2007 - Ayora - Translocalidad y La Antropologia
2007 - Ayora - Translocalidad y La Antropologia
2007 - Ayora - Translocalidad y La Antropologia
resumen
This paper proposes a critical reflection that validates the concept of translocality. I argue
that the notion of locality, although indispensable in anthropology, often inscribes or even
“locks up” culture in time and space, thus contributing to the institutionalization of the
global-local dichotomy. In contrast, and supplementing it, translocality, as a concept,
requires the recognition of forms of cultural exchange where the relations among blurred
local groups foster the production of cultural hybrids and the transcendence of dichotomies
that essentialize the local. Using my fieldwork in Chiapas and Yucatan, Mexico, where I have
studied “local” medical knowledges, gastronomy, and identity, respectively, I uncover the
mechanisms that produce forms of action that transcend the spatial-temporal limits
generally presumed by the concept of “locality” and that are deployed to counter new forms
of cultural colonialism. Looking at medical knowledge among speakers of different
indigenous languages in Chiapas and at nutritional and dietetic knowledge in Yucatán,
I show how, “locally”, individuals and groups of people engage in forms of negotiation and
appropriation of universalized discourses, to forge culturally hybrid discourses that
are inscribed in the interstices of the global and the local. I argue that the concept of
“translocality” suggests shifting temporal and spatial attributes that help us overcome the
conceptual limits imposed by the local-global dichotomy. It also prevents representations
of the local as static and unchanging forms anchored in a definite territory.
PALABRAS CLAVES: translocalidad, conocimiento científico, colonialismo cultural,
Chiapas, Yucatán. KEYWORDS: translocality, scientific knowledge, cultural
colonialism, Chiapas, Yucatan.
Journal of Latin American and Caribbean Anthropology,Vol. 12, No. 1, pp. 134–163. ISSN 1935-4932, online ISSN 1925-4940.
© 2007 by the American Anthropological Association. All rights reserved. Please direct all requests for permissions to
photocopy or reproduce article content through the University of California Press’s Rights and Permissions website,
http://www.ucpressjournals.com/reprintinfo/asp. DOI: 10.1525/jlaca.2007.12.1.134
134 JLACA 1 2 . 1
M i objetivo en este ensayo es presentar una crítica al concepto de localidad
en su uso más generalizado en la antropología y otras disciplinas sociales. A lo largo
de la historia de las ciencias humanas se ha sedimentado una forma de compren-
sión que enlaza y naturaliza las relaciones entre localidad, comunidad y cultura. Los
trabajos tempranos de Tönnies (1955) y Herder (2004) contribuyeron de manera
directa e indirecta al proceso de inscripción de la comunidad y la cultura en el espa-
cio de lo local, favoreciendo así la escisión de las dimensiones espacial y temporal.
Tal como la crítica de Fabian (1983) y Said (1978) ha revelado, categorías a las que se
les adscribe el carácter objetivo de descripciones (p. ej., comunidad, tribu, etnia)
inscriben/naturalizan la diferencia espacio-temporal al colocar el “Otro” en un
espacio y tiempo esencialmente distintos del ocupado por la sociedad hegemónica
(ver Ayora Diaz y Vargas Cetina 2004). Es en contra de esta tendencia que sostengo
que el concepto suplementario de “translocalidad” puede servirnos para superar las
implicaciones esencializantes del concepto de “localidad”, aún cuando por necesi-
dad disciplinaria debamos de mantener su uso. Como hago evidente a lo largo de
este ensayo, la naturalización de la relación entre estos conceptos se encuentra
enraizada en la articulación de distintos imaginarios que hacen aceptable el sentido
“natural” de esa relación.1
En el campo contemporáneo de la generación del conocimiento encontramos
que existe simultáneamente una tendencia a la fragmentación de las grandes narra-
tivas junto con la tendencia a defenderlas de cualquier forma de amenaza. A pesar
de múltiples cuestionamientos, apoyada en el poder militar y económico, en el
poder de las instituciones del Estado moderno, y en la hegemonía de la tecnología
y de la racionalidad en el imaginario moderno, la ciencia, forma culturalmente
específica de producir el saber, se ha erigido en el tamiz por el cual todos los demás
saberes deben de pasar para establecer su propio valor (Ayora Diaz 2005; Palmie
2002; Prakash 1999; Worsley 1998).
La lógica racional-instrumental que caracteriza a las instituciones del estado-
nación moderno ha contribuido al establecimiento irreflexivo de este juicio de valor
sumario, facilitando la hegemonía del saber científico y permitiendo sostener e
imponer la conclusión de que existe una jerarquía entre, por una parte, formas de
saber objetivas, verdaderas y universales y, por otra, múltiples formas subjetivas,
culturales, morales y parciales (ver, por ejemplo, Habermas 1974; Megill 1994;
Mignolo 2000; Trouillot 2003). A la larga, la hegemonía de las primeras justificaría
su financiamiento, su apoyo, su difusión y la imposición de sus criterios sobre las
otras formas de saber, ya que, como consecuencia lógica de este discurso, en con-
traste con lo particular, lo universal se reconoce como un bien mayor.
Los siguientes ejemplos buscan resaltar la coexistencia y simultaneidad de dis-
tintas tendencias: por una parte, distintos discursos originados en distintas disci-
plinas tienden a articularse y suplementarse los unos con los otros, constituyendo
136 JLACA 1 2 . 1
y diseminando valores y perspectivas que surgieron en el marco específico de la his-
toria de transformaciones sociales, culturales, políticas, económicas y tecnológicas
ocurridas en las sociedades del Atlántico Norte. La consolidación de la ciencia ha
cimentado la institución de una jerarquía de saberes que legitima la supresión o, al
menos, el silenciamiento de otras formas de saber. Esta autoridad encontraría su
fundamento en el imaginario social radicado en lo que Mignolo (2000, 2002, 2005)
llama la diferencia colonial y Trouillot (2003) identifica cómo el “espacio del salvaje”.
