// DE LA RELIGIÓN, LAS ARTES, DIOS
Y EL CAMBIO CLIMÁTICO//
---------------------------------------------------BERTA ARES YÁÑEZ
UNIVERSITAT POMPEU FABRA
Después de Dios. La religión y las redes de la ciencia, el arte, las finanzas y la política
Mark C. Taylor
Ediciones Siruela (Colección El Árbol del Paraíso)
Madrid, 2011
501 p.
Algunos lectores quizá la recuerden. Hace ahora cincuenta y cinco años la revista
Time dedicó su portada de la edición de Semana Santa (8 de abril de 1966) a una cuestión
que entonces centraba gran parte de las discusiones teológicas: la posibilidad de muerte
de Dios. En un fondo de riguroso luto negro, unas grandes letras en rojo luminoso
acercaban el debate a la opinión pública: Is God Dead? De esta manera, explica Mark C.
Taylor en su libro Después de Dios, el escándalo en la prensa popular transformó el
movimiento teológico existente en un gran acontecimiento mediático. Pero, ¿cómo se
llegó a esta portada? ¿Cómo se llegó siquiera a producir este movimiento teológico, y
qué implicaciones conlleva?
Mark C. Taylor, uno de los teóricos de la religión más prestigiosos de Estados
Unidos y crítico cultural de referencia, traza en su libro un interesante recorrido
teológico desde Platón a la actualidad que nos permite comprender mejor la relación del
hombre occidental con la divinidad y el contexto evolutivo que precede o prosigue a esta
relación, desde muy diferentes dimensiones de la experiencia humana: la economía, los
mass media, la cultura, o la tecnología. Se centra en dos importantes momentos que
marcaron un verdadero punto de inflexión: por un lado la Reforma de Lutero y el
protestantismo, y, por otro lado, el periodo que enlaza el movimiento ilustrado seguido
por el romanticismo fundacional en torno a Jena y las vanguardias.
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Señala Taylor que la Reforma de Lutero “no sólo privatizó, liberalizó y descentralizó la
relación entre el creyente y Dios, sino que además se extendió a la política y a la economía, y fue una
revolución de la información y de las comunicaciones que preparó con eficacia el camino para la
revolución de la información, las comunicaciones y los medios de comunicación del siglo XX”. No es de
extrañar, pues, que para Taylor la modernidad sea una invención teológica y que Lutero
y los teólogos y filósofos que inspiraron su obra fueran los primeros moderni stas.
En el centro de la revolución que Lutero desencadenó se encuentra su radical
noción del yo o subjetividad humana. “En su esfuerzo por dar sentido a su propia experiencia”,
señala Taylor, “Lutero creó un nuevo esquema que permitió comprender y relacionarse con un mundo
que parecía estar deslizándose hacia el caos”. En este proceso descubrió al sujeto escindido, en
torno al cual articula la noción de justicia activa, para concluir que “todo hombre cristiano es,
a la vez, justo y pecador, santo y profano, un enemigo de Dios y, sin embargo, un hijo de Dios”. Con
esta concepción del sujeto escindido, Lutero identifica lo que se acaba convirtiendo en el
yo moderno.
Por su parte, el movimiento ilustrado que recorre el siglo XVIII fomentó la
reflexión en torno a la evolución de la subjetividad autónoma que irán conceptualizando
filósofos, teólogos, artistas y escritores a lo largo del siglo siguiente y que finalmente
llevan a cabo las vanguardias que inauguran el siglo XX. En este bloque, Taylor se
detiene en la noción de sujeto libre kantiano fruto de su análisis de la imaginación que
posteriormente desarrollarían Fichte, Schelling y Hegel, principalmente, y que Nietszche
llevaría a sus últimas consecuencias para la articulación teológica del debate en torno a la
muerte de Dios y el nacimiento del artista divino. “Cuando Nietzsche declara la muerte de
Dios”, sostiene Taylor, “declara la muerte del Dios trascendente moral. Es el Dios moral que se ha
superado. La muerte de Dios crea la posibilidad del nacimiento del artista divino cuya actividad
creadora está más allá del bien y del mal”.
Así, llegado el siglo XX, procedentes del sujeto contradictorio de Lutero, toman
forma la noción de sujeto autónomo -que no puede separarse de la democracia moder na
y de los mercados-, y el concepto de autorreferencialidad, rasgo definitorio de la obra de
arte moderno. Y por otro lado, el programa vanguardista de transformar el mundo en
una obra de arte es realizado mediante las nuevas tecnologías que oscurecen má s la línea
que supuestamente separa la imagen de la realidad. En un momento en el que arte,
religión y capitalismo de consumo se encuentran, Andy Warhol girará el debate: pasa de
promover el arte para la publicidad de productos de consumo, a invertir su táctica y usar
productos de con sumo para crear arte, levantando un espejo en el cual el capitalismo de
consumo podía verse reflejado. “Para Warhol no hay ninguna base material más allá del juego de
imágenes. Todo y todos acaban siendo imagen”, concluye Taylor. La serie de Latas de sopa
Campbell es uno de sus trabajos más conocidos. Estamos en 1962, los inicios de la
sociedad del espectáculo. Comienza así lo que Taylor denomina eclipse de lo real. A las
muertes de Dios y a las imágenes de c onsumo se añade el cultivo de la diversidad donde
lo real y lo irreal parecen ser uno. Como sugiere Warhol, “cuando la vida es irreal y la TV es
real, imagen y realidad se confunden”.
