Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
PICAROS Y CACIQUES. COSTUMBRES ELECTORALES EN GUADALAJARA
Juan Pablo Calero Delso
1.- INTRODUCCION
La burguesía española, una vez consolidado su poder durante el Sexenio
Democrático y como resultado de su nefasta experiencia durante el reinado de Isabel
II, decidió compartir y no competir por el poder; la larga y sangrienta serie de
pronunciamientos y revoluciones protagonizados desde la época de las Cortes de
Cádiz por las dos tendencias del liberalismo hispano, moderados y progresistas,
animaba a la burguesía a la reconciliación.
Con el deseo de que todas las corrientes de opinión liberales encontrasen
acomodo bajo el trono de Alfonso XII, concibió Antonio Cánovas del Castillo la
Restauración monárquica y construyó su sistema político. En 1881, sentadas
sólidamente las bases de la Restauración por los gobiernos conservadores, se
consideró llegado el momento de ceder el poder ejecutivo a los grupos liberales más
progresistas, que ya se habían unificado en el Partido Fusionista encabezado por
Práxedes Mateo Sagasta. Este estadista, protagonista y heredero de las mejores
reformas del Sexenio, decidió llevar adelante una política más tolerante y de mayor
libertad, legalizando partidos y sindicatos y modificando la vigente Ley de Imprenta.
Pero la muerte del rey, tan solo diez años después de su llegada al trono, puso
en peligro al nuevo régimen y forzó a Cánovas del Castillo y Sagasta a suscribir en
1885 el Pacto de El Pardo, por el que se comprometían a establecer un turno entre
ambos grupos políticos, que se alternarían pacíficamente en el poder: nacía el
turnismo. Acomodar la voluntad popular al turno pacífico establecido no era muy fácil
tras la liberalización política del primer gabinete de Sagasta, pero se convirtió en una
tarea casi imposible cuando se estableció el sufragio universal masculino en 1891,
también de la mano del líder liberal. Para solucionar este problema, para conseguir
que los votos populares se acomodasen a las necesidades del turno pacífico, estaba
el caciquismo.
No por eso debemos suponer que el caciquismo apareció en Guadalajara
durante la Restauración, pues era un mal endémico de nuestro país, pero lo cierto es
que durante los períodos en los que los ciudadanos gozaban de libertad política y
sufragio universal, el caciquismo era más necesario que nunca para suplantar en las
urnas la auténtica voluntad popular. Un buen ejemplo de las profundas raíces de las
prácticas caciquiles lo tenemos en la denuncia formulada en la primavera de 1873 por
los vecinos de Carabias y Pinilla de Jadraque contra Manuel López Laso, sobreguarda
de montes, por “coacciones electorales y exacción ilegal de cantidades”, es decir por
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ofrecer ventajas económicas a los vecinos a cambio de votar según las orientaciones
recibidas por Manuel López que, naturalmente, no era candidato sino un simple agente
electoral. El Gobernador Civil de la provincia sostuvo que “las personas que lo han
denunciado han cumplido con un elevado deber para con la Nación; y yo les doy las
gracias en nombre del Poder Ejecutivo de la República”, pero esta actitud firme de las
autoridades de Guadalajara no se repitió durante la Restauración1.
El principal problema del caciquismo era que las instituciones políticas no
representaban la opinión mayoritaria de los electores, y se producía un alejamiento
entre la voluntad popular (la España real) y su representación política (la España
oficial), quedando al margen de las instituciones la clase trabajadora, que era
mayoritaria en el país y que se encontraba fuera del poder o incluso estaba lejos de
influir con su voto en la marcha de la nación. Pero cuando la situación del país era
especialmente grave, o cuando crecían las demandas populares (1898, 1909, 1917 y
1921), estallaban las auténticas crisis, que no eran de gobierno: eran crisis del sistema
político. Pero la coalición de intereses era tan fuerte que la Restauración monárquica
sobrevivió a todos los conflictos y a todos los intentos de reforma: el regeneracionismo
de Joaquín Costa, la revolución desde arriba de Antonio Maura o la Asamblea de
Parlamentarios de 1917.
2.- LA LEGISLACIÓN ELECTORAL
No pretendemos explicar con detalle la legislación electoral que se fue
aplicando en los distintos comicios celebrados a lo largo del medio siglo que duró la
Restauración, pero hecha la ley, hecha la trampa, como dice el refrán, y para conocer
las trampas del caciquismo es necesario tener una cierta idea de la normativa electoral
vigente, redactada en primera instancia por Antonio Cánovas del Castillo durante los
primeros años del nuevo régimen, ampliada por Práxedes Mateo Sagasta para las
elecciones de 1881 y 1891 y profundamente reformada por Antonio Maura en 1907.
Nos interesa especialmente la reglamentación que rigió los procesos
electorales convocados a partir de 1891, cuando, tras una reforma legislativa aprobada
por Sagasta, se estableció el sufragio universal masculino, que era considerado como
condición sine quae non para la integración en las filas liberales de los republicanos
posibilistas de Castelar. A partir de entonces, el censo electoral se multiplicó por seis,
ascendiendo ese año a 4.800.000 españoles, lo que dificultó las componendas entre la
burguesía, única beneficiada por el sufragio censitario antes en vigor. Valga como
ejemplo concreto la provincia alcarreña, donde se pasó de contar con 16.636, según el
1
Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara, 19 de mayo de 1873.
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Censo de 1884, a figurar más de 50.000 electores inscritos en 18912, de los que 1.783
correspondían a la ciudad arriacense3, lo que permitió que desde ese momento, al
menos teóricamente, los procesos electorales recogiesen la voluntad popular de los
alcarreños con más fidelidad que en los anteriores comicios, cuando era posible ser
elegido concejal con poco más de dos docenas de votos4.
Cuando una crisis política o cualquier acontecimiento justificaba, a ojos del
monarca, un cambio en el gobierno, el rey cesaba al primer ministro y nombraba a un
político del partido rival como presidente del nuevo gabinete (lo que se llamaba
borbonear en la jerga política de la época), para lo que no precisaba la aprobación de
las cámaras de acuerdo con la Constitución de 1876. El recién designado presidente
del gobierno nombraba nuevos ministros, nuevos gobernadores civiles y nuevos
alcaldes en las capitales y localidades más importantes, hecho lo cual, al no contar
con la mayoría del parlamento, disolvía las Cortes.
Una vez disueltas las cámaras, el presidente del gobierno y su partido decidían
cuántos diputados querían conseguir y qué militantes del partido obtendrían los
escaños en juego, procediendo al encasillado, es decir, a colocar a los candidatos en
las listas de los distintos distritos electorales, que podían ser de dos tipos: mostrencos,
si se sometían con docilidad a la voluntad gubernamental, o seguros, si el cacique
correspondiente o la composición del cuerpo electoral daba siempre ganador a un
mismo partido.
Con este sistema, el partido que gobernaba se garantizaba la mayoría absoluta
con los distritos seguros que tenía y los distritos mostrencos que iban a obedecerle
sumisamente, guardaba una importante pero minoritaria representación parlamentaria
al otro partido, que contaba con sus distritos seguros, dejaba una presencia testimonial
a otros grupos marginales (republicanos, carlistas...) y mantenía fuera de las
instituciones a cualquier candidato o corriente política no deseado.
Hecha la distribución de escaños, el ministro llamaba a los gobernadores para
darles instrucciones precisas de la voluntad gubernamental y, de vuelta a sus
provincias, los gobernadores hacían lo mismo con los alcaldes que, al volver a sus
pueblos, presionaban a los electores recordándoles los favores obtenidos,
amenazándoles de muy diversas formas, amedrentándoles violentamente o, en último
caso, comprando sus votos; y en caso de duda, siempre quedaba el recurso del
2
Luis Enrique Esteban Barahona, Los vicios electorales en Guadalajara durante la
Restauración.
3
Memoria leída en el acto de renovación bienal del Excmo. E Ilmo. Ayuntamiento
Constitucional de esta muy noble y leal ciudad de Guadalajara.
4
En 1880 Enrique Fluiters Fierro, padre y abuelo de alcaldes de la capital, salió elegido
concejal por el distrito de Jaúdenes con 18 votos. Archivo Municipal de Guadalajara.
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pucherazo. Así el nuevo gabinete, que ya contaba con mayoría parlamentaria para
legislar a su gusto, podía gobernar con tranquilidad a su antojo hasta que el rey
decidiese provocar una crisis gubernamental, llamase al otro partido y la maquinaria
volviese a ponerse en marcha.
El sistema no carecía de mecanismos destinados a evitar irregularidades, pero
estaban tan viciados que más parecían destinados a favorecer el fraude que a
impedirlo. Por ejemplo, en las elecciones municipales, cada nuevo comicio estaba
supervisado por una Junta Electoral Municipal, formada por todos los concejales del
ayuntamiento y por todos los antiguos alcaldes del municipio. Esta Junta Electoral
nombraba un presidente, que era siempre un concejal, y dos interventores para cada
una de las distintas Mesas electorales, que supervisaban todo el proceso de votación.
Este procedimiento de formación de las Mesas electorales concedía todo el
control a los partidos que estaban presentes en las instituciones y dificultaba la
verificación por los candidatos que tenían el apoyo de los partidos que estaban fuera
del marco constitucional, favoreciendo las irregularidades y los vicios electorales. Es
cierto que los candidatos podían nombrar dos interventores para cada una de las
mesas, pero parece evidente que, en la práctica, esta posibilidad no siempre podía
aplicarse; por ejemplo, en 1905 se presentaron, por primera vez en Guadalajara,
algunos candidatos apoyados por la Federación de Sociedades Obreras arriacenses,
pero no designaron interventores, aunque posteriormente lanzaron acusaciones
públicas de fraude electoral.
Este protagonismo de los alcaldes se debía a que el nombramiento del concejal
que presidía la corporación municipal era potestad del gobierno, que siempre optaba
por un edil de su propio partido político, y no por una elección del pleno del
ayuntamiento, lo que posibilitaba que el alcalde perteneciese a una organización
política que fuese minoritaria en el ayuntamiento y en el favor de los ciudadanos.
Además, en cada nueva elección sólo se renovaba la mitad del concejo, además de
cubrirse las vacantes dejadas por aquellos ediles dimitidos, cesados o fallecidos a lo
largo del bienio, por lo que conservadores y liberales siempre mantenían su presencia
en las instituciones municipales al margen de los descalabros electorales o de las
veleidades del turno.
