INTRODUCCIÓN
Este trabajo de investigación tiene como origen una “certeza” a
acerca del bien que trae consigo el Arte, incluyendo en esta categoría
cualquier manifestación artística o expresión comunicativa orientada
por un claro predominio de la dimensión poética. Con este punto de
partida, abordé una tarea de estudio que se ha convertido, con el
tiempo y el trabajo, en el sentido de mi investigación principal, así
como en la inspiración y la base de su docencia, centrada, esta última
en el ámbito de la Epistemología de la Comunicación, de la teoría de
la Representación y de la Escritura de ficción.
Estos prolegómenos explican en buena medida por qué la tarea
que inicié durante el doctorado es más que un proyecto limitado a un
objeto de estudio. Cómo se verá, se trata de una apuesta fuerte de vida
por el humanismo cristiano que anda muy lejos de concluir. Desde
luego todavía están por ver muchos de los frutos sapienciales del
estudio de esta tradición poética, aplicada al área de lo audiovisual y
divergente, en esencia, de la asentada por los Estudios culturales, con
los que intenta dialogar todo lo que puede. Por otro lado, la razón
que comparte el humanismo cristiano con la corriente crítica es noble:
estudiar las representaciones audiovisuales, los productos culturales,
como expresión contemporánea de las preocupaciones más íntimas y
radicales del hombre actual.
En primer lugar, el estudio de la ficción, alumbrado por las
lecciones que da Aristóteles en su Poética, conlleva aceptar que los
asuntos humanos escapan a una explicación cabal ofrecida por la
lógica. Este punto lo han trabajado autores como Paul Ricoeur,
Stephen Halliwell o Leon Golden y, con más cercanía, el maestro que
impulsó estos estudios en mi alma mater, la Facultad de
Comunicación de la Universidad de Navarra, Juan José GarcíaNoblejas, entre otros muchos autores que dialogan en las siguientes
páginas. Aquí urge decir que este presupuesto fortalece el carácter
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sapiencial de la razón poética, que es el reto puramente
epistemológico que se impone de entrada a un investigador que
pretenda interpretar las obras audiovisuales desde el foco
humanístico. A mi entender, a través de los mitos, esos “temas
humanos” encuentran un acomodo excelente que les permite
mantener intacto su carácter misterioso, a la vez que despliegan todo
su sentido, dejándolo ver sin forzamientos al hilo de un producto
artístico nuevo. Al mostrar ese sentido, se advierte que la naturaleza
de la poética es también racional y no sólo, o sobre todo, emocional.
Por ello, es posible estudiar sus dinámicas argumentales y encontrar
los fundamentos que constituyen la estabilidad propia de este saber
(quizá, sea menos adecuado hablar de una ciencia), basado en la
comprensión del hombre por un acto de connaturalidad o empatía
intelectual con una historia.
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En segundo lugar, la hipótesis desarrollada en este trabajo se
acerca al cine, considerándolo muy seriamente por los efectos
miméticos que produce en las personas, condicionando así su forma
de vivir, de pensar y de mirar al mundo y a sus semejantes; la
responsabilidad vital que se sigue de todo esto, del trabajo de los
profesionales de la comunicación que desempeñan esta tarea de
servicio creativo, no es menor ni siquiera opcional.
En tercer lugar, parte del carácter sapiencial del arte poética se
basa en que el arte de contar historias de ficción huye del positivismo,
tanto en sus formas y como en sus conclusiones. Más que plantear
respuestas medibles u objetivables propias de las ciencias que, en
cierto modo, han apartado a la persona de su quehacer diario, la
actividad del arte poética muestra preguntas y ofrece posibilidades:
ahí reside la mayor dificultad pero también la grandeza de construir
el estatuto epistemológico de la ficción.
Por último, mi interés por la cualidad de lo heroico procede
nítidamente de una pregunta que fundamenta este estudio: ¿qué hace
héroe a un héroe? Formulada de otra manera: ¿Cómo es un héroe?
Esta cuestión está hermanada con una convicción profunda acerca del
genuino heroísmo y enraizada en la tradición cristiana y sostiene que
sólo una mirada esperanzada sobre la condición humana -como la
que ofrece John Ford1, por ejemplo- puede impulsar el “intento” de
cualquier acción heroica genuina. No olvidemos que los primeros
héroes nacieron en el seno de la cultura griega, al aliento de una
inquietud moral civilizatoria muy loable, aunque insuficiente para
satisfacer las exigencias de perfeccionamiento y, en definitiva, de
felicidad de la persona.
