, un ingeniero eléct rico, ha sido uno de los inv ent or es m ás prolíficos y
con m ás t alent o del siglo XX. Ent r e sus doscient as t r eint a pat ent es est án la m áquina
para clasificar aut om át icam ent e el cor r eo post al que aún se ut iliza hoy en día, un
disposit iv o m agnét ico par a alm acenar infor m ación que fue un pr ecur sor de los
discos dur os de hoy y el t ocadiscos. Par a m ant ener su ex t r aor dinar ia cr eat iv idad y
pr oduct iv idad r ecurr ía a la v isualización. Com o dij o en una ocasión al psicólogo
Mihaly Csikszent m ihalyi, cuando una t ar ea es difícil, necesit a m ucho t iem po o no
t iene una r espuest a clar a: «Me im agino que est oy pr eso, por que si est ás pr eso el
t iem po no im por t a. En ot r as palabras, si hace falt a una sem ana par a cor t ar eso,
t ar dar é una sem ana. ¿Qué otr a cosa podr ía hacer ? Me v oy a pasar aquí v eint e años,
¿sabe? Es una especie de t r uco m ent al. Si no, t e dices: “ Dios, est o no sale” , y
em piezas a com et er er r or es. Per o y o m e digo que el t iem po no t iene im por t ancia».
La v isualización ayudó a Rabinow a adoptar una act it ud m ent al desde la que podía
abor dar cosas que, de no ser así, le habr ían abr um ado. Per o par a solucionar esos
pr oblem as er a necesar io que ex ist ier a el espacio im aginat iv o necesar io.
La v isualización est á m uy ex t endida. Los at let as y ot r os depor t ist as suelen visualizar
elem ent os de su act uación ant es de realizarlos: el t enist a visualiza el saque ant es
de solt ar la pelot a; el golfist a ve la t r ayect or ia de la pelot a ant es de golpear la. La
psicot er apia cognit iv a conduct ist a em plea est a t écnica par a que quienes sufr en
fobias u
ot r os t r ast or nos apr endan
a r elaj ar se y
puedan
viv ir
sit uaciones
pr oblem át icas m ent alm ent e, sin afr ont ar las en el m undo r eal. El psicólogo Mar tin
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Seligm an insist e en que puede ser el inst r um ent o m ás im por t ant e par a fom ent ar
una act it ud m ent al m ás im aginat iva e int uit iva. I ncluso plant ea que m ediant e una
r epr esent ación visual sim ulada y r epet ida, «la int uición se puede enseñar a gr an
escala». Pocos avales puede haber m ej or es que est e.
El obj et iv o es cr ear una dist ancia m ent al im aginando un m undo com o si lo viér am os
y lo viv iér am os. Com o dij o el filósofo Ludw ig Wit t genst ein: «Repit o. ¡No penséis,
solo m ir ad!». Esta es la esencia de la v isualización: apr ender a m ir ar int er ior m ent e,
a cr ear escenar ios y alt er nat iv as en la m ent e, a im aginar algo com o si fuer a r eal.
Nos ayuda a v er m ás allá de lo ev ident e, a no com et er los er ror es de un Lest rade o
de un Gr egson consider ando únicam ent e la escena que está fr ent e a nosotr os o la
que quer em os v er . Obliga a im aginar por que necesit a de la im aginación.
Es m ás fácil de lo que par ece. En r ealidad, lo hacem os de m aner a nat ur al cuando
int ent am os r ecordar algo. I ncluso se basa en la m ism a r ed neuronal que el
r ecuer do: las cor t ezas pr efront al y t em poral lat er al, los lóbulos par iet ales m ediales
y lat er ales, y el lóbulo t em por al m edial ( que alber ga el hipocam po), per o en lugar
de r ecordar algo con ex act it ud m ezclam os det alles pr ocedent es de nuestr a
ex per iencia par a cr ear algo en un fut uro aún no ex ist ent e o en un pasado
cont r afact ual. Probam os cosas y afront am os sit uaciones m ent alm ent e en lugar de
ex per im ent ar las en el m undo r eal. Y logram os lo m ism o que con la dist ancia física:
separar nos de la sit uación que t r at am os de analizar .
En el fondo, t odo es m edit ación. En El valle del t err or, Holm es buscaba un cam bio
de lugar físico, algo del m undo ex t er ior que est im ular a su m ent e. Per o se puede
logr ar el m ism o efect o sin t ener que ir a ningún lado, desde la silla del despacho en
el caso de Dalio, desde la but aca en el caso de Holm es, o desde cualquier lugar en
el que nos hallem os. Solo hace falt a liber ar el espacio necesar io en la m ent e. Dej ar
que sea com o un lienzo en blanco. Y el m undo ent er o de la im aginación ser á
nuest r a palet a.
6 . Su st en t ar la im a gin a ción de la im port a n cia y cu r iosida d del j u e go
Sher lock Holm es nos ha inst ado a m ant ener el desván del cer ebr o lim pio y
or denado: sin t rast os viej os e inser v ibles, con cajas m et iculosam ent e organizadas
que no cont engan nada inút il. Pero par ece que no es t an sencillo. Por ej em plo,
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¿cóm o es que en «La avent ur a de la m elena de león» Holm es sabe de la Cyanea,
una rara especie de m edusa que habit a en las cálidas aguas del t rópico? I m posible
ex plicar lo después de los est r ict os cr it er ios que nos ha est ablecido. Com o en casi
t odas las cosas, podem os suponer que Holm es ex ager aba por puro efect ism o. Un
desván sin t rast os, sí, per o tam poco aust ero. Un desván que solo cont uvier a lo m ás
básico par a el éx it o pr ofesional ser ía gr is y pequeño. Apenas cont endr ía m at er ial
con el que t r abaj ar y ser ía práct icam ent e incapaz de dar lugar a int uiciones o a la
im aginación.
¿Cóm o acabó la m edusa en el im polut o desván de Holm es? Muy sencillo. En algún
m om ent o, Holm es se habr ía sent ido picado por la cur iosidad. I gual que sint ió
cur iosidad por los m ot et es. O com o cuando se int er esó por el ar t e el t iem po
suficient e par a int ent ar conv encer a Scotland Yar d de que su ar chienem igo, el
pr ofesor Jam es Mor iar t y, est aba tr am ando algo. Com o dice al inspect or MacDonald
en El valle del t er r or , cuando est e r echaza indignado su suger encia de que lea un
libr o sobr e la hist or ia de Manor House: «Visión ancha, m i quer ido m íst er Mac, es
una de las cualidades esenciales en nuest ra pr ofesión. La r ecipr ocidad de ideas y el
oblicuo uso del saber son com únm ent e de ex t r aordinar io int er és». Una y otr a v ez,
Holm es sient e cur iosidad por algo y esa cur iosidad lo im pulsa a saber m ás. Y ese
«m ás» acaba después en alguna caja perdida ( ¡per o et iquet ada! ) de su desván.
Básicam ent e, lo que Holm es nos dice es que el desván t iene var ios niveles de
alm acenam ient o.
Hay una diferencia ent r e el conocim ient o act ivo y el pasivo, ent r e las caj as a las que
accedem os con fr ecuencia y sin pensar , y las que podem os necesit ar algún día.
Holm es no nos aconsej a que dej em os de ser cur iosos, que no apr endam os sobr e las
m edusas. Lo que nos aconsej a es que m antengam os el conocim ient o act ivo lim pio y
clar o, y que guardem os el pasiv o en caj as, cajones y carpet as debidam ent e
et iquet ados.
No es que, de r epent e, no debam os seguir su consej o ant er ior y llenem os de t rast os
nuest r o espacio m ent al. De ningún m odo. Per o com o no siem pr e sabem os si algo
que a pr im era v ist a par ece inser v ible puede acabar siendo una pieza im por t ant e de
nuest r o ar senal m ent al, har em os bien en guar dar lo por si lo necesit am os en el
fut ur o. No hace falt a que guar dem os el elem ent o en sí: basta con una im pr esión de
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lo que es, con algo que nos lo r ecuerde para hallar lo cuando haga falt a, com o hace
Holm es cuando busca inform ación sobr e la Cyanea en un libr o viej o. Le basta con
r ecor dar que el libr o y la infor m ación ex ist en.
Un desván organizado no es est át ico. La im aginación nos per m it e aprovechar m ás el
espacio m ent al. Nunca sabem os qué elem ent o ser á m ás út il de lo que pensam os y
cuándo lo podrá ser .
Est a es una de las pr incipales adver tencias de Holm es:
el elem ent o m ás
sor pr endent e puede acabar siendo út il de la m aner a m ás sor pr endent e. Debem os
abr ir la m ent e a nuev os dat os por poca im por t ancia que par ezcan t ener .
Y ahí es donde ent ra en j uego nuest ra act it ud m ent al. ¿Est á siem pre abiert a a
nuev a infor m ación por innecesar ia o ext r aña que pueda par ecer ? ¿O t iende a
descar tar t odo lo que, en pot encia, nos pueda dist raer ? ¿Car act er iza est a aper t ura
m ent al nuest r a m anera habit ual de pensar y de cont em plar el m undo?
Con la práct ica podem os m ej or ar la capacidad de int uir qué nos puede ser út il y qué
no, qué har em os bien en guar dar por si nos puede ser v ir y qué descar tar . Lo que a
pr im er a v ist a puede par ecer
una sim ple int uición,
es m ucho m ás:
es un
conocim ient o basado en incont ables horas de práct ica, de apr ender a est ar abier t os,
a int egr ar ex per iencias en la m ent e hast a conocer las pautas y las dir ecciones que
esas ex per iencias t ienden a seguir .
Recor dem os los ex per im ent os de asociación r em ot a, donde t eníam os que hallar una
palabr a que se pudier a com binar con ot ras t r es. Eso r esum e, en cier t o m odo, la
m ay or par t e de la v ida: una ser ie de asociaciones r em ot as que no ver em os si no
dedicam os t iem po a det ener nos, im aginar y r eflex ionar . Si nuest r a act it ud m ent al
t em e la cr eat iv idad, t em e ir en cont r a de las cost um br es y los usos dom inant es, no
podr em os av anzar . Si t em em os la cr eat iv idad, aunque sea de una m aner a
inconscient e, nos será m ás difícil ser creat ivos. No serem os com o Holm es por
m ucho que lo int ent em os. No olv idem os que Holm es er a una especie de r ebelde, un
r ebelde que no podía ser m ás difer ent e de un or denador. Y eso es lo que hace que
su m ét odo sea t an poder oso.
Holm es nos r evela el secr et o en El valle del t er r or , cuando r epr ende a Watson
diciéndole: «No hay com binación de event os de los cuales el ingenio del hom br e no
pueda concebir una explicación. Sim plem ent e com o un ej ercicio m ent al, sin ninguna
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afir m ación de que sea v er dad, perm ít am e indicar le la posible línea de pensam ient o.
Es, com o adm it o, solam ent e im aginación;
pero ¿cuán frecuent em ent e es la
im aginación la m adr e de la v er dad?».
Cit a s
«Tenem os un j oven que se ent era de repent e de que si cier t o
anciano fallece...», «No, hast a que haya est ado en Blackheat h», de
El r egr eso de Sher lock Holm es, «La avent ur a del const r uctor de
Nor w ood».
«Ust ed llegar á m uy ar riba en su pr ofesión...», de Su últ im a
r ever encia, «El pabellón Wist eria».
«Una
de
las
m ás
ex t r aor dinar ias
car act er íst icas
de
Sher lock
Holm es...», de Su últ im a r ever encia, «Los planos del Br ucePar tingt on».
«Es un pr oblem a de t r es pipas...», de Las avent ur as de Sher lock
Holm es, «La Liga de los Pelir r oj os».
«Muy al cont rario, por que he est ado en Devonshire», de El sabueso
de los Basker ville, capít ulo 3: «El pr oblem a».
«Cr eo que el genio depende del sit io», «Visión ancha m i quer ido
m íst er Mac, es una de las cualidades esenciales...», de El valle del
t er r or , capít ulo 6: «Una t enue luz», y capít ulo 7: «La solución».
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Pa r t e I I I
El a r te de la de du cción
Ca pít u lo 5
Usa r e l de svá n de l ce re bro [ …] : de du cir a pa r t ir de los he chos
Con t en ido:
1. La dificult ad de deducir cor r ect am ent e.
2. Apr ender a separar lo cr ucial de lo incident al
3. Lo im pr obable no es im posible
Cit as
I m agine el lect or que él es Holm es y que y o soy una posible client a. En las últ im as
cient o y pico páginas ha leído infor m ación sobr e m í, com o si m e hubier a est ado
obser v ando un buen rat o. Le pido que dedique unos inst ant es a consider ar lo que
sabe de m í com o per sona. ¿Qué puede deducir a par t ir de lo que he escr it o?
No har é una list a de t odos los dat os que he dado, per o sí uno que quizá le dar á que
pensar : la pr im er a v ez que oí el nom br e de Sher lock Holm es fue en r uso. Las
hist orias que m i padr e nos cont aba j unt o a la chim enea eran t raducciones al ruso,
no los or iginales en inglés. Acabábam os de llegar a los Est ados Unidos y m i padr e
nos leía en la lengua que m i fam ilia aún sigue usando. Alej andr o Dum as, sir H.
Rider Haggar d, Jerom e K. Jer om e, sir Ar t hur Conan Doyle: la pr im er a v ez que oí sus
voces fue en ruso.
¿Qué t iene est o que ver con lo que nos ocupa? Pues que Holm es lo habría sabido sin
necesidad de que se lo dij er a. Habr ía hecho una sim ple deducción basándose en los
dat os disponibles y añadiendo una pizca de esa im aginación de la que hem os
hablado en el capít ulo ant er ior . Se habr ía dado cuent a de que cuando supe de sus
m ét odos por pr im era v ez, tuvo que ser for zosam ent e en lengua r usa. Si el lect or no
m e cr ee, t odos los dat os est án ahí. Y al final de est e capít ulo deber ía encont r ar se en
la posición de hacer com o Holm es y unir los t odos en la única ex plicación que
concuer da con los dat os disponibles. Una v iej a m áxim a de Holm es dice que «cuando
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has elim inado lo im posible, lo que queda, por m uy im pr obable que par ezca, t iene
que ser la v er dad».
Y así es com o llegam os, finalm ent e, al m ás llam at ivo de los pasos: la deducción. El
br oche de or o. La tr aca final. El m om ent o en el que finalm ent e podem os dar por
concluido nuest ro pr oceso de pensam iento y for m ular una conclusión, t om ar una
decisión, hacer lo que nos habíam os pr opuest o. No hay m ás datos que r eunir y
analizar . Solo nos queda v er su significado y lo que ese significado supone para
nosot ros: llevarlo t odo a su conclusión lógica.
Es el m om ent o en el que Sher lock Holm es pr onuncia en «El j or obado» esa palabra
inm or t al: elem ent al ( que en la v er sión or iginal inglesa no v a acom pañada del
«quer ido Wat son» de las tr aducciones a ot r os idiom as, com o el cast ellano y el
francés) .
—Tengo la vent aj a de conocer sus cost um bres, m i quer ido Wat son —dij o—. Cuando
su r onda es br eve va ust ed a pie, y cuando es larga t om a un coche de alquiler . Ya
que per cibo que sus bot as, aunque usadas, nada t ienen de sucias, no m e cabe duda
de que últ im am ent e su t r abaj o ha j ust ificado t om ar el coche.
— ¡Excelent e! —exclam é.
—Elem ent al [ quer ido Wat son] —dij o él—. Es uno de aquellos casos en los que quien
r azona puede producir un efect o que le par ece not able a su int er locut or , porque a
est e se le ha escapado el pequeño det alle que es la base de la deducción.
¿Qué es deducir ? Deducir es sacar t odo el par t ido al desván del cer ebr o, es unir
t odos los elem ent os que hem os ido r euniendo de una m aner a t an m et ódica y
ordenada en un todo final que t iene sent ido. Lo que Holm es ent iende por deducción
no es lo m ism o que se ent iende por deducción en la lógica for m al. En un sent ido
est r ict am ent e lógico, deducir es llegar a un caso concr et o a par t ir de un pr incipio
gener al. Quizás el ej em plo m ás fam oso sea est e:
Todos los hom bres son m ort ales.
Sócrat es es un hom bre.
Sócr at es es m or tal.
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Per o, para Holm es, est o no es m ás que un cam ino posible par a llegar a una
conclusión. Su deducción incluy e m últ iples for m as de r azonam ient o car act er izadas
por par t ir de los hechos y llegar a una afir m ación que necesar iam ent e debe ser
cier t a y ex cluir cualquier ot r a alt er nat iv a. 3
Con independencia de que el obj et ivo sea resolver un crim en o t om ar una decisión,
el proceso es esencialm ent e el m ism o. Tom am os t odas las observaciones ( los
cont enidos del desván que hem os guardado e int egr ado en la est r uct ur a y a
ex ist ent e, sobr e los que ya hem os r eflex ionado y que hem os r econfigur ado en la
im aginación) , las ponem os en orden desde el pr incipio y sin dej ar nos nada, y vem os
cuáles son las posibles r espuest as que los incor por an t odos y r esponden a la
pr egunt a inicial. O, com o dir ía Holm es, ex t endem os la «cadena de r azonam ient o» y
ex am inam os las posibilidades, y lo que quede ( por im pr obable que sea) ser á la
v er dad: «Mi r azonam ient o ar ranca de la suposición de que, una v ez que se ha
elim inado del caso t odo lo que es im posible, la v er dad t iene que consist ir en el
supuest o que t odav ía subsist e, por m uy im probable que sea —nos dice—. Puede
ocurrir que los supuest os subsistent es sean varios, y en ese caso se van poniendo a
pr ueba uno después de otr o hasta que uno de ellos ofr ezca una base conv incent e».
Eso es, en esencia, la deducción, o lo que Holm es llam a «sist em at ización del sent ido
com ún». Per o el sent ido com ún no es t an com ún ni t an sencillo com o cabr ía
esper ar. Cada v ez que Wat son t rat a de em ular a Holm es suele caer en algún er r or .
Y es nat ural que suceda. Aunque hasta ahor a hay am os sido m uy pr ecisos, debem os
hacer un últ im o esfuerzo para que el sist em a Wat son no nos descarríe en el últ im o
m om ent o.
¿Por qué la deducción es m ucho m ás difícil de lo que par ece? ¿Por qué Wat son es
t ant as v eces incapaz de seguir los pasos de su com pañer o? ¿Qué obst aculiza el
r azonam ient o final? ¿Por qué es t an difícil pensar con clar idad aunque t engam os
t odo lo necesar io par a hacer lo? ¿Y cóm o podem os sor t ear esas dificult ades para
que, a difer encia de Wat son —que se queda at ascado y r epit e sus er r or es una y otr a
v ez— podam os ut ilizar el sist em a Holm es par a salir del at ollader o y deducir com o es
debido?
3
Desde el punt o de v ist a de la lógica, algunas de sus deducciones deberían llam ar se, con m ás propiedad,
inducciones o abducciones. Todas m is referencias a la d educción o al razon am ient o deduct iv o se basan en el
sent ido holm esiano, no en el de la lógica form al.
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1. La dificult ad de deducir cor r ect am ent e.
Un t r ío de conocidos ladr ones t iene la m ir ada puesta en Abbey Grange, la r esidencia
de sir Eust ace Brackenst all, uno de los hom br es m ás r icos de Kent . Una noche,
cuando se supone que t odo el m undo est á dur m iendo, los t r es hom br es ent r an por
la v ent ana del com edor pr est os a saquear la opulent a m ansión com o habían hecho
dos sem anas ant es en una localidad cer cana. Per o sus planes se v en fr ust r ados
cuando lady Br ackenst all ent r a en la sala: la golpean en la cabeza y la at an a una
silla del com edor. Todo par ece ir bien hast a que ent r a sir Br ack enst all par a
invest igar la causa de los ex t r años r uidos. Y no es t an afor t unado com o su esposa:
le dan un golpe en la cabeza con el at izador de la chim enea y se desplom a m uer t o
en el suelo. Los ladr ones se apoderan de t oda la plat a que hay en el aparador y
ant es de m archar se abr en una botella de vino y se sir ven unas copas, quizá par a
calm ar la agit ación causada por el asesinat o.
O eso es lo que cuent a el único t est igo v ivo, lady Br ackenst all. Pero en « La avent ura
de Abbey Gr ange» pocas cosas son com o par ecen.
El r elat o de lady Brackenst all par ece sólido: su cr iada Ther esa lo confir m a y t odo
par ece indicar que los hechos han sucedido com o ha dicho. Per o Holm es t iene la
sensación de que algo no cuadr a. «Todos m is inst int os se r ebelan cont r a ello —dice
a Wat son—. Hay un er r or , t odo es un er r or... ¡Le j ur o que es un er r or !», y em pieza
a enum erar los posibles fallos. Cada det alle, por separado, podr ía ser per fectam ent e
posible, per o su efect o acum ulado pone en duda la v er acidad del r elat o. Con t odo,
Holm es no est á segur o de est ar en lo cier t o hast a que obser v a las copas. «Y luego,
para colm o, viene el det alle de las copas de v ino», dice a su com pañer o.
— ¿Puede ust ed r epr esent ár selas m ent alm ent e?
—Las veo con t oda clar idad.
—Nos dicen que t r es hom br es bebier on de ellas. ¿Le par ece a ust ed pr obable?
— ¿Por qué no? Había vino en las t res.
—Ex act o. Per o solo había posos en una copa. Tiene ust ed que haber se fij ado en
ello. ¿Qué le sugiere eso?
—La últ im a copa que se llenó t endría m ás poso.
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—Nada de eso. La bot ella t enía poso en abundancia, y r esult a inconcebible que en
las dos pr im eras copas no caiga nada y la ter cer a quede llena de poso. Exist en dos
ex plicaciones posibles, y solo dos. La pr im er a es que, después de llenar la segunda
copa, agit ar an la bot ella, con lo cual la t er cer a copa r ecibir ía t odo el poso. Est o no
par ece pr obable. No, no; est oy seguro de t ener r azón.
— ¿Y qué es lo que supone ust ed?
—Que solo se ut ilizar on dos copas, y que las heces de am bas se echar on en una
t er cer a copa, par a dar la falsa im pr esión de que allí habían est ado t r es per sonas.
¿Qué sabe Wat son de la física del v ino? Poco, m e at r ev o a decir , pero cuando
Holm es le pr egunt a por el poso le da una r espuest a de inm ediat o: habrá sido la
últ im a copa que se llenó. Aunque es una respuest a bast ant e lógica, no se basa en
nada. Est oy segur a de que Wat son no habr ía caído en ello de no ser por Holm es.
Per o cuando le pr egunt a no le cuest a nada dar una explicación a la que encuent r a
sent ido. Wat son ni siquier a se da cuent a de haber lo hecho y , de no ser por Holm es,
es pr obable que lo acabe t eniendo por un hecho, por una pr ueba m ás de la
v er acidad de la t est igo y no com o un posible punt o débil de su r elat o.
De no ser por Holm es, el r elat o de los hechos que hace Wat son ser ía el m ás nat ur al
o inst int ivo. Y si no fuer a por la insist encia de Holm es ser ía dificilísim o r esist ir se al
deseo de cr eer en ese r elat o, aunque no sea cor r ect o. Nos gust a la sim plicidad. Nos
gust an
las
razones
concret as.
Nos
gust an
las
causas
y
las
cosas
que,
int uit ivam ent e, t ienen sent ido ( aunque sea erróneo) .
Por ot r o lado, nos desagr ada t odo lo que im pide alcanzar esa sim plicidad y esa
concr eción causal. Azar , aleat or iedad, incer t idum br e, no linealidad: son elem ent os
que am enazan la capacidad de ex plicar las cosas con r apidez y de una m aner a
( aparent em ent e) lógica, e int ent am os elim inarlos a cada inst ant e. I gual que
decidim os que la últ im a copa de v ino que se ha llenado es m ás pr obable que
cont enga t odo el poso, podem os pensar que alguien que j uega al baloncest o t iene
«la m ano calient e» si v em os que encest a var ios t ir os seguidos ( la falacia de la m ano
calient e) . En los dos casos, nos basam os dem asiado en pocas obser vaciones. En el
caso de las copas solo nos apoyam os en esa bot ella concr et a y no en la conduct a de
ot r as bot ellas sim ilar es en m uy div er sas cir cunst ancias. En el caso del baloncest o,
solo nos fundam ent am os en una racha breve ( la ley de los núm eros pequeños) y no
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en la v ar iabilidad inher ent e al j uego de cualquier j ugador , que incluye r achas lar gas.
O, por cit ar ot ro ej em plo, si echam os una m oneda al air e pensam os que habrá m ás
pr obabilidades de que salga car a si ant es ha salido cr uz var ias veces seguidas ( la
falacia
del
apost ant e) ,
olv idando
que
las
secuencias
br ev es
no
pr esent an
necesar iam ent e la dist r ibución del 50% que apar ecer ía a largo plazo.
Tant o si ex plicam os por qué ha sucedido algo com o si concluim os cuál ha sido la
causa m ás pr obable de un suceso, nuest r a int uición suele fallar porque pr efer im os
que las cosas sean m ucho m ás pr ev isibles y deter m inadas causalm ent e de lo que
son en r ealidad.
De est as pr efer encias sur gen los er r or es de pensam ient o que com et em os sin que
v olv am os
a
pensar
en
ellos.
Tendem os
a
deducir
com o
no
deber íam os,
ar gum ent ando, com o dir ía Holm es, ant es de los dat os, y m uchas veces a pesar de
ellos. Cuando par ece que las cosas «t ienen sent ido» es dificilísim o ver las de ot r a
m anera.
W. J. er a un v et erano de la Segunda Guer r a Mundial. Era sociable, encant ador y
ocur r ent e. Tam bién padecía una form a de epilepsia t an incapacit ant e que, en 1960,
opt ó por som et er se a una int er v ención cer ebr al drást ica: seccionar el cuer po
calloso, el haz de fibr as ner v iosas que com unica los dos hem isfer ios del cer ebr o. Se
había obser v ado que est a int er v ención r educía drást icam ent e los at aques y
pacient es que no habían podido llev ar una v ida nor m al habían dej ado de sufr ir los.
Per o aquel cam bio t an radical en la conect iv idad nat ur al del cer ebr o t enía un pr ecio.
En la época en que W. J. fue operado, est e pr ecio aún no se conocía. Per o Roger
Sperr y, un neurocient ífico del California I nst it ut e of Technology que acabaría
obt eniendo el Nobel de Medicina por su t r abaj o sobr e la conex ión ent r e los
hem isfer ios cer ebr ales, sospechaba cuál podr ía ser . Al m enos en los anim ales,
seccionar el cuer po calloso im plicaba que los hem isfer ios dej ar an de com unicar se.
Lo que sucedía en un hem isfer io pasaba a ser un m ist er io t ot al para el ot r o. ¿Podía
dar se tam bién est e aislam ient o en el ser hum ano?
Para el saber dom inant e de la época la r espuest a er a un no r ot undo. Nuest r o
cer ebr o no er a com o el de un anim al. Era m ucho m ás com plej o, m uchísim o m ás
int eligent e: en r esum en, est aba m ás ev olucionado. Y qué m ej or pr ueba de ello que
t odos los pacient es que v iv ían con nor m alidad t ras haberse som et ido a aquella
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int ervención. No t enía nada que ver con la lobot om ía front al. Aquellos pacient es
m ant enían el m ism o cocient e int elect ual y la m ism a capacidad de razonar que
ant es. Su m em or ia no par ecía afect ada. Su capacidad par a el lenguaj e er a norm al.
Aquel saber t an cat egór ico par ecía int uit iv o y cer t er o. Per o dem ostr ó ser t ot alm ent e
er r óneo. Nadie lo había podido dem ostr ar cient íficam ent e: no er a m ás que un r elat o
del tipo Wat son que t enía sent ido per o car ecía de una base obj et iv a. Hasta que
apar eció en escena un equivalent e de Holm es en ese cam po: Michael Gazzaniga, un
neur ocient ífico del labor at or io de Sper r y. Gazzaniga halló una m aner a de com probar
la t eor ía de Sper r y de que seccionar el cuer po calloso im pedía que los hem isfer ios
se com unicaran: el em pleo de un aparato llam ado t aquist oscopio que pr esent a
est ím ulos visuales dur ant e un t iem po m uy breve y que adem ás —est e es el fact or
cr ucial— puede pr esent ar los por separ ado a cada lado de cada oj o par a que la
im agen solo llegue al hem isfer io cor r espondient e.
Gazzaniga usó el t aquist oscopio con W. J. después de su int ervención y obt uvo unos
r esult ados espect acular es. El m ism o hom br e que había superado con facilidad las
m ism as pr uebas unas sem anas ant es, ahor a era incapaz de descr ibir los obj et os
que v eía en su cam po v isual izquier do. Cuando Gazzaniga pr oyectaba la im agen de
una cuchara en el cam po der echo, W. J. la nom br aba sin pr oblem as, per o cuando la
pr oyect aba en el cam po izquier do,
era com o si est uvier a ciego.
Sus oj os
funcionaban con nor m alidad, per o er a incapaz de v er balizar lo que v eía o no
r ecor daba haber lo vist o.
¿Qué sucedía? W. J. fue el «pacient e cer o» de Gazzaniga, el pr im ero de una lar ga
list a que per m it ió dem ostr ar que las dos m it ades del cer ebr o hum ano no son
iguales. Una m it ad se encarga de pr ocesar la infor m ación visual; si r ecor dam os el
dibuj o de Shel Silv er st ein, del libr o Hay luz en el desván y que ya m encioné en el
pr im er capít ulo, ser ía la que t iene la pequeña vent ana que da al m undo ex t er ior . La
ot r a m it ad se encarga de verbalizar lo que sabem os: ser ía la que t iene la escaler a
que llev a al r est o de la casa. Si las dos m it ades se separ an, el puent e que las une
dej a de ex ist ir . Cualquier infor m ación disponible par a un lado no ex ist e par a el ot r o.
Es com o si t uv iér am os dos desvanes m ent ales separados, cada uno con su propio
cont enido, y, hast a ciert o punt o, con su propia est ruct ur a.
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Y aquí es donde las cosas em piezan a com plicar se. Por ej em plo: pr oyect em os la
im agen de una gallina en el cam po izquier do del oj o ( lo que significa que la im agen
solo ser á procesada por el hem isfer io der echo del cer ebr o, el visual, el que t iene la
v ent ana) y pr oyect em os la im agen de la ent r ada a una casa llena de niev e en el
cam po der echo ( lo que significa que solo ser á pr ocesada por el hem isfer io izquier do,
el de la escaler a) ; si ahor a pedim os al suj et o que señale, ent r e una ser ie de
im ágenes, la m ás r elacionada con lo que ha v ist o, las dos m anos no se pondrán de
acuer do: la der echa, de acuer do a la infor m ación de la izquier da, señalar á una pala;
la izquier da, de acuer do a la infor m ación de la der echa, señalar á un pollo. Si
pr egunt am os al suj et o por qué señala dos cosas, en lugar de m ostrarse confundido
cr eará de inm ediat o una ex plicación t ot alm ent e v iable: hace falt a una pala para
lim piar el galliner o. Es decir , su m ent e ha cr eado una nar ración que da sent ido a la
discr epancia ent r e lo que señalan las dos m anos ( y lo que ven los dos hem isfer ios) .
Gazzaniga llam a «int ér pr et e del cer ebr o izquier do» al hem isfer io izquier do: su
com et ido es buscar explicaciones y causas de una m anera nat ur al e inst int iv a
incluso par a cosas que carecen de ellas. Y aunque est e int érpr et e encuent re un
sent ido a las cosas, las m ás de las veces se equivoca: es el Wat son de las copas
llev ado al ex t r em o.
Las personas con el cuer po calloso seccionado ofr ecen una de las m ej or es pr uebas
cient íficas de la capacidad del ser hum ano para el aut oengaño narr at iv o, para cr ear
causas y ex plicaciones que tienen sent ido per o que dist an m ucho de la v er dad. Per o
no hace falt a que nos cor t en el cuer po calloso para act uar así. Lo hacem os
const ant em ent e,
de una m anera aut om át ica.
Recordem os el
est udio
de la
cr eat iv idad con el péndulo, donde los suj et os solucionaban el pr oblem a cuando el
ex per im ent ador hacía oscilar «sin quer er» una de las cuer das. Si después se les
pr egunt aba cóm o habían caído en la solución, cit aban causas com o est as: «Er a lo
único que quedaba por hacer », «Me he dado cuent a de que la cuer da oscilar ía si le
at aba un peso», «Me ha venido a la cabeza la im agen de cr uzar un r ío agar rado a
una liana», «He pensado en unos m onos balanceándose de ram a en ram a».
Todas eran ex plicaciones viables. Per o ninguna er a la v er dadera. Nadie m encionó la
est r at agem a del ex per im ent ador . Y aunque se les ex plicó después, m ás de dos
t erceras part es siguieron insist iendo en que no se habían dado cuenta y que no
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había ej ercido ninguna influencia en su solución, aunque, por t érm ino m edio, t odos
habían r esuelt o el pr oblem a m enos de cuarent a y cinco segundos después de ver la
pist a. Más aún, la t er cer a par t e que hubo adm it ido la posibilidad de esa influencia
r esult ó ser v ulner able a ot r a causa falsa. Cuando se añadió ot r a «pist a» que no
t enía ningún im pact o en la solución ( hacer gir ar el peso de la cuer da) , dij er on que la
pist a que les había indicado la solución er a est a y no la v er dadera.
Nuest ra m ent e crea const ant em ent e narraciones coherent es a part ir de elem ent os
dispar es. Nos incom oda que algo no t enga una causa y el cer ebr o est ablece una de
un m odo u ot ro, sin pedir nos perm iso para hacer lo. En caso de duda, el cer ebr o
sigue el cam ino m ás fácil y hace lo m ism o en cada et apa del pr oceso de
r azonam ient o, desde las infer encias a las gener alizaciones.
W. J. es un ej em plo ext r em o de lo que hace Wat son con las copas. En los dos casos
hay una const r ucción espont ánea de un relat o a la que sigue una firm e creencia en
su cert eza, aunque solo se sust ent e en una coherencia apar ent e. Es el pr incipal
obst áculo para la deducción.
Aunque t engam os fr ent e a nosotr os t odo el m at er ial, la posibilidad de pasar algo
por alt o, a sabiendas o no, es m uy r eal. La m em or ia es im per fect a y vulner able al
cam bio y a la influencia. Hast a las obser vaciones, aunque de ent r ada sean pr ecisas,
pueden acabar influyendo m ás de lo que cr eem os en lo que r ecor dam os y, por lo
t ant o, en nuest ro razonam ient o deduct ivo. Debem os t ener la precaución de que
algo que nos llam e la at ención por ser despr oporcionado ( «saliencia») , por que
acaba de suceder ( «r ecencia») o por que hem os est ado pensando en algo que no
t iene r elación ( «pr eact iv ación») , no pese dem asiado en nuest r o r azonam ient o y nos
haga olv idar det alles esenciales par a una deducción cor r ecta. Tam bién debem os
est ar seguros de dar r espuest a a la pr egunt a inicial que nos hem os plant eado, la
que nos ha m ot iv ado y ha dado lugar al obj et iv o, no a otr a que nos par ezca m ás
per t inent e, int uit iv a o fácil cuando llegam os al final del pr oceso de pensam ient o.
¿Por qué Lest r ade y ot r os det ect iv es hacen det enciones er r óneas aunque las
pr uebas indiquen lo contr ar io? ¿Por qué insist en en ceñir se a su r elat o or iginal
pudiendo ver que no se sost iene? La r espuest a es sencilla. No nos gusta adm it ir que
una int uición inicial sea er r ónea y pr efer im os r echazar lo que la cont radiga. Quizá
por eso hay tant as det enciones desacer tadas fuer a del m undo de Holm es.
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Los errores concret os o los nom bres que les dem os no t ienen t ant a im port ancia
com o la idea en sí: no solem os deducir con at ención y cuidado, y la t ent ación de
pasar cosas por alt o y salt ar dir ect am ent e al final se acent úa cuant o m ás nos
acer cam os a la línea de llegada. Nuest ros relat os son t an convincent es que son m uy
difíciles de ignor ar. Nos im piden hacer lo que nos r ecom ienda Holm es: sist em at izar
el sent ido com ún, exam inar t odas las alt er nat iv as, separ ar lo cr ucial de lo
incident al, lo im pr obable de lo im posible, hast a llegar a la r espuest a final.
Para ilust r ar lo que quier o decir har é t r es pr egunt as. Pido al lect or que anot e la
pr im er a r espuest a que le venga a la cabeza. ¿Pr eparado?
1. Un bolígrafo y un bloc cuest an 1,10 eur os en t ot al. El bolígrafo cuest a un euro
m ás que el bloc. ¿Cuánt o cuest a el bloc?
2. Si cinco m áquinas t ar dan cinco m inut os en hacer cinco aparat os, ¿cuánt o
t iem po t ar dar ían cien m áquinas en hacer cien aparat os?