En las elecciones legislativas, destinadas a cubrir las vacantes en el Congreso
de los Diputados y en el Senado, regía el sistema mayoritario, lo que permitía obtener
aplastantes mayorías parlamentarias con muy pocos votos de ventaja sobre los
candidatos opositores, cuyos electores, fuesen muchos o pocos, quedaban sin
ninguna representación institucional. Los distritos eran unipersonales, un solo
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parlamentario por distrito, lo que favorecía la formación de redes caciquiles personales
de tipo clientelar.
Otro de los mecanismos legales que permitían falsear la voluntad popular era la
delimitación de los distritos electorales, una forma de manipulación que era de sobra
conocida desde la revolución de los burgos podridos en la Inglaterra de la primera
mitad del siglo XIX. Favoreciendo la formación de distritos mixtos, en los que el
componente proletario quedaba dividido y diluido entre una masa burguesa o
campesina, y sobrevalorando la población de los distritos rurales, normalmente menos
avanzados políticamente y más fácilmente controlables, se conseguía que la
composición sociológica del cuerpo electoral no fuese la misma que la que reflejaban
las cámaras legislativas. Así, la provincia alcarreña enviaba cinco diputados a la
Carrera de San Jerónimo de un total cercano a los 400, el 1’25% del total, aunque su
población nunca representó un porcentaje similar de españoles desde el censo de
1877.
La ciudad de Guadalajara estaba dividida en cuatro distritos electorales, de los
que los dos primeros podían ser considerados de mayoría burguesa, por estar
formados por las áreas situadas alrededor de la Calle Mayor, por debajo y por encima
de la Plaza Mayor respectivamente, mientras que los distritos 3º y 4º tenían un
carácter más popular por pertenecer a los mismos las zonas de Alamín y Budierca y
los arrabales de la ciudad, respectivamente. Así pues, aunque las clases populares
fuesen mayoritarias en la ciudad, la burguesía se aseguraba la victoria en la mitad de
los distritos electorales de la capital y, por lo tanto, conservaba el control político del
ayuntamiento.
3.- LA ELECCION DE CANDIDATOS
En principio, el procedimiento electoral de la Restauración, con listas abiertas,
candidaturas individuales y sistema mayoritario, parecía conceder más protagonismo
al ciudadano que optaba a un acta electoral que al partido político que le sostenía, y
ofrecía más posibilidades para que cualquier ciudadano que contase con el aprecio de
sus convecinos pudiese conseguir un escaño aunque no estuviese apoyado por un
grupo político, sobre todo si tenemos en cuenta que los distritos electorales eran
relativamente pequeños, algunos estaban muy poco poblados y, además, desde 1891
se suprimieron los requisitos mínimos de índole económica que antes se le exigían a
cada candidato. También hay que tener en cuenta que en la Restauración los partidos
políticos no tenían las mismas características que tienen hoy en día, eran simples
organizaciones de notables, hasta el punto de que Tomás Bravo y Lecea afirmaba
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públicamente que en Guadalajara no existía el Partido Liberal, en el que él mismo
militaba5.
Pero el sistema caciquil, que convertía cada elección en un fraude, impedía en
la práctica que nadie auténticamente independiente llegase a ser parlamentario, a no
ser que estuviese apoyado por un partido político o que hubiese organizado su propia
red clientelar, que sin embargo no podía sostener sin un enlace directo con algún
dirigente político madrileño. Así, por ejemplo, entre 1891 y 1907 se cubrieron 85
concejalías de la capital alcarreña en nueve procesos electorales, a los que se
presentaron un total de 99 candidatos, de los que 70 fueron elegidos, al menos en una
ocasión, para ocupar un escaño en el concejo arriacense, lo que significa un número
muy alto de personas para tan escaso número de puestos municipales, y una rotación
muy destacada. A cambio, no hubo prácticamente lucha electoral, ya que si
descontamos a los aspirantes carlistas, obreros y republicanos, prácticamente todos
los que se presentaron como candidatos avalados por conservadores o liberales
acabaron obteniendo una concejalía.
Así pues, en la práctica la vida pública de la Restauración estaba
protagonizada por los partidos políticos, lo que en principio no tenía por qué ser
negativo, pues los partidos son la base de la democracia liberal; el problema era que
los partidos no presentaban como candidatos a los ciudadanos más honestos y más
capaces, o a sus mejores militantes; en muchas ocasiones, escogían a los más dóciles
o a los más próximos entre los amigos y parientes del preboste político de turno. Por
eso mismo, daba igual que los candidatos fuesen populares en su distrito o fuesen de
los llamados cuneros, o sea que ni residían en la circunscripción electoral ni tenían
relación alguna con la demarcación por la que se presentaban.
Ser elegido candidato de tal o cual partido político dependía exclusivamente de
la voluntad de su líder provincial o nacional, sin que esta decisión estuviese
determinada por la competencia intelectual o la identidad ideológica del postulante,
como bien sabían todos los ciudadanos, que estaban convencidos de que solamente
buena sombra podía cobijar a quien se arrimaba al buen árbol de un poderoso
cacique. Así, comentando una comida con Álvaro de Figueroa, se decía que “el acto
promete ser concurridísimo, pues están invitadas muchísimas personas afiliadas al
partido liberal y otras que sin tener filiación política determinada, están siempre al lado
del Señor conde de Romanones”6, que no en vano concedió escaños seguros en el
Congreso y el Senado a sus familiares, a sus amigos personales o a su propio
secretario particular. Como se reconocía en la prensa provincial:
5
6
La Crónica, 2 de enero de 1897.
La Crónica, 10 de febrero de 1897.
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Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
“Una vacante ha ocurrido
de Diputado en Brihuega,
y nadie sabe a estas horas
quien logrará esa prebenda.
Hay Casas donde se dice
que allí pescarán la breva,
y en cambio, según me dicen,
opinan en varias Cuevas
que el acta ha de conseguirla...
el que más amigos tenga”.7
Este método ocasionaba muchos problemas con aquellos militantes que creían
tener más méritos o más talento que el elegido y que se veían relegados por una
decisión arbitraria del jefe de filas nacional o provincial. Algunos de estos postulantes
postergados se sublevaban y su inquietud llegaba a recogerse en la prensa provincial,
aunque lo normal era guardar silencio porque, también por entonces, el que se movía
no salía en la foto y el número de cargos, prebendas o concesiones era casi ilimitado
y, antes o después, todos los militantes destacados obtenían algún beneficio, por lo
que las disensiones internas de los partidos eran siempre de tono menor.
Sin embargo en los años finales del siglo XIX, cuando la jefatura provincial del
conde de Romanones aún no estaba definitivamente consolidada en el Partido
Fusionista, algunos militantes liberales de Guadalajara se opusieron a las prácticas
caciquiles de Álvaro de Figueroa. En 1891, Ángel Campos abandonó el Partido
Liberal, que se creía llamado a dirigir en la provincia sucediendo a su suegro, Diego
García Martínez, que a su vez había sucedido a su padre, Gregorio García Tabernero,
en el liderazgo del liberalismo más progresista de la provincia, enfrentándose a Álvaro
de Figueroa en las elecciones de 18938; en 1897 fue Narciso Sánchez Hernández, un
rico propietario agrícola e industrial, quien se rebeló contra la omnipotencia del conde
de Romanones9. Sin embargo, ambos acabaron volviendo al redil romanonista.
En esos casos, siempre quedaba el recurso de presentarse como candidato
independiente, y es cierto que en alguna ocasión aparecían aquí y allí algunos
candidatos denominados independientes, pero normalmente esta etiqueta escondía a
aspirantes que venían avalados por algún partido o por algún líder político; ya que en
ciertos distritos o en momentos señalados en los que la pertenencia a determinadas
7
Flores y Abejas, 2 de septiembre de 1906. Cuevas y Casas eran los apellidos de los dos
candidatos que pugnaban por ver quien tenía más amigos en el bando liberal; venció Ramón
Casas.
8
Ver Juan Pablo Calero, El ocaso de la burguesía republicana.
9
La Crónica, 2 de enero de 1897.
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agrupaciones políticas podía resultar vergonzante, era mejor optar por acudir a la
batalla electoral con un falso calificativo de independencia.
Por eso los supuestos independientes, a veces, eran políticos de obediencia
partidaria
camuflados,
y
en
Guadalajara
normalmente
eran
los
candidatos
conservadores los que más acudían a la etiqueta de independientes o a un falso
apoliticismo. Así por ejemplo, de Anastasio Malo de Molina, candidato por el Señorío
en 1909, afirmaban sus partidarios que sólo era católico y molinés a pesar de que
anteriormente ya había ocupado cargos políticos10, del mismo modo que el sacerdote
Hilario Yaben, se presentó en 1918 por el distrito de Sigüenza como católico
independiente, aunque su tendencia ideológica conservadora llevaba años viéndose
reflejada en las páginas de su periódico, El Henares. Pero también candidatos de otras
corrientes ideológicas abusaban de esta supuesta etiqueta de independientes, como el
médico seguntino Justo Guijarro que se presentó en 1905, después de negar
públicamente cualquier relación con su antigua y probada adhesión republicana11.
Como escribía Luis Cordavias:
“Antonio Casado, un chico
que, a la verdad, no me explico
vaya como independiente
¡A éste si le dan un mico,
se lo debe a su pariente!”
En otras ocasiones el problema era el contrario, pues se hacía figurar como
independientes, o con otras etiquetas ideológicas, a candidatos electos que
pertenecían a algún grupo rival. Así ocurrió en Cifuentes en 1889, cuando los
concejales electos de la localidad remitieron a la prensa un escrito pues “se nos da el
calificativo de independientes y carlistas”, cuando lo cierto es que “algunos de los
aludidos tienen bien probado lo contrario, defendiendo la libertad con las armas en la
mano, y otros que se les clasifica de carlistas, han probado su actitud siendo
partidarios del candidato ministerial”, concluyendo “que el calificativo que se nos ha
puesto ha sido a capricho del Sr. Presidente de la mesa electoral, sin que para ello se
nos haya preguntado nuestra opinión, tal vez por convenir así a unos pocos”.12
Además, si finalmente se presentaban candidatos independientes siempre se
podía impedir su presentación con artimañas. Porque para ser elegido para ocupar un
cargo cualquiera lo mejor era no tener que enfrentarse con nadie; sin oposición el
triunfo estaba asegurado, sobre todo desde la reforma electoral de Antonio Maura que
10
El Vigía de la torre, 8 de abril de 1909.
