Acta Universitatis Wratislaviensis No 3811
ESTUDIOS HISPÁNICOS XXV Wrocław 2017
DOI 10.19195/2084-2546.25.8
MAGDA POTOK
Uniwersytet im. Adama Mickiewicza w Poznaniu
Correo: mpotok@amu.edu.pl
El exilio interior: vida y literatura de
Carmen Laforet
Palabras clave: Carmen Laforet — narrativa de la posguerra — exilio interior.
“Mi vida y mi vocación están horriblemente enredadas”1
La figura de Carmen Laforet se proyecta en la Historia de la Literatura
española como la autora de la novela Nada, publicada en 1945 y galardonada
con el premio Nadal: un retrato de la ciudad de Barcelona en el sombrío período de la posguerra, hecho por una joven narradora paralizada ante la miseria
(moral y material) de sus habitantes. El impacto que produjo la novela, escrita
con una espontaneidad y una ternura poco habituales en aquella época, fue tal,
que marcó el presente y la futura trayectoria de Laforet con una identificación
inalterable que reducía la labor creativa de la escritora a aquella primera obra.
En efecto, Carmen Laforet quedó marcada para siempre como “la autora de
Nada”; y la novela, como un icono de la narrativa de posguerra. Los investigadores repararon demasiado tarde en esta “percepción inmovilizada”2, responsable, por un lado, del olvido o descuido de la autora por parte de la crítica; y,
por otro, del precio que la escritora hubo de pagar por aquel éxito temprano.
El ruido desatado en torno a Nada intimidó a su autora. Durante varios años, y
a pesar de las constantes presiones, no entregó ningún texto a la imprenta. Su
segunda novela, La isla y los demonios, no salió sino ocho años más tarde, en
1952. Con el tiempo, tras haber publicado algunas obras más (novelas, relatos y libros de viaje), Laforet fue abandonando el entorno literario y después
también su propia escritura, refugiándose en su mundo interior, en una especie
de autoexilio, marcado por la necesidad de intimidad y de independencia, así
1
C. Laforet, en una carta escrita a su amiga Paquita Mesa, en 1951. Citada en A. Caballé,
I. Rolón, Carmen Laforet. Una mujer en fuga, RBA Libros, Barcelona 2010, p. 203.
2 Expresión utilizada por los autores de la biografía más reciente de Laforet, galardonada con
el Premio Gaziel de Biografías y Memorias 2009: A. Caballé, I. Rolón, op. cit., p. 13.
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como por su inadaptación y falta de arraigo. Durante los últimos años de su
vida Laforet vivió presa de una enfermedad degenerativa, sufriendo una progresiva pérdida de memoria. Murió en 2004, a los 82 años, en una residencia
de cuidados especializados.
Muchos se han preguntado por las razones que la empujaron a distanciarse de su carrera artística, a eludir las entrevistas, a hablar de su obra y a
publicar. ¿La habría derrumbado el éxito de Nada? ¿No fue capaz de arriesgar
una segunda vez? “El hecho de que la segunda novela no llegue —escribía
Miguel Delibes en torno a 1950—, de que transcurran en vano los años, quiere
decir que la novelista se teme a sí misma, teme no acertar a superarse, en una
palabra, se siente impotente”3. Esto es posible, pero también debemos tener
en cuenta que la vida familiar (Laforet fue madre de cinco hijos en poco tiempo) y posterior matrimonio (contraído en 1946 con el crítico literario Manuel
Cerezales, que acabó en separación) complicaron su labor creativa. A eso hay
que añadir una crisis religiosa vivida en 1951 y retratada en La mujer nueva
(1954), así como los períodos de depresión que la escritora sufrió, según atestigua su hija en la novela-biografía Música blanca, en la que representa a su
madre en primera persona: “a causa de ese mal enfoque de mi vida”4.