3. En un lago hay un r odal de nenúfar es. Cada día, el t am año del r odal se dobla.
Si el r odal t ar da cuar ent a y ocho días en cubr ir t odo el lago, ¿cuánt o tardar ía
en cubr ir la m it ad?
El lect or acaba de pasar el t est de r eflex ión cognit iv a ( TRC) de Shane Fr eder ick. Si
ha r espondido com o la m ay or ía de la gente, segur am ent e habr á escr it o al m enos
una de est as t r es r espuest as: 0,10 eur os par a la pr im er a pr egunt a, cien m inut os
para la segunda y veint icuat r o días para la t er cer a. Las t r es son er r óneas. Y que
nadie se pr eocupe si ha fallado en alguna porque est á en buena com pañía. Cuando
se hicier on las m ism as pr egunt as a est udiant es de Har v ard, la punt uación m edia fue
de 1,43 r espuest as cor r ect as ( el 57% acer t ar on una o ninguna). En Pr incet on
ocur r ió algo sim ilar : la punt uación m edia de los est udiant es fue de 1,63 y un 45%
acer t ó una o ninguna. Los est udiant es del Massachuset t s I nst it ut e of Technology
( MI T) lo hicier on m ej or , per o no del t odo: la m edia fue de 2,18 y el 23% de los
est udiant es, es decir , casi una cuar t a part e, acer t ar on una o ninguna. Y es que
est os pr oblem as no son t an sim ples com o puede par ecer a pr im era v ist a.
Las respuest as correctas son 0,05 euros, cinco m inut os, y cuar ent a y siet e días,
r espect iv am ent e. A poco que el lect or r eflex ione v er á por qué y se dir á: «Pues
claro, ¿cóm o no m e he dado cuent a?». La razón es m uy sencilla. El buen sist em a
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Wat son ha v uelt o a im poner se. Las r espuest as iniciales son las m ás atr act iv as
int uit ivam ent e, son las que surgen con rapidez y nat uralidad cuando no nos
det enem os a r eflex ionar . Hem os dej ado que la «saliencia» o pr om inencia de cier t os
elem ent os ( que han sido incluidos a propósit o) nos im pidan considerar cada
elem ent o con obj et iv idad. Aplicam os una est r at egia ir r eflex iv a en lugar de r eflex iva,
pr efer im os la int uición a la alt er nat iv a m ás difícil y que m ás t iem po ex ige
únicam ent e por que las dos par ecen guardar r elación. Las segundas r espuestas
ex igen que r epr im am os la im paciencia del sist em a Wat son para dej ar que Holm es
eche un vist azo, reflexion e sobr e esa int uición y la corr ija en consecuencia, algo que
no nos ent usiasm a hacer , sobr e t odo si estam os cansados de t ant o pensar ant es. Es
difícil m ant ener la m ot iv ación y la at ención de pr incipio a fin: es m ucho m ás fácil
conservar los recursos cognit ivos dej ando que Wat son lleve el t im ón.
Aunque el TRC puede par ecer m uy alej ado de los pr oblem as r eales que nos
podem os encont rar , predice m uy bien nuest ra act uación en infinidad de sit uaciones
donde ent r an en j uego la lógica y la deducción. De hecho, ha dem ostrado ser un
t est m ás r ev elador que las m edidas de apt it ud cognit iv a, de disposición al
pensam ient o y de función ej ecut iva. Un buen rendim ient o en est as t res pr egunt as
pr edice una r esist encia a var ias falacias lógicas fr ecuent es que, a su v ez, pr edice la
obser v ancia de las r eglas básicas del pensar racional. I ncluso pr edice la capacidad
de r azonam ient o en pr oblem as deduct iv os for m ales com o el de Sócrat es: si
rendim os m al en el t est , t endem os a dar por válidos silogism os que no lo son.
Pr ecipit ar nos a sacar conclusiones, elabor ar una narr ación select iv a en lugar de un
relat o lógico incluso t eniendo delant e t odas las pruebas, es algo m uy frecuent e ( y
ev it able, com o v er em os dent r o de poco) . Seguir el pr oceso de r azonam ient o hast a
el final, sin dej ar que las t r iv ialidades nos abur ran, sin ir nos apagando a m edida que
nos acer cam os a la m eta, es m uy poco fr ecuent e. Debem os apr ender a disfr ut ar de
las m anifest aciones m ás m odest as de la r azón, a pr ocurar que la deducción no
par ezca ni abur r ida ni dem asiado sim ple después de t odo el esfuer zo r ealizado. Y
eso es difícil. En las pr im er as líneas de «El m ist er io de Copper Beeches», Holm es
nos r ecuer da que «el hom br e que am a el ar t e por el ar t e [ ...] suele encont r ar los
placeres m ás int ensos en sus m anifest aciones m ás hum ildes y m enos im port ant es.
[ ...] Si r eclam o plena j ust icia para m i ar t e, es por que se trat a de algo im per sonal...
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algo que est á m ás allá de m í m ism o. El delit o es algo corr ient e. La lógica es una
r ar eza». ¿Por qué? Porque la lógica es aburr ida. Pensam os que ya lo hem os
resuelt o. El ret o consist e en super ar est e prej uicio.
2 . Apr en de r a se pa ra r lo cr u cia l de lo incide n t a l
Así pues, ¿cóm o em pezar desde el pr incipio y asegur ar nos de que nuest r a
deducción sigue el cam ino cor r ect o y no se ha desv iado ya ant es de em pezar ?
En «El j or obado», Sher lock Holm es descr ibe a Wat son un nuev o caso, la m uer t e del
sar gent o Jam es Bar clay. A pr im er a vist a, los hechos son m uy ext raños. Se oyó a
Bar clay y a su esposa Nancy discut ir en la sala de est ar de su casa. Com o solían
m ostrar se m ucho afect o, la discusión había causado cier t a sorpr esa. Per o la
sor pr esa fue m ay or cuando la cr iada encont r ó que la puer t a de la sala est aba
cer r ada por dent r o y sus ocupant es no r espondían. Añadam os a est o un nom br e
ex t r año que escuchó var ias veces —«Dav id»— y el hecho m ás not able de t odos:
cuando el cocher o pudo ent r ar en la sala por la gran cr ist aler a, no halló la llav e. La
señora estaba echada sin conocim ient o en un sofá y el señor Barclay yacía m uert o,
con un cor t e desigual en la par t e post er ior de la cabeza y el r ost r o defor m ado en
una ex pr esión de hor r or . Ninguno de los dos t enía en su poder la llav e de la puer t a.
¿Cóm o int er pr et ar esos dat os? «Una vez r eunidos est os hechos —dice Holm es a
Wat son—, fum é var ias pipas m ient r as m edit aba sobr e ellos, t rat ando de separ ar los
que er an cr uciales de ot r os que er an m er am ent e incident ales.» Y aquí, en una fr ase,
v em os el pr im er paso hacia la deducción corr ect a: separ ar los fact or es que
consider am os cr uciales de los que solo son incident ales par a asegur ar nos de que
únicam ent e los prim er os influyan en nuest r a decisión.
Veam os las descr ipciones de dos per sonas, Bill y Linda. Cada descr ipción va seguida
de una list a de ocupaciones y aficiones. La t ar ea consist e en or denar los ít em s de la
list a en función de la m edida en que par ezcan aj ust ar se a la descr ipción de cada
uno.
Bill t iene t r eint a y cuat r o años de edad. Es int eligent e per o car ece de im aginación,
es com pulsiv o y en gener al anodino. Cuando est udiaba r endía bien en m at em át icas,
en ciencias sociales y hum anidades.
Bill es m édico y j uega al póquer por afición.
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Bill es ar quit ect o.
Bill es cont able.
Bill t oca j azz por afición.
Bill es per iodist a.
Bill es cont able y t oca j azz por afición.
Bill escala m ont añas por afición.
Linda t iene t reint a y un años de edad. Est á solt era y es franca e int eligent e. Se
especializó en filosofía. De est udiant e est aba m uy int er esada en la j ust icia social y
la discr im inación, y par t icipó en pr ot estas ant inuclear es.
Linda es m aestr a en un cent r o de pr im ar ia.
Linda t rabaj a en una libr er ía y asist e a clases de y oga.
Linda par t icipa en el m ovim ient o fem inist a.
Linda es asist ent a social especializada en psiquiat r ía.
Linda est á afiliada a la Liga de Muj er es Vot ant es.
Linda es caj era de un banco.
Linda es vendedora de seguros.
Linda es caj era de un banco y par t icipa en el m ovim ient o fem inist a.
Después de haber or denado los ít em s, pido al lect or que se fij e especialm ent e en
est os dos par es: «Bill t oca j azz por afición» y «Bill es cont able y t oca j azz por
afición» por un lado, y «Linda es caj er a de un banco» y «Linda es caj era de un
banco y par t icipa en el m ovim ient o fem inist a» por otr o. ¿Cuál de las dos
afir m aciones ha considerado m ás pr obable en cada caso?
Est oy segura de que en los dos casos ha sido la segunda. Si ha sido así, el lect or
habr ía hecho com o la m ay or ía de las personas que han pasado el m ism o t est :
com et er un gran er r or . Est e t est se ha r epr oducido lit er alm ent e de un ar t ículo
publicado en 1983 por Am os Tver sky y Daniel Kahnem an con el fin de ilust r ar el
t em a que nos ocupa: cuando se t r ata de separar los det alles cr uciales de los
incident ales, pocas veces lo hacem os bien. Cuando se present aron est as list as a los
suj et os del est udio original, casi t odos hicieron el m ism o j uicio que he supuest o que
har ía el lect or : que es m ás pr obable que Bill sea cont able y t oque j azz por afición,
que t oque j azz por afición, y que es m ás probable que Linda sea caj era de un banco
y fem inist a que sea caj er a de un banco.
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Desde un punt o de vist a lógico, estas elecciones car ecen de sent ido:
una
com binación no puede ser m ás pr obable que cualquier a de sus par t es. Si no
cr eem os probable que Bill t oque j azz o que Linda sea caj er a de un banco, no
debem os alt er ar ese j uicio solo por creer pr obable que Bill sea cont able y Linda
fem inist a. Cuando un elem ent o im pr obable se com bina con otr o pr obable no pasa a
ser m ás probable. Y aun así, el 87% y el 85% de los par t icipant es hicier on
ex act am ent e est os j uicios para el caso de Bill y el caso de Linda, r espect iv am ent e,
cayendo en la infam e «falacia de la com binación».
Y lo siguier on haciendo aunque las opciones est uvier an lim it adas: si solo se incluían
las dos opciones ant er ior es ( que Linda es caj er a de un banco y Linda es caj er a de
un banco y fem inist a) , el 85% de los suj et os seguía consider ando que er a m ás
pr obable la com binación. Y si se les ex plicaba la lógica que había t ras las
afir m aciones, el 65% de los suj et os seguían pr efir iendo la lógica de sem ej anza
er r ónea ( par ece que Linda es fem inista, así que ser á m ás pr obable que sea una
caj er a de banco fem inist a) a la lógica de ext ensión cor r ect a ( si las caj er as de banco
fem inist as son un subconj unt o de las caj eras de banco, es m ás probable que Linda
sea caj er a de un banco, que sea caj er a y adem ás fem inist a) . En r esum en, nos
pueden
pr esent ar
el
m ism o
conj unt o de
car act er íst icas
y
dat os,
pero
las
conclusiones que saquem os cada uno no t ienen por qué ser las m ism as.
El cer ebr o hum ano no est á hecho par a ev aluar las cosas desde est e punt o de v ist a
y , en cier t o m odo, los fallos que acabam os de ver son de esper ar . Al enfr ent ar nos al
azar y la pr obabilidad t endem os a razonar de una m aner a ingenua ( y com o el azar y
la pr obabilidad t ienen un papel im por t ant e en m uchas de nuest r as deducciones, no
es de ex t r añar que t ant as veces acaben m al) . Est a «incoher encia pr obabilíst ica»
sur ge de la m ism a nar ración pr agm át ica que elabor am os con t ant a solt ur a y
nat ur alidad, una t endencia que puede t ener una base neur onal m ás pr ofunda que,
en ciert o m odo, nos r em it e a W. J. y a la separación de los hem isferios cerebrales.
En pocas palabr as, el r azonam ient o pr obabilíst ico par ece r esidir en el hem isfer io
izquier do, m ient r as que la deducción par ece act iv ar pr incipalm ent e el hem isfer io
der echo. Así pues, los lugar es neuronales dedicados a evaluar im plicaciones lógicas
y los dedicados a consider ar su v alidez em pír ica pueden hallar se en hem isfer ios
opuest os,
una
ar quit ect ur a
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cognit iv a
que
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no
es
la
idónea
para
coordinar
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adecuadam ent e la lógica pr oposicional y la ev aluación de la pr obabilidad y el azar .
La consecuencia es que no siem pr e int egr am os bien est os dos aspect os aunque
est em os t ot alm ent e convencidos de haber lo hecho.
Las descr ipciones de Linda com o fem inist a y de Bill com o cont able suenan t an bien
que nos es m uy difícil descar tar est os em par ej am ient os y no t ener los por hechos
ir r efut ables. Lo cr ucial aquí es la com pr ensión de la fr ecuencia con que ocur r e algo
en la v ida r eal y la noción lógica y elem ent al de que un t odo no puede ser m ás
pr obable que la sum a de sus par t es. Y aun así dej am os que los descr ipt or es
incident ales influyan en nuest ra m ent e hast a el punt o de hacernos pasar por alt o las
pr obabilidades cr uciales.
Lo que se debe hacer es algo m uy sim ple: calibr ar hast a qué punto es pr obable
cualquier suceso por separado. En el capít ulo 3 he pr esent ado el concept o de «t asa
de fr ecuencia» o «tasa base» de algo —la asiduidad de ese algo en la población—, y
pr om et ía v olv er a hablar de ella cuando t rat ár am os la deducción. Y la r azón es que
las t asas base, o nuest r a ignorancia de ellas, se hallan en el núcleo de er r or es de
deducción com o la falacia de la com binación. Dificult an la obser v ación, per o donde
de ver dad nos confunden es en la deducción, cuando pasam os de lo obser v ado a las
conclusiones que im plica. Es aquí donde la select ividad —y la ignorancia select iva—
nos confunden por com plet o.
Para det er m inar con ex act it ud la pr obabilidad de que Bill y Linda t engan esas
pr ofesiones, debem os conocer la fr ecuencia de cont ables, caj er os de banco,
aficionados al j azz y fem inist as —y de sus com binaciones— en la población gener al.
No podem os sacar a Bill y Linda de su cont ex t o. No podem os dej ar que un posible
em par ej am ient o desvir t úe ot r a infor m ación que podr íam os tener .
Ent onces, ¿cóm o podem os ev it ar est a tr am pa e im pedir que los det alles cr uciales se
pier dan en la ir r elev ancia?
Puede que la capacidad deduct iv a de Holm es llegue a su cum br e en un caso m enos
t r adicional que la m ay or ía de sus avent uras londinenses. En «Est r ella de Plat a»,
Silver Blaze, un caballo ganador , desapar ece unos días ant es de la gran carr er a de
la Copa de Wessex , donde hay gr andes fort unas en j uego. Esa m ism a m añana, su
ent r enador apar ece m uer t o no m uy lej os de los est ablos. Al par ecer , le han
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golpeado la cabeza con un obj et o gr ande y cont undent e. El m ozo que v igilaba el
caballo ha sido drogado y recuer da m uy poco de los sucesos de la noche.
El caso es una sensación: Silver Blaze es uno de los caballos m ás fam osos de
I nglat er r a y Scot land Yar d ha enviado al inspect or Gr egson a invest igar . Per o
Gr egson no haya nada. Aunque ar r est a a un sospechoso —un caballer o que había
sido vist o r ondando los est ablos la tarde de la desapar ición—, adm it e que las
pr uebas son cir cunst anciales y que t odo puede cam biar en cualquier m om ent o. Así
que, t r es días m ás t arde, y al no haber not icias del caballo, Holm es y Wat son par t en
hacia Dar t m oor.
¿Acabar á com pit iendo el caballo? ¿Se descubr ir á quién ha asesinado al ent r enador ?
Pasan cuatr o días m ás y llegam os a la m añana de la carr er a. Holm es asegur a al
pr eocupado dueño de Silver Blaze, el cor onel Ross, que no debe pr eocuparse, que
su caballo va a corr er . Y, en efect o, no solo com pit e en la car r er a sino que adem ás
gana. El asesino de su ent r enador es ident ificado poco después.
Volver em os var ias veces a est e caso por lo que nos dice sobr e la ciencia de la
deducción, per o ant es ver em os cóm o pr esent a Holm es el caso a Wat son.
—Es est e uno de los casos —dice Holm es— en que el r azonador debe ej er cit ar su
dest r eza en t am izar los hechos conocidos en busca de det alles, m ás bien que en
descubr ir hechos nuev os. Ha sido est a una t r agedia t an fuer a de lo cor r ient e, t an
com plet a y de t anta im por t ancia per sonal para m uchísim a gent e, que nos vem os
sufriendo [ una] plét ora de inferencias, conj et ur as e hipót esis.
En ot r as palabr as, hay dem asiada infor m ación de par t ida, dem asiados det alles par a
poder em pezar a r eunir los en un t odo coher ent e separ ando lo cr ucial de lo
incident al. Cuando se acum ulan t ant os dat os, la t ar ea es m ás difícil. Hem os ido
r euniendo per sonalm ent e una gran cant idad de dat os y obser vaciones, per o hay
una cant idad de infor m ación aún m ás gr ande, y en pot encia er r ónea, ofr ecida por
personas que pueden no haber observado con t ant a at ención.
Holm es plant ea el pr oblem a así: «Lo difícil aquí es despr ender el esquelet o de los
hechos.. . de los hechos absolut os e indiscut ibles.. . de t odo lo que no son sino
ar r equiv es de t eor izant es y de r epor t er os. Act o cont inuo, bien afir m ados sobr e est a
sólida base, nuest r a obligación consist e en v er qué consecuencias se pueden sacar y
cuáles son los punt os especiales que const it uyen el ej e de t odo el m ist erio». En
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ot r as palabras, en el caso de Bill y Linda habr íam os hecho bien est ableciendo
clar am ent e
cuáles
er an
los
v er dader os hechos
y
cuáles
er an
ader ezos
o
«arr equiv es» de nuest r a m ent e.
Para separar lo cr ucial de lo incident al debem os act uar con el m ism o cuidado que al
obser v ar , cuando nos hem os asegur ado de haber t om ado not a de t odas las
im pr esiones con exact it ud. Si no est am os at ent os, la act it ud m ent al, los pr ej uicios o
los post er ior es gir os del caso pueden llegar a influir en lo que cr eem os haber
obser v ado.
En uno de los est udios clásicos de Elizabet h Loft us sobre los t est im onios de t est igos
pr esenciales, los suj et os v ier on una br ev e película en la que apar ecía un accident e
de t r áfico. A cont inuación, Loft us pidió a cada par ticipant e que est im ar a la v elocidad
a la que iban los vehículos en el m om ento del accident e, una deducción clásica a
par t ir de los datos disponibles. Per o el t r uco est aba en que cada v ez que hacía est a
pr egunt a m odificaba con sut ileza la ex pr esión que usaba. La descr ipción que hacía
del accident e v ar iaba en el v er bo: los v ehículos se habían est r ellado, habían
im pact ado, habían chocado, habían topado, o se habían t ocado. Y Loft us encont ró
que la descr ipción que daba a un suj et o influía de una m aner a espect acular en el
r ecuer do de lo que acababa de ver . Los suj et os de la condición ex per im ent al donde
los coches se habían est r ellado no solo est im aban una velocidad super ior a la
est im ada por los suj et os de las otr as condiciones, sino que, una sem ana m ás t ar de,
er a m ucho m ás pr obable que r ecor dar an haber v ist o cr ist ales r ot os aunque en
r ealidad no los hubo.
Es el llam ado «efect o de desinfor m ación». Cuando se nos pr esent a infor m ación falsa
t endem os a r ecordar la com o ver dadera y a t ener la en cuent a en el pr oceso
deduct ivo ( en el experim ent o de Loft us, la inform ación que se dio a los suj et os ni
siquier a er a falsa, solo engañosa). Lo que hacen las palabras así elegidas es act uar
com o un m ar co para la línea de razonam ient o y hasta par a el r ecuerdo. De ahí la
dificult ad y la necesidad absolut a de lo que Holm es descr ibe com o apr ender a
separar lo ir r elev ant e ( y las conj et ur as de los m edios de com unicación) de los
hechos obj et iv os, y de hacer lo de una for m a r acional y sist em át ica. De lo cont r ar io
podem os r ecor dar cr ist ales r ot os en lugar del par abr isas int act o que v im os en
r ealidad.
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En el fondo, debem os ir con m ás cuidado cuando t enem os m ás infor m ación que
cuando t enem os m enos. La confianza en nuest ras deducciones t iende a aum ent ar
con la cant idad de dat os en los que las basam os, sobr e t odo si uno de esos dat os
t iene sent ido. De algún m odo, una list a m ás larga par ece m ás razonable aunque
podam os j uzgar que cada ít em por separado no lo es t ant o. Y si vem os que un
elem ent o de una com binación encaj a, t endem os a acept ar la com binación ent er a
aunque t enga poco sent ido. Linda, la caj era de un banco que es fem inist a. Bill, el
cont able que t oca j azz. En cier t o m odo, t iene algo de r et or cido: cuant o m ej or
hem os obser vado y m ás dat os hem os r eunido, m ás pr obable es que un único det alle
de peso nos induzca al er r or .
Del m ism o m odo, cuantos m ás det alles incident ales veam os m enos probable ser á
que nos fij em os en los cr uciales y m ás que dem os un peso indebido a los pr im er os.
Si nos cuent an un r elat o, será m ás probable que lo encont rem os convincent e si va
acom pañado de m uchos det alles aunque sean ir r elev ant es par a su v er dad o
falsedad. La psicóloga Rum a Falk ha obser vado que si se añaden detalles concr et os
per o super fluos al r elat o de una coincidencia ( por ej em plo, que a dos per sonas de
un m ism o pueblo les ha t ocado la lot er ía) , los oyent es encuent r an la nar r ación m ás
convincent e.
Cuando r azonam os, la m ent e t iende a echar m ano de t odo dat o que par ezca
guardar r elación con lo que nos ocupa, y aunque algunos de esos dat os ser án
per t inent es, habr á otr os que no. Est e fenóm eno puede deber se a v ar ias razones: la
fam iliar idad, la sensación de haber v ist o algo ant es o de que «nos suena» por
alguna razón; la pr opagación de la act iv ación, cuando la act iv ación de un r ecuer do
act iv a ot r os cada v ez m ás alej ados del pr im er o; o la sim ple coincidencia: est am os
pensando en algo y nos viene ot r a cosa a la cabeza.
Por ej em plo, si Holm es nos pidier a que enum er áram os los det alles de su caso
act ual, r ebuscar íam os en nuest r a m em or ia ( « ¿qué he acabado de leer ?, ¿o quizá
per t enecía a ot r o caso?») y sacar íam os ciert os dat os de ella ( «a ver : un caballo que
ha desapar ecido, el ent r enador m uer to, el m ozo dr ogado, un sospechoso det enido...
¿se m e olv ida algo?») , per o dur ant e est e pr oceso es pr obable que saquem os ot r os
que pueden no t ener relación ( «estaba t an m et ido en la hist or ia que ni m e he
acordado de alm or zar ; es com o cuando leí El sabueso de los Baskerville por pr im er a
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vez y m e olvidé de com er , y luego m e em pezó a doler la cabeza, m e m et í en la
cam a, y...») .
Si est a t endencia a act iv ar e incluir dem asiadas cosas no se cont r ola, la act iv ación
se puede pr opagar m ucho m ás de lo que es út il para nuest r o pr opósit o y puede
int er fer ir en la per spect iv a adecuada par a cent r ar la at ención en él. En el caso de
Silver Blaze, el cor onel Ross no dej a de pedir a Holm es que haga m ás, que m ir e
m ás, que consider e m ás: le r uega que no dej e «piedr a sin m ov er ». Act iv idad,
ener gía, m ás es m ás; esos son sus pr incipios. Y se sient e t ot alm ent e fr ust r ado
cuando Holm es se niega y opt a por cent r ar se en los elem ent os clav es que y a ha
ident ificado porque sabe que par a descar tar lo incident al lo peor es enr edar se en
m ás t eor ías y m ás hechos, sean pert inent es o no.
Básicam ent e, debem os seguir los pasos que enseña el TRC: r eflex ionar , inhibir y
cor r egir. Act iv ar el sist em a Holm es, r efr enar la t endencia a r eunir dat os sin pensar y
cent rar t oda la at ención en los dat os que ya t enem os. ¿Y qué hacem os con t ant as
obser v aciones?
Apr ender
a
separ ar las
m ent alm ent e
par a
m ax im izar
el
r azonam ient o pr oduct iv o, apr ender a saber cuándo no pensar en ellas y cuándo sí.
Si no apr endem os a concent rar nos —r eflex ionar , inhibir , cor r egir — no llegar em os a
ninguna conclusión por
t ener dem asiadas cosas en la cabeza. La atención
conscient e y la m ot ivación son esenciales para la correcta deducción.
Per o esencial nunca equivale a sim ple, ni a suficient e. En el caso de Silver Blaze, a
Holm es le es difícil cr ibar t odas las líneas de pensam ient o posibles a pesar de su
gr an m ot ivación y concent ración. Com o dice a Wat son cuando ya han dado con el
caballo: «Confieso [ ...] que t odas las hipótesis que y o había for m ado a base de las
not icias de los per iódicos r esult aron com plet am ent e equiv ocadas. Sin em bar go,
había en esos r elat os det er m inadas indicaciones, de no haber est ado sobr ecargadas
con ot r os detalles que ocult ar on su ver dader o significado». Separ ar lo cr ucial de lo
incident al, el ej e de t oda deducción, puede ser difícil hast a para las m ent es m ás
avezadas. Por eso Holm es no se da por sat isfecho con sus t eor ías iniciales. Ant es
hace lo que nos inst a a hacer: disponer t odos los hechos de una m anera ordenada y
seguir a par t ir de ahí. Y si y er ra se obliga a seguir siendo el Holm es de siem pr e: no
per m it e que el sist em a Wat son int er venga por m ucho que lo desee.
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Y lo hace y endo a su r it m o, ignorando a quien le m et a pr isa. No dej a que nadie le
afect e. Hace lo que debe hacer . Y t am bién usa un sencillo t r uco: explica t odo a
Wat son, algo que sucede con m ucha fr ecuencia a lo lar go del canon de Holm es ( ¡y
segur o que el lect or pensaba que solo era un buen r ecurso nar rat iv o! ) . Com o dice al
doct or ant es de ahondar en las obser v aciones per t inent es: «No hay nada que aclar e
t ant o un caso com o el exponér selo a ot ra persona». Es el m ism o pr incipio que
hem os vist o ant es en acción: decir algo de cabo a r abo en voz alt a nos obliga a
r eflex ionar . Ex ige at ención conscient e. Nos obliga a consider ar cada pr em isa en
función de su m ér it o lógico y nos per m it e pensar con m ás lent it ud para no acabar
deduciendo que Linda es fem inist a. Garant iza que no pasem os por alt o nada
im por t ant e porque no nos ha llam ado la at ención lo suficient e o por que no encaj a
con la nar ración causal que ya nos hem os cr eado ( de m anera inconscient e, clar o).
Perm it e que nuest ro Holm es int erior escuche, y obliga a nuest ro Wat son a hacer
una pausa. Nos per m it e confir m ar que hem os ent endido algo de v erdad, no que lo
hem os ent endido a m edias sin saber lo.
En efect o, Holm es encuent r a la clav e par a solucionar el caso pr ecisam ent e cuando
explica los hechos a Wat son. «Mient r as íbam os en coche, y cuando ya est ábam os a
punt o de llegar a la casa del ent r enador , se m e ocur r ió de pr ont o lo inm ensam ent e
significat iv o del cor der o en salsa fuer t e.» Es fácil consider ar que la elección de una
cena es una t r iv ialidad hast a que lo m encionam os j unt o con los dem ás y nos dam os
cuent a de que el plat o est aba pr epar ado par a enm ascarar el olor y el sabor del opio
en polv o, el v eneno adm inist r ado al m ozo de cuadr a. Alguien que no supier a que se
iba a ser v ir car ne de cor der o al cur r y no se ar r iesgar ía a usar un veneno que se
pudier a det ect ar por el gust o. Luego el culpable es alguien que sabía qué había par a
cenar . Y de est a com pr ensión sur ge la célebr e conclusión de Holm es: «Ant es de
decidir est a cuest ión, había y o com pr endido t odo el significado que t enía el silencio
del per r o, por que siem pr e ocur r e que una deducción ex act a sugier e ot r as». Si
em pezam os bien encam inados es m ucho m enos pr obable que nos desviem os.
Ya puest os, pr ocur em os r ecor dar t odas las obser v aciones, t odas las per m ut aciones
posibles que hem os r ealizado en el espacio de la im aginación, y ev it em os las que no
v engan al caso. No podem os fij ar nos únicam ent e en los det alles que r ecor dam os
con m ás facilidad, los que par ecen m ás dest acados o r epr esent at iv os, o los que
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t ienen m ás sent ido int uit iv o. Debem os profundizar m ás. No es pr obable que la
descr ipción de Linda nos haga pensar que es caj era, per o podr íam os pensar que es
fem inist a. No per m it am os que el segundo j uicio nos influya y apliquem os la m ism a
lógica que ant es, ev aluando cada elem ent o por separ ado y con obj et iv idad com o
par t e de un todo coher ent e. ¿Caj era de un banco? Seguro que no. ¿Y adem ás
fem inist a? Menos aún.
Al igual que Holm es, debem os r ecordar todos los detalles de la desapar ición de
Silver Blaze, descar t ar las conj et uras de la pr ensa y las t eor ías que podam os haber
for m ulado inadv er t idam ent e basándonos en ellas. Holm es nunca dir ía que Linda es
caj er a de un banco y fem inist a a m enos que, de ent r ada, t uv ier a la segur idad de
que es caj er a.
3 . Lo im pr oba ble no e s im posible
En El signo de los cuat r o hay un robo con hom icidio en una habit ación pequeña,
cer r ada desde dent r o, en la planta super ior de una m ansión bast ant e grande.
¿Cóm o ha podido ent r ar el cr im inal? Holm es enum er a las posibilidades: «Desde la
noche pasada no se ha abier t o la puer t a —dice a Wat son—. La vent ana se lev ant a
por la par t e de dent r o. La arm azón es sólida. No t iene goznes al cost ado.
Abr ám osla. No hay ninguna t uber ía cer ca. El t ej ado est á fuer a del alcance de la
m ano».
Ent onces, ¿cóm o ha ent rado? Wat son hace una pr opuest a: «La puer t a est á cer rada,
la v ent ana es inaccesible. ¿Se m et ió por la chim enea?».
«La r ej illa es dem asiado pequeña —r esponde Holm es—. Ya se m e había ocur r ido
esa posibilidad.»
« ¿Cóm o, ent onces?», pregunt a Wat son im pacient e.
«Ust ed se em peña en no aplicar m i pr ecept o —le r epr ende Holm es, m ov iendo
negat ivam ent e la cabeza—. ¿Cuánt as veces le t engo dicho que, una vez elim inado
t odo lo que es im posible, la v er dad est á en lo que queda, por im pr obable que
par ezca? Sabem os que no ent r ó ni por la puer t a, ni por la v ent ana, ni por la
chim enea. Sabem os t am bién que no pudo est ar escondido en la habit ación, por que
no exist e en ella escondit e posible. ¿Por dónde ent r ó, pues?»
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Y ent onces, por fin, Wat son ve la respuest a: « ¡Por el aguj ero del t echo! » . Y Holm es
asient e: « ¡Nat ur alm ent e que por ahí! No t uv o m ás r em edio que ent rar por ahí»,
haciendo que par ezca la ent r ada m ás lógica.
Per o tan lógica no es. Es una ent rada tan im probable que la m ay or ía de la gent e ni
la cont em plar ía: hasta Wat son, fam iliar izado com o está con el m ét odo de Holm es,
necesit a que le dé una pist a. Nos cuest a separar lo incident al de lo cr ucial, per o
t am bién olv idam os considerar lo im pr obable por que la m ent e lo descar ta por
im posible ant es de pr est ar le at ención. Y es el sist em a Holm es el que debe sacar nos
de esa fácil narr ación y hacer nos consider ar que algo t an im pr obable com o un
aguj er o en el t echo pueda ser la clav e par a r esolv er el caso.
Lucr ecio calificaba de t ont o a quien cr ee que la m ont aña m ás alt a del m undo es la
m ás alt a que han vist o sus oj os. Pr obablem ent e dar íam os el m ism o calificat iv o a
quien pensar a de est e m odo. Y, aun así, nosot r os tam bién lo hacem os sin cesar . El
escr it or y m at em át ico Nassim Taleb hast a tiene un nom br e par a ello inspir ado en el
poet a lat ino: el pr oblem a de Lucr ecio. ( Pero ¿acaso en t iem pos de Lucr ecio er a t an
ex t r año pensar que el m undo se lim it aba a lo que conocíam os? En m uchos aspect os
er a una cr eencia m ás aceptable que los er r or es que com et em os hoy, dados los
conocim ient os de los que disponem os.)
Dicho de ot r o m odo, dej am os que la exper iencia per sonal det er m ine lo que cr eem os
posible y ese r eper t or io se conv ier t e en una especie de ancla, en el punto de par t ida
de nuest r o razonam ient o y de t odo pensam ient o post erior. Y si int ent am os aj ust ar
est a perspect iva egocént rica no lo hacem os lo suficient e y nos obst inam os en seguir
cent r ados en nosot r os m ism os. Es com o la pr opensión a la nar r ación que hem os
v ist o ant es, per o ahora los r elat os que im aginam os solo se basan en lo que hem os
v iv ido per sonalm ent e.
Tam poco sir v e de m ucho r ecur r ir a la hist or ia por que no apr endem os de una
descr ipción igual que de una v ivencia, un fenóm eno llam ado «dist ancia de
descr ipción a ex per iencia». Puede que Wat son haya leído sobr e alguna osada
ent r ada por un t echo, pero com o no ha tenido una exper iencia dir ect a de ello no
habrá procesado la infor m ación de la m ism a m anera y no es pr obable que la use al
t r at ar de r esolv er un pr oblem a. ¿El t ont o de Lucr ecio? Aunque haya leído sobr e
picos m ás alt os, puede que no cr ea que exist an. «Quier o ver los con m is oj os —
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dir á—. ¿Es que acaso m e tom an por tont o?» En ausencia de un pr ecedent e dir ect o,
lo im pr obable par ece t an cer cano a lo im posible que la m áxim a de Holm es cae en
saco rot o.
Y aun así, dist inguir ent r e los dos es esencial. Puede que hayam os separ ado con
éx it o lo cr ucial de lo incident al, que hayam os r eunido t odos los dat os ( y sus
im plicaciones) y nos hayam os fij ado en los per t inent es, per o no ser v ir á de nada si
no dej am os que la m ent e piense en el t echo com o posible ent r ada a una habit ación
por im pr obable que sea. Si, com o Wat son, lo descar t am os ya de ent r ada —o ni
siquier a
lo
cont em plam os— no
podr em os
deducir
las alt er nat iv as que nos
podr íam os plant ear de haber lo consider ado.
Solem os consider ar el fut ur o en función del pasado. Es nat ur al hacer lo, per o eso no
significa que sea acer t ado. El pasado no suele dar cabida a lo im pr obable. Lim it a
nuest r a deducción a lo conocido, a lo pr obable. ¿Quién puede decir que las pr uebas,
t om adas en su conj unt o y bien consider adas, no nos pueden ofr ecer alt er nat iv as
que se hallen m ás allá de esos ám bit os?
Volv am os al caso de Silver Blaze. Sher lock Holm es acaba tr iunfant e, es ver dad —
encuent r a al caballo y al asesino del ent r enador —, per o lo hace con un r et r aso que
no es pr opio del gr an det ect iv e. Llega t ar de a la invest igación ( t r es días, par a ser
ex act os) y pier de un t iem po pr ecioso par a ex am inar la escena del cr im en. ¿Por qué?
Por que pr ecisam ent e hace lo que r eprocha a Wat son: no sigue el pr ecept o de que lo
im pr obable aún no es lo im posible, que se debe consider ar j unt o con las dem ás
alt er nat iv as.
Cuando Holm es y Wat son se dir igen a Dar t m oor para ay udar en la invest igación,
Holm es m enciona que el m ar t es por la tar de había r ecibido dos t elegr am as del
dueño del caballo y del inspect or Gr egor y donde solicit aban su colaboración.
Desconcer t ado, Wat son ex clam a: « ¡Mar t es por la tarde! [ ...] Y est am os a j uev es
por la m añana... ¿Por qué no fue ust ed ayer ?». A lo que Holm es r esponde: «Pues
porque com et í una t orpeza, m i quer ido Wat son... y m e t em o que est o m e ocur r e
con m ucha m ay or fr ecuencia de lo que cr eer án quienes solo m e conocen por las
m em or ias que ust ed ha escr it o. La v er dad es que m e par eció im posible que el
caballo m ás conocido de I nglat er r a pudier a per m anecer ocult o m ucho t iem po,
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especialm ent e en una r egión t an escasam ent e poblada com o esta del nor t e de
Dar t m oor ».
