The Rake. L. J. Shen
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The Rake. L. J. Shen
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Lectura Final
Diseño
Rake (Libertino) s.7 - Hombre de moda o con estilo,
de hábitos disolutos o promiscuos.
Para esta historia, me he tomado una libertad creativa en cuanto a la forma
en que la Monarquía Británica maneja las propiedades y los bienes.
Cabe señalar que Whitehall y Butchart no son títulos nobiliarios actuales.
Empara Mi: “Alibi”
Purity Ring: “Obedear”
Rolling Stones: “Under My Thumb”
Young Fathers: “Toy”
Everybody Loves an Outlaw: “Red”
La mujer fatal más infame de Boston encuentra su pareja en un inglés
peligrosamente gentil que ha jurado no casarse nunca.
1 Es la acción deliberada de un adulto, varón o mujer, de acosar sexualmente a una niña, niño o
adolescente a través de un medio digital que permita la interacción entre dos o más personas, como
por ejemplo redes sociales, correo electrónico, mensajes de texto, sitios de chat o juegos en línea.
Me habían prometido poco antes de concebirme.
Un plan de futuro.
Aunque no sería consciente del acuerdo hasta que cumpliera los catorce años.
Contado justo antes de la tradicional excursión de caza prenavideña que los
Whitehalls hacían con los Butchart.
No había nada malo en Louisa Butchart. Nada que pudiera encontrar, al
menos.
Todos los números y variables estaban ahí para crear la ecuación perfecta.
Grandes expectativas.
Hizo falta alguien especial para mostrarme lo que me había estado perdiendo.
Catorce años.
Montamos al atardecer.
Les dieron a los jóvenes las yeguas. Eran rebeldes y más difíciles de domar.
Domar a las hembras jóvenes y enérgicas era un ejercicio que los hombres de
mi clase habían recibido desde una edad temprana. Después de todo,
habíamos nacido en una vida que requería una esposa bien entrenada, bebés
regordetes, croquet y amantes seductoras.
Sin embargo, portarse mal no era algo que hiciera a menudo, o incluso en
absoluto. Esa era la parte triste. Deseaba con todas mis fuerzas que me
aceptaran. Era un alumno de sobresaliente y un esgrimista dotado. Incluso
había llegado al Campeonato Juvenil de Inglaterra en sable, pero aun así me
arrojaron al montacargas cuando perdí contra George Stanfield.
A los catorce años, ya me había acostado con dos de las hijas de los criados,
había conseguido montar el caballo favorito de mi padre hasta su prematura
muerte y había coqueteado con la cocaína y el Special K2 (no el cereal).
Odiaba bastante la caza del zorro. Y por bastante, quiero decir mucho. Lo
detestaba como deporte, como concepto y como afición. No obtenía ningún
placer matando animales indefensos.
Mi padre decía que el deporte de la sangre era una gran tradición inglesa, al
igual que rodar el queso y la danza Morris. Personalmente, pensaba que
algunas tradiciones no envejecían tan bien como otras. La quema de herejes
en la hoguera era un ejemplo, la caza del zorro otro.
Cabe distinguir que la caza del zorro era -o debería decir que es- ilegal en el
Reino Unido. Pero los hombres de poder, como llegué a saber, tenían una
intrincada y a menudo tempestuosa relación con la ley. La aplicaban y la
determinaban, pero la ignoraban casi por completo. Mi padre y Byron padre
disfrutaban aún más de la caza del zorro porque estaba prohibida para las
clases bajas. Le daba al deporte un brillo adicional. Un eterno recordatorio de
que habían nacido diferentes. Mejores.
El suave repiqueteo de las Mary Janes sonó detrás de nosotros, golpeando los
guijarros.
—¡Devvie, espera!
—Te tengo algo —Se quitó de un manotazo los trozos de cabello castaño que
se le pegaban a la frente. Lou era dos años menor que yo. Yo estaba en la
desafortunada etapa de la adolescencia en la que cualquier cosa, incluidos
los objetos afilados y ciertas frutas, me resultaba sexualmente atractiva. Pero
Lou seguía siendo una niña. Con las articulaciones sueltas y el tamaño de un
bolsillo. Sus ojos eran grandes e inquisitivos, bebiendo el mundo a tragos. No
era precisamente una chica guapa, con sus rasgos medios y su complexión
infantil. Y su aparato de ortodoncia le provocaba un impedimento en el habla
del que era consciente.
—Sé que no te gusta la caza del zorro, así que te he traído algo para... ¿cómo
lo dice papá? Para quitarte el miedo.
Los demás siguieron adelante, adentrándose en el espeso y musgoso bosque
que rodea el castillo de Whitehall Court, sin saber o sin interesarse por mi
ausencia.
Lou sonrió con orgullo, ahuecando su boca para cubrir todo el metal.
—Me he colado en el estudio de tu padre. Nadie se fija en mí, así que puedo
salirme con la mía —El abatimiento en su voz me hizo sentirme triste por ella.
Lou soñaba con ir a Australia y convertirse en salvadora de la fauna, rodeada
de canguros y koalas. Esperaba por su bien que lo hiciera. Los animales
salvajes, por muy agresivos que fueran, seguían siendo superiores a los
humanos.
—¡No quiero librarme de ti! —dijo acaloradamente—. Haré cualquier cosa por
ti.
—Oh, ¿Cómo cualquier cosa, ahora? —Me reí. Lou y yo teníamos la relación
de un hermano mayor y una hermana menor. Ella hacía cosas para intentar
ganarse mi afecto, y yo, a cambio, le aseguraba que era buena y cariñosa.
—No —Sacudí la cabeza, con un tono frío—. Hay algunas cosas que mis
padres no necesitan saber.
Y entonces, como no teníamos nada más que decir, y tal vez porque temía que
papá me arrojara al montacargas si me veía merodeando detrás, dije:
—Lou nos dio un amuleto de buena suerte, Baby Spice —Incliné la petaca en
su dirección. A diferencia de Louisa, que era un poco ansiosa, pero en general
agradable, sus hermanos -a falta de una mejor descripción- eran unos
completos y absolutos imbéciles. Matones de gran tamaño a los que les
gustaba pellizcar a las sirvientas en el culo y hacer un desorden innecesario
solo para ver cómo los demás ordenaban después de ellos.
—Querrás decir considerada. Pasar tiempo con mi padre requiere cierto nivel
de intoxicación —dije con sarcasmo.
—No se trata de eso. Está obsesionada con tu lamentable culo —dijo Benedict.
—No me digas que no lo sabes —Byron ladeó la cabeza, una sonrisa cruel se
extendió por su cara. Nunca me ha gustado. Pero especialmente no le tenía
cariño en ese momento.
—Tú y Lou van a casarse. Está todo arreglado. Incluso hay un anillo.
—Me estás jodiendo —Mi sonrisa cayó. Sentí la garganta llena de arena.
Los Whitehall eran una de las últimas familias de la nobleza a las que la gente
seguía prestando atención. Mi bisabuela, Wilhelmina Whitehall, era la hija de
un rey.
—No quiero casarme con nadie —dije con los dientes apretados. Duquesa
comenzó a acelerar, entrando en el bosque.
—¿Hijos...? —Lo único que me impidió vomitar las tripas fue el hecho de que
no quería desperdiciar el coñac perfectamente bueno que estaba chapoteando
en mi estómago.
—Lou dice que quiere tener cinco cuando sea mayor —dijo Byron,
disfrutando—. Creo que te va a mantener ocupado en la cama, amigo.
—Sobre mi cadáver.
Su pequeña máquina bien engrasada. Lista para matar, follar o casarse según
se le ordene.
Esa misma noche, Byron, Benedict y yo nos sentamos frente a uno de los
zorros muertos del granero. El olor pavloviano de la muerte envolvía la
habitación. Mi padre y Byron padre habían llevado todos sus preciados zorros
muertos al taxidermista y nos habían dejado uno para que nos deshiciéramos
de él.
—Quémenlo, jueguen con él, déjenlo para que se lo coman las ratas por lo
que a mí respecta —Había escupido mi padre antes de dar la espalda al
cadáver.
Tenía cachorros. Me di cuenta por las tetas que se asomaban a través del
pelaje de su vientre. Pensé en ellos. Cómo estaban solos, hambrientos y
abandonados en el oscuro y vasto bosque. Pensé en cómo le disparé cuando
papá me lo ordenó. Cómo le clavé una bala entre los ojos. Cómo me miró con
una mezcla de asombro y terror.
Y cómo miré hacia otro lado porque había sido papá el que quería disparar.
—No va a ser una niña para siempre —Benedict clavó el filo de su bota en la
tripa del zorro.
Byron se rio.
Me agaché y acerqué mis labios a la boca del zorro. Estaba gomosa y fría y
olía a hilo dental usado. La bilis me cubrió la garganta.
—¿Por qué no tengo una cámara? —Byron gimió. Ahora estaba en el suelo,
agarrándose el estómago de lo mucho que se reía.
Me retiré. Me pitaban los oídos. Mi visión se volvió borrosa. Veía todo a través
de una niebla amarilla. Alguien detrás de mí gritó. Giré rápidamente hacia
atrás, cayendo de rodillas. Lou estaba allí. En las puertas dobles abiertas del
granero, todavía con su pijama rosa. Su mano presionada contra su boca
mientras temblaba como una hoja.
Me habían tendido una trampa. Sabían que estaba allí, junto a la puerta,
observando todo el tiempo. Nunca iba a salir de este acuerdo.
El grito que salió de su boca fue salvaje. Como el que lanzó Frankenfox antes
de que la matara.
—¿Me estás dando whisky? —Lo olfateé, mis labios se curvaron con
desagrado.
—Pelo de perro3 —Se desperezó en su sillón de ejecutivo, alisándose el bigote
con los dedos—. Tomar el pelo del perro que te mordió alivia la abstinencia.
