Revista de Filología Alemana
ISSN: 1133-0406
isabelhg@filol.ucm.es
Universidad Complutense de Madrid
España
Burello, Marcelo G.
Reseña "Un asesinato que todos cometemos" de Doderer, Heimito von
Revista de Filología Alemana, vol. 22, enero-diciembre, 2014, pp. 296-298
Universidad Complutense de Madrid
Madrid, España
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=321831668026
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DODERER, Heimito von: Un asesinato que todos cometemos. Trad. de Adan Kovacsics.
Barcelona: Acantilado 2011. 441 pp.
Cuando emprendió la redacción de esta colosal novela, el austriaco Franz Carl Heimito Ritter von Doderer (1896-1966) aún no era el escritor de nombre exótico y venerable que sería al
final de sus días, con una reputación establecida y dedicado puramente a la profesión literaria.
Por ende, sus proyectos tenían que ser bien sopesados tanto por sus contenidos como por sus
logros virtuales, ya que su aventura política (en 1933 se había afiliado al Nacionalsocialismo,
acaso para beneficiarse del mercado editorial germánico) no le redituaba gran cosa y lo exponía
a ciertas forzosas exigencias artísticas, aun cuando hasta se había instalado en suelo alemán (más
exactamente en la fatídica Dachau) y siempre podía mostrar su carnet de miembro del Partido.
Sin embargo, aunque en Europa las sombras crecían y los rumores aumentaban, un novelista
mitteleuropäisch (centroeuropeo) todavía podía darse el lujo de acometer un proyecto a gran
escala sin otro propósito que el de ofrecer alta literatura y de largo aliento, con independencia
de las modas y del contexto. Y hay que decir que lo logró: Ein Mord, den jeder begeht, publicada en 1938, puede considerarse, sin vueltas, una de las mejores obras de Doderer, en tanto
densa condensación de sus temas y muestra cabal de su estilo, de gran poder visual y buena
penetración psicológica (en especial aquí, cuando el autor estaba fuertemente interesado en las
peculiares teorías de Hermann Swodoba). Es evidente que con estas numerosas páginas ya se
estaba gestando Die Dämonen, ese opus magnum que daba vueltas por su escritorio desde
comienzos de esa década y que no le granjearía fama eterna hasta 1956, tras penosas operaciones de reivindicación ante la opinión pública.
Reconozcámoslo: el título atractivo y malicioso parece chocar, en principio, con lo que
la obra ofrece en su desnuda exterioridad. El comienzo no podría ser más estereotipado, de
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hecho el relato se abre con la propuesta de mostrar cómo la infancia de alguien ha influido
–o mejor dicho, no ha influido– en su madurez, es decir, con un típico proemio de relato formativo, tan del gusto decimonónico. Un Bildungsroman de más de cuatrocientas páginas, en
estricto orden cronológico, expuesto por un narrador omnisciente… el lector que hoy se atreve a tomar el libro tiene derecho a sospechar que está o bien frente a un enorme anacronismo, inaceptable para el momento de la serie literaria (pensemos en Joyce, en Faulkner, en
Broch), aun si uno conoce las preferencias del propio autor, o bien ante una pieza discretamente lograda, astutamente envuelta en la apariencia de un pesado fardo con pretensiones
clasicistas. Y el caso es más bien el segundo, pero descubrirlo requiere –¡por cierto!– mucha
paciencia, pues Doderer se ha propuesto ir descorriendo el telón muy despacio, quizás con
demasiada morosidad, con toda la intención de prometer el cumplimiento de un subgénero
consagrado y predilecto como el de la novela de formación para irnos llevando hacia una
forma más moderna, y por qué no perversa, que podríamos designar: la del relato policial en
un sentido amplio. No será preciso recordar que en lengua alemana dicho formato con frecuencia se denomina como Krimiroman, y muy acertadamente, pues mientras que no suele
haber policías involucrados, lo que siempre hay es un crimen; también de Detektivegeschichte –el otro nombre de nuestra “literatura policial” en español– puede hablarse aquí, y
con toda validez.