Los antropólogos y antropólogas llevamos ya, desde distintas perspectivas y
alcanzando distintas conclusiones, décadas de revaloración y redimensionamiento
de los saberes locales en distintos ámbitos de la vida humana (ver, por ejemplo,
Burke 2000; Geertz 1983; Goody 2000; Hess 1995; Levi-Strauss 1968; Obeyesekere
1997; Sahlins 1976, 1996; Rosaldo 1980; Worsley 1998). Sin embargo, ha sido sólo
recientemente que estos esfuerzos se han acompañado de una reflexión y crítica de
las formas institucionales de colonialismo y neocolonialismo. Ésta ha sido una tran-
sición difícil aún para quienes invierten buena parte de su vida en el activismo
político y la defensa de los dominados. Por una parte, los procesos socio-políticos
contemporáneos han dirigido nuestra atención hacia las articulaciones global-
locales desestabilizando formas establecidas de entender la “comunidad”, mientras,
por otra parte, la necesidad de identificar actores sociales legítimos para su apoyo,
lleva a la re-inscripción de los sujetos en el espacio y tiempo de la “comunidad”
local/tradicional (Castells 1997; Escobar 1994). Esta aporía radica, al menos en parte,
en el hecho que, para quienes nos dedicamos a la investigación antropológica, nues-
tra concepción del saber y de la ciencia ha sido instituida por la universidad y otras
formas institucionales de aprendizaje que, por necesidad, son in/formadas por la
misma historia, la misma estructura de relaciones de poder y las distintas formas de
colonialismo que han permitido su existencia (Bourdieu 1988; Burke 2000; Goody
2000). Es necesario recordar que en las sociedades del Atlántico Norte la enseñanza
universitaria y la imprenta surgieron de las preocupaciones e intereses de diversas
instituciones eclesiásticas: las universidades comenzaron como centros de
preparación intelectual religiosa y la producción de textos impresos estuvo larga-
mente bajo control de las distintas iglesias (Roberts, Rodríguez Cruz y Herbst 2006;
Scott 2006). En consecuencia, quienes nos hemos convertido en investigadores e
investigadoras sociales nos hemos apropiado de los valores, principios y cosmo-
visión de la ciencia. Esta “naturalización” de las certezas acerca de la superioridad de
la sociedad “moderna” y de sus formas acompañantes de saber y tecnología permite
entender cómo, entre antropólogos y antropólogas, hay quienes buscan honrar los
conocimientos locales elevándolos al status de formas semicientíficas de saber
(ver, por ejemplo, Berlin et al, 1996). Estas estrategias no-reflexivas contribuyen así,
quiero pensar involuntariamente, a la subordinación y colonización tanto de la vida
cotidiana como de los saberes trans/locales.2
138 JLACA 1 2 . 1
examinar las formas en las que los sujetos construyen la localidad, contribuyendo
así a desestabilizar la naturalización de la relación entre lugar y cultura. En el con-
texto de procesos global-locales los grupos sociales se ven en la necesidad de cons-
truír significados o de apropiarse de códigos universalizados con el fin de crear
condiciones que permitan encontrar sentido en lo local como opuesto a las fuerzas
de lo global (Gupta y Ferguson 1997b).
Es en este contexto que tenía sentido, hasta recientemente, pensar de maneras
críticas la globalización o la situación postcolonial mediante la formulación de
estrategias políticas, culturales, y demás, para defender, revitalizar, proteger las cul-
turas locales (Escobar 2001; Gibson-Graham 2006).3 Sin embargo, el énfasis en lo
local no siempre conlleva una reflexión crítica acerca de las condiciones globales
que legitiman los códigos universales (Mignolo 2005). Sin ese cuestionamiento,
pensar en la inscripción espacial de las culturas permite reproducir (aún mediante
su inversión) formas jerárquicas de lo global y lo local. Reivindicando la inscrip-
ción espacio-temporal de las culturas se puede sostener que éstas habrían pro-
ducido un saber,“local”, que es el resultado de su relación (más o menos) armónica
con la ecología y con otros seres humanos. Su saber sería consecuentemente el
resultado de la sedimentación histórica de conocimientos acumulados a lo largo
de siglos, o milenios, según el grupo del que se hablase. Por ejemplo, según una
convención narrativa, los indígenas habrían resistido su asimilación y rechazado
formas culturales ajenas, consolidando un corpus de saber específico y propio, que
meritaría los esfuerzos de intelectuales y activistas (así como, más recientemente,
de agencias internacionales) para protegerlos (ver, por ejemplo, Castellano 2002;
Dei, Hall y Rosemberg 2002; Holmes 2002; McIsaac 2002; Wane 2002). Estos gru-
pos, claramente identificables como un solo sujeto colectivo, serían entonces
capaces de resistir o de combatir a los agentes de la globalización homogenizante.
En esta lucha, la autenticidad de las culturas se convertiría en un criterio para
decidir quiénes ameritarían el interés, atención y ayuda de los intelectuales y
activistas.
La consecuencia, para estos grupos locales, es que frecuentemente han sido cons-
treñidos, sea por el Estado que por grupos no gubernamentales, a reificar y par-
alizar sus prácticas culturales o a transformarlas para adaptarlas a las definiciones
impuestas desde fuera (por el Estado, la Organización Internacional del Trabajo, el
Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, u otras
agencias de “desarrollo”. Ver, en particular, la crítica desarrollada por Escobar 1994).