Tomé un trago del veneno, haciendo una mueca de dolor mientras se abría
paso hasta mis entrañas. Había pasado una noche sin dormir en el heno del
granero. Me despertaba con un sudor frío, soñando con pequeños bebés como
Louisa corriendo detrás de mí. El sabor del beso del zorro muerto tampoco
suavizó el golpe.
El aroma del té negro y de los bollos frescos recorría los pasillos del castillo
de Whitehall Court. El desayuno aún no había terminado. El estómago se me
revolvió, recordándome que el apetito era un lujo para los hombres que no
estaban recién comprometidos.
Me bebí el whisky.
—¿Querías verme?
—No quiero verte nunca. Desgraciadamente, es una necesidad que viene con
el hecho de engendrarte —Papá no se anduvo con rodeos—. Esta mañana me
han informado de algo bastante inquietante. Lady Louisa les contó a sus
padres lo que sucedió ayer, y su padre me transmitió la situación —Mi padre
-alto, delgado y llamativo, con el cabello rubio arenoso y un traje pulcramente
planchado- habló con acusación en su voz, invitándome a explicarme.
3 Traducción del inglés-"Hair of the dog", abreviatura de "Hair of the dog that bit you", es una
expresión coloquial en el idioma inglés que se usa predominantemente para referirse al alcohol que
se consume con el objetivo de atenuar los efectos de la resaca.
Esperaba una bofetada o una paliza. Ninguna de las dos cosas me
sorprendería. Pero lo que obtuve fue una ligera risa y un movimiento de
cabeza.
—El mundo está corrupto —Su labio se curvó con disgusto. Sabía muy bien
que estaba a punto de ser arrojado al montacargas—. Estoy tratando de
explicarle en un inglés sencillo que el asunto de tus nupcias con la señorita
Butchart no está en discusión. En todo caso, difícilmente va a ocurrir
mañana.
—Te casarás con ella y me darás un nieto varón, preferiblemente uno superior
a ti —Mi padre terminó su cigarro y lo apagó en un cenicero cercano—. Este
asunto está resuelto. Ahora ve a disculparte con Louisa. Te casarás con ella
cuando termines la Universidad de Oxford, y ni un momento después, o
perderás toda tu herencia, tu apellido y los parientes que, por una razón que
desconozco, aún te toleran. Porque no te equivoques, Devon: cuando le diga
a tu madre que debe repudiarte, no se lo pensará dos veces antes de dar la
espalda a su hijo. ¿Me entiendes?
—Sí, señor.
—Sí, señor.
—La besaré.
Mi padre era a la vez malo e idiota, una combinación horrible. Tenía más
temperamento que cerebro, lo que lo llevaba a cometer muchos errores en los
negocios. En casa, reinaba con un puño de hierro que, la mayoría de las veces,
caía en mi cara. Los errores en los negocios eran más fáciles de tratar: mi
madre se había hecho cargo de los libros sin que él lo supiera, y casi siempre
estaba demasiado borracho para darse cuenta. En cuanto a mis abusos... ella
sabía muy bien que, si intentaba protegerme, él también le pondría el
cinturón.
—Supongo que tienes razón —Me recosté en mi asiento, cruzando las piernas
despreocupadamente—. ¿Qué más da con quién me case, mientras pueda
entrar dormido en los libros de historia?
Se rio, la oscuridad de sus ojos se derritió. Esto era más bien lo suyo. Tener
un hijo pagano y pecador con un déficit de escrúpulos y aún menos rasgos
positivos.
—Me acosté por primera vez con una mujer a los doce años.
—Brillante —dije. Aunque la idea de que mi padre follara a una mujer por
detrás a los doce años me hizo querer acurrucarme en el sofá de un terapeuta
y no salir de allí en una década.
—Entonces haré mi parte, papá —Me puse de pie, lanzándole una sonrisa
socarrona.
Una licenciatura en Derecho por una escuela de la Ivy League fue suficiente
capital para conseguir un puesto de socio de 400.000 euros al año en uno de
los mayores bufetes de Boston. En mi tercer año, tripliqué esa cantidad,
incluidas las primas.
5 Correrse juntos
—Oh, lo encontrarás, Belly-Belle. Te lo prometo —Persy me acaricio el cabello
cariñosamente mientras Ash negaba con la cabeza, aun desplazándose en mi
teléfono.
Revisamos los perfiles durante unos cuarenta minutos más antes de
encontrar la pareja perfecta. Se hacía llamar Friendly Front Runner, medía
1,90 m, era de Asia oriental y tenía un máster en ciencias políticas y políticas
públicas. Su almuerzo soñado sería con Nikola Tesla, y su perfil parecía
atractivo, divertido e inteligente sin parecer que se esforzaba demasiado.
—El tipo es perfecto —Sailor golpeó con la mano la mesa de café en la que
estaba sentada—. Sinceramente, me quedaría embarazada de él si tuviera la
oportunidad.
—¿Qué pasó con lo de no querer otro hijo? —se burló Persy, trenzando mi
cabello.
Sailor levantó las manos.
—Solo estoy intentando que nuestra chica se ponga de acuerdo con un
donante antes de que todos nuestros óvulos mueran de viejos.
—Hay un número limitado de viales para este tipo, así que tienes que ser
rápida en ello —advirtió Ash, hojeando todo su historial en mi teléfono.
Sabía que tenía razón. También sabía que Friendly Front Runner era
probablemente la mejor opción que había. Parecía realmente divertido y
atractivo. Con los pies en la tierra y brillante. Y sin embargo... no podía
entusiasmarme con la idea de elegirlo como padre de mi hijo.
Quiero decir, ¿qué sabía realmente de este tipo, aparte de sus credenciales y
las cosas que probablemente me diría en una primera cita?
¿Era amable con los extraños?
¿Masticaba muy fuerte?
¿Creía que la pizza de piña era un plato aceptable en la sociedad civilizada?
Había muchas cosas que se hicieron o se rompieron y que seguirán siendo
un misterio para mí.
Y había algo más. Algo en lo que no podía dejar de pensar, aunque sabía que
era una receta para el desastre.
La sugerencia de Devon Whitehall.
—Oh-oh. La estamos perdiendo de nuevo. Me siento como si estuviera en un
mal episodio de Anatomía de Grey —Sailor se llevó a la boca una gamba en
salsa tempura.
—Todos eran malos, y muy inexactos, médicamente hablando —comentó
Aisling.
—Belle —Persy apoyó su barbilla en mi hombro, sus azules de bebé brillando
llenos de preocupación—. ¿Está todo bien?
Dejé mi copa de vino.
—Olvidé mencionar que hay otra opción.
Aisling inclinó la cabeza hacia un lado.
—Sabes que Dios no te va a hacer el mismo favor que a la Virgen María,
¿verdad?
—Duh. He sido tan mala cristiana que tengo más posibilidades de tirarme a
una cigüeña —Puse los ojos en blanco.
—¿Qué quieres decir, entonces? —Sailor se sentó más erguida, utilizando la
yema del dedo para sacar el resto de su comida del recipiente, llevándoselo a
los labios.
Jugué con un mechón de mi cabello trenzado. Llevaba un pijama de raso rosa
que decía Tienes pinta de necesitar una copa.
—Devon Whitehall ofreció sus servicios y su polla. Básicamente dijo que le
encantaría tener un heredero, pero que no quiere casarse. A cambio, me
ayudaría económicamente y sería co-padre. Eso es tan cringe6, ¿verdad?
—Mierda —Sailor se tapó la boca con una mano—. ¿No es él, como, un
duque?
—Un marqués —corregí, como si tuviera idea de lo que eso significa—. No
creo que lo sea. Al menos, todavía no.
—Lo que sí es, es un millonario, inteligente y un atractivo caliente. ¿Qué
haces escudriñando los perfiles de los universitarios cuando una oferta así
está sobre la mesa? —preguntó Aisling—. No es propio de ti, Belle. Tú sueles
ser la inteligente de la calle.
Cierto, quise decir. Y como soy inteligente, sé que no debo darle a un hombre
como Devon las llaves de mi vida.
—Además, aquí tienes una oportunidad real de dar a tu bebé una figura
paterna —añadió Persy.
—No es tan sencillo —Fruncí el ceño, dejando caer mi caja de comida para
llevar en la mesa de café junto a Sailor—. Todo el ejercicio de tener un hijo
por mi cuenta es para asegurar que nadie se meta en mis asuntos y me diga
cómo criar a mi hijo.
—¿Una segunda opinión sobre las cosas de vez en cuando sería realmente
tan horrible? —preguntó Aisling en voz baja—. Los niños son un trabajo duro.
Necesitarás toda la ayuda posible.
—Y, de todos modos —intervino Persy—, la paternidad es como un trabajo de
oficina. Los que llevan más tiempo en él son ahora tus superiores. Te van a
dar opiniones no solicitadas, las quieras o no. Quiero decir que mamá no me
dejó sacar a Astor a pasear por el parque en todo el invierno porque pensaba
que le daría una neumonía.
6 Cringe. Esta expresión proviene del inglés. En sentido literal, su significado es encoger o hacerse
pequeño. Sin embargo, los jóvenes han adoptado este término para referirse,
especialmente, a situaciones vergonzosas o embarazosas.
—Es fácil para ti decirlo —Tomé otro sorbo de mi vino—. Todas están en
relaciones con hombres que son certificables cuando se trata de ustedes. Por
supuesto que para ti fue una decisión fácil sacar unos cuantos hijos. Yo no
conozco a Devon, Devon no me conoce a mí, y no me entusiasma la idea de
que un extraño con dinero y una reputación cuestionable tome las decisiones
cuando se trata de mi futuro hijo.
Pero por dentro, ya veía signos de dólares y colegios privados de lujo para mi
hijo. Había renunciado a los hombres por una buena razón. Pero aún podía
montar la polla de Devon -y su tarjeta de crédito- manteniéndolo a distancia.