Ser es estar contectado
Este proceso de interacción entre cosa e imagen pasará por fases. De la
distribución de periódicos, revistas y catálogos, donde todavía hay una relación
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referencial entre imagen y cosa, a la televisión, donde se aumenta la distancia entre
imagen y realidad: la televisión ya no representa lo real, sino que es la realidad misma.
Iniciado el siglo XXI la telerrealidad señala el punto crítico que articula la transición del
régimen de la era de la representación a la era de la simulación.
En el nuevo milenio, con la extensión de los ordenadores personales y la
actividad de las redes, la realidad, literalmente cambia. Los nuevos tipos de redes exigen
una nueva estructura global que a su vez transforma la economía. Estas innovaciones
tecnológicas y transformaciones económicas, sostiene Taylor, llevan al declive del estado
nación y la aparición del estado-mercado. La conexión de ordenadores crea a su vez
redes dispersas en un nodo de redes relacionales que acaban siendo mundiales. “Esta
realidad emergente”, sostiene Taylor, “no es simplemente tecnológica, sino también económica, política,
ontológica e incluso, teológica: en la cultura de redes, ser es estar conec tado (es decir, relacionado). Pero, la
expansión de redes no lleva, necesariamente, a la estabilidad, sino que provoca inestabilidad y conflic to.
Una mayor capacidad de conexión a menudo deriva en una mayor volatilidad de las redes financieras y
socioculturales”.
Lo que para Taylor hace que la idea de estado-mercado sea tan poderosa es, en
parte, la intersección de la política, la economía y la religión: “El estado-mercado, lejos de ser
secular se sostiene sobre una fe fundacional en la omniscenc ia, la omnipotencia y la creciente
omnipresencia del mercado. En el cambio de mileno, Dios no está muerto, más bien habría que decir que
el mercado se ha convertido en Dios en un sentido que no es trivial: los seres humanos se equivocan con
frecuencia, pero el mercado nunca se equivoca”.
Dios superado, Dios buscado
El título, Después de Dios, lleva implícita una importante tesis de su autor, ya que
revela la ambigua relación del hombre contemporáneo con Dios: tras la modernidad nos
hemos situado después de Dios, con un sentido de Dios superado, y sin embargo,
todavía nos situamos detrás de Dios, es decir, con un sentido de búsqueda. Es más, si
atendemos al discurso de Taylor, la modernidad no trajo la secularización tal como la
comprendemos de sde un sentido amplio y laico –fruto de un desconocimiento de
nuestra tradición religiosa que ha impedido descubrir su estrecha relación- sino que la
secularidad occidental es en sí misma un fenómeno religioso y éste tiene una influencia
latente en la filosofía, la literatura, el arte, la arquitectura, la política, la economía e,
incluso, la ciencia y la tecnología.
Recientemente se han publicado dos novelas gráficas –géner o imprescindible del
nuevo milenio, con una producción de gran calidad- de contenido religioso y filosófico,
que mantienen una excelente posición en las listas en Francia y Estados Unidos. Ambas
novelas gráficas tienen una base religiosa y comparten la necesidad por explicar el
sentido o sinsentido del hombre en el mundo y su relación con el creador, o la divinidad.
Ambas se acaban de publicar en castellano. La francesa es Dios en persona (Dieu en personne,
2009), del diseñador y dibujante de comics Marc-Antoine Mathieu (1959). Narra la
historia de un juicio en el que Dios, creado a imagen y semejanza del imaginario social
del momento, es traído al circo mediático propio de los tiempos que vivimos, y por más
que muestre su lado más divino, las dudas acerca de su existencia no dejan de estar de
actualidad. En blanco y negro, y reivindicando la herencia de Borges y Kafka, MarcAntoine Mathieu nos presenta un Dios con melena y barba blanca, ni inmanente ni
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trascendente, con una personalidad difícil de analizar para la psiquiatría y la ciencia, y
sobre todo, imprevisible. “Yo hice bien mi papel”, le dice al mundo “pero como
vosotros. Mi invención tomó las dimensiones que vosotros –todos- quisisteis darle…”.
De Estados Unidos llega Asterios Polyp (2009), la primera novela gráfica –tras diez
años de intenso trabajo en su confección- del dibujante de cómics David Mazzucchelli,
el mismo historietista que adaptó en 1997 la novela de Paul Auster La ciudad de cristal.