La situación se ha hecho aún más crítica ante las maniobras de grandes corporaciones
transnacionales que buscan privatizar y apropiarse de recursos agrícolas, medici-
nales, y culturales de diversa índole, esenciales para la supervivencia de distintos
grupos humanos (ver también los artículos de Hutchins y Viatori en este número
de JLACA). Esta situación ha sido ampliamente denunciada desde distintos ángulos
140 JLACA 1 2 . 1
Es con base en la necesidad de superar esa dicotomía que las y los antropólogos
podemos encontrar que el concepto de translocalidad ofrece ventajas suplementarias
sobre el concepto de localidad, especialmente en este inicio de siglo, cuando es ine-
ludible tomar en cuenta el complejo proceso de globalización. En primer lugar, por
remitirnos a los cambiantes procesos de intercambio cultural en una multiplicidad
de escalas,5 y al entender a éste, a su vez, como in-formado por las distintas pecu-
liaridades y trayectorias históricas de los grupos en interacción, el concepto limita
nuestras posibilidades de reducir lo translocal a una forma universal que permitiría
establecer leyes acerca de las formas y resultados de la translocalidad: lo translocal es
distinto en cada localidad y es el producto de condiciones distintas de relación entre
distintas formas de lo local-local y lo local-global. Segundo, el concepto de translo-
calidad nos impide partir de la premisa de que existen grupos humanos aislados,
estáticos e impermeables al intercambio de prácticas y formas culturales. En tercer
lugar, nos remite a la dimensión diacrónica de las culturas, no en el sentido de la
búsqueda de sus raíces en el pasado, sino del reconocimiento de su “ser-proceso”. En
vez de pensar en continuidades a-históricas en las culturas, nos vemos obligados a
revelar las formas históricas de re-significación de las prácticas y discursos culturales
que parten de la necesidad histórica de formas distintas de intercambio entre distin-
tos grupos humanos. Así, el concepto limita las posibilidades de encadenar a los gru-
pos humanos a estructuras y contenidos fijados de una vez por todas, sea en el
espacio o el tiempo. Por ejemplo, si un sistema binario de oposición caliente-frío
hubiese existido antes de la expansión europea al continente americano, no podemos
asumir que el sistema de oposición usado por grupos sociales contemporáneos, indí-
genas o no, sigue siendo el mismo después de 500 años de colonización cultural
(o que estos grupos permanecen anclados en un tiempo distante en el que mantienen
ese sistema antiguo de significación). Por el contrario, debemos de examinar en cada
caso cómo distintos estratos de significación han sido añadidos en las relaciones de
dominación y colonización cultural entre estos grupos locales y las distintas culturas
con las que se han encontrado a lo largo de estos siglos. Cuarto, porque las formas de
intercambio no son nunca simétricas, por necesidad el concepto “translocalidad”nos
obliga a revelar las estructuras desiguales de poder involucradas en dicha relación
entre culturas. El concepto de translocalidad nos permite traer de vuelta a la dis-
cusión precisamente la complejidad que se soslayaba, o cuya discusión se postergaba,
al hablar, en términos generales, de articulaciones local-globales (Trouillot 2003;
Tsing 2005). Aquí es de particular relevancia el papel que tienen distintos mediadores
de la transformación social o cultural. Como Tsing (2005) ha mostrado, en ocasiones,
son elites o distintos actores locales quienes median estos procesos pero, con fre-
cuencia, son miembros de ONGs y empleados de las instituciones del Estado quienes
cumplen con el papel de vehículos y mediadores en la construcción de lo local y de
la articulación de lo local-local, lo local-global y, en consecuencia, de lo translocal.
142 JLACA 1 2 . 1
y la Unión Europea. Estos procesos deben ser entendidos en la articulación de sus
distintos planos: al mismo tiempo que se producen nuevas formas de colonización
cultural, se pone el énfasis en definiciones de lo local que hacen radicar la cultura
en la comunidad, y ésta, a su vez, en espacios circunscritos.
A continuación ilustraré estas formas de colonización basándome en mi expe-
riencia de investigación tanto en Chiapas como en Yucatán. En Chiapas, entre 1995
y 1999, realicé una investigación sobre las formas de saber médico entre grupos
“locales” de las regiones Altos y Frontera. Desde enero de 2000 estoy realizando una
investigación en Yucatán sobre gastronomía e identidad. El dedicarme a la gas-
tronomía me ha obligado a prestar atención a los discursos dietéticos y nutricionales
que juzgan y frecuentemente descalifican como dañinas formas culturalmente signi-
ficativas. En ambos casos, privilegiar la localidad funcionaría como impedimento
para detectar las formas, momentos y procesos de negociación y re-significación
que la noción de translocalidad nos obliga a reconocer.
144 JLACA 1 2 . 1
de los médicos (en forma individual) jugaban un papel primordial entre las condi-
ciones de admisión (Ayora Diaz 2000, 2002, 2003a). Sin embargo, la asociación del
médico local con la organización era contingente a su saber y a la membresía de su
comunidad de pertenencia.
Al realizar mi investigación, entre miembros de ONGs y burócratas del Estado,
una de las formas dominantes de describir a los grupos de “indígenas” era la de lla-
marlos “comunidades”. Su definición como “comunidades” los fijaba a la localidad
debido a que este concepto enfatiza las ataduras de los grupos a formas espacio-
temporales (no-occidentales, tradicionales), sus lazos de hermandad sanguínea
(racial o étnica) explicables por su anclaje territorial, y de armonía social (Ayora
Diaz 2003b). Después de décadas de colonialismo cultural, los términos de “medi-
cina indígena” y “medicina tradicional” se encontraban bien establecidos y ligados
a una forma culturalmente esencializante de lo indígena. En un intento por evitar
las connotaciones alocronizantes y orientalizantes de esos términos, comencé a
referirme a esta medicina como “local”. Conforme avanzaba mi investigación
comencé a darme cuenta que esos términos (indígena, tradicional, maya) reducían
la heterogeneidad de medicinas y saberes médicos locales a uno sólo (la herbolaria),
contribuyendo a fijar el conocimiento cultural. La dicotomía conceptual “local-
global”, aunque productiva, contribuía también a reducir la diversidad de articula-
ciones y des/encuentros entre formas distintas de saber médico a las relaciones
entre la medicina científica y la medicina indígena (en singular), tradicional, no-
occidental, local. Aunque la multiplicidad de los grupos locales sugería la multipli-
cidad de saberes médicos, ésta no conducía, necesariamente, al reconocimiento de
los intercambios local-local que, en su articulación con los fenómenos globales,
contribuyen a pensar la translocalidad de las prácticas y saberes culturales desple-
gados para atender los problemas de malestar corporal, social o religioso.