Holm es ha descar t ado lo im pr obable por cr eer lo im posible y ello le ha im pedido
act uar en el m om ent o opor t uno. Con est o ha invert ido el int ercam bio habit ual de
palabr as ent r e Wat son y
él,
haciendo que la r epr im enda de Wat son
est é
inusit adam ent e j ust ificada.
I ncluso la m ent e m ej or y m ás aguda est á suj et a a la ex per iencia per sonal de su
dueño y a su visión del m undo. Por r egla gener al, una m ent e com o la de Holm es es
capaz de consider ar hast a la m ás r em ota de las posibilidades, per o en ocasiones
t am bién se v e lim it ada por nociones preconcebidas, por lo que confor m a su
r eper t or io en cualquier m om ent o dado. En resum en, hast a Holm es est á lim it ado por
la ar quit ect ur a de su desván m ent al.
Holm es ve que un caballo con una plant a ex cepcional ha desapar ecido en una zona
r ur al. Todo en su ex per iencia le dice que no t ar dará en apar ecer . Su lógica es est a:
si ese caballo es el m ás ex t r aordinar io de toda I nglat er r a, ¿cóm o puede haber
desapar ecido en una r egión apar tada donde hay m uy pocos lugar es donde
ocult ar lo? Si alguien v ier a al anim al v ivo o m uer t o est á clar o que lo har ía saber . Y
est a deducción ser ía per fect a par a los hechos si fuer a cier t a. Per o ya es j ueves, el
caballo no ha sido vist o desde el m ar t es y nadie ha dicho nada. ¿Qué es lo que
Holm es ha pasado por alt o?
El caballo no podr ía est ar ocult o si t odavía se pudier a r econocer com o t al. La
posibilidad de disfr azar al anim al no se le ocur r e al det ect iv e; si lo hubier a pensado,
es indudable que no habr ía descar tado la probabilidad de que el anim al siguier a
ocult o. Lo que Holm es ve no es solo lo que est á ahí; t am bién ve lo que sabe. Si
nosot r os viér am os algo que no encaj ara en absolut o con nuest r os esquem as
pasados, algo de lo que nuest r a m em or ia no t uv ier a r efer encias, lo m ás pr obable es
que no supiér am os int er pr et ar lo; hast a puede que ni siquier a lo v iér am os y , en su
lugar , solo viér am os lo que esperáram os ver .
No dej a de ser
una v er sión m ás com plej a de cualquier a de las fam osas
dem ostraciones de la Gest alt sobr e la per cepción visual en las que podem os v er una
cosa de dist int as m aneras en función del cont ex t o de la pr esent ación. Obser v em os
est a im agen:
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¿Vem os la figur a centr al com o una «B» o com o un «13»? El est ím ulo es el m ism o,
per o lo que v em os depende del cont ex t o y de la ex pect at iv a. ¿Un anim al
disfr azado? No ex ist e en el r eper t or io de Holm es, por m uy ex t enso que pueda ser , y
ni siquier a lo cont em pla com o posibilidad. La disponibilidad —por exper iencia,
cont ext o, anclaj e— influye en la deducción. No ver íam os la «B» sin la «A» y sin la
«C», ni deducir íam os el «13» sin el «12» y el «14». Puede que ni nos pasara por la
cabeza aun siendo m uy posible por que dado el cont ex t o ser ía im pr obable. Per o ¿y si
el cont ex t o cam biar a lev em ent e? ¿Y si alguna de las hiler as est uvier a ahí, per o
ocult a a la v ist a? La sit uación cam biar ía, per o no cam biar ían necesar iam ent e las
opciones que podr íam os consider ar .
Est o plant ea ot ro punt o int eresant e. En lo que creem os posible no solo influye la
ex per iencia: t am bién influy en las ex pect at iv as. Holm es esper aba que Silver Blaze
acabara por apar ecer y est o le hizo consider ar las pr uebas que y a t enía sin
cont em plar ot ras posibilidades. Las car acter íst icas del pr oblem a v uelv en a hacer
act o de pr esencia, est a v ez en for m a de un er r or t an fr ecuent e en pr incipiant es
com o en expert os: el sesgo de confirm ación.
¿Vem os la figur a centr al com o una «B» o com o un «13»? El est ím ulo es el m ism o,
per o lo que v em os depende del cont ex t o y de la ex pect at iv a. ¿Un anim al
disfr azado? No ex ist e en el r eper t or io de Holm es, por m uy ex t enso que pueda ser , y
ni siquier a lo cont em pla com o posibilidad. La disponibilidad —por exper iencia,
cont ext o, anclaj e— influye en la deducción. No ver íam os la «B» sin la «A» y sin la
«C», ni deducir íam os el «13» sin el «12» y el «14». Puede que ni nos pasara por la
cabeza aun siendo m uy posible por que dado el cont ex t o ser ía im pr obable. Per o ¿y si
el cont ex t o cam biar a lev em ent e? ¿Y si alguna de las hiler as est uvier a ahí, per o
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ocult a a la v ist a? La sit uación cam biar ía, per o no cam biar ían necesar iam ent e las
opciones que podr íam os consider ar .
Est o plant ea ot ro punt o int eresant e. En lo que creem os posible no solo influye la
ex per iencia: t am bién influy en las ex pect at iv as. Holm es esper aba que Silver Blaze
acabara por apar ecer y est o le hizo consider ar las pr uebas que y a t enía sin
cont em plar ot ras posibilidades. Las car acter íst icas del pr oblem a v uelv en a hacer
act o de pr esencia, est a v ez en for m a de un er r or t an fr ecuent e en pr incipiant es
com o en expert os: el sesgo de confirm ación.
Par ece que desde m uy cor ta edad y a som os vulner ables a ese sesgo, a decidir
m ucho ant es de la v er dader a decisión y a descar tar lo im probable por cr eer lo
im posible. En uno de los pr im er os est udios de est e fenóm eno se pidió a unos niños
de t er cer o de pr im ar ia que dij er an qué car act er íst ica de una pelot a er a m ás
im por t ant e para j ugar a un depor t e. Cuando hubier on dado una r espuest a ( por
ej em plo, el t am año en lugar del color ) , o bien fuer on incapaces de r econocer
pr uebas que r efut ar an su t eor ía ( la m ay or im por t ancia del color fr ent e al t am año) , o
bien las t enían en cuent a de una m anera m uy select iva y deform ada que j ust ificaba
de algún m odo su idea inicial. Tam poco gener ar on otr as t eor ías a m enos que se les
pidier a. Y cuando m ás adelant e r ecor dar on la ex per iencia, las pr uebas er an m ás
coher ent es con la t eor ía de lo que habían sido. Dicho de ot r o m odo, habían
m odificado el pasado para que encaj ara m ej or con su v isión del m undo.
Y cuando cr ecem os la cosa va a peor o, en el m ej or de los casos, no m ej or a. De
adult os t endem os a j uzgar que las argum ent aciones par ciales sobr e un t em a son
m ej or es que las que pr esent an los dos lados y que r eflej an una m ej or m aner a de
pensar. Tam bién t endem os a buscar pr uebas que confir m en hipót esis o cr eencias
aunque no t engam os en ellas un int erés personal. En un est udio m uy influyent e se
obser v ó que, para deter m inar la v er dad de un concept o, los par t icipant es solo se
fij aban en los ej em plos que ser ían válidos si el concept o fuer a corr ect o y om it ían los
que dem ostr aban lo cont rar io. Por últ im o, m anifest am os una gran asim et r ía al
sopesar las pr uebas de una hipót esis y dam os m ás peso a las pr uebas que la
confir m an que a las que la desm ient en, una t endencia que saben explot ar m uy bien
los m ent alist as pr ofesionales. Vem os lo que quer em os ver .
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En las et apas finales de la deducción el sist em a Wat son no dej ará de at osigar nos.
Aunque ya t engam os t odas las pr uebas, que es lo m ás probable a est as alt ur as del
proceso, aún podem os seguir t eor izando ant es de haber las consider ado y dej ar que
la exper iencia y la noción de lo que es posible influyan en la form a de ver las y
aplicar las. Es lo que hace Holm es en el caso de Silver Blaze: no hace caso de los
indicios que le señalaban la dir ección cor rect a por no cr eer posible que el caballo
pueda seguir ocult o. Es lo que hace Wat son al no consider ar que el t echo es una
opción: no cr ee posible que alguien pueda ent r ar así en un lugar . Podem os t ener
t odas las pr uebas, per o eso no significa que las v eam os de una m anera obj et iv a al
r azonar .
Per o Holm es r econoce y corr ige su er r or cuando ve que el caballo no r eapar ece. Y
en cuant o r econoce que eso que cr eía im posible es pr obable, su v isión del caso y de
las pr uebas cam bia, t odo acaba encajando, y par t e con Wat son a encont rar al
anim al y a r esolver el caso. Wat son tam bién corr ige sus err or es cuando se le inst a a
hacer lo. Siem pr e que Holm es le r ecuer da que, por m uy im probable que sea algo,
ese algo se debe consider ar , piensa de inm ediat o en una alt er nat iv a que encaj a con
las pr uebas y que ant es había descar tado.
Lo im pr obable aún no es im posible.
Al deducir
t endem os en ex ceso a la
«sat isfaciencia», a det ener nos cuando algo ya est á lo bastant e bien. Per o no
llegar em os a la m et a hast a no haber apur ado t odas las posibilidades. Debem os
apr ender a am pliar la exper iencia, a ir m ás allá del inst int o inicial y buscar pr uebas
que lo confir m en o r efut en. Y m ás im por t ant e aún, debem os int ent ar m ir ar m ás allá
de esa per spect iv a que nos es m ás nat ur al: la nuest r a.
Com o ya se ha dicho ant es, debem os seguir los pasos del TRC: r eflex ionar sobr e lo
que nuest ra m ent e quier e hacer ; inhibir lo que no t enga sent ido ( aquí, pr egunt ar nos
si algo es im posible o solo im pr obable) ; y cor r egir nuest r o enfoque en consecuencia.
No siem pr e t endr em os a un Holm es que nos incit e a hacer lo, per o podem os
obligar nos a nosot ros m ism os por m edio de esa at ención conscient e que hem os
est ado cult iv ando. Si bien aún podem os ver nos t ent ados a descar t ar opciones sin
haber las consider ado, al m enos t enem os pr esent e el concept o general: pensar
pr im er o, act uar después y esfor zar nos al m áx im o para abordar t odas las decisiones
con la m ent e despej ada.
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Si hem os llev ado a cabo la tar ea de observ ar e im aginar , t odos los elem ent os que
necesit am os est án ahí: ahora hay que ver qué hacem os con ellos. ¿Los usam os
t odos? ¿O solo usam os los que r ecor dam os, los que nos vienen a la cabeza, los que
nos encont r am os? ¿Dam os a t odos el m ism o peso para separ ar lo cr ucial de lo
incident al en lugar de dej ar nos llev ar por fact or es ir r elev ant es? ¿Disponem os cada
dat o en una sucesión lógica donde cada paso llev a al siguient e y cada fact or se llev a
a su conclusión par a no caer en el er r or de pensar que lo hem os considerado t odo si
no ha sido así? ¿Hem os t enido en cuent a todas las vías lógicas, incluyendo las que
nos par ecen im posibles? Y, por últ im o, ¿est am os concent r ados y m ot iv ados?
¿Recor dam os cuál es el problem a or iginal que nos ha tr aído hast a aquí? ¿O nos
hem os desviado hast a cent rarnos en ot ra cuest ión sin saber cóm o ni por qué?
Leí por pr im era v ez a Sher lock Holm es en r uso porque esa er a la lengua de m i
infancia y la de t odos m is libr os de aquella época. Que el lect or r ecuer de t odas las
pist as que le he ido dando. Le he dicho que m i fam ilia es r usa y que m i her m ana y
yo nacim os en la Unión Soviét ica. Le he dicho que nuest ro padr e nos leía est as
hist or ias por la noche. Que el libro era m uy viej o, t an viej o que m e pr egunt aba si se
lo había leído su padr e a él. ¿Qué ot r a lengua podr ía haber sido cuando se v e t odo
el conj unt o? Per o ¿se ha parado el lect or a pensar lo cuando se ha ido encont rando
con cada pieza por separado? ¿O ni siquier a se le ha ocur r ido por cr eer lo...
im pr obable, por que Holm es es t an —cóm o lo dir ía— inglés?
No im por t a que Conan Doyle escr ibier a en inglés ni que el m ism o Holm es est é t an
ar raigado en la conciencia inglesa. No im por t a que y o ahora pueda leer y escr ibir en
inglés t an bien com o lo hacía en r uso. No im por ta que el lect or nunca se haya
encont rado con un Sherlock Holm es en ruso o que ni siquiera haya cont em plado la
posibilidad de que lo hubier a. Lo único que im por t a es cuáles son las pr em isas y
adónde nos llev an si dej am os que se desplieguen hast a su conclusión lógica, con
independencia de que sea o no la que guiaba a nuest r a m ent e.
Cit a s
«Elem ent al [ querido Wat son] ...», «Fum é var ias pipas m ient r as
m edit aba sobr e ellos, t r at ando de separar los que er an cr uciales...»,
de Las m em orias de Sher lock Holm es, «El j or obado».
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«Todos m is inst int os se r ebelan cont r a ello», de El r egr eso de
Sher lock Holm es, «La avent ur a de Abbey Gr ange».
«Es est e uno de los casos en que el razonador debe ej er citar su
dest r eza en t am izar los hechos conocidos...», « Confieso [ ...] que
t odas las hipót esis que yo había form ado a base de las not icias...»,
de Las m em orias de Sher lock Holm es, «Est rella de Plata».
« ¿Cuánt as veces le t engo dicho que, una vez elim inado t odo lo que
es im posible, la verdad está en lo que queda, por im probable que
par ezca?», de El signo de los cuat ro, capítulo 6: «Sher lock Holm es
hace una dem ostr ación».
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Ca pít u lo 6
M a n t e ne r e l de svá n de l ce re bro [ …] : no de j a r n u n ca de a pr en de r
Con t en ido:
1. Recuper ar la at ención en los hábitos
2. Los riesgos del exceso de confianza
3. Apr ender a det ect ar los sínt om as del exceso de confianza
4. Y ahor a la buena not icia: nunca es t ar de par a seguir apr endiendo, ni siquiera
después de dej ar de hacerlo
Cit as
Un huésped viene m anifest ando un com port am ient o m uy poco habit ual. Su casera,
la señor a War r en, no le ha vist o el pelo en diez días. Nunca sale de su habit ación
( salv o el día en que llegó, en que salió por la t ar de y volv ió a alt as hor as de la
noche) : perm anece ahí encerr ado dando vuelt as día t r as día. Es m ás, si necesit a
algo, escr ibe en m ayúsculas una sola palabr a en un t r ozo de papel que dej a delant e
de su puer t a: «JABÓN», «CERI LLAS», «DAI LY GAZZETTE». La señora War r en est á
pr eocupada. Cr ee que pasa algo rar o. Así que acude a consult ar a Sher lock Holm es.
En un principio, Holm es m uest ra poco int erés por el caso. Un huésped m ist erioso no
par ece algo especialm ent e digno de inv est igar se. Per o, poco a poco, los det alles van
int r igándolo m ás. De ent r ada, est á el t em a de las notas en m ay úsculas. ¿Por qué no
escr ibir las com o t odo el m undo? ¿Por qué opt a por una for m a de com unicar se t an
engor r osa y poco nat ur al? Luego, est á el cigarr illo, que la señor a War r en ha t enido
la feliz idea de t r aer consigo: pese a que la casera asegura que su enigm át ico
inquilino llev a bar ba y bigot e, Holm es afirm a que solo un hom br e bien afeit ado ha
podido fum arse el pit illo en cuest ión. De t odos m odos, no hay m ucho de dónde
t ir ar , así que el det ect iv e le dice a la señor a War r en que le infor m e «si ocur r e algo
nuevo».
Y algo sucede. A la m añana siguient e, la señor a Warr en vuelv e a Bak er St r eet
ex clam ando: « ¡Es cosa par a la policía, señor Holm es! ¡No quier o saber nada m ás
de est o! ». Al señor War r en, su m ar ido, le han atacado dos hom br es, le han t apado
la cabeza con un abrigo, le han m et ido en un coche de punt o, y al cabo de una hora
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lo han solt ado sin m ás. La caser a culpa a su inquilino, y ha decidido echar lo ese
m ism o día.
—Esper e un poco —dice Holm es—. No se precipit e. Em piezo a cr eer que est e asunt o
puede ser m ucho m ás im por t ant e de lo que par ecía a sim ple v ist a. Ahora est á clar o
que algún peligr o am enaza a su huésped. Est á igualm ent e clar o que enem igos,
acechando a la espera j unt o a su puerta, le confundieron con su m arido en la luz
neblinosa de la m añana. Al descubr ir su er ror , lo solt ar on.
Por la tarde, Holm es y Wat son van a Gr eat Or m e St r eet par a int ent ar ident ificar al
huésped cuy a pr esencia ha causado t ant o rev uelo. No t ar dan m ucho en ver la; y es
que, en r ealidad, es una m uj er . Holm es había acer t ado con su conj et ur a: se ha
pr oducido un cam bio de inquilino. «Una par ej a busca en Londr es r efugio cont r a un
peligr o t er r ible y m uy apr em iant e. La m edida de ese peligr o es el r igor de sus
pr ecauciones», ex plica Holm es a Wat son.
El hom br e, que t iene algún t r abajo que hacer , desea dej ar a la m uj er en absolut a
segur idad m ient r as lo hace. No es un pr oblem a fácil, per o lo ha r esuelt o de m odo
or iginal, y t an eficazm ent e que la pr esencia de ella no er a conocida ni por la pat r ona
que le da su alim ent o. Los m ensaj es en let r as de m olde est á clar o que er an par a
ev it ar que su let r a r ev elar a su sex o. El hom br e no puede acer car se a la m uj er , pues
guiar ía a
sus enem igos hacia
ella.
Com o
no puede
com unicarse con
ella
dir ect am ent e, r ecur r e a los anuncios per sonales de un per iódico. Hast a ahí, t odo
est á clar o.
Per o ¿con qué fin?, inquier e Wat son. ¿Por qué t ant o secr et o y peligr o? Holm es
supone que se t r at a de un asunt o de v ida o m uer t e. El at aque al señor War r en, la
ex pr esión de espant o de la huésped cuando sospecha que alguien pueda est ar
obser v ándola... Todo t om a un car iz siniest r o.
¿Por qué, ent onces, habr ía Holm es de seguir invest igando? Ha r esuelt o el caso de la
señor a Warr en, y la pr opia casera no quier e ot r a cosa que echar a la huésped de la
pensión. ¿Par a qué im plicar se m ás, m áx im e si el caso ent r aña tant o peligr o com o
par ece? Lo m ás fácil ser ía abst ener se y dej ar que los acont ecim ient os siguier an su
cur so. « ¿Qué puede sacar de eso?», pr egunt a al det ect iv e.
Holm es r esponde sin pensár selo:
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— ¿Por qué, en efect o? Es el ar t e por el ar t e, Wat son. Supongo que cuando ust ed se
doct oró se encont ró est udiando casos sin pensar en los honorarios, ¿no?
—Para m i educación, Holm es.
—La educación no se t er m ina nunca, Watson. Es una ser ie de lecciones, de las
cuales las m ás inst ruct ivas son las últ im as. Est e es un caso inst ruct ivo. No hay en él
diner o ni pr est igio, y, sin em bargo, a uno le gust ar ía poner lo en clar o. Cuando
anochezca nos deber íam os hallar
en
una et apa m ás avanzada de nuest ra
invest igación.
A Holm es le da igual haber alcanzado el obj et iv o inicial. Le da igual que sea
ex t r em adam ent e peligr oso seguir inv est igando el asunt o. No se abandona algo solo
porque se haya conseguido el obj et iv o or iginal, si ese algo ha r esult ado ser m ás
com plej o de lo que par ecía en pr incipio. El caso es inst r uct ivo. Com o m ínim o,
ent r aña alguna enseñanza m ás. Cuando Holm es dice que la educación no se
t erm ina nunca, nos est á enviando un m ensaj e que no es t an unidim ensional com o
pudier a par ecer. Por supuest o que es bueno seguir apr endiendo: aguza la m ent e y
la at ención e im pide que nos acom odem os en la r ut ina. Per o para Holm es, la
educación significa algo m ás. La educación, en el sent ido holm esiano, es una for m a
de seguir plant eándose desafíos y cuest ionando nuest r os hábit os, de ev it ar que
t om e el m ando el sist em a Wat son ( por m ás que hay a podido apr ender m ucho de
Holm es por el cam ino) . Es una form a de sacudir nos com por tam ient os habit uales y
de no olv idar nunca que, por m uy ex per tos que nos cr eam os en algo, debem os
per m anecer conscient es y m ot iv ados en t odo lo que hagam os.
En t odo est e libr o hem os subr ayado lo necesar ia que es la pr áct ica. Holm es llegó a
ser quien es ej ercit ándose const ant em ent e en esos hábit os de pensam ient o
conscient e que const it uyen el núcleo de su act it ud ant e el m undo. Pero a m edida
que pract icam os y las cosas nos r esult an m ás sencillas y aut om át icas, nos
deslizam os hacia el ám bit o del sist em a Wat son. Aunque hayam os adquir ido los
hábit os de Holm es, no dej an de ser hábit os, cosas que hacem os por sist em a, y por
ello, sin pr est ar at ención. Es cuando confiam os en nuest r o r aciocinio y dej am os de
pr est ar at ención a lo que en r ealidad sucede en el desván de la m ent e cuando
podem os equiv ocar nos, por m ás que ese desván sea y a el lugar m ás or denado e
im polut o que se pueda im aginar . Holm es necesit a seguir poniéndose r et os par a no
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caer pr ecisam ent e en eso. Pues aunque sus hábit os de at ención est én m uy
aguzados, pueden igualm ent e despist ar lo si dej a de aplicar los con esm er o. Si no
desafiam os a nuest r os hábit os de pensam ient o, cor r em os el r iesgo de que la
at ención que con t ant o cuidado hem os cult ivado vuelva a su est ado pr eholm esiano.
Es una t ar ea difícil, y nuest r o cer ebr o, com o de cost um br e, no ay uda en nada.
Cuando sent im os que hem os concluido algo que había que hacer, ya se trat e de una
labor sencilla, com o ordenar un ar m ar io atest ado, o de algo m ás peliagudo, com o
r esolv er un m ist er io, lo que m ás apet ece al cer ebr o es descansar , pr em iar se por el
t rabaj o bien hecho. ¿Par a qué seguir, una vez que uno ha conseguido lo que se
había pr opuest o?
El apr endizaj e hum ano es im pulsado en buena m edida por lo que se conoce com o
«er r or en la pr edicción de r ecom pensa» ( EPR) . Cuando algo r esult a m ás grat ificant e
de lo que esperábam os —« ¡he girado a la izquier da sin t ir ar el cono! », si est am os
apr endiendo a conducir — el EPR pr ovoca una liber ación de dopam ina en el cer ebr o,
liber ación que se suele pr oducir cada vez que em pezam os a apr ender algo nuev o.
Es fácil v er r esult ados grat ificant es a cada paso: em pezam os a ent ender lo que
est am os haciendo, m ej or a nuest r a ej ecución, com et em os m enos er r or es. Y cada
logr o adicional nos apor t a una ganancia efect iv a. No solo pr ogr esa nuest ra
ej ecución ( lo que pr esunt am ent e nos hará felices) , sino que nuest r o cer ebro es
r ecom pensado por su apr endizaj e y m ej or ía.
Per o llega un m om ent o en que eso se acaba. Ya no nos sor pr ende ser capaces de
conducir con suav idad. Ya no nos sor pr ende no com et er err or es m ecanográficos. Ya
no nos sorpr ende adiv inar que Wat son acaba de volv er de Afganist án. Nos sabem os
capaces de hacer lo ant es de hacer lo. Por lo que no hay EPR. Y, sin EPR, no hay
dopam ina. No hay placer. No hay necesidad de seguir apr endiendo. Hem os
conquist ado una m eset a convenient e, y decidido —a nivel t ant o neuronal com o
conscient e— que y a hem os apr endido t odo lo necesar io.
El t r uco est á en enseñar al cer ebr o a avanzar m ás allá de ese punt o de r ecom pensa
inm ediat a, a hallar gr at ificación en la pr opia incer t idum br e del fut ur o. No es fácil,
dado que, com o ya he dicho, la incer t idum br e del fut ur o es pr ecisam ent e algo que
no nos gust a m ucho. Mucho m enos que cobrar la r ecom pensa en el act o y disfrut ar
el viaj e de dopam ina y sus efect os derivados.
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La iner cia es una fuer za poder osa. Som os cr iat ur as de cost um br es, y no solo de
cost um bres obser vables —com o encender el t elevisor en cuant o ent r am os en
nuest r o salón al v olv er del t r abaj o, por ej em plo, o abr ir la nev er a solo par a v er lo
que hay— sino t am bién de hábit os m ent ales, bucles pr ev isibles de pensam ient o
que, cuando se dispar an, siguen un cam ino pr edecible. Y los hábit os m ent ales son
difíciles de r om per .
En cuest ión de elecciones, una de las fuer zas m ás decisiv as es el fact or «por
defect o»: la t endencia, que y a hem os com ent ado, a elegir la v ía que ofr ezca m enor
r esist encia, y a quedar nos con lo que t enem os delant e m ient r as siga siendo una
opción m edianam ent e razonable. Es un principio que se confirm a constant em ent e.
En el m undo laboral, los t r abaj ador es t ienden a cont r ibuir a planes de pensiones
cuando es el sist em a est ablecido o por defect o, y a no hacer lo si han de hacer una
elección expr esa ( aunque la em pr esa doble gener osam ent e sus apor t aciones) . Los
países donde la donación de ór ganos es la nor m a por defect o ( t odo el m undo es
donant e a m enos que indique t axat ivam ent e que no quiere) t ienen índices de
donant es significat iv am ent e m ás alt os que aquellos en que la donación debe
aut or izar se ex pr esam ent e. El hecho es que si nos dan a elegir ent r e hacer algo y no
hacer nada, elegim os nada... y t endem os a olv idar que eso t am bién es hacer algo.
Per o algo pasiv o y plácido, lo diam et r alm ent e opuest o al com pr om iso act iv o en que
Holm es insist e siem pr e.
Y lo r aro es est o: que cuanto m ej or es som os, cuant o m ej or es hem os llegado a ser,
cuant o m ás hem os aprendido, m ás fuert e es el im pulso de t om arnos ya un
descanso. Sent im os que nos lo hem os ganado de algún m odo, en vez de
com pr ender que es el favor m ás flaco que podíam os hacer nos.
Est a paut a de conduct a se r epit e no solo en el nivel indiv idual,
sino en
or ganizaciones y gr andes em pr esas. No hay m ás que consider ar cuánt as de est as
han pr oducido innovaciones r ev olucionar ias para luego ver se acosadas por la
com pet encia y descolgadas al cabo de pocos años ( sir v an de ej em plo Kodak , At ar i o
RI M, que cr eó la BlackBer r y) . Y no es una t endencia exclusiva del m undo de los
negocios.
Esa
m ism a
paut a
de
innovación
espect acular
seguida
de
un
est ancam ient o no m enos espect acular descr ibe una pr opensión m ás general que se
da en el ám bit o académ ico, en el m ilit ar y en casi cualquier indust r ia o pr ofesión. Y
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hunde sus r aíces en el m odo en que est á pr ogr am ado el sist em a de r ecom pensas
del cer ebr o hum ano.
¿Por qué son tan com unes est as paut as? Hay que v olv er a ese fact or «por defect o»,
a la iner cia, per o a un niv el m ucho m ás am plio: a la consolidación de los hábit os. Y
cuant o m ay or es la r ecom pensa que r epor ta un hábit o, m ás difícil es de r om per. Si
bast a un diez en un ex am en de or tografía para inundar de dopam ina el cer ebr o de
un niño, ¿qué no harán un éxit o pr ofesional m illonario, que se disparen en bolsa
nuest ras acciones, ser aut or de un best seller o el pr est igio académ ico de un pr em io
o una cát edr a?
Ya hem os hablado de la difer encia ent r e las cosas que r et enem os br ev em ent e par a
luego desechar las y aquellas ot ras que alm acenam os de for m a m ás perm anent e en
nuest r o desv án cer ebral, ent r e m em or ia a cor t o y a largo plazo. Est a últ im a par ece
pr esent ar se en dos m odalidades: declarat iv a, o m em or ia explícit a, y pr ocedim ent al,
o m em or ia im plícit a. La pr im er a podr íam os com par ar la con una especie de
enciclopedia de conocim ient os de sucesos ( m em or ia episódica) o dat os (m em or ia
sem ánt ica) , u ot ras cosas que pueden r em em or ar se ex plícit am ent e. Cada vez que
apr endem os una nuev a, la podem os anotar en una ent r ada específica. Luego, si nos
pr egunt an sobr e esa ent rada en concr et o, podem os ir a la página corr espondient e
del libr o y —si t odo va bien, la hem os anot ado cor r ect am ent e y la t int a no se ha
borr ado— r ecuperar la. Per o ¿y cuando algo no puede anot arse específicam ent e? ¿Y
si solo es algo que sent im os o sabem os hacer ? Ent onces ent ram os en el t er r eno de
la m em or ia pr ocedim ent al o im plícit a. De la ex per iencia. Ya no es algo que se pueda
r educir a una ent r ada de la enciclopedia. Si nos pr egunt an por ello dir ect am ent e,
quizá seam os incapaces de r esponder , y hast a podr ía ent orpecer aquello m ism o por
lo que nos han pr egunt ado. Los dos sist em as no est án ent er am ent e separados, e
int eract úan bast ant e, pero, a los efect os que nos int eresan, podem os considerarlos
dos t ipos dist int os de infor m ación alm acenada en nuest r o desván. Am bos están ahí,
per o no son ni igual de conscient es ni igual de accesibles. Y podem os pasar de uno
a ot r o sin apenas dar nos cuent a.
Es com o cuando apr endem os a conducir . Al pr incipio, r ecor dam os una por una las
cosas que t enem os que hacer:
girar
r et r ov isor es,
m ano,
quit ar
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el
fr eno
de
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la
llav e de cont act o,
et c.
Hay
que
com pr obar
ej ecut ar
cada
los
paso
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conscient em ent e.
Per o
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enseguida
dej am os
de pensar
María Konnikov a
cada
m ovim ient o.
Se
conviert en en algo inst int ivo. Y si nos pr egunt ar an qué est am os haciendo, es posible
que no supiér am os r esponder. Hem os pasado de la m em or ia ex plícit a a la im plícit a,
del conocim ient o act ivo al hábit o. Y en el t er r eno de la m em or ia im plícit a se hace
m ucho m ás difícil m ej orar conscient em ent e o poner los cinco sent idos. Mant ener el
m ism o niv el de atención que cuando est ábam os apr endiendo cuest a m ucho m ás
esfuer zo. ( Por eso tant os pr ocesos de apr endizaj e llegan a lo que K. Ander s Er icsson
denom ina una m eset a, un punt o a par t ir del cual par ece que no se m ej or a. Eso,
según v er em os, en r ealidad no es cier t o, per o no es fácil de super ar.)
En las pr im er as fases del apr endizaj e, nos m ovem os en el t er r eno de la m em or ia
declar at iv a o ex plícit a: la que se codifica en el hipocam po y luego se consolida y se
alm acena ( si t odo va bien) para su uso fut ur o. Es la que aplicam os cuando
m em or izam os fechas hist ór icas o apr endem os los pasos de un proceso nuevo en el
t r abaj o. La m ism a que ut ilicé cuando tr at aba de m em or izar el núm er o de escalones
del m áxim o núm ero posible de casas ( fracasando m iser ablem ent e en el int ent o) ,
porque no había ent endido en absolut o lo que apunt aba Holm es, y la que
em pleam os al t r atar de adoptar el pr oceso lógico de Holm es paso a paso par a
em pezar a acer car nos a su per spicacia.
No es, en cam bio, la m ism a m em or ia de que se vale Holm es al hacer lo m ism o. Él
y a dom ina los pasos de ese pr oceso lógico. Para él se han conv er t ido en algo
inst int ivo. Holm es no necesit a pensar en cóm o pensar com o es debido; lo hace de
m odo aut om át ico, igual que nosot ros r ecur rim os, por defect o, al Wat son que hay en
nosot r os, porque es lo que hem os apr endido a hacer y lo que ahor a est am os
desapr endiendo.
Hasta que lo desapr endam os, ese Watson nuest r o no podr ía esfor zar se m ás par a
logr ar lo que Holm es hace sin esfuer zo alguno. Tenem os que andar det eniendo a
Wat son a cada paso para r ecabar la opinión de Holm es. Per o, m ient r as vam os
pr act icando est o, for zándonos a obser var, a im aginar , a deducir una y ot ra v ez ( y a
hacer lo incluso en circunst ancias en las que pueda par ecer una t ont ería, com o
decidir qué v am os a com er ) , se produce un cam bio. Un buen día, las cosas fluyen
con m ás suav idad. Lo hacem os todo un poco m ás r ápido, nos sent im os m ás
cóm odos, nos exige m enos esfuerzo.
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Lo que ocurr e, en definit iva, es que estam os cam biando de un sist em a de m em or ia
a ot r o. Pasam os de la ex plícit a a la im plícit a, la del hábit o, la pr ocedim ent al.
Nuest r o pensam ient o se asim ila a la m em or ia que usam os para conducir , par a
m ont ar en bici, par a hacer cualquier t ar ea que hayam os hecho infinidad de v eces.
Hem os pasado de per seguir un obj et iv o ( en el caso del pensam ient o, de seguir
conscient em ent e los pasos de Holm es, asegur ándonos de ej ecut ar cada uno com o
es debido) al m odo aut om át ico ( ya no nos hace falt a consider ar cada paso: nuestr a
m ent e los sigue de m odo r ut inar io) . De algo basado en buena m edida en una
m em or ia per ezosa a algo que act iv a el sist em a de r ecom pensa —la dopam ina— sin
haber nos dado cuent a siquier a ( t óm ese, com o ej em plo ex t r em o, el com por t am ient o
de un adict o) . Y v oy a perm it ir m e insist ir en est e punt o, a r iesgo de r esult ar
r eit er at iv a: cuant o m ás se r ecom pensa algo, m ás r ápido se conv ier t e en hábit o, y
m ás difícil es r om per con él.
1 . Re cu pe r ar la at en ción e n los h á bit os
«La av ent ur a del hom br e que r eptaba» t iene lugar después de que Holm es y
Wat son dej en de v iv ir j unt os. Una t ar de de sept iem br e, Wat son r ecibe un m ensaj e
de su am igo. «Venga inm ediatam ent e si no hay algún obst áculo, y no dej e de v enir
aunque lo haya.» Es obv io que Holm es quier e v er al buen doct or , y con la m ay or
br ev edad posible. Per o ¿por qué? ¿Qué podr ía t ener Wat son que Holm es necesit e
con t ant a ur gencia, y que no pueda esper ar ni ser com unicado m ediant e un
m ensaj e o un m ensaj er o? Si recordam os la época en que vivían j unt os, no est á
clar o que el papel de Wat son fuer a nunca m ás allá del de fiel acólit o y cr onist a.
Desde luego, j am ás r esolvió el cr im en, dio con la clave o influyó en el caso de
m anera decisiv a en m odo alguno. No ser á t am poco t an urgent e ahora esa llam ada
de Sher lock Holm es: un m ensaj e en que apar ent em ent e r eclam a su ayuda par a
resolver un caso.
Per o eso es exact am ent e lo que es. Result a que Wat son es, y ha sido desde hace
t iem po, m uchísim o m ás que el cr onist a, am igo, com pañer o leal y apoyo m or al.
Wat son es, de hecho, lo que explica en par t e que Sher lock Holm es se haya
m ant enido t an perspicaz y perm anent em ent e at ent o durant e t ant o t iem po. Wat son
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ha sido esencial ( ir r eem plazable, incluso) en la r esolución de los casos, y volver á a
ser lo una y ot r a v ez. Y pr ont o descubr ir em os por qué.
Los hábit os son út iles. Aún dir é m ás: son esenciales. Nos liber an a nivel cognit ivo
para pensar en asunt os m ás am plios y est r at égicos en vez de en los pequeños
det alles. Nos per m it en r azonar a un niv el m ás elev ado y en un plano tot alm ent e
dist int o de lo que ser íam os capaces sin ellos. La ex per iencia br inda gr an liber t ad y
gr andes posibilidades.
