Revista de Economía Institucional
ISSN: 0124-5996
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Universidad Externado de Colombia
Colombia
Mira, Pablo J.
Reseña de "EL CISNE NEGRO" de Nassim Taleb
Revista de Economía Institucional, vol. 13, núm. 25, 2011, pp. 405-410
Universidad Externado de Colombia
Bogotá, Colombia
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EL CISNE NEGRO
Nassim Taleb, Barcelona, Paidós, 2008, 492 pp.
Pablo J. Mira*
C
on un título que pareciera combinar novela romántica, ballet clásico y filosofía vienesa, Nassim Taleb nos introduce en el mundo
del azar para mostrarnos el tremendo impacto de los sucesos de baja
probabilidad en nuestra vida. Taleb es cultor del buen gusto, y por ello
eligió como metáfora el Cisne Negro, privilegiando la elegancia sobre
la precisión descriptiva. Además de sugerir belleza, el Cisne Negro
representa un suceso con tres propiedades. Primero, es un evento raro.
Segundo, produce un efecto dramático en nuestra existencia. Tercero,
es tan importante que no podemos evitar empeñarnos en buscarle
explicaciones luego de que ha ocurrido. Las guerras y los colapsos
financieros son para Taleb los mejores ejemplos de Cisnes Negros.
Para cumplir su cometido, clasifica la incertidumbre creando dos
provincias utópicas: Mediocristán y Extremistán. En la primera los
sucesos son predecibles, el promedio es representativo y no hay economías crecientes de escala. Allí los eventos presentan una evolución
suavizada y una natural tendencia al equilibrio. En Extremistán, en
cambio, la aleatoriedad es salvaje, hay extrema desigualdad en la distribución de los datos, y la impredecibilidad es absoluta. Obviamente,
el Cisne Negro suele aparecer en los lagos de Extremistán, no en los
de Mediocristán. La tesis central de Taleb es, entonces, que los individuos fallan en la correcta identificación de estos dos mundos, y a
menudo tratan los fenómenos de Extremistán como si pertenecieran
a Mediocristán.
* Magíster en Economía, director de Información y Coyuntura del Ministerio de
Economía y Finanzas Públicas de Argentina, Buenos Aires, Argentina, [pmiral@
mecon.gov.ar]. Fecha de recepción: 12 de enero de 2011, fecha de modificación:
21 de septiembre de 2011, fecha de aceptación: 20 de octubre de 2011.
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Desde el punto de vista conceptual, el libro aporta poco más
que esto. Pero es indudable que la idea condensa reflexiones sutiles
aplicables a otros ámbitos del conocimiento. De hecho, recorriendo
sus páginas se observa que el Cisne Negro es en realidad una excusa
para probar nuestro saber en ciencias sociales. Buena parte del libro se
empeña en demostrar que la idea del Cisne Negro es tremendamente
poderosa no pese a su sencillez sino gracias a ella.
A pesar de que Taleb presenta su idea del Cisne Negro como algo
original, es evidente que no es un autodidacta que desatiende toda
contribución científica en este campo. Aunque en el cuerpo principal
del texto no aparecen notas al pie y casi no hay citas (lo que, dicho sea
de paso, facilita y hace agradable la lectura), las notas bibliográficas del
final del libro revelan una lectura completa y acertada. Esto permite
que el autor seleccione cuidadosamente sus héroes y adversarios, a
quienes califica lapidariamente de genios o insensatos según si apoyan o no su tesis principal. Esto lo lleva a una diatriba interminable
contra escritores, científicos, filósofos y expertos en ciencias sociales
y humanas que no entienden la trascendencia del concepto de azar,
en su profesión y en su vida. Como nota de tono simpático, Taleb
ridiculiza todo el tiempo a los intelectuales franceses, tomándose una
ligera revancha contra los campeones del mundo de la ironía.
Pese a ostentar un doctorado en matemática financiera, Taleb
no oculta su desprecio por lo formal y por las habilidades técnicas,
y pondera el pensamiento intuitivo, escéptico y empírico. No es que
considere que las matemáticas no se correspondan con una estructura
objetiva de la realidad, solo señala que no aplicarlas correctamente
provoca la ilusión de certezas donde no las hay, creando enormes
peligros cuando aparece un Cisne Negro.