Los médicos locales de la región, hablantes de tzotzil, tzeltal, y tojolabal con
quienes trabajé, practicaban formas emparentadas pero relativamente distintas de
medicina. Cada uno definía su propio saber como valioso para su propio grupo.
Cada uno distinguía entre su saber y el de los demás (ver Ayora Diaz 2002, 2005).
Mientras tanto, los médicos cosmopolitas se abrogaron la facultad de reconocer o
desconocer a quienes se proclamaban médicos “tradicionales”. Mientras más puro
y auténtico su conocimiento, más derecho tenían de protección y financiamiento
para su “recuperación” y “ fortalecimiento”. Los médicos locales que practicaban
otras formas de curación, distintas de aquella única reconocida como “tradicional”
o “maya”—es decir, la herbolaria—debían ser “capacitados”. Los esfuerzos por co-
lonizar los saberes médicos locales no han acabado. La creación de centros para el
desarrollo de la medicina maya ha llevado a la institucionalización, secularización
y burocratización de una forma sola de saber, la herbolaria. Al mismo tiempo que
ésta es reconocida, se descalifica a las demás: aquellas basadas sea en principios
146 JLACA 1 2 . 1
Figure 3 Dos médicos tojolabales con enfermo en su oficina en hospital de Comitán, Chiapas.
Fotografía de Steffan Igor Ayora Diaz.
en formas de saber privilegiadas por la cultura del Atlántico Norte (Ayora Diaz
2002). Paradójicamente, en este intercambio se le reconoce a la medicina cos-
mopolita (científica) la capacidad de transformarse, pero a la “indígena” se le cons-
triñe a la inmutabilidad. Complicando esta paradoja, los médicos locales deben de
cambiar y “modernizarse” aceptando y adoptando la única forma que la medicina
cosmopolita está preparada a reconocer: la herbolaria. Este proceso de neocolo-
nización se mantiene gracias a la participación de agentes que en el discurso político
se encuentran en polos opuestos: las instituciones del Estado y de las corporaciones
transnacionales, y los activistas políticos y ONGs erigidos en defensores de la cul-
tura que ellos y ellas definen como “indígena”. Ambos agentes comparten la visión
y valores que permiten ver en lo puro, lo auténtico y, de manera menos explícita, lo
útil en la lógica de la racionalidad instrumental, la esencia de la cultura local. En
consecuencia, la emergencia, fomento y consolidación de la medicina herbolaria en
la región puede entenderse como una forma de translocalidad gestada en el ámbito
de las relaciones global-locales que es, a su vez, mediada por no-indígenas que bus-
can fortalecer la localidad de las comunidades de Chiapas subordinándolas al
código universal de la racionalidad moderna de la ciencia nor-atlántica.
Sin embargo, en Chiapas, aquellos sujetos reconocidos como médicos indígenas
se encuentran también involucrados en un proceso translocal de construcción del
saber en el que entran en juego formas de intercambio local-local, y global-local.
Muchos son los sujetos desplazados de sus pueblos de origen que han entrado en
contacto con otros grupos étnicos de la región; todos estos grupos llevan décadas de
148 JLACA 1 2 . 1
transnacionales de alimentos en la conformación del discurso homo/hegemónico
nutricional en general, y la pirámide nutricional en particular, una mirada superfi-
cial a la historia de la nutrición sugiere que las opiniones sobre qué es una buena
nutrición no han dejado nunca de estar encontradas. Albala (2002), por ejemplo,
muestra cómo durante la Ilustración en Europa, el consumo de distintas frutas y
verduras era considerado un riesgo para la salud. La dieta mediterránea, tan elo-
giada en tiempos recientes por privilegiar los vegetales y los granos, así como el
aceite de oliva, no es característica de todo el Mediterráneo (Camporesi 1993). En
España, Francia, Italia y Grecia, por mencionar unos cuantos entre los países del
mediterráneo europeo, la dieta es muy diversa. Montanari (2004) argumenta que en
Italia misma, norte, centro y sur han generado muy distintas formas dietéticas y el
vegetarianismo o, al menos, la primacía de los vegetales, no pueden ser asumidos
como característicos de esa región multicultural.