—Lo siento, Belle, ¿has empezado a hablar con el culo? —Sailor fingió
inclinarse hacia mi culo, como para comprobar su teoría—. ¿Qué bebes? No
finjas que vas a educar en casa o a criar a tu hijo de forma vegana o pagana.
Vas a criar a este niño como a cualquier otro niño normal de Estados Unidos.
Solo que con más dinero y un papá cuyo acento hace que a las mujeres les
flaqueen las rodillas.
—¿Y si nos peleamos? —desafié.
—Dale un respiro —Sailor resopló, recogiendo los envases vacíos de comida
para llevar y llevándolos a la cocina—. El hombre hizo una fortuna haciendo
que la gente lo quisiera mientras simultáneamente los jodía. Es un
diplomático experimentado. ¿Por qué iba a tener una discusión?
—Pero voy a romper el pacto —dije finalmente.
Sailor dejó los envases de la comida para llevar en mi cubo de basura
mientras Aisling enjuagaba las copas de vino en el fregadero. Persy se quedó
a mi lado.
Mi hermana me murmuró al oído.
—Las historias de amor no son como los musicales. No es necesario tener un
principio, un medio y un final perfectamente construidos para que funcionen.
A veces el amor empieza por el medio. A veces incluso empieza por el final.
—Yo no soy como tú —Me giré para mirarla, bajando la voz para que nadie
nos oyera—. Escucha, Pers, yo...
Iba a decir que nunca me iba a casar, a enamorarme, a vivir el sueño poco
inspirador de la valla blanca, cuando mi hermana me puso un dedo en los
labios, sacudiendo la cabeza solemnemente.
—No digas lo que vas a decir. Puedes, y lo harás. Nada es más fuerte que el
amor. Ni siquiera el odio. Ni siquiera la muerte.
Mi hermana se equivocaba, pero no se lo dije.
La muerte era más fuerte que todo.
Había sido mi camino hacia la liberación y el renacimiento.
Mi alma había sido su precio.
Eso, y cualquier esperanza de amor.
7Alto puesto
8Que practica filibusterismo. Se denomina filibusterismo a una técnica específica de obstruccionismo
parlamentario, mediante la cual se pretende retrasar o enteramente bloquear la aprobación de una
ley o acto legislativo gracias a un discurso de larga duración
Devon: Lo enviaré por fax.
Fax. El hombre todavía utilizaba un fax. Era tan antiguo que me sorprendió
que no me enviara los resultados por paloma mensajera.
Devon: Redactaré un contrato en el que se resuelvan aspectos como la
custodia, las finanzas, etc. Requeriría una cierta participación para
garantizar que el contrato sea satisfactorio para ambas partes.
Belle: Realmente estamos haciendo esto, ¿no?
Devon: ¿Por qué no?
Belle: Bueno, veamos...
Belle: ¿Porque es una locura?
Devon: No es ni la mitad de la locura que quedarse embarazada de un
desconocido sin rostro, y sin embargo la gente lo hace todo el tiempo.
La evolución, querida. Al fin y al cabo, no somos más que monos
glorificados que intentan que nuestra huella en este mundo no sea
olvidada.
Belle: ¿Acabas de llamarme mono? Fuerte juego romántico, Whitehall.
No respondió. Tal vez Devon no era tan viejo, sino que me sentía tan joven en
comparación con él.
Belle: Una pregunta más.
Devon: ¿Sí?
Belle: ¿Cuál es tu animal favorito?
Pensé que seguramente diría un delfín o un león. Algo cursi y predecible.
Devon: Pez de mano rosa.
Oh, increíble. Más mierda rara.
Belle: ¿Por qué?
Devon: Parecen hooligans9 de fútbol borrachos tratando de iniciar una
pelea en un bar. Y sus manos son espeluznantes. Sus defectos exigen
compasión.
Belle: Eres raro.
Devon: Es cierto, pero te interesa, cariño.
9Es un anglicismo utilizado para los hinchas de nacionalidad británica que producen disturbios o
realizan actos vandálicos.
Al día siguiente, paré en Walgreens de camino al trabajo y compré un kit de
ovulación y vitaminas prenatales masticables. Al pasar junto a un cartel en
el que aparecía desnuda, me metí cuatro en la boca y leí las instrucciones del
kit. Empujé la puerta que daba a la oficina trasera de Madame Mayhem.
Madame Mayhem estaba a un paso de Chinatown Gate, en el centro de
Boston. Estaba metida entre dos casas de piedra rojiza, una agencia de viajes
y una tienda de productos agrícolas. El precio era muy barato cuando lo
compré con otros dos socios y lo convertí de un restaurante en decadencia a
un bar de moda. Hace dos años, el dueño de la lavandería de al lado quebró
y lo convencí para que nos vendiera el solar a precio reducido. Iba de un lado
a otro del ayuntamiento, tratando de conseguir la aprobación para derribar
las paredes divisorias entre las dos propiedades. Al final del proceso, se había
inventado el nuevo y mejorado Madame Mayhem: grande, atrevido y
arriesgado.
Como yo.
Ahora era la orgullosa propietaria de uno de los establecimientos más infames
de la ciudad. El local no era solo un club nocturno de moda con una carta de
cócteles obscenamente cara, sino que también ofrecía espectáculos de
burlesque, con recreaciones al estilo de los años 50 de la farándula de Nueva
Orleans, mujeres y hombres en fina lencería, así como una noche de
aficionados todos los jueves, en la que los exhibicionistas en ciernes tenían la
oportunidad de alardear de sus bienes.
Sobre el papel, obtuve grandes beneficios. Pero desde que compré a los otros
dos socios y reformé el local por completo, mis ingresos personales eran
modestos. No tan malos, pero lo suficientemente malos como para que tener
un bebé hiciera mella en mis ahorros.
Aun así, era muy trabajadora y no me dejaba intimidar por los contratiempos.
Trabajaba en la trastienda durante el día y ayudaba a mis camareros por la
noche.
—Belly-Belle —me saludó Ross en cuanto entré en la caja de zapatos gris de
mi despacho. Deslizó una taza de café a lo largo de mi escritorio y tomó
asiento en el borde del mismo. Mi mejor amigo del colegio había crecido hasta
convertirse en mi camarero jefe y gerente de personal en Madame Mayhem.
También había crecido hasta convertirse en un bombón—. Boston no está
acostumbrado a verte con ropa. ¿Cómo te sientes?
—Alto en la vida y bajo en el efectivo. ¿Qué hay de nuevo? —Tomé un sorbo
de mi café, con el bolso aún colgado en el antebrazo. Necesitaba orinar en
uno de los palos de ovulación antes de ponerme a trabajar.
Ross levantó un hombro.
—Solo quería asegurarme de que estabas bien después del espectáculo de
mierda de la semana pasada.
—¿Hubo un espectáculo de mierda la semana pasada? —Estaba algo ocupada
bebiendo el peso de mi propio cuerpo y tratando de olvidar las noticias que
me dio el doctor Bjorn, así que mi memoria estaba borrosa.
—Frank —aclaró.
—¿Quién demonios es Frank? —Parpadeé.
Ross me echó una mirada de “tienes que estar bromeando”.
—De aacuuueerdoo, esa bolsa de mierda —Frank era un antiguo camarero.
La semana pasada, lo sorprendí acosando sexualmente a una de las chicas
de burlesque en la trastienda. Lo despedí en el acto. Frank había accedido a
marcharse, pero no antes de decirme lo que pensaba sobre el desastre de
perra borracha que era. Por suerte para mí, siempre estaba preparada para
una pelea, especialmente con un hombre. Así que cuando me gritó, grité más
fuerte. Y cuando trató de lanzarme una lámpara... bueno, le lancé una silla,
y luego le desconté el coste de reemplazar la silla rota de su último sueldo.
—Ahí tienes, pedazo de mierda que gasta oxígeno. Ahora asegúrate de salir de
la ciudad, ¡Porque esta ciudad seguro que va a salir de ti después de que
informe a todos mis amigos propietarios de clubes sobre lo que hiciste!
No me detuve ahí. También envié su foto de empleado a los periódicos locales
y les conté lo que había hecho.
¿Demasiado duro? Demasiado malo. La próxima vez, no debería haber
manoseado al personal.
—Ya está todo olvidado —Agité la mano en el aire con displicencia. No tenía
tiempo para hablar de Frank. Necesitaba comprobar si mis óvulos estaban
haciendo su maldito trabajo.
—Necesitaremos llenar su lugar —Ross seguía apoyado a mi escritorio.
Reanudé mi paso hacia el baño.
—Sí, bueno, solo asegúrate de que están completamente investigados.
Entré en el baño, me agaché y oriné en el palito de la ovulación. En lugar de
dejarlo a un lado y esperar los resultados como una adulta de verdad, miré el
bastón con desprecio, rezando por ver dos líneas rosas fuertes en lugar de
una opaca.
Cuando efectivamente aparecieron dos líneas en el palo, le saqué una foto
con mi teléfono y se la envié a Devon con el texto: es un éxito.
Salí, me senté en mi escritorio e intenté concentrarme en las hojas de Excel
que tenía delante. Mis ojos no dejaban de mirar de reojo a mi teléfono,
esperando que Devon respondiera. Cuando no me devolvió nada durante una
hora, le di la vuelta al teléfono para que la pantalla no fuera visible.
Es hora de calmar las tetas, me reprendí internamente. El hombre tenía una
carrera. Cada hora de su jornada laboral era facturable. Por supuesto que no
podía dejarlo todo y correr a Madame Mayhem para ponerme un bebé.
Unas dos horas después de enviar el mensaje de texto, Ross entró de nuevo
en mi despacho. Puso una botella de champán de aspecto caro sobre mi mesa.
Tenía una pequeña tarjeta dorada colgando del cuello.