Flores y Abejas, 18 de febrero de 1905.
12
El Atalaya de Guadalajara, 21 de diciembre de 1889.
11
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estableció en el artículo 29 de su Ley Electoral de 1907 que si en una circunscripción
había un solo candidato, éste ocupaba el cargo de forma automática, sin necesidad de
ninguna votación. Por eso, bajo mil subterfugios y triquiñuelas se intentaba alejar de la
batalla electoral a los enemigos ideológicos o personales. Entre 1907 y 1923, hubo
ocho procesos electorales y se aplicó el famoso artículo 29 en cuatro ocasiones en el
distrito de Brihuega, otras tantas en los de Pastrana y Guadalajara, y tres veces en las
circunscripciones de Molina de Aragón y Sigüenza, es decir en prácticamente la mitad
de las convocatorias no hubo lucha electoral por falta de candidatos opositores.
Las triquiñuelas para conseguir que no apareciesen otros candidatos no tenían
fin: intentaron impedir la reelección del diputado republicano Bruno Pascual Ruilópez
alegando que según la documentación presentada aspiraba a un escaño por el distrito
de Sigüenza-Atienza, que ya no existía pues recientemente había cambiado su
nombre por el de Sigüenza, en 1897 se intentó apartar de su cargo al alcalde de
Sigüenza, Marcelino Albacete, alegando que no pagaba cuota alguna de contribución,
lo que no era cierto13, en Rillo de Gallo las autoridades presionaron de tal forma a los
miembros de la junta local del partido carlista que la disolvieron antes de presentar
candidatura alguna14.
En el improbable caso de que se presentasen candidaturas opuestas al
régimen político o al margen de los partidos dinásticos, y que estas listas tuviesen
posibilidades de conseguir un escaño o el control de un ayuntamiento, el gobierno
disponía de resortes para manipular la campaña, falsear los resultados o cesar a los
díscolos, por lo que el control político de la burguesía se mantuvo vigente durante todo
este periodo.
Por todo ello, lo normal era que los candidatos fuesen políticos más o menos
profesionales pues, aunque todos pertenecían a la burguesía y disponían de otras
fuentes de ingresos económicos, estaban inmersos en el mundillo político y muy
próximos a algún jefe de filas de un partido dinástico que les buscaba un puesto
seguro en el encasillado correspondiente, porque lo importante era obtener un escaño,
cayese quien cayese. Quizás el caso más sorprendente de político todo terreno fuese
Clemente Alvira, hijo del que fue hasta 1905 líder republicano de la provincia, que se
benefició del cambio de chaqueta de su padre siendo diputado provincial por Sigüenza
en 191015 y saliendo elegido en ese mismo año ¡senador por Orense!16, a pesar de
13
Precisamente, el liberal Marcelino Albacete había sido elegido alcalde de Sigüenza por
indicación de Bruno Pascual Ruilópez. Ver La Crónica, 1 de enero de 1898.
14
La Crónica, 7 de abril de 1897.
15
Flores y Abejas, 17 de abril de 1910.
16
Flores y Abejas, 29 de mayo de 1910. No fue un caso excepcional; el liberal Santos López
Pelegrín y Bordonada, fue en varias ocasiones senador por el distrito de Molina de Aragón, su
tierra natal, y diputado por Lugo en 1909.
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que era natural de Guadalajara y residía en Molina de Aragón, donde era directivo de
la Unión Resinera.
Por el contrario, a veces el problema era encontrar candidatos dóciles
dispuestos a dejarse manejar, por lo que sólo figuraban en las listas aquellos que no
podían negarse a hacerlo. En 1917, el cacique liberal de Cabanillas del Campo,
Victorino Celada, tuvo que nombrar a tres de sus jornaleros, Gabino Moreno, Doroteo
Moratilla y Demetrio Rodríguez, para cubrir los puestos que habían quedado vacantes
en el municipio después de la dimisión de los anteriores ediles y la negativa de otros
vecinos a entrar en el concejo; los tres trabajadores aceptaron sumisamente estos
nombramientos17.
También, en otras ocasiones, el problema surgía cuando se trataba de
encontrar candidatos dispuestos a acudir a una batalla que, desde el principio, se daba
por perdida. Por eso mismo, los partidos políticos no siempre presentaban listas
propias para que concurriesen en todos los comicios, por lo que a veces preferían
apoyar desde fuera a algún candidato más o menos afín. Si desde 1977 nos
encontramos con la concurrencia electoral de partidos políticos con escaso arraigo
popular o reducida implantación en la provincia, en la Restauración sucedía lo
contrario: ni siquiera los grandes partidos políticos acudían a todas las convocatorias
electorales.
Como, en contra de lo que tantas veces se tiene como verdad absoluta,
Guadalajara era una provincia progresista, los conservadores no presentaban listas
propias en muchas ocasiones en las que, por virtud del turno pacífico, los liberales
debían obtener la mayoría en las nuevas Cortes, seguros de sus escasas
posibilidades de obtener por sí solos un escaño en la provincia, si no contaban con el
cobijo gubernamental. Optaban por apoyar a candidatos más o menos independientes
o por animar a los carlistas a que presentasen sus propias listas para desgastar a los
liberales sin necesidad de sufrir una derrota electoral18.
A cambio, cuando la natural primacía electoral de liberales y republicanos en
Guadalajara se veía reforzada por el carácter gubernamental del Partido Fusionista,
ambas corrientes políticas pactaban el reparto de escaños atendiendo a su correlación
de fuerzas dentro del distrito o a la situación general del país, presentando
candidaturas conjuntas o acordando las listas electorales de uno y otro partido; a partir
de 1909, y sólo en la capital de la provincia, estos pactos se ampliaron a los
candidatos obreros. De algunos pactos nos han llegado simples rumores19, de otros
17
La Palanca, 27 de febrero de 1917.
Ver, por ejemplo, el caso de Molina de Aragón en Flores y Abejas, 12 de noviembre de 1905.
19
La Voz de España, 31 de octubre de 1900.
18
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hay datos poco concretos ofrecidos por terceros que se sintieron afectados por estas
componendas20, y otros fueron pública y abiertamente reconocidos21. En estos casos,
los candidatos se escogían atendiendo a los pactos firmados entre las diversas
fuerzas políticas y se forzaba la retirada de aquellos correligionarios que entorpecían
el acordado reparto de escaños.
No había ningún problema en Guadalajara para forjar alianzas electorales entre
fuerzas políticas tan dispares, y a veces se invitaba a los conservadores a sumarse a
estos acuerdos, ya que como se decía en la prensa, “como, además, nuestro ilustre
Diputado [el conde de Romanones] no cuenta aquí más que con amigos, lo mismo le
da que vayan unos u otros al Concejo”22. Es difícil reconocer con mayor cinismo la
primacía de los intereses personales sobre las diferencias ideológicas.
4.- LA CAMPAÑA ELECTORAL
Una vez elegidos los candidatos, éstos empezaban su particular campaña
electoral, aunque las campañas de entonces no tenían la importancia ni disponían de
los medios que hoy tienen a su alcance los partidos políticos. Además, poco podían
hacer los aspirantes cuando la maquinaria caciquil y el aparato estatal se ponían al
servicio de un candidato rival. Por eso, el esfuerzo realizado no siempre se veía
recompensado con el éxito o, más simplemente, con unos resultados dignos, como
puede comprobarse en esta noticia: “Nos dicen de Molina, que nuestro amigo, don
Santos López Pelegrín elegido diputado a Cortes por aquel distrito, ha tenido verdadera
lucha en la elección, pues su contrario D. Lorenzo Guillelmi ha trabajado con empeño,
por más que ha conseguido sólo 25 votos”; escasa cosecha electoral en un distrito con
casi 10.000 electores para alguien que ha trabajado con empeño en su campaña
electoral.23
Eso no significa que, en algunas ocasiones y en ciertos distritos, las campañas
electorales no resultasen disputadas, como sucedió en 1892, cuando se comentó “que
dice el Gobernador de la provincia que Sacedón y Pastrana es cosa corriente, que allí
no hay que tomarse siquiera el trabajo de recomendar la candidatura adicta y que hasta
el cuarto lugar se lo llevarían si gustasen... ¡Ilusiones! existiendo en Fuentelaencina un
Guijarro, capaz de quebrar a todos los conservadores de la provincia como si fuesen
20
El Atalaya de Guadalajara, 16 de noviembre de 1889.
En Flores y Abejas, 19 de noviembre de 1911, se reconoce el acuerdo de liberales,
republicanos y socialistas.
22
Flores y Abejas, 20 de septiembre de 1908.
23
El Domingo, 18 de abril de 1886.
21
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pucheros de Alcorcón. ¡Tonterías! si las oposiciones presentan candidatura completa y
dan la batalla con empeño y decisión!”.24
En cualquier caso, la campaña electoral era una competición donde lo único
importante era ganar, no bastaba con participar, y donde para triunfar valía
absolutamente todo: el insulto, la mentira o el rumor más ruin, porque el juego sucio era
norma en las elecciones de la Restauración en la caciquil Guadalajara. Por ejemplo,
cuando la Federación de Sociedades Obreras de la capital decidió presentar por
primera vez candidatos al ayuntamiento arriacense en 1905, los liberales y
republicanos hicieron correr el rumor de que esta candidatura estaba subvencionada
por los conservadores, que habían sido excluidos del reparto pactado de concejalías25.
A cambio, Álvaro de Figueroa recibía de los conservadores todos los epítetos
insultantes que podemos imaginar, y desde el semanario católico molinés El Vigía de la
torre se llegó a asociar al aristócrata liberal con la violencia ácrata poco después de la
Semana Trágica barcelonesa, afirmando que “desde el matador de codornices y
defensor del matrimonio perruno hasta el anarquista de acción, el enlace es lógico,
natural, inevitable”26.
Pero, al margen de las trapacerías, las campañas electorales, desde un punto
de vista programático no se basaban en el debate de ideas sino en la oferta de
promesas más o menos imposibles de cumplir; durante la Restauración los políticos se
presentaban ante sus electores como los grandes conseguidores, capaces de atraer
todo tipo de ventajas, beneficios y subvenciones para sus distritos frente a los otros
candidatos de los que, en muchas ocasiones, apenas les separaban diferencias
ideológicas.
