¡Un brindis por el príncipe!
El vaso Campaniforme en el interior de la Península Ibérica
(2500-2000 a. C)
VOLUMEN II
¡Un brindis por el príncipe!
El vaso Campaniforme en el interior de la Península Ibérica
(2500-2000 a. C)
MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL
Comunidad de Madrid
Exposición:
Del 9 de abril al 29 de septiembre, 2019
Editores científicos:
Germán Delibes y Elisa Guerra
Organiza:
Museo Arqueológico Regional
(Comunidad de Madrid)
Con la colaboración de:
Amt für Archäologie des Kantons Thurgau; Archaeological Centre Olomouc;
Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina; Casa Museo Jorge Bonsor;
Museo Arqueológico de Asturias; Museo Arqueológico Nacional, Madrid;
Museo de Ávila, Junta de Castilla y León; Museo de Burgos, Junta de Castilla y León;
Museo de Palencia, Junta de Castilla y León; Museo de Pontevedra;
Museo de Salamanca, Junta de Castilla y León; Museo de San Isidro;
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Museo de Zamora, Junta de Castilla y León; Museo Municipal de Vigo “Quiñones de León”;
Museo Numantino, Junta de Castilla y León;
Museu Nacional de Arqueologia – Direção Geral do Património Cultural;
National Museums Scotland; Real Academia de la Historia;
Universidad de Santiago de Compostela
CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN DEL MUSEO
ARQUEOLÓGICO REGIONAL
PRESIDENTE
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VOCALES
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ALCALDE DE ALCALÁ DE HENARES
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SECRETARIO DEL CONSEJO
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MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL
DE LA COMUNIDAD DE MADRID
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JEFE DEL SERVICIO DE DIFUSIÓN Y COMUNICACIÓN
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JEFE DEL SERVICIO DE ADMINISTRACIÓN
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EXPOSICIÓN
CATÁLOGO
COMISARIADO
EDICIÓN CIENTÍFICA
Germán Delibes de Castro y Elisa Guerra Doce
Germán Delibes y Elisa Guerra
COORDINACIÓN
COORDINACIÓN EDITORIAL MAR
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DISEÑO MUSEOGRÁFICO Y DIRECCIÓN DE MONTAJE
CORRECCIÓN DE TEXTOS
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Elena Carrión, Silvia Robledo, Luis Palop
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ISBN:
TRANSPORTE
Vol. 1: 978-84-451-3787-1
Vol. 2: 978-84-451-3789-5
Obra completa: 978-84-451-3787-1
Edict
Ordax
DEPÓSITO LEGAL:
M-12346-2019
PORTADA:
Arturo Asensio
TRADUCCIONES DEL INGLES
Altalingua, S. L.
ÍNDICE
11
La decoración con rellenos de pasta en las cerámicas campaniformes
Carlos P. Odriozola
25
La minería del cobre “en época campaniforme” a través de las labores subterráneas,
in extenso, de la Sierra del Aramo (Riosa, Asturias)
Miguel Ángel de Blas Cortina
53
Tumbas de metalúrgicos de finales del periodo Eneolítico en Moravia (República Checa)
Jaroslav Peška
87
El primer oro en la Península Ibérica: materia, creatividad, ontologías e identidades
Beatriz Comendador Rey y Barbara Armbruster
109
La belleza y el prestigio de la arquería en el periodo campaniforme
Jan Turek
127
Botones y cuentas campaniformes en la región de Madrid: ¿meros adornos
o la exclusividad del prestigio?
Corina Liesau y Concepción Blasco
151
Pasadores y colgantes en forma de arco
Daniela Kern
163
Sal y estrategias de poder en los territorios Ciempozuelos
Elisa Guerra Doce, Francisco Javier Abarquero Moras y Germán Delibes de Castro
183
La manipulación de los ancestros: acerca de los complejos ritos funerarios campaniformes
en el centro peninsular
Corina Liesau y Concepción Blasco
207
Conflicto, ¿violencia? y poder: reflexiones sobre el contexto social del Campaniforme
en la Península Ibérica
Rafael Garrido-Pena
223
La cerámica campaniforme Ciempozuelos, una vajilla al servicio de una liturgia
Elisa Guerra Doce y Germán Delibes de Castro
243
Explorando la voluntad tras el fenómeno Campaniforme. El cuento del navegante
Robert Van de Noort
259
Los “pueblos campaniformes” en Escocia: una historia de inmigración, movilidad,
integración y dinámica social
Alison Sheridan
279
Vaso Campaniforme y ADN antiguo
Iñigo Olalde
293
Cuando los “Beakers” conocen los “Bell Beakers”: dinámicas poblacionales a través de
exámenes de rasgos dentales no métricos
Jocelyne Desideri
319
El Arquero de Amesbury
A. P. Fitzpatrick
339
¿Un Ulises campaniforme en el túmulo de Tablada del Rudrón (Burgos)? ADN estépico
y pendientes de oro de tipo británico en el enterramiento del fundador
G. Delibes, E. Guerra, F. J. Velasco, I. Olalde, A. P. Fitzpatrick, D. C. Salazar-García, J. Campillo,
M. Moreno, J. Basconcillos y R. Villalobos
363
Villa Filomena en el panorama del campaniforme cordado de la Península Ibérica
Jorge A. Soler Díaz
162
Sal y estrategias de poder
en los territorios Ciempozuelos
Elisa Guerra Doce,
Francisco Javier Abarquero Moras
y Germán Delibes de Castro
Universidad de Valladolid
163
En la pág. anterior:
Salinas de Espartinas. Ciempozuelos (Madrid). Foto: Mario Torquemada.