1
Sobre la mirada esperanzada de John Ford, remito al lector a un texto de
la autora, llamado “La mirada poética de John Ford. En rescate de la
persona a través de la compasión”, publicado en Pérez López, Pablo (ed),
Personajes de fe que hicieron historia, Madrid: Rialp, 2014, pp. 160-187.
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La historia de una premisa
En el origen, partí de una hipótesis que tuve que corregir tan
pronto cómo estudié a fondo lo que decían los académicos entregados
a la Poética, a la teoría del drama, y, cómo no, a la antropología
filosófica desarrollada por la tradición aristotélico-tomista acerca del
heroísmo. El “bendito” error de mi hipótesis -que luego trajo sólo
beneficios para la investigación- fue asumir, como un supuesto
incuestionable, que en todas las historias el protagonista es
necesariamente el héroe. Y, por consiguiente, que el cine de John
Ford (autor cristiano) era una garantía a este respecto,
proporcionando buenos héroes, que fueran ejemplos para la cultura y
la sociedad. Enseguida se puso de manifiesto que tenía que distinguir
la función del protagonista, -como el que más actúa-, de la cualidad
de la acción que acomete, -donde se ve el signo de la acción2.
Además de aclarar bien los mimbres de la teoría del drama y
definir mejor el estatuto de los personajes en el seno de una acción
dramática, esta distinción teórica aplicada al protagonista procedía
del análisis de los casos. Luego la teoría ya no quedaba desligada de
los ejemplos (a los que podía haber forzado a su favor o haber
convertido en artilugios justificatorios -nunca más lejos de ese
escenario-); sino que constituía una reflexión propiciada por la
práctica, que venía a contradecir a toda una tradición convencida de
lo contrario. Junto a esto, apareció otra evidencia que confirmaba que
la distinción entre el protagonista y la cualidad de su acción era
pertinente: y es que es evidente que cada tradición cultural y período
histórico ofrecen distintas tipologías de lo heroico, que responden a
valores, visiones del mundo y del hombre diversas. ¿Cómo conciliar
entonces una pregunta científica sobre qué es el heroísmo
representado con un muestrario complejo -téngase en cuenta que la
filmografía de John Ford comparte universo con otras filmografías y
2 Cfr. Gutíérrez Delgado, Ruth, “El protagonista y el héroe: definición y
análisis poético de la acción dramática y de la cualidad de lo heroico”, en
Ámbitos, 21, 2012, 43-62.
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tradiciones que no le son ajenas- en el que cada cultura con sus héroes
se considera así misma cima moral? Por ello, parecía que la pregunta
sobre qué es el heroísmo tiene una respuesta necesariamente relativa
a las sociedades y culturas. Al menos, había que condicionar las
conclusiones ante este horizonte sin jerarquías. Sin embargo, el
primer “hallazgo”, referido a la separación entre la función del
personaje principal y el cariz de su misión, chocaba frontalmente con
ese afán de igualar la pluralidad de héroes culturales desde distintas
tradiciones literarias, orales y escritas, así como filmografías.
Con la finalidad de entender cómo se articula la acción heroica
en un drama fílmico, recurrimos a la Poética de Aristóteles,
presumiendo que el cine se parece más al teatro que a la literatura en
su fórmula narrativa. Esa premisa no ha variado con el estudio: muy
al contrario, se ha consolidado. Al tomar al pie de la letra las palabras
de Aristóteles, cuando dice que la tragedia (véase aquí cualquier obra
dramática) es “imitación de una acción esforzada y completa” (1449b,
24-25) y, que “la tragedia es, en efecto, imitación de una acción, y a
causa de ésta sobre todo, de los que actúan” (1450b, 3-4) se sigue que
el primer objeto de análisis es descubrir la acción única que aparece
representada en una historia cohesionada y, a la cual se supeditan los
personajes en la organización de los hechos. Llevado al ámbito del
cine, cada película corresponde a una acción práctica completa. Y si esto es
así, ¿es esa acción una acción heroica?
Esas dos preguntas condicionaron mi investigación acerca del
héroe, el héroe en Ford y el cine, en general, cambiando el rumbo de
los conceptos y aclarando mucho cómo es la naturaleza de lo
dramático. En este último punto pude comprobar que lo que
Aristóteles dice sobre la acción práctica en su Ética a Nicómaco está
presente de un modo soterrado también en su Poética, donde, por
ello, no necesitó desarrollar todos los aspectos morales de la acción
que explicaba, contemplada desde la representación, pues ya lo hizo
en sus pensamientos sobre la ética. Es decir, la Poética y la Ética están
vinculadas por la acción práctica; no hay historia, ni póetica ni
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estética, que, por naturaleza, esté desconectada de la moral.