Para indagar en la naturaleza de lo que ha sido calificado de “silencio”,
“fuga”, “ausencia”, “hermetismo” o “mutismo literario”, se ofrecen diversas
pistas. Este artículo pretende ahondar en los imperativos e inhibiciones que
determinaron ese silenciamiento, indentificables en su obra literaria, en las
confesiones hechas a los familiares y en las cartas que intercambió, entre
otros, con el exiliado Ramón J. Sender, con quien mantuvo correspondencia y
amistad durante varios años5. La vida y obra de Carmen Laforet están llenas
de enigmas y ambivalencias: “Ella tenía —afirma su hija Cristina Cerezales—
lugares en sombra que no quería desvelar”6. En estos lugares (presentes en
sus textos) y de manera particular en sus personajes de ficción —en su gran
mayoría mujeres inconformistas—, hay que buscar las claves de su desaliento
y de su retiro de la literatura.
Volvamos un momento al impacto de su primera novela. ¿Sería esta la
gran sombra tendida sobre la autora? La fama inesperada de Nada debió de
abrumar a Carmen Laforet, no solo porque le obligaba a mantener su calidad
literaria en una posible futura creación, sino porque la joven escritora tuvo que
hacer frente, en primer lugar, a una popularidad masiva, perjudicial para su
intimidad tan deseada; en segundo lugar, al mundo literario, tan complaciente
como receloso del éxito de la autora; y en tercer lugar, al rencor de sus familiares, que se sintieron ofendidos por el retrato que de sí mismos descubrieron
3
M. Delibes, España 1936–1950: Muerte y resurrección de la novela, Barcelona, Destino,
2010, p. 60.
4 C. Cerezales Laforet, Música blanca, Barcelona, Destino, 2009, p. 223.
5 C. Laforet, R.J. Sender, Puedo contar contigo. Correspondencia, edición a cargo de I. Rolón
Barada, Barcelona, Destino, 2003.
6 C. Cerezales Laforet, op. cit., p. 11.
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en el libro7. Es lógico que una situación así produzca espanto y parálisis.
No se trata, sin embargo, según afirma la propia escritora, del “espanto de no
poder hacer nada igual… Esto era un absurdo, sino el espanto de saber —
sin el aliciente de la vanidad, porque yo no era vanidosa— el precio que se
paga por una vocación auténtica”8. Las constantes presiones a las que se vio
sometida para que siguiera escribiendo agravaron la situación, la cual, según
Inmaculada de la Fuente (otra biógrafa de Laforet), “se fue convirtiendo en
una creciente pesadilla”9. Ana Caballé e Israel Rolón hablan a este respecto
de “la trampa mortal”10 que supuso para Laforet el éxito cosechado, mientras
que Cristina Cerezales recuerda a su madre “carcomida por la inseguridad”11.
No debe extrañarnos, por tanto, que la celebridad de Nada, intensificada por
el impacto mediático del Premio Nadal, en vez de motivarla positivamente, la
impulsara a la huida, a un camino introspectivo hacia su propia intimidad, en
fin, a un exilio interior12.
Aunque en los años sucesivos Laforet publique otros relatos (acogidos con
tibieza), se sentirá exhausta y desilusionada: “A veces se me ocurre —escribe
a Ramón Sender en 1972—que me gustaría ser cualquier cosa menos escritora y creo que cuidar elefantes o ancianos va mejor con mi temperamento
que otra cosa cualquiera”13. La coacción del entorno no le deja vivir su vida.
El mismo Sender le exige de continuo que siga escribiendo. Ya en la primera
carta que le dirige en 1947 para felicitarle por Nada (nunca contestada) describe la vocación literaria como algo que debe cumplirse obligatoriamente:
“Supongo que sigue usted trabajando y que subordina usted todo lo demás a
los intereses literarios – tan importantes para usted, para mí, para todos…”14.
Veinte años más tarde, cuando su correspondencia se convierte en un diálogo
regular de dos escritores atrapados en una forma de exilio (político en el caso
de Sender, y espiritual en el caso de Laforet), volverá a exigirle que continúe
7
Cfr. A. Caballé, I. Rolón, op. cit., p. 180.
C. Laforet, “Unas líneas de la autora”, en la edición de las Novelas, Barcelona, Planeta,
1957, citado en A. Caballé, I. Rolón, op. cit., p. 177.
9 I. de la Fuente, “El silencio roto de Carmen Laforet”, Clarín. Revista de nueva literatura,
nº 80, p. 52, <http://www.revistaclarin.com/1017/el-silencio-roto-de-carmen-laforet/>, 4 de marzo
de 2017.