En los últimos años se viene observando de manera recurrente la presencia de cerámica campaniforme en saladares del
interior de la Península Ibérica. Si bien esta circunstancia podría ser fruto de la casualidad, no es menos cierto que en el
seno de las sociedades tradicionales la sal es un recurso crítico
y de ahí el extendido calificativo de “oro blanco” que se le aplica. Por ello, hace ya algún tiempo nos preguntamos si la explotación salinera no habría sido una de las fuentes de riqueza y de los instrumentos de poder de los jefes campaniformes
de la “Civilización de Ciempozuelos”, quienes se habrían reservado el monopolio de la explotación y distribución de la
sal, de forma parecida a como, según todos los indicios, controlaron la minería del cobre, la actividad metalúrgica y el
intercambio de ciertos productos de prestigio (Delibes y del
Val, 2007-2008).
Las excavaciones que a partir de 2009 llevamos a cabo en el
yacimiento de Molino Sanchón II, un cocedero prehistórico de
salmuera1 localizado en las lagunas salobres de Villafáfila, en
Zamora, permitieron la recuperación de cantidades significativas de cerámica campaniforme en los propios espacios productivos, tanto en los pozos para la extracción de agua salada,
como en las áreas donde se procedía a su cocción o en los inmediatos basureros —briquetages— constituidos por miles
de fragmentos de cerámica, en su mayoría lisos, correspondientes presumiblemente a los recipientes utilizados en el
procesado de la salmuera (Abarquero et al., 2012; 2017). Con
ello no sólo se confirmaba la vinculación de la producción de
sal al fenómeno del Vaso campaniforme, sino que comenzaba
a ganar peso la hipótesis de que en la Península Ibérica las
gentes con campaniforme pudieron haberse hecho con los derechos de explotación de este recurso a finales del III milenio
cal a. C. (Guerra et al., 2011; 2015).
La reciente publicación de nuevos documentos que refuerzan ese binomio Vaso campaniforme/paisajes de sal nos
1
En el seno de las sociedades preindustriales, la sal se obtiene a través de diversos métodos (evaporación solar de agua marina, extracción de
sal gema o halita en labores mineras, quema de plantas halófitas, entre
otros; Brigand y Weller, 2015), pero en la Europa prehistórica el método
más extendido fue el de la ignición (Weller, 2000). Consistía en forzar la
evaporación de la salmuera al fuego, recurriendo para ello a grandes recipientes de cerámica (o incluso simplemente de barro crudo endurecido por
la proximidad a fuentes de calor) que descansaban sobre peanas o cilin-
dros hechos de barro o piedra colocados entre lechos de ascuas. Cuando
el agua se había evaporado y la salmuera adquiría la consistencia de una
pasta densa, esta se vertía a recipientes más pequeños en los que se producía la cristalización del cloruro sódico. Finalmente, estos moldes debían
romperse para extraer los bloques de sal, de ahí las enormes acumulaciones de desechos cerámicos o briquetage en los cocederos, que se alzan como
una de las señas de identidad de la producción de sal en la Prehistoria
(Harding, 2013: 54).
165
Elisa Guerra Doce, Francisco Javier Abarquero Moras y Germán Delibes de Castro
Los inicios de la explotación de sal
en la Península Ibérica
Los más antiguos testimonios de explotación de sal en la Europa prehistórica se remontan al Neolítico Antiguo (Harding,
2015), lo cual no deja de tener su explicación ya que las áreas
salobres son excepcionales lugares de pasto para el ganado, de
ahí que se convirtieran en focos de atracción para los primeros
grupos productores y, como resultado, se intensificara el poblamiento a su alrededor durante los compases iniciales de la
neolitización (Jiménez Guijarro, 2007: 191). Así pudo ocurrir
en la conocida como Vega Salada, un espacio en el noreste de la
provincia de Cádiz plagado de recursos salinos donde la actividad salinera se remonta al menos a época romana, aunque
se sospeche que pudo iniciarse con anterioridad. No obstante,
por el momento las cubetas excavadas en el subsuelo y los niveles de cenizas y carbones que se han detectado en el yacimiento cardial de Cabeza de Hortales (núcleo fundacional del
posterior oppidum turdetano-romano de Iptuci), no prueban
por sí solos la cocción de salmueras (Valiente et al., 2017). Son
más rotundos los documentos en el Valle Salado de Añana,
cerca de Vitoria, donde ha quedado constatada la producción
de sal por el método de ignición desde la primera mitad del V
milenio cal a. C. (Martínez Torrecilla et al., 2013), o en la Vall
Salina aunque en este caso fue sal roca o sal gema lo que a lo
largo del Neolítico Medio (4500-3500 cal a. C.) se extrajo de la
Muntanya de Sal, un diapiro salino que aflora en Cardona,
cerca de Barcelona (Weller y Fíguls, 2007). La producción de
esta mina catalana pronto superaría la demanda local, ya que
la halita comenzó a circular en redes de intercambio2 a nivel
regional y suprarregional (Fíguls et al., 2010).