La dieta de las y los ciudadanos ha sido una preocupación de gobierno y política
pública en México y en el mundo. La religión, la moral, los valores culturales, y la
esfera política, juegan un papel importante en la legitimación o la descalificación de
distintas formas dietéticas (Schwartz 1990). En todo caso, cada facción apela a la
ciencia para fundamentar su definición de la dieta “correcta”. Sin embargo, sigu-
iendo el modelo “internalista”, cumulativo, de la ciencia—que asume una con-
tinuidad en la historia de la ciencia—el discurso nutricional busca distanciarse
(o purificarse) del dietético. Si bien todo mundo puede tener una opinión distinta
sobre qué es una buena dieta, la ciencia nutricional sería la única con las he-
rramientas necesarias para determinar objetiva y cuantitativamente los beneficios
de cada insumo alimenticio. Purificando a esta disciplina de sus lazos con la cultura,
especialistas en la historia de la nutrición pueden afirmar que la ciencia de la nutri-
ción es aquella que surgió en el siglo XIX con el desarrollo de técnicas de laborato-
rio que permitían determinar el valor de cada insumo y su relación con las
características naturales del organismo humano. Más aún, es gracias a esta ciencia
que se han desarrollado tecnologías que permiten la manufactura masiva de vitami-
nas y otros productos comerciales que servirían para mejorar la salud de los indi-
viduos y las poblaciones y, por tanto, tienen un valor universal. Así, aunque estos
historiadores pueden reconocer los lazos de estos discursos con los intereses de cor-
poraciones dedicadas a la producción y comercialización transnacional de produc-
tos alimenticios, dietéticos y nutricionales, se consideran libres de esa asociación ya
que la ciencia, en primera instancia, se coloca más allá de los intereses económicos
(Finlay 1995, Kamminga 1995, Kamminga y Cunningham 1995).
Levenstein (1988, 2003), Shapiro (2001) y Schwartz (1990) han mostrado cómo
el surgimiento de los discursos dietéticos y nutricionales modernos ha estado rela-
cionado con una agenda política, religiosa fundamentalista y racializante de los
grupos en el poder que repudiaban las dietas de los colonizados y de los inmigrantes
150 JLACA 1 2 . 1
Sin embargo, a pesar de los orígenes translocales de la dieta yucateca, ésta no ha
sido ajena a distintas formas de colonialismo cultural. Por una parte, la política
nacionalista mexicana ha silenciado la heterogeneidad, al menos en la esfera
pública, de la gastronomía mexicana (ver, como ejemplo, Flores y Escalante 1994).
Por otra parte, basados en el discurso científico nutricional, las instituciones del
estado intentan modificar la dieta descalificando formas híbridas, trans/locales y
significativas de cocinar los alimentos.
Con el surgimiento de la nación mexicana desde el siglo XVIII, la población
criolla buscó diferenciar la cocina de México de aquella ibérica, buscando afianzar
ese sentido de diferencia y distancia cultural entre una y otra nación (Juárez López
2000). Comenzaron a proliferar los libros de cocina mexicana. Sin embargo, estos
tendían a privilegiar en su contenido los platillos de la franja central de la república
incluyendo más adelante, algunos platillos de otras regiones del país. Hoy día, un
examen de libros vendidos como de cocina mexicana permite ver que aún se
mantiene esta tendencia.8 En consecuencia, al forjar la nación mexicana, en la
cocina—como en la música, la literatura, y demás campos culturales—se procedió
a silenciar la diversidad y a enfatizar retóricamente la homogeneidad cultural de
la nación.
La aceleración de la compresión espacio-temporal en la segunda mitad del siglo
XX hizo sentir sus efectos sobre esta homo/hegemonía: los viajes más frecuentes y
accesibles, los medios de comunicación, las cadenas de restaurantes y supermerca-
dos (tanto nacionales como transnacionales) contribuyeron paulatinamente a rela-
tivizar y redimensionar la cultura centro-mexicana. Para los consumidores globales
y locales, así como para los productores locales de la cultura, ya no es más la cocina
mexicana, sino un conjunto de cocinas regionales. La gastronomía yucateca debe ser
entendida como un producto translocal generado de la convergencia de las apeten-
cias de inmigrantes españoles, franceses, alemanes, sirios, libaneses y chinos que han
debido amalgamar sus tradiciones culinarias con aquellas de los distintos grupos
peninsulares y del Caribe (Ayora Diaz 2001). Desde el siglo XIX, los yucatecos mis-
mos viajaban a los Estados Unidos, Europa, Cuba, Venezuela, y Colombia en busca
de educación y adoptaron y adaptaron los gustos adquiridos fuera del país al gusto
regional. El paisaje gastronómico yucateco contemporáneo es diverso y ha desa-
rrollado un mercado inclusivo de cocinas exóticas, comprendida la “mexicana”. Estas
transformaciones han dado lugar a distintas formas de articulación de los procesos
de colonialismo cultural, de generación e instauración de lo local y de construcción
y silenciamiento de la translocalidad. Por ejemplo, durante los últimos años, los flu-
jos migratorios hacia y desde otras partes del país han acentuado las tensiones que
acompañan a la negociación de las transformaciones en la cocina regional. En parte,
los recién llegados de otras regiones mexicanas pueden haberse familiarizado con
las versiones que emigrantes yucatecos transformaron y adaptaron al gusto central
152 JLACA 1 2 . 1
condenando de manera a veces implícita, y a veces explícita, las dietas basadas en
valores y preferencias culturales. Así, la dieta mexicana o las dietas regionales (como
la yucateca) son condenadas por su alto contenido de grasas, carbohidratos y pro-
teínas, cuando podrían ser justificadas en un campo distinto dentro del mismo dis-
curso nutricional.9 La autoridad de la ciencia respalda y es respaldada por la
autoridad del Estado en este esfuerzo por influir sobre las conductas de los cuerpos
sociales e individuales.
