Revista de la Universidad de La Salle
Volume 2009
Number 49
Article 6
January 2009
El evangelio en la universidad
José María Siciliani Barraza
Universidad de La Salle, Bogotá, vacademi@lasalle.edu.co
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Citación recomendada
Siciliani Barraza, J. M. (2009). El evangelio en la universidad. Revista de la Universidad de La Salle, (49),
96-117.
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E
L EVANGELIO
EN LA UNIVERSIDAD1
José María Siciliani Barraza*
Si uno quiere minimizar sus riesgos,
minimiza sus posibilidades;
si uno quiere maximizar sus posibilidades,
debe maximizar sus riesgos.
John von Neumann
La historia es una decepción perpetua, y
ella no cesa de realizar utopías.
Henri de Lubac
INTRODUCCIÓN
En primer lugar, quiero agradecer al Hermano
Carlos Gómez por darme esta oportunidad de
compartir algunas reflexiones que, durante este
tiempo preñado de profundo significado como
es la Cuaresma, nos ayuden a comprender y a
vivir mejor el Proyecto Universitario Lasallista. La
acepté con gusto, pero también con temblor,
porque creo que alcanzo a avizorar algo de
96
la densidad y del alcance que puede llegar a
tener una oportunidad como esta si se toma en
serio y se realiza con la disposición y la calidad
que implica.
El Peul y el EFL afirman en varias ocasiones que
la Universidad de La Salle, como parte de su
compromiso y su identidad, quiere promover el
diálogo entre la fe y la cultura (Peul, n.° 4, 1),
entre el Evangelio y los problemas que surgen
1
Conferencia pronunciada durante el Retiro de Cuaresma 2009 para los Directivos de la Universidad de La Salle.
*
Docente de la Facultad de Ciencias de la Educación, Licenciatura en Educación Religiosa de La Universidad de La
Salle.
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
en la vida de la sociedad (Peul, n.° 4, 1). Y ese
diálogo, dice este documento (Peul, n.° 5, 4),
exige una “continua reflexión sobre lo humano” y
demanda igualmente una atención al “campo de
la interioridad” o a la “vida interior”, (EFL, n.° 4).
ciado canadiense en Quebec, afirmaba en esta
Universidad, hace dos semanas, no formulemos
el tema de la Asociación preguntándonos por
las formas jurídicas, eso es secundario con respecto a lo primero:
Con base en los enunciados fundamentales de
documentos institucionales, quiero hacer una
primera afirmación. Lo que le da identidad a
una institución como la nuestra es un carisma
fundador que hoy tratamos de actualizar, porque lo consideramos vigente, fecundo e inspirador. Pero un carisma fundacional en la Iglesia
es el fruto del encuentro entre el Evangelio y la
vida, entre el Evangelio y un contexto social determinado, en el que resuena la Palabra de Dios
como una respuesta significativa a problemas
graves que viven y se plantean determinados
seres humanos.
Una intuición espiritual particular que ha con-
Preguntándose sobre el sentido de la Asociación, el Padre canadiense Gilles Routhier2, aso2
Director del Doctorado en Teología Práctica y
Vicedecano de la Facultad de Teología y Ciencias
ducido a San Juan Bautista de La Salle a formular un compromiso que se expresa luego
en una obra o en una forma de vida. […] Ese
es el recorrido paradigmático que debemos
seguir aún hoy. Por eso no hay que partir
preguntándonos por la Asociación, sino, por
el contrario, en la oración, realizar un discernimiento que nos permita, como al Canónigo
de Reims, imaginar hoy un nuevo encuentro
entre el Evangelio y los jóvenes en la universidad.
Religiosas de la Universidad de Laval, Quebec. La
Universidad publica en este N.º 49 de la Revista
de la Universidad de La Salle las dos conferencias
que Routhier dio en la Facultad de Ciencias de la
Educación. Las citas las extraigo de la conferencia
titulada “Asociados para el servicio de los jóvenes”.
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Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
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Así pues, hay que articular Evangelio y realidad, fe y cultura, sin descuidar ninguno de los
dos polos, sin menoscabar la presencia de ninguno. Porque hay que reconocer que desde el
punto de vista de la teología, se puede afirmar
que la realidad –y su complejidad– no fue siempre suficientemente tenida en cuenta. Por eso,
la teología y la proposición de la fe cristiana
se distanciaron de la vida y la historia de los
hombres, de sus problemas y, en consecuencia,
perdieron pertinencia. Se dio un dualismo entre
eternidad e historia, entre mundo e Iglesia, o entre sagrado y profano, cuyas consecuencias aún
no logramos eliminar completamente de la vida
de fe3. Haber hecho eso fue, nada más y nada
menos, olvidar el misterio de la Encarnación,
según el cual Dios asumió la carne de nuestra
fragilidad y de nuestra historia (Jn 1, 1-18).
considerar lo humano y darle el puesto que se
merece en una reflexión de fe, he querido partir
del siguiente esquema que me servirá de guía
en estas reflexiones:
•
•
•
•
Es por eso que quiero tener presente la vida
nuestra en la Universidad. Para hacerlo, para
3
98
Con razón la Iglesia, en el Vaticano II, insistió en que
no se separaran los deberes terrenos y la esperanza
del más allá: La Iglesia “enseña, además, que la
importancia de los deberes terrenos no se disminuye
por la esperanza del más allá, sino que más bien es el
cumplimiento de estos deberes el que se aventaja de
nuevos motivos. Por el contrario, si este fundamento
divino y la esperanza de la vida eterna desaparecen,
la dignidad del hombre queda gravemente lesionada,
como tantas veces hoy se deja ver, y los enigmas de
la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan
sin solución, de modo que no raras veces el hombre
cae en la desesperación” (GS 21). Toda la buena
teología contemporánea, se puede decir con coraje,
es un denodado esfuerzo por superar ese dualismo.
El giro hermenéutico, el giro antropológico y el giro
ético–práxico de la teología son expresiones diversas
de esa voluntad de articulación que corresponde más
fielmente al misterio de la Encarnación, por el cual
el cristianismo confiesa que es Dios mismo quien ha
asumido nuestra historia. Ver Blaser (1995, pp. 173217); Pattaro (1990, pp. 29-92); Boff (2001, pp. 4450, 95-124), González Faus (1998, pp. 59-156).
Primero, señalar alguna tensión constitutiva
del ser humano4.
Segundo, hacer algunas indicaciones que
muestren que dicha tensión se hizo presente
en la vida de Jesús o de los cristianos en
la historia de la Iglesia y mostrar cómo la
resolvieron.
Tercero, mostrar la manera en que dicha
tensión también se hizo presente en la vida
de San Juan Bautista de La Salle.
Cuarto, describir mi punto de vista sobre
dicha tensión presente en las relaciones que
se dan en nuestra Universidad y los posibles
caminos que podríamos escoger, porque
los consideramos más acordes con Jesús y
con San Juan Bautista de La Salle.
Enumero algunas de esas tensiones, señalando
desde ya que sólo desarrollaré las tres primeras
en este retiro:
•
•
•
•
•
•
4
La estructura y el carisma (la letra o el espíritu).
La eficacia y la gracia.
El miedo y la fe (el absurdo–el sinsentido y
la esperanza y la confianza).
El control total y la improvisación absoluta
(voluntad de dominio–control y permisivismo).
La soledad y el encuentro (el aislacionismo
y el colectivismo, lo singular y lo universal).
La inocencia y la culpa.
Tomo el término tensión como una doble polaridad
por la que se encuentra jalonado el hombre por ser
histórico.
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
•
•
•
•
•
•
•
•
El deseo y la realidad (sustraerse al principio de realidad–perderse en ensueños irrealizables y ser realista hasta el pesimismo).
El inmediatismo y la postergación infinita.
La violencia y las víctimas.
La injusticia y los pobres.
La diferencia y la unidad.
El corazón y la razón (acción o teoría; voluntad o ideas, el saber y la fe, “Israel o
Atenas”5).
La tradición y la innovación6 (la transmisión
y la reapropiación)7.
El silencio y la locuacidad.