—¿Dom Perignon? —Levanté una ceja escéptica. Esta edición específica
costaba alrededor de mil dólares—. No lo tenemos aquí. ¿De dónde lo has
sacado?
—Ah, esa es la pregunta del momento. Abre el maldito sobre y lo
averiguaremos —Ross levantó la barbilla hacia la tarjeta, que, tras un
segundo examen, parecía un sobre en miniatura. El miedo me llenó las tripas.
Esto se parecía mucho a un romance, y yo no lo hacía. Me gustaba más
cuando Devon nos comparaba con monos.
—¿Cómo sabes que es para mí? —Lo miré con desconfianza.
—Perra, por favor. La única bebida que me compran mis citas es un refresco
de fuente. Sigue. ¿De quién es?
Mis dedos trabajaron rápidamente para desenvolver el misterioso sobre. Dos
boletos salieron fuera del sobre. Tomé uno, notando que me temblaban los
dedos.
—¿Entradas para la ópera? —preguntó la voz de Ross con asombro—. ¿Qué
clase de mentiras le estás dando a estos pobres hombres en Tinder? Este tipo
obviamente no te conoce.
Esto es una burla a mi culo. Sabe muy bien que no tengo citas.
—Dije que me gustaba Oprah, no la ópera. Obviamente, ha escuchado
mal —Dejé escapar un provocador bostezo. De ninguna manera le iba a contar
a Ross lo de Devon. Ya era lo suficientemente duro admitir mi infertilidad
ante mis amigas. Era una mujer muy orgullosa.
—¿Cómo es que los hombres nunca me llevan a ningún sitio bonito? —Ross
hizo un mohín.
—Regalas la mercancía demasiado rápido —murmuré, todavía mirando el
boleto en mi mano como si fuera un cadáver del que tuviera que deshacerme.
—Tú también lo haces. Y ni siquiera sales con ellos.
—Puedes quedarte con mi boleto, si lo quieres.
Hoy no iba a ver una ópera. Tenía trabajo que hacer. Nos faltaba un camarero.
Me recordé a mí misma que Devon hacía esto por la misma razón por la que
hacía todo lo demás: manipular, jugar y desconcertar a la gente.
Probablemente pensó que era divertidísimo hacerme sentir como si
estuviéramos saliendo. Tenía que dejar las cosas claras.
Belle: Hola, engreído, con chaleco, presumido de regata, eres tú. Hoy no
podré acompañarte a la ópera, pero puedes pasarte por mi apartamento
a partir de medianoche y te prometo que tocaré esas notas altas. - B.
También ese mensaje quedó sin respuesta.
Trabajé hasta la noche, atendiendo la barra junto con otros seis camareros,
vestida con un vestido de encaje con volantes y corsé. El olor de mi propio
sudor se había vuelto tan familiar para mí durante los años que había
construido mi carrera, que lo disfrutaba.
Serví bebidas, corté limas y me apresuré a ir al almacén a buscar más
sombrillas para cócteles. Bailé en la barra, coqueteé con hombres y mujeres
y toqué la campana varias veces, señalando un maratón de propinas.
El telón de color burdeos había ascendido sobre el escenario delantero,
revelando una banda en directo vestida de esmoquin. Su melodía de jazz
empapaba las altas paredes. Las bailarinas de burlesque se paseaban
lentamente por el escenario con tacones altos y vestidos de lentejuelas de
color salvia. La gente aplaude, grita y silba. Me detuve, con una caja de
paraguas de cóctel en los brazos, el sudor goteando de mi frente, y los observé
con una sonrisa.
Mi decisión de comprar Madame Mayhem no fue accidental ni improvisada.
Surgió de mi deseo de promover la idea de que ser una criatura sexual no era
pecaminoso. El sexo no significaba suciedad. Podía ser casual y seguir siendo
bello. Mis bailarinas no eran strippers. No podías tocarlas, ni siquiera podías
respirar en su dirección sin que te echaran del local, pero ellas tomaban el
control de su sexualidad y hacían lo que les daba la gana.
Esto, en mi opinión, era la verdadera fuerza.
Cuando volví a la barra, eran casi las once. Sabía que tenía que terminar
pronto si quería llegar a casa antes de la medianoche, con tiempo suficiente
para ducharme, afeitarme las piernas y tener el aspecto de la pareja sexual
de Devon Whitehall.
—Ross —rugí por encima de la música, deslizándome por el suelo pegajoso
detrás de la barra y apuntando con una pistola de refrescos a un vaso,
preparando una coca-cola light con vodka para un caballero con traje—. Salgo
en diez minutos.
El pulgar de Ross se levantó en el aire para indicar que me había oído. Con
la otra mano tomó un billete de cincuenta dólares de una mujer apoyada en
la barra, cuyos pechos se desprendían de un sujetador deportivo amarillo
neón.
Estaba a punto de tomar una orden de un grupo de mujeres que llevaban
bandas de despedida de soltera (Dama de la Deshonra, Mala Influencia y
Borracha Designada). Cuando me incliné hacia delante para hacerlo, una
mano salió disparada hacia mí desde la oscuridad, agarrando mi antebrazo y
dándole un doloroso apretón.
Giré la cabeza en dirección a la mano y estaba a punto de apartar el brazo
cuando me di cuenta de que la persona unida a dicha mano me miraba con
la muerte en los ojos.
Su cara tenía tantas cicatrices que no podría adivinar su edad, aunque
quisiera. Una gran parte de ella estaba tatuada. Iba vestido de negro de los
pies a la cabeza y no se parecía en nada a la clientela habitual de este lugar.
Me dio vibraciones de Lucifer... y no me soltaba.
—Te sugiero que retires tu mano de mi brazo ahora mismo, a menos que no
te sientas especialmente unida a ella —siseé entre dientes apretados, con la
sangre hirviendo.
El hombre sonreía con una sonrisa horrible y podrida. No es que sus dientes
fueran malos. Al contrario, eran grandes, blancos y brillantes, como si se
hubiera sometido a una intervención dental recientemente. Era lo que había
detrás de él lo que me inquietaba.
—Tengo un mensaje que entregarte.
—Si es de Satanás, dile que venga a verme personalmente si tiene bolas —le
espeté, apartando el brazo con fuerza. Su mano cayó, y utilicé cada gramo de
mi autocontrol para no clavarle el cuchillo de limas.
—Te sugiero que escuches con atención, Emmabelle, a menos que quieras
que te pasen cosas muy malas.
—¿Quién lo dice? —Me reí.
—Si no...
Justo cuando empezó a hablar, una forma alta y elegante se materializó desde
las sombras del club, arrojando al hombre como si no pesara más que una
paja. Mi ofensor cicatrizado se desplomó en el suelo. Devon apareció en mi
línea de visión, vestido con un esmoquin de diseño, con el cabello engominado
hacia atrás y los pómulos afilados como cuchillas. Se paró sobre el hombre -
deliberadamente- frunciendo el ceño ante sus mocasines como si necesitara
limpiar la suciedad de ellos.
—Estaba en medio de algo —Le enseñé los dientes.
—Permíteme que no me compadezca.
—¿Eres capaz de sentir compasión?
—¿Generalmente? Sí. ¿Con las mujeres que me dejan esperando? No tanto.
Devon se inclinó sobre la barra con un rápido movimiento y me lanzó sobre
su hombro, dándose la vuelta y marchando hacia las puertas de entrada.
Levanté la vista y capté la expresión de Ross, congelado con una botella de
cerveza en una mano y un abridor en la otra.
—¿Debo llamar a seguridad? ¿A la policía? ¿A Sam Brennan? —cacareó Ross
desde el fondo del bar, por encima de la música. Devon no redujo la velocidad.
—No, está bien, lo mataré yo misma. Pero consigue los datos de este
cretino —Estaba a punto de señalar a Caracortada donde lo vi por última vez
en el suelo, solo para descubrir que había desaparecido.
No luché contra Devon. Ser cargada después de trabajar de pie durante seis
horas seguidas no era el peor castigo del mundo. En cambio, le lancé un
ataque verbal.
—¿Por qué estás vestido como un camarero elegante?
—Se llama traje. Es una forma apropiada de vestir. Aunque, deduzco que los
hombres que te gustan suelen llevar monos naranjas.
—¿Quién te lo ha dicho? ¿Persy? —chillé—. Solo me acosté con un ex convicto.
Y fue por un esquema Ponzi. Es muy parecido a acostarse con un político.
—Te estuve esperado —dijo rotundamente, su voz se volvió gélida.
—¿Por qué? —resoplé, resistiendo las ganas de pellizcarle el culo—. Ya te he
dicho que no voy a la ópera.
—No, no lo hiciste —dijo secamente, sus dedos se curvaron más
profundamente en la curva de mi culo—. Mi champán y mis entradas llegaron
sanos y salvos, y como no había tenido noticias tuyas, supuse que el plan era
quedar esta noche.
Eso era imposible. Le envié un mensaje.
Oh. Oh. El mensaje no debe haber llegado. Mi compañía celular tenía muy
mala recepción. Especialmente cuando estaba en el búnker subterráneo
llamado mi oficina.
—Te envié un mensaje. No lo recibiste. ¿Crees que toda esta farsa de macho
alfa me excita o algo así? —Dejé escapar un bufido. Porque, déjame decirte,
lo hacía absolutamente. No es que lo admitiera en voz alta. Pero, por Dios.
Hacía un minuto que no me manejaba con tanta confianza.
—No todos nos dedicamos al teatro para sobrevivir, mi querida Emmabelle.
Lo que pienses de mí no es en absoluto asunto mío —Devon salió de mi club
en la fresca y crujiente noche, caminando a grandes zancadas hacia su
auto—. Dices que quieres un hijo, pero también vas por ahí haciendo
malabares, bebiendo y trabajando hasta los huesos. Uno de nosotros sabe
cómo dejarte embarazada, y me temo que esa persona no eres tú.