Por ot r o lado, el hábit o t am bién bor dea peligr osam ent e la falt a de at ención. Es m uy
fácil dej ar de pensar una v ez que algo se v uelv e aut om át ico y sencillo. Nuest r o
esfor zado cam ino para alcanzar los hábit os lógicos de Holm es est á dir igido a un
obj et ivo. Nos concent ram os en conseguir una recom pensa fut ura que r esult a de
apr ender a pensar concienzudam ent e, a hacer elecciones m ej or es, m ej or y m ás
m inuciosam ent e infor m adas, a cont r olar la m ent e en vez de dej ar que ella nos
cont r ole. Un hábit o es lo cont rario. Cuando algo se conviert e en hábit o es que ha
pasado del sist em a cer ebral Holm es, conscient e y m ot iv ado, al sist em a Wat son,
descuidado e ir r eflex ivo,
que cont iene t odos aquellos pr ej uicios y
pr ocesos
heuríst icos, esas fuerzas ocult as que em piezan a afect ar a t u conduct a sin que t e
des cuent a. Has dej ado de act uar conscient em ent e y, por eso m ism o, eres m ucho
m enos capaz de pr est ar at ención.
Per o ¿qué hay de Sher lock Holm es? ¿Cóm o se las apaña para seguir at ent o a t odo?
Que lo consiga ¿no significa que los hábit os no son necesariam ent e incom pat ibles
con la plena at ención?
Volvam os al m ensaj e urgent e de Holm es a Wat son, inst ándole a hacerle una visit a
por m uy m al que le pueda v enir . Wat son sabe ex act am ent e por qué lo convoca,
aunque quizá no com pr enda del t odo lo esencial que es él par a el det ect iv e.
Holm es, dice Wat son, es «hom br e de r ut inas, de r ut inas lim it adas y concent r adas».
Y añade: « [ Y] o era una de esas r ut inas. Com o inst it ución, er a yo igual que el violín,
el t abaco fuer t e de hebr a, la v iej a pipa ennegr ecida, los volúm enes de índices». ¿Y
cuál es ex act am ent e la función de Wat son «com o inst it ución»? «Yo er a la piedr a de
afilar en la que se aguzaba su int eligencia. Yo lo est im ulaba. Le gust aba pensar en
v oz alt a est ando y o delant e. No se podía decir que sus obser v aciones iban dir igidas
a m í ( m uchas de ellas podían ir dir igidas lo m ism o a su cam a que a m í) ; per o, una
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v ez adquir ida la r ut ina, le agradaba hasta cier t o punt o que y o tom ase not a y que
int er viniese.» Y eso no es t odo: «Si esa especie de lent it ud m et ódica de m i
m ent alidad lo ir r it aba —pr osigue el doct or—, esa ir r it ación ser v ía únicam ent e par a
que sus llam ar adas de int uición y sus im pr esiones est allasen con m ay or v iv eza y
r apidez. Ese er a m i hum ilde papel en nuest r a alianza».
Holm es dispone de m ás r ecur sos, sin duda, y el papel de Wat son, com o pront o
ver em os, no es sino par t e de un sist em a m ás am plio. Per o su am igo el doct or es
una her r am ient a ir r eem plazable en el ar senal m ult idim ensional del det ect iv e, y su
función com o inst rum ent o ( o com o inst it ución, si se prefiere) es asegurar que los
hábit os lógicos de Holm es no caigan en la dej adez de la r ut ina, que per m anezcan
siem pre conscient es, at ent os y aguzados.
Ant es hablábam os de apr ender a conducir y del peligr o que nos acecha cuando
desarr ollam os tant a dest r eza que dej am os de pensar en nuest ras acciones, con lo
que puede ocur r ir que nuest r a at ención vay a a la der iv a y nuest r a m ent e caiga en la
dej adez. Mient r as t odo vay a com o de costum br e, no pasa nada. Per o ¿y si algo se
t uer ce? En ese m om ent o, nuest r a r eacción no ser á ni la m it ad de r ápida de lo que
hubier a
sido
en
las
pr im er as
fases
de
nuest r o
apr endizaj e,
cuando
nos
concent r ábam os en la car r et era.
Per o ¿y si nos viéram os for zados de nuevo a pensar ser iam ent e en la conducción?
Alguien nos enseñó a conducir , y podr íam os ver nos en sit uación de poder enseñar a
ot ro. En ese caso, haríam os m uy bien en acept ar el ret o. Cuando t enem os que
ex plicar algo a otr a per sona, paso a paso, para que lo ent ienda, no solo nos
obligam os a volv er a pr est ar at ención a lo que hacem os: quizá com pr obem os
incluso que nuest r a conducción m ej ora. Quizá pensem os en los pasos de ot r a form a
y nos hagam os m ás conscient es de lo que hacem os m ient ras lo hacem os... aunque
solo sea par a dar buen ej em plo. Puede que nos sor pr endam os m irando la carr et er a
com o las pr im eras veces, siendo capaces de for m ular aquello que nuest r o conduct or
novat o t iene que saber, en lo que se t iene que fij ar , el m odo en que debe obser var
y r eaccionar . Puede que r epar em os en det alles que no habíam os consider ado o vist o
siquier a cuando apr endíam os y est ábam os t an ocupados t rat ando de dom inar los
pasos del pr oceso. No solo est ar án nuestr os r ecur sos cognit iv os m ás libr es par a
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fij ar nos en esas cosas: adem ás, la at ención r enov ada que est am os poniendo nos
per m it ir á apr ovechar nos de esa liber t ad.
Lo m ism o le pasa a Holm es. No es solo en «La av ent ura del hom br e que r eptaba»
donde necesit a la presencia de Wat son. Si nos fij am os, en t odos los casos est á
siem pr e enseñando a su colega, ex plicándole cóm o ha llegado a est a conclusión o a
aquella, lo que hizo su m ent e y el der r ot er o que t om ó. Y, par a hacer lo, debe r ev isar
sus pr ocesos lógicos, volver a cent rar se en lo que para él es ya un hábit o. Debe
est ar at ent o incluso a aquellas conclusiones a las que llegó sin apenas parar se a
pensar, com o que Wat son acababa de llegar de Afganist án ( aunque, com o ya
hem os com ent ando, la irr eflex ividad de Holm es dist a m ucho de la de Wat son) .
Wat son ev it a que la m ent e de Holm es dej e de r eflex ionar sobr e aquellos elem ent os
que se han vuelt o inst int ivos.
Es m ás: Wat son le sir v e de r ecor dat or io perm anent e de los er ror es en que se puede
incur r ir . En palabr as del pr opio Holm es: «Sus equiv ocaciones m e han llev ado en
ocasiones a la v er dad». Lo que no es poca cosa. Hasta cuando pr egunt a lo que para
Holm es son obv iedades, nader ías, Wat son obliga igualm ent e al det ect iv e a pensar se
dos veces la m ism a obv iedad del asunt o, y a sea par a cuest ionar la o par a ex plicar
por qué es t an ev ident e. Wat son es, en ot r as palabr as, indispensable.
Y Holm es lo sabe per fect am ent e. Fij ém onos en la r elación de sus hábit os ex t er nos:
el v iolín, el t abaco y la pipa, los libr os de índices. Cada uno de esos hábit os ha sido
elegido cuidadosam ent e. Todos ayudan a pensar. Y ant es de Wat son, ¿qué hacía?
Fuer a lo que fuer a, est á clar o que decidió r ápidam ent e que el m undo er a m ás que
pr efer ible después de Wat son. «Cabe que ust ed m ism o no sea lum inoso —le dice en
una ocasión, en un com ent ario no del t odo ant ipát ico—, pero, sin duda, es un buen
conduct or de la luz. Hay personas que sin ser genios poseen un notable poder de
est ím ulo. He de r econocer , m i quer ido am igo, que est oy m uy en deuda con ust ed.»
Y ciert am ent e que lo est á.
Los grandes hom br es no caen en la aut ocom placencia. Y ese es, en r esum idas
cuent as, el secr et o de Holm es. Pese a que no le hace falt a que nadie lo guíe por el
m ét odo cient ífico de la m ent e —casi podr ía decir se que lo invent ó él— sigue
poniéndose el r et o de apr ender m ás, de hacer m ej or las cosas, de super arse, de
abor dar casos novedosos y t ant ear enfoques que nunca ha pr obado. Y par t e de eso
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t iene que ver con que reclam e const ant em ent e la presencia de Wat son, que lo
desafía, lo est im ula y lo obliga a no dar nunca por descontadas sus hazañas. Otr a
par t e obedece a la pr opia elección de los casos. Solo acept a aquellos que le
int er esan. Com o código m or al, es espinoso. No los invest iga sim plem ent e par a
com bat ir el cr im en, sino par a poner a pr ueba algún aspect o de su int elect o.
Delincuent es com unes, abst enerse.
Per o de una for m a u otr a, ya sea cult iv ando la com pañía de Wat son o eligiendo los
casos m ás difíciles y excepcionales en det r im ent o de los fáciles, el m ensaj e es el
m ism o: seguir alim ent ando la necesidad de apr ender y m ej orar. Al final de «El
Cír culo Roj o», Holm es se encuent r a car a a cara con el inspect or Gr egson, que
r esult a haber est ado invest igando el m ism o caso que Holm es decide est udiar tr as
concluir la t ar ea que inicialm ent e se había pr opuest o. Gr egson est á com plet am ent e
per plej o. «Per o lo que no puedo ent ender en absolut o, señor Holm es, es cóm o
dem onios se ha m ezclado ust ed tam bién en el asunt o», le dice.
La r espuest a de Holm es es m uy sencilla: «Por la educación, Gr egson, por la
educación. Sigo buscando conocim ient os en la v iej a univ er sidad». La com plej idad y
falt a de conexión del segundo delit o no lo desanim an, sino t odo lo cont rar io. Hacen
que se involucr e, lo inv it an a seguir apr endiendo.
En ciert o sent ido, se t rat a de ot r o hábit o: el de no decir nunca que no a un m ayor
conocim ient o, por tem ible o com plicado que pueda ser . El caso en cuest ión es «ot r a
m uest r a m ás de lo t rágico y lo gr ot esco», com o le dice Holm es a Wat son. Y, com o
t al, es digno de sus esfuerzos.
Tam bién nosot r os debem os r esist ir nos al im pulso de pasar de un caso difícil, o de
com placer nos en que ya hem os r esuelt o un caso, o que ya hem os t enido éxit o en
una t ar ea difícil. Lo que hem os de hacer es lanzar nos a por un nuev o desafío,
aunque lo cont r ar io sea m ucho m ás fácil. Solo así seguir em os cosechando los
beneficios del pensam ient o holm esiano t oda la v ida.
2 . Los r ie sgos de l e x ce so de con fia n za
Per o ¿cóm o podem os asegurar nos de que nuest r o pensam ient o no cae en el exceso
de confianza y olv ida plant earse desafíos r egularm ent e? No ex ist en m ét odos
garant izados. De hecho, dar lo por gar ant izado es pr ecisam ent e lo que puede
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hacer nos t ropezar. Com o nuest ros hábit os se han vuelt o invisibles a nuest r os oj os,
hem os dej ado de apr ender act iv am ent e y y a no nos par ece t an difícil com o ant es
pensar corr ect am ent e, t endem os a olv idar lo m ucho que nos cost aba en tiem pos.
Dam os por hecho aquello que m ás deber íam os valorar. Cr eem os t ener lo t odo
cont r olado, que nuest ros hábit os conservan la m ayor at ención, que nuest ros
cer ebr os siguen act iv os y nuest ras m ent es apr endiendo y acept ando nuev os
desafíos const ant em ent e, sobr e todo, por lo m ucho que hem os t rabaj ado para llegar
a ese punt o. Per o, en r ealidad, lo que hem os hecho es cam biar una ser ie de hábit os
por ot ra, aunque sea de hábit os infinit am ent e m ej or es. Y al hacer lo cor r em os el
r iesgo de caer en gar ras de esos dos asesinos del éx it o: la aut ocom placencia y el
ex ceso de confianza. Enem igos for m idables, sin duda. Hast a para alguien com o
Sherlock Holm es.
Pensem os por un inst ant e en «La cara am ar illa», uno de los contados casos en que
las t eor ías de Holm es r esult an ser t otalm ent e er r óneas. En esa hist or ia, un hom br e
llam ado Gr ant Munr o r ecur r e a Holm es para descubr ir la causa del ex t r año
com por t am ient o de su m uj er . Acaban de ocupar una casit a cercana al chalet de los
Munr o unos inquilinos nuevos, y bast ant e r aros. El señor Munro ha vist o fugazm ent e
a uno de ellos, y dice que su car a «t enía un algo de ant inat ural y de inhum ano». Su
m er a v isión le pr oduce un escalofr ío.
Per o m ás sorpr endent e aún que los m ist er iosos v ecinos es la r eacción de su m uj er a
su llegada. Sale de casa en m it ad de la noche, m ient e sobr e su escapada. Al día
siguient e, v a a visit ar la casa de aquellos, y, sor pr endida por su m ar ido, le hace
pr om et er que él no int ent ar á ent r ar . Aún va una t er cer a v ez, y Munr o la sigue, para
encont r ar se con la casa desier t a. Per o en la m ism a habit ación en que v ier a aquella
cara at er rador a descubr e una fot ogr afía de su m uj er .
¿Qué est á pasando? «O m ucho m e equivoco o hay en el fondo un caso de
chant aj e», opina Holm es. ¿Y el chant aj ist a? «Debe de ser esa per sona que v iv e en
la única habit ación cóm oda de la casit a de cam po y que t iene la fot ogr afía de la
señor a encim a de la r episa de la chim enea. Le asegur o, Wat son, que en eso de la
cara cadav ér ica de la v ent ana hay algo m uy at r ay ent e, y que por nada del m undo
quer r ía haber m e per dido est e caso.»
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A Wat son le int r igan est os det alles. « ¿Tiene ust ed for m ada y a una t eor ía?»,
pr egunt a.
«Sí, una t eor ía pr ovisional —r esponde Holm es r ápidam ent e—. Per o m e sor pr ender ía
que no r esult e cor r ect a. En esa casit a est á el pr im er m ar ido de est a señor a.»
Est a t eor ía pr ovisional, no obst ant e, r esult a ser incorr ect a. El ocupant e de la casa
no es el pr im er m ar ido de la señor a Munr o, sino su hij a, una hij a de cuy a ex ist encia
ni el señor Munr o ni Holm es t enían conocim ient o en un pr incipio. Lo que parecía el
pago de un chant aj e no es en r ealidad m ás que el diner o que había per m it ido a la
hij a y a su niñer a hacer la t r avesía desde Am ér ica a I nglat er r a. Y la car a que t enía
algo t an ant inat ural e inhum ano daba esa im pr esión por que eso es lo que er a: una
m áscara, pensada para ocult ar la piel negr a de la pequeña. ¿Cóm o ha podido
equiv ocar se t ant o el gr an det ect iv e?
La confianza en nosot r os m ism os y en nuest r as habilidades nos per m it e super ar
nuest r os lím it es y logr ar lo que de ot ro m odo no logr ar íam os, atr ev er nos hast a con
esos casos ex t r em os ant e los que per sonas con m enos confianza se achant ar ían. Un
m oderado ex ceso de confianza no hace daño a nadie; unas sensaciones liger am ent e
por encim a de la m edia pueden hacer m ucho por nuest ro bienest ar psicológico y
nuest r a efect iv idad en la r esolución de pr oblem as. Cuant o m ás confiam os en
nuest r as fuer zas, m ás difíciles son los problem as con los que os atr ev em os a lidiar .
Nos for zam os a salir de nuest r a zona de confor t .
Per o t am bién podem os llegar a est ar dem asiado segur os de nosot ros m ism os: es el
ex ceso de confianza, que es v eneno par a la pr ecisión. Acabam os cr ey endo m ás de
lo que deber íam os en nuest ra habilidad, aunque sea en com paración con la de los
dem ás, dadas las cir cunst ancias y la r ealidad. Sin em bar go, la ilusión de acier t o se
hace cada v ez m ás fuer t e, la t ent ación de hacer las cosas a nuest ra m anera cada
vez m ás t ent ador a. Est e excedent e de fe en nosot r os m ism os puede llevar a
r esult ados desagradables; por ej em plo, est ar t an incr eíblem ent e equiv ocados en un
caso
—cuando
habit ualm ent e
est am os
t an
increíblem ent e
acer t ados—
que
confundam os a una hij a con un m ar ido, o a una abnegada m adr e con una esposa
chant aj eada.
Les pasa hasta a los m ej or es. De hecho, com o ya he apunt ado, es a los m ej or es a
los que m ás les pasa. Hay est udios que dem uest r an que, con la exper iencia, el
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exceso de confianza aum ent a en vez de dism inuir. Cuant o m ás sabes y cuanto
m ej or er es de v er dad, m ás pr obable r esult a que sobr ev alor es t u pr opia capacidad...
y que subest im es la im por tancia de hechos que escapan a t u cont r ol. Según uno de
esos est udios, los dir ect or es gener ales de gr andes em pr esas incurr ían m ás en el
ex ceso de confianza cuant a m ás ex per iencia adquir ían en fusiones y absor ciones: su
est im ación del v alor de un acuer do se hacía m ás optim ist a y m enos cabal que en
acuer dos anter ior es.
Según ot ro,
en cuest ión de apor t aciones a planes de
pensiones, el ex ceso de confianza guar daba r elación con una m ay or edad y m ás
est udios, de for m a que los cot izant es que m ás pecaban de ex ceso de confianza er an
v ar ones con t ít ulo super ior que se acer caban a la edad de j ubilación. I nv est igador es
de la Univ er sidad de Viena com probar on que, en un m er cado ex per im ent al, los
indiv iduos, en líneas gener ales, no caían en el ex ceso de confianza en la com pr a de
acciones de r iesgo... per o solo hast a que adquir ían una ex per iencia significat iv a en
el m er cado en cuest ión. A par t ir de ahí, su niv el de ex ceso de confianza aum ent aba
r ápidam ent e. Es m ás, los analist as que habían acer tado m ás en sus pr edicciones de
beneficios dur ant e los cuat r o t r im est r es prev ios r esult aban est ar m enos acer t ados
en el siguient e, y los agent es de bolsa pr ofesionales t endían a pecar m ás de ex ceso
de confianza que los est udiant es. De hecho, uno de los m ej or es pr edict or es del
exceso de confianza es el poder , que suele llegar con el t iem po y la exper iencia.
El éxit o fom ent a el exceso de confianza m ás que ninguna otr a cosa. Si casi siem pr e
est am os en lo cier t o, hará falt a m uy poco para que pensem os que v am os a acer t ar
siem pr e.
Holm es
t iene
buenos
m ot ivos
par a
confiar
en
sí
m ism o.
Casi
invar iablem ent e, t iene r azón; casi invar iablem ent e, es m ej or que los dem ás en
t odo, ya sea pensar, r esolv er delit os, t ocar el v iolín o la lucha libr e. Sin em bar go, lo
que lo salv a —o lo que suele salv ar lo— es pr ecisam ent e lo que hem os ident ificado
en el últ im o apar t ado: que conoce las t ram pas de su est at ur a int elect ual y se
esfuer za por evit ar las, siguiendo est r ict am ent e sus paut as lógicas y no per diendo de
v ist a que necesit a seguir apr endiendo per m anent em ent e.
Pero para quienes no som os personaj es de ficción, el exceso de confianza sigue
siendo un peligr o m uy r eal. En cuant o baj am os la guar dia un m om ent o —com o
Holm es en est e caso— caem os en él.
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El ex ceso de confianza nos ciega, y la ceguer a a su v ez nos llev a a com et er er r or es
garr afales. Est am os tan encant ados con nuest r a propia habilidad que desdeñam os
infor m ación que, de no ser por eso, nuest r a ex per iencia nos dir ía que no es
desdeñable —aunque sea infor m ación t an palm ar ia com o Wat son adv ir t iéndonos de
que nuest ras t eorías son «pura especulación», com o hace en est e caso— y nos
em pecinam os en nuestra decisión. Por un m om ent o, est am os ciegos a t odo lo que
sabem os sobre no form ular t eorías sin conocer los hechos, no precipit arnos en
nuest r as conclusiones, escudr iñar y observ ar con m ás at ención, y nos dej am os
ar rast rar por la sim plicidad de nuest ra int uición.
El ex ceso de confianza nos hace sust it uir la invest igación dinám ica y act iv a por
suposiciones pasiv as sobr e nuest r a habilidad o sobr e la apar ent e fam iliar idad de la
sit uación. Desplaza nuest r o j uicio sobr e lo que conduce al éx it o del m odo
condicional al esencial: «Tengo t ant a per spicacia que puedo dom inar el ent or no, con
la m ism a facilidad con que he v enido haciéndolo. Todo gracias a m i talent o, y en
ningún caso al hecho de que el ent orno, casualm ent e, cont enía inform ación que
per m it ía que m i t alent o br illar a».
A Holm es se le pasa por alt o que pudier a haber act or es desconocidos en el dr am a, o
elem ent os que ignor a en la biogr afía de la señor a Munr o. Tam poco r epara en la
posibilidad del disfr az ( lo que par ece ser uno de sus punt os ciegos: r ecor dem os que,
con la m ism a segur idad, om it ió considerarla en el caso de «Est r ella de Plat a», al
igual que en «El hom br e del labio r et or cido») . De haber t enido, com o nosot r os, el
beneficio de poder leer sus pr opias hazañas, quizás hubier a apr endido que t iende a
caer en esa clase de er r or.
Son m uchos los est udios que m uest r an est e pr oceso en acción. En una prueba
clásica, se pedía a v ar ios psicólogos clínicos que ev aluar an su grado de segur idad
r espect o a un per fil de per sonalidad. Se les daba el infor m e de un caso en cuat r o
par t es —basado en un ex pedient e clínico r eal— y, al acabar con cada una de las
par t es, se les pedía que cont est ar an a una ser ie de pr eguntas sobr e la per sonalidad
del pacient e, com o sus paut as de conducta, sus int ereses y sus reacciones t ípicas
ant e sucesos de la v ida; y , adem ás, que punt uar an su confianza en el acier t o de sus
r espuest as.
Con
cada
nuev a
sección
del
infor m e,
se
les
facilit aban
m ás
ant ecedent es del caso.
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A m edida que disponían de m ás infor m ación, la confianza de los psicólogos
aum ent aba, per o su pr ecisión se m ant enía al m ism o niv el. Al final, t odos los
facult at ivos m enos dos cayeron en el exceso de confianza ( es decir, que su
confianza super ó a su pr ecisión) . Y m ient r as que el niv el m edio de segur idad en sus
r espuest as subió de un 33% en la pr im er a fase a un 53% en la últ im a, el de acier t o
se m ant uvo por debaj o del 28% ( del que un 20% podía atr ibuir se a la suer t e, dado
el plant eam ient o de las pr egunt as) .
El ex ceso de confianza apar ece asociado con fr ecuencia a una falt a de efectiv idad
sim ilar y, a veces, a er r or es gr aves de j uicio. ( Supongam os que, en un cont ext o no
ex per im ent al, un m édico confía en su pr opio j uicio aunque suela equiv ocar se:
¿acaso podem os esper ar que r ecabe una segunda opinión o sugier a al pacient e que
lo haga?) Un indiv iduo con ex ceso de confianza en sí m ism o sobr ev alor a su pr opia
habilidad, desdeña dem asiado a la liger a los fact or es que no dependen de él e
infr av alor a a los dem ás, y t odo ello le llev a a r esult ados m ucho peor es que los que
obt endr ía en caso contr ar io, ya sea m et er la pat a en la r esolución de un delit o o
equivocar se en un diagnóst ico.
Est e
fenóm eno
ex per im ent ales,
se
produce
sino
cuando
const ant em ent e,
y
est án
diner o
en
j uego
no
solo
de
en
condiciones
v er dad,
car r eras
pr ofesionales o logr os per sonales. Est á dem ostrado que los agent es de bolsa
dem asiado segur os de sí m ism os obt ienen peor es r esult ados que sus colegas con
m enos confianza en su inst into: efect úan m ás operaciones y consiguen m enos
beneficios. Los ej ecut iv os del m ism o per fil sobr ev aloran sus em pr esas y r et rasan la
ofert a pública de acciones, con efectos negat ivos. Tam bién son m ás proclives a
em barcar se en fusiones en gener al y en fusiones per j udiciales en par t icular . Se ha
com pr obado que los dir ect or es generales t ienden a per j udicar los r esult ados
económ icos de sus em pr esas. Y el exceso de aut ocom placencia lleva a los
det ect iv es a em pañar sus por lo dem ás im pecables hist or iales.
El éx it o par ece t r aer consigo una t endencia a poner fin a ese proceso de capit al
im por t ancia que es no dej ar nunca de apr ender . A m enos, clar o, que esa t endencia
encuent re una r esist encia act iva y const ant e. No hay nada m ej or que la vict oria
para que dej em os de cuest ionar y poner r etos a nuestr as habilidades, com o ex ige la
lógica holm esiana.
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3 . Apr en de r a de te ct ar los sínt om a s de l e x ce so de con fia n za
El m ej or r em edio cont ra el ex ceso de confianza quizá sea saber cuándo es m ás
pr obable que aceche. Holm es, al m enos, sabe lo fácil que es que los éxit os y la
ex per iencia pasados ent urbien el r azonam ient o. Y es pr ecisam ent e esa conciencia lo
que le per m it e t ender su t ram pa m aestr a al culpable de los t rágicos sucesos de El
sabueso de los Baskerville. Cuando el sospechoso se ent era de que Sher lock Holm es
est á en el lugar, Wat son t em e que eso dificult e aún m ás su capt ura: «Sient o que lo
haya v ist o», le dice a Holm es. Per o est e no tiene clar o que lo per j udique. «Al
pr incipio t am bién lo he sent ido y o», r esponde. Per o ahora com pr ende que esa
infor m ación «puede [ ...] em pujar lo a decisiones desesper adas. Com o la m ay or
par t e de los cr im inales int eligent es, quizá confíe dem asiado en su ingenio y se
im agine que nos ha engañado por com plet o».
Holm es sabe que es fácil que hast a un cr im inal sea v íct im a de su pr opio éxit o. Est á
at ent o al indicio de la ast ucia que se cr ee dem asiado astuta, y subest im a por ello a
sus oponent es al t iem po que sobr ev alor a su pr opia for taleza. Y ut iliza esa conciencia
para capt urar al delincuent e en m ás de una ocasión, no solo en la m ansión de los
Basker ville.
Per o una cosa es r eparar en el exceso de confianza de los dem ás —o en los
elem ent os que llevan a él— y ot r a m uy dist int a, y m ucho m ás difícil, ident if icar lo en
nosot r os m ism os. De ahí las pifias de Holm es en Nor bur y . Por suer t e par a nosotr os,
no obst ant e, los psicólogos han av anzado m ucho en la ident ificación de las
condiciones en las que suele acechar est e er r or .
Tienden a pr edom inar cuat ro conj unt os de cir cunst ancias. En pr im er lugar, el
ex ceso de confianza se da con m ay or fr ecuencia fr ent e a la dificult ad, com o cuando
t enem os que j uzgar un caso en el que no hay m anera de conocer t odos los hechos.
Est o es lo que se llam a el «efect o difícil/ fácil»: t endem os a obrar con m enos
confianza ant e pr oblem as fáciles y con dem asiada ant e los difíciles. Es decir , que
infr av alor am os nuest ra capacidad para r esolv er un asunt o con éx it o cuando t odo
apunt a a que lo logr ar em os y la sobr ev aloram os cuando los indicador es se v uelv en
m ucho m enos fav orables, ya que no logram os hacer t odos los aj ust es necesar ios
ant e el cam bio de las cir cunst ancias ex t er nas. Por ej em plo, en lo que se denom ina
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«t ar ea de elección 50» —choice- 50 o C5 0, en inglés—, los suj et os deben elegir
ent re dos alt ernat ivas y, a cont inuación, valorar su confianza en la elección ent re
0,5 y 1. Los invest igador es se encuent r an una y ot ra vez con que a m edida que
aum ent a la dificult ad del j uicio, t am bién lo hace, y de for m a dr ást ica, el desfase
ent re confianza y aciert o.
Un t er r eno en que pr edom ina el efect o difícil/ fácil es la for m ulación de pr edicciones
de fut ur o: una t ar ea difícil com o la que m ás. De hecho, es im posible. Per o no
porque sea im posible dej a la gent e de int ent ar lo, ni de desar r ollar un ex ceso de
confianza en las pr edicciones que hace, basadas en sus per cepciones y ex per iencias
par t icular es. Sir v a com o ej em plo la bolsa. Es im posible pr edecir r ealm ent e la
ev olución de un det er m inado v alor. Se puede, nat uralm ent e, t ener ex per iencia, y
hast a
ser
un
ex per t o,
per o
sigue siendo
una
pr edicción
de fut ur o.
¿Tan
sor pr endent e es, pues, que la m ism a gent e que alcanza éx it os espect acular es t enga
t am bién fracasos est r epit osos? Cuant o m ás acier t a alguien, m ás pr obable es que lo
at r ibuya a su habilidad, y no a la suer t e, que for m a par t e de la ecuación en
cualquier pr edicción ( est o es cier t o para t odo t ipo de apuest as y j uegos de azar , en
r ealidad, per o en el m er cado bur sát il r esult a m ás fácil conv encer se de que uno t iene
exper iencia y buen oj o) .
En segundo lugar , el ex ceso de confianza aum ent a con la fam iliar idad. El que hace
algo por pr im era v ez t iende a ir con pies de plom o. Per o cuando lo ha hecho m uchas
v eces, es cada v ez m ás pr obable que confíe en su habilidad y se v uelv a
aut ocom placient e, aunque cam bien las circunst ancias ( ¿quién no se ha cruzado con
un conduct or t em erario?) . Si nos ocupam os de t areas t rilladas, nos sent im os en
t er r eno seguro y t endem os a cr eer que no nos hace falt a ser t an pr udent es com o si
pr obáram os con algo nuevo o que no hem os vist o nunca. Un ej em plo clásico es el
est udio de Ellen Langer que indicaba que las per sonas son m ás pr ocliv es a sucum bir
a la ilusión del cont r ol ( una facet a del exceso de confianza que nos lleva a cr eer que
t enem os un m ayor dom inio del ent orno del que en realidad t enem os) j ugando a una
lot er ía conocida que a una que desconocían.
Es lo m ism o que hem os com ent ado sobr e la for m ación de hábit os. Cada v ez que
r epet im os algo, nos fam iliar izam os m ás con ello, y nuest r as acciones se hacen m ás
inst int iv as, por lo que es m ás fácil que dej em os de poner la debida at ención y
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conciencia en lo que hacem os. Es dudoso que Holm es pudier a incur r ir en un er r or
com o el de «La car a am ar illa» en sus inicios. Result a significat ivo que la hist or ia se
sit úe hacia el final de su car r era, y que en pr incipio par ezca sim ilar al t ípico caso de
chant aj e, de los que ha vist o m uchos. Y eso que Holm es conoce bien los peligros de
la fam iliar idad, al m enos t r at ándose de ot r os. En la av ent ur a «La inquilina del v elo»,
descr ibe la exper iencia de una par ej a que había dado de com er a un león dur ant e
dem asiado t iem po. «En la inv est igación se dij o que el león ya había dado algunas
señales de peligr osidad, per o, com o suele suceder , la fam iliar idad conduce al
descuido, y nadie pr est ó m ucha at ención.» Holm es no t iene m ás que aplicar se esa
lógica a sí m ism o.
En t er cer lugar , el ex ceso de confianza aum ent a con la infor m ación. Cuant o m ás
sabem os de un asunt o, m ás fácil es que pensem os que podem os m anej ar lo aunque
la infor m ación adicional no suponga una apor t ación significat iv a a nuest r os
conocim ient os. Es exact am ent e el m ism o efect o que observábam os ant es a
pr opósit o de los psicólogos clínicos que em it ían j uicios sobr e un caso: cuant a m ás
infor m ación tenían sobr e el hist or ial del pacient e, m ás seguros est aban de la
pr ecisión de su diagnóst ico, per o m enos gar ant izada est aba esa confianza. En
cuant o a Holm es, cuando viaj a a Nor bur y t iene conocim ient o de un sinfín de
det alles, per o t odos ellos le llegan filt r ados por el punt o de v ist a del señor Munr o,
que a su v ez ignor a los m ás im por tant es. Y, sin em bar go, t odo par ece t ener
per fect o sent ido. La t eor ía de Holm es ex plica, sin duda, t odos los hechos; los
hechos conocidos, clar o est á. Per o el det ect iv e no calibr a la posibilidad de que t oda
esa infor m ación de la que dispone, que es m ucha, no dej e de ser infor m ación
select iv a. Dej a que su v olum en sofoque lo que deber ía ser una llam ada a la
pr udencia: que sigue sin saber nada del actor pr incipal, el que podr ía pr oporcionar le
la infor m ación m ás sust ancial, la señor a Munr o. Com o de cost um br e, cant idad no
equiv ale a calidad.
Por últ im o, el exceso de confianza cr ece con la acción. A m edida que nos
involucr am os, nos sent im os m ás segur os de lo que hacem os. En ot r o est udio
clásico, Langer obser v ó que, j ugando a car a o cr uz, los suj et os se sent ían m ás
capaces de acer t ar si t ir aban ellos la m oneda al air e que si la t ir aban ot r os, pese a
que, obj et iv am ent e, eso no afect a a las pr obabilidades. En el m ism o sent ido,
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quienes elegían un billet e de lot er ía per sonalm ent e confiaban m ás en que les
sonr ier a la for t una que si el billet e se lo elegía ot ra per sona. Y en el m undo r eal, el
efect o es igual de pr onunciado. Tom em os una vez m ás el caso de los agent es de
bolsa. Cuant as m ás operaciones efect úan, m ás t ienden a confiar en su habilidad
para obt ener beneficios. Con la consecuencia de que se exceden en el núm er o de
oper aciones, socav ando así sus éx it os pr ev ios.
Per o hom br e pr ev enido vale por dos. Ser conscient e de est os elem ent os puede
ay udar nos a contr apesar los. Con lo que v olv em os al m ensaj e del pr incipio del
capít ulo: debem os seguir apr endiendo. Lo m ej or que podem os hacer es adm it ir que
t am bién nosot r os, inev it ablem ent e, acabar em os tr opezando, ya sea por que nos
est anquem os o por que caigam os en el ex ceso de confianza, dos er r or es casi
opuest os per o m uy r elacionados (digo «casi» por que el ex ceso de confianza cr ea
una ilusión de m ovim ient o, a diferencia del est ancam ient o; per o el m ovim ient o en sí
m ism o no nos lleva necesar iam ent e a ningún sit io) . Y, adm it ido est o, debem os
seguir apr endiendo.
Hacia el final de «La cara am ar illa», Holm es t iene un últ im o m ensaj e par a su
com pañer o: «Wat son [ ...] , si en alguna ocasión le par ece que y o m e m uest r o
dem asiado confiado en m is facult ades o si dedico a un caso un esfuer zo m enor del
que se m er ece, t enga ust ed la am abilidad de cuchichearm e al oído la palabra
Nor bur y y le quedar é infinit am ent e agr adecido». Holm es t enía r azón en una cosa:
hizo m uy bien en acept ar el caso. Todos, hast a los m ej or es —y ellos m ás que
nadie— necesit am os un r ecor dat or io de nuest r a falibilidad y nuest r a capacidad par a
llam ar nos a engaño y est r ellar nos con t oda nuest r a segur idad a cuestas.
4 . Y a hor a la bu e na n ot icia : n un ca es t a r de pa r a se gu ir a pre n die n do, ni
siqu ier a de spué s de dej a r de h a ce r lo
Abr íam os el capít ulo con «El Cír culo Roj o», el t r iunfo de Holm es en m at er ia de
educación perm anent e. ¿En qué año t iene lugar esa hazaña de cur iosidad per enne y
deseo const ant e de seguir desafiando a su m ent e con casos e ideas nuev os y m ás
difíciles? En 1902. 4 ¿Y «La car a am ar illa», en que la confianza en sí m ism o vence a
4
Todos los casos, así com o la cron ología de la v ida de Holm es, est án t om ados de la com pilación de Leslie Klinger
The New Annot at ed Sherlock Holm es, W. W. Nor t on, Nu ev a York, 2004 ( t rad. cast . vol. I I I : Sherlock Holm es
anot ado, Madrid, Akal, 2009) .
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esa m ism a urgencia educat iv a del gran det ect iv e? En 1888. Saco a colación est a
cr onología para subray ar un elem ent o obv io, per o absolut am ent e capit al de la
m ent e hum ana: nunca dej am os de aprender. El Holm es que acept ó el caso de un
inquilino m ist er ioso y acabó enr edado en una saga de sociedades secr et as y r edes
delict iv as int er nacionales ( pues ese es el significado del «Cír culo Roj o»: un sindicat o
del cr im en it aliano r esponsable de m uchos delit os) ya no es el m ism o Holm es que
incur r ió en er r or es apar ent em ent e t or pes en «La cara am ar illa».
Puede que Holm es t enga sus Norbur ys. Per o ha decidido apr ender de ellos par a
llegar a pensar m ej or , per feccionando sin t r egua una m ent e que ya par ece
per spicaz com o ninguna. Tam poco los dem ás dej am os nunca de apr ender , seam os
o no conscient es de ello. En la época de «El Cír culo Roj o», Holm es t enía cuar ent a y
ocho años. Una edad en que, desde un punt o de v ist a t r adicional, podr ía par ecer nos
incapaz ya de cualquier cam bio profundo, al m enos en el nivel cer ebr al m ás básico.