LAS PARADOJAS O EL RIESGO
DE LA TENSIÓN
ESTRUCTURA Y CARISMA (FORMA
Y CONTENIDO, LETRA Y ESPÍRITU,
INTERIORIDAD Y EXTERIORIDAD)
Quisiera comenzar con una de estas tensiones
que nos introduce directamente en una reflexión
5
Es el título de un texto de Habermas (2001). Un
análisis interesante de este problema, visto en el
cristianismo como una teología que habla mucho de
Dios y poco de Jesús, se encuentra en González Faus
(2006, pp. 185-225).
6
Tomo la formulación de esta tensión de Khun,
1996. Este autor escribe algo interesante: “[…]
La investigación normal de mejor calidad es una
actividad en su mayor parte convergente, fincada
sólidamente en un consenso establecido, adquirido
este último de la educación científica y fortalecido
por la práctica de la profesión. Regularmente, esta
investigación convergente o basada en el consenso
desemboca en la revolución” (p. 250).
7
Como plantea Martín–Barbero (2003, pp. 12-13),
esa tensión en la educación se plantea no desde una
doble polaridad, sino desde una triple polaridad: la
transmisión, la capacitación (para lo laboral) y la
ciudadanía.
general sobre el sentido de nuestra institución,
me refiero a la tensión entre estructura y carisma, entre forma y contenido, entre mediación
y mensaje o, como la llama san Pablo, entre
Espíritu y letra, al decir: “la letra mata, el espíritu
vivifica” (2Cor 3, 7).
¿Cómo se presenta esta tensión en la vida humana? Las diferentes maneras de expresarla
indicadas arriba reflejan su complejidad. En el
ámbito artístico se ha manifestado como una
lucha entre la forma y el contenido. Se podría
pensar aquí en los combates que tuvieron todos
los innovadores al concebir cauces originales
de expresión que respondieran a las nuevas
formas de vida, a los nuevos campos de experiencia humana y de profundidad estética; estas
formas hacían estallar los esquemas tradicionales de expresión, como sucedió en música, en
poesía, en pintura, en literatura. Los que han
intentado hacer algo de arte experimentan incluso la resistencia del cuerpo a aceptar la mediación, a dejarse guiar por una forma que ha mostrado sus bondades expresivas. En educación,
yo veo esta tensión presente en el descuido de
la didáctica, en el menosprecio por el “cómo”,
en nombre de un antirecetismo pedagógico –
ciertamente muy justo– que querría simplificar
la tarea educativa. Pero dicho desprecio por la
didáctica no me parece la solución más sabia.
En el mundo actual, en el campo de la comunicación, Marschal McLuchan acuñó una frase
que querría en cierta forma resolver la tensión:
“el medio es el mensaje”. Esta afirmación, según la cual el medio sería en cierta forma una
prolongación de la persona, el computador una
extensión del cerebro, muestra un nivel de reflexión con respecto a esa bipolaridad que está
en el corazón de la vida humana.
99
Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
49
Pero en la vida cotidiana actual hay muchos
ejemplos de esta tensión: creo que uno de
ellos es el debate en torno a los símbolos; por
ejemplo, el conflicto que se presentó cuando
algunos grupos musulmanes alzaron vigorosas y violentas protestas por la manera en que
habían sido tratados sus símbolos religiosos
en algunas partes de Europa. La cuestión, sin
pretender resolverla, se puede mirar desde los
dos polos de esta tensión: el desprecio radical
a una simbólica religiosa o el apego a formas
envejecidas de concretizar los contenidos de fe
de un pueblo arcaico que no querría aceptar
los avances de la civilización. Otro ejemplo se
presenta en nuestra cultura colombiana mediante la lucha entre formas culturales convocadas a
un diálogo difícil y tirante: un paisa no puede
entender la manera en que un costeño asume la
hospitalidad y toma su comportamiento como
un abuso descarado. Podríamos evocar muchas
situaciones existenciales, pero, por razones de
brevedad, veamos cómo se presentó esta tensión en la vida de Jesús.
¿Vivió Jesús esta tensión? Yo quisiera comenzar
subrayando que la encarnación es ya una respuesta a esa tensión, pero es una respuesta que,
lejos de resolverla, se diría que la agudiza. En
efecto, según nuestra fe cristiana, afirmar que
Dios se ha hecho realmente hombre significa
decir en cierta manera que Dios ha asumido la
“estructura” de nuestra condición humana para
comunicarnos su amor, para expresarnos su infinita misericordia. Dios no ha temido encarnarse,
Dios no ha temido limitarse, Dios no ha temido correr el riesgo de simbolizarse. El símbolo
(que de manera osada yo asimilo aquí con la
estructura o con la mediación), aunque “da que
pensar”, por ese mismo motivo queda sujeto a
la ambigüedad: porque se puede pensar sobre
100
él de diversas maneras. Porque, como lo ha explicado bien Ricoeur, el símbolo es polivalente8.
Cuando Jesús hacía milagros, sus contemporáneos no vieron necesariamente en esos gestos
una manifestación de la encarnación de Dios
o de su presencia en medio de sus vidas y de
su historia. “Si expulsa los demonios es porque
está poseído por el Demonio” (Lc 11, 15). Jesús tuvo que resistir a la tentación de huir de
la mediación (la tentación de huir de la estructura, lo que significa huir de la historia y no
correr “el riesgo de la interpretación”, Geffré,
1984) en varios momentos de su vida. Podríamos verlo en dos casos, uno de los cuales es
dramático. El primero lo vivió Jesús en el conflicto con los fariseos de su tiempo (de quienes se
podría decir que absolutizaron la estructura, es
decir, consideraron inamovible y definitiva una
forma de expresar la religión, que exoneraba
de toda posibilidad cuestionadora y crítica de
esas mediaciones). En efecto, los fariseos pedían a Jesús un signo para poder creer en él
(ver Mt 16, 1-4). Allí, Jesús responde que no les
dará ningún signo, y les hace una reproche que
amerita reflexión: “¡Conque sabéis discernir el
aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!”. También en el Evangelio
de Juan, el Evangelio de los símbolos, leemos:
“¿Qué señal haces para que viéndola creamos
en ti? ¿Qué obras realizas?” (Jn 6, 30). En vez
de aceptar como mediación la vida misma de
Jesús, sus contemporáneos preferían esperar un
signo asombroso de Dios.
8
Ricoeur (2003, citado en Lauret y Refoulé, 2000, p.
51) afirma: “La opacidad del símbolo da pruebas
de su resistencia a toda reducción a una estratega
del discurso tan controlada como la de la escritura
poética. Un símbolo es siempre más que una metáfora
literaria”.
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
El segundo ejemplo dramático es el que se encuentra en la Cruz. Digo dramático porque aquí
Jesús no es sólo tentado por los de fuera, sino por
sí mismo. En efecto, está terminando su vida en el
fracaso, está siendo humillado y sufre violentamente; allí tiene la tentación de creerse abandonado,
como bien lo relata Marcos con el famoso grito:
“¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15, 34). También Jesús es tentado
por los de fuera, porque es invitado a bajar de
la cruz para demostrar que es Dios, para probar
la legitimidad de su proyecto: “A otros salvó y a
sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de
Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo
veamos y creamos” (Mc 15, 31-32).
El teólogo José María Castillo nos aporta una
pista de comprensión sobre la manera en que
Jesús resolvió esta primera tensión entre estructura y carisma:
Jesús se sintió abandonado hasta del mismo
Dios. Es decir, murió sin la recompensa del
¿Cómo vivió esa tensión San Juan Bautista de
La Salle? No es el momento de hacer aquí un
recuento de su biografía, sino de pensar en algunas de las situaciones de su vida en las que
podemos atisbar esa tensión. Y me parece que
su lento proceso de conversión está atravesado
por esa tensión que meditamos: o se quedaba
en la estructura de la canonjía o se abría al
llamado del Espíritu que lo empujaba a nuevas
formas de presencia, formas que responderían
mejor a las necesidades de su tiempo, a los
reclamos de los niños y de los jóvenes. Pero eso
era un riesgo en la Iglesia y en la sociedad de
su tiempo. Tanto en lo civil como en lo eclesial,
el peso de las estructuras tradicionales era grande. Nadie se imaginaba a un grupo de laicos,
y de sólo laicos, algunos de los cuales renunciaban al estado eclesiástico, consagrados “de la
mañana a la noche” al ministerio (servicio) de la
educación de los niños pobres (Morales, 2000,
p. 109). Los obstáculos que debió afrontar De
La Salle, a nivel civil como eclesial, muestran la
tensión que debió afrontar.
consuelo divino. Por consiguiente, su libertad
fue total. Porque total fue su desamparo. Sin
compensación de ningún tipo, su muerte fue
el acto más soberanamente libre que puede
poner un hombre, precisamente porque fue un
acto que no tuvo recompensa alguna (Castillo, 2004, p. 27).