El descaro de este imbécil. Me estaba dando explicaciones sobre el sexo.
Podría apuñalarlo si no estuviera, de hecho, un poco borracha y muy agotada
por el trabajo del día.
Devon abrió la puerta del pasajero de su Bentley verde oscuro, me metió
dentro y me abrochó el cinturón.
—Ahora dime quién era ese hombre. El que te sujetó el brazo.
Cerró la puerta y dio la vuelta al auto antes de que pudiera responder y se
deslizó a mi lado. Una ráfaga de su irresistible y rico aroma llegó hasta mí.
—No tengo ni idea. Estaba a punto de averiguarlo cuando entraste como un
trueno, dándome tu mejor imitación de El Complejo del Salvador.
—¿Es una ocurrencia ordinaria? ¿Los hombres te agarran en el
trabajo? —Arrancó el auto y se dirigió a mi apartamento por las calles
cubiertas de hielo. Mi corazón no tenía por qué saltarse un latido porque él
recordara mi dirección. Más vale que lo que pasaba en mi pecho fuera un
maldito soplo.
—¿Qué te parece? —dije con sorna.
—Creo que algunos hombres sienten que pueden tocarte por tu línea de
trabajo —respondió con sinceridad.
De hecho, ocurría a menudo. Sobre todo, cuando bailaba en la barra o subía
al escenario con mis bailarines. Pero sabía poner límites y poner a la gente en
su sitio.
—Es cierto —Sonreí—. Constantemente tengo que luchar contra los hombres.
¿Cómo crees que he desarrollado estos bebés? —Me besé los bíceps.
Cuando no dijo nada, abrí su guantera y empecé a rebuscar en su mierda. A
menudo hacía cosas así. Provocaba a la gente para que reaccionara. Podías
aprender mucho sobre los humanos por la forma en que se comportaban
cuando se enfadaban. Encontré un pequeño fósil grabado y lo saqué.
—No me impresiona lo que he visto esta noche —Devon, tan tranquilo como
el Dalai Lama me quitó el fósil de las manos y lo dejó entre nosotros.
—¡Dios mío, no lo estas! —Me pasé una mano por el escote, exhibiendo mi
mejor acento británico falso—. Por todos los cielos. Tengo que dejarlo ahora
mismo y hacerme institutriz o monja. Lo que sea de su gusto, milord.
—Eres exasperante —Se restregó el perfecto pómulo, exasperado.
—Y tú te interpusiste en mi camino —concluí, tomando de nuevo el pequeño
fósil y jugueteando con él—. Puedo luchar mis propias batallas, Devon.
—Apenas eres capaz de mantenerte con vida —Su expresión glacial me dijo
que no estaba siendo gracioso. Él realmente pensaba eso.
En mi edificio, Devon subió las escaleras hasta mi apartamento, en lugar de
utilizar el ascensor, llevándome todavía en brazos. Más rarezas. ¿Cómo es que
ninguno de sus superfans en esta ciudad se dio cuenta de lo raro que era?
—Hay un ascensor justo aquí. Bájeme, Sr. Cavernícola.
—Yo no hago eso —Su voz era cortada.
—¿No usas ascensores? —pregunté, saboreando la sensación de sus
abdominales y pectorales contra mi cuerpo.
—Correcto. O cualquier tipo de espacio reducido del que no pueda salir con
facilidad.
—¿Y los autos? ¿Aviones? —Ahí se fue mi sueño de la milla con alguien de la
realeza. Fue bueno mientras duró. Además: muy específico.
—La lógica dicta que use ambos, pero trato de alejarme de ellos siempre que
sea posible.
—¿Por qué? —Estaba desconcertada. Parecía un miedo tan irracional para
un hombre que era puro racionalismo.
Su pecho se estremeció con una risa. Me miró, divertido.
—Eso no es de tu incumbencia, cariño.
Cuando llegamos a mi apartamento, me sorprendió ver que Devon no tenía
ninguna prisa por quitarme la ropa y tener sexo salvaje y desenfrenado
conmigo. En su lugar, sacó un lote de documentos de un elegante maletín de
cuero y lo puso sobre la mesa de centro, tomando asiento. Me tiré en un
colorido sillón reclinable, mirándolo fijamente.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, aunque era bastante obvio que estaba
sacando suficientes documentos de papel como para hacer papel maché de
la Estatua de la Libertad, poniéndolos sobre la mesa.
Devon no se molestó en levantar la vista de los archivos.
—Atendiendo a nuestro contrato legalmente vinculante. Mientras tanto,
siéntete libre de ponerte al día con la ópera que te has perdido esta noche. La
bohème.
Me ofreció su teléfono, en el que ya estaba sonando una grabación.
—¿Cómo has entrado? Me enviaste dos entradas.
—Quería asegurarme de que tuvieras un repuesto en caso de que se perdiera
una, así que compré toda la fila.
Hijo de puta. Eso fue muy sensacional, pero de una manera muy estúpida,
porque él todavía trabajaba bajo la suposición de que yo no iba a tener mi
mierda junta.
Le arrebaté el teléfono de las manos.
—¿Cómo sabes que no revisaré tus mensajes?
—¿Cómo sabes que es mi teléfono personal y no el que utilizo para el
trabajo? —respondió con una palmada.
Le lancé una mirada de “no sé qué”. Porque, aparentemente, la diferencia de
edad entre nosotros no era suficiente. Tenía que actuar como un adolescente.
—Cuidado —Levantó la barbilla hacia el teléfono, sin inmutarse por mis
malas miradas.
—¿Lo has grabado todo?
No hay mucha gente que tenga la capacidad o el talento de escandalizarme,
pero esto lo hizo. Generalmente era yo quien armaba un escándalo.
Devon tomó un Sharpie rojo, leyendo el material que tenía delante, sin dejar
de prestarme atención.
—Correcto.
—¿Pero por qué? Te he fastidiado.
—Y estoy a punto de follarte sin sentido. ¿Qué quieres decir? —Su cara
impalpable no vaciló—. Ahora, por favor, mira la ópera mientras leo el
contrato una vez más.
Durante los siguientes cuarenta minutos, hice precisamente eso. Observé la
ópera mientras él trabajaba. Los primeros diez minutos, le robé miradas. Fue
agradable, sabiendo que estaba a punto de estar bajo este potente y
sofisticado hombre.
Pero a los diez minutos de la ópera, sucedió algo extraño. Empecé a... bueno,
a meterme en ella. La bohème era una historia sobre una pobre costurera y
sus amigos artistas. Todo estaba en italiano y, aunque no sabía ni una
palabra del idioma, sentía todo lo que sentía la heroína. Había poder en ella.
La forma en que la música tiraba de mis emociones como si yo fuera una
marioneta en una cuerda.
En algún momento, Devon me quitó el teléfono de la mano y se lo volvió a
meter en el bolsillo. Ahora estaba sentado más cerca de mí.
—¡Oye! —Le envié una mirada asesina—. Estaba en medio de algo. Mimi y
Rodolfo decidieron quedarse juntos hasta la primavera.
—El final es exquisito —me aseguró, sacando una pluma de aspecto caro de
su maletín—. Te habría encantado, si me hubieras acompañado a la ópera.
—Quiero ver el final.
—Juega bien tus cartas y lo harás. Repasemos juntos el contrato.
—¿Y entonces? —Levanté una ceja, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Y entonces, mi querida Emmabelle —sonrió diabólicamente—. Voy a follar
tus sesos.
10En inglés americano significa “pants” significa pantalones y en británico significa ropa interior. A
su vez, ropa interior se dice “underwear” en inglés americano. Y pantalones en inglés británico se
dice “trousers”
—Amigo. No te voy a necesitar hasta el mes que viene, si es que lo hago.
Comparte tu horario con alguien que se preocupe.
Lo empujé hacia la puerta principal. Normalmente, mover a un hombre alto
y de su tamaño no era tan fácil. Pero como sus pantalones estaban todavía a
medio hacer, perdió el equilibrio y tropezó un poco hacia atrás.
—Eres tan refinada como un gato callejero —dijo con gran satisfacción.
—No fui yo quien lanzó a una persona medio dormida a una ducha fría —Le
di otro empujón.
Hizo el ademán de fingir que me mordía la mano mientras le empujaba.
—No me arrepiento de nada, Sweven. Ha sido un placer follar contigo.
—Y una sola vez —le recordé, abriendo la puerta detrás de él y dándole un
último empujón—. Además, no intentes convertir a Sweven en algo. No somos
esa clase de personas.
Fuera, en el pasillo común, a medio vestir y riendo con rudeza, todavía
saltando de un lado a otro mientras se ponía los pantalones, me dedicó la
sonrisa más demoledora que jamás había visto. Tuve que recordarme a mí
misma que era un coqueto y un libertino. Un hombre que, a pesar de su
hermosa cara, tenía un feo historial con las damas.
—No sabes qué clase de persona soy. Pero estás a punto de descubrirlo.
La mala noticia fue que accidentalmente había llegado al funeral de mi padre.
La buena noticia fue que estaba tan feliz de ver a mamá y Cece, ni siquiera el
hecho de que estuviera allí honrando a mi padre logró poner un freno a mi
estado de ánimo.
El plan original era llegar un día después del funeral. Deben haber llevado a
cabo el funeral un día antes, ya que ya no necesitaban acomodar mi horario.
Me presenté durante el último acto, cuando el ataúd fue bajado al suelo.
Mi padre fue enterrado en la parte trasera del castillo de Whitehall Court,
junto a una iglesia desierta, donde sus antepasados habían sido enterrados.
Donde, presumiblemente, algún día descansaría por la eternidad también.
La casa de mi infancia era una gran fortaleza. Con torretas de estilo medieval,
arquitectura neogótica, granito y mármol, y una cantidad impía de ventanas
arqueadas. El castillo estaba rodeado por un jardín en forma de herradura en
la parte delantera y una antigua iglesia fuera de servicio en la parte posterior.