Hasta m uy r ecient em ent e, se consider aba que la década de los veint e er a la últ im a
en la que podían t ener lugar cam bios neur ológicos sust anciales, el punt o en que
nuest r as conex iones neur onales quedan m ás o m enos fij adas. Pero nuev as pr uebas
apunt an
a
una
apr endiendo,
r ealidad
com plet am ente
dist int a.
No
solo
podem os
seguir
sino que nuest ra m ism a est r uct ur a cer ebral puede cam biar y
desarr ollar se en for m as m ás com plej as m ucho m ás allá de esa fr ont era, y hast a
edad m uy av anzada.
En cier t o est udio, se enseñaba a adult os, dur ant e t r es m eses, a hacer m alabar es
con t r es pelot as. A ellos y a un gr upo par ej o de adult os que no r ecibier on
ent r enam ient o alguno ni t enían esa habilidad,
se les pr acticar on escáner es
cer ebr ales en t r es m om ent os: ant es de com enzar con las pr áct icas, cuando
adquir ier on cier t o dom inio de los m alabares ( concr et am ent e, cuando conseguían
sost ener las bolas un m ínim o de sesent a segundos) y al cabo de t r es m eses de que
alcanzaran ese punt o, per íodo durant e el cual se les pidió que dej ar an t ot alm ent e
de pract icar. En un pr incipio, no había difer encias en la sustancia gr is de
m alabar ist as y no m alabar ist as. Sin em bargo, par a cuando los pr im eros alcanzaban
a dom inar el j uego, se había pr oducido un cam bio clar o: su sustancia gr is había
aum ent ado bilat er alm ent e ( es decir , en am bos hem isfer ios) en la r egión t em poral
m edia
y
en
el
sur co
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int r apar iet al
post er ior
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izquier do,
ár eas
asociadas
al
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pr ocesam ient o y r et ención de infor m ación visual com plej a del m ovim ient o. No solo
est aban apr endiendo los m alabar ist as: t am bién sus cer ebr os, y a un niv el m ás
básico de lo que se cr eía posible ant er ior m ent e.
Es m ás: esos cam bios neur ológicos pueden pr oducir se m ucho m ás r ápido de lo que
pensam os. En ot r o est udio, los invest igador es enseñar on a un gr upo de adult os a
difer enciar cat egor ías nuev as, definidas y baut izadas par a la ocasión, de dos color es
—ver de y azul— a lo largo de dos horas ( eligier on cuat r o t onos que podían
dist inguir se v isual per o no léx icam ent e y les asignar on nom br es ar bit r ar ios) . Y
obser v ar on un aum ent o del v olum en de sust ancia gr is en una r egión del cór t ex
visual, la V2/ 3, que int er viene en la visión cr om át ica. De m odo que el cer ebr o, en
solo dos hor as, ya se m ost raba r ecept ivo a est ím ulos y apr endizaj es nuevos, en un
nivel est ruct ural profundo.
I ncluso algo t r adicionalm ent e consider ado pr opio de los j óv enes —la capacidad de
apr ender idiom as nuev os— sigue m odificando la m or fología cer ebr al hast a edades
avanzadas. A un gr upo de adult os que asist ieron a un cur so int ensivo de nueve
m eses de chino m oder no, se les r eor ganizó pr ogr esiv am ent e la sust ancia blanca
cer ebr al ( según m ediciones m ensuales) en las ár eas del lenguaj e del hem isfer io
izquier do y en las cor r espondient es del der echo, así com o en el genu ( ext r em o
ant er ior ) del cuer po calloso, la r ed de fibr as neur onales que conect a los dos
hem isfer ios, del que y a hablam os a pr opósit o de los pacient es con el cer ebr o
seccionado.
No digam os ya la r eorganización que tiene lugar en casos ex t r em os, com o cuando
alguien pier de la v ist a o la funcionalidad de alguna ex t r em idad o sufr e otr os
cam bios cor por ales drást icos. Ár eas ent er as del cer ebr o son r easignadas a funciones
nuev as, asum iendo el legado de la facult ad per dida de m aneras int r incadas e
innovadoras. Lo que nuest r o cer ebr o es capaz de apr ender a hacer es poco m enos
que un m ilagr o.
Per o hay m ás. Par ece claro a est as alt ur as que, con pr áct ica y persev er ancia, hast a
los ancianos pueden inver t ir signos de decadencia cognit iv a que ya se han
m anifest ado. El énfasis lo añado de pura em oción. ¡Qué asom br oso, pensar que
aunque hayam os sido per ezosos t oda la vida aún som os capaces de m ar car una
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difer encia sust ancial y r epar ar un daño que y a est á hecho, con solo aplicar nos a ello
y r ecor dar la lección m ás perdur able de Sher lock Holm es!
Todo est o t iene, natur alm ent e, su lado negat iv o. Si el cer ebr o puede seguir
apr endiendo —y cam biando a m edida que apr endem os— dur ant e t oda la v ida,
puede t am bién seguir desapr endiendo. Consider em os lo siguient e: en el est udio de
los m alabar es, llegado el m om ent o del t er cer escáner , la ex pansión de la sust ancia
gr is, que tan pronunciada er a tr es m eses ant es, había m enguado dr ást icam ent e. ¿Y
t odo aquel ent r enam ient o? Sus efect os habían em pezado a deshacer se a t odos los
niv eles, pr áct ico y neur onal. ¿Qué significa eso? Que nuest r os cer ebr os apr enden
seam os o no conscientes de ello. Si no est am os reforzando conexiones, las est am os
per diendo.
Nosot r os podem os poner punt o final a nuest r a educación, si así lo decidim os. El
cer ebr o, nunca. Seguir á r eaccionando al uso que quer am os dar le. La difer encia no
est á ent r e apr ender o no, sino en qué y cóm o. Podem os apr ender a ser pasiv os, a
abandonar nos, en definit iv a, a no apr ender , com o igualm ent e a ser cur iosos, a
buscar ,
a
seguir
apr endiendo
cosas
que
igual
ni
siquier a
sabíam os
que
necesit ábam os saber . Si seguim os el consej o de Holm es, enseñar em os al cer ebro a
est ar act ivo. Si no, si nos dam os ya por sat isfechos, si llegam os a un punt o en que
decidim os que y a no necesit am os m ás, le enseñar em os lo cont rar io.
Cit a s
« ¡Es cosa para la policía, señor Holm es! ...», «Es el ar t e por el
ar t e», de Su últ im a r everencia, « El Cír culo Roj o».
«Venga inm ediat am ent e si no hay algún obst áculo...», «Com o
inst it ución, era yo igual que el violín, el t abaco fuer t e de hebr a, la
viej a pipa...», de Las m em or ias de Sher lock Holm es, «El j or obado».
«O m ucho m e equivoco o hay en el fondo un caso de chantaj e», de
Las m em or ias de Sher lock Holm es, «La cara am arilla».
«Com o la m ayor par t e de los cr im inales int eligent es, quizá confíe
dem asiado en su ingenio...», de El sabueso de los Bask er ville,
capít ulo 12: «Muer t e en el páram o».
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Pa r te I V
La cien cia y e l a rt e de l a u tocon ocim ien t o
Ca pít u lo 7
El de sv án din ám ico: a t an do ca bos
Con t en ido:
1. Conveniencia de llevar un diar io
Cit as
En las pr im er as páginas de El sabueso de los Basker ville, Wat son ent r a en la sala de
est ar del 221B de Bak er St r eet y se encuent r a el bast ón que se ha dej ado olv idado
un t al Jam es Mor t im er . Aprovecha la ocasión par a int ent ar poner en práct ica los
m ét odos de Holm es y ver qué puede deducir sobr e el m édico por el aspect o del
bast ón, per o su am igo int er r um pe sus cav ilaciones.
«Veam os, Watson, ¿a qué conclusiones llega?», pr egunta Holm es.
Wat son se queda pasm ado. Holm es est á de espaldas a él, sent ado en la m esa del
desayuno. ¿Cóm o ha podido saber lo que est aba haciendo o pensando? ¿Es que
t iene oj os en el cogot e?
Tam poco es eso, le dice Holm es: «Lo que t engo, m ás bien, es una r elucient e
cafet er a con baño de plat a delant e de m í. [ ...] Vam os, Wat son, dígam e qué opina
del bast ón de nuest r o visit ant e —le insist e—. Descr íbam e al propiet ar io con los
dat os que le hay a pr opor cionado el ex am en del bast ón».
Wat son acepta el r et o depor t iv am ent e y hace lo que puede por im it ar el m ét odo
habit ual de su cam arada: «Me par ece que el doct or Mor tim er es un m édico ent r ado
en años y pr est igioso que disfr uta de gener al est im ación, puest o que quienes lo
conocen le han dado est a m uest r a de su apr ecio —com ienza diciendo—. Tam bién
m e par ece m uy probable que sea m édico r ur al y que haga a pie m uchas de sus
v isit as».
Lo pr im er o par ece en pr incipio bast ant e r azonable, per o ¿cóm o ha deducido Wat son
lo segundo? «Porque est e bast ón, pese a su ex celent e calidad, est á t an baquet eado
que difícilm ent e im agino a un m édico de ciudad llev ándolo», dice.
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« ¡Un razonam ient o per fect o! —ex clam a Holm es, com placido—. ¿Y qué m ás?»
«Y adem ás no hay que olv idar se de los “ am igos de CCH” —añade Wat son,
obser v ando la inscr ipción del bast ón—. I m agino que se tr at a de una asociación local
de cazador es [ atr ibuyendo la H a la inicial de hunt , “ caza” en inglés] , a cuyos
m iem br os es posible que haya at endido profesionalm ent e y que le han ofr ecido en
r ecom pensa est e pequeño obsequio.»
«A decir v erdad se ha super ado ust ed a sí m ism o», r esponde Holm es. Y a
cont inuación alaba a Wat son por ser «un buen conduct or de la luz», para concluir su
panegír ico con est as palabras: «He de r econocer , m i quer ido am igo, que est oy m uy
en deuda con ust ed».
¿Ha descubier t o Wat son por fin el t r uco? ¿Ha llegado a dom inar el pr oceso lógico de
Holm es? Bueno, al m enos, por un m om ento, puede r egodear se con sus halagos. Es
decir , hasta que Holm es coge a su vez el bast ón y com ent a que «hay sin duda una
o dos indicaciones [ ...] que sir v en de base par a var ias deducciones».
« ¿Se m e ha escapado algo? —pr egunta Wat son con cier t a pr esunción—. Confío en
no haber olv idado nada im por t ant e.»
No exact am ent e. «Mucho m e t em o, m i querido Wat son, que casi t odas sus
conclusiones son falsas —le dice Holm es—. Cuando he dicho que m e ha servido
ust ed de est ím u lo m e r efer ía, si he de ser sincer o, a que sus equivocaciones m e han
llev ado en ocasiones a la v er dad. Aunque t am poco es cier t o que se haya equiv ocado
ust ed por com plet o en est e caso. Se t r at a sin duda de un m édico r ural que cam ina
m ucho.»
Wat son int erpr et a est o en el sent ido de que, en definit iva, est aba en lo ciert o en
cuant o a los hechos. Y así es, per o solo en la m edida en que esos dos det alles er an
cor r ect os. Ahor a bien, ¿puede decir se que est á en lo cier t o si no ha sabido ver la
sit uación en su conj unt o?
Según Holm es, no. Él sugier e, por ej em plo, que las siglas CCH de la inscr ipción
cor r esponden m ás pr obablem ent e al Char ing Cross Hospit al ant es que a cualquier
club local de caza, y que de ahí se der iv ar ían num er osas infer encias. ¿Cóm o
cuáles?, se pregunt a Wat son.
« ¿No se le ocur r e alguna de inm ediat o? —pr egunta Holm es—. Ust ed conoce m is
m ét odos. ¡Aplíquelos! »
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Y con esa fam osa apelación, o, digam os, desafío, Holm es se em bar ca en su pr opio
t our de for cé lógico, que concluye con la llegada del doct or Mor t im er en per sona,
seguido del spaniel de pelo r izado cuya exist encia acababa de deducir .
Est a br ev e char la r eúne t odos los elem ent os del enfoque cient ífico del r azonam ient o
a cuy a ex plor ación hem os dedicado est e libr o, y nos sir v e de punt o de par t ida casi
ideal para discut ir cóm o se com binan para hacer em er ger el pr oceso lógico en su
conj unt o... y cóm o podem os quedar nos en el int ent o. Ese bast ón ilust ra por igual la
for m a corr ect a de pensar y en qué se puede fallar . Pone de m anifiest o la línea
div isor ia ent r e t eor ía y práct ica, entr e saber cóm o debem os razonar y llev ar lo a la
pr áct ica con éx it o.
Wat son ha vist o a Holm es en acción en cient os de ocasiones, y, sin em bargo,
cuando se t r at a de aplicar él m ism o el pr oceso, no lo consigue. ¿Por qué? Y ¿cóm o
hacem os para lograr lo con m ás for t una que él?
1. CONOCERSE UNO MI SMO Y CONOCER EL ENTORNO
Em pecem os, com o siem pr e, con lo m ás elem ent al. ¿Qué apor t am os nosot r os a una
sit uación? ¿Cóm o
la
valoram os
ant es incluso
de
com enzar
el
proceso
de
obser v ación?
Para Wat son, esa pr egunt a em pieza con un bast ón: «Sólido, de m adera de buena
calidad y con un abult am ient o a m odo de em puñadur a, er a del t ipo que se conoce
com o “ abogado de Penang” », y que es «ex act am ent e la clase de bast ón que solían
llev ar los m édicos de cabecer a a la ant igua usanza: digno, sólido y que inspir aba
confianza». La pr im er a par t e, la descr ipción de las cualidades ex t er nas del bast ón,
est á m uy bien. Per o exam inem os det enidam ent e la segunda: ¿es r ealm ent e
obser v ación, o se par ece m ás a una deducción?
Apenas ha em pezado Wat son a descr ibir el bast ón y ya est á dej ando que sus
concepciones personales nublen su percepción; sus experiencias part iculares, su
biogr afía y sus punt os de vist a encaj onan su r azonam ient o sin que él lo advier t a. El
bast ón ya no es solo un bastón. Es el bastón de un m édico de cabecer a de la viej a
escuela, con t odas las im plicaciones que se der iv an de esa conex ión. La im agen que
ha conj urado inm ediat am ent e t eñir á y a t odas las deducciones que haga a par t ir de
ahí, y él no ser á conscient e de ello siquier a. De hecho, ni cont em pla la posibilidad
de que CCH sean las siglas de un conocido hospit al, en el que, siendo m édico, podía
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haber r eparado fácilm ent e, si no se hubier a ido por la t angent e del m édico r ur al
pasándola t otalm ent e por alt o.
He ahí el m ar co, o pr eact iv ador inconscient e, en t oda su glor ia. Y ¿quién sabe qué
ot r os pr ej uicios, est er eot ipos y dem ás de los que se am ont onan en las esquinas del
desván cer ebral de Wat son ar rast rará t r as de sí? Él no, desde luego. Per o de algo
podem os est ar segur os: cualquier r egla heur íst ica —o r egla gener al, com o r ecordar á
el lect or — que acabe afect ando a sus conclusiones finales t endr á pr obablem ent e su
or igen en est a ir r eflex iva valor ación inicial.
Holm es, por su par t e, ent iende que siem pr e hay un paso pr evio ant es de ex plot ar
t odo el pot encial de nuest r a m ent e. A difer encia de Wat son, no se pone a obser v ar
sin r eparar especialm ent e en lo que hace, sino que tom a las r iendas del pr oceso
desde un principio, que es bastant e ant es del bast ón en sí. Se em papa del conj unto
de la sit uación —el m édico, el bast ón y t odo— ant es de com enzar con la
obser v ación detallada del obj et o de int er és en sí m ism o. Y, par a ello, hace algo m ás
pr osaico de lo que a Wat son le cabr ía im aginar : m ir ar en el pulido baño de plata de
una cafet er a. No le hace falt a r ecur r ir a sus habilidades deduct iv as cuando cuent a
con una super ficie r eflect ant e; ¿par a qué der r ochar las sin necesidad?
De igual for m a debem os nosot r os m ir ar alrededor , a v er si hay un espej o dispuest o
para nosotr os, ant es de lanzar nos de cabeza sin pensár noslo, y ser v ir nos ent onces
de él par a hacer nos una idea cabal de t oda la sit uación, en vez de dej ar que la
m ent e se pr ecipit e at olondr adam ent e a t irar a saber de qué m at er iales de nuest r o
desván sin que seam os conscient es de ello y fuera de nuest ro cont rol.
Exam inar nuest ro ent orno significa cosas dist int as según las elecciones que
hagam os. Par a Holm es, consist ía en obser v ar la habit ación, las acciones de Watson
y una cafet er a que t enía m uy a m ano. Sea la sit uación que sea, podem os est ar
segur os de que r equer ir á un m om ent o de pausa antes de sum er gir nos en ella.
Nunca debem os olv idar nos de m ir ar a nuest r o alr ededor ant es de lanzar nos a
act uar, ni al iniciar el pr oceso lógico holm esiano. Ya que, en definit iva, det ener se a
r eflex ionar const it uy e el pr im er paso de ese pr oceso. Es el punt o cer o de la
obser v ación. Ant es de em pezar a r eunir det alles, nos hace falt a saber qué det alles
quer em os reunir , si es que los hay.
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Recordém oslo: t ener una m ot ivación conscient e es im port ant e. Y m ucho. Tenem os
que t ener clar os nuest ros obj et ivos con ant elación. Que ellos nos digan cóm o
debem os pr oceder . Que nos aclar en a qué debem os aplicar nuest r os v aliosos
recursos
cognit ivos.
Nos
conviene
pensárnoslos
bien,
ponerlos por
escrit o,
asegurar nos de que est én lo m ás definidos posible. A Holm es no le hace falt a t om ar
not as, clar o, per o a la m ay or ía de nosot r os sí; al m enos, para las elecciones
v er dader am ent e im por tant es.
Nos ayudar á a aclar ar
cuáles son los punt os
fundam ent ales antes de em bar car nos en nuest r a av ent ura lógica: ¿qué pr et endo
conseguir ? ¿Y qué im plicaciones t iene ese obj et ivo para m i post erior proceso
r eflex ivo? No m ir ar es garant ía segur a de no encont r ar . Y, para encontr ar, pr im er o
hem os de saber dónde m ir ar.
2. OBSERVAR DE UNA MANERA METI CULOSA Y REFLEXI VA
Wat son, cuando ex am ina el bast ón, se fij a en su t am año y peso. Tam bién r epar a en
el r em at e baquet eado de la punt a, sínt om a de paseos fr ecuent es por t er r enos m ás
bien agr est es. Por últ im o, m ira la inscripción, CCH, y con ello concluye sus
obser v aciones, m ás confiado que nunca en que no se le ha escapado nada.
Holm es, por su par t e, no est á tan seguro. Para em pezar , no lim it a el cam po de su
obser v ación al bast ón com o obj et o físico; al fin y al cabo, el obj et ivo or iginal, el
m ar co est ablecido en el pr im er paso del pr oceso, era av er iguar algo sobr e su
pr opiet ar io. «Solo una per sona dist r aída dej a el bast ón en lugar de la t ar j et a de
visit a después de esper ar una hora», le dice a Wat son. Y es que, efect ivam ent e, se
lo ha dej ado. Wat son lo sabe, por supuest o. Y, sin em bar go, no llega a saber lo.
Lo que es m ás, el bast ón cr ea su pr opio cont ex t o, su pr opia v er sión de la hist or ia
del pr opiet ar io, por así decir lo, en vir t ud de la inscr ipción. Per o m ient r as que
Wat son,
inconscient em ent e solo
lee CCH a
tr avés del pr ism a de
su
idea
pr econcebida del m édico r ur al, Holm es com pr ende que hay que consider ar la en sus
pr opios t ér m inos, sin suposiciones pr ev ias, y que, a esa luz, cuent a su pr opia
hist or ia. ¿Por qué se r egala un bastón a un m édico? O, com o lo ex pr esa Holm es: «
¿En qué ocasión es m ás pr obable que se hicier a un r egalo de esas car act er íst icas?
¿Cuándo se habr án puest o de acuerdo sus am igos para dar le esa pr ueba de
afect o?». Ese es el punt o de par t ida suger ido por un ex am en genuino —no last r ado
por pr ej uicios— del bastón, y apunt a a unos ant ecedent es que pueden infer ir se
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m ediant e la deducción m et iculosa. El cont ext o es una part e int egral de la sit uación,
no algo accesor io que pueda t om ar se o dej ar se.
En cuant o al bast ón en sí m ism o, tam poco el bueno de Wat son lo ha obser vado con
t ant o esm ero com o debiera. De ent rada, apenas le echa un v ist azo, en t ant o que
Holm es « [ ...] lo exam inó durant e unos m inut os. Luego, com o si algo hubiera
desper t ado especialm ent e su int er és, dej ó el cigar r illo y se t r asladó con el bast ón
j unt o a la vent ana, para exam inarlo de nuevo con una lent e convexa» . Un escr ut inio
m ás det enido, desde var ios ángulos y con div er sos enfoques. Es m enos rápido que
el m ét odo de Wat son, desde luego, per o m ás concienzudo. Y aunque pueda r esult ar
que t ant o esm er o no se v ea r ecom pensado con nuev os det alles, a pr ior i es
im posible saber lo, o sea que, si hem os de obser v ar com o es debido, no podem os
perm it irnos el ahor rárnoslo ( aunque, nat uralm ent e, nuest ra vent ana y nuest r a lent e
conv ex a puedan ser m et afór icas, sin dej ar por eso de im plicar un gr ado m ás de
m et iculosidad y m ás t iem po dedicado a la consider ación del pr oblem a) .
Wat son obser v a el t am año del bast ón y lo baquet eado del r em at e, cier t o. Per o no
se fij a en las ev ident es m ar cas de m ordiscos de la par t e cent ral. ¿Mar cas de dient es
en un bast ón? No es que haga falt a un act o de fe par a deducir de ahí la ex ist encia
de un per r o que lo ha llev ado ent r e las fauces, y m uchas v eces, det r ás de su am o
( com o, de hecho, hace Holm es) . Eso t am bién es par t e de la obser vación, y de la
hist or ia com plet a del doct or Mor t im er . Más aún, com o señala el det ect iv e a su
am igo, el t am año de las m andíbulas del per r o se ev idencia en el espacio que separa
las m ar cas, lo que per m it e hacer se una idea del t ipo de per r o que podr ía ser. Eso,
por supuest o, y a es adelant ar se a hacer deducciones, per o no ser ía posible en
absolut o sin haber r econocido los det alles necesar ios y anot ado m ent alm ent e su
significado pot encial par a nuest ro obj et iv o final.
3. I MAGI NAR SI N OLVI DAR RECLAMAR EL ESPACI O QUE QUI ZÁ NO CREEMOS
NECESI TAR
Tr as la obser v ación, llega ese espacio de cr eat iv idad, el m om ent o de r eflex ionar y
dej ar v olar la im aginación. Es esa pausa m ent al, ese pr oblem a de tr es pipas, ese
int er ludio del v iolín o la óper a o la v isit a al m useo de ar t e, ese paseo, esa ducha,
ese saber que nos obliga a dist anciar nos de la inm ediat ez de la sit uación ant es de
v olv er a av anzar.
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Hay que decir , en descar go de Wat son, que t am poco es que él t enga t iem po de
hacer una pausa: Holm es le ha puest o en un apr iet o, r et ándole a aplicar los
m ét odos det ect iv escos para infer ir lo que pueda de las im plicaciones de que las
siglas CCH cor r espondan al Char ing Cr oss Hospit al y no a algún club de caza.
Difícilm ent e se podr ía esper ar de él que se det uv ier a a fum ar un cigar r illo y t om ar se
un coñac.
Sin em bar go, sí que podr ía hacer algo un poco m enos ex t r em o, pero m ucho m ás
indicado para un pr oblem a de m agnit ud m uy infer ior a la r esolución de un cr im en. A
fin de cuent as, no t odo va a ser un problem a de tr es pipas. Puede que bast e
dist anciar se en un sent ido m ás m et afór ico. Tom ar dist ancia m ent al, parar se a
r eflex ionar , r econfigurar y r eint egr ar la infor m ación dur ant e un r at o bastant e m ás
br eve.
Per o Wat son no hace nada por el est ilo. Ni siquier a se concede t iem po par a pensar
cuando Holm es le inst a a hacer lo: r esponde sin m ás que solo puede sacar «la
conclusión ev ident e», per o que no se le ocur r e nada m ás.
Com par em os la form a en que abordan la cuest ión Wat son y Holm es. Wat son se
lanza de cabeza: de la obser v ación del peso y la for m a del bast ón a la im agen de un
m édico de la v iej a escuela, de CCH a No- Sé- Qué- de- Caza, del baquet eado r egat ón
de hier r o a la m edicina r ur al, de Char ing Cr oss al t r aslado de la ciudad al cam po, y
se
acabó.
Holm es,
en
cam bio,
se
t om a
bast ant e
m ás
t iem po
ent r e
sus
observaciones y sus conclusiones. Recordem os que, en prim er lugar , escucha a
Wat son; luego, exam ina el bast ón; ent onces, vuelve a hablar con Wat son; y
cuando, finalm ent e, em pieza a desgranar sus pr opias conclusiones, no lo hace de un
t ir ón, sino que se v a plant eando pr egunt as, pr egunt as que sugier en div er sas
r espuest as,
ant es
de
decidir se
por
una
posibilidad.
Cont em pla
dist int as
perm ut aciones ( ¿t endr ía el doct or Mor t im er una consult a con m ucha client ela
cuando est aba en Londr es?, ¿era ciruj ano o m édico int erno?, ¿un est udiant e
posgr aduado?) , y luego consider a cuál es la m ás pr obable a la luz de las ot ras
obser v aciones. No deduce. Más bien, r eflex iona y j uega con dist int as opciones.
Pr egunt a y cav ila. Solo después em pieza a for m ar se sus conclusiones.
4. DEDUCI R ÚNI CAMENTE A PARTI R DE LO OBSERVADO
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A par t ir del bast ón, Wat son deduce que per t enece a «un m édico ent r ado en años y
pr est igioso que disfr ut a de gener al est im ación», a un «m édico r ural y que haga a
pie m uchas de sus v isit as» y «que hay a at endido [ quir úr gicam ent e] » a m iem br os
de un club de caza local ( del que habr ía r ecibido el bast ón susodicho) . Y, a par t ir del
m ism o bast ón, Holm es deduce que es de un ant iguo «ciruj ano o m édico int erno»
del Char ing Cross Hospit al, «un joven que no ha cum plido aún la tr eint ena, afable,
poco am bicioso, dist r aído, y dueño de un per r o por el que sient e gr an afect o» —m ás
bien un spaniel de pelo r izado—, que r ecibió el bast ón con ocasión de su t raslado
del hospit al al cam po. El m ism o punt o de par t ida, deducciones t ot alm ent e dist int as
( con la sola int er sección de un m édico r ur al que cam ina m ucho) . ¿Cóm o llegan dos
personas a conclusiones t an dist int as enfrent adas a un problem a idént ico?
Wat son ha hecho dos deducciones cor r ectas: que el bast ón per t enece a un m édico
r ur al y que ese m édico hace m uchas de sus visit as a pie. Per o ¿por qué de edad
av anzada y que goza de est im ación gener al? ¿De dónde salió esa im agen del
escr upuloso y abnegado m édico de fam ilia? No de obser v ación concr et a alguna.
Wat son la sacó de una cr eación de su m ent e, de su pr im era im pr esión de que el
bast ón er a ex act am ent e del t ipo «que solían llev ar los m édicos de cabecer a a la
ant igua usanza: digno, sólido y que inspir aba confianza».
El bast ón en sí no es nada de eso, apar t e de sólido. No es m ás que un obj et o que
incor pora cier t as señales. Per o Wat son le asigna de inm ediat o una hist or ia. Ha
desper t ado en él r ecuer dos que nada t ienen que v er con el caso que le ocupa, sino
que son piezas suelt as del m obiliar io de su desv án que se han act iv ado a causa de
pr ocesos de m em or ia asociat iv a de los que el pr opio Wat son apenas es conscient e.
Lo m ism o vale para el club de caza. Tan cent r ado est á el buen doct or en su
im aginar io m édico r ural ilust r e y vener able que le par ece lo m ás lógico del m undo
que su bast ón fuer a r egalo de un club de caza, a cuy os m iem br os, nat uralm ent e,
habr ía pr est ado el doct or Mor t im er alguna asist encia quir úr gica. Wat son, en
r ealidad, no puede aclarar qué ir r efut ables pasos lógicos ha seguido para est as
deducciones. Son fr ut o de su at ención select iv a y de la im agen del m édico r ur al que
ex ist e solo en su im aginación. Siendo un anciano hom br e de fam ilia de pr esencia
t r anquilizadora, el doct or Mor t im er ser ía, nat ur alm ent e, m iem br o de un club de caza
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local, y adem ás dispuest o siem pr e a prest ar su asist encia. ¿Quir úr gica? ¡Qué
m enos! Un hom br e de su t alla y r efinam ient o t iene por fuer za que ser cir uj ano.
Adem ás, se le han pasado com plet am ent e por alt o las siglas MRCS yuxt apuest as al
nom br e de Mor t im er ( algo que est e m ism o ev idenciar á luego al cor r egir a Holm es
cuando se dir ige a él com o «doct or»: «No soy doct or ; t an solo un m odest o MRCS») :
un añadido que desm ient e la est at ur a que el hom br e ha alcanzado en la
im aginación desbocada de Wat son 5 . Y no ha pr est ado la m enor at ención, com o ya
hem os com ent ado, al sim ple hecho de que se olv idar a el bast ón en la salit a, así
com o de dej ar
una t ar j eta de v isit a.
Su m em or ia,
en est e caso,
es t an
descuidadam ent e select iva com o su at ención: después de t odo, sí que leyó «MRCS»
al ex am inar el bast ón; solo que ese dat o fue eclipsado del t odo por los det alles que
su m ent e apor t ó por su cuent a a par t ir de la t ipología del bast ón en sí. De la m ism a
for m a que obser v ó ant es que nada que el dueño del bast ón se lo había olv idado la
noche ant er ior , per o t am bién est o se le fue de la cabeza, descar t ado com o un hecho
no m er ecedor de at ención.
La v er sión de Holm es, m uy al cont rar io, pr oviene de un pr oceso de pensam ient o
t ot alm ent e dist int o, plenam ent e conscient e de sí m ism o y de la inform ación que
m anej a, y que busca incor por ar t odas las pr uebas, no solo fr agm ent os select iv os, y
v aler se de esas pr uebas com o un t odo en v ez de cent r ar se en algunas desdeñando
el r est o, t iñendo unas de color es br illant es y ot r as de t onos apagados.
Em pezando por la edad del hom br e. Tras conv encer a Watson de que el significado
m ás pr obable de CCH es Char ing Cr oss Hospit al y no No- Sé- Qué- de- Caza ( después
de t odo, est án hablando de un m édico: ¿no es m ás lógico que el r egalo se lo haya
hecho un hospit al y no un club de caza?, ¿cuál de las dos haches t iene m ás sent ido,
a la v ist a de la infor m ación obj et iv a y no de las ver siones subj et iv as que haya
podido inspirar ?), Holm es dice a su am igo: «Obser v ar á usted, adem ás, que no
podía for m ar par t e del per sonal per m anent e del hospit al, y a que tan solo se nom bra
para esos puest os a pr ofesionales ex per im ent ados, con una buena client ela en
Londr es, y un m édico de esas car act er íst icas no se m ar char ía después a un pueblo»
( sabem os, por supuest o, que el hom br e hizo ese cam bio de la ciudad al cam po, por
5
MRCS son las siglas de m em ber of t he Roy al College of Surgeons ( «m iem bro del Real Colegio de Ciru j anos») , per o
dist inguen a aquellos que han cursado únicam ent e el ciclo básico de form ación, que no usan el t rat am ien t o de
doct or, sino el llano de m íst er . A los colegiados con t it ulación superior les corresponden las siglas FRCS. ( N. de los
T.)
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los indicios del bast ón: los m ism os que Watson adv ir t ió con t ant a av idez y a los que
se afer r ó). Es r azonable. Difícilm ent e podr ía esper ar se de un m iem br o de la plant illa
est able que la abandonara así com o así;
a m enos,
claro,
que se dier an
cir cunst ancias insospechadas. Per o de lo que se obser v a en el bastón nadie podr ía
infer ir la concur r encia de tales cir cunst ancias, luego esa no es una explicación que
consider ar a par t ir de las pr uebas disponibles ( es m ás: considerar la supondr ía el
m ism o tipo de falsedad en que incur r e Wat son al cr ear su v er sión del m édico, una
hist or ia que cuent a la m ent e y no se basa en la observación obj et iva) .
¿Quién, ent onces? Holm es lo r azona así: «Si t r abaj aba en el hospit al sin haberse
incor porado al per sonal per m anent e, solo podía ser cir ujano o m édico int er no: poco
m ás que est udiant e posgr aduado. Y se m archó hace cinco años; la fecha est á en el
bast ón». Por t ant o, « un j oven que no ha cum plido aún la t reint ena», fr ent e al
m édico de m ediana edad de Wat son. Adv ir t am os, adem ás, que si bien Holm es est á
segur o sobr e la edad —después de t odo, ha agotado t odas las opciones de su
posición pr ev ia, hast a que solo ha quedado en pie una posibilidad r azonable
( recordem os: «Puede ocurrir que los supuest os subsist ent es sean varios, y en ese
caso se v an poniendo a pr ueba uno después de ot r o hast a que uno de ellos ofr ezca
una base convincent e») — no va t an lej os com o Wat son en cuanto a que el hom br e
en cuest ión haya de ser un cir uj ano. Podría ser un sim ple m édico general. No hay la
m enor prueba que apunt e en una dirección u ot r a, y Holm es no saca conclusiones
m ás allá de donde le conduzcan las pr uebas. Pasar se de lar go ser ía tan er róneo
com o quedar se cor t o.
¿Y qué hay de la per sonalidad de est e indiv iduo? «Por lo que se r efier e a los
adj et iv os, dij e, si no r ecuerdo m al, afable, poco am bicioso y dist raído.» ( Lo
r ecuer da per fectam ent e.) ¿Cóm o es posible que hay a deducido est os r asgos de
caráct er ? No, desde luego, de la form a descuidada en que Wat son ha deducido los
suy os. «Según m i ex per iencia —dice Holm es—, solo un hom br e afable r ecibe
r egalos de sus colegas, solo un hom br e sin am biciones abandona una carr er a en
Londr es par a ir se a un pueblo y solo una per sona dist r aída dej a el bast ón en lugar
de la t ar j et a de visit a después de esper ar una hor a.» Cada rasgo em ana
dir ect am ent e ( a t rav és del filt r o del espacio par a la im aginación, aunque solo sea
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dur ant e pocos m inut os)
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de un
hecho
concret o
María Konnikov a
que Holm es ha
observado
pr eviam ent e.
Del hecho obj et iv o a la consider ación de div er sas posibilidades y a su r educción por
elim inación de las m ás im pr obables. Nada de det alles super fluos ni de r ellenar
lagunas con una im aginación dem asiado v olunt ar iosa. Deducción cient ífica en
est ado pur o.
Por últ im o, ¿por qué at r ibuye Holm es un per r o al doct or Mor t im er , y de un t ipo m uy
concr et o adem ás? Ya hem os com ent ado las m ar cas de m or dedur as en que Wat son
no ha r eparado. Pero esas m ar cas —o m ás bien la dist ancia ent r e ellas— son m uy
específicas, «dem asiado anchas par a un t err ier y no lo bast ant e par a un m ast ín». Es
m uy posible que Holm es, siguiendo ese r azonam ient o, hubier a llegado por sí m ism o
a la conclusión del spaniel de pelo r izado, per o no t iene ocasión, ya que el per r o en
cuest ión aparece en ese m om ent o j unt o con su dueño, poniendo así fin a su rast reo
deduct iv o. Sin em bar go, ¿no ha sido hasta allí de una clar idad ex t r aor dinar ia? Dan
ganas de exclam ar : « ¡Elem ent al! ¿Cóm o es que no lo he pensado yo?», que es
j ust am ent e el efect o que debe pr ovocar una deducción im pecable.
5. APRENDER DE LOS FRACASOS I GUAL QUE DE LOS ACI ERTOS
Al adv er t ir los er r or es de Wat son en est e caso en par t icular , Holm es apr ende aún
m ás acer ca de las t r am pas del pr ocesam ient o lógico, de esos m om ent os en que es
fácil desviar se, y de hacia dónde, concr et am ent e, suelen llev ar esos falsos cam inos.