Jesús no se identificó de manera acrítica con
la institución religiosa de su tiempo, de la que
bebió profundamente. No confundió el amor
con el sometimiento. Interpeló duramente a las
estructuras religiosas de su tiempo, cuando consideró que se apartaban de su objetivo y constituían un fin en sí mismas, de manera que lo que
se imponía no era la voluntad de Dios, sino el
interés de la institución (pp. 30-31).
¿Y en nuestra vida universitaria? ¿Dónde aparece esta tensión? Acabamos de conocer una
reestructuración de facultades, que seguramente
indica una apuesta por no dejar que la carga
estructural prime sobre el espíritu de innovación.
Lo mismo se podría decir de las reformas curriculares y de los procesos de acreditación y de
calidad que se desarrollan en este momento.
Sin embargo, bien se ha dicho que “no se cambia la sociedad por decreto”9, que el cambio
no es principalmente un asunto de estructuras,
sino de dinámicas personales que contagian
y entusiasman a los miembros. Por esta razón,
más que atreverme a hacer una descripción de
9
Es el título de un texto de Croizer, 1979.
101
Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
49
nuestra vida universitaria, me permito hacer las
siguientes preguntas: ¿es posible hacer coincidir
las directrices institucionales con los proyectos
personales de directivos, profesores, estudiantes
y personal de servicio? Seguramente, al responder esta pregunta habría que señalar necesarios
y diversos grados de compromiso con el espíritu
que anima a la Universidad de La Salle.
Pero esta tensión obliga a plantear otras preguntas radicales que, en caso de tener que ser respondidas en sentido negativo, desde mi punto
de vista exigirían entonces una profunda conversión Cuaresmal: ¿estos procesos mencionados
están animados por la voluntad de colocar a
la persona en el centro? ¿Se ha dado un proceso suficientemente seguro que garantice que
el espíritu que anima la dinámica universitaria
es la voluntad de servir y la solidaridad con los
más pobres? ¿Se sienten las personas que animan estos procesos embarcadas en una tarea
que enriquece sus vidas, las llena de plenitud y
las hace más conscientes y generosas? ¿O, por
el contrario, además del peso terrible que las
responsabilidades administrativas implican, las
personas experimentan ausencia de horizontes
humanistas y apasionantes, los únicos capaces
de impulsar una entrega generosa y sanamente
gratificante?
ENTRE LA EFICACIA Y LA GRACIA
(DAR O RECIBIR, JUSTIFICARSE
O SER JUSTIFICADOS, CONFIAR O
ABANDONARSE, PRODUCTIVIDAD O ÉTICA,
ASCÉTICA O MÍSTICA)10
Creo que esta tensión se presenta de manera aguda en la experiencia del amor. Por eso
cabe preguntarse: ¿el amor es fruto de nuestra
decisión o es un regalo de la vida? La sabiduría
popular ha insistido en lo primero, afirmando
que “matrimonio y mortaja del cielo bajan”.
Pero los psicólogos insisten en una dimensión
volitiva del amor que iría más allá del simple
fogonazo del enamoramiento; subrayan que el
amor sería la “voluntad de hacer crecer al otro”.
Esa voluntad supone un esfuerzo, una construcción, una educación y sobre todo una decisión
de hacer feliz al otro. Y aquí la decisión iría
más allá de la pura gratuidad: sería un trabajo
esforzado de disciplina y dedicación11.
También podríamos evocar y desarrollar aquí
todo el debate ético entre una visión deontológica y una visión teleológica del acto humano. Sobre todo entre una visión teleológica de
carácter utilitarista. Y pasando a otro ámbito
10
En su excelente biografía sobre Antonio Mara Claret,
hablando de la dimensión mística y ascética en la
vida de este santo, Atilano Alaiz (1995, p. 577)
escribe: “¿Qué rasgos definen su espiritualidad: es
un asceta o un místico, o las dos cosas a un tiempo?
Para responder a estas preguntas parto del supuesto
de la unidad de vía. No hay dos caminos: la ascesis
y la mística. Ni siquiera se puede decir que sean dos
caminos distintos y continuados de la vida cristiana.
Como en el matrimonio, es preciso alternar en todas
las etapas el ejercicio de la voluntad con el gozoso
entusiasmo del enamoramiento”.
11
En esta perspectiva se sitúa el famoso betseller de
Scot Peck (1997), La nueva psicología del amor.
Recordemos que se trata de tensiones normales
por formar parte de nuestra condición humana
e histórica. Lo importante aquí es pensar que
el Evangelio, por medio de San Juan Bautista
de La Salle, tiene algo que decirnos, y en la
medida en que lo tomemos en serio podremos
dar una solución que corresponda a lo afirmado en nuestro Proyecto Educativo Universitario
Lasallista.
102
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
de realidad, ¿no es acaso esa la tensión que
hay entre poesía y tecnología? ¿Entre espíritu
artístico y espíritu tecnocrático? Pero que basten
estas indicaciones para evocar esta tensión que
atraviesa nuestras vidas.
Esa tensión entre eficacia y gracia aparece en
la vida y predicación de Jesús: por un lado, lo
vemos preocupado porque sus discípulos den
frutos: “La gloria de mi Padre es que deis muchos frutos” (Jn 15, 8). La parábola de los talentos (Mt 25, 14-30) indica algo maravilloso
en la propuesta de Jesús: no basta dar lo que
se recibió, sino que hay que multiplicarlo. Además, se puede afirmar con certeza que Jesús fue
un hombre de acción, de práctica. “No todo el
que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino
de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de
mi Padre” (Mt 7, 21-22)12.
12
En este sentido, el teólogo J. M. Castillo, (2004, p.
33) escribe a propósito de las implicaciones sociales
de la fe cristiana: “¿Qué incidencia tiene hoy el
cristianismo en esta sociedad?... ¿Se puede asegurar
que el cristianismo y los cristianos somos un agente
de cambio fundamental para transformar la sociedad
Pero afinando más la percepción de esta tensión, hay algunas frases de Jesús que reflejan
lo que podríamos llamar casi un voluntarismo.
Oigamos esta: “Desde los días de Juan Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre
violencia, y todos los violentos lo arrebatan”
(Mt 11, 12). Oigamos esta otra: “Entrad por la
puerta estrecha; porque ancha es la entrada y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y
son muchos los que entran por ella” (Mt 7, 13).
El verbo arrebatar (harpazo, en griego) de la
primera frase es fuerte. En español tenemos la
palabra harpía que viene de la misma raíz y tiene una connotación violenta que hace del Reino
en que vivimos?… A mí me parece que esta pregunta
es no sólo importante, sino sobre todo enteramente
esencial. Por una razón que se comprende enseguida:
hoy no basta hablar de la verdad (en abstracto) de
una cosa; lo que interesa, ante todo y sobre todo,
es la significatividad de esa cosa: qué significado
tiene esto para el hombre, para nosotros, para cada
persona en concreto. Ahora bien, hay significatividad
donde hay eficacia. Quiero decir, una cosa puede
ser muy verdadera, pero si no sirve para nada, no
interesa. Sencillamente porque es algo que no tiene
significado concreto y preciso”.
103
Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
49
de Dios casi un objeto de rapiña. La estrechez
de la puerta que conduce al Reino denotaría la
ligereza propia del atleta que se pone en forma
para sobrepasar los obstáculos. Ya sabemos
que San Pablo comparó la vida cristiana con
una carrera para la que hay que prepararse con
cuidado y determinación13.