Será a finales del IV milenio cal a. C. cuando comiencen a
proliferar los testimonios de explotación de sal, a la vista de
las concentraciones de desechos cerámicos, frecuentemente
asociadas a cenizas y carbones, en las proximidades de recursos salinos. La Marismilla, un yacimiento sevillano del Neolítico Final localizado en la paleodesembocadura del Guadal-
quivir que se lleva al 3000 a. C por la tipología de la colección
cerámica, cuenta con este tipo de restos materiales, aunque
carbones y cenizas están ausentes, lo que ha llevado a barajar
la posible utilización de excrementos secos de bóvidos como
combustible (Escacena et al., 1996). Funcionalmente La Marismilla fue una salina explotada con carácter temporal por grupos humanos que no vivían de forma permanente en aquellos
parajes y, además, una factoría de salazón de carne o pescado
(Escacena, 2010: 181, 184).
Pero es en la costa atlántica de Portugal, desde la desembocadura del Tajo hacia el sur, donde tiene lugar una intensificación de la actividad salinera en el tránsito del IV al III
milenio cal a. C. Allí varios yacimientos litorales albergan briquetages, en los que millares de fragmentos cerámicos y peanas de barro —que suelen adoptar la forma de cuernos, de ahí
su denominación de corniformes— aparecen mezclados caóticamente en niveles de cenizas y carbones, por lo que no hay
duda de que se trata de los vestigios últimos de la producción de sal marina por el procedimiento de ebullición. Así ha
podido constatarse en el estuario del Sado, en los sitios del
Neolítico Medio avanzado de Barrosinha y Malhada Alta, o en
Possanco, adscrito al Neolítico Final (Soares y Tavares, 2013:
160, 163); también en el estuario del Tajo, en yacimientos calcolíticos como Monte da Quinta 2 (Valera et al., 2006: 293) o
Ponta da Passadeira (Soares, 2008); y más al sur, Praia do Forte
Novo, en la región del Algarve (Rocha, 2013).
El elevadísimo volumen de briquetage en estos sitios portugueses implica necesariamente que la sal obtenida habría
superado ampliamente las necesidades de las poblaciones locales, destinándose los excedentes al intercambio (Valera et al.,
2006: 296). Los receptores del producto pudieron ser comunidades del interior peninsular, y en este sentido la presencia de
conchas de moluscos marinos en yacimientos de la cuenca media del Guadiana —localizados a un centenar de kilómetros de
la costa— hablaría de la existencia de contactos entre estos territorios y el litoral atlántico, los cuales habrían facilitado el
trasiego de bienes de prestigio a inicios del Calcolítico en el cuadrante sudoccidental de la Península Ibérica (Soares, 2013; 2016).
La trayectoria de estos centros salineros de producción
intensiva y especializada se extendió, según las dataciones ra-
2
La presencia de residuos de sal en un recipiente cerámico del yacimiento neolítico de Ca l´Oliaire podría ser indicativa de intercambios con las
minas de Cardona, situadas a menos de 30 km de distancia (Martín et al.,
2005: 181-182).
da pie a reflexionar sobre estas cuestiones y a valorar el papel
de la sal en el marco de las relaciones socioeconómicas de las
comunidades de la Europa prehistórica de hace 4.500 años.
166
Sal y estrategias de poder en los territorios Ciempozuelos
diocarbónicas disponibles, entre el 3700 y el 2600 cal a. C., poniéndose en relación el cese de la actividad con el despegue de
nuevas áreas de aprovisionamiento en el interior peninsular
(Valera, 2017). Otra opción, que recientemente venimos contemplando, es que estas salinas de la Estremadura portuguesa
participaran ahora en redes de intercambio extrapeninsulares, valiéndose para la circulación del producto por la fachada
atlántica europea de los cestillos en los que la sal se secaba y
compactaba; estos cestillos habrían tenido tanta aceptación
que pudieron imitarse en cerámica, dando lugar a los campaniformes de tipo Marítimo, que según nuestra propuesta serían entonces esqueuomorfos de los estuches orgánicos en los
que se pudo distribuir el “oro blanco” (Guerra, 2017). De este
modo, la clara división existente en la Europa del III milenio
cal a. C. entre territorios con campaniforme, los del centro y
oeste del continente, y territorios sin campaniforme, al este,
podría responder a la existencia de áreas diferenciadas de intercambios en las que funcionaron redes de interacción independientes. Desde esta óptica, la pujanza de la explotación de
sal en Europa oriental desde el VI milenio cal a. C. haría innecesaria la participación de estos territorios en las redes de intercambio operativas en el oeste de Europa, por las que circulaban las piezas del set campaniforme (¿y la sal de Portugal?)
(Guerra, 2016).