De est e encuent r o, sacar á en clar o el poder de la act iv ación de est er eot ipos y la
abr um adora influencia que puede t ener un m arco inicial desacer t ado sobr e las
infer encias que luego se hagan, así com o el er r or que se int r oduce cuando uno dej a
de consider ar t odos y cada uno de los hechos obser v ados y se cent r a en cam bio en
los m ás sobresalient es o sim plem ent e accesibles. No es que no supiera ya t odo eso,
per o cada v ez que ocurr e le sir v e de r ecor dat or io, de confir m ación; es una nuev a
m anifest ación que evit a que se anquilosen sus conocim ient os.
Y si Wat son est á pr est ando at ención, deber ía sacar en clar o m ás o m enos las
m ism as cosas, y apr ender con las cor r ecciones de Holm es a ident ificar esos pasos
que le han confundido y a hacer lo m ej or la pr óxim a v ez. Lam ent ablem ent e, elige el
ot r o cam ino y se queda con est a afir m ación de su am igo: « [ T] am poco es cier t o que
se haya equiv ocado ust ed por com plet o en est e caso. Se t r at a, sin duda, de un
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m édico r ur al que cam ina m ucho». En v ez de int ent ar com pr ender por qué
ex act am ent e ha acer t ado en esos dos detalles y se ha equiv ocado de plano en t odo
lo dem ás, Wat son dice: «Ent onces t enía y o r azón». Dej a escapar la ocasión de
apr ender y pr efier e cent r ar se de nuev o, select iv am ent e, en las obser v aciones
disponibles.
Est á m uy bien eso de la educación, pero hay que llev ar la del niv el t eór ico al
pr áct ico, r epet idam ent e, no sea que em piece a acum ular polv o y dej e ese olor
desagr adable y r ancio del desván cuy a puert a llev a años cer r ada.
Si alguna vez sent im os el im pulso de t om ár noslo con calm a, har em os bien en
r ecor dar la im agen de la cuchilla de afeit ar ox idada de El valle del t er r or: «Una lar ga
ser ie de sem anas est ér iles yacía det r ás de nosot r os, y por fin había un apr opiado
obj et o para esos increíbles poderes que, com o t odos los dones especiales, se
v olv ían t ediosos para su pr opiet ar io cuando no se usaban. Ese afilado cer ebro se
despunt aba y ox idaba con la inacción». Visualicem os esa cuchilla her r um brosa y
gast ada, a la que se le despr enden y a las asquer osas m ot as r oj izas, tan
ofensiv am ent e sucia y gast ada que hast a da m ala gana coger la para t ir ar la, y
r ecor dem os que hasta cuando nos v a t odo a las m il m ar av illas y no hay decisiones
de im por tancia que t om ar ni nada sobr e lo que debam os r eflex ionar , debem os usar
r egular m ent e la cuchilla: ej er cit ar la m ent e, aunque sea en cosas t r iv iales, nos
ay udar á a m ant ener la afilada par a cuando se pr esent en las im por t ant es.
1 . Con ve n ie n cia de lle v a r u n diar io
Dej em os de lado por un m om ent o al señor Mor t im er. Una buena am iga m ía —la
llam ar é Am y — sufr e desde hace t iem po de m igr añas. Cuando m enos se lo esper a,
est ando tan t ranquila, le da una. Una vez cr ey ó que se m or ía; ot ra, que había
cogido el t er r ible nor ov ir us que cir culaba por ent onces. Le cost ó v ar ios años
apr ender a r econocer los pr im er os sínt om as, par a ir se corr iendo a buscar la
habit ación oscur a m ás cer cana y t om ar una buena dosis de I m it r ex ant es de que le
invadier a el pánico (« ¡m e est oy m ur iendo! «, o «¡t engo una gr ipe int est inal
hor r or osa!») . Pero, finalm ent e, llegó a m anej ar la sit uación. Except o cuando le
daban var ios ataques en una m ism a sem ana, haciendo que se r et rasar a con el
t r abaj o, la escr it ur a y t odo lo dem ás, sum ida en una corr ient e inint er r um pida de
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dolor . O cuando le venían en los inoport unos m om ent os en que no t enía cerca un
cuar t o oscur o y silencioso o su m edicina. Apechaba com o podía.
Hace m ás o m enos un año, Am y cam bió de m édico de asist encia pr im ar ia. Durant e
la habit ual char la de pr esent ación, se quej ó, com o siem pr e, de sus m igr añas. Pero
su nuevo m édico, en vez de asent ir com pasivam ent e y r ecet ar le m ás I m it r ex com o
habían hecho t odos los que le pr ecedier on, le hizo una pr egunt a. ¿Había llev ado
alguna v ez un diar io de las m igr añas?
Am y se quedó desconcer t ada. ¿Se suponía que debía escr ibir desde el punt o de
v ist a de las m igr añas? ¿I nt ent ar v er m ás allá del dolor y descr ibir sus sínt om as par a
la post er idad? No. Era m ucho m ás sencillo. El m édico le dio un faj o de hoj as
r eim pr esas, con cam pos com o «Hora de inicio», «Hor a de cese», «Signos de
aler t a», «Hor as de sueño», qué había com ido ese día, et c. Cada vez que t uv ier a una
m igr aña, debía r ellenar los después, lo m ej or que pudier a. Y debía seguir haciéndolo
hast a com plet ar alr ededor de una docena de ent r adas.
Después, Am y m e llam ó para com ent arm e su opinión sobr e el enfoque del nuevo
m édico: t odo el ej er cicio le par ecía absurdo. Ella y a sabía lo que le pr ovocaba las
m igr añas, m e dij o m uy segur a de sí m ism a. Er an el est r és y los cam bios de t iem po.
Per o decidió que lo pr obar ía, aunque fuer a para r eír se, y a pesar de sus r ecelos. Yo
m e r eí con ella.
No est ar ía cont ando est a hist or ia si los r esult ados no nos hubier an asom brado a las
dos. ¿Alguna v ez le provocaba las m igr añas la cafeína?, le había pr eguntado el
m édico a Am y en su pr im er a cit a. ¿Y el alcohol? Am y había negado con la cabeza,
m uy conv encida. Segur o que no. Par a nada. Per o no era eso lo que indicaba el
diar io. El t é negr o fuer t e, sobr e t odo si lo t om aba ya av anzado el día, est aba
siem pr e en la list a de lo que había inger ido ant es de un at aque. Unas copas de v ino:
ot r o culpable fr ecuent e. ¿Las hor as de sueño? ¿Qué im por t ancia podía t ener eso?
Per o ahí est aba: el núm er o de horas apunt ado en esos días en que apenas podía
m over se t endía a est ar m uy por debaj o de lo habit ual. El queso ( ¿el queso?, ¿en
ser io?) t am bién figur aba en la list a. Ah, y a ella no le falt aba razón. El est r és y los
cam bios de t iem po er an causas segur as.
Solo que Am y t am poco est aba del t odo en lo cier t o. Le había pasado com o a
Wat son: se había em peñado en que t enía r azón, cuando solo la t enía «hast a ahí».
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Per o nunca había pr est ado at ención a t odo lo dem ás, por lo ev ident e de esos dos
fact or es. Y, cier t am ent e, t am poco v io nunca la r elación que guar daban esos ot r os
fact or es t an obv ios r et r ospect iv am ent e.
Clar o que ser conscient e de t odo solo es una par t e de la bat alla. Am y sigue
padeciendo m igrañas con m ás fr ecuencia de lo que quisier a. Per o, al m enos, puede
cont r olar v ar ios de los desencadenant es m ucho m ej or que ant es. Y t am bién puede
det ect ar ant es los sínt om as, sobr e t odo si ha hecho, a sabiendas, algo que no debía,
com o t om ar v ino y adem ás queso... en un día de lluv ia. Así puede adelant ar el
m om ent o de tom ar se la m edicina, ant es de que la cefalea le ataque con t odo su
peso, y por lo pr ont o le gana la m ano.
No t odo el m undo padece m igrañas. Pero t odos hacem os elecciones, t om am os
decisiones, le dam os vuelt as a pr oblem as y dilem as, y lo hacem os cada día. Así que
est e es m i consej o par a aceler ar nuest r o apr endizaj e y ayudar nos a int egr ar t odos
esos pasos que Holm es ha t enido la bondad de m ostrar nos: deber íam os llev ar un
diar io de nuest r as decisiones. Y no lo digo en sent ido m et afór ico. Hablo de anot ar
las cosas de v erdad, físicam ent e, igual que t uv o que hacer Am y con las m igr añas y
sus desencadenant es.
Cuando hagam os una elección, r esolv am os un pr oblem a o lleguem os a una
decisión, podem os r egist r ar el pr oceso, siem pr e en el m ism o sit io. Podem os hacer
allí una list a de nuest r as obser vaciones, par a est ar segur os de r ecor dar las cuando
llegue el m om ent o; podem os incluir t am bién nuest ros pensam ient os y deducciones,
las posibles líneas de invest igación, cosas que nos int r igar on. Per o podem os ir
incluso un paso m ás allá: r egist r ar t am bién lo que acabam os haciendo. Si t eníam os
dudas o r eser v as, o si consider am os ot ras opciones ( y en t odos los casos har íam os
bien en especificar cuáles) . Más adelant e, podem os volv er sobr e cada ent rada y
escr ibir qué tal nos fue. ¿Quedé cont ent o? ¿Deseé haber obrado de ot ra for m a en
algún punt o? ¿Hay algo, volviendo la vista at r ás, que ahor a t enga claro y ant es no?
Con aquellas elecciones de las que no habíam os anot ado obser vaciones ni hecho
list as, siem pr e podem os esfor zar nos por apunt ar lo que nos pasaba por la cabeza
en aquellos m om ent os. ¿En qué est aba pensando? ¿En qué basaba m is decisiones?
¿Qué sent ía ent onces? ¿Cuál era el cont ext o? ( ¿Est aba est resado? ¿Sensible?
¿Per ezoso? ¿Fue un día nor m al o no? ¿Hay algún det alle que se m e haya quedado
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especialm ent e gr abado?) ¿Había alguien m ás involucrado? ¿Quién, en su caso?
¿Qué es lo que est aba en j uego? ¿Cuál er a m i obj et ivo, m i m otivación inicial? ¿Logr é
lo que m e había pr opuest o? En ot r as palabr as, deber íam os r eflej ar t odo lo posible
de nuest r o pr oceso lógico y del r esult ado.
Y luego, cuando hayam os r eunido al m enos una docena de ent r adas, podem os
v olv er sobr e ellas. De una sent ada, podem os r ev isar las t odas. Todos esos
pensam ient os sobre asunt os inconexos, de principio a fin. Es m uy probable que nos
dem os cuent a de lo m ism o que Am y al r eleer su diar io de las m igr añas: que casi
siem pr e incurrim os en los m ism os errores repet idos, que hacem os los m ism os
r azonam ient os
habit uales,
que
som os
víct im as
de
los
m ism os
est ím ulos
cont ext uales. Y que nunca hem os sido conscient es de cuáles eran esos pat r ones
r ut inar ios. Un poco igual que Holm es, que nunca r epara en cuánto subest im a a los
dem ás en cuant o al poder de los disfr aces.
Est á clar o. Escr ibir cosas que cr eem os saber per fect am ent e y llev ar el r egist r o de
pasos que cr eem os que no nos hace falt a r egist r ar
puede ser
un hábit o
incr eíblem ent e út il, hast a para el ex per t o m ás ex per to. En 2006, un gr upo de
m édicos de las unidades de cuidados int ensiv os de Míchigan publicar on un est udio
sor pr endent e:
habían conseguido r educir el índice de infecciones sanguíneas
r elacionadas con la aplicación de sondas —un fenóm eno cost oso y pot encialm ent e
m or t al: las est im aciones son de unos ochent a m il casos ( y hast a veint iocho m il
m uer t es) al año, con un cost e de 45.000 dólar es por pacient e— desde una m edia de
2,7 infecciones por cada m il pacient es a cer o en solo t r es m eses. Al cabo de ent r e
dieciséis y dieciocho m eses, el índice m edio por cada m il pacient es había baj ado
desde una cifr a inicial de 7,7 infecciones a 1,4. ¿Cóm o er a posible? ¿Habían
descubier t o est os m édicos una t écnica m ilagr osa?
En r ealidad, hicier on algo t an sencillo que bast ant es m édicos se r ebelar on ant e
sem ej ante desair e a su aut or idad:
im plant aron una list a de com probaciones
obligat or ias. Una list a que t enía solo cinco punt os, tan sencillos com o lav ar se las
m anos y asegur ar se de lim piar la piel del pacient e ant es de aplicar le el cat ét er .
¿Cóm o iban a necesit ar que les r ecor daran cosas t an elem ent ales? Y, sin em bar go,
con el r ecor dat or io oper at iv o, el índice de infecciones cayó dr ást icam ent e hast a
pr áct icam ent e cer o ( consider em os lo que eso significa: ant es de im plant ar la
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com pr obación obligat or ia, algunas de esas m edidas de Per ogr ullo no se est aban
t om ando, o al m enos no sist em át icam ent e) .
Es ev ident e que, por m uy ex per t os que lleguem os a ser en algo, si ej ecut am os
nuest ras rut inas sin
at ención
conscient e podem os olvidar
los det alles m ás
elem ent ales, independient em ent e de lo m ot ivados que est em os. Cualquier cosa que
fom ent e un m om ent o de reflexión conscient e, sea una list a de com probaciones o
cualquier ot r a, puede t ener una influencia pr ofunda en nuest r a capacidad par a
sost ener el m ism o nivel elevado de com pet encia y éxit o que nos llevó adonde
est am os.
Los ser es hum anos som os ex t r aordinar iam ent e adaptables. Com o he subr ay ado
r epet idam ent e, nuest r o cer ebr o conser va la capacidad de cr ear conex iones nuev as
dur ant e m ucho t iem po. Las neuronas que se act ivan j unt as se conect an ent re sí. Y
si em piezan a act iv ar se en dist int as com binaciones, a poco que lo hagan
r epet idam ent e, t am bién cam biar á su conex ión.
I nsist o t ant o en llam ar la at ención sobr e la necesidad de pr act icar porque la pr áct ica
const ant e es lo único que nos perm it ir á aplicar la m et odología de Holm es en la v ida
r eal, en sit uaciones con m ayor car ga em ocional de lo que cualquier ex per im ent o
lógico puede llev ar nos a cr eer . Es necesar io que nos adiest r em os m ent alm ent e par a
hacer
frent e
a
esos
m om ent os
em ocionales,
a
esas
ocasiones
en
que
apar ent em ent e t odo j uega en cont r a nuest r a. Es fácil olvidar lo r ápido que la m ent e
se decant a por cam inos acost um br ados cuando t enem os poco t iem po para pensar o
est am os pr esionados de una form a u ot ra. Per o depende de nosot r os det er m inar
cuáles son esos cam inos.
En los m om ent os m ás cr uciales es cuando m ás difícil r esult a aplicar la lógica de
Holm es. Así que lo único que podem os hacer es pr act icar , hast a conseguir que
nuest ros hábit os sean t ales que incluso en las sit uaciones de m ayor est rés se
im pongan las m ism as pautas lógicas que con t ant o esfuer zo hem os llegado a
dom inar.
Cit a s
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«Ust ed conoce m is m ét odos. ¡Aplíquelos!», «Veam os, Wat son, ¿a
qué conclusiones llega?», de El sabueso de los Bask er ville, capít ulo
1: «El señor Sher lock Holm es».
«Ese afilado cer ebro se despuntaba y oxidaba con la inacción», de El
v alle del t er r or , capít ulo 2: «Sher lock Holm es hace un discur so».
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Ca pít u lo 8
Er ra r e s hu m a n o
Con t en ido:
1. Prisionero de nuest ro conocim ient o y nuest ra m ot ivación
2. ¿Un at olondram ient o de la m ent e?
3. La m ent alidad del cazador
Cit as
Una m añana de m ay o de 1920, el señor Edw ard Gar dner r ecibió car t a de un am igo.
En el sobr e v enían dos pequeñas fot ografías. En una de ellas, un gr upo de lo que
par ecían ser hadas bailaban a la or illa de un ar r oyo baj o la m ir ada de una chiquilla.
En la segunda, se v eía a una cr iat ur a alada ( tal v ez un gnom o, pensó) sent ada
j unt o a la m ano que le t endía ot r a niña.
Gardner er a un t eósofo, alguien que cr eía que puede alcanzar se el conocim ient o de
Dios a t r av és del éx t asis espir it ual, la int uición dir ect a o una r elación indiv idual
especial ( una fusión popular de ideas or ient ales sobr e la r eencar nación y la
posibilidad de los viaj es espir it uales) . Hadas y gnom os par ecían algo m uy alej ado de
cualquier r ealidad que hubier a exper im ent ado fuer a de los libr os, per o así com o
ot r os se habr ían r eído y t ir ado las fot os j unt o con la car ta, él decidió ahondar un
poco m ás en el asunt o. Así que cont est ó a su am igo: ¿podía conseguir le los
negat iv os de las im ágenes?
Cuando llegar on las placas, Gar dner se apr esur ó a pasár selas a un tal Har old
Snelling, pr est igioso ex per t o en fot ogr afía. Se decía que no había falsificación que
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pudier a escapár sele. Llegó el v er ano m ient r as Gar dner aguar daba el v er edict o del
per it o. ¿Er a posible que las fot os fuer an algo m ás que un hábil m ont aj e?
A finales de j ulio, llegó la r espuest a: «Est os dos negat iv os —le escr ibió Snelling—,
son fot ogr afías sin falsear , t om adas al air e libr e con una sola ex posición,
absolut am ent e genuinas: se obser v a m ovim ient o en las figur as de las hadas y no
hay el m enor rast ro de t rabaj o de est udio ut ilizando m odelos de papel o car t ón,
fondos oscuros, figur as pint adas, et c. En m i opinión, am bas son im ágenes dir ect as y
no m anipuladas».
Gardner no cabía en sí de em oción. Per o no todo el m undo se quedó igual de
conv encido. La cosa no dej aba de par ecer sum am ent e im pr obable. Hubo un
hom br e, no obstant e, al que int er esó lo bast ant e par a invest igar un poco m ás: sir
Art hur Conan Doyle.
Si algo er a Conan Doyle, es m uy m et iculoso. En ese punt o al m enos, seguía la
m et odología de su fam oso per sonaj e a raj atabla. En consecuencia, solicit ó una
nuev a ver ificación, est a v ez de una aut or idad indiscut ida en fot ogr afía: la com pañía
Kodak, que adem ás er a, casualm ent e, la fabr icant e de la cám ara em pleada par a
hacer las fot os.
La com pañía se negó a dar les su r espaldo oficial. Las im ágenes se habían capt ado,
sin duda, con una sola ex posición, afir m aron los ex per t os, y no m ostraban indicios
de m anipulación. Per o afir m ar que eran genuinas quizás era ir dem asiado lej os.
Podían ser un fraude, aunque no hubiera indicios aparent es, ya que, en cualquier
caso, las hadas no ex ist en. Por t ant o, las fot os no podían ser aut ént icas.
Conan Doyle desest im ó est e últ im o punt o por defect o de lógica: era un perfect o
ej em plo de ar gum ent o cir cular . Las dem ás afirm aciones, no obst ant e, par ecían
bast ant e sensat as. No se apr eciaban indicios de m anipulación. Una sola ex posición.
Result aba m uy conv incent e, desde luego, y m ás si se sum aba a la validación de
Snelling. El único hallazgo negat iv o que ofr ecía Kodak er a pura conj et ura; y ¿quién
m ej or que el cr eador de Sher lock Holm es par a descar t ar eso de t oda consideración?
Quedaba, sin em bargo, una par t e de los hechos por v er ificar : ¿qué t enían que decir
las niñas r et r at adas en las fot ogr afías? ¿Podían ofr ecer alguna pr ueba, fuera a favor
o en cont r a? Desafor t unadam ent e, sir Ar t hur debía hacer un v iaj e a Aust ralia que no
podía posponer , por lo que pidió a Gar dner que fuer a en su lugar al escenar io de las
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fot os, una pequeña localidad de Yor k shir e Occident al llam ada Cot t ingley par a hablar
con la fam ilia en cuest ión.
En agost o de 1920, Edwar d Gardner conoció a Elsie Wr ight y a su pequeña pr im a de
seis años, Frances Gr iffit hs. Le dij er on que habían hecho las fot os hacía tr es años,
cuando Elsie t enía dieciséis y Fr ances diez. Sus padr es, según le contar on, no se
habían cr eído su cuent o de hadas j unt o al ar royo, por lo que se habían decidido a
docum ent ar lo. Las fot ogr afías eran el r esult ado.
A Gardner , las niñas le par ecier on hum ildes y sincer as. Al fin y al cabo, eran
m uchachas de cam po bien educadas, y difícilm ent e podían haber buscado su lucr o
per sonal, ya que no quisier on hablar siquier a de aceptar diner o por las fot os.
I ncluso le pidier on que no se div ulgar an sus nom br es si est as se hacían públicas. Y
pese a que el señor Wr ight ( el padr e de Elsie) seguía m ostr ándose escépt ico y
afir m ando que las im ágenes no er an m ás que una br om a infant il, Gar dner quedó
conv encido de su aut ent icidad: las hadas er an de v er dad. Las niñas no m ent ían. A
su r egr eso a Londr es, envió m uy sat isfecho su infor m e a Conan Doyle. De
m om ent o, la hist or ia par ecía sost ener se.
A
pesar
de
todo,
sir
Ar t hur
decidió
que
lo
pr ocedent e
er a
hacer
m ás
com pr obaciones. Después de t odo, los ex per im ent os cient íficos debían r eplicar se
ant es de dar por válidos sus r esult ados. Así que Gar dner hizo ot ro v iaj e al cam po,
est a v ez con dos cám aras y una docena de placas con m ar cas especiales que no
podían ser r eem plazadas sin que el cam bio se adv ir t ier a. Se lo ent r egó t odo a las
niñas, con inst r ucciones de volv er a capt ar a las hadas, a ser posible en un día
soleado, cuando hubier a m ás luz.
No le decepcionar on. A pr incipios del ot oño, r ecibió t r es fot ogr afías m ás. Allí
est aban las hadas. Las placas eran las or iginales que les había sum inist r ado. No se
encont ró en ellas indicio alguno de m anipulación.
Art hur Conan Doyle quedó convencido. Los expert os est uvieron de acuerdo ( aunque
uno, nat uralm ent e, no quiso dar su respaldo oficial) . La repet ición del experim ent o
se había desarr ollado sat isfactor iam ent e. Las niñas par ecían sincer as y dignas de
confianza.
En diciem br e, el célebr e aut or de Sher lock Holm es publicó en The St r and Magazine
—la r ev ist a que había dado a conocer igualm ent e las avent ur as del pr opio Holm es—
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las fot ogr afías or iginales, j unt o con el r elat o del pr oceso de ver ificación, baj o el
t ít ulo «Hadas fot ografiadas: un acont ecim ient o hist ór ico». Dos años m ás tarde, sacó
un libr o, El m ist erio de las hadas, en el que explicaba su invest igación inicial e
incluía la cor r obor ación adicional de la ex ist encia de las fant ást icas cr iat ur as por el
vident e Geoffrey Hodson. Conan Doyle había llegado a una conclusión y no t enía
int ención de cam biar de idea.
¿Cóm o pudo Conan Doyle no pasar la pr ueba de la lógica holm esiana? ¿Qué ar r ast r ó
a un individuo a t odas luces t an int eligent e a un cam ino que lo llevó a concluir que
las hadas ex ist en, solo porque un ex per t o había afir m ado que las fot os de
Cot t ingley no eran una falsificación?
Sir Ar t hur puso t anto em peño en confir m ar la aut ent icidad de las fot ogr afías que en
ningún m om ent o se det uvo a hacer una pregunt a elem ent al: ¿cóm o es que, en
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t ant as indagaciones sobr e la cuest ión, a nadie se le ocur r ió que t al vez fuer a m ás
fácil fabr icar las hadas en sí? Podem os convenir sin r eser v as en que er a ilógica la
pr obabilidad de que dos niñas de diez y dieciséis años hubier an falsificado unas
fot os capaces de confundir a los ex per t os; per o ¿y falsificar un hada? Vuelv a el
lect or a m ir ar las im ágenes de las páginas ant er ior es. A t or o pasado, par ece obvio
que no pueden ser r eales. ¿Dan esas hadas la im pr esión de est ar v iv as? ¿O par ecen
m ás bien r ecor t adas en papel, por m uy bien dispuest as que est én? ¿Por qué difier en
t ant o en cont rast e? ¿Por qué no est án m oviéndose las alas? ¿Por qué no fue nadie
con las niñas a verlas con sus propios oj os?
Conan Doyle podr ía —y deber ía— haber indagado un poco m ás con r espect o a las
j ovencit as en cuest ión. De hacer lo, habr ía av er iguado, de ent r ada, que la pequeña
Elsie t enía un gr an talent o ar t íst ico; y que est o, casualm ent e, la había llev ado a
t r abaj ar en un est udio de fot ogr afía. Tam bién podr ía haber descubier t o cier t o libr o,
publicado en 1915, cuy as ilust r aciones guar daban un par ecido asom broso con las
hadas que apar ecían en las fot ogr afías or iginales.
Holm es, segur am ent e, no se habr ía dej ado engañar con t anta facilidad. ¿Er a posible
que las hadas t uvier an t am bién r epr esent ant es hum anos, que acor daran su
apar ición ant e las cám ar as, que las atr aj eran a est e plano de la ex ist encia, por así
decir lo? Esa habr ía sido su pr im era pr egunt a. Algo que es im pr obable no es
necesar iam ent e im posible; per o r equier e pr uebas de un peso propor cionalm ent e
m ayor. Y par ece bast ant e claro que sir Art hur Conan Doyle no procur ó eso. ¿Por
qué? Com o ver em os, cuando estam os deseando cr eer algo, nos volv em os m enos
escépt icos e inquisit ivos, y dam os por buenas las pruebas con m ucho m enos análisis
de lo que j am ás nos per m it ir íam os r espect o de un fenóm eno que no quer em os
cr eer . En ot r as palabras, no ex igim os ni t ant as pr uebas ni t an diligent es. Y ese er a
el caso de la exist encia de las hadas para Conan Doyle.
Cuando t om am os una decisión, lo hacem os en el cont ext o de los dat os de los que
disponem os en ese m om ent o, y no r et rospect ivam ent e. Y, dent ro de ese cont ext o,
puede r esult ar cier t am ent e difícil hallar un equilibr io ent r e la necesar ia aper t ur a de
m ent e y lo que se acept a com o r acional en función de la época. Tam bién a nosotr os
nos podrían engañar haciéndonos creer que ex ist en las hadas ( o un equivalent e
m oder no) . Lo único que hace falt a es el ent or no y la m ot iv ación adecuados.
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Pensém oslo antes de lanzar nos a j uzgar el delir io de Conan Doyle ( algo que espero
que el lect or se sient a m enos inclinado a hacer ant es de acabar el capít ulo) .
1 . Prisione ro de n ue st ro conocim ien t o y n ue st r a m ot iva ción
Pr opongo al lect or el siguient e ej er cicio. Cier r e los oj os e im agínese un t igr e. Est á
t endido en un clar o de v er de hier ba, disfr utando del sol. Se lam e las gar r as. Bost eza
lar gam ent e y se gir a sobr e su espalda. Se oye un r oce de r am as a un lado. Puede
que solo sea el v ient o, per o el t igr e se pone t enso. En un inst ant e, est á agazapado
sobr e sus cuat r o pat as, ar queado el lom o, la cabeza hundida ent r e los hom br os.
¿Lo ve? ¿Qué aspect o t iene? ¿De qué color t iene el pelo? ¿Tiene r ayas? ¿De qué
color son? ¿Y los oj os? ¿Cóm o es la cara? ¿Tiene bigot es? ¿Y la t ext ura del pelo? ¿Le
ha vist o los dient es cuando ha abier t o la boca?
Si el lect or es com o la m ayor part e de la gent e, su t igre er a de un t ono nar anj a, con
r ay as negras en la cara y los cost ados. Puede que se haya acordado de añadir las
caract er íst icas m anchas blancas en el hocico y el v ient r e, las punt as de las garr as y
la base del cuello. Puede que no, y que su t igr e fuer a m ás m onocrom o que la
m ay or ía. Puede que t uvier a los oj os negros. O azules, quizá. Las dos cosas son
posibles, desde luego. Puede que le v ier a m ost r ar los colm illos desnudos, puede que
no.
Per o hay un det alle invar iable par a casi t odo el m undo: lo que su t igr e no er a es de
ot ro color predom inant e que no fuera ese ciert o t ono naranj a r oj izo t ost ado, ent re
fuego y m elaza. Es poco pr obable que fuer a el at ípico t igr e blanco, esa cr iat ura que
se dir ía albina y debe su pelaj e a un gen doble r ecesiv o, tan infr ecuent e que los
ex per t os calculan que solo se da nat ur alm ent e en uno de apr oxim adam ent e cada
diez m il t igr es nacidos en liber t ad ( y en r ealidad no son albinos: su condición r esult a
de una dism inución de t odos los pigm ent os de la piel, no solo de la m elanina) .
I gualm ent e im pr obable es que haya im aginado un t igr e negr o, tam bién llam ado
t igr e m elánico. Est a color ación en par t icular —negr o azabache de arr iba abaj o, sin
r ay as ni degradados— la causa un polim or fism o que r esult a de una m utación no
agout i ( básicam ent e, el gen agout i o agut í det er m ina que el pelaj e sea ray ado, el
pr oceso nor m al de color ación de cada pelo indiv idual) . Ninguno de los dos t ipos es
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com ún. Ninguno parece el t igre t ípico que el nom br e evoca. Y, sin em bargo, los t r es
per t enecen a una m ism a y única especie: Pant hera t igris.
Ahor a cier r e los oj os e im agínese ot r o anim al: un pulpo im it ador. Est á apostado en
el suelo oceánico, j unt o a unos ar r ecifes. El agua es de un azul t ur bio. Pasa cer ca de
él un banco de peces.
¿Desconcert ado? Le voy a ayudar un poco. Est e pulpo m ide unos sesent a
cent ím et r os de lar go, y t iene r ayas o m anchas m ar r ones y blancas... per o no
siem pr e. Y es que est e anim al t iene la habilidad de im it ar el aspect o de hast a quince
especies dist int as de fauna m ar ina. Puede pr esent arse t al cual la m edusa de «La
av ent ur a de la m elena de león», que t ant as v íct im as se cobr ó ant e las nar ices de un
per plej o Holm es. Puede adoptar la for m a de una ser pient e de agua r ayada, o de un
lenguado con su aspect o de hoj a, o de una cr iat ur a que par ece un pav o peludo con
pier nas hum anas. Puede cam biar de color , de t am año y de for m a en un inst ant e. En
ot r as palabr as, es im posible im aginár selo com o un único anim al. Es un sinfín de
ellos a la v ez, y ninguno que se pueda pr ecisar en un m om ent o dado.
Ahor a le dir é algo m ás: uno de los anim ales m encionados en los pár r afos ant er ior es
no ex ist e en r ealidad. Puede que r esult e ser r eal algún día, per o hoy por hoy es solo
una ley enda. ¿De cuál cr ee que se tr ata? ¿El t igr e naranj a? ¿El blanco? ¿El negr o?
¿El pulpo im it ador ?
Respuest a: el t igr e negr o. Aunque genét icam ent e no t endr ía nada de ex t r año —lo
que sabem os de los patr ones genét icos y her edit ar ios del t igr e confir m a que es
t eór icam ent e posible—, lo cier t o es que no hay const ancia de que se haya vist o
alguna v ez un aut ént ico t igr e m elánico. Ha habido quien afir m aba que sí. Ha habido
ej em plos pseudom elánicos ( con ray as tan anchas y pr óxim as que casi podían
t om arse por m elanism o) . Ha habido t igr es m ar r ones con r ayas m ás oscur as. Ha
habido t igr es negr os que r esult ar on ser leopar dos negr os, que son la causa m ás
frecuent e de confusión. Pero nunca ha habido un t igre negro. Ni un solo caso
confir m ado y verificado. Jam ás.
Per o apuest o a que el lect or no ha t enido ningún r epar o en cr eer que ex ist ía. Por que
lo cier t o es que la gent e desea que ex ist an desde hace siglos. Las best ias negr as
figuran en una leyenda viet nam it a; han sido un obsequio principesco en m uchas
ocasiones; hast a a Napoleón le r egaló uno el r ey de Java ( desgraciadam ent e, er a un
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leopar do) . Y no t ienen nada de incoher ent e. Encaj an con el per fil gener al de los
anim ales que suponem os que ex ist en. Y, qué diant r e, ¿por qué no habían de ex ist ir ?
El pulpo im it ador , por su par t e, t am bién er a un anim al legendar io hast a no hace
m ucho. No fue descubier t o hasta 1998, año en que un gr upo de pescador es
encont r ó uno en los m ar es de I ndonesia. El infor m e er a t an ex t r año y par ecía t an
inver osím il que hicier on falt a var ias horas de m et r aj e para conv encer a los
cient íficos escépt icos de que la cr iat ur a era aut ént ica. Después de t odo, si bien la
m ím esis es bast ant e com ún en el reino anim al, no se conocía ninguna especie capaz
de m im et izar se de v ar ias form as dist int as, ni se había obser v ado a ningún pulpo
adopt ar la apar iencia de ot r a especie.
La cuest ión es que es fácil llam ar se a engaño en un cont ext o aparent em ent e
cient ífico y cr eer que es r eal algo que no lo es. Cuant as m ás cifr as se nos dan,
cuant os m ás det alles v em os, cuant as m ás palabras alt isonant es y apar ent em ent e
cient íficas leem os ( com o «m elanism o», en vez de «negr o unifor m e»; «agut í» y «no
agut í»,
en
v ez
«a
ray as»
o
«liso»;
«m ut ación»,
«polim or fism o»,
«alelo»,
«genét ica», así apiladas una encim a de ot ra) , m ás fácil es que cr eam os que lo que
se descr ibe es r eal. Y a la inver sa, nada m ás fácil que cr eer que algo no puede
ex ist ir solo porque par ece inver osím il, per egr ino o discor dant e, porque nunca se ha
v ist o y ni siquier a se sospechaba que ex ist ier a.
I m aginem os por un m om ent o que las fotos de Cot t ingley, en vez de con hadas,
hubier an m ost rado a las niñas con alguna v ar iedad de insect o desconocida hast a
ent onces. O si, por ej em plo, las pequeñas hubier an posado con est a cr iat ura ent r e
las m anos...
... Un dr agón en m iniat ur a, nada m enos. ( En r ealidad, un Draco sum at ranus,
lagar t o planeador que habit a en I ndonesia. Per o ¿quién podía saber lo en I nglat er r a
en t iem pos de Conan Doyle?) O con est o ot ro:
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Una cr iat ura de las pr ofundidades, o fr ut o de una im aginación oscur a, o salida de un
libr o de t er r or tal v ez. Per o ¿r eal? ( Sí; el t opo est r ellado, Condylura crist ata, que se
encuent r a en el oest e de Canadá. No se puede decir que sea m uy conocido ni
siquier a, al m enos ant es de que hubier a I nt er net , y no digam os ya en la época
v ict or iana) .
O, en fin, cualquier anim al que par ecier a una r ar eza hast a hace pocas décadas, y
algunos que result an ext raños incluso hoy. ¿Habrían t enido que som et erse a t antas
pr uebas, o habr ía bastado la evident e ausencia de fr aude en las fot os?
Lo que cr eem os acer ca del m undo —y el peso de las pr uebas que ex igim os par a
acept ar algo com o un hecho— cam bia const ant em ent e. Esas creencias no son
exact am ent e inform ación alm acenada en nuest ro desván, ni frut o de la pura
obser v ación, y, sin em bargo, t iñen cada uno de los pasos de la r esolución de
pr oblem as. Nuest r a idea de lo que es posible o r azonable confor m a nuest r as
concepciones
apr ior íst icas
y
det er m ina
la
m anera
en
que
for m ulam os
e
invest igam os las cuest iones. Com o verem os, Conan Doyle est aba predispuest o a
cr eer en la posibilidad de que ex ist ier an las hadas. Quer ía que ex ist ier an. Esa
pr edisposición, a su vez, conform ó su int uición acer ca de las fot os de Cot t ingley,
que det er m inó su incapacidad para descubr ir el engaño por m ás que pensar a que
est aba siendo r igur oso y ex haust iv o en la v er ificación de su aut ent icidad.
Ese t ipo de int uiciones afect a a la for m a en que int er pr et am os los hechos. Cier t as
cosas «par ecen» m ás adm isibles que ot ras; y al contr ar io: cier t as otr as «no t ienen
sent ido», por m ucho que hay a indicios y pr uebas que las r espalden. Estam os ot ra
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vez a vuelt as con el sesgo de confirm ación ( y con ot ros m uchos sesgos en el m ism o
paquet e: la ilusión de la v alidez y de la com pr ensión, la ley de los núm er os
pequeños y el anclaj e y la r epr esent at iv idad) .