El tema es de vital importancia porque generó todo un conflicto entre los cristianos provenientes del judaísmo y los que provenían del
paganismo, que eran ajenos a las prácticas y
ritos cultuales judíos. Esa tensión, vivida en el
cristianismo primitivo, llevó a Pablo a la muerte, calumniado y traicionado por hermanos que
lo acusaron de laxista, de relativista (Comblin,
1995, pp. 149-150) por predicar la gracia por
encima de la ley (“¿Que diremos, pues? ¿Que
debemos permanecer en pecado para que la
gracia se multiplique? ¡De ningún modo! (Rom
6, 1). “Y, ¿por qué no hacer el mal para que
venga el bien, como algunos calumniosamente
nos acusan que decimos? Esos tales tienen merecida su condenación” (Rom 3, 8).
En el otro polo de la tensión están algunas actitudes de Jesús, según las cuales la eficacia sería secundaria; en ellas aparece un Jesús que
justifica actitudes que parecieran, a los ojos de
los pragmáticos, un vulgar despilfarro. El primer
ejemplo es el de la mujer que le unge la cabeza
13
104
“¿No sabéis que en las carreras del estadio todos
corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de
manera que lo consigáis! Los atletas se privan de
todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros,
en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro,
no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como
dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo
y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a
los demás, resulte yo mismo descalificado” (1Cor 9,
24-27).
con un perfume costosísimo (Mc 4, 3-9). Sus
oponentes reprochaban afirmando que con el
valor de ese perfume se hubiera podido hacer
mucho por los pobres. Jesús está en contra de
esa utilidad inmediata y alaba a la mujer (Mc
14, 3-9). Es una acción que resultó a primera
vista inútil o ineficaz. Aquí el valor de la acción
no es medido ni determinado por la pura eficacia ni por su dimensión utilitaria. Habría que
destacar incluso que Jesús contradice un criterio
de rentabilidad, según el cual se ha dilapidado
un monto considerable de dinero.
En línea opuesta al esfuerzo y al pugilato paulino que señalábamos en la primera parte de esta
tensión, Jesús narra la Parábola del hijo pródigo, que debería llamarse más bien la Parábola
del amor gratuito del Padre. El hijo pródigo se
marcha y desperdicia su fortuna; el texto detalla
su experiencia: quería comerse hasta las bellotas con que alimentaban a los cerdos. Si recordamos que este animal tiene un carácter impuro
para la religión de Israel, comprendemos en
qué estado estaba ese joven: había caído en la
bajeza total. Y él mismo piensa que regresará a
casa y pedirá que lo traten como a uno de los
jornaleros, porque ya no merece llamarse hijo.
Pero el Padre, al verlo, se lanza a su cuello, lo
besa y prepara una fiesta haciendo matar un
novillo. El otro hijo estaba en la misma lógica:
yo he sido tan bueno, tan juicioso, y nunca me
has ofrecido nada. Y el Padre le responde: todo
lo mío es tuyo, ¿cómo no te has dado cuenta?
El reino de Dios no se conquista, el perdón de
Dios no se gana, simplemente se recibe. Con
razón dirá San Pablo que no somos justos, sino
justificados. Dicho de otro modo, San Pablo
subraya que el cristianismo no es que seamos
buenos, sino que creamos que Dios es bueno
con nosotros.
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
Me parece que en la vida y en la obra de San
Juan Bautista de La Salle esto aparece de forma contundente en su lucha contra una eficacia falsa que consistiría en no buscar la gloria
de Dios o en esperar muchas alabanzas de los
pobres, a quienes se consagró. Estas palabras
suyas me parecen terribles, pero estimulantes:
“En pago del bien que hayan pretendido hacer al prójimo, dispónganse a padecer improperios, ultrajes y calumnias. Esa es la principal
recompensa que Dios promete en este mundo,
y la única que con frecuencia se recibe de los
pobres” (MF 120, 3). La tensión entre eficacia
y gratuidad aparece aquí con un matiz particular: no se mediría la eficacia por el éxito o los
aplausos que obtendrían los hermanos por su
trabajo. San Juan Bautista de La Salle mira las
cosas de otro modo. El criterio de la eficacia
es incluso absurdo: la principal recompensa de
un trabajo eficaz son los padecimientos. Creo
que esto merece una profunda reflexión porque
pone al revés cierta jerarquía de valores según
las cuales medimos nuestros resultados. Pero
ahondemos un poco más.
de todo en su nacimiento. Así ha de nacerse
a la vida espiritual: despojado y desnudo de
todo (MF 86, 1).
Cuando uno se hace pobre voluntario por
imitar a Jesucristo, ama como Él también los
amó, a los que son pobres (MF 166, 2).
No es fácil imaginar el bien que puede obrar
en la Iglesia un alma verdaderamente desprendida. La razón de ello es que el desasimiento supone mucha fe: es confiarse en la
providencia de Dios, como el hombre que se
hace a la mar sin velas ni remos (MF 134, 1,
cursivas mías).
El Hermano Alfredo Morales escribe:
San Juan Bautista de La Salle vivió la experiencia de ese empobrecimiento espiritual y material a partir del momento en que, aceptando
la llamada de Dios para ser el Institutor y Padre de la nueva fraternidad de maestros para
las Escuelas Cristianas, se decidió a vivir con
ellos y como ellos; tras dos años de perpleji-
San Juan Bautista de La Salle vivió esta tensión
de otra manera muy particular sobre la que
quiero subrayar algunos aspectos. Fue su insistencia en la pobreza de los hermanos. Retomo
aquí algunas de sus afirmaciones: “Por la pobreza evangélica, los Hermanos se hacen pobres
para seguir a Cristo pobre y servir mejor a sus
hermanos, los hombres, sobre todo a los más
desheredados” (R 3, 32).
La pobreza que, de modo tan eminente, ejerció Jesús al nacer, debe decidirnos a profesar amor señalado a esta virtud. […] No nos
maravillemos, pues, cuando algo nos falte,
aunque sea necesario, ya que Jesús careció
dades y sufrimientos, entregó todos sus bienes
a los pobres, y se hizo un pobre más entre sus
sencillos maestros (2000, p. 123).
No quiero entrar a discutir aquí algunos puntos
adquiridos ya por las ciencias sociales y humanas (entre ellas la teología, y en particular la
Doctrina Social de la Iglesia): que el Evangelio
no es una apología de la miseria, que los bienes materiales son necesarios para vivir una vida
digna, que hoy no es lo mismo hablar de dinero
que hablar de capital, que capitalismo y desigualdad son realidades casi inseparables (Castillo, 2006, pp. 151-182), que el capital entraña una poderosa seducción, que es casi como
105
Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
49
un fetiche, que hoy está seriamente en duda que
el crecimiento económico constante sea lo mejor para este mundo. Más bien me propongo
esbozar este tema de la “pobreza evangélica”
a la luz de esta tensión, y por eso voy a explicar una postura teológica que califica al dinero
como una “trampa peligrosa”. Esta afirmación,
como veremos, está en la línea de esa tensión
que planteamos aquí, porque resolver mal una
tensión es justamente caer en una trampa.
El teólogo José María Castillo se pregunta:
“¿Qué nos quiso decir Jesús cuando nos habló
sobre el dinero y las riquezas?” (p. 157). La afirmación de Mt 6, 24 (“nadie puede servir a dos
señores”) parece indicar que el dinero y Dios son
incompatibles. Si esto fuera así, ¿no tendríamos
que concluir que Dios está en contra del bienestar, que sólo se alcanzan con el dinero? (p.
157). Para responder a esta pregunta crucial,
el autor retoma una afirmación de Jesús: “No
acumuléis riquezas en la tierra, donde la polilla
y la carcoma las echan a perder y donde los
ladrones abren boquetes y roban” (Mt 6, 19).