Sin embargo, la misma apropiación de un discurso fragmentario, y su
adaptación a los regímenes de significación translocales permiten la legitimación de
las preferencias dietéticas locales, tanto individuales como sociales. En cada lugar,
los sujetos se apropian del aspecto del discurso nutricional que apoye las preferen-
cias culinarias y se procede a mantener la gastronomía regional. En ocasiones esto
puede conducir a transformaciones en la manera de elaborar los platillos, pero que
permiten al sujeto negociar con otros grupos de la región y con los discursos
homo/hegemónicos el sentido de las preferencias y acciones culinario-gastronómicas
translocales. Por ejemplo, en Yucatán la carne de cerdo juega un papel importante
en la dieta diaria. Siguiendo el consejo dietético que condena las grasas y que han
tomado al cerdo como uno de los enemigos principales y que lo han identificado
como uno de los culpables en la “epidemia” contemporánea de obesidad, en coci-
nas económicas10 de Mérida, y en el mismo ámbito doméstico, se ha comenzado a
cambiar las recetas. Hoy es frecuente encontrarse con personas que en vez de lomo
de cerdo entomatado o de fríjol con puerco han sustituido el cerdo por pollo. Todo
esto a pesar de que las corporaciones productoras de pollo han creado las condi-
ciones para producir una carne aún más rica en grasa que la de cerdo (Horowitz
2005; Striffler 2005). Al mismo tiempo, muchos yucatecos obtienen en librerías
locales traducciones al español de la obra del Dr. Atkins o de sus discípulos y defien-
den su preferencia por la carne de cerdo. Así, ante la heterogeneidad de saberes y su
diseminación translocal, aunque sí es posible reemplazar o desplazar ingredientes
dentro de platillos “tradicionales”, los sujetos se apropian de los aspectos conve-
nientes de un discurso disciplinario fragmentario y consiguen desplegar estrategias
para mantener vigente el campo gastronómico culturalmente significativo a nivel
local.
Conclusión
154 JLACA 1 2 . 1
formas creativas de hibridación cultural que son distintas en cada lugar y tiempo.
La ciencia, en su relación con saberes locales, puede adoptar una función parasítica,
drenando saberes culturales de la medicina herbolaria, el saber agrícola, y otros
saberes translocales. Sin embargo, las sociedades, en su translocalidad, han depen-
dido para su supervivencia del aprendizaje que resulta del contacto con otros
saberes. En el análisis de las relaciones global-translocales necesitamos esforzarnos
en alcanzar un balance que evite tanto la glorificación de la globalización misma
como de las comunidades locales como lugar y residencia única de lo auténtico,
puro y rescatable del globo. El concepto de translocalidad nos ofrece la posibilidad
de colocar la mirada antropológica sobre los procesos que ocurren en los intersti-
cios, entre los polos de las dicotomías conceptuales (Bhabha 2004). Estos son los
procesos dónde se anclan las relaciones sociales y culturales, en todo lugar y a través
del tiempo. Más aún, el concepto de translocalidad nos obliga a recordar que lo
global y lo local son formas conceptuales ideales que, sin bien nos ayudan a analizar
las formas estructurales de desigualdad y poder, enmascaran como monolíticas y
homogéneas, sociedades y culturas que son heterogéneas ubicándolas en extremos
de una dicotomía carente de matices. No hay una sino múltiples culturas localiz-
ables tanto en lo “global” como en lo “local” (Appadurai 1996; Robertson 1992). No
debemos perder de vista que es una serie de relaciones translocales que se han
cristalizado en una forma global erigida como una cultura homo/hegemónica la
que controla, subordina y coloniza múltiples formas “locales”, distintas pero en
interacción las unas con las otras creando múltiples formas de translocalidad
(Mignolo 2000; Trouillot 2003). Este nivel de reconocimiento de la información
recabada en campo nos permitiría hacer justicia a la complejidad de las prácticas y
discursos generados, apropiados e hibridizados por los sujetos en una práctica
cotidiana que surge de la negociación en las junturas de las articulaciones local-
globales, que son siempre translocales.
Agradecimientos
Una versión breve y preliminar de este ensayo fue presentada en la sesión plenaria
inaugural, “Antropología y Translocalidad: Los retos en el siglo XXI”, del Congreso
Anual de la Sociedad Canadiense de Antropología (CASCA), de la Sociedad de
Antropología de Norte América (SANA) y la Facultad de Ciencias Antropológicas
de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), el 3 de mayo de 2005 en Mérida,
Yucatán. Agradezco los comentarios y sugerencias recibidos de Marie-France
Labrecque, Francine Saillant, Josephine Smart y, especialmente, Gabriela Vargas
Cetina con quien he discutido y continuo discutiendo estos conceptos y otros
afines. Agradezco también los comentarios de Jean Muteba Rahier y de los lectores
Notas
1Con otros propósitos, Gibson-Graham (2006) y Trouillot (2003), entre otros, han realizado una
crítica de las distintas formas en que la discusión sobre la globalización ha llevado a naturalizar la oposi-
ción dicotómica entre lo “local” y lo “global”. Las primeras buscan reivindicar un concepto político de lo
“local” y el segundo busca desestabilizar las certezas a las que lleva esta dicotomía.
2Como he argumentado antes (Ayora Diaz 2002), al posicionar los conocimientos locales como
científicos se les hace sujeto de los mismos criterios de evaluación. De esta manera, los conocimientos
locales terminan siempre mostrando carencias en comparación con el conocimiento establecido como
científico.
3Autores como Escobar (2001) y el par Gibson-Graham (2006) proponen, por una parte, que es
importante desnaturalizar las relaciones espacio-temporales que definen a las culturas locales. Sin
embargo, también sugieren que es importante recuperar la dimensión de lo local como estrategia para
dar poder a quienes en la articulación global-local quedan subordinados estructuralmente tanto en lo
político, como en lo económico y social. Si bien ésta es una posición crítica de lo local, mi propósito
difiere del de ellos en que más bien busco examinar las formas en las que el concepto de translocalidad
puede contribuir a fundamentar y legitimar formas alternativas de acción social que se apartan de los
códigos universales derivados de la cultura nor-atlántica.
4En la literatura cyberpunk, el avatar es un individuo virtual que toma el lugar del sujeto-jugador
en el ciberespacio, actúa tomando su lugar y es el conducto de la voluntad de su poseedor, sin que éste
sufra en su persona la acciones que afecten a su doble (ver, por ejemplo, Stephenson 1992).