El héroe de turno, cuyo desarrollo vital aquí presenciamos minuciosamente, es un tal
Conrad Castiletz, alias “Kokosch”, un alemán cualquiera, un hombre mediocre y quizás justamente por eso, hermético y enigmático. El narrador lo define en algún momento como una
de esas “personas con las que uno tantea en el vacío”, en tanto “nunca se llega a saber si sirven para la vida o si son débiles” (p. 125). Es hijo de un padre ciclotímico y manipulador,
que siembra el terror en su hogar de manera pusilánime y absurda, y de una madre que parece flotar al borde de la inexistencia, y que pasa a mejor vida con el mismo tono asordinado
que subsistió, sin suscitar grandes emociones. Curiosamente para tratarse de un relato escrito por un ex combatiente de la Gran Guerra que además cayó cautivo de los rusos (percance que de alguna forma decidió su vocación literaria), la biografía de su héroe omite casi toda
alusión al suceso, con excepción de breves comentarios (en el cap. 5 de la Parte I); y es que
la violencia aquí es pura represión, un sentimiento vago y de índole profundamente interior,
y se da en el plano de los afectos y las relaciones humanas, no en las trincheras y las celdas.
Herr Castiletz se las ingenia para hacer carrera en el mundo textil de la Alemania que se precipita hacia su crisis económica más profunda, y en su periplo acaba contrayendo matrimonio –mucho más por interés que por amor– con Marianne, mientras que comienza a obsesionarse morbosamente por su cuñada, Louison, muerta hace años en un trágico accidente
que a él no le es ajeno ni indiferente. Dicho accidente ha implicado un misterioso crimen, y
el protagonista pronto deviene “nuestro Sherlock Holmes” (p. 309), acicateado por una oscura curiosidad; sin duda esta investigación es la única pasión que parece despertarse en toda
su existencia, y por eso reviste una cualidad extraordinaria. Y por supuesto al final el misterio se desvela y el héroe sucumbe a su propia obsesión, no sin ironía.
Lo cierto es que el carácter sui generis de esta novela –de escasa o nula repercusión en
su momento– siempre será un permanente divisor de aguas, y cada lector deberá decidir si
ha de encararla como la exhaustiva biografía de un personaje representativo de la “Entreguerra” alemana, que nos lo muestra desde su infancia hasta su muerte, o como una historia
detectivesca con un riquísimo cuadro de época por trasfondo, a manera de decorado preciosista. El mayor problema para una lectura homogénea, en cualquier caso, es la desproporción
de los temas, e incluso cierto desajuste en el tono, pues mientras que la obra se inicia como
un Bildungsroman –o bien un Entwicklungsroman– de neto corte realista, acaba encerrándose, y no sin habilidad, en la tradición del género policial, con un aditamento de suspense.
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Por lo demás, el propio Doderer ha expuesto aquí, y nada menos que por boca del personaje que introduce la tónica específicamente policial, el Doctor Inkrat, su poética autoral, que
lo retiene del lado de la tradición novelística clásica antes que del de los subgéneros comerciales más recientes: “El médico, el policía (lo digo para resaltar mejor toda esta tipología
mental), así como el prosista puro, el narrador dentro del arte poético, todos ellos hacen,
siempre y cuando representen su tipo con pureza, el sacrificio más grande que pueda realizarse en el espíritu: ver el mundo tal como es, y no como debe ser” (p. 279). Este programa
estético invita a pensar que la subtrama final es ante todo una coronación efectista, un in
crescendo con el que un autor, que se quería un gran clásico realista pese a todo, calculaba,
fallidamente, generar un éxito de público. En los encuentros azarosos del protagonista con
viejos amigos de juventud que se suscitan al final se presiente algo de ese esfuerzo laborioso por dar con un cierre rotundo, aunque, hay que admitirlo, también son esos hechos los que
dan a la biografía narrada un cierto aire de destino simbólico.
Marcelo G. BURELLO
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