10 A. Caballé, I. Rolón, op. cit., p. 152.
11 C. Cerezales Laforet, op. cit., p. 120.
12 No nos referimos aquí al concepto del “exilio interior”, elaborado por Paul Ilie (Literature
and Inner Exile: Authoritarian Spain, 1939–1975, Baltimore, The Johns Hopkins University Press,
1980) y retomado, entre otros críticos, por Ignacio Soldevilla en su Historia de la novela española
(1936–2000) (vol. I, Madrid, Cátedra, 2001, p. 161 y ss.), según el cual la condición y la mentalidad
“exiliada” no se producen únicamente como efecto de la separación forzosa del territorio patrio por
razones políticas (disidencia ideológica), sino también por no compartir creencias y privilegios del
grupo mayoritario o políticamente dominante (disidencia económica, étnica, sexual, etc.). Nuestra
interpretación del término apunta a un aislamiento provocado por la incomprensión y la consiguiente abstracción del mundo exterior, en este caso literario.
13 C. Laforet, carta núm. 57 (1972), en: C. Laforet, R.J. Sender, op. cit., p. 180.
14 R.J. Sender, carta núm. 1 (1947), en: ibidem, p. 133.
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con su labor creativa: “Robe tiempo al tiempo y escóndase, y siga trabajando
en lo verdaderamente suyo, en lo que nadie puede hacer sino usted. Tiene un
gran talento que no es ya propiedad suya sino de todos nosotros, los que la
leamos”15. Como ya comentamos, esta presión, unida a las crisis personales,
tendrá el efecto contrario al deseado por Sender: el de una retirada. Laforet
se protegerá del ruido literario en la privacidad y en la renuncia. Parece, sin
embargo, que no consigue librarse de los demonios que le asaltan por dentro.
Los malos espíritus acecharon a la escritora durante toda su vida. Al
observar a su madre octogenaria, intranquila y perpleja, su propia hija llegó
a afirmar: “Está peleando con sus fanstasmas”16. Por su parte, los demonios
señalados en el título de la segunda novela de Laforet (La isla y los demonios)
no remiten, como pudiéramos sospechar, a las leyendas canarias, según las
cuales en la caldera de Bandama (Gran Canaria) los primeros diablos hicieron hervir el fuego del Infierno; remiten al alma humana. La protagonista del
relato, Marta, que demuestra, dicho sea de paso, una gran complicidad con la
autora —al igual que ocurre con Andrea en Nada—, escribe con una ramita en
el suelo: “Los demonios están en todas partes del mundo. Se meten en el corazón de todos los hombres”17. Marta escribe una especie de diario, en el que,
con ayuda del viejo dios de los guanches, Alcorah, se dirige a sí misma. No
obstante, al sentirse incomprendida, decide quemar los diarios, condenando
al silencio eterno lo que de hecho ya era un secreto y había estado oculto a
los ojos del resto de la gente. En este gesto simbólico de renuncia a revelar
su obra, Marta comparte con su autora un mismo sentimiento de desconfianza, tanto hacia el lector como hacia sí misma. “Las leyendas que no quiso
leer nadie —cito el final de la novela— se quemaron, crepitando, humeando,
como la víctima del sacrificio a un dios pagano”18. Los miedos y las angustias respecto a su propia obra, según el testimonio de sus familiares, nunca
abandonaron a Laforet. “Frustrada e insatisfecha más allá de lo razonable”, la
escritora luchaba contra “algún demonio dentro de sí”, que su hija, Cristina
Cerezales, interpreta como sentimientos destructivos y falta de autoestima19.
Su hipercriticismo era anecdótico. Al terminar La isla y los demonios, escribió
a su amiga: “Querida Elena. He terminado la copia de mi novela y me parece
malísima. ¿Qué pena, verdad?”20. De La mujer nueva dirá que es una obra
“poco convincente, por falta de objetividad y perspectiva”21. Suele lamentarse
también en las cartas remitidas a Ramón Sender: “Continuamente tengo que
15
R.J. Sender, carta núm. 24 (1967), en: ibidem, p. 94.