John Ford y sus héroes
Los héroes nos cambian la vida. Inspiran la acción. Pocas veces
son los agoreros del desastre, más bien lo combaten, alejándose de ese
pesimismo mezquino que comparte trágicamente mesa con el
cinismo.
La experiencia suele demostrarnos que es más fácil reconocer a
un héroe que hablar de él. A nadie le gusta que le den lecciones. Y
menos aún cuando se siente una clara desventaja moral. Pero también
es cierto que nadie puede vivir sin el ejemplo de los demás
precisamente por el aliento que proporciona en el transcurrir de la
vida. Sobre todo, si ese ejemplo -a veces, incómodo, a veces,
envidiado, siempre, sorprendente- hace pacífica la convivencia en
este mundo.
John Ford recreó todo un universo de heroísmo. Unos,
escondidos en lo ordinario y otros, en cambio, con vocación de
liderazgo social. Su filmografía es un precioso tesoro de temas,
encuadres, argumentos y paisajes. Muchos han recorrido el camino
de lo fordiano antes que la autora de estas páginas y a ellos,
integrantes de la comunidad fordiana, debe buena parte del regocijo
vivido durante la interpretación de su obra.
El lector, ambicioso en sus miras, quizá esperará encontrar en
este libro una descripción de los héroes fordianos. Sin embargo, en
este caso, la honestidad pide decir que John Ford y su cine funcionan
casi como pretexto para apuntar a un tema de mayor relieve, como se
ha apuntado en los párrafos introductorios, aunque en el origen del
estudio, desde luego, fueran el falso objeto más preciado. Quizá
también persiga alguna pauta para reconocer a las personas
excelentes sin evitarse el paso por la experiencia propia o teniéndola
como frontón. Este trabajo no trata directamente de personas; ni
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siquiera sólo de los personajes de las películas del gran maestro del
cine, John Ford. El objeto de este libro es la paradójica cualidad de lo
heroico, como una rara y a la vez ¡extensa! característica presente en
nuestra vida.
La avidez de heroísmo está presente en aquellas sociedades que
padecen una carencia notable de hombres de bien. Porque, en
definitiva, el héroe –y perdón por la simpleza- no es sino el anónimo
aliado del bien. Por ello, nuestra época –y todas- necesita de la
enriquecedora presencia de los héroes al menos para seguir viviendo
en la esperanza de que compensa hacer el bien, aunque sea “menos
rentable”. La labor del héroe –a veces, alentadora y, a veces,
condenatoria- renueva nuestras razones íntimas para adquirir
compromisos serios, con los que recuperar con hondura, la esperanza
y la ilusión por vivir. Acaso J. Pieper se planteaba el don oportuno de
una vida heroica, en tiempos de crisis -es decir- en todos los tiempos,
apelando, así, al rescate colectivo del héroe, como el ciudadano
necesario para la vida pública.
En lo que respecta a Ford, este libro –además de estrictamente
intelectual- es desvelar su universo poético a fin de encontrar algunas
de esas razones fuertes que se ahogan en nuestro mundo. Y trazar
también así un marco conceptual con el que empezar a distinguir
algunos rasgos permanentes del heroísmo, hablemos de la cultura
que sea. Tan sometido al dinamismo de la historia como de la cultura,
el héroe se ha presentado bajo formas distintas y dispares: todas ellas
acordes con un modelo social. Por eso parece inevitable confrontar
esas imágenes plurales de los “llamados” héroes con el fin de
desenmascarar a los auténticos y a los falsos héroes.
No obstante, este libro no pretende ser una obra definitiva
sobre el heroísmo en el cine, ni una versión completa sobre el director
norteamericano John Ford y su obra. Sobre el heroísmo, por una
parte, y sobre la obra fordiana, por otra, la literatura colma muchas
de esas expectativas. Se trata más bien de renovar la mirada sobre la
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cuestión heroica a partir de un referente artístico sólido como es el
cine de Ford. A la vez, esa renovación conceptual permite la
comprensión de algunos aspectos poéticos y dramáticos escasa o
nulamente trabajados hasta la fecha, como se ha explicado. Lo que
interesa saber es hasta qué punto las películas, en su conexión con la
vida muestran conductas dignas de ser admiradas, imitadas y
alabadas.