Asterios Polyp lleva camino de convertirse en una obra de culto. Es una novela gráfica
culta e híbrida: un ensayo sobre estética, religión, amor y vida de una gran intensidad
poética. Una reflexión de opuestos donde caben todos los matices, colores y formas. De
la estética comprometida con la racionalidad y el funcionalismo; a la de las
profundidades de la subjetividad humana, oscura y funcionalmente inútil. La novela
mantiene la tensión del doble proceso: el apolíneo y el dionisíaco; es decir, el que
establece los límites y el que los transgrede. Es tan inevitable que estos dos polos
opuestos se expliquen por separado como inevitable es que se mezclen, o superpongan.
En esta narración Asterios, arquitecto de papel y profesor de universidad, vive una
relación de contrarios; principalmente con su mujer, con su gemelo muerto durante el
parto, con sus padres y con la mujer de su jefe del taller mecánico. Confrontación o
suma de contrarios que reflejan las influencias y tensiones que moldean la actitud frente
a la vida, en un planteamiento que asume el poder transformador de la cultura. Frente a
un enorme cráter, Asterios, aceptando la enseñanza de una tribu india, comprende que la
simplificación en dos polos sólo crea fanáticos.
Ambas novelas gráficas son hijas de su tiempo y la obra magna de Taylor está ahí
para ayudarnos a identificar y comprender el latente sustrato religioso que las envuelve,
sin importar el formato. De hecho, en su formulación de religión, Taylor recurre a
apreciaciones de sociólogos y científicos, así como de teólogos, filósofos y críticos
literarios.
Teología, artes y ciencia por la ecología
La obra de Taylor requiere un lector interesado y comprometido, a quien
conducirá por diferentes caminos para abrirle a una religión sin Dios, a una ética sin
absolutos y a una radical concepción de la divinidad entendida como la emergencia de la
creatividad en el hombre, el infinito crear.
Si una parte de Después de Dios es un compendio histórico, filosófico y político
necesario para comprender el recorrido de la religión y de las artes -y su mutua
influencia-, a lo largo de la modernidad industrial, otra buena parte del libro se dedica a
la posmodernidad, entendida ésta ya como un movimiento inseparable de la aparición de
la cultura de redes postindustrial, en la que al debate teológico y artístico se ha de sumar
el científico, el tecnológico y el ecológico.
Si las artes fueron una vía de transformación del mundo y de debate teológico
que inauguró el siglo XX; el nuevo milenio –globalizado, atómico y sujeto a un cambio
climático- obliga a introducir la ciencia y la ecología en el entramado religioso, sobre
todo para aquéllos que, como Taylor, piensan que tras e ste mundo no hay nada más, no
hay ningún otro lugar, frente para los que a su entender, “la vida de este mundo no tiene un
valor intrínseco, sino que tiene sentido y propósito sólo en la medida en que prepara el camino para la
gloria de la vida eterna que aún está por venir”. Dos estilos de religión que sin embargo
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comparten un similar origen que catalizó la contracultura de los años sesenta, necesitada
de una recuperación de lo real. Recuerda Taylor: “hippies, radicales, evangélicos y
pentecostalistas, todos buscaban experiencias personale s auténtic as en nombre de las cuales pudie sen
resistir a los sistemas centralizados y al poder jerárquico”, y asegura que la misma contracultura
que se precipitó por la resbaladiza pendiente del relativismo y el nihilismo es, en realidad,
“un fenómeno espiritual o incluso religioso, y los fanátic os moralistas que atacan el relativismo en
nombre del absolutismo son nihilistas que rechazan el mundo presente por el bien de un reino futuro que
creen que va a venir”.
No es casualidad, pues, que las últimas páginas del libro las dedique a una
cuestión ética muy particular: el agua, un fluido que desempeña un importante papel en
casi todas las tradiciones religiosas, pero que sobre todo, a su entender, es un o de los
problemas globales más acuciantes del siglo XXI.
Taylor defiende una mirada auténtica a la inminente crisis global del agua, y para
ello es necesario tener en cuenta cuestiones naturales, sociales, culturales y tecnológicas.
Las creencias religiosas, los presupuestos filosóficos y las visiones artísticas, señala
implican unos valores que dan forma a las políticas gubernamentales y económicas, las
cuales, a su vez, promueven el desarrollo de tecnologías que transforman el entorno
natural y condicionan la evolución cultural. Pero, recuerda:”La religiosidad y la moral, nos
enseñó Nietzsche, pueden ser nihilistas. Para muchos de los neofundacionalistas de diferentes tradiciones
religiosas, la vida de este mundo no tiene un valor intrínseco, sino que tiene sentido y propósito sólo en la
medida en que prepara el camino para la gloria de la vida eterna que aún está por venir”.
Y sin embargo. “No hay nada más”, concluye Taylor. “No hay ningún otro lugar. Ni el
Uno ni el Otro. Errar en pos de lo virtual es ir detrás de Dios, por siempre después de Dios”.
//BIBLIOGRAFÍA//
MATHIEU, Marc-Antoine: Dios en persona. Madrid: Editorial Sins entido, 2010.
MAZZUCCELLI , David: Asterios Polyp. Madrid: Editorial Sins entido, 2010.
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