Pertenece a la tradición de la provincia la promesa del conde de Romanones de
construir un puente en un pueblo que ni siquiera tenía río, y al advertírsele este detalle,
Álvaro de Figueroa reaccionó con presteza prometiendo también una vía fluvial. La
tradición oral nos cuenta que el prohombre liberal acudía a los pueblos acompañado
por un carro con sacos de trigo, que era generosamente repartido entre los vecinos,
con la esperanza de que sembrando así el cereal se pudiese tener fructífera cosecha
de votos.
Pero, aunque el conde de Romanones era el más recordado, no por eso era el
único candidato presto a prometer lo posible y lo imposible. En el año 1911 diversos
pueblos del Señorío de Molina pleitearon en los juzgados contra la Unión Resinera
24
El Atalaya de Guadalajara, 18 de julio de 1892.
Flores y Abejas, 12 de noviembre de 1905.
26
El Vigía de la torre, 15 de octubre de 1909.
25
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
Española por unos derechos de pastos y leña que el diputado del distrito y director de
la fábrica, Calixto Rodríguez, había prometido en su día a los vecinos y electores27.
Eso sucedía porque, en ocasiones, a los candidatos se les calentaba la boca en
el fragor de la batalla dialéctica, y no siempre podían cumplir las promesas lanzadas
con facilidad en la campaña electoral, pero estos compromisos incumplidos tenían un
lado positivo: podían volver a ofrecerse en la siguiente campaña electoral. En el distrito
de Guadalajara, y en general en todos los pueblos de la Campiña, el arreglo del Canal
del Henares se prometía año tras año en todas las contiendas electorales, sin que
nunca se solucionase el problema, a pesar de que su eterno diputado, el conde de
Romanones, llegó a ser Ministro de Fomento28.
A falta de grandes aparatos partidarios o de medios de comunicación de masas,
las campañas electorales se fundaban en el contacto personal con el elector, base de
unas relaciones clientelares y de la captura de votos e influencias. Las visitas de los
candidatos a los pueblos para charlar con los electores y las ceremonias de
confraternización con los amigos y simpatizantes, normalmente sentados ante un
mantel, eran los actos principales de cualquier campaña electoral de la época, como
reconoció el propio Álvaro de Figueroa, al escribir en sus Memorias que “a este
propósito visité un pueblo tras otro, asisto a bodas, entierros y bautizos”29. Sólo así
puede entenderse que en 1907 el conde de Romanones fuese acaparando toda la
gasolina que se almacenaba en los pueblos de la provincia, de tal manera que él pudo
visitar personalmente todas las localidades del distrito, cazando votos a 50 o 60
kilómetros por hora como aseguraba la prensa de la época, mientras su contrincante
conservador debía conformarse con permanecer tirado en la carretera captando el voto
de los transeúntes30.
Sin grandes medios de comunicación, las campañas electorales se basaban
necesariamente en la prensa escrita, que en Guadalajara siempre tenía una difusión
muy restringida, pero que era la única ventana abierta al exterior en los pueblos de la
provincia. La prensa de partido era escasa entre los grupos burgueses, aunque
prácticamente todos los medios de comunicación de la época tenían una determinada
orientación ideológica, que era conocida por todos sus lectores y que se dejaba
traslucir especialmente durante las campañas electorales. Por eso, a veces, aparecían
en el panorama periodístico provincial algunos medios de comunicación de vida muy
fugaz, pues estaban destinados a vivir solamente lo que duraba la correspondiente
27
El Henares, 7 de mayo de 1911.
Ver, por ejemplo, La Voz de España, 29 de agosto de 1900.
29
Álvaro de Figueroa y Torres, Obras Completas, tomo III, página 49. Citado en Luis Enrique
Esteban Barahona, Los vicios electorales en Guadalajara durante la Restauración.
30
Gedeón, 28 de abril de 1907.
28
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
campaña electoral, como sucedió con El Liberal Conservador, que vio la luz entre
diciembre de 1890 y febrero de 1891 para impulsar la candidatura del vizconde de
Irueste.
En otras ocasiones, el apoyo de un medio de comunicación a una determinada
candidatura no era ni gratuito ni altruista. La Torre de Aragón se decantó políticamente
hacia el Partido Liberal al margen de sus simpatías personales, porque su director fue
acusado de recibir 300 pesetas del diputado romanonista Segundo Cuesta como pago
por el apoyo prestado a su candidatura. Esta vinculación del semanario molinés con el
conde de Romanones forzó la salida del periódico de uno de sus fundadores, el
militante carlista Claro Abánades, que decidió sacar a la calle una nueva publicación
con el significativo título de El Vigía de la Torre.
Sin embargo, este periódico también acabó editando en abril de 1909 un
suplemento especial sobre las inminentes elecciones plagado de críticas al conde de
Romanones, vituperios al candidato apoyado por liberales y republicanos, y loas y
alabanzas a Anastasio Malo de Molina, el candidato conservador31. Pero este
suplemento debió de atragantársele a Álvaro de Figueroa porque cuando, en enero de
1910, el antiguo alcalde conservador de Molina de Aragón, Valentín López Pérez, fue
reelegido pero con la etiqueta de liberal, el conde de Romanones, dueño de la
situación política en el Señorío molinés, cesó al administrador y al impresor de El Vigía
de la Torre, que desde ese momento abandonó el bando católico y pasó a alinearse
con la prensa romanonista32.
A otros periódicos los resultados electorales también les pasaban factura
cuando se había apoyado al candidato derrotado. La voz de Guadalajara, que se
presentaba como el “eco imparcial de la opinión pública”, cambió su redacción a partir
del número diez, en el que se afirmaba que “desde hoy no forman parte de la
redacción de La voz de Guadalajara ninguno de los antiguos publicistas”.
Sospechosamente, en el mismo número se publicaba la lista de los nuevos ediles del
concejo arriacense33.
En unas campañas basadas en la propaganda oral, los púlpitos de las iglesias
se convertían demasiadas veces en foros ideológicos desde los que se defendían
candidatos y programas políticos. Aunque había una larga tradición de utilización
partidista de las iglesias34, la campaña electoral de 1918 fue ejemplar, al presentarse
Hilario Yaben Yaben, canónigo de la catedral seguntina, como candidato independiente
por el distrito de Sigüenza frente al Partido Liberal. La prensa de la época se hizo eco
31
El Vigía de la Torre, 19 de abril de 1909.
El Vigía de la Torre, 7 de enero y 11 de febrero de 1910.
33
La Voz de Guadalajara, 6 de julio de 1879.
34
Ver Juan Pablo Calero, Los curas trabucaires. Iglesia y carlismo en Guadalajara.
32
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
de las protestas del conde de Romanones por la actuación política de muchos
eclesiásticos que no ahorraron críticas e insultos a los liberales en apoyo de su
compañero tonsurado. La costumbre de orientar el voto desde los púlpitos y desde los
confesionarios se repitió a lo largo de estos años, aunque en algunos casos estallaba el
escándalo de liberales y republicanos. En 1898 el arcipreste de Pastrana apoyó
abiertamente al carlismo en su homilía dominical, organizándose el consiguiente
revuelo35, en 1905 el presbítero de Guadalajara, Félix Cotano, hizo un sermón tan
incendiario que fue públicamente contestado desde las páginas de El Republicano36.
El apoyo electoral de la Iglesia Católica sólo se ofrecía a las candidaturas de
derechas (conservadores, carlistas y católicos), nunca a las listas progresistas
(liberales, republicanos y socialistas). El propio conde de Romanones era tenido por
ateo, impío y anticlerical, a pesar de que él mismo se declarase una persona religiosa,
una afirmación que sólo despertaba burlas entre los católicos más integristas de
Guadalajara37.
5.- LA COMPRA DE VOTOS
Con candidatos como estos y después de una campaña electoral como la
descrita, para acomodar el veredicto ciudadano a las necesidades del turno dinástico
era necesario falsear la libertad de elección, aunque en realidad nadie esperaba que
las urnas recogiesen la voluntad popular pues, como decía La Verdad, “¿cómo ha
realizarse la elección con entera libertad en el distrito de Molina, por ejemplo, donde el
caciquismo con todo su séquito, se ofrece a los electores, llamándose candidatura
oficial, como si no fuera bastante la influencia que les da el dinero y los medios de
coacción que emplean siempre para satisfacer sus egoístas miras?”, reconociendo el
periódico de inspiración republicana la mezcla de dinero particular y de los resortes del
Estado que en todos y cada uno de los procesos electorales se ponían al servicio de
los intereses privados de los candidatos llamados gubernamentales.38
Para conseguir torcer la voluntad del cuerpo electoral había muchos caminos.
Lo más fácil era negar la capacidad de sufragio a los electores que se suponía que iban
a votar al partido rival. Así, por ejemplo, en los comicios celebrados en 1882 para elegir
nuevos diputados provinciales, el ayuntamiento conservador de la capital alcarreña
formó una sola mesa electoral, ralentizando de tal modo el ejercicio al sufragio de los
arriacenses, que en su mayoría apoyaban a los candidatos liberales y republicanos,
35
Flores y Abejas, 16 de enero de 1898.
No hemos podido encontrar ese ejemplar de El Republicano, ver Flores y Abejas, 20 de
mayo de 1905.
37
El Vigía de la torre, 8 de abril de 1909.
38
La Verdad, 13 de diciembre de 1882.
36
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
que un centenar de ciudadanos no pudieron emitir su voto por haberse cerrado el
colegio electoral39. En otras ocasiones sólo se apartaba a algunos electores
especialmente díscolos, como cuando en 1911 se eliminó del censo electoral de
Escamilla a diversos ciudadanos por tener supuestas deudas con este municipio, lo que
entonces conllevaba la pérdida del derecho al sufragio, demostrándose más adelante
que estas obligaciones económicas nunca habían existido, cuando las urnas ya se
habían cerrado y el resultado electoral ya era inamovible.
Si este recurso fallaba, siempre se podía presionar a los electores remisos a
obedecer; pues como decía la Federación de Sociedades Obreras arriacense, los
partidos burgueses “en su delirio vesánico, echáronse en brazos de la máquina
electoral, entre cuyos engranajes se encuentran los actos más indignos y las acciones
más bajas [...] usáronlos como instrumentos de venganza en apoyo de sus mezquinas
pasiones y en sostén de una preponderancia ansiada y no lograda en esta capital, por
no encarnar en las aspiraciones de la clase obrera, que son las del pueblo en
general”40. Y ¿cómo conseguía la burguesía liberal esta preponderancia electoral
ansiada y no lograda?