De manera intuitiva, la cuestión heroica remite a trabajos de
filosofía práctica. Y tampoco puede despreciar los buceos más
notables sobre la estructura mítica en todo el campo de la épica oral,
escrita y cinematográfica. Por ello, en su estudio, se siguen dos líneas
básicas de la aproximación al heroísmo que simplifican esta amplia
tarea:
1. La primera intenta abordar cuáles son las perspectivas para
comprender y definir la cuestión heroica. Pocos autores como Pieper
se han arriesgado a conceptualizar el término, más allá de las
cómodas implicaciones, connotaciones culturales o rasgos al uso que
ha ido manifestando el heroísmo, según la época y lugar de origen.
Algunos autores, en la línea de C. M. Bowra o de A. de Cuenca,
supeditan el concepto de héroe a la cultura de nacimiento. De manera
que de sus trabajos se obtiene un estudio de corte relativista y
temporal, que explica la conducta heroica, según algunos aspectos
fenomenológicos y sociológicos puntuales, como los propios de los
héroes épico y trágico griegos. En el extremo de esta tendencia,
polarizada y, en defensa de la búsqueda de una esencia heroica, se
encuentra la corriente psicologista y mítica. En esa línea destacan los
trabajos de J. Campbell y de C. Jung, junto a los asertos
interpretativos de P. Grimal, H. J. Rose sobre mitología; un tanto a
caballo entre la primera y segunda tendencias, los estudios de G.
Dumézil aúnan las dos corrientes.
2. La segunda línea de trabajo, sin embargo, busca el punto de
unión entre la representación poética de la praxis y la marca heroica,
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en sus versiones cinematográficas. Aunque los autores mencionados
extraen conclusiones de los textos literarios y filosóficos, se observa
cómo, en definitiva, dejan de lado la conexión con el mundo real, tan
representativa, por otro lado, de la influencia o capacidad de
conmoción del heroísmo, en su afán por una comprensión estructural
de los relatos, y menos antropológica de la poética.
Por otra parte, la identificación paulatina del concepto de héroe
con el del protagonista de la historia se debe, sobre todo, a la
desvirtuación del concepto. Los mitólogos como J. Campbell
pretenden salvar de la definición, al menos, las formas esquemáticas
del viaje del héroe, como el de cualquier protagonista de la historia
con el fin de vaciarlo de “contenido moral”. El esquema de Campbell
indica, sin embargo, lejos de definir el heroísmo, la necesidad
dramática de la acción heroica. Y, en ese sentido, sirve de puente
técnico o argumentativo entre la poética de lo heroico y las
cualidades que se le atribuyen a la acción heroica, pero no explica el
impulso moral que convierte a un personaje en héroe.
En la identificación entre héroe y protagonista surgen, al
menos, dos escollos importantes. El primero se encuentra en la
definición de protagonista, como primer actor del relato. Ésta indica
ya cómo ocupar el papel de personaje principal es sólo completar una
función necesaria y específica dentro de la diégesis de la historia. El
segundo escollo es que, según la teoría aristotélica, las acciones de los
personajes no son el objeto principal dramático sino la única acción
que se representa en la historia, de la que participa no sólo el
personaje principal sino todos los secundarios y hasta el resto de los
elementos del drama.
Es justo en ese punto donde adquiere sentido plantear el
heroísmo como una cualidad, esto es, como un atributo y no como
una función insustituible en el relato, según A. J. Greimas o V. Propp.
En principio, la frecuencia con que los protagonistas de las historias
presentan cualidades de tipo heroico es abundante. Y cabría entonces
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no negar parte de razón a esa identificación. Sin embargo, la
presencia de personajes secundarios con atributos heroicos como el
valor, la fortaleza y la esperanza, fundamentalmente, me llevó a
replantear y a fortalecer la hipótesis de no-identificación.
De otro lado, y en un estudio paralelo, se hace necesario el
análisis epistemológico de la obra filmográfica de John Ford. Es al
hilo de algunas películas con protagonistas colectivos destacados o
personajes secundarios, coprotagonistas, como Las uvas de la ira (The
Grapes of Wrath, 1939), Pasión de los fuertes (My Darling Clementine,
1946) o El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952) donde va ganando
forma la no identificación entre los conceptos. Estas tres películas
componen, como ejemplos, el cuarto capítulo de la memoria de
investigación.
El trabajo se abre con un primer capítulo de revisión crítica de
la obra fordiana. Se trata de un acercamiento a los analistas y críticos
del autor y de su obra a fin de situar el contexto de las
interpretaciones y aportaciones sobre la filmografía de John Ford. En
este capítulo se hace especial hincapié en el reconocimiento maestro
del hacer cinematográfico fordiano, que presenta una obra sólida, con
marcas y sello identificatorio propio. De modo que puede hablarse de
una poética fordiana digna de un estudio de estas características.
