CÓMO LLEGÓ LA PIMIENTA A OCCIDENTE
Alejandría en el siglo II a. C.
En el siglo segundo antes de Cristo, Alejandría era una urbe pujante y opulenta
con un importante puerto comercial, un faro famoso y la mejor biblioteca de
toda la antigüedad albergada en un espléndido edificio de mármol llamado
Museo (mouseion), palabra que significa casa de las musas, las deidades
protectoras de las artes y de las ciencias.
La ciudad fundada por Alejandro Magno
en el año 331 antes de Cristo a poniente
del delta del Nilo, se había convertido en
el principal centro cultural y comercial
del mundo antiguo. La construcción de un
largo dique de siete estadios (unos mil
trescientos metros) que unió la ciudad
con la isla de Faro situada enfrente,
dividió la bahía en dos excelentes puertos
amplios y abrigados, el puerto militar o Puerto Mayor abierto a oriente, y el
puerto comercial o Puerto Eunostu (Feliz Regreso) abierto a occidente.
Toda la ciudad era un hervidero de actividad. Por sus calles trazadas en
cuadrícula, bullían gentes de diferentes razas, procedencias y ocupaciones. La
mayoría de sus habitantes eran griegos, pero también había una población
significativa de egipcios y judíos, amén de comerciantes fenicios y asiáticos. Casi
todos sus habitantes hablaban al menos dos idiomas, el griego y el egipcio. En
sus puertos, en su biblioteca, en su teatro, en su gimnasio, en sus calles y en sus
bien surtidas tabernas, se mezclaban navegantes, mercaderes, cortesanos,
arquitectos y estudiosos de las más diversas ramas del saber, con soldados,
marineros, obreros, estibadores, pescadores, buscavidas y prostitutas.
Eudoxo de Cícico y su enigmático amigo indio
Mediada la segunda centuria precristiana, llegó a la gran urbe un joven llamado
Eudoxo natural de Cícico, una colonia griega fundada por Mileto en la
Propóntide, el actual mar de Mármara. Conocemos su aventurera historia
porque fue relatada por su contemporáneo Posidonio y recogida por Estrabón
en el libro segundo de su GEOGRAFÍA que ha llegado hasta nosotros.
Eudoxo de Cícico llegó a Egipto durante el reinado de Ptolomeo VIII en calidad
de embajador y fue muy bien acogido en la corte. Era un joven instruido que
estaba muy interesado en todo lo relativo a la navegación tanto fluvial como
marítima, y Alejandría era el lugar idóneo para informarse. Allí conoció el
trabajo de Eratóstenes de Cirene, antiguo director de la biblioteca que, en el
siglo tres antes de Cristo, había calculado el diámetro de la Tierra con una
precisión asombrosa. Eratóstenes también había dibujado un mapa del
continente africano que hizo concebir a Eudoxo la idea de que era posible
circunnavegarlo para llegar a la India por mar.
Cierto día, atracó en el puerto Eunostu un barco cargado de mercancías como
tantos otros. Pero ese barco llevaba a bordo un náufrago al que había recogido
en una playa del mar Rojo medio muerto de hambre y sed. Conducido ante el
faraón, resultó que nadie entendía su lengua, por lo que Ptolomeo ordenó que
los mejores maestros le enseñaran griego a la mayor brevedad.
El interés de Eudoxo por la navegación lo llevó a entablar amistad con el
marinero náufrago, y es probable que se convirtiera así en el primer europeo en
oír hablar de la pimienta con la que su nuevo amigo indio acostumbraba
aderezar las viandas en su lejano país. Hay quien piensa que los primeros
europeos en conocer la pimienta debieron ser Alejandro Magno y sus hombres ,
pero si fue así, no nos ha llegado constancia de ello.
En ese tiempo, los barcos griegos
comerciaban con barcos indios
en puertos árabes del mar Rojo y
del golfo de Adén, pero no se
atrevían a aventurarse más allá
del puerto de Eudaemon (nombre
griego de Adén) a través del mar
Arábigo. El agradecido náufrago
ofreció al faraón enseñar a sus
navegantes el camino a su país y los vientos que los impulsarían.
Primera travesía a la India y encuentro con la pimienta
Así fue como, en el año 118 antes de Cristo, Ptolomeo VIII puso a disposición de
Eudoxo un barco con el que, guiado por el náufrago, debía explorar la ruta
marítima hasta la India.
La expedición fue un éxito. Recorriendo el mar Rojo, el golfo de Adén y el mar
Arábigo, el barco llegó hasta su destino y regresó a Egipto cargado de perfumes,
piedras preciosas, pimienta y otras especias como clavo, cúrcuma y jengibre,
productos que bien pronto conquistarían el paladar de los europeos y llegarían a
ser tan valiosos como el oro. Sin embargo Eudoxo obtuvo poco provecho de los
peligros afrontados, pues el cargamento íntegro pasó a las arcas reales.
Gracias a este viaje, los griegos
conocieron los vientos monzones
y la ruta que les permitiría
establecer relaciones comerciales
con la India prescindiendo de los
puertos árabes. De hecho, unos
años más tarde, ya en el siglo uno
antes de Cristo, Hípalo fue el
primer navegante griego que
cruzó el océano Índico gracias a su
conocimiento de los monzones. Pocos años después había ya un importante
tráfico de barcos griegos y romanos que navegaban por el mar Rojo hacia el
océano Índico y viceversa. Se cree que este Hípalo debió ser el capitán del barco
de Eudoxo de Cícico, pero no está demostrado.