C. Cerezales Laforet, op. cit., p. 240.
17 C. Laforet, La isla y los demonios, Barcelona, Destino 2001, p. 307.
18 Ibidem.
19 C. Cerezales Laforet, op. cit., p. 120.
20 C. Laforet, en una carta escrita a Elena Fortún, en 1951. Citada en A. Caballé, I. Rolón,
op. cit., p. 222.
21 C. Laforet, carta núm. 11 (1966), en: C. Laforet, R.J. Sender, op. cit., p. 56.
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luchar contra una cosa pesadísima que es esa sensación de que mi literatura
no me gusta y me cansa”22.
Los desajustes anímicos de la escritora, hipersensible por naturaleza —
los que la trataron aluden a su carácter retraído y ensimismado23—, se unen
a la creciente sensación de incomprensión y hostilidad del entorno literario
y de la sociedad en general. Laforet no se declaraba abiertamente contraria
al régimen, pero, según afirma su hija, iba creciendo en ella un sentimiento
de rechazo al país en que vivía y que tanto había cambiado24. Aprobaba la
decisión de Sender de permanecer en el exilio: “Es usted un grandísimo escritor —escribía en 1966—. El que esté usted fuera, lima las envidias que usted
encontraría en su vida diaria si tuviese la desdichada idea de vivir aquí”25. La
escritora siempre defendió su propia libertad e independencia, tanto en su vida
privada como en la escritura. A través de la figura de Frufrú (vieja niñera de
los hermanos Corsi en La insolación, personaje secundario, pero influyente
por su carácter independiente, cosmopolita y vagabundo), se pronuncia de
la siguiente manera: “Os lo he dicho, las mujeres necesitamos libertad. […]
Necesitamos que nos dejen libres como el aire. Una mujer encerrada es una
mujer dañina”26. Ante el asombro de Carlos, quien identifica a Frufrú con la
casa, la mujer asegura disfrutar de su residencia en la finca. Lo que importa
es el espíritu libre: “Si yo quiero ir al pueblo voy al pueblo y si quiero un día
coger la maleta y marcharme, pues me voy”27.
Poco después, y paralelamente a su retirada de la vida pública, Laforet iniciará una serie de viajes, entre otros, a los Estados Unidos (1965) y a Polonia
(1967). En la década de los setenta, tras separarse de su marido, se instala
temporalmente en París y, de forma más permanente, en Roma, que le atrae
por ser una ciudad alegre y “llena de vida”28. Está contenta de estar fuera del
país, dice sentirse aliviada y desaconseja a Sender volver a España: “Nuestra
tierra no es alegre ahora en ningún sentido y creo que cometerías un gran error
yéndote allí”29.
A pesar de la inestabilidad económica, mantiene esta vida nómada durante varios años con notable satisfacción: “Es eso lo que busco —escribe a
Sender en 1971—. Ir durante algunos meses como aquellos tipos de la Edad
Media que iban con sus romances de castillo en castillo soslayando la horca
del señor feudal”30. “Se ve que nací para vagabunda”, añade en 197231.
22
C. Laforet, carta núm. 57 (1972), en: ibidem, p. 180.
J. Jurado Morales, “Carmen Laforet”, en: D. Ródenas (ed.), 100 escritores del siglo XX,
Barcelona, Ariel, 2008, p. 422.
24 C. Cerezales, “Prólogo”, en: C. Laforet, R.J. Sender, op. cit., p. 8.
25 C. Laforet, carta núm. 5 (1966), en: C. Laforet, R.J. Sender, op. cit., p. 41.
26 C. Laforet, La insolación, Madrid, Castalia, 1992, p. 166.
27 Ibidem.
28 C. Laforet, carta núm. 71 (1975), en: C. Laforet, R.J. Sender, op. cit., p. 237.
29 C. Laforet, carta núm. 73 (1975), en: ibidem, p. 243.
30 C. Laforet, carta núm. 48 (1971), en: ibidem, p. 157.
31 C. Laforet, carta núm. 63 (1972), en: ibidem, p. 202.
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A Sender le extraña esta faceta “inquieta y andariega”32 de Laforet y no deja
de recordarle que su vocación principal es escribir. Ella, sin embargo, apenas
publica nada. La atracción de viajar y los deseos de soledad parecen dificultar
definitivamente su escritura. Laforet disfruta de la soledad, que concibe como
una liberación y como una promesa, incluso cuando esta no se manifieste
como espacio imaginativo y artísticamente fecundo.