En cualquier caso, a lo largo del Calcolítico fue afianzándose la explotación de sal en el interior de la Península Ibérica
(Terán, 2011: 76; Barroso et al., 2017). El hallazgo en una cerámica de la cabaña 8 del asentamiento de Los Picos-El Fontarrón, en Huecas (Toledo), de restos de sal, prueba la actividad
salinera en territorios meseteños desde comienzos del III milenio cal a. C. (Bueno et al., 2010: 59). Pero será a lo largo de la
segunda mitad del III milenio cal a. C. cuando se multiplique
la documentación sobre la sal, asociándose sistemáticamente
al fenómeno del Vaso Campaniforme (Guerra, 2017).
Cerámicas campaniformes y saladares de interior:
un repaso a la documentación peninsular
La especial vinculación que parece existir entre cerámica campaniforme y sal, bien en espacios productivos propiamente
dichos o en sus proximidades, por el momento únicamente se
ha constatado en la Península Ibérica. Bien es cierto que en el
yacimiento francés de Fontaines Salées, en Saint-Père-sousVézelay (Yonne) se estuvo explotando sal al menos en el último cuarto del III milenio cal a. C., momento de esplendor del
Vaso Campaniforme, según apunta la datación de los troncos
de madera de unos pozos de captación de salmuera, pero hay
que subrayar que no se han encontrado allí las distintivas cerámicas acampanadas de este complejo arqueológico (Bernard
et al., 2008).
No ha sido hasta fechas relativamente próximas, cuando,
gracias a las excavaciones llevadas a cabo en las Salinas de Espartinas (Ciempozuelos, Madrid) a partir del año 2000, por vez
primera se ha documentado en nuestro país la presencia de
cerámica campaniforme en las áreas propiamente productivas de una explotación de sal. Hay constancia de que al menos
desde la Edad del Cobre comenzaron a aprovecharse allí las
surgencias naturales de agua salobre que emanan de uno de
los frentes yesíferos tan abundantes en el entorno, pudiendo
incluso haberse abierto pequeñas galerías para ensanchar los
caudales aunque este punto aún no está del todo claro, puesto
que la mayor parte de restos calcolíticos están descontextualizados (Valiente et al., 2002). Estos se recuperaron en las zonas
periféricas de una potente escombrera en la que se documentan pequeñas balsas de decantación y posibles estructuras de
combustión, junto a restos de peanas de barro, briquetage y
cenizas —todo ello indicativo del procesado de salmuera por
el método de ignición—, además de una ingente cantidad de
cerámica a mano que ronda los seis mil fragmentos (Valiente
y Ramos, 2009).
Corresponden estos trozos a grandes vasijas troncocónicas, ollas globulares y cazuelas de gran diámetro, y en menor
medida a cuencos de variados tamaños y pequeños vasos; se
trata de piezas abrumadoramente lisas, entre las que destacan
las improntas de cestería que se aprecian en algunas paredes y
fondos. Por ello no deja de resultar llamativo el descubrimiento de una veintena amplia de cerámicas campaniformes
de los estilos Dornajos y Ciempozuelos (Valiente, 2009). Su
presencia revela que, con independencia de cuándo se inició la
actividad salinera en Espartinas, esta estuvo bajo la tutela de
las élites campaniformes al menos durante las últimas centurias del III milenio cal a. C. como indican los resultados de la
datación radiocarbónica de una muestra de carbón vegetal
(CSIC-1879: 3731 ± 32 BP) obtenida de un corte de la escombrera (Valiente et al., 2009).
Pero las Salinas de Espartinas no constituyen un caso aislado. De hecho, la documentación más contundente y completa hasta la fecha de ese supuesto binomio sal/Vaso Campaniforme la ofrece la mencionada factoría de Molino Sanchón II,
167
Elisa Guerra Doce, Francisco Javier Abarquero Moras y Germán Delibes de Castro
en Zamora, al haberse podido reconstruir con bastante fiabilidad las diferentes etapas de la cadena operativa. Este yacimiento, objeto de dos campañas de excavación (2009 y 2013), se
localiza en las Lagunas de Villafáfila; un conjunto de esteros
salinos en los que los testimonios de obtención de sal por ignición se remontan a época prehistórica, si bien es avanzada
la segunda mitad del III milenio cal a. C., coincidiendo con el
apogeo del grupo Ciempozuelos, cuando se cuenta con evidencias directas de esta actividad (Abarquero et al., 2012).
La ocupación de Molino Sanchón II se desarrolló en tres
fases: las más moderna (fase III) corresponde a una necrópolis
medieval, mientras que en las dos restantes (Fases I y II) funcionó como un centro especializado en la producción de sal
por ebullición. Las dataciones radiocarbónicas para la ocupación prehistórica se extienden desde ca. 2400 cal a. C. hasta ca.
2000 cal a. C. (Abarquero et al., 2017: 14-15) (Tabla 1). La actividad salinera se llevó a cabo exclusivamente en verano pues, al
tratarse de lagunas pluviales, la salinidad del agua resultaba
el resto del año demasiado baja para que su beneficio fuera
rentable. A ello se añadía, además, que durante el invierno y
la primavera el yacimiento permanecía total o parcialmente
anegado, de manera que la ocupación solo era posible los meses de calor, cuando la lámina de agua, muy somera, desaparecía por efecto de la evaporación (Fig. 1). En consecuencia, los
productores se veían obligados a captar las salmueras —con la
ventaja en esa época del año de una mejor ley de cloruro sódi-
Figura 1. Vista del yacimiento de Molino Sanchón II: a la izquierda, durante los meses fríos,
y debajo, el área de excavación abierta en el verano de 2009. Foto: Francisco Javier Abarquero Moras.