Y observa: “Parece que Jesús habla de quienes
acumulan cantidades de dinero de manera que
106
se centran en eso sin pensar en otra finalidad o
en otra utilidad que se pueda dar a ese dinero
que poseen” (p. 158). Una primera precisión se
impone: hay unas riquezas productivas que no
se usan al servicio de los demás. Pero basado en
la expresión de Jesús sobre el tesoro del corazón
(“donde está tu tesoro está tu corazón”, Mt 6,
24) y en lo que significa la palabra corazón en
la Biblia (p. 158)14, Castillo señala lo siguiente:
el dinero “ejerce una fuerza totalizadora”, posee
una fuerza seductora que termina oponiéndose
a Dios, se configura como “el competidor de
Dios”, de tal manera que la oposición entre Dios
y el dinero (Mammon) (p. 158) es un debate en
torno a la idolatría: ya que todo lo que en la
vida del hombre se presenta como fuerza totalizadora y definitiva de la existencia se convierte
en Dios15.
14
Leb (en hebreo) o kardía (en griego neotestamentario)
se refieren al centro de la persona, el punto de anclaje
radical de la existencia, lo que más le importa en la
vida.
15
Castillo (2006, p. 59) cita el libro Filosofía del dinero,
de G. Simmel, quien escribió: “El dinero, como
medio absoluto y al mismo tiempo punto de unión
de incontables órdenes finales […] tiene relaciones
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
“El problema está pues en saber “dónde tiene cada cual su “tesoro” y, por consiguiente,
dónde tiene cada cual su “corazón” (p. 161).
Dicho de otro modo, el problema no está propiamente en el dinero, sino en el corazón del
hombre. El que sólo piensa en sí mismo y en su
buena vida, aunque rece, no tiene fe; el que
tiene su corazón en la felicidad de los otros y en
aliviar sus sufrimientos, ese tiene fe, aunque no
rece. Porque “lo original del cristianismo es que
“el otro” es inseparable del Otro” (p. 161). Estamos tan cerca de Dios como lo estamos del sufrimiento de los demás. “Quién dice que Dios está
expuesto a que el sufrimiento de los otros pueda
atentar contra sus propias ideas religiosas” (p.
162). José María Castillo concluye: “Para Jesús,
lo importante no era si una persona tenía o no
dinero. Lo que a Jesús le interesaba era que una
persona, tuviera lo que tuviera, estuviera dispuesta a desprenderse de lo que tenía o a dar
productividad a sus bienes para servicio a los
demás. De ahí que elogió a la pobre viuda que
dio todo lo que tenía para vivir, al tiempo que
censuró a los que se desprendían de lo que les
sobraba (Lc 21, 1-4)” (p. 169).
Una vez planteado esto16, Castillo aborda directamente el tema que nos concierne: el dinero como trampa. La cuestión se plantea así:
¿cuáles son las tareas implicadas en el mandato
que Jesús impuso a sus discípulos de predicar el
Evangelio? (Mt 10, 1-2). Jesús dijo a sus discípulos lo que tenían que hacer y cómo hacerlo.
muy importantes con la idea de Dios, que solamente
la psicología puede descubrir, puesto que goza del
privilegio de no cometer ningún sacrilegio”.
16
José María Castillo hace otras reflexiones en torno
al capital financiero y al sistema capitalista, muy
importantes para una comprensión ética de la
economía actual (pp. 174-178).
Lo que hay que hacer es anunciar el Reino (Mt
10, 7). Y hay que hacerlo presente luchando
contra el sufrimiento humano, dando vida, devolviendo la dignidad a las personas y a los excluidos. Eso significaría ir a curar a los enfermos
y expulsar los demonios (Mt 10, 8). Es la misión
por la vida y la dignidad de los seres humanos.
Ahora bien, ¿cómo realizar esta tarea? Su respuesta resulta desconcertante: “No os procuréis
oro, plata o calderilla en la faja; ni tampoco
alforja para el camino; ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, que el trabajador merece su sustento” (Mt 10, 9-10; Mc 6, 8-11; Lc 10, 4-12).
Eso significa, comenta Castillo, que “la vida se
defiende, la dignidad se respeta, la felicidad se
transmite y el sufrimiento se alivia, no mediante
el dinero y la posesión de bienes económicos
[…]” (p. 179). Y el mismo teólogo se pregunta:
¿Se puede tomar todo esto en serio? ¿Se puede aceptar de alguna manera? Y si aceptamos
estas palabras de Jesús, ¿qué podrían significar
para nosotros hoy, en una cultura tan distinta a
la de Jesús?
Castillo subraya que, según los estudios exegéticos más autorizados, estas palabras sobre
cómo realizar la misión provienen del mismo
Jesús (p. 180). Lo importante es que en ellas estaría planteado el dinero como trampa. Puesto
que el dinero es seductor, y eso en ciertos ambientes es mal visto, una de las razones para
justificar la posesión y el manejo del dinero es
el apostolado (p. 180). ¿En qué sentido el dinero actúa aquí como trampa? Castillo insiste
en que desde “el sano juicio” siempre se encontraron razones para justificar tal uso del dinero
en la Iglesia. Pero, desde la lógica de Jesús,
las cosas cambian. Su lógica es la del desposeimiento total en el pesebre; esa fue la lógica
de san Antonio, “el padre de los monjes”, que
107
Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
49
vendió todo, la de Francisco de Asís, la de San
Juan Bautista de La Salle. Estos seres humanos
habrían sido personas que entendieron que el
proyecto de Jesús (el proyecto de la bondad sin
límites, del amor sin límites, de la humanización
que supera nuestras deshumanizaciones, el proyecto que puede conseguir que haya menos
divisiones, más respeto, más cercanía de unos
a otros, mas bondad, más amor) ese proyecto
es lo que puede cambiar este mundo. No el
dinero (p. 180).
de ayudar a los demás sin cercanía humana,
sin amor. El dinero puede proporcionar ayuda,
pero no pasa de ahí. “Con el dinero se da algo
que es distinto de uno mismo”. “El que va por la
vida despojado de todo, sólo puede darse a sí
mismo y lo que en sí mismo tenga de bondad y
amor, porque otra cosa no tiene” (p. 182). Y,
curiosamente, esas personas son las que más
han cambiado el mundo.
La trampa del dinero es la trampa de los que
han pensado, y piensan, que con más dinero
Castillo termina preguntándose: “¿Por qué Jesús
fue tan radical en el asunto del dinero?” Y responde: “Porque Jesús comprendió como nadie
que lo que más necesita la gente no es ayuda, sino respeto, estima y bondad, y amor”.
En muchas situaciones, ciertamente, sólo queda
prestar ayuda material. Socorrer. Pero se pue108
van a mejorar más este mundo y van a lograr
que la gente tenga más fe y más esperanza.
Es el gran engaño e incluso la gran traición.
Por una razón muy sencilla y muy honda, que
supo formular admirablemente el gran teólogo
que fue Hans Urs von Balthasar: Sólo el amor
es digno de fe (p. 182).
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
Veamos ahora la manera en que esta tensión se
presenta en la Universidad. Para mí la cosa es,
si no clara, por lo menos visible. Universidades
como la nuestra no reciben ningún subsidio del
gobierno, y sin embargo deben responder a
exigencias que son ineludibles si quieren estar a
la altura. Pero bien se ha afirmado, no con ánimo belicoso ni apasionado, que la Universidad
corre el riesgo de someterse a una lógica de
mercado que mercantiliza la educación. Creo
que esa crítica no hay que despreciarla en absoluto. Y mucho más si nuestra inspiración es el
Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia.
Creo que en diversos niveles de nuestra vida
universitaria se experimenta una tensión entre
la eficacia y lo que podríamos llamar un cierto abandono, que se desprende de nuestros
horizontes de sentido. Se ha mostrado ya con
suficiente contundencia17 que la obsesión por
la eficacia tiende a involucrar en un cierto frenesí laboral que puede incluso ser menos eficaz.
¿No experimentamos muchas veces la carga
que nos sobreviene por tener que responder a
muchas tareas al mismo tiempo? ¿No experimentamos, por lo menos a nivel profesoral, una
cierta dispersión debido a las múltiples exigencias a las que tenemos que responder?