El viaje como solución, o incluso salvación, es un motivo recurrente en
la narrativa de Carmen Laforet. Sus dos primeras novelas concluyen con la
simbólica decisión de marcharse a otro lugar (en ambos casos, a Madrid).
En La isla de los demonios Marta Camino lleva el destino viajero inscrito en su propio nombre. Y lo afronta, deambulando sin inconveniente y sin
rumbo por las calles de su ciudad, aunque las amigas le adviertan: “Te van a
tomar por loca; la gente empieza a verte vagando por las mañanas como un
alma en pena. ¿Qué haces?” “Marta no hacía nada —sigue la narración—.
Se dejaba vivir”33. Marta Camino, posterior como personaje literario, pero
más joven que Andrea, es una mujer introvertida, que, ante la incomprensión
del entorno, se refugia en sus largas caminatas y en la literatura. Esta chica
soberana, que (como Andrea) ha crecido sin madre, siente un fuerte deseo de
emancipación, agudizado por su vocación literaria y su inusitada sensibilidad.
Al igual que Andrea, actúa quebrantando las normas establecidas para una
adolescente de la época.
Los personajes femeninos de Laforet, como ella misma (la inspiración
autobiográfica, por mucho que la escritora abjure de ello, queda patente en
toda su obra), suelen encarnar conductas rebeldes, ajenas al modelo de mujer
propio de la posguerra. No se conforman con los roles sociales previstos y se
esfuerzan en alcanzar sus propias aspiraciones. En Andrea vio Carmen Martín
Gaite el prototipo de chica rara, hoy convertida en un tópico literario. Las
chicas raras no conciben su vida en los términos de un matrimonio cumplido,
ni aguardan a que el príncipe azul llegue a solucionar sus problemas. Más bien
aspiran a una carrera universitaria, a viajar y a conocer y a entender el mundo.
Llama la atención el hecho de que ni Marta ni Andrea desean tener novio
ni casarse. Parecen ajenas a la idea del matrimonio y de todo lo que pueda
implicar una unión formalizada. Ante semejante circunstancia, cabe preguntarse si el hecho de ser mujer, esposa y madre de cinco hijos afectó de alguna
manera la carrera de la escritora. Parece evidente que sí. La atención a los
hijos en aquella época, que fortalecía la estructura familiar patriarcal, era una
obligación que recaía casi exclusivamente en la mujer y, sin duda, debió de
reducir drásticamente el espacio y el tiempo que la escritora pudo dedicar a
la creación literaria. Como anota muy certeramente Inmaculada de la Fuente,
“la maternidad concentró gran parte de la energía de la escritora justamente
en los años en que la estrella de Nada iluminaba la narrativa española y con32
33
R.J. Sender, carta núm. 64 (1973), en: ibidem, p. 203.
C. Laforet, La isla y los demonios…, p. 125.
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centraba en ella nuevas expectativas”34. Otros biógrafos de Laforet tampoco
tienen dudas al respecto. Según Caballé y Rolón, el hecho de que Laforet se
convirtiera rápidamente en madre de familia impidió que pudiera hacer carrera literaria al estilo de sus colegas35. Lo confirma la propia escritora en una de
las pocas entrevistas concedidas: “Cuando tuve niños pequeños, el dedicarme
a ellos no me permitía escribir”. Pero en seguida añade: “Pero tampoco me
importaba, porque tenía que cumplir con mi obligación”36. En los años de la
posguerra española, marcados por la ideología ultraconservadora del régimen
dominante, la función fundamental de la mujer era formar una familia, ser
esposa y madre. Laforet quedó atrapada en un conflicto vital: ¿cómo compaginar sus dos vocaciones?, ¿cómo encontrar el tiempo, el espacio y la energía
necesarios para seguir su carrera de escritora?