De mil maneras: a unos, recordándoles las deudas que mantenían con el
cacique local41, a otros, intimidándoles con la presencia de agentes electorales locales
en el interior de los propios colegios electorales, caso que fue denunciado en Turmiel
en 1891, donde el cacique entregaba la papeleta de voto “a quien se la pedía” y, claro,
¿quién en su sano juicio no iba a hacerlo? A veces las presiones eran tan
escandalosas que “para garantizar la seguridad personal y libertad de los electores al
emitir sus sufragios en las elecciones municipales que han debido celebrarse el día 10
de este mes en el pueblo de El Recuenco, se mandaron a él considerable número de
parejas de la Guardia Civil”.42
Y, finalmente, existía la posibilidad, en última instancia, de comerciar con los
votos de forma individual, comprando descaradamente los sufragios en las mismas
puertas de los colegios electorales, como muy bien reflejaba Flores y Abejas en el
siguiente comentario: “¡Qué exhibición de votantes en expectativa, esperando que se
acercase una mano pródiga –por supuesto unida al tronco- y les diese una moneda de
dos pesetas envuelta en una candidatura!”43.
Naturalmente, los candidatos no recorrían personalmente las calles ofreciendo
dinero ni se situaban en la puerta de los colegios electorales con los fajos de billetes
39
La Verdad, 24 de diciembre de 1882.
Flores y Abejas, 19 de noviembre de 1905.
41
La Voz de España, 2 de octubre de 1900.
42
El Atalaya de Guadalajara, 15 de diciembre de 1889.
43
Flores y Abejas, 18 de octubre de 1894.
40
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
asomando por sus bolsillos. Para ensuciarse las manos con estos turbios menesteres
existían unos personajes, conocidos y hasta populares, que eran los compradores de
votos, entre los que sobresalían algunos que llegaron a hacerse famosos, como el
Pichichi44. Como contaba con guasa el periodista Luis Cordavias en uno de sus
célebres Floreos y Aguijonazos:
“Electores sencillos
que en busca de pesetas
acudís a las urnas
con vuestras papeletas:
no reparéis si el voto
se lo dais a un cunero,
pues la cosa es que suelte
al votarles, dinero”45
Esta compra de papeletas acabó siendo sobradamente conocida por todos los
electores de la provincia y se acabó mercadeando con los votos siguiendo fielmente las
leyes de la oferta y la demanda, aunque en el último cuarto del siglo XIX lo normal era
cobrar dos pesetas por cada papeleta y en el primer cuarto del siglo XX el precio solía
oscilar en torno a cinco pesetas, como indicaba el dicho popular de “un duro, un voto”.
Aún así, voto a voto, un escaño podía llegar a costar 50.000 duros de la época.46
La compra de papeletas llegó a ser tan generalizada en Guadalajara que
algunos vecinos se veían obligados a desmentir públicamente que hubiesen aceptado
dinero por emitir su sufragio, como le sucedió a Sebastián García Cortijo, capellán del
convento arriacense de las Carmelitas de Abajo, que vio publicada la siguiente carta al
Director: “Con motivo de las elecciones a Diputados a Cortes verificadas el domingo
último en esta ciudad, se dice públicamente que han recibido dinero por emitir su
sufragio tres sacerdotes y un sacristán, incluyendo entre los primeros el nombre del que
suscribe; y con el fin de poner a salvo mi dignidad sacerdotal, que considero ofendida,
ruégole de cabida en su periódico a este comunicado y a la adjunta certificación
expedida por el señor Alcalde de este Excelentísimo e Ilustrísimo Ayuntamiento, en la
que consta no haber hecho uso de mi sufragio en dichas elecciones”.47
La oferta también podía ser colectiva, pagando el candidato por el conjunto de
sufragios de una localidad o de una entidad, a veces poco menos que en pública
44
Flores y Abejas, 11 de marzo de 1905.
Lo recoge Luis Enrique Esteban Barahona, Los vicios electorales en Guadalajara durante la
Restauración.
46
El Vigía de la torre, del 28 de mayo de 1910 calcula que su reciente victoria electoral le ha
costado a Calixto Rodríguez de 40.000 a 50.000 duros.
47
Flores y Abejas, 28 de abril de 1907.
45
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
subasta, como podemos leer en el Flores y Abejas del 14 de abril de 1907: "con esto de
las elecciones, corre el dinero que es una bendición. En Sigüenza y en Atienza dicen
que los votos se están ajustando como si fueran naranjas de la China. En PastranaSacedón aseguran ocurre lo propio". El caso de la compra de votos a las corporaciones
o colectivos era especialmente descarado, pues además de falsear la voluntad popular,
era necesario ejercer la presión y la amenaza sobre todos y cada uno de los miembros
del grupo, para asegurarse que no hubiese votantes rebeldes que alterasen el
resultado y arruinasen el prometido beneficio económico.
Lo más común era que el candidato ofreciese una cantidad en metálico y
algunas promesas por obtener todos los votos de una localidad concreta. En 1910 la
Guardia Civil denunció que el candidato conservador por el distrito de Sigüenza, Alfredo
Sanz Vives, ofreció en Albendiego entregar cinco pesetas por cada voto y pagar todo el
vino que se consumiese en las tabernas del pueblo hasta el día de las elecciones48.
Para muchos pueblos era difícil renunciar a una oferta tan generosa, por eso en esas
mismas elecciones los habitantes de El Pobo se agitaron contra la Guardia Civil, a la
que cubrieron de insultos, por intentar asegurar la libertad de voto, impidiendo que se
cumpliese un acuerdo tan ventajoso como el denunciado en Albendiego49. Esta actitud
de la Benemérita no se debía a una repentina preocupación por la pureza democrática
de los comicios, sino a las instrucciones del gobernador civil liberal de denunciar los
manejos de sus adversarios y hacer la vista gorda con las irregularidades de los
candidatos avalados por el conde de Romanones.
Hay que decir, que no siempre se aceptaban unas propuestas tan indecentes
como ilegales. En Guadalajara, tras las elecciones legislativas de abril de 1907, la
Federación de Sociedades Obreras de la capital alcarreña reconoció públicamente que
había recibido ofertas económicas a cambio de prometer su apoyo electoral a uno de
los candidatos pero que, según manifestaban el Presidente, Bernardino Aragonés, y el
Secretario, Luis Muela, de la sección local de la UGT, las asociaciones obreras las
habían rechazado enérgicamente.50
Pero era tal la miseria que sufría la mayoría de la población alcarreña que no
siempre podían los obreros permitirse rechazar la oferta de compra de sus papeletas.
Los trabajadores, sobre todo en el campo, eran especialmente sensibles a las
presiones políticas de sus patronos y su miseria era tan grande que no siempre podían
despreciar el dinero obtenido con la venta de sus votos, porque, como se afirmaba
desde la prensa en esos años, “¿Hay derecho a llamar marroquíes a muchos que,
48
Flores y Abejas, 8 de mayo de 1910.
Flores y Abejas, 15 de mayo de 1910.
50
Flores y Abejas, 28 de abril de 1907.
49
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
estando muriéndose de hambre, recibieron veinticinco o cincuenta pesetas a cambio
del voto? Porque se necesita una virtud como la de un santo para votar
graciosamente, cuando los hijos piden pan y los candidatos reparten el dinero a manos
llenas”51.
Para el caso improbable de que las presiones individuales, las amenazas
personales y la compra de votos no fuesen suficientes para asegurar la victoria del
candidato elegido, siempre quedaban otros métodos en la reserva, quizás menos
sutiles pero desde luego igual de eficaces. Por ejemplo se podían llenar las urnas con
el voto de los muertos que no eran suprimidos del Censo electoral52, se podía robar el
acta de la votación entregando en el Gobierno Civil otra falsa que se ajustase al fin
deseado o, por último, podía usarse cualquier otro método, como sucedió en la elección
de Presidente de la Diputación Provincial en 1897, cuando el presidente de la mesa de
edad, el liberal José Gamboa, leyó él solo las papeletas depositadas por los diputados
y se las guardó en su bolsillo, por lo que fue imposible comprobar si los votos que él
afirmaba que se habían emitido coincidían con los que realmente debían de ser
escrutados53.
6.- EL PAGO DE FAVORES
Una vez obtenido el escaño había que cumplir lo prometido, no dando
satisfacción a los compromisos políticos o sociales adquiridos durante la campaña,
había que cumplir lo prometido devolviendo favores, consiguiendo empleos,
concesiones, obras públicas o cualquier otra regalía o sinecura. Había que pagar, con
cargo a los Presupuestos Generales del Estado, las deudas contraídas con los
correligionarios, sin tener en cuenta al contrincante pues, como se reconocía la prensa
de la época, “pierden lastimosamente el tiempo algunos conservadores que sin
escrúpulo político se dirigen a liberales caracterizados pidiendo recomendaciones para
el diputado a Cortes por este distrito, Sr. conde de Romanones. El Alcalde de Madrid,
Sr. Figueroa y Torres, conoce perfectamente a los amigos políticos y no atenderá
recomendaciones de conservadores que por sorpresa quieran conseguir favores”.54
Pero este clientelismo practicado por los liberales en sus etapas de gobierno era
correspondido con el que ejercían los conservadores cuando llegaban al poder,
especialmente hasta que Álvaro de Figueroa se hizo con todo el poder en la provincia
alcarreña. Por ejemplo, en 1894 el recién nacido gabinete conservador nombró nuevo
51
Flores y Abejas, 5 de mayo de 1907.
Se pueden calcular cifras aproximadas en Luis Enrique Esteban Barahona, Los vicios
electorales en Guadalajara durante la Restauración.
53
La Crónica, 16 de enero de 1897.
54
La Crónica, 3 de noviembre de 1897.
52
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
Administrador de Correos y nuevo Director del Instituto de Bachillerato de la capital
arriacense, eligiendo para ambos cargos a dos destacados militantes carlistas a los
que, por este medio, se les agradecía el apoyo prestado por su partido a los candidatos
conservadores en las últimas elecciones55.
Y prácticas similares usaba el diputado republicano Calixto Rodríguez que, por
ejemplo, en enero de 1907 sufragó de su bolsillo 6.000 metros de tubería para llevar el
agua a la capital del Señorío56, donativo que no era desinteresado pues todos los años
entregaba 2.000 pesetas al Hospital que las Hermanas de Santa Ana tenían en Molina
de Aragón hasta que dejó de ser diputado por ese distrito, en 1909. Como si no se
necesitaban votos, no era necesario hacer semejantes dispendios, el líder republicano
cerró a las monjas el grifo del dinero, obligando al ayuntamiento molinés a hacerse
cargo, a regañadientes, de todos los gastos para evitar que el citado Hospital tuviese
que cerrar57. Como decía Flores y Abejas bajo una caricatura del diputado republicano:
“Nuevo Lázaro, y con guita
don Calixto resucita
y dice a los molineses:
Aquí está mi personita
con ajito y con intereses.