Había dos graneros, cuatro cabañas de sirvientes y un sendero bien cuidado
que conducía a un bosque salvaje.
En un día claro, se podía ver la costa francesa desde la azotea del castillo de
Whitehall Court. Los recuerdos de mi yo más joven, delgado y bronceado,
desafiando al sol a quemarme vivo y derretirme en la piedra sobre la que me
había acostado, se persiguieron unos a otros en mi cabeza.
Caminé hacia el denso grupo de personas vestidas de negro, marcando
mentalmente la lista de asistencia en mi cabeza.
Mamá estaba allí, delicada y digna como siempre, acariciando su nariz con
un fajo de pañuelos.
Mi hermana, Cecilia, estaba allí con su esposo Drew Hasting, a quien había
conocido varias veces cuando me visitaron en los Estados Unidos. Aunque
me salté su boda en Kent, me aseguré de regalarle a la pareja un encantador
estudio en Manhattan para que pudieran visitarme regularmente.
Cecilia y Drew eran regordetes y altos. Supongo que, a simple vista, parecían
gemelos. Se pararon hombro con hombro, pero no se reconocieron. Aunque
me había esforzado mucho por gustarme Hasting por el bien de mi hermana,
no podía ignorar lo asombrosamente poco impresionante que era todo su ser.
Si bien provenía de un buen pedigrí y una familia altamente conectada, había
sido conocido en los clubes de caballeros en Inglaterra como un hombre
bastante aburrido e ingenioso que no podía aferrarse a un trabajo si uno se
encadenaba a su pierna.
Byron y Benedict estaban de pie en el otro extremo de la multitud. Tenían
alrededor de cuarenta años, ambos luciendo hinchados y arrugados. Era
como si hubieran pasado cada momento de vigilia desde que dejé bebiendo y
fumar en su estado actual.
Y luego estaba Louisa Butchart.
A los treinta y nueve años, Louisa había logrado ser agradable a la vista. Tenía
el cabello tan oscuro como mi alma, corto y brillante, labios escarlata, y una
estructura ósea fina y elegante. Su figura recortada estaba vestida con un
abrigo negro de doble pecho.
Una mujer que cualquier hombre respetable de mi posición y título querría
en su brazo.
Tenía que admitir que, si no fuera por el hecho de que necesitaba rechazarla
por principio, Louisa seguramente haría muy feliz a un hombre como yo algún
día.
Metí un rollie en el costado de mi boca y lo encendí mientras me dirigía al
enorme agujero en la exuberante hierba verde. Me detuve cuando mi pecho
chocó con la espalda de Cecilia. Me incliné hacia adelante, mis labios
encontraron su oreja.
—Hola, Hermana.
Cecilia se volvió hacia mí, sus ojos azules nadando con conmoción. Mantuve
mi mirada en el ataúd mientras poco a poco, montones de tierra lo ocultaban
de la vista. Por un momento, fui muy consciente del hecho de que la atención
de todos se había desviado del ataúd y se había centrado en mí. No podía
culparlos. Probablemente pensaron que era un holograma.
—¡Devvie! —Cecilia arrojó sus brazos sobre mis hombros, enterrando su
rostro en mi cuello—. ¡Cómo te hemos extrañado! Mamá dijo que no estarías
aquí hasta mañana.
Envolví mis brazos alrededor de ella, besando la parte superior de su cabeza.
—Encantadora chica, siempre estaré aquí para ti.
Incluso si tengo que honrar al wanker11 que me dio la vida.
—Dios mío. ¡Casi tuve un ataque al corazón! —Madre gritó. Ella cojeó hacia
mí, sus tacones se hundieron en el suelo fangoso. El aire olía a lluvia inglesa.
Como en casa. La recogí en mis brazos y la apreté, besando su mejilla.
—Mami.
11 Imbécil
Los dolientes comenzaron a amontonarse hacia nosotros, miradas curiosas
en sus rostros. Me hizo estar muy contento, sabiendo que una vez más le
había robado el protagonismo a Edwin, incluso en su último viaje.
Mamá levantó la cabeza hacia atrás, colocando sus palmas congeladas en mis
mejillas, las lágrimas haciendo que sus ojos brillaran.
—Eres tan guapo. Y tan... ¡tan alto! Sigo olvidando tu cara si no te veo en
unos meses.
A pesar de mí mismo, algo entre una queja y una risa se me escapó.
Había sido tan inflexible en no regresar a Inglaterra mientras mi padre
estuviera vivo, que casi olvidé cuánto había extrañado a mi madre y Cecilia.
—¿Te las arreglaste para hacerlo? Bien por ti, compañero. —Drew me
aplaudió.
Todavía abrazando a mi madre, sentí una mano vacilante en mi brazo.
Cuando giré la cabeza, atrapé a Cecilia sonriendo tímidamente, su piel
rosada, frágil como un vidrio de bombilla.
—Te he extrañado, hermano —dijo en voz baja.
—Cece —gruñí, casi con dolor. Salí del abrazo con mi madre y reuní a mi
hermana en mis brazos. Sus rizos amarillos me hacían cosquillas en la nariz.
Me sorprendió descubrir que todavía olía a manzanas verdes, al invierno y al
bosque. De una infancia con demasiadas reglas y muy pocas risas.
El arrepentimiento me abrió.
Casi había abandonado a mi hermana menor. La dejé a su suerte cuando era
adolescente.
Mamá tenía razón. Volver a Inglaterra resurgió viejos recuerdos y problemas
no resueltos.
—¿Te quedarás por un tiempo? —Cece suplicó.
—Me quedo unos días —Le acaricié el cabello, mirando por encima de la parte
superior de su cabeza y haciendo contacto visual con Drew, quien se movió
inquieto, luciendo cualquier cosa menos feliz de tener otro hombre en la
casa—. Al menos —agregué significativamente.
Ella tembló en mis brazos, y de repente, me puse furioso conmigo mismo por
no estar más involucrado en su vida. Al crecer, ella siempre me había
necesitado, y yo siempre estaba allí. Sin embargo, de alguna manera mi odio
hacia mi padre me hizo extrañar su boda hace tres años.
—¿Estás contento con él? —Articule en su cabello para que solo ella pudiera
oírme.
—Yo… —empezó.
—Bueno, bueno —dijo Benedict, con Byron pisándole los talones. Me apretó
el hombro—. Pensé que vería volar a los cerdos antes de ver a Devon Whitehall
en suelo británico.
Me desconecté de Cecilia, estrechando su mano y la de su hermano.
—Mis disculpas, pero los únicos cerdos que conozco están aquí en la tierra,
y parece que podrían usar un viaje a rehabilitación.
La sonrisa de Benedict se derrumbó.
—Muy divertido. —Apretó los dientes—. Tengo problemas de tiroides, para tu
información.
—¿Y tú, Byron? —Me volví hacia su hermano—. ¿Qué problemas te impiden
parecer un miembro sobrio y funcional de la sociedad?
—No todos somos tan vanidosos como para importarnos tanto su apariencia.
Escuché que ahora eres un millonario hecho a sí mismo —Byron alisó su traje
con la mano.
Rematé a mi cigarrillo y tiré la colilla hacia la tumba.
—Me las arreglo.
—Ser conocido por tus logros es un trabajo muy duro. Mejor ser conocido por
tu apellido y herencia. —Benedict cacareó—. De cualquier manera, es bueno
tenerte de vuelta.
La cosa era que no había vuelto. Yo era solo un visitante. Un espectador en
una vida que ya no era la mía.
Había construido una vida en otro lugar. Estaba ligado a la familia
Fitzpatrick, que me tomó bajo su ala. Con mi bufete de abogados, y mi
esgrima, y las mujeres que cortejé. Con un nuevo giro en mi historia,
Emmabelle Penrose, una chica que tenía más demonios que vestidos en su
armario.
Mientras la gente me envolvía desde todas las direcciones, exigiendo escuchar
sobre mi vida en Estados Unidos, mis compañeros, mis socios, mis clientes,
mis conquistas, noté que solo una persona se mantenía alejada, al otro lado
de la tumba poco profunda llena de tierra.
Louisa Butchart me estudió desde una distancia segura bajo sus pestañas.
Su boca estaba enroscada en un ligero fruncido, su espalda arqueada, como
si hiciera alarde de sus nuevos activos.
—Ven ahora —Madre ató mi brazo en el suyo, tirando de mí hacia la extensa
mansión—. Tendrás mucho tiempo para hablar con Lou. No puedo esperar
para mostrarte a todos los sirvientes.
Pero no había nada que discutir.
Le debía una disculpa a Louisa Butchart.
Y nada más.
Una hora más tarde, me senté en una gran mesa en uno de los dos comedores
del castillo de Whitehall Court. Yo estaba a la cabeza de la mesa. Mi familia y
amigos de la infancia me rodeaban.
Me sorprendió cómo nada había cambiado en los años que me había ido.
Hasta la alfombra a cuadros, muebles de madera tallada, candelabros y papel
tapiz floral. Las paredes estaban empapadas de recuerdos.
Coma sus verduras o termine en el montacargas.
Pero, papá...
No papá. Ningún hijo mío crecerá para ser regordete y suave como los hijos de
Butcharts. Coma todas sus verduras ahora, o está pasando la noche en la caja.
¡Vomitaré si lo hago!
Igual de bien. Vomitar le haría bien a tu corpulenta figura.
Mientras miraba a mí alrededor, no pude evitar sentir lástima por Cece y mi
madre, incluso más de lo que era para mí. Al menos fui y me construí otra
vida. Se quedaron aquí, agobiadas por el temperamento horrible de mi padre
y las demandas interminables.
—Así que, Devon, cuéntanos todo sobre tu vida en Boston. ¿Es tan terrible y
gris como dicen? —Byron exigió, masticando en voz alta el shepherd’s pie y el
pastel de carne—. He oído que no es muy diferente de Birmingham.