Estoy convencido que para vivir en la sociedad
de hoy es inevitable desarrollar la capacidad
de manejar cierto nivel de estrés. Y de eso no
está exenta la vida universitaria. Pero, ¿por qué
17
Aunque pertenecientes a la mitad del siglo pasado,
los trabajos de Fromm (1976)sobre la sociedad
contemporánea siguen siendo válidos en muchos
aspectos de los que tratamos aquí. Más recientemente,
podríamos evocar los trabajos de dos premios de
economía como Stiglitz o Sen o los trabajos del
sociólogo Guiddens, que muestran las consecuencias
del capitalismo sobre nuestro estilo de vida.
experimentamos a menudo una falta de alegría
y gusto en los trabajos que tanto amamos? ¿Por
qué nos sentimos a veces tan ahogados y atiborrados? ¿No será que la manera en que estamos
dando respuesta a esa tensión que tratamos aquí
está alejándose del horizonte que nos proponen
Jesús, San Juan Bautista de La Salle y la Doctrina
Social de la Iglesia? Si estos retiros deben servir
para algo, que sea por lo menos para que practiquemos el derecho a interrogarnos. Es con ese
espíritu que lanzo estas inquietudes, para las que
yo mismo no tengo respuestas perentorias. Sólo
me apoyo en el hecho siguiente: la Universidad
de La Salle se ha definido como “pregunta más
que como respuesta” (EFL, n.° 3f). Lo menos que
podríamos hacer es, pues, interrogarnos hoy.
Habría mucho más que decir sobre esta tensión,
pero quiero compartir una imagen africana muy
sugestiva con respecto a esto que hemos venido
meditando: para cazar ciertos chimpancés, hay
una trampa bien particular en ciertos países de
África: se coloca un banano en una caja, fuertemente fijada. Este banano, visible y perceptible
por el color y el olor, atrae a los primates. Para
poder coger la fruta, el animal debe introducir
por un orificio su mano, por donde ésta cabe
perfectamente, a condición de no estar empuñada. El mono la introduce y se apodera de su
preciado manjar. Pero sus ganas de comérselo
le impiden abrir la mano y soltarlo para liberarse. Y vienen los cazadores y lo terminan de
atrapar con sus redes.
Termino citando tres frases, una de la Sagrada
Escritura, otra de De La Salle y la última de San
Francisco:
Si el Señor no construye la casa, en vano se
cansan los albañiles (Salmo 127, 1).
109
Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
49
En su vida concreta, los Hermanos aceptan
compartir la condición de pobres. Si alguna
vez carecen de algo útil o necesario, sienten
que crece en su corazón la alegría y la paz
de la primera bienaventuranza (R 3, 32a).
Dando es como recibimos (Francisco de Asís).
EL MIEDO Y LA FE (EL SENTIDO Y EL
ABSURDO – LA ESPERANZA Y EL SINSENTIDO)
Los estudiosos de la ética afirman hoy que la
llamada “opción fundamental” es la fuente del
comportamiento ético. Es decir, el ser humano,
por su carácter incompleto, debe configurar su
existencia y darle una razón a sus actos, debe
hacer una opción que responda a la pregunta
fundamental: ¿Cómo debo vivir? ¿Cómo debemos vivir? Revelar esta pregunta es encontrar
una respuesta que nos conduzca a la felicidad,
a la realización humana, al encuentro de un
sentido para la vida (López, 2003, pp. 37-48).
Pero la amenaza del sinsentido está siempre latente, como queriendo derrumbar lo construido,
como socavando la lenta y dolorosa decisión
de un sí, por el que encontramos, consciente
o inconscientemente, una razón para vivir. Porque, como bien lo dice el Peul, “donde hay esperanza hay razones para vivir y luchar, y para
creer que otro mundo es posible, necesario y
urgente” (n.° 4,5.e).
¿Qué situaciones de la vida amenazan la fe en
la vida, la confianza en un sentido que aliente
la existencia? ¿Qué situaciones nos abren las
fauces del absurdo y de la desesperación? Hay
que decirlo redondamente: la muerte aparece
como un muro que nos cierra las ilusiones, que
nos hace pensar que “todo es una pasión inútil”
(Sartre). Pero la muerte la vivimos de muchas
formas en la vida. Una de esas situaciones es
110
la enfermedad, que nos golpea tarde o temprano y que nos lanza contra el piso derrumbando sueños infantiles de omnipotencia. Y vale la
pena describirlo en esos términos porque, como
veremos, es posible “esperar a pesar de todo”
(Metz y Wiesel, 1996). En todo caso, la enfermedad diluye nuestros afanes de independencia, nuestros deseos de triunfo por medio de
un combate encarnizado. La enfermedad nos
sorprende, nos desconcierta y en muchos casos
nos paraliza, porque nos arrebata la esperanza
y el sentido.
Del mismo modo actúa la experiencia de no ser
amados por todos, a pesar de nuestra sinceridad
y de nuestros gestos fraternales. La incomprensión salta a la palestra de la cotidianidad y sentimos casi impotencia y temor para encontrarnos,
para entendernos, para tolerarnos. La soberana
libertad del otro humilla nuestro deseo de control
y creemos entonces que la comprensión y la reciprocidad son simplemente sueños evanescentes
que desaparecen ante los rayos ardientes de la
indiferencia, el egoísmo o la envidia. El sinsentido de la soledad atrincherada, del solipsismo y
del umbilicalismo enfermizos nos acechan entonces; el miedo, el derrotismo y la desilusión ante
los otros brotan con vigor haciéndonos exclamar:
“el infierno son los otros” (Sartre).
¿Cómo vivió Jesús esa tensión? En nuestra formación tradicional, no se acostumbraba mirar
a Jesús como un hombre de fe. Porque se nos
insistía sobre todo en la fe que había que poner
en él. Pero el Evangelio muestra que Jesús fue un
hombre de fe. Pero, al subrayar esto, no queremos destacar el lado místico de Jesús, es decir,
su unión profunda con Dios, a quien llamaba
con una expresión inaudita: Abbá, es decir, papaíto. Expresión de los niños que se anclaban
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
en el amor de sus padres. Queremos hablar de
otra forma de fe, quizás más humana, quizás
menos transcendental, en apariencia, pero que
muestra la hondura de dicha palabra de manera más sublime.
Jesús dijo: “No juzguéis y no seréis juzgados”.
¿Qué quiere decir esto? Porque Jesús vio con
perspicacia los defectos de los fariseos y los
trató de “sepulcros blanqueados”, de “raza de
víboras”. ¿Qué hay pues detrás de esas palabras de Jesús? Queda claro que no consiste en
una ceguera cobarde o en una ingenuidad acrítica incapaz de analizar los valores que guían
los comportamientos de las personas, y que se
reflejan en sus opciones y comportamientos.
Esas palabras se pueden entender recordando
la actitud que tuvo Jesús con los pecadores y
condenados de su tiempo.
Cuando le preguntaron por la razón de la muerte de unos hombres a quienes un accidente les
había causado un final trágico, Jesús deshizo la
idea según la cual el castigo sería un recurso
divino para los perversos (Lc 13, 1-5). La muerte
y la desgracia no son castigos divinos que Dios
envía a los malos. La enfermedad no es causada por el pecado. Por eso, Jesús no tenía ningún
inconveniente en tocar a leprosos y a ciegos, o
caminar con borrachos y comilones, o compartir
con publicanos ricos. La actitud de Jesús ante la
pecadora pública (Jn 8, 1-11) y ante los pobres
de su tiempo es muy diciente: Su fe era sinónimo de magnanimidad. Esta palabra quiere decir evaluar a los otros con una medida amplia,
generosa; más allá de sus pecados y de sus
fallos. Posar sobre el pecador una mirada que
lo redime, diciéndole: Yo tampoco te juzgo. Es
decir, manifestar que el otro no queda reducido
a su mal, a su pecado, a su postración. Tú eres
algo más que tus deficiencias. Por una razón.
¿Cuál? Porque Jesús miraba a los pecadores
como amados por Dios, y la mirada amorosa
de Dios es capaz de transformar el pecado, de
liberar en lugar de postrar en él. Jesús tenía fe
en los pecadores porque tenía fe en el amor
misericordioso y transformador de Dios. Por eso
tenía una mirada grande y generosa para ellos.
Esta fue una de sus maneras privilegiadas de
expresar su fe en Dios. La cruda realidad de la
miseria, de la enfermedad, de la injusticia y,
en síntesis, del pecado, no lo amilanaron ni le
hicieron dudar del poder de Dios.