El que me quiera votar
ya sabe que me presento
y que se recompensar
al que conmigo es atento
y no me llego a olvidar”.58
Los políticos, lejos de ocultar su intervención interesada en las decisiones del
gobierno, se encargaban de airear públicamente a través de la prensa que les era afín
el papel decisivo que habían jugado en los turbios mangoneos con cargo a los
Presupuestos Generales del Estado o su influencia en las decisiones de las
instituciones gubernamentales. Así por ejemplo, se decía desde las páginas de El
Atalaya de Guadalajara que “es tan grande el interés que por su pronto y favorable
resultado tiene [el conde de Romanones] que no escatima oportunidad ni medio para
influir” en la rápida resolución de una reclamación efectuada por los mayores
contribuyentes de la provincia alcarreña.
55
Flores y Abejas, 23 de diciembre de 1894 y 1 de septiembre de 1895.
Flores y Abejas, 13 de enero de 1907. No fue el único pueblo de la comarca que se cobró los
votos con tuberías.
57
El Vigía de la torre, 17 de diciembre de 1909.
58
Flores y Abejas, 1 de mayo de 1910.
56
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
Como los favores se pagaban con pólvora del Rey, es decir a cargo de todos los
contribuyentes, el cargo electo no reparaba en gastos para conseguir, en primer lugar,
beneficiar a los municipios más fieles, y así “en la sesión del 17 del corriente tomó el
Congreso en consideración una proposición de ley, que apoyó nuestro amigo Sr. D.
Álvaro Figueroa, pidiendo se encargue el Estado de conservar la carretera de Horche a
la de Albaladeguito”59. También se buscaban subvenciones para todo tipo de
asociaciones o iniciativas que pudiesen beneficiarse de alguna partida presupuestaria.
El Ateneo Instructivo del Obrero de Guadalajara llegó a recibir ayudas institucionales de
tal calibre, que el conde de Romanones ejerció una tutela efectiva sobre la entidad que
ni siquiera pudo erosionar la Dictadura de Primo de Rivera; y la Escuela de Artes y
Oficios de la ciudad arriacense sufrió un importante retraso en su entrada en
funcionamiento porque la llegada de los conservadores al gobierno frustró la llegada de
las subvenciones que iba a recibir gracias a los buenos oficios de Álvaro de Figueroa y
Torres.
Pero durante todo este período el paro obrero fue, junto con el asunto de las
subsistencias al que estaba tan estrechamente ligado, una de las principales
preocupaciones sociales de la provincia. Todas las instituciones políticas de
Guadalajara (Gobierno, Diputación, Ayuntamientos) se veían en la constante necesidad
de buscar soluciones para evitar un estallido social provocado por el hambre y la
desesperación de la clase trabajadora alcarreña. El desempleo fue el eje fundamental
en torno al cual giró la vida social y económica de Guadalajara pues, por una parte,
forzó la emigración de miles de trabajadores de la provincia con la consiguiente
desertización de su territorio, al menos en términos relativos, y su empobrecimiento y,
de otro lado, la clase trabajadora en su conjunto quedó en una posición mucho más
débil para afrontar los conflictos sociales. La administración de bienes tan escasos
como el empleo y las ayudas gubernamentales, junto a la usura en el ámbito rural, fue
el soporte más firme del caciquismo pues a los obreros sin trabajo no se les dejaba
más salida que el empleo en las obras públicas sufragadas por las instituciones
políticas o la mendicidad que todo lo esperaba de la caridad individual.
Sin comprender la gravedad del problema del empleo en Guadalajara, y las
inevitables consecuencias de hambre y pobreza que conllevaba, no puede entenderse
la fuerza del fenómeno del caciquismo en la provincia y el escaso arraigo del
sindicalismo de clase. La escasez de puestos de trabajo en toda Guadalajara ponía a
los obreros, del campo y de la ciudad, al borde de la miseria y permitía que algunos
personajes, generalmente de la aristocracia, tutelasen a los alcarreños. Esta relación
entre el desempleo crónico y el caciquismo, permitía al conde de Romanones o a
59
El Atalaya de Guadalajara, 22 de diciembre de 1889.
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
Calixto Rodríguez obtener un beneficio político inmediato de esta preeminencia social;
pues por un lado, la miseria facilitaba la compra de votos, como ya vimos, y por otra
parte, la promesa de obtener un empleo fijo favorecía a la adhesión al cacique político.
Además, durante muchos años, los empleados públicos no gozaban de
estabilidad laboral, su puesto de trabajo siempre quedaba al albur de cualquier cambio
de gobierno; porque la función pública era un coto privado para los políticos de la
Restauración, que utilizaban los empleos públicos como la forma más común de
recompensa y clientelismo. Los funcionarios debían su empleo al cacique
correspondiente y, en muchas ocasiones, el cambio de gabinete suponía la pérdida del
puesto de trabajo, los famosos cesantes, que así ligaban su destino laboral al triunfo
político de este o aquel cacique. Es legendaria la noticia de un diario madrileño que
anunciaba que “El Alcalde de Madrid, Señor conde de Romanones, ha presentado la
dimisión de su cargo. Mañana saldrán para Guadalajara dos trenes especiales,
conduciendo exempleados del municipio”, pues tan elevado era el número de
alcarreños que Álvaro de Figueroa había colocado como funcionarios municipales de
Madrid y que volvían como cesantes a la Alcarria60. En Guadalajara el conde de
Romanones se hizo justamente famoso por la utilización de la Administración Pública
para satisfacer fines privados. La siguiente noticia nos muestra con toda su dureza el
mecanismo al que nos estamos refiriendo: "Ha sido nombrado Amanuense de la oficina
provincial del Censo de Población el joven don José Carrasco y Cabezuelo. Este hace
el número 14 en los oficinistas censales que nombra Romanones, y dicen no será el
último. El jefe de dicha oficina Sr. Martínez no ve el medio de colocar
convenientemente al personal por insuficiencia del local"61.
Esta práctica, aunque escandalosa, era socialmente aceptada y reconocida sin
rubor como demuestra Lope de Sosa en su artículo “El de las mil pesetas”, en el que
escribía: “Por obra y gracia de un pariente que tengo, que es primo segundo de la tía
carnal del sobrino de un alto personaje, obtuve hace diez años un destino de auxiliar de
segunda clase de una oficina de Hacienda. La canonjía no era despreciable. Mil
pesetas al año, con el descuento correspondiente, mayor unas veces y menor otras,
que en el presente momento histórico dejan reducida mi paga mensual a 75, que hacen
al día 2’50 de jornada”.62
No nos resistimos a reproducir una carta del conde de Romanones que expresa
perfectamente el pago de favores y el control minucioso que tenía el cacique sobre
cada cargo o beneficio. Está dirigida a Leopoldo García Durán y dice: “Mi querido
60
Citado en Flores y Abejas, 24 de marzo de 1895.
El Republicano, 27 de abril de 1902. Curiosamente, José Carrasco Cabezuelo fue diputado por
Guadalajara en 1933 en las filas del Partido Republicano Radical.
62
Flores y Abejas, 8 de abril de 1906.
61
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
amigo, próximo a cesar en el cargo de Jefe de la Cárcel de Brihuega (Guadalajara) el
que actualmente la desempeña, tengo sumo interés en que a tal plaza sea destinado
Don Marcelino Matamala, Vigilante en la actualidad del Reformatorio de Alcalá de
Henares; pero como, aquél Jefe ha entablado permuta con un compañero, llamado Don
Pedro Calderón, y esto pudiera dificultar mi deseo, me permito suplicar a Vd. que, si no
hay medio hábil tenga la bondad de nombrar a mi protegido Sr. Matamala para aquel
cargo, antes de aprobar la citada permuta. En último caso, y de no ser esto posible, le
estimaré nombre a mi patrocinado, para la cárcel de Cogolludo”.63
¿Por qué se consentían todas estas irregularidades que caían de pleno en la
ilegalidad? Pues porque llegado al poder, todo el mundo esperaba sacar tajada. En
1926, durante la Dictadura de Primo de Rivera, el alcalde de la capital recibió la
siguiente nota: “El padre de la muchacha, Pablo Bodega, se ha enterado que en el
Ayuntamiento va a haber 2 plazas de albañil de plantilla, como para esto se necesita
recomendación, y sobre todo la del alcalde [...] a ver si le dieran una de dichas
plazas”64. Sin comentarios.
7.- EL CASTIGO A LOS REBELDES
Aquellos que habían peleado hasta el final contra el candidato vencedor, o que
se resistían a los pactos y componendas, o que simplemente denunciaban las trampas
del sistema electoral, una vez concluida la campaña, eran castigados sin piedad por el
nuevo partido gobernante, bien en sus personas o bien en sus propiedades, ya fuese
directamente o poniendo los medios del Estado al servicio de una venganza particular.
En este último caso, el nuevo gobernante disponía de los medios coercitivos
estatales para satisfacer sus deseos de revancha. Por ejemplo, desde La Voz de
España se aseguraba que la elección de Álvaro de Figueroa en 1891, cuando se
enfrentó a su propio hermano que figuraba como candidato conservador, se debió a su
alianza con los republicanos y que el nuevo gobierno, que consideraba el escaño por
Guadalajara como seguro, castigó a toda la provincia retirando de la capital alcarreña el
Regimiento que tradicionalmente estaba acantonado en la ciudad65.
Pero Álvaro de Figueroa usó métodos similares, tal y como pudo comprobar
Pedro Mayoral, profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona pero “ligado a
Guadalajara por tantos lazos de familia, entrañables amistades e imborrables
recuerdos”66, que desde Cataluña animaba la apertura de un centro similar en
63
El original está en el Archivo de la Fundación Anselmo Lorenzo.
Carta dirigida a Salvador Pardo para que la remitiese al alcalde, Antonio Fernández Escobar.
Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H0844.
65
La Voz de España, 2 de octubre de 1900.