Su relación conyugal tampoco debió de ayudar. El hecho de que Manuel
Cerezales hubiera sido crítico literario no favorecía la libertad creadora de
Laforet, más bien al contrario: el marido inspeccionaba sus escritos, reprochándole sus guiños autobiográficos comprometedores. En cierto modo, como
sentencian Caballé y Rolón, “le impedía crecer literariamente”37. Hasta la
hija de ambos, Cristina Cerezales, habla del “yugo psicológico-depresivo”38
al que estuvo sometida Laforet durante su matrimonio. Sin embargo, la escritora renunció a expresar sus penas al respecto. De hecho, entre las exigencias que Manuel Cerezales impuso al separarse, se encontraba la prohibición
de que Laforet escribiera sobre su vida en común. La novelista no disimuló, sin
embargo, la confusión en que la sumían sus obligaciones familiares: “Tengo
una vida completamente desorganizada. Improvisada casi al día” —escribía
a Sender en 196639. En otra carta dirigida a su amiga Paquita Mesa describe
con detalle cómo en el invierno de 1950, en el tercer mes de embarazo de su
tercera hija, se levanta cada mañana a las cinco para poder escribir antes de
que se despierte la familia, a la que debe preparar el desayuno, para luego
arreglar la casa, hacer la compra, etc.40
No obstante, conviene recordar que Laforet quería ser madre, que disfrutó
de su vida familiar y que probablemente nunca la concibiera como una renuncia. Tal vez su decisión de tener tantos hijos (hecho, por otra parte, bastante
común en la época) se debiera a que ella misma había perdido a su familia al
morir su madre.
34 I. de la Fuente, “Carmen Laforet: los sueños devastados”, en: Mujeres de la posguerra. De
Carmen Laforet a Rosa Chacel: historia de una generación, Barcelona, Planeta, p. 91.
35 A. Caballé, I. Rolón, op. cit., pp. 17 y 19.
36 Entrevista concedida a Mariano Gómez-Santos en 1971. Citada en I. de la Fuente, “Carmen
Laforet: los sueños devastados”…, p. 92.
37 A. Caballé, I. Rolón, op. cit., p. 202.
38 C. Cerezales Laforet, op. cit., p. 32.
39 C. Laforet, carta núm. 14 (1966), en: C. Laforet, R.J. Sender, op. cit., p. 65.
40 C. Laforet, carta escrita a Paquita Mesa en 1951. Citada en A. Caballé, I. Rolón, op. cit.,
p. 203.
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Sus novelas tienden a presentar la maternidad como una satisfacción suprema. En Nada Andrea escucha fascinada la confesión de la madre de Ena, que
justifica la razón de su propia existencia precisamente por el hecho de ser madre:
Comprendí, humildemente, el sentido de mi existencia al ver en ella todos mis orgullos, mis
fuerzas y mis deseos mejores de perfección realizarse tan mágicamente. […] Fue ella, la niña,
quien me descubrió la fina urdimbre de la vida, las mil dulzuras del renunciamiento y del
amor, que no es sólo pasión y egoísmo ciego entre un cuerpo y alma de hombre y un cuerpo y
alma de mujer, sino que reviste nombres de comprensión, amistad, ternura41.
La exaltación de la maternidad reaparece en las reflexiones de la propia
Andrea, quien afirma compartir la misma perspectiva:
[…] era fácil para mí entender este idioma de sangre, dolor y creación que empieza con la
misma sustancia física cuando se es mujer. Era fácil entenderlo sabiendo mi propio cuerpo
preparado —como cargado de semillas— para esta labor de continuación de vida42.
En La mujer nueva ese lenguaje sensorial y sentimental se acentúa todavía más. Al recordar los primeros instantes con su hijo recién nacido, se sume
en un estado de gracia y plenitud, que concibe como un don de Dios y de la
naturaleza:
había sentido una alegría animal y pura a un tiempo, una alegría física, una dicha que la aislaba de todas sus preocupaciones, de su inseguridad, de su miseria de entonces, en aquella
calidez de unión con su hijito… Esto había sido hermoso… Un sentimiento hermoso, hondo
y puro. No podía compararlo con ninguno, porque no se parecía a nada. Había brotado de su
mismo fondo humano, y ella estaba segura, al recordarlo, que era algo que pertenecía al caudal
de belleza y armonía que hace que los hombres se acerquen a Dios43.