Segunda travesía a la India
Dos años después de su primer viaje, en el 116 antes de Cristo, Eudoxo volvió a
viajar a la India pero esta vez sin guía. El faraón Ptolomeo VIII había muerto ya,
y fue su esposa y sucesora Cleopatra III la que financió la expedición.
Regresando de este segundo viaje, cuando ya el golfo de Adén estaba ante su
proa, fuertes vientos desviaron el barco obligándolo a descender hacia el sur a
lo largo de la costa oriental de África. Cuando al fin los vientos se calmaron y
pudieron detenerse a hacer aguada, encontraron los restos de un navío que
había naufragado en aquella playa. La forma del mascarón de proa y las
informaciones de los indígenas, convencieron a Eudoxo de que el barco procedía
de Gadir (Cádiz), información confirmada por los mercaderes y navegantes a los
que, una vez en Egipto, mostró el mascarón. Eudoxo dedujo que el mapa de
Eratóstenes de Cirene quedaba así confirmado y explicaba el recorrido del barco
gaditano: la nave habría descendido por la costa oeste de África, rodeando
después el continente por el sur y ascendiendo por la costa este hasta el lugar
del naufragio.
Eudoxo intenta circunnavegar África
Inspirado por este hallazgo, no bien hubo regresado a Egipto viajó hasta Gadir y
fletó un navío para circunnavegar África. Este primer intento encontró tales
dificultades que tuvo que regresar sin lograr su objetivo. Inmune al desaliento,
Eudoxo organizó un segundo viaje cuya conclusión desconocemos porque,
mediada la narración, Estrabón nos dice que Posidonio interrumpe su relato en
ese punto… ¡dejándonos sin conocer el desenlace de la aventura! Plinio el Viejo
vivió un siglo después y en sus escritos afirma, el sabría por qué, que este viaje
sí fue coronado por el éxito. Otras fuentes, en cambio, consideran que lo más
probable es que en ese viaje encontrara la muerte el intrépido explorador. En
todo caso, Eudoxo de Cícico ha pasado a la historia por ser quien introdujo la
pimienta en Europa.
La pimienta conquista Europa
La afición por las especias orientales cuya ruta marítima había abierto Eudoxo,
se extendió por toda Grecia. Después pasó a Roma que, a su vez, la difundió por
media Europa. Pero al Imperio, los preciados condimentos llegaban a lomos de
camellos caravaneros, a lo largo de la Ruta de la Seda. No volverían a llegar por
mar hasta el siglo XV, traídos por los navegantes portugueses.
Las especias orientales y muy particularmente el fruto del Piper nigrum, llegaron
a gozar de un enorme aprecio. La pimienta fue la más valorada porque resiste
muy bien el transporte y porque, correctamente almacenada, conserva sus
cualidades durante largos periodos de tiempo. Llegó a ser tan valiosa que se
reconoció como medio de pago en los contratos, constituyendo un valor tan
sólido y fiable como el oro o la plata. A día de hoy, sigue siendo la especia más
consumida en el mundo.
Junto con el gusto por las especias se transmitió, generación tras generación, el
error de considerar que la India abarcaba toda la parte de Asia situada entre el
río Indo y los confines orientales del continente, y que consecuentemente, todas
las especias venían de la India.
Cuando, tras la islamización de los mongoles, los turcos otomanos conquistaron
Constantinopla en el siglo XV, el islam clausuró definitivamente la Ruta de la
Seda. Comenzó entonces una carrera entre las naciones europeas más pujantes,
por encontrar una nueva ruta que condujera a la valiosa pimienta. Portugal la
encontró hacia el este circunnavegando África. España lo intentó dando la
vuelta al globo terráqueo por el oeste, y a mitad de camino se topó con
América. Cuando Colón llegó a América buscando una nueva ruta para traer las
especias de Oriente, estaba convencido de que había llegado a la costa este de
Asia, es decir, a lo que según él y sus contemporáneos era la India, por eso llamó
indios a los nativos que allí encontró e indios los seguimos llamando todavía
hoy.
Patatas con pimienta.Desde que el bajo precio de la pimienta la
hace asequible a todas las economías, se la
ponemos prácticamente a todo. No obstante,
no hay una receta en la que la pimienta tenga
el papel protagonista. Yo he recordado una en
la que comparte protagonismo con la patata,
aunque es de una simplicidad desoladora.
En una cacerola ponemos patatitas pequeñas
con piel, perfectamente lavadas.
Procuraremos que sean todas de parecido
tamaño, unos 8-10 cm de largo, para que lleguen al punto óptimo de cochura al
mismo tiempo.
Añadimos agua hasta cubrir con holgura.
Añadimos abundantes granos de pimienta negra. Algo así como una cucharada
(unos 10 g) por cada vaso de agua (200 cc).
Podemos añadir una cucharadita de sal, aunque no es necesario porque se
comen dándoles un golpe de salero tras cada bocado.
Dejamos hervir suavemente hasta que las patatas estén en su punto, cosa que
sabremos porque al pincharlas con una brocheta, debe de entrar hasta el centro
sin dificultad.
Cuando estén, apagamos el fuego y dejamos templar, ya que se sirven a una
temperatura que nos permita pelarlas sin quemarnos los dedos .
Estas patatas, con un intenso sabor a pimienta, son una antigua tapa típica en
muchos bares de Andalucía oriental en las frías noches de invierno.
Acompañando a un vaso de vino tinto, caldean el cuerpo y reconfortan el
espíritu. Doy fe.