—Supongo que la persona que te dijo eso nunca ha estado en ninguno de los
dos —dije, tragando un trozo de pastel de pastor sin probarlo—. Prefiero
disfrutar de las cuatro estaciones de la ciudad, así como de los
establecimientos culturales —Los establecimientos culturales eran el club de
caballeros de Sam, en el que jugaba, practicaba esgrima y fumaba hasta la
muerte.
—¿Y qué hay de las mujeres? —Benedict sondeó, hasta bien entrada su
quinta copa de vino—. ¿Cómo se posicionan en comparación con Inglaterra?
Mis ojos se encontraron con los de Louisa desde el otro lado de la mesa. Ella
no rehuyó mi mirada, pero tampoco ofreció ningún tipo de emoción.
—Las mujeres son mujeres. Son divertidas, necesarias y una mala inversión
financiera en general —murmure. Tenía la esperanza de transmitir que seguía
siendo el mismo maldito mujeriego, no bueno, que se había escapado de
Inglaterra para evitar el matrimonio.
Benedict se rio.
—Bueno, si nadie va a dirigirse al elefante en la habitación, también podría
hacerlo yo mismo. Devon, ¿no tienes nada que decirle a nuestra querida
hermana después de dejarla plantada? Cuatro años, ella te esperó.
—Benedict, basta —espetó Louisa, inclinando la barbilla hacia arriba con
sorna—. ¿Dónde están tus modales?
—¿Dónde están los suyos? —gritó—. Alguien tiene que llamarlo por esto, ya
que mamá y papá no pueden.
—¿Dónde está el duque de Salisbury y su esposa? —pregunté, dándome
cuenta de que por primera vez no habían asistido al funeral.
Hubo un latido de silencio antes de que mi madre se aclarara la garganta.
—Fallecieron, me temo. Un accidente automovilístico.
Cristo. ¿Por qué no me lo había dicho?
—Mis condolencias —dije, mirando a Louisa en lugar de a sus hermanos, a
quienes todavía no había considerado en la misma escala evolutiva que yo.
—Estas cosas suceden —Byron agitó una mano desdeñosa. Claramente,
estaba demasiado enamorado de ser duque en estos días como para
preocuparse por el precio de su nuevo título.
Hubo otro silencio de corta duración antes de que Benedict volviera a hablar.
—Ella le había dicho a todos sus amigos que volverías con ella, ya sabes.
Louisa. Pobre pajarito fue a ver lugares para fiestas de compromiso en todo
Londres.
Louisa se mordió la mejilla interior, girando su copa de vino y mirándola sin
beber. Quería arrastrarla a un lugar aislado y privado. Para disculparme por
el desastre que había creado en su vida. Para asegurarle que me jodí tanto
como la jodí a ella.
—Gawd, ¿te acuerdas? —Byron cacareó, abofeteando la espalda de su
hermano—. Incluso eligió un anillo de compromiso y todo. Consiguió que
nuestro padre lo pagara porque no quería que pensaras que era demasiado
exigente. La engañaste adecuadamente, compañero.
—Esa no era mi intención —dije con los dientes apretados, sin encontrar
apetito por mi plato ni por la compañía—. Los dos éramos niños.
—Creo que esto es algo que Devon y Louisa abordarán en privado. —Mi madre
se golpeó las comisuras de la boca con una servilleta, aunque no había rastro
de comida en su rostro—. Es inapropiado abordar este asunto en compañía,
sin mencionar en la cena fúnebre de mi esposo.
—Además, hay mucho más de qué hablar —exclamó Drew, el esposo de Cece,
con falsa emoción, sonriéndome—. Devon, tenía la intención de preguntar:
¿cuáles son tus pensamientos sobre el auge hipotecario de Gran Bretaña? El
riesgo de inflación es bastante alto, ¿no lo reconoces?
Abrí la boca para responder, cuando Byron cortó la conversación, levantando
su copa de vino en el aire como un emperador tiránico.
—Por favor, a nadie le importa el mercado de la vivienda. Estás hablando con
personas que ni siquiera saben cómo deletrear la palabra hipoteca, y mucho
menos que alguna vez tuvieron que pagar una. —Golpeó la copa de vino sobre
la mesa, su contenido rojo carmín se derramó sobre el mantel blanco—. En
cambio, ¿por qué no hablamos de todas las promesas que Devon Whitehall
no ha cumplido a lo largo de los años? A nuestra hermana. A su familia. Cómo
la realidad finalmente ha alcanzado a Lord Handsome, y ahora necesita hacer
algunas concesiones serias si quiere mantener lo que queda de su vida
anterior.
Louisa se puso de pie y golpeó su servilleta sobre su plato aún lleno.
—Si me disculpas —Su voz temblaba, pero su compostura seguía siendo
perfecta—. La comida fue fantástica, señora Whitehall, pero me temo que la
compañía de mis hermanos no lo fue. Lamento terriblemente tu pérdida.
Se dio la vuelta y se alejó.
Mi madre y yo intercambiamos miradas.
Sabía que necesitaba rectificar la situación, a pesar de que no fui yo quien la
creó.
Pero primero, tenía que lidiar con los dos payasos que ocupaban mi mesa.
Fulminé con la mirada a Benedict y Byron con una mirada feroz.
—Si bien simpatizo con la reciente pérdida de tus padres, esta es la última
vez que me hablas de esta manera. Nos guste o no, soy el señor de la mansión.
Elijo a quién entretener y, lo que es más importante, a quién no entretener.
Has cruzado la línea y has hecho que tu hermana y mi madre se molesten.
La próxima vez que hagas esto, te encontrarás con una bala en el trasero.
Puede que sea un libertino de pocos escrúpulos, pero como todos sabemos,
soy un maldito buen tirador, y sus culos son un blanco fácil.
Las sonrisas engreídas de Byron y Benedict se evaporaron en el aire,
reemplazadas por ceños fruncidos.
Me puse de pie e irrumpí en la dirección en la que iba Louisa. A mis espaldas,
escuché a los hermanos Butchart gritar una disculpa a medias sobre su
comportamiento, culpando al vino por sus malos modales.
Encontré a Louisa en mi antiguo invernadero acristalado, rodeada de plantas
exóticas, grandes ventanales y madera de color menta. Sus dedos se movieron
sobre una variedad de rosas de colores en un jarrón caro. Un regalo de un
vizconde francés, que data del siglo XIX.
En lugar de tocar los pétalos aterciopelados, Louisa jugó con las espinas. Me
quedé en el umbral asombrado. Me recordó a Emmabelle. Una mujer que
estaba más encantada por el dolor de una cosa hermosa que por el placer que
ofrecía.
Louisa pinchó la punta de su dedo índice. Se retiró de la espina sin prisa,
chupando la sangre, sin mostrar signos de angustia.
Cerré la puerta detrás de mí.
—Louisa.
No levantó la vista, su cuello se volvió hacia abajo como un elegante cisne.
—Devon.
—Creo que una disculpa está en orden —Enrollé un dedo a lo largo de un
panel de madera, encontrando que estaba en capas con una gruesa manta de
polvo. Dios mío. El castillo de Whitehall Court solía ser impecable. ¿Mi madre
y Cece tenían problemas de dinero?
—¿A mí o a tu familia? —Louisa volvió a acariciar las espinas, y me encontré
incapaz de apartar la vista de ella.
Parecía tan tranquila. Aceptando tan fácilmente, incluso después de todos
estos años.
Me adentré más profundamente en la habitación, la humedad abrumadora y
la fuerte dulzura de las flores me asfixiaban.
—Ambos, supongo.
—Bueno, considérate perdonado por mí. No soy de los que guardan rencor.
Aunque no estoy muy segura de que se pueda decir lo mismo de Cece y
Úrsula.
—Nos llevamos bien —recorté con sutileza.
—Eso puede ser así, pero han estado muy solas y tristes desde que te fuiste.
Mi garganta se obstruyó con autodesprecio.
—¿Cuál es la situación con mi hermana y mi madre? —pregunté, tomando
asiento frente a ella en el reposabrazos de un sofá tapizado verde—. Cada vez
que las veo, se ven felices y contentas con sus vidas.
Por otra parte, hice un hábito de alojarlas en los mejores apartamentos,
llevarlas a los mejores restaurantes y tratarlas con las juergas de compras
más lujosas cada vez que venían de visita.
—El Sr. Hasting está positivamente quebrado. No tiene ni un centavo a su
nombre y no ha estado tirando de su peso en esta casa, que, ahora que el
dinero de tu padre está retenido en el testamento, podría plantear un
problema. —Louisa frunció sus delicadas cejas, rozando una espina con su
dedo picado—. Cece es bastante miserable con él, pero siente que es
demasiado vieja y no es lo suficientemente bonita o lograda como para
divorciarse de él y buscar a otra persona. Tu madre y Edwin tuvieron un
matrimonio menos que ideal, y sospecho que ella ha estado muy sola,
especialmente en la última década.
Me puse de pie, deambulando contra el vidrio y apoyando un codo contra él.
Una bandada de patos se paseaba por el césped.
—¿Mamá tiene algún apoyo?
¿Cómo no supe la respuesta a mi propia pregunta?
—Ella ha dejado de recibir llamadas sociales en los últimos años. Parece
inútil. Con su hija menor casada con un tonto, y su hijo mayor siendo el
libertino más infame que Gran Bretaña ha producido, nunca tiene buenas
noticias que compartir. Aunque trato de visitarla cada vez que estoy en Kent.
Incluso cuando dijo esto, Louisa no sonó particularmente acusadora o
antagónica. Ella era exactamente lo contrario de Emmabelle Penrose. Suave
y flexible.
—Cece nunca tuvo hijos —reflexioné.