El paso del tiempo no menguó el apego de la escritora hacia su familia.
Dejó varios testimonios en que aseguraba disfrutar de la relación con sus hijos
y, posteriormente, con sus nietos (llegó a tener quince). A la incomodidad
expresada por Sender respecto a su condición de abuelo, respondía Laforet:
“A mí no sólo no me acompleja sino que me alegra muchísimo tener una nieta,
y me gustaría también tener biznietos en su tiempo”44 y, más tarde, afirmó:
“soy una «nonna» muy feliz y orgullosa con mi prole”45.
Las cuestiones analizadas nos llevan a concluir con una pregunta, que
proponemos formular junto a Ramón Sender, amigo y confidente de Carmen
Laforet, además de admirador de su obra. El novelista, dolido por la soledad
y por la dureza del exilio, se pregunta apenado por el silencio literario de su
amiga:
41
42
43
44
45
C. Laforet, Nada, Barcelona, Crítica, 2001, p. 174.
Ibidem.
C. Laforet, La mujer nueva, Barcelona, Destino, 2011, p. 303.
C. Laforet, carta núm. 51 (1971), en: C. Laforet, R.J. Sender, op. cit., p. 164.
C. Laforet, carta núm. 73 (1975), en: ibidem, p. 244.
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Claro es que yo comprendo que rodeada de niños (hijos y hasta nietos) que te quieren no
necesitas escribir. Sólo escribimos los que tenemos que luchar contra alguna clase de «vacío
invasor». Es decir, los desgraciados. Ahora, si tienes la sensación de plenitud de la vida lograda y feliz, ¿para qué escribir?46
Referencias bibliográficas
Fuentes
LAFORET C.
1991 La isla y los demonios, Barcelona, Destino.
1992 La insolación, Madrid, Castalia.
2001 Nada, Barcelona, Crítica.
2011 La mujer nueva, Barcelona, Destino.
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2003 Puedo contar contigo. Correspondencia, edción a cargo de I. Rolón Barada, Barcelona,
Destino.
Estudios
CABALLÉ A., ROLÓN I.
2010 Carmen Laforet. Una mujer en fuga, Barcelona, RBA Libros.
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2003 “Prólogo”, en: C. Laforet, R.J. Sender, Puedo contar contigo. Correspondencia, Barcelona,
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DE LA FUENTE I.
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Laforet a Rosa Chacel: historia de una generación, Barcelona, Planeta, pp. 56–111.
2009 “El silencio roto de Carmen Laforet”, Clarín. Revista de nueva literatura, nº 80, pp. 51–54,
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2017.
JURADO MORALES J.
2008, “Carmen Laforet”, en: Ródenas D. (ed.), 100 escritores del siglo XX, Barcelona, Ariel,
pp. 421–428.
46
C. Laforet, carta núm. 74 (1975), en: ibidem, p. 249.
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Magda Potok
The Inner Exile. Life and Literature of Carmen Laforet
Keywords: Carmen Laforet — postwar Spanish fiction — inner exile.
Abstract
Carmen Laforet lives in the history of Spanish literature as the author of an extraordinary
novel recognised with the Nadal Award (Nada, 1944) who subsequently lapsed into a mysterious
silence. Despite having published several works, including some noteworthy novels (La isla de
los demonios, 1952; La mujer nueva, 1955, La insolación, 1963), Laforet gradually abandoned the
literary scene and her own writing, secluding herself into her inner world, a kind of self-exile driven
by the need for privacy and independence, as well as her maladjustment and lack of rooting. The
article seeks to delve into the imperatives and inhibitions which instigated that silence, identifiable
both in her literary work and in the confessions to her relatives and letters she exchanged, among
others, with the exiled Ramón J. Sender, with whom she maintained correspondence and a friendly
relationship for many years (Puedo contar contigo. Correspondencia, 2003).
Fecha de recepción: 5.06.2017
Fecha de aceptación: 10.11.2017
Estudios Hispánicos 25, 2017
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