Las ideas de Taleb abren un surco epistemológico muy profundo,
y el autor no lo desaprovecha. Sus críticas al estado del conocimiento
en las ciencias sociales son filosas, y ponen al desnudo una miscelánea
de hipocresías y engaños destinados a ruborizar a más de un intelectual del campo. El desfile de profesiones maltratadas es largo, pero el
primer lugar indiscutido lo ocupan los gurúes de las finanzas. Taleb
acomete, no sin rigor, una deliciosa venganza contra estos exitosos
personajes, actitud con la cual el lector tiende a simpatizar casi naturalmente. Después de todo, estas figuras merecen perder de vez en
cuando, ya que son ellos, delata Taleb, los que siempre han tenido las
de ganar. El libro deja en claro que las victorias en el mundo de las
finanzas por lo general no se logran por mérito propio, sino por azar:
se trata tan solo de estar en el lugar justo en el momento justo. Los
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gurúes exitosos son los sobrevivientes de una ruleta que por razones
puramente aleatorias beneficia a unos sobre otros. El efecto psicológico de ser un ganador casual es lógico y esperado: uno se siente
especial y cree que merece los galardones por los logros alcanzados.
Del otro lado de la rueda, los perdedores atribuyen su destino a la
mala suerte, en algunos casos exagerando su papel.
La crítica luego se dirige en general a los economistas que predicen y a los neoliberales en particular. Como para Taleb es imposible
predecir, no se pierde en eufemismos y dice sin tapujos que quien
trabaja prediciendo simplemente está cometiendo un desfalco y que
la actitud más ética sería renunciar a su trabajo. Esa brutal honestidad
lleva a preguntar cuál sería la tasa de desempleo si todos aquellos que
fallan en sus predicciones y aspiran a cumplir altos estándares éticos
renunciaran con dignidad épica a su empleo.
En la lista de Taleb siguen los historiadores. Aquí adscribe a
la teoría popperiana de la historia, según la cual para pronosticar
sucesos históricos es necesario predecir la innovación tecnológica
que los genera, en sí misma impredecible, ya que si alguien pudiera
pronosticar el descubrimiento de la rueda, ya la habría inventado.
Los filósofos son también blanco de sus ataques, porque según Taleb
exhiben un doble estándar entre sus disquisiciones filosóficas y sus
decisiones financieras. La profundidad y vacilación reflexiva de sus
cavilaciones filosóficas se contradice lastimosamente con la confianza
que depositan en los “expertos” financieros y sus métodos a la hora
de confiarles sus ahorros.
Pero las críticas de Taleb lucen por momentos como enunciados
demasiado generales. Pese a que su libro es un gran generador de ideas,
no profundiza demasiado sobre las consecuencias concretas que sus
reflexiones pueden provocar en las ciencias sociales en general y en la
economía en particular. Como economista que soy, conjeturo que si
Taleb está en lo cierto sus conceptos tienen grandes implicaciones que
ponen en cuestión la teoría económica tradicional. Señalo entonces
algunos puntos que atañen a ese necesario debate.
Primero, nuestra profesión privilegia el formalismo analítico
hasta el punto de descartar las ideas que no son formalizables. El
economista George Akerlof escribió un célebre artículo, cuyo rigor
lógico no contenía como contrapartida explícita el rigor matemático
correspondiente. Luego de los reiterados rechazos por este “problema”, Akerlof se rindió y reescribió el trabajo en lenguaje formal;
poco después recibió el Premio en Memoria de Alfred Nobel. Cabe
preguntar cuántos economistas con ideas brillantes no formalizables
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no han sido escuchados por la academia, y cuánto paga el avance de
la teoría económica como consecuencia de este criterio de selección
totalmente arbitrario.
Segundo, la formalización a toda costa en teoría económica ha
propiciado el desarrollo de innumerables modelos que suscitan una
falsa idea de confirmación. En las revistas más prestigiosas, lo que se
evalúa no es la pertinencia de los axiomas o supuestos utilizados para
construir las teorías, sino la puntillosidad y la elegancia de los métodos
formales. Así, la capacidad analítica formal tiende a interpretarse como
mayor grado de justificación teórica, hasta transformarse definitivamente en sinónimo de alto grado de confirmación. Y por ello la necesaria
confirmación o validación empírica se convierte en un ejercicio que
devuelve resultados corroborativos si son positivos, o acertijos y contraintuiciones si son negativos. Después de todo, la conspicua frase
“la realidad no se ajusta a la teoría” no nació por azar.
Tercero, los agentes representativos del modelo estándar no solo
incorporan poderes analíticos y predictivos superlativos para tomar
decisiones en situaciones de riesgo e incertidumbre, sino que además
evalúan sus opciones utilizando una distribución de probabilidades
normal. En la distribución normal (la campana de Gauss), los riesgos extremos tienen muy baja probabilidad de ocurrencia, y suelen
ser demasiado pequeños para provocar inestabilidad sistémica. Esta
característica central de la teoría es la que hace posible que una economía que navega entre mares de riesgos mantenga una estabilidad
artificial y, por tanto, se imagine que, como el Titanic, siempre evitará
naufragar. Hasta que el coloso tropieza con un Cisne Negro imposible,
que nada en medio del Atlántico.