TABLA 1
Dataciones absolutas de explotaciones de sal de la Península Ibérica con cerámica campaniforme
(los resultados han sido calibrados con el programa OxCal versión 4.3)
Yacimiento
Contexto
Material
Muestra
BP
Calibración 2σ
Bibliografía
Espartinas
Escombrera
Carbón
CSIC-1879
3731 ± 32
2271-2031
Valiente et al., 2009
Molino Sanchón II
Fase I
Carbón
PoZ-35226
3910 ± 35
2481-2289
Abarquero et al., 2012
Molino Sanchón II
Fase I
Hueso fauna
PoZ-71989
3855 ± 35
2461-2207
Abarquero et al., 2017
Molino Sanchón II
Fase I
Carbón
PoZ-35252
3835 ± 35
2458-2154
Abarquero et al., 2012
Molino Sanchón II
Fase I
Carbón
PoZ-35227
3830 ± 35
2457-2150
Abarquero et al., 2012
Molino Sanchón II
Fase I
Carbón
PoZ-35223
3765 ± 35
2291-2042
Abarquero et al., 2012
Molino Sanchón II
Fase II
Carbón
PoZ-35224
3745 ± 30
2279-2036
Abarquero et al., 2012
Molino Sanchón II
Fase II
Hueso fauna
PoZ-71991
3665 ± 35
2141-1942
Abarquero et al., 2017
168
Sal y estrategias de poder en los territorios Ciempozuelos
Figura 2. Área de procesado de salmuera en Molino Sanchón II donde se observa una balsa de decantación junto a un nivel de cocedero con peanas in situ y huellas de fuego. Foto: Francisco
Javier Abarquero Moras.
co— excavando pozos de aproximadamente dos metros de
profundidad, que alcanzaban el nivel freático. Cerca de los pozos se localizan unos hoyos amplios, cuidadosamente revestidos de arcilla blanquecina y con una concavidad en el fondo,
que suelen contener limos muy finos (Fig. 2). Se interpretan
como balsas de decantación y probablemente sirvieron para el
lavado de las aguas extraídas del subsuelo y para el filtrado de
sedimentos ricos en sal, caso de las eflorescencias salobres o
costrones que se formaban en superficie al secarse las lagunas.
El siguiente paso de la cadena operativa consistía en la
cocción de las salmueras, de ahí la notoriedad en los espacios
productivos de cenizas, de carbones de madera o de pellas de
arcilla quemada, asociados a los cocederos propiamente dichos. En Molino Sanchón II estos adoptan la forma de fogones
circulares en cuya base se disponen a modo de trébede o trípode, es decir, de tres en tres, unas peanas cónicas de barro o
de piedra que sirven para mantener por encima del fuego o de
las brasas las grandes vasijas en las que se precipitaba la sal
(Fig. 3). Para completar la precipitación, la pasta resultante
tuvo que ser repartida en moldes más pequeños, como se ha
constatado arqueológicamente en otros cocederos de mueras
de la Europa prehistórica (Brigand y Weller, 2015; Harding,
2013). Gracias a las enseñanzas de la Arqueología experimental (Bodi, 2007; Martin, 2015; Tencariu et al., 2015) sabemos de
las ventajas de recurrir a estos moldes para completar el proceso de solidificación del producto, en vez de en las grandes
tinajas de cocción: considerable reducción del consumo de
leña, mayor compacidad de los panes de sal y, lo que es más
importante de cara a la distribución, obtención de una producción modulada, ya que como bien resume Oliver Weller
(2004: 109), uno de los mejores exponentes en Arqueología de
la Sal, “El uso de moldes de cerámica de forma y tamaño estándar
169
Elisa Guerra Doce, Francisco Javier Abarquero Moras y Germán Delibes de Castro
Figura 3. Conjunto de peanas en una zona de cocedero de Molino Sanchón II. Foto: Francisco Javier Abarquero Moras.
demuestra la intención de presentar la sal con una forma predefinida,
compacta y fácilmente transportable. No se trata exclusivamente de
producir sal, sino de hacer panes de sal de calidades, volúmenes y pesos
estandarizados. El pan de sal se convierte en un objeto social, un marcador que identifica al grupo productor. Con esta presentación circulará fácilmente, podrá partirse sin perder el valor de uso y ser almacenado en buen estado durante años”.
Sin embargo, la revisión tipológica y volumétrica de las
cerámicas de Molino Sanchón II permite apreciar claramente
que las piezas de pequeño tamaño que pudieran haber actuado como moldes brillan por su ausencia, puesto que su inmensa mayoría corresponden a vasijas demasiado grandes. Al
amparo de dicha realidad, ilustrativa de una estrategia de explotación original, diferente de la que regía en la mayoría de
los sitios salineros europeos, nos interrogamos por cuál pudo
ser el procedimiento adoptado por los salmenteros villafafileños para moldear y modular su producción. Apoyándonos en
el hecho de que en muchas partes del mundo para el secado de
los panes de sal se utilizan contenedores orgánicos, normalmente cestos, planteamos una fórmula similar para los cocederos prehistóricos de Villafáfila, lo que arqueológicamente
vendría respaldado por la presencia de improntas de cestería
en la base de algunas cerámicas y barros allí recuperados
(Guerra et al., 2017) (Fig. 4).