66
Carta de Pedro Mayoral a Miguel Solano del 22 de noviembre de 1922. Archivo Municipal de
64
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
Guadalajara para poder volver a la Alcarria, “como es natural, contando con que el Sr.
conde, el Sr. Brocas y el Ministro de Instrucción quieran hacerlo”67, deseo que no pudo
ver cumplido por la enemistad del líder liberal, como reconocía en una carta fechada el
16 de septiembre de 1916 y dirigida a Miguel Fluiters Contera, en la que se podía leer:
“he adquirido el convencimiento de que D. Manuel Brocas [secretario del conde de
Romanones] no tiene el menor interés por que yo vaya a Guadalajara, y siendo ésto
así ¿para qué insistir ni producirte nuevas molestias y contrariedades nuevas?.
Bastante has hecho ya en mi favor para que vuelvas a insistir en la petición”68.
Aunque sin duda ninguna la cacicada más notable del conde de Romanones fue
el golpe de mano mediante el cual se hizo con el control del ayuntamiento de la capital
de la provincia en 1902, después de forzar el cese de la mayoría de los ediles
arriacenses, de tendencia republicana, acusados falsamente de irregularidades
contables en los gastos de renovación y reconstrucción de la Casa Consistorial,
sustituyéndoles por concejales liberales y poniendo al frente del municipio a López
Cortijo, un republicano que había cambiado de chaqueta y se había integrado en las
filas romanonistas. La negativa de los republicanos alcarreños a plegarse a los dictados
del cacique liberal dejó a los partidarios de la República sin la mayoría que
democráticamente habían obtenido en las urnas y a los ciudadanos de Guadalajara sin
los representantes que libremente habían elegido.69
Pero una de las cosas que más llama la atención al estudiar la prensa alcarreña
durante este período es la gran cantidad de asesinatos, consumados o frustrados, que
se producían con funesta regularidad en las pequeñas localidades de la provincia. La
causa de que Guadalajara estuviese a la cabeza de esta estadística criminal era el
caciquismo que se enseñoreaba con impunidad de los pueblos alcarreños. A raíz de un
asesinato en Casasana, escribía desde Pareja el republicano Antonio Rodríguez:
"Apena y contrista el ánimo de modo verdaderamente desconsolador la frecuencia con
que estos hechos se repiten en esta provincia, colocándonos en primer lugar en cuanto
a criminalidad se refiere. Mas si meditamos un poco, si pensamos en la frecuencia y
repetición de estos hechos, habrá que suponer algo que los origina, y como no puede
haber efecto sin causa, lícito nos será pensar que ese algo existe. ¿Cuál sea este? En
mi concepto son varias las causas, pero una sobre todo la considero como la
primordial, la verdaderamente responsable de este estado de cosas: me refiero a esa
llaga, más que llaga cáncer que nos corroe hasta los huesos, cáncer que envenena y
Guadalajara, caja 2H380.
67
Carta de Pedro Mayoral a Luis Cordavias del 22 de enero de 1919. Archivo Municipal de
Guadalajara, caja 2H380.
68
Carta de Pedro Mayoral a Miguel Fluiters. Archivo Municipal de Guadalajara, caja 2H380.
69
Ver los escasos números de El Republicano del año 1902 que han llegado hasta nosotros.
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
trastorna nuestra hacienda municipal, convirtiendo nuestros presupuestos en merienda
de negros y prebenda de parientes y contertulios; cáncer que autoriza y patrocina toda
clase de desmanes y desafueros, al prevaricador, al asesino, al que burla y falta a la
ley: este cáncer no es otra cosa que ese caciquismo repugnante y asqueroso que
empieza en el monterilla, en el tío pardillo, en el caciquillo rural y se alza hasta llegar
arriba al gran padrino, al señor de la ciudad o corte y que a veces suele ostentar título
nobiliario, y que desde las alturas donde la influencia es omnímoda cubre con su manto
protector tanta miseria e infamia"70.
Como señalaba acertadamente Antonio Rodríguez, el caciquismo estaba detrás
de muchos de los delitos que se cometían en Guadalajara; toda esta coerción caciquil
impedía que los conflictos sociales se manifestasen abiertamente y las dificultades
puestas para la constitución de las organizaciones de la clase obrera impedía que estos
antagonismos se canalizasen adecuadamente, por lo que la tensión subía de tono
hasta que la presión era insoportable, por lo que a los sometidos y desposeídos no les
quedaba, en muchas ocasiones, otra solución que el crimen y la venganza, lo que
provocaba que cayese sobre ellos la represión policial inspirada por los caciques,
alimentando de ese modo el odio y el rencor. En otras ocasiones, eran los caciques
quienes utilizaban impunemente la violencia para someter a los pueblos, mediante el
miedo, a su voluntad.
Esta violencia se prodigaba, en parte, porque el cacique y sus secuaces
gozaban de total impunidad. Un caso paradigmático nos lo ofrece el violento robo
sufrido por un joven conquense a manos del hijo del alcalde de Atanzón en 1905;
denunciado el delito a la autoridad judicial se pudo recuperar lo sustraído, pero cuando
la víctima solicitó que el hecho no quedase impune la propia autoridad judicial
recomendó al joven que se ausentara cuanto antes del pueblo “pues si no le iba a tener
peor cuenta”71.
El mismo Flores y Abejas, seguramente sin pretenderlo, da fe de esta
exagerada presunción de inocencia que tenían los caciques, que siempre eran "gentes
de bien", al escribir "refiriéndose a una noticia que toda la prensa local ha publicado de
haber sido puestos a disposición de las Autoridades los vecinos de Armallones y
Cuevaslabradas D. Luis Moret y D. José Andino, por supuestas amenazas a otros dos
vecinos de dicho pueblo, se nos dice que el caso carece de importancia, y lo cual
celebramos por tratarse de personas de reconocida honradez"72. Las autoridades,
como el periodista que redactó esta noticia, no querían creer que dos honestos
70
El Republicano, 5 de octubre de 1902.
Flores y Abejas, 9 de septiembre de 1905.
72
Flores y Abejas, 6 de enero de 1895.
71
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
propietarios, que incluso merecían el título de Don, se rebajasen a amenazar o agredir
a algún pobre campesino; como afirmaba Antonio Maura, delincuentes muy honestos
cometían delitos muy inocentes.
Este fanatismo político siempre latente, a menudo salía a la superficie y se veía
reflejado en las páginas de los periódicos: asesinatos de caciques o de sus familiares
más próximos (como el citado caso de Casasana), asesinatos protagonizados por los
caciques (como en 1896 en Ruguilla, siendo absueltos los homicidas el cacique local
Antonio Serrada y su hijo73, o en Pioz en 1908, donde el homicida fue el hijo del alcalde
de la localidad74, o el asesinato en septiembre de 1897 de José González López,
párroco de Tordellego, que quedó impune) o intentos de asesinatos promovidos por los
caciques (como el atentado que sufrió el Secretario del Ayuntamiento de Humanes, y
conocido militante republicano José Vesperinas, por no desistir "de ciertos asuntos en
los que [...] juega principal papel en defensa de desvalidos", que también quedó
impune75), o contra los caciques (como la colocación en abril de 1907 de una viga en la
carretera a la salida de Usanos, con la finalidad de provocar un grave accidente a
varios partidarios del conde de Romanones, entre los que se encontraba su propio hijo,
que habían acudido al pueblo a causa del inminente proceso electoral76), o simples
crímenes de raíz política (como el asesinato de Sotoca en 1897 tras un agitado pleno
municipal77), o bien homicidios, a veces en grado de tentativa, de los guardias que
protegían las propiedades particulares contra los campesinos empobrecidos que las
invadían en busca de leña o alimentos (la muerte en El Vado de un guarda de la finca
de Segundo Colmenares78, o del guarda del cuartel de Bocígano del Monte Alcarria79, o
la herida de bala del vigilante del Monte Sotillo de Valdegrudas, propiedad de Victoriano
Medrano80 o el de la finca del conde de Polentinos81). La lista no es, ni mucho menos,
exhaustiva.
Podríamos continuar con la larga sucesión de crímenes de raíz política
causados o consentidos por un caciquismo que dejaba impunes los asesinatos
provocados por los reyezuelos locales y dejaba a los campesinos inermes ante la
prepotencia violenta del cacique. Pero no podemos dejar de señalar que junto a los
crímenes sin castigo también se producía el castigo de inocentes, atrapados en las
redes de la tiranía caciquil. El caso más representativo tuvo como protagonistas
73
Flores y Abejas, 21 de junio de 1896.
Flores y Abejas, 23 de febrero de 1908.
75
El Republicano, 30 de noviembre de 1902.
76
Flores y Abejas, 28 de abril de 1907.
77
La Crónica, 28 de julio de 1897.
78
La Semana, 7 de octubre de 1877.
79
El Domingo, 27 de diciembre de 1885.
80
El Atalaya de Guadalajara, 14 de julio de 1892.
81
Flores y Abejas, 12 de julio de 1896.
74
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
involuntarios a Juan García Moreno y su hijo, Eusebio García Valero, vecinos de la
localidad molinesa de Mazarete. En esta localidad se encontraba la fábrica de La
Resinera Española y allí vivía Calixto Rodríguez, su director y eterno diputado
republicano por el distrito de Molina de Aragón. Bajo su protección, y convertido en su
mano derecha, Juan García Moreno “había subido a una posición desahogada
acaparando la mayoría de los servicios públicos arrendables en la región en que vive;
sus convecinos sentían la mano dura de este hombre que, honrado y todo, es
dominador por naturaleza” 82.
El 24 de noviembre de 1902 apareció muerto en Mazarete Guillermo García,
conocido como el aceitero de Mantiel, en lo que parecía, a simple vista, un suicidio
debido a un fuerte desengaño amoroso. Pero las maquinaciones de quienes veían con
malos ojos el poder alcanzado por Juan García Moreno y su labor como agente
electoral del republicano Calixto Rodríguez, convirtieron este suicidio por amor en un
horrendo crimen, acusaron al padre y el hijo del asesinato y despertaron las ansias de
venganza de los vecinos de la comarca, sometidos hasta entonces a su poder.
Contra Juan García Moreno se confabularon los carlistas de la comarca del
antiguo ducado de Medinaceli y del Señorío de Molina, para resarcirse del ya citado
asesinato de José González López, párroco del pueblo molinés de Tordellego, que
había quedado impune por el caciquismo. Utilizando la maquinaria del Estado, puesta
al servicio de un gobierno conservador y de sus aliados tradicionalistas, consiguieron
sendas condenas a muerte que fueron ratificadas por el Tribunal Supremo83.