5En este contexto, “translocalidad” serviría para designar formas de intercambio que se establecen
sea entre distintos grupos al interior de una misma localidad, pero que ocupan distintas posiciones den-
tro de la estructura social, económica, política o de género; o entre grupos geográficamente separados
pero en comunicación e intercambio por razones de contigüidad o de dependencia; o entre grupos dis-
tantes geográficamente, pero relacionados mediante cadenas de intercambio comercial, social o cultural
como los que se desprenden de la migración y distintas formas de diáspora.
6A pesar de imputaciones de otros colegas no estoy abogando por ninguna forma de conocimiento
médico, sino subrayando que existen formas de medicina contemporánea que son significativas para
aquellos que la construyen y prefieren.
7Entre estas instituciones creadas por el Estado encontramos la comunidad/localidad. Encontré
médicos “locales” (localmente llamados “curanderos”) hablantes de tojolabal trabajando para un hospi-
tal público en Comitán, médicos locales hablantes de tzeltal y tzotzil realizando curaciones en San
Cristóbal de las Casas, una medica local “ladina” que era poseída por espíritus indígenas durante sus
curaciones, y otras medicas locales “ladinas” o “mestizas” que realizaban sus curaciones en lengua indí-
gena (Ayora Diaz 2002). Estos individuos en sus desplazamientos espaciales, culturales y lingüísticos con-
tribuyen a cuestionar las fronteras de la localidad y a resaltar la necesidad de pensar en la translocalidad
de los conocimientos y prácticas social-culturales.
156 JLACA 1 2 . 1
8Un problema particular es la superposición de gentilicios de la ciudad de México, el estado de
México y el país México. Cada nivel describe un tipo distinto de lo mexicano y de mexicanidad. Los libros
tempranos de cocina mexicana hacían referencia al México del altiplano central. La independencia de
España y la revolución transfirieron el título de “cocina mexicana” a la cocina de la nación. Estos libros
del pasado y el presente continúan promoviendo la coincidencia de la nación mexicana con la cultural
del centro del país.
9En efecto, es común encontrar artículos periodísticos y hasta académicos en los que se compara
favorablemente la dieta (por implicación “tradicional”) de los mexicanos con la dieta que promueven las
cadenas de comida rápida. En estos casos, la dieta tradicional, nutritiva, de los mexicanos consistiría de
tortillas de maíz, fríjol y chile. Este discurso moral/ nacionalista es recurrente y contrasta con el discurso
que condena la dieta “tradicional” de los mexicanos por su alto contenido en carbohidratos y grasas.
10Desde hace décadas, con la creciente participación de mujeres en el ámbito laboral, comenzaron
Referencias Citadas
Albala, Ken
2002 Eating Right in the Renaissance. Berkeley: University of California Press.
Amselle, Jean-Loup
1999 [1990] Logiche meticce. Antropologia dell identità in Africa e altrove. Turin:
Bollati Borighieri.
Appadurai, Arjun
1996 Modernity at Large. Minneapolis: University of Minnesota Press.
Apple, Rima D.
1995 Science Gendered: Nutrition in the United States. In The Science and Culture
of Nutrition, 1840–1940. Harmke Kamminga y Andrew Cunningham, eds.
Pp. 129–154. Amsterdam: Rodopi.
Atkins, Robert C.
1981 Dr. Atkins’ Diet Revolution. New York: Bantham Books.
Ayora Diaz, Steffan Igor
2000 Imagining Authenticity in the Local Medicines of Chiapas. Critique of
Anthropology 20(2):171–188.
2001 The Identity of Food in the Maya World. Ponencia presentada en el congreso
anual de la Society for Applied Anthropology, Mérida, marzo 28-abril 1.
2002 Globalización, Conocimiento y Poder. Médicos locales y sus luchas por el
reconocimiento en los Altos de Chiapas. México, DF y Mérida: Plaza y Valdés/
Universidad Autónoma de Yucatán.
2003a Medicina, nostalgia y la mirada turística en Chiapas. En Las expresiones locales
de la globalización: México y España. Carmen Bueno y Encarnación Aguilar,
coords. Pp. 191–207. México, DF: CIESAS, Universidad Iberoamericana, Miguel
Ángel Porrúa.
158 JLACA 1 2 . 1
Dei, George J. Sefa, Budd L. Hall y Dorothy Goldin Rosemberg, eds.
2002 Indigenous Knowledges in Global Contexts. Toronto: University of Toronto Press.
Escobar, Arturo
1994 Encountering Development. Princeton: Princeton University Press.
2001 Culture Sits in Places: Reflections of Globalism and Subaltern Strategies of
Localization. Political Geography 20:139–174.
Fabian, Johannes
1983 Time and the Other. How Anthropology Makes its Object. Bloomington:
Indiana University Press.
Finlay, Mark R.
1995 Early Marketing of the Theory of Nutrition: The Science and Culture of Liebig’s
Extract of Meat. In The Science and Culture of Nutrition, 1840–1940. Harmke
Kamminga y Andrew Cunningham, eds. Pp. 48–74. Amsterdam: Rodopi.
Fitzgerald, Deborah
1994 Exporting American Agriculture: The Rockefeller Foundation in Mexico,
1943–1953. In Missionaries of Science. The Rockefeller Foundation and Latin
America. Marcos Cueto, ed. Pp. 72–96. Bloomington: Indiana University Press.
Flores y Escalante, Jesús
1994 Breve historia de la comida mexicana. México, DF: Random House Mondadori,
S.A. de C.V.