Todavía más enigmático resulta el papel reservado a la
cerámica campaniforme en este yacimiento. Si durante las labores de prospección superficial del terreno se recuperó un
centenar amplio de fragmentos cerámicos con decoraciones
típicas del grupo Ciempozuelos (Delibes et al., 2007: 52), tras
170
las dos campañas de excavación las cuales afectaron a una superficie total de 72 m2, el lote supera ampliamente el millar de
efectivos, lo cual le convierte uno de los más cuantiosos de la
Península Ibérica. Dejando al margen los fragmentos Ciempozuelos descontextualizados, por haber sido encontrados en
el relleno de las tumbas medievales (fase III), las dos fases prehistóricas han entregado un total de 924 piezas de las que la
mayoría (878) se concentran en la fase I y sólo 46 se asignan a
la fase II (Fig. 5). Esta abundancia, no obstante, resulta relativa si atendemos al conjunto cerámico total de Molino Sanchón II, el cual supera los 52.500 efectivos, por lo que la cerámica campaniforme representa únicamente un 1,76%, en
consonancia con lo que suele ser habitual en los yacimientos
campaniformes no funerarios (Guerra, 2017: 347). Por lo que
respecta a las variedades estilísticas, salvo un pequeño fragmento aparecido en la fase Ia-b durante la campaña de 2009, el
cual muestra una serie de líneas de puntos impresos que recuerda enormemente al Marítimo Lineal (Guerra et al., 2015:
176, Fig. 15.8: 1), los demás muestran los patrones decorativos incisos típicos del estilo Meseta o Ciempozuelos, y, con la
excepción de algún globo de lámpara, reproducen también
sus formas más características (Fig. 6): las de la famosa tríada
—el vaso campaniforme propiamente dicho, la cazuela y
el cuenco— y los grandes contenedores de tipo El Molino,
que ordinariamente presentan decoraciones más descuidadas
(Fig. 7). Debemos destacar también la presencia de un fragmento correspondiente a la panza posiblemente de un vaso,
que incluye motivos simbólicos (en concreto parte de dos ciervos), por cuanto este tipo de recipientes son bastante minoritarios y se vinculan regularmente a la esfera ritual (Abarquero
et al., 2012: 201, 334, Fig. 189; Guerra et al., 2015: 177-178).
Documentos igual de ilustrativos se han ido dando a conocer en los últimos años en otros saladares peninsulares de
interior, en los que la cerámica campaniforme insiste en asociarse espacialmente a áreas de explotación de sal. Así, en el
municipio toledano de Seseña, no lejos de Espartinas, se sitúa
el yacimiento de Pontón Chico, en el que conviven nuevos
indicadores de producción de sal por ignición (peanas de arcilla, estructuras de combustión, cenizas) y un cuenco de estilo Ciempozuelos (Arribas, 2010). En el cocedero medieval
de Fuente Camacho, en Loja (Granada) también se señala la
presencia de vasijas Ciempozuelos (Terán y Morgado, 2011).
Resulta especialmente significativo el caso de los cocederos
del Valle Salado de Añana, en Álava, cuya explotación, que se
Sal y estrategias de poder en los territorios Ciempozuelos
Figura 4. Fragmentos con improntas de cestería de Molino Sanchón II (Guerra, 2017).
Figura 5. Cerámicas Ciempozuelos en una de las áreas de cocedero de la fase I de Molino
Sanchón II, en proceso de excavación. Foto: Elisa Guerra Doce.
había iniciado en el Neolítico según vimos, quedó a finales
del III milenio a. C. en manos de los grupos campaniformes
(Plata y Martínez, 2014), según cabe deducir de la presencia
de un conjunto de cerámicas incisas de estilo Ciempozuelos
en las áreas de procesado (García Martínez de Lagrán et al.,
e.p.) (Fig. 8).
A pesar de que no se hayan registrado restos de briquetage,
no queremos dejar de mencionar aquí otros yacimientos campaniformes localizados en las proximidades de aguas salobres
(Fig. 9). La concentración de sitios campaniformes en el Bajo
Jarama (Sanguino y Oñate, 2011), un paisaje plagado de recursos salinos y con sitios tan relevantes para nuestra hipótesis
como Espartinas, resulta bastante revelador (Valiente, 20052006). Lo mismo podemos decir de Prado Esteban (Pedrajas de
171
Elisa Guerra Doce, Francisco Javier Abarquero Moras y Germán Delibes de Castro
Figura 6. Grupos tipológicos de la cerámica campaniforme en Molino Sanchón II: I) Grandes vasos carenados; II) cuencos semiesféricos y escudillas; III) vasos; IV) cazuelas; V) cuencos globulares (Guerra et al., 2017).