Cuarto, muchos economistas padecemos de una insuficiente humildad epistemológica. Cuando hablamos de nuestra materia, nos
cuesta muchísimo decir “no sé”. Como un médico que no puede lucir
inseguro ante su paciente, sentimos la imperiosa necesidad de explicarlo todo sin dejar relucir ninguna duda, en lo posible haciendo gala
o arropándola en nuestra maravillosa jerga. Quisiera poder decir que
la teoría económica sabe mucho pero no todo, pero me acercaría más
a la realidad si dijera que sabemos poco, o mejor, poco de lo que es
importante. Consideremos la macroeconomía. Los textos tradicionales
simplemente no dan las respuestas que un lego espera encontrar en
esas mágicas páginas. La macroeconomía estándar contiene un cuerpo
teórico muy discutible, con evidencia empírica más que insuficiente,
y donde los problemas más acuciantes (el desempleo, la pobreza y la
inflación) apenas se tratan marginalmente. Lo que se suele presentar
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como un modelo macroeconómico ampliamente aceptado se edifica
en realidad sobre supuestos de comportamiento rebatidos, y no ha
tenido aplicaciones concretas relevantes. Y, como indica Taleb, hay
algo peor que no tener las respuestas: creer que las tenemos. Siendo
la economía una ciencia social atravesada por la acción de grupos de
interés, me atrevo a añadir que algunos sí saben lo que no saben, pero
lo ocultan muy bien.
Una teoría económica de esta índole solo podía fallar a la hora
de dar respuestas a la crisis internacional de 2008-2009. No estaba
preparada para lidiar con Cisnes Negros, ni aún lo está. Por supuesto,
pronto aparecieron por doquier todo tipo de explicaciones post hoc, que
nos daban a entender que había signos evidentes de que lo que pasó
iba a pasar. La inconsistencia lógica de esta aproximación recibe en el
libro el nombre de “falacia narrativa”, y Taleb la ilustra con divertidos
ejemplos. Créase o no, El cisne negro se publicó pocos meses antes de
la crisis, pero el autor, de conformidad con su propia teoría, niega de
plano que la haya predicho.
Guardando congruencia con su tesis, Taleb no aporta soluciones
para evitar los Cisnes Negros. Dice que es suficiente reconocer que
existen y ser conscientes de que pueden aparecer cuando menos se los
espera. De hecho solo dedica tres páginas, de cuatrocientas sin contar
el aparato bibliográfico, a sugerir cursos de acción al respecto. Explica
que estar al tanto de que estos sucesos pueden producirse es ya un
avance esencial, porque evita tomar decisiones suponiendo ausencia
de riesgos cuando en realidad hay muchos riesgos.
Aunque Taleb advierte que esto es lo máximo a lo que podemos
aspirar, creo que en el ámbito de las crisis macroeconómicas esta
conclusión se puede flexibilizar un poco. En economía no todos los
Cisnes Negros son choques estrictamente exógenos. Si algo se repite
en cada crisis financiera (incluida la reciente) es que son generadas
endógenamente por el sistema económico. Una conducta desmesurada
del mercado financiero es el resultado de conductas individuales desmesuradas, y en este sentido es posible que ciertas conductas sociales
(p. ej., la capacidad de transmitir una historia “creíble” de un agente a
otro) contribuyan a crear los cimientos para construir el gran edificio
especulativo cuya altura revela que algún día caerá, aunque no sabemos
con precisión cuándo se derrumbará.
No es sencillo enfrentar la tendencia a la generación sistemática
de booms financieros especulativos proporcionando incentivos para
que los individuos decidan mejor. Pese a que se presentan en forma
repetida a lo largo de la historia, los individuos tienden a ignorar una
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y otra vez la existencia de Cisnes Negros y sus graves consecuencias.
Es necesario, entonces, que los hacedores de política económica
se convenzan de la importancia de estos eventos, y contribuyan a
moldear la formación de expectativas para evitar la formación de
burbujas especulativas. Aunque pensándolo mejor, quizá esta no sea
la solución: pues si esos funcionarios aprendieron economía con los
modelos usuales, estarán más familiarizados con las teorías que “demuestran” la estabilidad inherente de los mercados, la neutralidad de
las políticas económicas y la irrelevancia del sistema financiero como
factor de riesgo.
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