El psicólogo Jonat han Haidt , en The Right eous Mind r esum e el dilem a en est os
t ér m inos: «Se nos da fat al buscar pr uebas que cuest ionen nuest r as pr opias
cr eencias, pero ot ros se encar gan de hacer nos ese favor , igual que a nosotr os se
nos da bien señalar a los dem ás los er ror es de sus cr eencias». La m ayor ía de
nosot r os no t enem os ningún pr oblem a en det ect ar los fallos en las fot os de las
hadas, por que no nos j ugam os nada en el plano em ocional con la posibilidad de su
ex ist encia. Per o si se t rat ara de algo que nos afect a per sonalm ent e, que pone en
j uego nuest ra reput ación, ¿nos parecería t an sencillo?
Es fácil cont ar a nuestr as m ent es cualquier hist or ia sobr e lo que es y lo que
dej a de ser . Depende pr ofundam ent e de nuest r a m ot iv ación. Hasta podr íam os
pensar que no se pueden com parar las hadas con una cr iat ura de las profundidades
com o el pulpo im it ador , por difícil que nos r esult e concebir una cr iat ur a así. Al fin y
al cabo, sabem os que ex ist en los pulpos. Sabem os que cada día se descubr en
nuev as especies anim ales. Sabem os que algunas de ellas pueden par ecer un poco
ex t r av agant es. Las hadas, en cam bio, van en cont r a de t oda nuest r a com pr ensión
racional del funcionam ient o del m undo. Y aquí es donde int erviene el cont ext o.
2 . ¿Un a t olon dram ie n t o de la m e nt e ?
Conan Doyle no obr ó de form a t otalm ent e atr opellada al aut ent ificar las fot os de
Cot t ingley. Es ciert o que no fue t an exhaust ivo en la r eunión de pruebas com o, sin
duda, habr ía ex igido a su det ect iv e. ( Y no est á de m ás r ecor dar que sir Ar t hur er a
m ás que diligent e en ese t ipo de em peño. Su labor fue decisiva par a lim piar el
nom br e de dos sospechosos falsam ent e acusados de asesinat o, Geor ge Edalj i y
Oscar Slat er .) Per o sí consult ó a los m ayores ex per t os en fot ogr afía que conocía; al
igual que int ent ó la repet ición del fenóm eno, en ciert o m odo. ¿Y acaso era t an difícil
conv encer se de que dos niñas de diez y dieciséis años no hubier an podido alcanzar
la m aest r ía t écnica necesar ia para falsificar los negat iv os según se había suger ido?
Trat ar de v er las fot ografías com o lo har ían Conan Doyle y sus cont em poráneos
puede ay udar nos a ent ender con m ás clar idad sus m otiv aciones. Recordem os que
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t odo est o sucedió m ucho ant es de la apar ición de las cám aras digit ales, el
Phot oshop y la posibilidad de r et ocar una im agen hasta la náusea, de for m a que
cualquier a puede cr ear cualquier cosa im aginable, y de for m a m ucho m ás
convincent e que las hadas de Cot t ingley. Por aquel ent onces, la fot ografía era un
ar t e r elat iv am ent e nuev o. Er a una labor ex igent e, labor iosa y t écnicam ent e difícil;
no algo que pudier a hacer cualquier a, y m ucho m enos m anipular de m anera
com pet ent e. Hoy no vem os esas im ágenes con los m ism os oj os que en 1920. El
list ón ha subido m ucho. Hem os cr ecido con ej em plos m uy var iados. Hubo un t iem po
en que una fot ogr afía se consideraba una pr ueba concluyent e, dado lo difícil que er a
t om ar las y m anipular las. Es casi im posible v olv er la v ist a at r ás y hacer se una idea
de lo m ucho que han cam biado las cosas o lo difer ent e que par ecía el m undo.
Así y t odo, sobr e las hadas de Cot t ingley pesaba una lim it ación m uy ser ia ( y, com o
r esult ar ía par a la r eputación de Conan Doyle, insuper able) . Que las hadas no
ex ist en ni pueden ex ist ir . Just o lo que le señaló a sir Ar t hur aquel em pleado de
Kodak: las pr uebas daban igual, fueran las que fueran. Las hadas son cr iat ur as
im aginar ias y no per t enecen al ám bit o de la r ealidad. Y no hay m ás que hablar.
Nuest r as pr opias concepciones acerca de lo que es posible y lo que no afect an a la
v alor ación que hacem os de pr uebas idént icas. Pero esas concepciones cam bian con
el t iem po, por lo que pr uebas que en un m om ent o det er m inado par ecían
insust anciales pueden llegar a r esult ar concluyent es. No hay m ás que pensar
cuánt as ideas par ecían per egr inas cuando se for m ular on por pr im er a v ez, t an
inconcebibles que no podían ser v er dad: que la Tier r a es r edonda, que gir a
alr ededor del Sol; que el univ er so est á for m ado casi com plet am ent e por algo que no
podem os v er , m at er ia oscura y ener gía. Y no olv idem os que en la época de
m adur ez de Conan Doyle no dej aban de pasar cosas m ágicas: la invención de los
r ay os X ( o r ayo de Röntgen, com o se conocía) , el descubr im ient o de los gérm enes,
los m icr obios, la r adiación: cosas t odas ellas que pasar on de lo invisible, y por t ant o
inex ist ent e, a lo v isible y apar ent e. Cosas nunca vist as que nadie había sospechado
que ex ist ier an, y cuy a r ealidad era de pr onto innegable.
En ese cont ext o, ¿t an dispar atado es que Conan Doyle se hicier a espir it ualist a? En
1918, cuando adopt ó oficialm ent e esa cr eencia ( o conocim ient o, según él) , no era ni
m ucho m enos el único. El espirit ualism o, aunque nunca cont ó con un respaldo
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m ay or it ar io, t enía defensor es ilust r es a am bos lados del At lánt ico. William Jam es,
sin ir m ás lej os, pensaba que par a la nuev a disciplina de la psicología er a esencial
ex plor ar las posibilidades de la invest igación par anor m al: «Apenas, hoy por hoy , se
ha em pezado a r ascar con pr opósit os cient íficos en la super ficie de los hechos
llam ados psíquicos [ par apsicológicos] . Estoy conv encido de que ser á a t rav és de la
indagación de est os hechos com o se consigan las m ayores conquist as cient íficas de
la pr óxim a gener ación».
Lo paranorm al,
según cr eía él,
er a el fut ur o del
conocim ient o en el siglo XX. Er a el cam ino por el que avanzar ía no solo la
psicología, sino t oda conquist a cient ífica.
Y est o lo afir m aba quien est á consider ado com o el padr e de la psicología m oder na.
Por no m encionar algunos ot r os nom br es que nut r ían las filas de la com unidad
espir it ualist a.
El fisiólogo y
especialist a en anat om ía com par ada William
B.
Car pent er , aut or de obras m uy influyent es en la neur ología com parada;
el
pr est igioso ast rónom o y m at em át ico Sim on New com b; Alfr ed Russel Wallace,
nat ur alist a que pr opuso la t eor ía de la ev olución a la v ez que Char les Dar w in; el
físico y quím ico William Cr ookes, descubr idor de nuevos elem ent os y de nuevos
m ét odos par a est udiar los; Oliv er Lodge, físico que int er v ino m uy dir ect am ent e en el
desarr ollo de la t elegr afía sin hilos; el psicólogo Gustav Theodor Fechner , fundador
de la psicofísica,
uno de los cam pos m ás r igur osam ent e cient íficos de la
invest igación psicológica; el fisiólogo Char les Richet , galar donado con el pr em io
Nobel por sus est udios sobr e la anafilax is; y la list a es bastant e m ás lar ga.
¿Y hast a qué punt o hem os dej ado eso at rás hoy en día? En los Est ados Unidos, en
2004, el 78% de la población afir m aba cr eer en los ángeles. En cuant o al m undo de
lo paranorm al en sí, pensem os en est o: en 2011, Dar y l Bem , una de las gr andes
aut or idades de la psicología m oder na —que se dio a conocer con una t eor ía según la
cual per cibim os nuest r os pr opios est ados m ent ales y em ocionales de la m ism a
m anera que los aj enos, obser v ando señales físicas—, publicó un ar t ículo en la
revist a Jour nal of Per sonalit y and Social Psychology , de las m ás pr est igiosas e
influy ent es en esa disciplina. El t em a: la pr ueba de la exist encia de la per cepción
ext rasensor ial o PES. Según él sost iene, los seres hum anos pueden ver el fut uro.
En un est udio, por ej em plo, se m ostr aba a est udiant es de la Univer sidad Cor nell dos
cor t inas en una pant alla. Tenían que adiv inar t ras cuál de ellas se escondía una
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fot ografía. Después de que eligier an, se cor r ía la cor tina y el invest igador les
m ostraba la ubicación de la fot o.
¿Y qué sent ido t iene, podem os pregunt arnos ( m uy r azonablem ent e) , m ost rar la
ubicación después de que hayam os elegido? Bem opina que si som os capaces de
v er el fut ur o, aunque sea a m uy cor t o plazo, podr em os usar esa inform ación
r et r oact iv am ent e, y adiv inar en el pr esent e con un gr ado de acier t o por encim a de
la m edia.
Per o el asunt o aún tiene m ás m iga. Había dos t ipos de fot os: unas neutr as y ot ras
de escenas er ót icas. Bem int uía que era posible que se nos dier a m ej or v er el fut ur o
si ese fut ur o m er ecía la pena ( sonr isit a y guiño cóm plice) . Si t enía r azón, el índice
de acier t o super ar ía el 50% pr evist o por la ley de pr obabilidad. Y, ¡sorpr esa! , het e
aquí que par a las im ágenes er ót icas ese índice r ondaba en t or no al 53% . La PES es
una r ealidad. Alegr ém onos t odos. O, en palabras m ás pr udent es del psicólogo
Jonat han Schooler ( uno de los que escr ibier on cr ít icas del ar t ículo) :
«Cr eo
sincer am ent e que un descubr im ient o de est a índole llev ado a cabo por un
invest igador r espet ado y m et iculoso m er ece que se le dé publicidad». Dej ar atr ás el
t er r eno de las hadas y el espir it ualism o es m ás difícil de lo que pensábam os. Y m ás
aún si hablam os de algo que quer em os cr eer .
Las invest igaciones de Bem han suscit ado alarm as de «cr isis de la disciplina»
ex act am ent e igual que la pr ofesión pública de espir it ualism o de William Jam es hace
m ás de cien años. De hecho, le t ildan pr ecisam ent e de eso en el m ism o núm ero de
la r evist a en que se publicaba su tr abaj o: un caso infr ecuent e de apar ición
sim ult ánea de un ar t ículo y su refut ación. ¿Es posible que en la Journal of
Per sonalit y and Social Psychology vieran el fut uro e int ent aran ir un paso por
delant e de la cont r ov er t ida decisión de publicar lo siquier a?
Las cosas no han cam biado tant o.
Solo que ahor a en vez de hablar de
«invest igación psíquica», lo llam an par apsicología o per cepción ex t r asensor ial. ( Y
est á la ot ra cara de la m oneda: ¿cuánta gent e se niega a dar cr édit o a los
r esult ados
del
ex per im ent o
de
St anley
Milgr am
sobr e
la
obediencia,
que
dem ostraban que una inm ensa m ay or ía som et e a otr os a descargas eléct r icas
incluso de niv eles m or tales si se les or dena que lo hagan, sabiendo per fect am ent e
lo que hacen y aunque vean y oigan sufrir a las víct im as?) Nuest ros inst int os no se
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dej an vencer así com o así, t ir en par a donde t ir en. Hacer lo r equier e un esfuer zo
conscient e de volunt ad.
A nuest ra int uición le da form a el cont ext o, y ese cont ext o est á profundam ent e
condicionado por el m undo en que viv im os. Por eso puede ser com o una especie de
ant eoj er as, por decir lo así, o cr ear nos un punt o ciego, com o le pasó a Conan Doyle
con sus hadas. No obst ant e, con m indfulness o at ención conscient e podem os
int ent ar hallar un equilibr io ent re verificar nuest ras int uiciones y m ant ener la
necesar ia aper t ur a m ent al. Eso nos per m it ir á afinar al m áxim o nuestr os j uicios, con
la infor m ación de que disponem os y nada m ás, per o tam bién en el ent endim ient o
de que el t iem po puede cam biar la form a y el color de esa infor m ación.
¿Podem os realm ent e, ent onces, reprochar a Art hur Conan Doyle su devoción por los
cuent os de hadas? ¿Tan dispar atada er a, sobr e el t elón de fondo de la I nglat er r a
v ict or iana, en que las hadas poblaban las páginas de casi cualquier libr o infant il
( incluido el Pet er Pan de su buen am igo J. M. Bar r ie) , y en que hast a físicos y
psicólogos, quím icos y ast rónom os afir m aban sin r epar os que algo de eso había?
Después de t odo, sir Ar t hur era hum ano y nada m ás, igual que nosot r os.
Nunca llegar em os a saber lo t odo. Lo m ás que podem os hacer es r ecor dar los
pr ecept os de Holm es y aplicar los fielm ent e. Y r ecordar que uno de ellos es t ener
una m ent alidad abier t a; de ahí la m áx im a ( o axiom a, com o lo llam a él en est e caso
concr et o en «Los planos del Br uce- Par t ingt on») de que «cuando fallan t odas las
dem ás posibilidades, la v er dad t iene que est ar en la única que per m anece en pie,
por m uy poco pr obable que sea».
Per o ¿cóm o llev am os eso a la práct ica? ¿Cóm o ir m ás allá de la com pr ensión teór ica
de esa necesidad de equilibr io y aper t ur a m ent al y saber aplicar la concr et am ent e,
en el m om ent o, en sit uaciones en que quizá no t engam os t ant o t iem po para
analizar nuest ros j uicios com o cuando estam os leyendo t r anquilam ent e?
Est o nos lleva de vuelt a al pr incipio: a la act it ud m ent al que cult ivam os y a la
est ruct ur a que int ent am os conservar a t oda cost a en el desván de nuest r o cerebro.
3 . La m e n t a lida d de l ca za dor
Una de las im ágenes de Sher lock m ás r ecurr ent es en sus relat os es la de Holm es el
cazador , el pr edador siem pr e dispuest o que busca la capt ur a de su pr óxim a pr esa
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hast a cuando par ece descansar tr anquilam ent e en la som br a; el t ir ador v igilant e,
at ent o al m enor signo de act iv idad incluso cuando apoya el r ifle sobr e las r odillas
dur ant e una pausa de m edia tar de.
Consider em os la descr ipción que hace Wat son de su com pañer o en «El pie del
diablo»:
Podía adiv inar se la ener gía al r oj o viv o que se ocult aba debaj o del ex t er ior flem át ico
de Holm es, con solo obser var el cam bio brusco que se operaba en él al ent r ar en el
fat al apart am ent o. En un inst ant e se puso t enso y alert a, con los oj os br illant es, el
r ost r o r ígido y los m iem br os t em blando de act iv idad febr il [ ...] com o el osado
sabueso r egist r a la m adr iguera.
Es ver dader am ent e la im agen per fect a. Nada de gast ar ener gías sin necesidad, solo
un est ado de at ención per m anent e que t e per m it e est ar list o para act uar sin pr ev io
aviso, com o el cazador que avist a de pront o un león, el león que avist a una gacela o
el sabueso que sient e la pr oxim idad del zorr o y cuy o cuerpo se t ensa apr estándose
para la per secución. En el sím bolo del cazador, se funden en una form a única y
elegant e t odas las cualidades del pensam ient o que Sher lock Holm es encar na. Y si
cult iv am os esa disposición m ent al est ar em os un poco m ás cer ca de poder llev ar a la
pr áct ica lo que com pr endem os en t eor ía. La m ent alidad del cazador com pendia
aquellos elem ent os del pensam ient o holm esiano que de ot r o m odo podr ían
escapár senos, y apr ender a aplicar r egular m ent e esa m ent alidad sir v e par a
r ecor dar nos los pr incipios que podr íam os descuidar si no.
LA ATENCI ÓN SI EMPRE PRESTA
Ser un cazador no significa est ar siem pr e cazando. Significa est ar siem pr e list o par a
poner se en aler t a cuando lo j ust ifiquen las cir cunst ancias, pero no dilapidar nuest r as
ener gías cuando no sea así. Est ar at ento a las señales que r equier en nuest r a
at ención, per o saber cuáles podem os ignorar . Com o bien sabe t odo buen cazador,
hay que hacer acopio de t odos nuest r os r ecur sos para los m om ent os que im por t an.
Los let argos de Holm es —ese «ex t er ior flem át ico» que en otr os pudier a ser sínt om a
de m elancolía, depr esión o sim ple apat ía— est án m uy calculados. No t ienen nada de
let ár gicos.
En
esos
m om ent os
de
engañosa
inacción,
sus
ener gías
est án
concent r adas en el desván de su cer ebr o, dando v uelt as por él, hur gando en los
rincones, r euniendo fuerzas para volcar las cent radas en el inst ant e en que se
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r equier a. En ocasiones, el det ect iv e se niega incluso a com er , por que no quier e
dist r aer la sangr e que r iega su pensam ient o. « [ L] as facult ades se afinan cuando se
les hace pasar ham br e», le dice a Wat son en «La avent ur a de la piedr a pr eciosa de
Mazar ino», cuando est e le apr em ia a t om ar algo de alim ent o. «Seguram ent e que
ust ed, quer ido Wat son, com o m édico que es, r econocerá que lo que la digest ión nos
hace ganar en apor t e de sangr e nos lo quit a en capacidad cer ebr al. Yo soy un
cer ebr o, Wat son. Todo el r est o de m i ser es un sim ple apéndice. Por consiguient e,
es el cer ebr o al que y o t engo que at ender .»
Nunca debem os olvidar que nuest ra at ención —y, en un sent ido m ás am plio,
nuest r as capacidades cognit iv as— son par te de una r eser v a finit a que se secar á si
no se adm inist r a adecuadam ent e y se r ellena con r egular idad. Por eso, hem os de
em plear nuest r o caudal de at ención cuidadosa y select iv am ent e. Y est ar pr epar ados
para salt ar en cuant o haga su apar ición ese t igr e, par a ent rar en t ensión en el
inst ant e en que la br isa nos t r aiga el olor del zor r o; la m ism a br isa que a un olfat o
m enos at ent o que el nuest r o solo le hablar á de pr im av era y flor es fr escas. Hem os
de saber cuándo ent rar en acción, cuándo r et ir ar nos... y cuándo hay que ignor ar
algo por com plet o.
ADECUACI ÓN AL ENTORNO
Un cazador sabe qué pr esa quier e, y m odifica su plant eam ient o en consecuencia. Al
fin y al cabo, no v as a cazar a los zor r os igual que a los t igr es, ni plant eas la caza
de la per diz com o el acoso a un cier vo. A m enos que t e cont ent es con cazar el
m ism o t ipo de pr esa una y ot ra v ez, t ienes que apr ender a adaptar t e a las
cir cunst ancias, a cam biar de ar m a, de est rat egia y hast a de conduct a según dict e
cada sit uación concr et a.
Al igual que el obj et ivo de un cazador es siem pr e el m ism o —m at ar a la pr esa—, el
de Holm es siem pr e es obt ener infor m ación que le conduzca al sospechoso. Y, sin
em bargo, podem os obser v ar que sus t áct icas var ían según de quién se tr at e, quién
sea la «pr esa» de t ur no. Lee a la per sona y pr ocede en consecuencia.
En «El car bunclo azul», Watson se m ar av illa ant e la habilidad de Holm es para
obt ener una inform ación que solo unos inst ant es ant es se anunciaba esquiva.
Holm es le explica cóm o lo ha hecho: «Cuando vea ust ed un hom br e con pat illas
r ecor t adas de ese m odo y el Pink’Un asom ándole del bolsillo, puede est ar segur o de
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que siem pr e se le podr á sonsacar m ediant e una apuest a —señaló—. Me at r ev er ía a
decir que si le hubier a puest o delant e cien libr as, el t ipo no m e habr ía dado una
infor m ación t an com plet a com o la que le saqué haciéndole cr eer que m e ganaba
una apuesta».
Com par em os est a t áct ica con la que em plea en El signo de los cuat r o, cuando se
pr opone aver iguar det alles de la lancha de v apor Aur or a. «Con est a clase de gent e
—le dice a Wat son—, lo pr incipal es no dej ar les que supongan que los dat os que
uno les pide puedan t ener la m enor im por t ancia. Com o se lo debe ust ed suponer , se
cier r an com o una ost ra. En cam bio, si hace com o que los escucha por que no t iene
ot r o r em edio, es pr obable que av er igüe lo que desea.»
No se int ent a sobor nar a alguien que se consider a por encim a. Pero se le puede
abor dar con una apuesta si se apr ecian en él indicios de que es un j ugador. No
puedes est ar pendient e de cada palabr a de alguien que se guar dar ía m ucho de ir
dando infor m ación a cualquier a. Per o sí dej ar hablar despr eocupadam ent e y fingir
condescendencia con alguien en quien obser v as cier t a inclinación al cot illeo. Cada
per sona es dist int a, cada sit uación r equier e su par t icular enfoque. Solo un cazador
m uy negligent e sale a at rapar un t igr e con la m ism a escopet a que usar ía par a
disparar a un faisán. Aquí no valen t allas únicas. Una v ez que t iene uno las
her r am ient as y que las ha dom inado, puede blandir las con m ás autor idad, y no usar
un m ar t illo par a lo que solo r equier e una palm adit a. Hay un m om ent o t ant o para los
m ét odos m ás direct os com o para los m enos ort odoxos. El cazador los conoce t odos
y sabe cuándo em plear cada uno.
ADAPTABI LI DAD
Un
cazador
sabe
adapt ar se
cuando
las
cir cunst ancias cam bian
de m anera
im pr ev ist a. ¿Y si has salido a cazar pat os y de pr onto ves un cier v o t ras un m at or r al
cer cano? Habr á quien diga: «No, gracias», per o m uchos se adaptarán par a hacer
fr ent e al desafío, apr ovechando la opor t unidad de cobr ar una pr esa m ás valiosa, por
decir lo así.
Fij ém onos en «La avent ura de Abbey Grange»: en el últ im o m om ent o, Holm es
decide no ent r egar al sospechoso a Scot land Yar d. «No he sido capaz de hacer lo,
Wat son», le dice al doct or .
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Una vez cur sada la or den de det ención, nada en el m undo habr ía podido salv ar lo.
Una o dos v eces a lo lar go de m i carr er a he t enido la im pr esión de que había hecho
m ás daño yo descubr iendo al cr im inal que est e al com et er su cr im en. Así que he
apr endido a ser caut o y ahor a pr efier o t om ar m e liber t ades con las ley es de
I nglat er r a ant es que con m i pr opia conciencia. Es pr eciso que sepam os algo m ás
ant es de act uar .
No se sigue ir r eflex ivam ent e la secuencia de acciones planeada de ant em ano. Las
cir cunst ancias cam bian, y con ellas la estr at egia. Hay que pensar ant es de lanzar se
a act uar o j uzgar a alguien, según sea el caso. Todo el m undo com et e er r or es, per o
algunos de ellos puede que no fuer an pr opiam ent e er r or es, a la luz del cont ex t o, el
m om ent o y la sit uación ( al fin y al cabo, si hacem os una elección es por que en ese
m om ent o nos par ece la m ej or ) . Y si decidim os at ener nos a lo pr ev ist o a pesar de
los
cam bios,
al
m enos
opt ar em os
por
el
llam ado
cam ino
«no
ópt im o»
deliber adam ent e y con plena conciencia de lo que hacem os. Y apr ender em os
siem pr e «a saber un poco m ás» ant es de act uar . Por decir lo en palabras de William
Jam es: «Todos nosot r os, cient íficos o no, v iv im os en algún plano inclinado de
cr edulidad. El plano se v ence hacia un lado par a un hom br e, y hacia otr o lado para
ot ro; ¡y que aquel cuyo plano no se incline hacia ningún lado t ire la pr im era
piedr a! ».
RECONOCER LAS LI MI TACI ONES
Un cazador conoce sus puntos débiles. Si t iene un lado ciego, pide a alguien que lo
cubra, o se asegur a de que no quede expuest o si no t iene a nadie a m ano. Si t iende
a t ir ar alt o, y a lo sabe. Cualquier a que sea su desvent aj a, debe t ener la en cuent a
para salir air oso de la cacer ía.
En «La desapar ición de lady Fr ances Car fax », Holm es com pr ende dónde est á la
desapar ecida dam a cuando y a casi es dem asiado t ar de par a salv ar la. «Mi quer ido
Wat son —dice a est e cuando v uelv en a casa, t ras haber lo logr ado por cuest ión de
m inut os—, si decide incor por ar est e caso a sus anales, deberá hacer lo solo com o un
ej em plo de ese eclipse m om ent áneo al qu e est á expuest o incluso el cer ebr o m ej or
equilibr ado. Est os deslices son com unes a t odos los m or t ales, y m ás gr ande ser á
aquel que sepa r econocer los y poner les r em edio. Quizá sea y o acr eedor [ de] est a
alabanza m oder ada.»
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Para saber cuál puede ser su punt o flaco, el cazador t iene que fallar pr im er o. La
difer encia ent r e el cazador de éxit o y el que no lo t iene no es que est e falle y aquel
no, es el r econocim ient o del er r or , y la capacidad de apr ender de él y de ev it ar lo en
lo sucesiv o. Necesit am os r econocer nuest r as lim it aciones par a superar las, saber que
som os falibles y r econocer la falibilidad que t an fácilm ent e vem os en otr os en
nuest ros propios pensam ient os y acciones. Y si no lo hacem os, est ar em os
condenados a seguir cr eyendo en las hadas par a siem pr e ( o a no cr eer nunca en
ellas, aunque haya señales que indiquen la conv eniencia de una m ay or aper t ur a
m ent al) .
CULTI VAR LA CALMA
Un cazador sabe cuándo necesit a apaciguar su m ent e. Si se per m it e el luj o de
int ent ar captar t odo lo capt able, sus sent idos se ver án desbor dados. Per derán su
agudeza. Perder án la habilidad de concent r ar se en las señales r elev ant es y filt r ar las
que no lo son t ant o. Par a desar rollar ese t ipo de at ención, es esencial t ener
m om ent os de quiet ud.
Wat son lo ex pr esa de for m a sucint a en El sabueso de los Basker ville cuando Holm es
pide que le dej e solo un r at o. Su am igo no pr ot est a. «Yo sabía que a Holm es le er an
m uy necesar ios la reclusión y el aislam ient o durant e las horas de int ensa
concent ración m ental en las que sopesaba hast a los indicios m ás insignificant es y
elabor aba div er sas t eor ías que luego cont r ast aba para decidir qué punt os er an
esenciales y cuáles car ecían de im por t ancia», escr ibe.
El m undo est á lleno de dist racciones. Nunca va a sosegar se por t i, ni t e dej ar á a
solas por propia iniciat iv a. El cazador debe pr ocurar se él m ism o su r eclusión y su
aislam ient o, su ser enidad m ent al, su espacio pr opio en que r epensar sus t áct icas y
enfoques y repasar sus act uaciones pasadas y sus planes fut uros. Sin esos silencios
ocasionales, m al puede esperar una buena caza.
VI GI LANCI A CONSTANTE
Y sobr e t odas las cosas, un cazador nunca baj a la guar dia, ni siquier a cuando piensa
que es im posible que ningún t igr e en sus cabales ande por ahí r ondando en el
bochor no de la t arde. Quién sabe, quizá sea ese pr ecisam ent e el día en que se dej a
v er por pr im era v ez un t igr e negr o, y quizás ese t igr e t enga dist int os hábit os de
caza que aquellos a los que est am os acostum brados ( ¿no es dist int o su cam uflaj e?,
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¿no t endr ía sent ido que se nos aproxim ara de form a t ot alm ent e dist int a?) . Com o
r epet idam ent e advier t e Holm es, a m enudo es el cr im en m enos llam at ivo el m ás
difícil de r esolv er . Nada alim ent a m ás la autocom placencia que la r ut ina y la
apar iencia de nor m alidad. Nada ador m ece la v igilancia t ant o com o lo consabido.
Nada acaba con el cazador de éx it o com o la aut ocom placencia que t rae consigo el
éx it o m ism o y que est á en las ant ípodas de aquello que pr ecisam ent e le hizo
t r iunfar .
No seam os el cazador al que se le escapó la pr esa por que cr ey ó t ener lo t odo t an
cont r olado que sucum bió a la r ut ina y la acción ir r eflex ivas. No per dam os nunca la
plena conciencia de cóm o aplicam os las reglas. No dej em os nunca de pensar . Es
com o ese m om ent o de El valle del t er r or en que Wat son dice « est oy inclinado a
pensar...», y Holm es le cor t a con m ucha clase: «Yo deber ía hacer lo m ism o».
¿Cabe im agen m ás apr opiada de esa conciencia de la m ent e que es la cum br e del
enfoque holm esiano del pensam ient o? Un cer ebr o, lo pr im er o y pr incipal, y, en él, la
conciencia de un cazador . El cazador que nunca se sient e sim plem ent e inclinado a
pensar, sino que lo hace, siem pre. Pues esa m indfulness, esa at ención conscient e,
no em pieza ni t erm ina con el pr incipio de cada caza, de cada em pr esa o de cada
pr ocesam ient o lógico. Es un est ado const ant e, una pr esencia m ental bien ensay ada,
hast a cuando da por concluida la j or nada por la noche y est ir a las pier nas ant e la
chim enea.
Si apr endem os a pensar com o un cazador t endr em os m ucho ganado de car a a
asegurar que no nos cegam os a las ev ident es incoher encias del país de las hadas,
aunque nos est én m irando a los oj os. No deber íam os negar sin m ás lo que vem os,
per o sí desconfiar , y ser conscient es de que, por m ucho que deseem os ser los
pr im er os en descubr ir por fin una dem ostr ación concluyent e de su ex ist encia, t al
dem ost ración puede estar aún en el fut uro, o no exist ir en absolut o; en am bos
casos, hay que t rat ar las pr uebas con idént ico r igor . Y deber íam os aplicar esa
m ism a act it ud a los dem ás y sus creencias.
La for m a en que uno se ve a sí m ism o es im por tant e. Si nos vem os com o un
cazador , puede que descubr am os que nos v am os v olv iendo m ás capaces de cazar
com o es debido, por decir lo así. Decidam os o no adm it ir la posibilidad de que
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ex ist an las hadas, el cazador que hay en nosot r os lo habr á hecho m edit adam ent e.
No sin est ar pr epar ados.
En 1983, el cuent o de las hadas de Cot t ingley llegó a lo m ás par ecido a su final que
t endr ía nunca. Más de sesent a años después de que las fot ogr afías salier an a la luz,
Frances Gr iffit hs, a sus set ent a y seis años, hizo una confesión: las fot os eran
falsas. O al m enos, lo er an cuat r o de ellas. Las hadas er an ilust r aciones de su pr im a
m ay or, suj et as con alfiler es de som br er o. Y la pr ueba del om bligo que Conan Doyle
cr ey ó v er en el duende en la im pr esión or iginal no er a en r ealidad m ás que eso: un
alfiler de som br ero. La últ im a fot ografía, sin em bar go, er a aut ént ica. O eso dij o
Frances.
Dos sem anas después fue la pr opia Elsie Hill ( Wr ight de solt er a) la que dio la car a.
«Es v erdad», dij o, t ras haber guardado silencio desde que t uv o lugar el incident e.
Había dibujado las hadas en sepia sobr e car t ulina Windsor and Br ist ol y las había
color eado con acuar elas est ando sus padr es fuer a de casa. Luego las había pr endido
al suelo con alfiler es. En cuant o a las figur as en sí, par ece ser que las copió de
Princess Mary Gift Book [ El libro de r egalos de la pr incesa Mar ía] , publicado en
1915. ¿Y la últ im a fot ogr afía, la que Fr ances había dicho que er a aut ént ica? Fr ances
ni siquier a est aba pr esent e, declaró Elsie a The Tim es. «Est oy m uy orgullosa de
esa: la hice con m i pr opia m áquina, y t uv e que esper ar a que llegar a un día soleado
para t om ar la —dij o—. Per o el secr et o de esa fot o no lo r ev elar é hast a la últ im a
página de m i libr o.»
Desgr aciadam ent e, nunca llegó a escr ibir ese libr o. Fr ances Gr iffit hs m ur ió en 1986,
y Elsie al cabo de dos años. Hoy por hoy, aún hay quien sost iene que la quint a
fot ografía er a aut ént ica. Las hadas de Cot t ingley no se r esignan a m or ir .
Per o t al v ez, solo t al v ez, el cazador Conan Doyle hubier a podido escapar a ese
dest ino. Si hubiera t enido una act it ud un p oquit o m ás crít ica consigo m ism o ( y con
las niñas) , si hubier a indagado tan solo un poco m ás, quizás hubier a podido
apr ender de sus er r or es, com o hacía su creación t r at ándose de sus pr opios vicios.
Puede que Ar t hur Conan Doyle fuer a un espir it ualist a, per o su espir it ualidad no
logr ó
asim ilar
la
única
página
de
Sher lock
Holm es
cuy o
apr endizaj e
er a
innegociable: m indfulness, la at ención conscient e.
W. H. Auden dice de Holm es:
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Su act it ud par a con la gent e y su t écnica de obser v ación y deducción son las
m ism as del quím ico o el físico. Si pr efier e com o obj et o a ser es hum anos ant es que
la m at er ia inanim ada, es por que invest igar lo inanim ado es fácil en cuant o que no
hay en ello her oísm o alguno, dado que no puede m ent ir , com o pueden y hacen los
ser es hum anos, de m odo que, t rat ando con ellos, la obser vación t iene que ser el
doble de per spicaz, y la lógica el doble de r igur osa.
A pocas cosas concedía t ant o valor sir Ar t hur Conan Doyle com o al her oísm o. Y, sin
em bargo, no acer tó a com pr ender que los anim ales que est aba cazando eran t an
hum anos com o los que creaba. No fue el doble de perspicaz, ni el doble de lógico, n i
el doble de r igur oso. Per o quizá podr ía haber sido, con un poco de ay uda de la
m ent alidad de la que había dot ado a su det ect iv e, alguien que no habr ía olv idado
nunca que los seres hum anos pueden m ent ir, y lo hacen; que t odo el m undo puede
equivocarse y t odo el m undo es falible, incluidos nosot ros.
Conan Doyle no t enía form a de saber por qué der r ot er os ir ía la ciencia. Hizo lo que
pudo lo m ej or que pudo, y lo hizo sin salir se de los parám et r os que había
est ablecido para sí m ism o, y que —añadir ía y o— siguen en pie hoy en día. Por que,
cont r ar iam ent e a la confiada pr edicción de William Jam es, nuest r os conocim ient os
sobr e las fuer zas invisibles que guían nuest r as vidas, si bien est án a años luz de lo
que sir Art hur j am ás pudo im aginar en lo t ocant e a los fenóm enos nat urales, siguen
anclados en t or no a 1900 en lo que a ex plicar los fenóm enos par anor m ales se
r efier e.
Per o la cuest ión es m ás gr ande que Sher lock Holm es o Ar t hur Conan Doyle ( o que
Dar y l Bem o William Jam es, ya puest os) . Todos est am os lim it ados por nuest r os
conocim ient os y nuest ro cont ext o. Y harem os bien en recordarlo. El solo hecho de
que algo nos r esult e inex plicable no im plica que lo sea. Y que nos equiv oquem os por
falt a de conocim ient os no significa que no podam os r em ediar lo, o que no podam os
seguir apr endiendo. En lo t ocant e a la m ent e, t odos podem os ser cazador es.
Cit a s
«Podía adivinar se la ener gía al r oj o vivo que se ocult aba debaj o del
ex t er ior flem át ico de Holm es...», de Su últ im a r ever encia, «El pie
del diablo».
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«Cuando vea ust ed un hom br e con patillas r ecor tadas de ese m odo
y el Pink’Un asom ándole del bolsillo, puede est ar segur o de que
siem pr e se le podr á sonsacar m ediant e una apuest a...», de Las
avent ur as de Sher lock Holm es, «El car bunclo azul».
«Una vez cur sada la or den de det ención, nada en el m undo habr ía
podido salvar lo...», de El r egr eso de Sher lock Holm es, «La avent ur a
de Abbey Grange».
«Mi querido Wat son [ ...] , si decide incor por ar est e caso a sus
anales, deber á hacer lo solo com o un ej em plo de ese eclipse
m om ent áneo
al que est á
expuest o
incluso
el
cer ebro m ej or
equilibrado...», de Su últ im a r ever encia, «La desaparición de lady
Fr ances Car fax ».
«Est oy inclinado a pensar ...», de El valle del t er r or , pr im era par te,
capít ulo 1: «La adver t encia».
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Epílogo
Walt er Mischel t enía nuev e años cuando em pezó el j ar dín de infancia. No es que sus
padr es hubier an descuidado su escolar ización. Solo que no sabía hablar inglés.