San Esteban, Valladolid), un campo de hoyos situado en las
proximidades de un bodón conocido como Salveguero. Aunque la documentación escrita no da fe de beneficio salinero
alguno allí en época histórica, quizás por cuestiones de rentabilidad, no podemos descartar que fuera una actividad que
ocupó a las gentes prehistóricas. Y en este sentido es digna de
mencionar la elevada proporción de cerámicas decoradas en
los cinco hoyos clasificados como campaniformes, puesto que
asciende al 8% (Delibes et al., 2017). Una situación similar se
repite en el yacimiento de La Pleta, en Lérida, junto al lago de
Ivars y Vilasana, un humedal salobre —desecado en los años
50 y recuperado en la actualidad (aunque con agua dulce)—
del que en época medieval se aprovechaban las costras salinas
que se formaban en la lámina de agua, lo que ha llevado a Clop
172
et al. (2018) a explicar el hallazgo de un pequeño lote de cerámicas campaniformes de estilo pirenaico en relación con la
explotación de la sal.
Un testimonio peculiar, diferente de los casos mencionados hasta ahora, lo ofrece El Castellar, en Burgos, junto al
conocido diapiro salino de Poza de la Sal. La presencia campaniforme se concreta aquí en dos cerámicas Ciempozuelos recogidas en este asentamiento en altura, las cuales exigen una
lectura diferente pues lejos de proceder del espacio productivo, junto a los espumeros y en las zonas bajas del diapiro, lo
hacen de la cumbre de uno de los tolmos. Este emplazamiento
favoreció, entonces, el dominio visual sobre los espumeros de
Pozo Cuende y Mena, con lo que los jefes campaniformes no
hacían sino escenificar el control del espacio salinero (Delibes
Sal y estrategias de poder en los territorios Ciempozuelos
Figura 7. Una de las grandes cazuelas campaniformes recuperadas en Molino Sanchón II (Abarquero et al., 2012, dibujo de Ángel Rodríguez González).
et al., 2017: 19-20). Desde esta misma perspectiva se ha explicado la densidad de yacimientos campaniformes en el entorno
de Sigüenza, puesto que el origen de la explotación de las famosas salinas de esta comarca de Atienza (Imón, La Olmeda,
Bujalcayado, Santamera, entre otras) podría remontarse a la
Prehistoria (Malpica et al., 2011a: 182). La posición estratégica
de estos yacimientos con relación a vías de comunicación respondería al interés de las élites campaniformes por controlar
la salida del “oro blanco” de los centros de producción hacia
las redes de distribución (Morère, 2007: 4-7).
Y de igual manera que para las tumbas megalíticas se reclama su papel no sólo como espacios funerarios sino como
marcadores de propiedad sobre recursos críticos (Chapman,
1981), la ubicación de ricas tumbas campaniformes en las
3
No nos resistimos a llamar la atención sobre el hecho de que la famosa necrópolis de Varna se encuentra a una treintena de kilómetros del yacimiento de Solnitsata, en Provadia, un cocedero de sal que inició su actividad
en el Neolítico para alcanzar su máximo esplendor en el Calcolítico. La ubicación del cementerio, no propiamente en la explotación salina, sino junto a la
costa del Mar Negro, podría responder al intento de reclamar la tutela sobre
la canalización del producto hacia las redes de distribución, de ahí que la riqueza que exhiben ciertas tumbas de Varna pueda tener su origen en el control sobre la explotación y distribución de la sal de Provadia (Nikolov, 2010).
proximidades de recursos salinos podría responder a una estrategia similar3. Hace ya algún tiempo, llamamos la atención
sobre este hecho (Delibes y del Val, 2007-2008), pues muchas
de las tumbas individuales de la “Civilización Ciempozuelos”
localizadas en las campiñas meridionales del Duero (Fuente
Olmedo y Portillo, en Valladolid; Pajares de Adaja, en Ávila; o
Samboal y Villaverde de Íscar, en Segovia) se encuentran cerca
de someras lagunas endorreicas de carácter salino, a las que
localmente se denomina lavajos o bodones; o ya al otro lado
del Sistema Central, la necrópolis de la Cuesta de la Reina, en
Ciempozuelos, no lejos de las Salinas de Espartinas4.
Parece oportuno recordar, entonces, que Muñoz LópezAstilleros (2002: 86) al dar a conocer el conjunto metálico de
una tumba campaniforme en la Finca de la Paloma, en Panto-
4
Muy próximo está también el yacimiento de Humanejos, en Parla,
actualmente en fase de estudio. Se trata de un poblado con una dilatada trayectoria que se remonta al Calcolítico precampaniforme (Flores, 2011), pero
lo que nos interesa destacar aquí es la existencia de una necrópolis campaniforme (Flores y Garrido, 2014) en la que se aprecia una gran disimetría social, destacando el enterramiento de la conocida como “Dama de oro” como
uno de los ejemplos más visibles de acumulación de riqueza.
173
Elisa Guerra Doce, Francisco Javier Abarquero Moras y Germán Delibes de Castro
A
B
Figura 8 a y b. Arriba, conjunto de cerámicas campaniformes Ciempozuelos recuperadas en las excavaciones del Valle Salado de Añana; debajo, detalle de dos de ellas (Cortesía de
Alberto Plata Montero).