Una vez expuestas las razones textuales de la poética fordiana,
es posible estudiar las constantes vitales o marcas de autoría
temáticas. Es ahí donde se impone la voz épica, como modo de narrar
que explica la aparición reiterada del interés por el western, como
lugar y género fordiano, por lo social, lo bélico y lo irlandés. Éstos
podrían ser los cuatro lugares comunes temáticos, en los que
confluyen los personajes, tramas e imágenes sobre lo humano, en el
cine de John Ford.
Pero la consideración de la épica, como marco de coordenadas
narrativas para lo fordiano, no sólo explica la identidad
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cinematográfica de esta obra. Con ella, se apuntan algunos indicios
claros de corte poético que facilitan la aparición del heroísmo. De ahí
la razón de colocar en tercer lugar el estudio sobre la aproximación al
heroísmo. Además de abordar las cuestiones expuestas sobre las
tendencias teóricas, en esta parte de la memoria se estudian las
semejanzas que presentan tanto la acción dramática como la heroica a
fin de razonar dos aspectos:
1. Cuáles son las semejanzas entre la dinámica de la acción
práctica representada y la de la acción heroica a fin.
2. En qué aspectos se diferencias ambas acciones. En este
apartado se considera la cualidad de lo heroico, como
atributo de la acción.
De las distinciones entre ambas acciones, cabe decir que parece
que el atributo (o cualidad) heroico no sólo se predica de los
personajes; sino que es posible calificar la "acción única" del drama en
términos de heroísmo. Ésta es la tesitura en la que se mueve el
análisis de las tres películas destacadas anteriormente. Los tres
análisis se han abordado desde el punto de vista de la epistemología.
Eso facilita en acceso al código antropológico y práctico de la acción
narrada -o mito- en cada una de ellas.
A modo conclusivo, el quinto capítulo de esta memoria
pretende recoger sintéticamente las confluencias entre aspectos
temáticos y vitales relacionados con la praxis y su puesta en escena
dramática en el caso fordiano. Como aproximación a la obra fordiana,
esta visión sobre el heroísmo facilita la diferenciación entre películas
heroicas y otras que no lo son.
Por último, recojo aquí los primeros agradecimientos que hice
en la memoria inicial de este trabajo. A ellos, he tenido que sumar
algunos nuevos que subrayaré especialmente.
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Agradezco a mi maestro D. Juan José García-Noblejas Liniers su
ayuda y su confianza, en especial, el haberme despertado a la
auténtica vida del pensamiento: confirmo que su generosidad,
amplitud de miras y auténtico amor por la vida intelectual
constituyen la pasión en la que vivo desde mi entrada a la vida de la
Universidad. Gracias de todo corazón.
También agradezco el apoyo económico que me brindó la Asociación
de Amigos de la Universidad de Navarra, institución universitaria en
la que procuro, servir a diario a sus alumnos y colegas, sin el
“soporte” no hubiera sido posible confirmar aquella máxima clásica
que dice primun vivere, deinde philosophare. No puedo dejar también de
dar las gracias a todos los colegas del pasado y del presente, en
definitiva, del tiempo: a don Gonzalo Redondo, por apoyar mi
investigación desde sus orígenes; a Eduardo Torres-Dulce y a
Lourdes, por facilitarme tanto las cosas y Juan Gorostidi, por
compartir viejas historias de Ford con las que poner el definitivo “The
End”. A los alumnos debo a agradecer su entrega e interés en clases y
seminarios, a mis compañeros y al personal de la Facultad de
Comunicación de la Universidad de Navarra, la amistad que me une
a la mayoría de ellos.
A mis amigos querría agradecerles especialmente su fe en mis
tareas universitarias. Sin esa confirmación constante, tampoco tendría
especial sentido este estudio. Como lo perdería, si no agradeciera la
incondicional ayuda y cariño mostrados por Ana Contreras y su
familia.
A mis padres les debo todo. Y Noemí, mi hermana, junto a
ellos, sufridores a veces sin saber porqué del trabajo que aquí se
presenta, le agradezco uno de sus mejores y mayores cualidades: el
humor, con el que es capaz de mirar con un amor profundo todo lo
que toca.
Por último, a mi esposo, Gabriel, muy capaz del verdadero
Introducción
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heroísmo, le agradezco su apoyo incondicional y ser el compañero
definitivo para recorrer esta vida, a la que se han ido sumando
nuestros cuatro hijos, Inés, Beatriz, Blanca y Lucas.
Mis hijos son una exigencia constante en la tarea de educar y
mejorar en la esperanza de que sean muy felices.
Dedico este libro a mis abuelos, que en paz descansen.
Y doy gracias a Dios por ser como es.