Friedman, Jonathan
1997 Global Crises, the Struggle for Cultural Identity and Intellectual Porkbarreling:
Cosmopolitans versus Locals, Ethnics and Nationals in an Era of De-
Hegemonization. In Debating Cultural Hybridity. Multicultural Identities and
the Politics of Antiracism. Pnina Werbner y Tariq Modood, eds. Pp. 70–89.
Londres: Zed Books.
Foucault, Michel
1988 Techniques of the Self. Amherst: University of Massachusetts Press.
Gaeser, Glenn A.
2002 Big Fat Lies: The Truth about your Weight and Health. Carlsbad, CA: Gurze
Books.
Garcia Canclini, Néstor
1991 Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México, DF:
Grijalbo/CONACULTA.
Geertz, Clifford
1983 Local Knowledges. New York: Harper & Collins.
Gibson-Graham, J. K.
2006 A Postcapitalist Politics. Minneapolis: University of Minnesota Press.
Goody, Jack
2000 The Power of the Written Tradition. Washington, D.C.: Smithsonian Press.
Gupta, Akhil y James Ferguson
1997a Culture, Power, Place: Ethnography at the End of an Era. In Culture, Power,
Place: Explorations in Critical Anthropology. Akhil Gupta y James Ferguson,
eds. Pp. 1–29. Durham: Duke University Press.
160 JLACA 1 2 . 1
Kohler, Ulrich
1977 Cambio cultural dirigido en los Altos de Chiapas. México, DF: INI.
Lash, Scott
2003 Another Modernity: A Different Rationality. Oxford: Blackwell.
Latour, Bruno
1993 We Have Never Been Modern. Cambridge: Harvard University Press.
Levenstein, Harvey
1988 Revolution at the Table. The Transformation of American Diet. Oxford: Oxford
University Press.
2003 [1993] Paradox of Plenty. A Social History of Eating in America. Berkeley:
University of California Press.
Levi-Strauss, Claude
1968 The Savage Mind. Boston: Beacon Press.
Lozoya, Xavier y Carlos Zolla, eds.
1983 La medicina invisible. Introducción al estudio de la medicina tradicional en
México. México, DF: Folios Editores.
McIsaac, Elizabeth
2002 Oral Narratives as a Site of Resistance: Indigenous Knowledge, Colonialism, and
Western Discourse. In Indigenous Knowledges in Global Contexts. George J.
Sefa Dei, Budd L. Hall y Dorothy Goldin Rosemberg, eds. Pp 89–100. Toronto:
University of Toronto Press.
Megill, Allan, Editor
1994 Rethinking Objectivity. Durham: Duke University Press.
Mignolo, Walter D.
2000 Local Histories/Global Designs. Coloniality, Subaltern Knowledges, and Border
Thinking. Princeton: Princeton University Press.
2002 The Geopolitics of Knowledge and the Colonial Difference. The South Atlantic
Quarterly 101(1):57–96.
2005 Prophets Facing Sidewise: The Geopolitics of Knowledge and the Colonial
Difference. Social Epistemology 19(1):111–127.
Montanari, Massimo
2004 Il cibo come cultura. Bari: Laterza.
Nestle, Marion
2003 Food Politics: How the Food Industry Influences Nutrition and Health.
Berkeley: University of California Press.
Nigh, Ronald
2002 Maya Medicine and the Biomedical Gaze: Bioprospective Research as Herbal
Fetishism. Current Anthropology 43(3):451–477.
Obeyesekere, Gananath
1997 The Apotheosis of Captain Cook. European Mythmaking in the Pacific.
Princeton: Princeton University Press.
Palmié, Stephan
2002 Wizards and Scientists. Explorations in Afro-Cuban Modernity and Tradition.
Durham: Duke University Press.
162 JLACA 1 2 . 1
Shapiro, Laura
2001 Perfection Salad. Women and Cooking at the Turn of the Century. New York:
Modern Library.
Shepherd, Chris J.
2004 Agricultural Hybridity and the “Pathology” of Traditional Ways: The
Translation of Desire and Need in Postcolonial Development. Journal of Latin
American Anthropology 9(2):235–266.
Shiva, Vandana
1997 Biopiracy: The Plunder of Nature and Knowledge. Boston: South End Press.
Snow, C. P.
1993 [1959] The Two Cultures. Cambridge: Cambridge University Press.
Stephenson, Neal
1992 Snow Crash. New York: Bantham Books.
Striffler, Steve
2005 Chicken: The Dangerous Transformations of America’s Favorite Food. New
Haven: Yale University Press.
Tönnies, Ferdinand
1955 [1887] Community and Association (Gemeinschaft und Gesellschaft). London:
Routledge & Kegan Paul.
Torres, Gabriel
1997 The Force of Irony: Power in the Everyday Life of Mexico Tomato Workers.
Oxford: Berg.
Trouillot, Michael-Rolph
2003 Global Transformations: Anthropology and the Modern World. New York:
Palgrave/Macmillan.
Tsing, Anna Lowenthaup
2005 Friction: An Ethnography of Global Connection. Princeton: Princeton
University Press.
Wane, Njoki Nathani
2002 Indigenous Knowledge: Lessons from the Elders – A Kenyan Case Study. In
Indigenous Knowledges in Global Contexts. George J. Sefa Dei, Budd L. Hall y
Dorothy Goldin Rosemberg, eds. Pp. 54–69. Toronto: University of Toronto
Press.
Wangoola, Paul
2002 Mpambo, the African Multidiversity: A Philosophy to Rekindle the African
Spirit. In Indigenous Knowledges in Global Contexts. George J. Sefa Dei, Budd
L. Hall y Dorothy Goldin Rosemberg, eds. Pp. 265–278. Toronto: University of
Toronto Press.
Wolf, Eric
1982 Europe and the People Without History. Berkeley: University of California Press.
Worsley, Peter
1998 Knowledges. Culture, Countercultures, Subcultures. New York: The New Press.