Cor r ía 1940, y los Mischel acababan de llegar a Br ookly n. Er an una de las contadas
fam ilias j udías que t uv ier on la for t una de escapar de Viena t r as la anex ión nazi en la
pr im avera de 1938. Las razones t enían t ant o que ver con la suer t e com o con la
pr ev isión: habían encont r ado un cer t ificado de ciudadanía est adounidense a nom br e
de un abuelo m at er no m uer t o años ant es. Al par ecer , lo había obt enido m ient r as
est uvo t r abaj ando en Nueva Yor k, en t orno a 1900, ant es de volver a Europa.
Per o si se pr egunt a al doct or Mischel por sus r ecuer dos m ás antiguos, es m uy
pr obable que no em piece hablando de cóm o las j uv ent udes hit ler ianas le pisar on los
zapat os nuev os en las aceras de Viena. Ni de cóm o sacar on a rastr as de sus casas a
su padr e y a otr os hom br es j udíos y los obligar on a m ar char en pij am a sost eniendo
r am as, en un «desfile» im pr ovisado por los nazis que par odiaba la tr adicional
bienvenida j udía a la pr im av era ( su padre t enía la polio y no podía cam inar sin
bast ón, con lo que el j oven Mischel t uv o que pr esenciar cóm o iba dando t um bos de
un lado a ot ro de la pr ocesión) . Ni t am poco de la huida de Viena, de su est ancia en
Londr es en la habit ación de invit ados de un t ío o del v iaj e a los Est ados Unidos al
acabar la guer ra.
Lo que cont ar á ser án sus pr im eras sem anas en aquella clase de pr eescolar , cuando
al pequeño Walt er , que apenas sabía una palabr a de inglés, le hicier on un t est de
int eligencia. A nadie deber ía sor pr ender que no le salier a m uy bien. Acababa de
llegar a una cult ur a desconocida y el t est er a en un idiom a desconocido. Y, sin
em bargo, a su m aest r a le sor pr endió. O eso le dij o a él. Tam bién le dij o que est aba
m uy decepcionada. ¿No se suponía que er an t an list os los ex t r anj er os? Esper aba
m ás de él.
La hist or ia de Car ol Dw eck es la cont r aria. Est ando en sex t o de pr im ar ia —en
Br ooklyn igualm ent e— t am bién a ella le hicieron un t est de int eligencia, j unt o al
r est o de su clase. Luego, la m aest r a pr ocedió a hacer algo que hoy est ar ía m uy m al
vist o, per o que era bast ant e com ún por aquel ent onces: dispuso a los alum nos en
los pupit r es según el or den de sus punt uaciones. Los m ás «list os» en las pr im er as
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filas, y los m enos afor t unados pr ogr esivam ent e m ás lej os de los profesor es. El
or den er a inm ut able, y a los alum nos que habían sacado peor es r esult ados no se les
per m it ía hacer ni siquier a las t ar eas m ás elem ent ales del aula, com o bor rar la
pizar ra o por tar el bander ín en las asam bleas escolar es. Había que r ecordar les
const ant em ent e que su cocient e int elect ual no daba la t alla.
Dw eck est uvo ent r e las m ás afor t unadas. Su asient o: el pr im er o. Había obt enido el
cocient e m ás alt o de su clase. Y, sin em bargo, algo no le cuadr aba. Sabía que
bast ar ía con que le hicier an ot r o t est para dej ar de ser tan int eligent e. ¿Tan sencilla
er a la cosa? ¿Una punt uación, y t u int eligencia quedaba est ablecida para siem pr e?
Años m ás tar de, Walt er Mischel y Car ol Dw eck coincidier on en el cuer po docent e de
la Univ er sidad de Colum bia ( en el m om ent o de escr ibir est o, Mischel sigue ahí,
m ient r as que Dw eck se ha t r asladado a St anfor d) . Los dos habían llegado a ser
figur as dest acadas de la invest igación en psicología social y de la per sonalidad
( aunque Mischel er a dieciséis años m ayor que Dw eck) , y am bos at r ibuyen a aquel
t est de la infancia su t ray ect or ia pr ofesional post er ior , su deseo de invest igar esas
caract er íst icas supuest am ent e fij as, com o la int eligencia o los r asgos de la
per sonalidad, que podían m edir se m ediant e un sim ple t est y, con esa m edida,
det er m inar el fut ur o de cada uno.
Er a bast ant e fácil com pr ender cóm o había llegado Dw eck a esas cum br es del éx it o
académ ico. Después de t odo, er a la m ás list a. Per o ¿y Mischel? ¿Cóm o pudo alguien
con un coeficient e int elect ual que le habría sit uado direct am ent e en la últ im a fila de
la clase de Dw eck llegar a conv er t ir se en una de las figur as señer as de la psicología
del siglo XX, aut or de los fam osos ex per im ent os de la golosina sobr e el aut ocont rol
y de un enfoque t ot alm ent e novedoso del est udio de la per sonalidad y su m edición?
Algo no acababa de cuadrar, y segur o que no er an la int eligencia de Mischel ni su
est r at osfér ica t ray ect or ia pr ofesional.
Sher lock Holm es es un cazador. Sabe que no hay nada que se r esist a a su
m aest r ía; de hecho, cuant o m ás difícil sea la cosa, m ej or. Y puede que en esa
act it ud r esida en buena m edida su éx it o, y en buena m edida el fr acaso de Wat son
en sus int ent os de seguir le el paso. Recor dem os la escena de «La av ent ura del
colegio Pr ior y» en la que Wat son acaba por per der t oda esper anza de av er iguar qué
pasó con el est udiant e y el pr ofesor desapar ecidos. «No se m e ocur r e ot r a cosa», le
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dice a Holm es. Per o est e no est á dispuest o a r endir se: « ¡Bah, bah! Peor es
pr oblem as hem os r esuelt o», r esponde.
O r ecor dem os cuando Wat son concluye en r elación a un m ensaj e cifr ado que
«penet r ar en él est á m ás allá de los poder es hum anos». La r espuest a de Holm es es:
«Tal v ez hay punt os que hayan escapado a su pensam ient o m aquiav élico». Per o
est á clar o que la act it ud de Wat son no lo ayuda en nada. «Consider em os el
pr oblem a en la luz de la r azón pur a», le indica. Y, nat ur alm ent e, pasa a descifr ar la
not a.
En cier t o sent ido, podr íam os decir que en am bos casos Wat son se ha derr ot ado a sí
m ism o ant es de em pezar siquier a. Al declar ar que no se le ocur r e nada m ás y que
el pr oblem a est á m ás allá de la capacidad hum ana, ha cer rado su m ent e a la
posibilidad de r esolv er lo con éx it o. Y r esult a que esa disposición m ent al es lo m ás
decisiv o: algo int angible, que no puede m edir se con el r esult ado de un t est .
Lo que Car ol Dw eck ha pasado años est udiando es j ust am ent e lo que separ a el «
¡bah, bah!» de Holm es del «no se m e ocurr e ot r a cosa» de Wat son, o los éx it os de
Mischel de su supuest o cocient e int elect ual. Sus invest igaciones part en de dos
pr esupuest os fundam ent ales: el cocient e int elect ual no puede ser la única m anera
de m edir la int eligencia, y el concept o m ism o de int eligencia podr ía ent r añar m ás de
lo que salt a a la v ist a.
Según Dw eck, hay fundam ent alm ent e dos gr ande concepciones de la int eligencia: la
«t eor ía incr em ent al» y la «t eor ía de la ent idad». Para los adept os a la t eor ía
incr em ent al, la int eligencia es fluida: si uno se esfuer za m ás, apr ende m ás y se
aplica m ás, se hará m ás int eligent e. En ot r as palabr as, se r echaza la idea de que
haya algo cuya penet r ación pueda est ar «m ás allá de los poder es hum anos». La
punt uación de Walt er Mischel en su pr im er t est de int eligencia no solo no deber ía
ser m ot ivo de decepción, sino que t iene poco que ver con sus capacidades r eales y
su r endim ient o post er ior .
En cam bio, los t eór icos de la ent idad cr een que la int eligencia es fij a. Por m ucho
que nos em peñem os, nunca ser em os m ás list os ( ni m ás t ont os) de lo que ér am os
en un pr incipio. Es la suer t e que nos t oca. Esa er a la postur a de la m aest ra de
Dw eck en sex t o de pr im ar ia y de la del j ar dín de infancia de Mischel. Significa que si
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acabas en la últ im a fila, en la últ im a fila t e quedas. Y no hay nada que puedas hacer
al r espect o. Se sient e, colega, t e ha t ocado la china.
En el cur so de sus inv est igaciones, Dw eck ha obser v ado r epet idam ent e algo m uy
int eresant e: cóm o se desenvuelva una persona —sobre t odo si reacciona ant e un
fr acaso— depende en gran m edida de cuál de esas dos concepciones abr ace. Un
t eór ico incr em ent alist a v e en el fr acaso una opor t unidad para apr ender ; un t eór ico
de la ent idad, una lim it ación frust rant e que no t iene rem edio. En consecuencia,
m ient r as que el pr im er o puede sacar de la ex per iencia algo que aplicar a sit uaciones
fut ur as, el segundo es m ás pr obable que dé dir ect am ent e su causa por per dida, de
for m a que, en definit iva, la idea que nos hacem os del m undo y de nosot r os m ism os
puede cam biar la form a en que apr endem os y lo que sabem os.
En un est udio r ecient e, un gr upo de psicólogos decidió com pr obar si est a r eacción
difer enciada solo es conduct ual o t iene efect os m ás pr ofundos, en el nivel del
r endim ient o cer ebr al. Los invest igador es m idier on los «pot enciales r elacionados con
event os» o PRE ( son señales eléct r icas neuronales result ant es de un event o int erno
o ext erno) en el cerebro de unos est udiant es universit arios que realizaron una
sim ple tar ea de flancos. Se les m ost raba una ser ie de cinco let r as y debían
ident ificar r ápidam ent e la let r a cent r al. Las let r as podían ser congr uent es ( por
ej em plo, «MMMMM») o incongr uent es ( com o «MMNMM») .
Aunque el índice de acier t o fue m uy alt o en gener al, en t or no al 91% , los
parám et ros específicos de la t ar ea ent r añaban suficient e dificult ad par a que t odos
los suj et os com et ier an algún err or. Y donde difir ier on los est udiant es —y, sobr e
t odo, sus cer ebr os— fue en la r eacción a esos er r or es. Los que t enían una
concepción incr em ent alist a ( es decir , cr eían que la int eligencia es fluida) r endían
m ej or después de com et er un er r or que los que t enían una concepción de ent idad
( es decir , cr eían que la int eligencia es inv ar iable) . Es m ás, cuant o m ás aum ent aba
la act it ud incr em ent alist a, m ás aum entaban los PRE de posit iv idad tr as las
r espuest as er r óneas en com paración con las r espuest as acer t adas. Y cuant o m ayor
er a la am plit ud de posit iv idad t ras r espuest as er r óneas, m ay or era el índice de
acier t os post er ior.
Est os dat os indican que una m ent alidad abier t a al cr ecim ient o, por la que uno
piensa que la int eligencia puede m ej or ar, se pr est a a r eacciones m ás adaptat iv as
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ant e los error es; y no solo en la conduct a, sino en el nivel neuronal. Cuant o m ás
cr ee alguien en la posibilidad de m ej orar, m ayor es la am plit ud de las señales
cer ebr ales que r eflej an una asignación conscient e de at ención a los er r or es. Y
cuant o m ás am plia sea esa señal neuronal, m ej or es la ej ecución post erior. Est a
m ediación sugier e que es m uy posible que los indiv iduos con una concepción
incr em ent al de la int eligencia t engan m ej or es sist em as de aut o super v isión y cont r ol
en un nivel neur onal m uy básico: su cer ebr o es m ás eficaz par a cont r olar los
er r or es que ellos m ism os gener an y par a aj ust ar su desem peño en consecuencia.
Tienen m ás conciencia de los er r or es que com et en, y los adv ier t en y corr igen de
inm ediat o.
El funcionam ient o de nuest ro cerebro es infinit am ent e sensible a nuest ra form a de
pensar. Y no hablam os solo de apr endizaj e. I ncluso algo t an t eór ico com o la
cr eencia en el libr e albedr ío puede m odificar las r espuest as del cer ebr o ( si no
cr eem os en él, el cer ebr o se alet arga) . Desde las t eor ías m ás am plias hasta los
m ecanism os m ás concr et os, t enem os una capacidad asom br osa par a influir en el
funcionam ient o de nuest ro cerebro, y por consiguient e, en el m odo en que nos
desenvolvem os, act uam os e int eract uam os. Si nos consideram os capaces de
apr ender , apr ender em os. Y si cr eem os que est am os condenados a fr acasar ,
fracasar em os, y no solo en nuest ra conduct a, sino t am bién en el nivel neuronal m ás
básico.
Per o la act it ud m ent al no est á pr edet er m inada, com o t am poco la int eligencia es
algo m onolít ico fij ado desde el nacim ient o. Podem os apr ender , podem os m ej orar ,
podem os cam biar nuest ra form a habit ual de lidiar con el m undo. Tom em os el
ej em plo de la llam ada «am enaza del est er eot ipo» en sit uaciones donde la
percepción que los dem ás t ienen de nosot r os —o que cr eem os que t ienen— influye
en nuest ra form a de act uar en un nivel t an inconscient e com o cualquier ot ra
pr eact iv ación. Ser la excepción en un grupo hom ogéneo (por ej em plo, la única
m uj er
en
un
gr upo
de
hom br es)
puede
aum ent ar
la
inhibición
e
influir
negat iv am ent e en la r ealización de una t ar ea. Tener que especificar el sex o o la
r aza ant es de r ealizar una pr ueba o un exam en t iene un im pact o negat iv o en las
calificaciones en m at em át icas en el caso de las m uj er es y en t odas las ár eas en el
caso de las m inor ías ét nicas (por ej em plo, en las pr uebas de adm isión a escuelas de
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posgr ado de los Est ados Unidos, dest acar la r aza em peora los r esult ados de los
est udiant es negr os). Las m uj er es asiát icas sacan m ej or es not as en m at em át icas si
se ha dest acado su or igen asiát ico, per o sacan not as peor es si lo que se dest aca es
su sex o. Los var ones blancos r inden peor en pr uebas at lét icas si cr een que el
r endim ient o depende de las dot es nat urales, y los var ones negr os r inden peor si se
les dice que el r endim ient o depende de la int eligencia at lét ica. Así act úa la am enaza
del est er eot ipo.
Per o una sim ple int er v ención puede ser v ir de ay uda en est os casos. Las m uj er es a
las que se dan ej em plos de m uj er es con éxit o en disciplinas t écnicas y cient íficas no
sufren ese efect o negat ivo en sus calificaciones en m at em át icas. Los est udiant es
univ er sit ar ios a los que han ex plicado las teor ías de Dw eck sobr e la int eligencia —
concr et am ent e, la t eor ía increm ent al— obt ienen m ej ores not as y se ident ifican m ás
con el pr oceso académ ico hacia el final del sem est r e. En una invest igación, los
est udiant es de m inor ías ét nicas que dur ante el cur so académ ico escr ibier on de t r es
a cinco veces sobr e el significado per sonal de algún v alor que los definier a ( com o
las r elaciones fam iliar es o sus int er eses m usicales) obt uvier on, a lo largo de dos
cur sos, una not a m edia super ior en 0,24 punt os a la de ot r os que escr ibier on sobr e
t em as neut r os, y la nota m edia de est udiant es afr oam er icanos con baj o r endim ient o
académ ico m ej oró en 0,41 punt os. Es m ás, la propor ción de los que r equir ier on
clases de r ecuper ación cayó del 18 al 5% .
¿Cuál es la act it ud m ent al que t enem os habit ualm ent e respect o a nosot r os m ism os?
Si no som os conscient es de t ener la, no podr em os hacer nada por com bat ir las
influencias que llev e apar ej adas en caso de que nos per j udiquen ( com o ocurr e con
los
est er eot ipos
negat iv os
que
m enoscaban
el
r endim ient o) ,
ni
podr em os
aprovechar sus vent aj as cuando nos fav orezcan ( com o puede ocur r ir si act iv am os
est er eot ipos con asociaciones posit iv as) . En gr an m edida, som os com o cr eem os ser .
Wat son se sit úa en el m undo de la ent idad cuando se declar a der r otado: blanco o
negr o, o sabem os o no, y si nos t opam os con algo que nos par ezca m uy difícil, en
fin... m ej or que ni lo int ent em os, no vay am os a quedar en r idículo. Par a Holm es, en
cam bio, t odo es incr em ent al. No sabr em os si podem os si no lo int ent am os. Y cada
desafío es una opor t unidad de apr ender algo nuev o, de ex pandir la m ent e, de
m ej or ar las capacidades y de acum ular en nuest r o desván nuev os inst r um ent os que
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podam os ut ilizar en el fut ur o. Mient r as que el desván de Wat son es est át ico, el de
Holm es es dinám ico.
El cer ebr o nunca dej a de cr ear nuev as conex iones ni de anular las que y a no usa.
Tam poco dej a de r efor zar se en aquellas áreas en que lo ej er cit am os, com o ocurr e
con el m úsculo del que hablábam os al pr incipio del libr o, que se for t alece con el uso
( per o se at rofia si dej am os de usar lo) y puede llegar , con el ent r enam ient o
adecuado, a exhibir una fuer za que no cr eíam os posible.
¿Cóm o vam os a poner en duda la capacidad de t ransform ación del cer ebr o par a
algo com o pensar , cuando pr endo es capaz de producir t alent os de t odo t ipo en
gent e que j am ás cr eyó que los t uvier a? Tom em os, por ej em plo, el caso de Ofey, un
cot izado ar t ist a. Cuando Ofey em pezó a pint ar , er a un físico de m ediana edad que
no se había sent ado a dibuj ar en t oda su v ida. No t enía nada clar o que fuer a capaz
de apr ender . Per o apr endió, llegó a hacer ex posiciones indiv iduales, y a vender su
obra a coleccionist as del m undo ent er o.
Aunque, clar o, Ofey no er a un caso m uy cor r ient e. Tam poco era un físico
cualquier a. Result a que er a un alias del pr em io Nobel Richar d Fey nm an, un hom br e
que dem ostr ó un talent o ex cepcional en t odas las em pr esas que acom et ió. Cuando
em pezó a dibuj ar , Fey nm an decidió adopt ar ese seudónim o para asegur ar se de que
su ar te fuer a v alor ado por sí m ism o, no por los laur eles que había obt enido en ot ros
cam pos. Pero podem os cit ar m uchos ot ros ej em plos. Aunque Feynm an sea único
por sus apor taciones a la física, no lo es en absolut o com o r epr esent ant e de la
capacidad del cer ebr o par a cam biar —y a niv eles pr ofundos— incluso a edad
av anzada.
Anna Mary Robert son Moses —m ás conocida com o Gr andm a ( «abuela») Moses— no
em pezó a pint ar hast a los set ent a y cinco años. Per o llegó a com parár sela, por su
t alent o ar t íst ico, con Piet er Brueghel. En 2006, su cuadro Sugaring Off se vendió
por 1. 200.000 dólares.
A los cincuenta y t r es años de edad, el escr it or y dr am at ur go Václav Hav el se
conv ir t ió en líder de la oposición checa y m ás adelant e fue el pr im er pr esident e de
la Checoslovaquia poscom unist a.
Richar d Adam s no publicó La colina de Wat er ship hast a los cincuent a y dos años.
Hasta ent onces, ni siquier a se había im aginado com o escr it or . El libr o, del que se
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han v endido cincuent a m illones de ej em plares ( de m om ent o) , sur gió de una hist or ia
que solía cont ar a sus hij as.
Har land Dav id Sander s —m ás conocido com o Coronel Sander s— había cum plido los
sesent a y cinco años cuando fundó la com pañía Kent ucky Fried Chicken, lo que no
le im pidió conver t ir se en uno de los em pr esar ios de m ás éx it o de su gener ación.
El t ir ador sueco Oscar Sw ahn par t icipó en sus pr im er os Juegos Olím picos en 1908, a
los sesent a años de edad. Ganó dos m edallas de or o y una de bronce, y a los
set ent a y dos años, con el bronce que conquist ó en los Juegos de 1920, se conv ir t ió
en el at let a y m edallist a m ás viej o de la hist or ia del olim pism o. La list a es lar ga, los
ej em plos m uy var iados, y los logr os se dist ribuyen por t odo el m undo.
Y, sí, t am bién hay quienes, com o Holm es, t ienen el don de pensar con clar idad
desde m uy j óvenes y no necesit an cam biar ni em prender un nuevo cam ino después
de años de cult iv ar m alos hábit os. Per o no olv idem os t am poco que Holm es t uv o que
ent r enar se, que ni siquier a él nació pensando com o Sher lock Holm es. Nada pasa de
pr ont o y por que sí. Hay que t rabaj ar para ello. Per o, pr est ando la debida at ención,
pasa. El cer ebr o hum ano es algo ex t raordinar io.
Sucede, adem ás, que el enfoque de Holm es puede aplicar se a casi cualquier cosa.
Todo es cuest ión de act it ud, de m ent alidad, de hábit os lógicos, de la m aner a de
afr ont ar el m undo que desar r ollam os. La aplicación concr et a que dem os a todo ello
es lo de m enos.
Si el lect or debe quedar se con una sola cosa de est e libr o, que sea est a: la m ent e
m ás poder osa es la m ent e ser ena. Es la m ent e que est á pr esent e y que es r eflex iva,
conscient e de sus pensam ient os y de su est ado. No suele atender a var ias tar eas al
m ism o t iem po y si lo hace es por un buen m ot ivo.
Es posible que el m ensaj e est é calando. The New Yor k Tim es publicó hace poco un
ar t ículo sobr e una pr áct ica que par ece est ar ext endiéndose: quedarse en el coche
apar cado m ient r as se envían m ensaj es de t ex t o o cor r eos elect r ónicos, se cuelgan
t uit s o cosas por el est ilo, en vez de apr esur arse a salir para dej ar libr e la plaza.
Puede que est o ir r it e a quien est é int ent ando apar car , per o tam bién r ev ela que la
gent e se v a concienciando que no es buena idea hacer esas cosas al v olant e. «Ha
llegado la hor a de acabar con la m ult it ar ea», r ezaba r ecient em ent e un t it ular de The
99% , un popular blog est adounidense.
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Podem os t om ar la barahúnda del m undo de hoy com o ex cusa, alegar que es un
fact or que nos lim it a y nos im pide alcanzar la aler t a m ent al de Sher lock Holm es; y
es cier t o que él no est aba som et ido al bom bar deo constant e de los m edios de
com unicación y las nuevas t ecnologías, ni al r it m o fr enét ico de la vida m oder na. Él
lo t enía m ucho m ás fácil. Per o t am bién podem os aceptar el desafío de int ent ar ser
m ej or es que Sher lock Holm es; de dem ostr ar que t am poco im por ta t ant o, que aún
podem os est ar t an cent rados com o él, e incluso m ás, si hacem os el esfuerzo. Y
cuant o m ás nos esfor cem os, m ay or beneficio sacar em os y m ás perm anent e ser á
nuest r o cam bio de la ir r eflex ión a la conciencia plena.
Podem os incluso acoger las nuev as t ecnologías com o una v ent aj a m ás, una v ent aj a
con la que Holm es habr ía est ado encant ado de cont ar . En est e sent ido, un est udio
r ecient e r ev elaba que cuando la gent e cuent a con que v a a usar or denador es o
cuando esper a t ener acceso a infor m ación en el fut ur o es m ucho m enos capaz de
r et ener esa infor m ación; sin em bargo —y est o es fundam ent al—, es m ucho m ás
capaz de r ecordar dónde ( y cóm o) encontr ar la m ás adelant e.
En la er a digit al, nuest r o desván cer ebral y a no est á som et ido a las m ism as
lim it aciones que el de Holm es o el de Wat son. Nos beneficiam os de una am pliación
efect iv a de nuest r o espacio de alm acenam ient o, con una capacidad v ir t ual que er a
inim aginable en t iem pos de Conan Doyle. Y esa am pliación incor pora una posibilidad
int r igant e:
nos per m it e alm acenar «m or r alla» que quién sabe si no podr ía
r esult ar nos út il en el fut ur o, y saber ex actam ent e cóm o acceder a ella si sur gier a la
necesidad. Cuando no t enem os clar o si algo m er ece un lugar dest acado en nuest r o
desván, t am poco hace falt a que lo desechem os. Solo t enem os que r ecor dar que lo
hem os guar dado par a su ev ent ual uso en el fut ur o. Per o las nuev as posibilidades
conllev an la ex igencia de nuev as pr ecauciones: podr ía asalt ar nos la t ent ación de
alm acenar fuer a de nuest r o desván m ental cosas que har íam os m ej or en guardar
dent r o, y el pr oceso «cur ator ial» ( qué conser v ar, qué desechar ) se com plica
consider ablem ent e.
Holm es t enía su sist em a de ar chivos. Nosot r os t enem os Google, t enem os la
Wik ipedia, t enem os libr os y ar t ículos escr it os desde siglos atr ás hasta hoy m ism o.
Todo, fácilm ent e accesible en función de nuest r as necesidades. Tenem os nuest r o
pr opio ar chiv o digit al.
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Per o no podem os confiar en consult ar lo todo cada v ez que debam os tom ar una
decisión. Com o no podem os confiar en r ecor dar todo el v olum en de infor m ación al
que est am os ex puest os. Y la cuest ión es que t am poco deber íam os pr et ender lo. Lo
que nos hace falt a apr ender es el ar t e de m ant ener nuest ro desván m ás organizado
que nunca. Si lo hacem os, habrem os am pliado, efect ivam ent e, nuest ros lím it es de
una for m a sin pr ecedent es. Per o si per m it im os que nos ahogue la av alancha de
infor m ación, si alm acenam os lo irr elevant e en v ez de lo que r ealm ent e m er ece
conser v arse en el lim it ado espacio de alm acenam ient o que acarr eam os siem pr e con
nosot r os, en la cabeza, la era digit al puede acabar siendo per j udicial.
El m undo est á cam biando. Disponem os de m ás r ecursos de los que Holm es pudo
j am ás im aginar . Los confines vir t uales de nuest r o desván cer ebral se han
desplazado. Se han ex pandido. Han am pliado la esfer a de lo posible. Debem os
esfor zar nos por ser conscient es de ese cam bio y saber apr ovechar lo, en vez de
dej ar que nos desborde. Al final, t odo se r educe una vez m ás a las m ism as nociones
básicas de at ención, pr esencia y conciencia plena, de la act it ud m ent al y la
m ot iv ación que nos acom pañan a lo lar go de t oda nuest r a v ida.
Nunca llegar em os a ser per fect os. Per o podem os encarar nuest ras im per fecciones
con at ención, per m it iendo así que a la lar ga hagan de nosot ros pensador es m ás
capaces.
« ¡Qué r ar o, cóm o el cer ebr o cont r ola el cer ebr o! », ex clam a Holm es en «La
av ent ur a del det ect iv e agonizant e». Y eso nunca v a a dejar de ser así. Per o tal v ez,
solo t al v ez, podam os apr ender a ent ender m ej or el pr oceso, y cont r ibuir a él con
nuest r a apor tación.
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Le ct u r a s r e com e n da da s
El apar tado «Cit as», al final de cada capít ulo del or iginal, r epr oduce el t ex t o de
Art hur Conan Doyle de las siguient es ediciones en lengua inglesa:
The Adv ent ur es of Sherlock Holm es, Nueva Yor k, Penguin Books, 2009.
The Hound of t he Baskervilles, Londr es, Penguin Classics, 2001.
The Mem oirs of Sher lock Holm es, Nueva York, Penguin Books, 2011.
The Sign of Four , Londres, Penguin Classics, 2001.
A St udy in Scar let , Londres, Penguin Classics, 2001.
The Valley of Fear and Select ed Cases, Londr es, Penguin Classics, 2001.
The New Annot at ed Sher lock Holm es, en Leslie S. KLI NGER ( com p.) , vol. I I , Nueva
Yor k, Nor t on, 2005.
Para la r edacción de est e libr o t am bién m e he ser v ido de m uchos ar t ículos y libr os.
El
lect or
int er esado
en
ellos
hallar á
una
list a
en
mi
sit io
w eb,
w w w.m ar iak onnik ov a.com . No obst ant e, r ecom endar é algunas lect ur as adicionales
para cada capít ulo con el obj et ivo de dest acar los pr incipales aut or es y est udios en
cada ár ea.
Pr ólogo
Recom iendo la obr a clásica de Ellen Langer , Mindfulness: la conciencia plena
( Bar celona, Paidós, 2007) , al lect or int er esado en una ex posición m ás det allada de
la at ención conscient e y de su im pact o. Langer tam bién ha publicado una v er sión
act ualizada del m ism o libr o t it ulada At r asa t u r eloj: el poder de la posibilidad
aplicado a la salud ( Madr id, Rigden I nst it ut Gest alt , 2009) .
Para una visión int egr al de la m ent e, su evolución y sus apt it udes nat urales hay
pocos r ecur sos m ej or es que las obras de St ev en Pink er La t abla rasa: la negación
m oder na de la nat uraleza hum ana ( Bar celona, Paidós, 2003) y Cóm o funciona la
m ent e ( Bar celona, Dest ino, 2004) .
Ca pít u lo 1 . El m é t odo cien t ífico de la m e n t e
Para m ás det alles sobr e Sher lock Holm es y la v ida y obr a de sir Ar t hur Conan Doyle
r ecom iendo
The New
Colaboración de Sergio Barros
Annot at ed
Sher lock
250
Holm es
de Leslie Klinger
( ex ist e
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t r aducción del v ol. I I I , Sher lock Holm es anot ado. Las novelas: Est udio en escar lat a,
El signo de los cuatr o, El sabueso de los Basker ville, Madr id, Akal, 2009) ; The Man
Who Creat ed Sherlock Holm es de Andr ew Lycet t ; y Ar t hur Conan Doyle: A Life in
Let t er s de John Lellener g, Daniel St ashow er y Char les Foley . El pr im er o se dedica al
«canon holm esiano»
y
a sus int erpret aciones.
Los dos últ im os ofrecen
un
com pendio de la vida de Conan Doyle.
Al lect or int er esado en los inicios de la psicología, le r ecom iendo el t ext o clásico de
William Jam es, Pr incipios de psicología ( Madr id, Fondo de Cult ur a Económ ica,
1989) . Thom as Kuhn ofrece un t rat ado sobre el m ét odo cient ífico y su hist or ia en La
est ruct ur a de las revoluciones cient íficas ( Madrid, Fondo de Cult ura Económ ica,
2000) . Gran par t e de los datos sobr e la m ot iv ación, el apr endizaj e y la exper iencia
se basan en los est udios de Angela Duck w or t h, Ellen Winner ( aut or a de Gift ed
Children: Myt hs and Realit ies) y K. Ander s Er icsson ( aut or de The Road t o
Excellence) . Est e capít ulo t am bién debe m ucho a la obra de Daniel Gilber t .
Ca pít u lo 2 . El de svá n de l ce re bro: qué e s y qué con t ie ne
Uno de los m ej or es r esúm enes del est udio de la m em or ia es de Er ic Kandel, En
busca de la m em oria: una nueva ciencia de la m ent e ( Madr id, Kat z Barpal, 2007) .
Tam bién es excelent e la obr a de Daniel Schact er Los siet e pecados de la m em oria
( Barcelona, Ar iel, 2003) .
John Bargh sigue siendo la pr incipal autor idad en el cam po de la «pr eact iv ación» y
sus efect os en la conduct a. El capít ulo t am bién se basa en el t r abaj o de Solom on
Asch y Alexander Todor ov, y en la invest igación conj unt a de Noconiór ber t Schwar z y
Ger ald Clor e. Se puede solicit ar una r ecopilación de est udios r ealizados con el t est
de asociación im plícit a o I AT al labor at or io de Mahzar in Banaj i.
Ca pít u lo 3 . Am u e bla r e l de svá n de l ce rebr o: el pode r de la obse rv a ción
Los est udios clav e de la r ed «por defect o» del cer ebr o, su est ado de r eposo, su
act iv idad nat ur al int r ínseca y la disposición at encional se deben a Marcus Raichle.
Para m ás infor m ación sobr e la at ención, la ceguer a por falt a de at ención y la
m anera en que los sent idos nos pueden engañar , r ecom iendo The I nvisible Gorilla,
de Christ opher Chabris y Daniel Sim on. Pensar r ápido, pensar despacio ( Bar celona,
Colaboración de Sergio Barros
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¿Cóm o pensar com o Sherlock Holm es?
www.librosm arav illosos.com
María Konnikov a
Debat e, 2012) , de Daniel Kahnem an, aborda a fondo los sesgos innat os. El m odelo
de la obser v ación corr ect ora se debe al t r abaj o de Daniel Gilber t .
Ca pít u lo 4 . Ex plora r e l de svá n del cere br o: e l va lor de la cre a t ivida d y la
im a gin a ción
Para m ás dat os sobr e la cr eat ividad, la im aginación y la int uición, r ecom iendo la
obra de Mihály Csíkszent m ihály i, incluy en do sus libr os Cr eat ividad: el fluir y la
psicología del descubr im ient o y la invención ( Bar celona, Paidós, 2006) y Fluir: una
psicología de la felicidad ( Bar celona, Kair ós, 2013) . La discusión sobr e la dist ancia y
su papel en el pr oceso cr eat iv o se ha basado en el t r abaj o de Yaacov Tr ope y Et han
Kr oss. El capít ulo en gener al debe m ucho a los escr it os de Richar d Fey nm an y Alber t
Einst ein.
Ca pít u lo 5 . Usar e l de sv án del ce r e br o: de du cir a pa r tir de los he chos
Mi noción de la desconex ión ent r e la r ealidad obj et iv a por un lado, y la ex per iencia
subj et iv a y la int er pr et ación por ot r o, debe m ucho al t r abaj o de Richard Nisbet t y
Tim ot hy Wilson, especialm ent e su innovador ar t ículo de 1977 «Telling Mor e Than
We Can Know ». En su libr o St r anger s t o Our selves Wilson pr esent a un resum en
ex celent e de su t r abaj o, y Dav id Eaglem an ofr ece una per spect iv a nuev a en
I ncógnito: las vidas secr et as del cer ebr o ( Bar celona, Anagram a, 2013) .
Los prim eros est udios de pacient es con el cuerpo calloso seccionado fueron
r ealizados por Roger Sper r y y Michael Gazzaniga. Par a m ás infor m ación sobr e sus
im plicaciones, r ecom iendo el libr o de Gazzaniga ¿Quién m anda aquí? El libr e
albedr ío y la ciencia del cer ebr o ( Bar celona, Paidós, 2012) .
Para am pliar conocim ient os sobr e los efect os de los sesgos y los pr ej uicios en la
deducción
v uelv o a r ecom endar
Pensar
r ápido,
pensar
despacio,
de Daniel
Kahnem an. Juicio a la m em or ia: t est igos presenciales y falsos culpables ( Bar celona,
Alba, 2010) , de Elizabet h Loft us y Kat herine Ket cham , es un excelent e punt o de
par t ida para pr ofundizar en la per cepción y sus efect os en el r ecuer do y la
deducción.
Ca pít u lo 6 . M a n t en er el de sv á n del ce r ebr o: no dej a r nu n ca de a pre n de r
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Para un desarr ollo m ás am plio del t em a del apr endizaj e cer ebr al, v uelv o a r em it ir al
lect or a la obra de Daniel Schact er , y especialm ent e a su libr o En busca de la
m em oria ( Bar celona, Ar iel, 2003) . En El poder de los hábit os: por qué hacem os lo
que hacem os en la vida y en la em pr esa ( Bar celona, Ur ano, 2012) , Char les Duhigg
da una v isión gener al m uy det allada de la for m ación y cam bio de hábit os, y las
r azones que hacen t an fácil quedar se enganchados a v iej os usos. Para ahondar en
la apar ición del ex ceso de confianza, sugier o Why We Make Mist akes y Mist akes
Wer e Made ( But
Not
by Me) ,
de Joseph
Hallinan.
De gran
par t e de las
invest igaciones sobr e la t endencia al ex ceso de confianza, fue pioner a Ellen Langer
( véase el Prólogo) .
Ca pít u lo 7 . El de svá n din ám ico: a ta n do ca bos
Est e capít ulo es un r epaso gener al de t odo el libr o, y, aunque tr abaj é con no pocos
est udios en su r edacción, no hay lect ur as adicionales concr et as que suger ir .
Ca pít u lo 8 . Err a r e s h u m a no
Para saber m ás de Conan Doyle, el espir it ualism o y las hadas de Cot t ingley , m e
rem it o de nuevo a las fuent es sobre la vida del aut or enum eradas en el capít ulo 1. A
los int er esados en la hist or ia del espir it ualism o, les r ecom iendo la obr a de Jam es
William s La volunt ad de cr eer ( Madrid, Encuent r o, 2004) .
The Right eous Mind, de Jonat han Haidt , habla sobr e la dificult ad de cuest ionar las
pr opias cr eencias.
Epílogo
Car ol Dw eck com pendió sus invest igaciones sobr e la im por tancia de la act it ud
m ent al en La act it ud del éxit o ( Bar celona, Ediciones B, 2007) . Par a am pliar el t em a
de la im por t ancia de la m ot iv ación, v éase Drive, de Daniel Pink.
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