Pero el punto que vamos a ver ahora es quizás
el más importante. Él nos muestra que esta tensión entre la fe y el miedo la vivió plenamente
Jesús, hasta el paroxismo. Señalemos primero
un nivel menos fuerte en el que se refleja esta
tensión en la vida de Jesús. Se trata de la experiencia de la torpeza de los discípulos, de su
dureza para entender, lo mismo que la ceguera
de la gente: “¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo
tendré que soportaros?” (Mc 9, 19), suspira Jesús. “¡Oh insensatos y tardos de corazón para
creer todo lo que dijeron los profetas!” (Lc 24,
25), dice a los discípulos de Emaús, de quien
se hace compañero de camino. Y ante el rechazo de la gente de su propio pueblo tuvo que
exclamar: “Ningún profeta es bien recibido en
su patria” (Lc 4, 24). Así pues, Jesús también
conoció la lentitud de los otros, la pesadez del
corazón humano para abrirse a la plenitud de
la generosidad y del amor. Es evidente que esta
testarudez de los discípulos y de la gente hubiera podido desanimarlo.
Pero hay un segundo nivel, un poco más fuerte,
que hubiera llevado a Jesús a perder la fe, a
111
Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
49
desconfiar del proyecto del Reino: La resistencia de las mismas autoridades religiosas frente
a su propuesta. Se ha señalado que Jesús fue
un hombre en conflicto (Bravo, 1986) porque
desde el comienzo de su ministerio encontró inmediatamente oposición. Ahora bien, que esta
oposición viniera de los sumos sacerdotes y de
los fariseos, personas expertas en religión, y,
por tanto, conocedoras de Dios, ponía en tela
de juicio la fe de Jesús: lo que estaba en juego
era la definición de una fe genuina. Si Jesús
tenía la razón, los jefes religiosos de su época,
por muy jefes que fueran, estarían en un error.
Desde este punto de vista, la cruz sería el signo
del triunfo de los jefes religiosos, pero la resurrección su fracaso.
Permítaseme un paréntesis aquí, para indicar
una perspectiva de comprensión de estas tensiones en la teología latinoamericana. En su
versión sobriniana18, esta corriente teológica
es un poco más radical. John Sobrino escribe
(2000, p. 300): “La mejor tradición cristiana
siempre ha captado la realidad en forma dialéctica y duélica, […] la realidad no sólo tiene
que ser pensada dialécticamente, sino que tiene
que ser vivida duélicamente”. Sobrino habla no
tanto de una tensión, sino de una lucha, de una
“relación excluyente: dialéctica y duélica” entre
el Reino de Dios y el Reino de la muerte. Según
este teólogo, “esta visión dialéctica y duélica
pertenece a la tradición bíblica, jesuánica, paulina y joannea:
“Hay que amar a Yahvé, pero en presencia
y en contra de dioses rivales” (primer mandamiento). “No se puede servir a dos señores,
18
112
Es decir, según la perspectiva de John Sobrino, representante eminente de esta corriente de pensamiento
teológico en América Latina.
pues hay que servir a uno y aborrecer al otro”
(Jesús). Hay que elegir entre dos caminos en
lucha el uno contra el otro: el camino de la
carne y el del Espíritu (Pablo), el camino de
Jesús, verdad y vida, y el del Maligno, mentiroso y asesino (Juan) (p. 300).
Pero la manera más dramática en que Jesús vivió esta tensión entre fe y miedo, entre sentido
y absurdo se manifiesta en la cruz, con su grito
de dolor. Marcos dice que primero gritó: “¡Dios
mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”
Y luego describe el instante de su muerte de esta
forma: “Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró” (Mc 15, 37). Este grito es quizás lo más
histórico que presenta el Evangelio, porque los
estudios recientes, con base en los descubrimientos de esqueletos de hombres crucificados de
la época y los conocimientos médicos actuales,
han permitido establecer con mayor certeza la
imposibilidad para los crucificados de balbucear muchas palabras en medio del suplicio.
El miedo y la sensación de abandono se apoderaron de Jesús, y la descripción de su oración en
el huerto de los olivos lo dice con una expresión
muy sugestiva: “sudaba como gotas de sangre”
(Lc 22, 44). La Carta a los hebreos lo describe
en estos términos: “Cristo, en los días de su vida
mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte […] y aun siendo Hijo, aprendió sufriendo
a obedecer” (Heb 5, 7-9). Como los primeros
cristianos, también los creyentes de hoy tenemos mucha dificultad en admitir la condición
humana de Jesús (de hecho, si se considera la
historia del dogma cristológico, primero reconocimos en Nicea su divinidad –325– y luego su
humanidad en Constantinopla –451–). Pero los
textos del Nuevo Testamento son contundentes:
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
“No tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de
compadecerse de nuestras flaqueza, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el
pecado […] y puede sentir compasión hacia los
ignorantes y extraviados, por estar también él
envuelto en flaqueza” (Heb 4, 15; 5, 2).
Ver esta tensión en Jesús, de forma tan tirante y
desgarradora, me evoca una definición de la fe
acuñada por Von Balthasar: “La fe es la capacidad de soportar las dudas” (Pascal decía: “La
duda es a la fe lo que la carrera al caballo”).
Veamos la manera en que esta tensión se presentó en la vida de San Juan Bautista de La Salle. Quisiera señalar que un rasgo del ambiente
religioso en que se movió De La Salle es el que
producen, entre otras, las tendencias jansenistas
y quietistas. Creo que podemos definir ambas
tendencias como maneras equivocadas de resolver las tensiones que meditamos aquí. El rigorismo jansenista, en cuanto busca resolver la
opacidad de la historia con una visión severa
de la moral19, pretendía que no había salvación para este mundo: sólo unos poquitos la lograrían, el resto del mundo estaría condenado
al sinsentido, por no decir a la condenación
eterna20. Tal era el pesimismo de esta doctrina
que negó la posibilidad del libre albedrío en
el hombre y, al mismo tiempo, la posibilidad
humana de rechazar la gracia. La duda y la
tentación del absurdo son resueltas aquí por una
vía inhumana porque niega la libertad.
El quietismo (del latín quies: reposo), proveniente del español Molinos (1627-1696), apunta a
una concepción de la perfección cristiana centrada en el amor de Dios y en la inacción del
alma. Pero aquí hay que recordar que Molinos
fue condenado por la Iglesia por entender la
19
Los jansenistas se burlaban de aquellos a quienes
consideraban laxos, de aquellos que daban fácilmente la absolución a los penitentes; eso hacía, por ejemplo, Pascal con los jesuitas de su tiempo.
20
Lo que está en juego en tal postural es la negación
de la universalidad de la salvación en la muerte de
Cristo.
113
Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
49
“divinización” como una sumersión en lo divino,
lo que rayaba con el panteísmo, que la Iglesia
siempre ha rechazado (ver DS 2205–D 1225).
El inveterado anhelo de divinización o, dicho de
otro modo, la terca esperanza que anida en el
corazón humano es resuelta aquí mediante una
postura que anula la tensión: el hombre deja de
ser hombre para zambullirse en Dios y perderse
en él. Siguiendo la afirmación de Nicolás de
Cusa, según el cual hay una coincidentia oppositorum, la postura de un místico como Molinos
y la de un agnóstico como Tierno Galván coincidirían, a pesar de ser opuestas. En efecto, Enrique Tierno Galván (1986, pp. 15-18) definió
al agnóstico como “el hombre sin tragedia teológica, pacíficamente aposentado en la finitud”,
mientras que Molinos lo ve alienado en Dios,
perdiendo su esencia humana. En ninguno de
los dos se realiza la identidad humana: en el primero se disuelve en una divinidad devoradora,
en el segundo se reduce a una pura facticidad
que escamotea la sed de lo absolutamente otro
que anida en el corazón humano.