174
Sal y estrategias de poder en los territorios Ciempozuelos
Figura 9. Mapa de distribución de los yacimientos campaniformes de la Península Ibérica asociados a recursos salinos, que se mencionan en el texto: 1) Molino Sanchón II (Villafáfila, Zamora);
2) Salinas de Espartinas (Ciempozuelos, Madrid); 3) Pontón Chico (Seseña, Toledo); 4) Fuente Camacho (Loja, Granada); 5) Valle Salado (Añana, Álava); 6) Prado Esteban (Pedrajas de San Esteban,
Valladolid); 7) La Pleta (Vilasana, Lérida); 8) El Castellar (Poza de la Sal, Burgos); 9) yacimientos de la comarca de Atienza (Guadalajara); 10) Perro Alto (Fuente Olmedo, Valladolid); 11) Portillo
(Valladolid); 12) Valhondo (Pajares de Adaja, Ávila); 13) Samboal (Segovia); 14) Los Retajones (Villaverde de Íscar, Segovia); 15) Cuesta de la Reina (Ciempozuelos, Madrid); 16) Humanejos
(Parla, Madrid); 17) La Paloma (Pantoja, Toledo); 18) Valle de Ambrona (Soria): Túmulo de la Sima, en Miño de Medinaceli; Peña de la Abuela, en Ambrona, y cenotafios de El Alto I y III, en
Fuencaliente de Medinaceli; 19) Valle de Higueras (Huecas, Toledo).
ja (Toledo) hizo notar su proximidad al manantial salobre de
Fuente Amarga. Y nuevos ejemplos, ilustrativos de esta práctica de las gentes campaniformes peninsulares, los encontramos también en el soriano valle de Ambrona, donde las conocidas tumbas del Túmulo de la Sima y La Peña de la Abuela
(Rojo et al., 2005), o los ricos cenotafios allí existentes (Rojo et
al., 2014: 33-34) se localizan en un paraje donde la actividad
salinera se remonta por lo menos a la Antigüedad (Malpica et
al., 2011a), al igual que en la necrópolis del Valle de Higueras
(Huecas, Toledo), para la que se baraja como explicación a la
riqueza de sus ajuares, la explotación de los recursos salinos
del entorno (Bueno et al., 2012: 20).
A modo de reflexión
Convencidos de que el negocio de la sal ha estado siempre a lo
largo de la historia unido a los poderosos, defendemos que la
cerámica campaniforme se asocia a espacios salobres por tratarse de una vajilla representativa de las elites sociales de la
segunda mitad del III milenio cal a. C. Da igual que comparezca en los espacios productivos propiamente dichos, o en
sus proximidades; su presencia, cualquiera que sea el caso,
nos pone en la pista del interés de las elites por ejercer un
control sobre el “oro blanco”, sobre todo en su fase de explotación, pero acaso también en las de almacenamiento y distribución.
175
Elisa Guerra Doce, Francisco Javier Abarquero Moras y Germán Delibes de Castro
¿Cuál habría sido el papel reservado a la cerámica campaniforme en estos contextos? La primera reacción fue pensar
que, pese al inconveniente de su elevado coste de producción, las cerámicas campaniformes habían sido utilizadas,
igual que las lisas, para el procesado de las salmueras. Sin embargo, el estudio tecnológico de recipientes campaniformes
y no campaniformes de Molino Sanchón II reveló porcentajes de cloruro incomparablemente más bajos en los barros
Ciempozuelos que en los demás, descartando que hubieran
podido intervenir en el proceso productivo de la sal (Odriozola y Martínez-Blanes, 2012). Su presencia obedecía, pues, a
otras razones, que entendimos de carácter simbólico (Delibes
et al., 2016).
En rigor, por tanto, la cerámica campaniforme de estos
espacios salobres no sería un medio de producción sino un
instrumento ceremonial y los que la utilizaban unos oficiantes, lo que nos hace sospechar que la exclusividad del derecho
de explotación de la sal, tenía su raíz antes en una sacralización de la actividad (solo las élites estaban autorizadas a ejercerla) que en la capacidad real de monopolizar por medios
coercitivos el aprovechamiento de un recurso como la salmuera. Una situación certeramente resumida por K. Flannery
176
(1975: 16-17) cuando afirma que “las élites tienen relaciones especiales con los dioses que no pueden tener los plebeyos y que legitiman
sus derechos”.
No obstante, teniendo en cuenta lo lucrativo del comercio de sal, no parece probable que las comunidades que
habitaron en entornos salobres se resignaran a dejar pasar
la oportunidad de beneficiarse de esta actividad —por muy
sacralizada que estuviera—, lo que inevitablemente habría
conducido a tensiones y conflicto social. En este sentido no
podemos dejar de mencionar las evidencias de violencia interpersonal que se vienen observando en el registro arqueológico
calcolítico del interior peninsular (Esparza et al., 2009; Liesau
et al., 2014); episodios de los que las élites campaniformes no
lograron escapar y que notoriamente se manifiestan en los
traumatismos y lesiones documentados en sus propios restos
esqueléticos (Flores y Garrido, 2014; Liesau, 2017: 314-315). De
este modo, los signos de violencia que presentan algunos individuos campaniformes de necrópolis como Humanejos o
Cuesta de la Reina —ubicadas, no está de más recordarlo, en
el paisaje salobre del Bajo Jarama— ¿podrían estar revelando
la existencia de luchas por hacerse con el control sobre la producción y distribución de la sal?
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