Como vemos, la ira individual tomaba, en ciertas ocasiones, proporciones
colectivas y se veía transformada en un auténtico motín. Un buen ejemplo nos lo ofrece
el largo pleito que sostenían los pueblos de la Sierra de Cogolludo y los propietarios de
la finca denominada Montes Claros. Esta disputa había sido causa, en más de una
ocasión, de riñas sangrientas; y así, en el año 1896, un guarda de la finca fue absuelto
de la muerte de un campesino al que había disparado en el interior de la hacienda. En
la tarde del 24 de agosto de 1902 comenzó una pelea entre los guardas de la finca y
los habitantes de la vecina localidad de Colmenar de la Sierra; y como resultado
fallecieron el campesino Tomás Vicente Bernal y el guarda Francisco González. Se
procesó en esta causa a 24 vecinos de Colmenar de la Sierra, a los que se pedía la
pena de cadena perpetua y multa de 5.000 pesetas, siendo defendidos por el expresidente de la República, el abogado Nicolás Salmerón. Para evitar nuevos
conflictos, el Gobierno instaló en la citada finca un cuartel de la Guardia Civil, en
defensa de la propiedad y de los derechos alegados por los aristocráticos dueños de la
82
83
Tomás Maestre Pérez, Dos penas de muerte. Página 183.
Ver Juan Pablo Calero, El ocaso de la burguesía republicana.
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
finca y en prevención de nuevas rebeliones populares. No fue éste el único caso de
sublevación popular contra los guardias rurales que protegían las fincas de los ricos
hacendados; en el año 1877 se procesó a veintidós vecinos de El Vado por la muerte
de un vigilante de la hacienda de Segundo Colmenares84. El pueblo, cansado de la
prepotencia de los ricos hacendados, que siempre quedaba impune, se amotinaba
contra los caciques.
La misma respuesta represiva se dio, en agosto de 1906, cuando se enviaron
fuerzas de la Guardia Civil a Drieves para sofocar un airado motín popular producido
por unas 60 familias de la localidad que se negaban a pagar unas 1.500 pesetas que
debían. Se enfrentaban al frío ordenancismo de los recaudadores de impuestos, en
muchas ocasiones animado por el cacique provincial contra los pueblos rebeldes, como
era el caso de Drieves, donde se llegó a expropiar por impago al cura de la localidad
una arroba de aceite destinada a la lámpara de Jesucristo de la iglesia parroquial85.
Esta rabia incontrolada no sólo afectaba a las áreas rurales, pues también
encontramos casos similares en las zonas más industrializadas de la provincia, como
Hiendelaencina, donde un obrero hirió gravemente de un disparo a un capataz de la
mina en 189686, siendo detenido y condenado, mientras que en 1907 el vigilante
Tiburcio del Amo, antiguo guardia civil, mató de un disparo a un obrero, siendo absuelto
de todos los cargos que se la imputaron87.
Afortunadamente la violencia no siempre se dirigía contra las personas, en
ocasiones se atacaban las propiedades particulares. Los ejemplos se multiplican. En
junio de 1892 se arruinaron en Yebra unas 2.500 cepas propiedad de Lucio Polo y
Antonio Fraile88; en mayo de 1904 se talaron unas 1.400 vides que pertenecían al
alcalde de Escamilla, en julio de 1909 se destrozaron el jardín particular y los frutales
de Juan Ramos, médico de Tierzo... Aunque en ocasiones los motivos de esta violencia
no resultaban evidentes y manifiestos para todos, la reciente celebración de comicios
especialmente disputados permite imaginar que fue la presión caciquil sobre los
votantes la causa de estas venganzas, como reconocía indirectamente la prensa
provincial: "El día 12 por la noche, destrozaron treinta y tantos olivos a un vecino de
Yebra, llamado Esteban Torre. Se cree sea una venganza personal y no consecuencia
de las elecciones, como algunos quieren suponer"89, ¡qué ingenuidad!.
84
La Semana, 7 de octubre de 1877.
Flores y Abejas, 19 de septiembre de 1896.
86
Flores y Abejas, 2 de agosto de 1896.
87
Flores y Abejas, 16 de junio de 1907.
88
El Atalaya de Guadalajara, 3 de junio de 1892.
89
Flores y Abejas, 19 de abril de 1896.
85
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
8.- CONCLUSIONES
Durante la Restauración, la burguesía liberal, agrupada en los partidos
dinásticos que se alternaban pacíficamente en el gobierno, se vio obligada a falsear la
voluntad popular para seguir detentando el poder, que debía mantener forzosamente
oculto tras una fachada democrática, a pesar de que no siempre contaba con el apoyo
de la mayoría de la población, cada vez más organizada en los sindicatos obreros y
cada vez más descontenta por la decadencia política y económica de nuestro país y
por la crisis social que afectaba a las clases populares.
Para conseguir que de las urnas saliese el resultado diseñado de antemano por
los líderes políticos del turno, no hubo más remedio que hacer trampas, es decir forzar
el voto de los electores orientándolo en el sentido prefijado por las elites dirigentes del
país, y eso sólo se podía hacer mediante la presión, la amenaza o la intervención
directa con los ciudadanos, no bastaba con la desigualdad de los medios puestos en
juego por unos y otros candidatos o con el poder de persuasión que podía desplegarse
en las campañas electorales.
No había más remedio que acudir al caciquismo, es decir a la coerción, la
amenaza, la presión, o incluso el halago, sobre los ciudadanos. Fue así como surgió
en toda España una estructura caciquil que desde las más altas instancias del Estado
que se sentaban en el Consejo de Ministros llegaba hasta el pequeño cacique de
cualquier aldea pérdida de la Alcarria, una red de intereses compartidos que ejercía
con altivez el mando, convencidos sus miembros de que gozaban de la más absoluta
impunidad y que disponían con liberalidad de todos los medios que un Estado
moderno tenía a su alcance: el aparato policial, el poder judicial, el dinero de los
presupuestos del Estado, la elaboración de leyes y reglamentos, las plantillas de
funcionarios, los medios de comunicación, etc.
Como consecuencia de esta actividad caciquil, la España oficial (que ocupaba
los cargos representativos, que nutría las instituciones públicas, que dirigía el país)
cada vez se fue alejando más y más de la España real (la que trabajaba en campos,
fábricas y talleres, a la que pertenecía la mayoría del pueblo español), hasta que el
régimen político de la Restauración se convirtió en una cáscara vacía que ni siquiera el
autoritarismo de Primo de Rivera pudo apuntalar. Sorprende que no se haya insistido
más en este desprestigio de la política, en este desprecio por el sufragio, en esta farsa
democrática que fue el régimen político de la Restauración como causa del
extraordinario arraigo del anarquismo en nuestro país.
Aunque era en los procesos electorales cuando todo el peso del cacique se
mostraba omnipotente y omnipresente, la verdad es que el caciquismo alteraba la vida
cotidiana de todos los ciudadanos. No sólo era un asunto político, era una forma de
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
organizar la sociedad basada en la sumisión, la prepotencia y la miseria. Porque era
necesario que hubiese un cierto grado de miseria para que el caciquismo pudiese
arraigar: para comprar los votos, para hacer favores era imprescindible mantener a los
españoles, sobre todo del mundo agrario, en un cierto grado de pauperismo. Por eso
no cabe hablar del buen cacique, que conseguía beneficios para sus amigos y
vecinos: sin pobreza no habría subordinación, se hacían favores porque no se hacía
justicia.
También sorprende que, a pesar de la magnitud de las irregularidades que eran
tan públicas como repetidas, nunca se incoasen expedienten gubernativos, ni se
abriesen causas judiciales, ni se evitasen las ilegalidades. Cuando intervenía la
autoridad política o judicial siempre era por iniciativa del cacique rival, nunca por deseo
de hacer cumplir la ley o de preservar la limpieza del sufragio. El cinismo llegó al punto
de que Calixto Rodríguez pleiteó contra algunos vecinos del Señorío molinés por
delitos electorales que favorecían al conde de Romanones... ¡y perdió los juicios!90
ARCHIVOS
Archivo de la Catedral de Sigüenza
Archivo del Congreso de los Diputados de Madrid
Archivo Municipal de Guadalajara
Archivo Histórico Provincial de Guadalajara
Fundación Anselmo Lorenzo de Madrid
PUBLICACIONES PERIODICAS
El Atalaya de Guadalajara. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
Atienza Ilustrada, Atienza. (Biblioteca Pública de Guadalajara)
Avante. Guadalajara, 1926. (Archivo Municipal de Guadalajara)
Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara. Guadalajara, (Archivo Municipal de
Guadalajara, Archivo Histórico Provincial, Biblioteca de Investigadores de la Diputación
Provincial)
El Briocense. Brihuega. (Biblioteca Pública de Guadalajara)
La Colmena. Guadalajara. (Hemeroteca Municipal de Madrid)
La Crónica. Guadalajara. (Biblioteca Pública de Guadalajara)
El Defensor. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
El Domingo. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
El Eco de Guadalajara. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
El Eco de Guadalajara y su provincia. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
El Eco de la Alcarria. Guadalajara. (Biblioteca Pública de Guadalajara)
Flores y Abejas. Guadalajara. (Biblioteca Pública de Guadalajara)
El Henares. Sigüenza, 1910. (Archivo de la Catedral de Sigüenza y Biblioteca Pública de
Guadalajara)
La Ilustración. Guadalajara. (Biblioteca Pública de Guadalajara)
Miel de la Alcarria. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
La Palanca. Guadalajara. (Biblioteca Pública de Guadalajara)
La Reforma. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
El Republicano. Guadalajara. (Fundación Anselmo Lorenzo)
Revista Popular de Guadalajara. Guadalajara. (Biblioteca Pública de Guadalajara)
90
El Henares, 19 de noviembre de 1911.
Cuadernos de Etnología de Guadalajara, 34 (2002)
Pícaros y caciques, de Juan Pablo Calero
La Semana. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
Siglo XX. Guadalajara. (Hemeroteca Municipal de Madrid)
La Verdad. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
La Verdad Seguntina. Sigüenza. (Hemeroteca Municipal de Madrid)
El Vigía de la torre. Molina de Aragón. (Hemeroteca Municipal de Madrid)
La Voz de España. Guadalajara. (Hemeroteca Municipal de Madrid)
La Voz de Guadalajara. Guadalajara. (Archivo Municipal de Guadalajara)
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