San Juan Bautista de La Salle se encontró con
estas tensiones en el ámbito de la vida espiritual. Su tratado sobre la oración muestra de manera clara que no aceptó el quietismo y que insistió de forma notable en la necesidad de una
participación activa del ser humano para que la
Gracia de Dios se alumbre en el corazón, sin
caer por lo mismo en una actitud pelagiana que
haría inútil la acción de Dios. Pero no es este
el punto que quiero subrayar aquí. Quiero más
bien insistir en uno de los propósitos de su “Reglamento de vida” o de las “Reglas que me he
impuesto”. Me refiero a la segunda, que dice:
“Dedicaré cada día un cuarto de hora para renovar la consagración de mí mismo a la Santísima Trinidad”. Pero también la quinta:
114
A lo menos veinte veces al día, uniré mis acciones con las de Nuestro Señor, y procuraré
tener en ellas miras e intenciones semejantes
a las suyas. Tendré, al efecto, un papelito que
pincharé cuantas veces lo hubiere hecho; y
por cuantas veces hubiere faltado al día, rezaré otros tantos padrenuestros antes de acostarme, besando el suelo a cada padrenuestro.
¿Qué veo yo en esas dos reglas de vida? La voluntad de sentido, la determinación a una coherencia con lo descubierto una vez como valioso,
y que tiende a difuminarse con el ajetreo diario
y con el paso de los días. Una voluntad firme
(yo tengo ganas de decir una voluntad que se
concretiza en un cómo, en una didáctica: la del
papelito) de grabar en el corazón las miras y
las intenciones de aquél que se ha convertido
en su horizonte de sentido fundamental: Jesús.
Unirse a sus miras e intenciones, renovar cada
día la propia consagración a Dios (la Santísima
Trinidad) es darse el tiempo para que la razón
profunda que ilumina, dinamiza y justifica las
acciones no se diluya.
Pero el “cada día”, el “cuarto de hora” sagrado, el papelito pinchado, son instrumentos frágiles que, a la vez, luchan contra una fragilidad y
una tentación permanente del Santo: perder el
horizonte, dejarse amilanar por las mil dificultades, por las terribles oposiciones que encontró
tanto en y fuera de la Iglesia. Su proyecto era
muy novedoso. La concepción y el puesto del
laico en la Iglesia estaban muy lejos de ser valorados. La postura arribista en la que se metía
un joven sacerdote y que lo conducía a una
condición de superioridad, el desprestigio de la
profesión educativa con niños, todas esas eran
fuerzas que tendían a aplastar el sentido de su
opción. Era necesario alimentarla a diario. Era
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
necesario fortificarla. Y aquí hay una paradoja:
el poder de la debilidad es inmenso. ¿Quién
podría creer que quince minutos de oración
pueden sostener a un hombre grande? ¿Quién
apuesta por una estrategia aparentemente “ridícula”, como la del papelito, como un medio eficaz para estar atento al sentido de las acciones
que se hacen diariamente?
magnanimidad de Jesús) que nos haría desesperar de nuestros estudiantes, la mayoría de estratos bajos, marcados por las duras condiciones
de existencia que les toca afrontar. Creo que
el absurdo fatal se nos puede infiltrar el día en
que no creamos en nuestros estudiantes. Creo
que allí hay que vigilar, porque está en juego la
esencia misma de nuestra labor educativa.
Queda mucho por decir, pero pasemos a nuestro ámbito universitario. ¿Por dónde nos acecha
la insidiosa trampa del absurdo? ¿Dónde aparece la ingenua y febril euforia que incapacita
para aceptar con serenidad la conflictividad
normal que atraviesa a toda institución? Le oí
decir al Hermano Alberto Prada, actual decano
de la Facultad de Educación, que creía absolutamente en sus estudiantes. Que los consideraba un “regalo de Dios”. Creo captar en sus palabras una advertencia contra esta tentación del
absurdo, de la mirada estrecha (contraria a la
Pero esa misma actitud no magnánima la podemos tener unos con otros: dejamos de creer
en nosotros mismos, perdemos la capacidad de
esperar en el otro; la impaciencia nos puede
comenzar a carcomer, y con ella se va mezclando la ira desaforada, que en lugar de estimular al otro lo paraliza. Los procesos que vive la
Universidad no son para nada fáciles: primero,
porque son exigentes; segundo, porque son diversos y simultáneos; tercero, porque demandan
una flexibilidad enorme y un aprendizaje del
trabajo común al que el ambiente individualista
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Revista UNIVERSIDAD DE LA SALLE
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no nos tiene acostumbrados (ni para el que nos
ha capacitado).
En nuestra Universidad, ¿cómo vive esta tensión
una persona de servicios generales, una persona que trabaja en el ámbito administrativo?
¿Acaso la vive un docente de hora cátedra de
la misma manera en que la vive un profesor de
planta? Es más, ¿viven esta tensión? ¿Cuáles
son los miedos que habitan a los que gastamos
gran parte de nuestro tiempo en estos claustros?
¿Qué tentaciones de absurdo y sinsentido surgen de la dinámica universitaria lasallista? O
¿cómo la Universidad de La Salle engendra,
gracias a sus dinámicas, esperanzas y miras
profundas que nos sostienen a todos en medio
de la dura tarea educativa, investigativa y administrativa? ¿Qué es lo que nos sostiene aquí?
Puesto que esta tensión la he situado entre
dos polos: fe y absurdo, quiero terminar esta
reflexión recordando que la palabra fe viene,
en el hebreo, de un verbo que quiere decir
apoyarse en otro que es fuerte. La fe no está
relacionada con creencias extáticas o milagrosas, sino que tiene que ver con aquello en que
nos apoyamos para continuar caminando en la
existencia. En ese sentido, Paul Tillich, desde la
teología, y Victor Frankl, desde la psicología,
han dicho que la fe es un asunto de sentido,
del sentido último que puede hacernos firmes en
medio de las pruebas. Y aquí San Juan Bautista
de La Salle nos desafía con su actitud. En efecto, para él, el sentido de la gloria de Dios no
era algo distinto al bien de los niños. El colmo
de la paradoja, o si se prefiere, de la tensión,
es que ninguno sabe realmente lo que desea su
corazón, ninguno sabe de veras en qué se ha
apoyado últimamente, hasta que no es sometido
a la contradicción o a la oposición. Sólo esas
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situaciones muestran lo que en verdad busca el
corazón de cada uno: si el bien de los niños o
su propia gloria.
Quiero terminar haciendo una alusión a la teología narrativa. Esta forma de hacer teología
subraya un hecho elemental, pero no tenido en
cuenta lo suficiente en la historia de la teología:
que la Biblia es ante todo relato; y que este
relato bíblico se caracteriza, entre otras cosas,
por su innegable capacidad para engendrar
una multitud inmensa de nuevos relatos en los
que se actualiza en la historia. Pero, como ha
mostrado bien la narratología, no hay relato sin
que haya un nudo, una situación inicial que es
perturbada y que hace surgir la pregunta orientadora del relato: ¿cómo se solucionará la situación perturbada, como se desenrollará ese
nudo? Cabe preguntarse, entonces, a la luz de
la temática escogida para este retiro: ¿No se
podrían identificar estas tensiones como los “nudos” de nuestra historia personal y colectiva en
la Universidad de La Salle? Ricoeur (1985, pp.
18-19) señaló con perspicacia que lo que constituye el nudo del relato bíblico es la existencia
de una doble polaridad: por un lado, el amor
invencible de Dios, por otro lado, la testarudez
humana que se cierra a ese amor divino. Pero
justamente por existir esta tensión es que hay
historia bíblica (Ricoeur, 1985, pp. 18-19).
Pues bien, de seguro podremos finalizar subrayando que estas tensiones, inherentes a nuestra
vida humana, se dan también en nuestra vida
universitaria. Si queremos construir una historia
en la Universidad, hemos pues de reconocerlas
como “normales”. Es más, hemos de aceptarlas
y acogerlas, hemos de asumirlas con coraje y,
en cierta forma, con actitud agradecida: gracias a ellas nos vemos impelidos a optar, pen-
EL EVANGELIo EN LA UNIVERSIDAD
sar, escoger, buscar. Pero la vida universitaria
lasaliana tendrá un desafío por su misma naturaleza: mostrar que sólo cuando esas tensiones
son vividas y resueltas colocando a la persona
humana en el centro, sólo en ese momento se
hace presente el proyecto cristiano, el carisma
de San Juan Bautista de La Salle, sólo así se
educa de verdad para pensar, decidir y servir.
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