—No —Louisa vino a pararse frente a mí, con su modesto escote presionando
contra mi pecho. Noté que sus dedos estaban llenos de carne rota, magullada
por espinas—. Dudo que Hasting tenga un gusto por algo más que el juego y
la caza. Los niños no ocupan un lugar destacado en su lista de tareas
pendientes.
Su cuerpo presionó más fuerte contra el mío. El juego había cambiado entre
nosotros, y Louisa ya no era la tímida niña que me había rogado que le
arrojara migajas de atención a su manera.
Huye de nuevo, dijeron sus ojos, si te atreves.
Ninguna parte de mí quería moverse. Era atractiva, atenta e interesada. Pero
no podía quitarme la mente de Sweven. La mujer que se coló en mis sueños
como un ladrón, inundándolos de deseo y necesidad.
—¿Y qué hay de ti, Lou? —Enrosqué mis dedos alrededor de la parte posterior
de su cuello y la alejé un centímetro de mí. Su piel pinchada con piel de gallina
bajo mi tacto—. Escuché que perdiste a tu prometido. Lo siento.
—Sí, bueno —Louisa se lamió los labios, alisando mi traje con una risa
oscura—. Supongo que se podría decir que nunca he tenido la mejor de las
suertes cuando se trata de hombres.
—Lo que nos pasó no tuvo nada que ver con la suerte. Yo era un wanker
egoísta que huía de la responsabilidad. Siempre fuiste colateral, nunca el
objetivo principal.
—Nunca guardé rencor, ya sabes, —murmuró, con la voz tranquila, recogida.
Me sorprendió. Imaginé que las cabezas rodarían si estuviera en su
posición—. La ira parece un sentimiento tan derrochador. Nunca sale nada
bueno de eso.
—Esa es una forma encantadora de ver las cosas. —Sonreí gravemente,
pensando: Si la gente soltara su ira, nosotros los abogados nos quedaríamos
sin trabajo.
—Has vuelto ahora —Sus ojos oscuros se encontraron con los míos,
retándome de nuevo.
Tomé su mano, que estaba en mi pecho, cerca de mi corazón, y presioné sus
nudillos fríos contra mis cálidos labios. —No para bien. —Sacudí la cabeza,
mi mirada sostenía la de ella—. Nunca para siempre.
—Nunca digas nunca, Devon.
13Cilindro pequeño y delgado (de unos 8 centímetros de longitud y unos 8 milímetros de grosor)
hecho con tabaco picado y envuelto en un papel especial muy fino que se fuma quemándolo por un
extremo y aspirando el humo por el otro; los que se venden ya liados suelen tener un filtro en el
extremo por el que se aspira.
-y a veces especialmente- no te llevas bien con ellos. Te recuerda tu propia
mortalidad. Vivir es un asunto desordenado.
—También lo es tu escritorio —comenté, dispuesto a cambiar de tema—. ¿Por
qué parece que ha explotado una sucursal de Office Depot por todas partes?
Ella soltó una carcajada.
—Soy una persona desordenada, Devon. Bienvenido a mi vida.
—Eso no es cierto. —Me giré hacia delante, quitando mis mocasines de su
escritorio y rebuscando entre los sobres arrugados y manchados que había
en él—. Tu eres muy calculadora y motivada. Tienes una valla publicitaria de
cuatro metros de altura en la que te bañas en una enorme copa de champán
y un negocio que podrías vender mañana mismo y vivir cómodamente. Sin
embargo, aquí hay montones y montones de cartas sin abrir. Guíame por tu
lógica.
Para reforzar mi afirmación, levanté un lote de una docena de sobres en el
aire. Todos parecían escritos a mano y dirigidos a ella personalmente. Sweven
me los arrebató de la mano y los dejó caer en la papelera que teníamos debajo.
Una sonrisa de bruja le marcó el rostro. Sabía que había dado en el clavo.
—¿Por qué debería hacerlo? No son facturas; a diferencia de algunos
dinosaurios que utilizan el fax, yo pago las mías por Internet. Y no son de
amigos, porque ellos levantarían el teléfono y me llamarían. El 99% de estas
cartas las escriben lunáticos ultraconservadores que quieren informarme de
que voy a arder en el infierno por dirigir un club de burlesque. ¿Por qué iba a
pasar por eso?
—¿Eso es todo lo que son estas cartas? —presioné—. ¿Cartas de odio?
—Todas y cada una de ellas —Recogió otro lote, sacando uno de los papeles
de un sobre. Se aclaró la garganta teatralmente y empezó a leer:
—Estimada Sra. Penrose,
» Me llamo Howard Garrett, y soy un mecánico de sesenta y dos años de
Telegraph Hill. Le escribo hoy con la esperanza de que cambie sus costumbres
y vea la luz, ya que la considero el único responsable de la corrupción y la
venalidad -escribió mal la venalidad- de nuestra juventud.
» Mi nieta visitó su establecimiento el otro día después de ver un anuncio con
mujeres desnudas en una revista local. Tres días después, llegó a mi casa para
informarme de que ahora era gay. ¿Una coincidencia? No lo creo. La
homosexualidad es, en caso de que no lo sepas, un acto de guerra contra Dios...
¿debo continuar...? —apoyó su barbilla en los nudillos, con una mirada
falsamente angélica en su rostro— ¿...o tu cerebro hizo un cortocircuito?
—Suena como si fuera de la Edad de Piedra.
—Tal vez sean vecinos —Sonrió.
—Hay docenas de cartas aquí. ¿Son todas de viejos religiosos que se quejan
del sexo? —presioné.
Belle era una cesta llena de complicaciones. Su trabajo, su personalidad, su
actitud. Y, sin embargo, no podía encontrar en mí la posibilidad de echarme
atrás en nuestro acuerdo.
—Sí, estoy segura. —Belle frunció el ceño, arrancó el cigarrillo de entre mis
dedos, le dio una calada y me lo devolvió—. Soy una chica grande. Puedo
cuidarme sola.
—Que te cuiden no es un pecado.
—Lo sé —Me sonrió diabólicamente con un guiño—. Si lo fuera, estaría por
todas partes.
—¿Sabías que hay un pájaro llamado picozapato que se parece increíblemente
a Severus Snape?
—¿Sabías que los ciervos de agua chinos se parecen a Bambi después de
haberse puesto un nuevo bigote? —Me devolvió la sonrisa y, así, se acabó la
tensión entre nosotros.
El teléfono de Belle empezó a bailar sobre el escritorio, parpadeando en verde
con una llamada entrante. Ella estiró el cuello para ver el nombre en la
pantalla, dejó escapar un suspiro y lo contestó.
—Hola.
Se bajó del escritorio y corrió lo más lejos posible de mí en la pequeña oficina.
Me di cuenta de que no quería que me quedara durante esta conversación, lo
que naturalmente me hizo buscar un lugar aún más cómodo para poder
escuchar con atención.
—Sí, estoy bien, gracias. ¿Y tú? —preguntó secamente.
Me sorprendió lo flexible y educada que sonaba. No era ella misma. No había
ni rastro de la bola de fuego que se burlaba de mí hace un segundo.
Se detuvo frente a un grupo de fotos pegadas en un tablero de corcho junto a
la ventana, tocando distraídamente los coloridos alfileres. Parecían ser los
miembros de su familia, aunque no podía verlos desde lejos.
—Ahora es un buen momento. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? —preguntó.
Hubo una pausa mientras escuchaba a la persona en la otra línea y luego
respondió con una risa incómoda.
—Sí, bueno, dile que acepto su invitación. ¿Qué vino debo llevar?
Pausa.
—Sí, seguro que todo está bien. Solo estoy en el trabajo.
Pausa.
—Ocupada.
Pausa.
—Te he comprado todo el material de pesca. No, no tienes que pagarme.
Somos familia. Los llevaré cuando vaya.
Algo en su intercambio con la misteriosa persona hizo que mi sangre se
convirtiera en hielo. Sonaba extraña, lejana. Se despojó de su personalidad
como una serpiente antes de atender la llamada.
Finalmente colgó, acomodando su cabello distraídamente.
—¿Quién era?
—Mi padre. —Se dirigió a la puerta, abriéndola de golpe. Inclinó la cabeza en
su dirección—. Fuera.
—¿Tus padres siguen juntos? —pregunté, sin prisa por dejar mi lugar detrás
de su escritorio. Los había conocido en algunos actos familiares, como la boda
de Cillian y Persy y los bautizos de sus hijos, pero nunca había prestado
mucha atención a ninguno de ellos. Eran, en efecto, tan aburridos como
extraordinaria era su hija.
—Felizmente —Golpeó el pie con impaciencia—. Pero esa es otra historia, para
contársela a alguien de quien soy realmente, ya sabes, amiga. Ya hemos
terminado, Devon. Vete.
Me tomé mi dulce tiempo para levantarme solo para fastidiarla,
preguntándome por millonésima vez por qué estaba haciendo esto. Sí, ella era
impresionante, inteligente y de carácter fuerte. Pero también era
absolutamente horrible para mí y para cualquier otro hombre con el que me
hubiera cruzado. No había forma de descongelarla. Incluso cuando
estábamos físicamente juntos, ella estaba tan lejos que bien podría haber
estado en la luna.
—Puede que su matrimonio sea feliz, pero su hija no lo es cada vez que la
llama —dije, dirigiéndome hacia la puerta.
Belle se abalanzó sobre el umbral, bloqueando mi salida. Una sonrisa
venenosa y dolorosa se dibujó en sus labios.
—Ah, Devvie. Me olvidé de decir que no se hablará de la familia.
Sonriendo -no debería haberme empujado- me di la vuelta y me acerqué al
tablón de anuncios, entrecerrando los ojos para verlo mejor. Mi especialidad
era hurgar en los talones de Aquiles de la gente hasta que gritaran la verdad.
No quería hacérselo a ella -no era una clienta-, pero Belle también era una
mujer que sabía cómo apretar todos mis botones. Y no había muchos.
Mi sospecha resultó ser correcta.
Emmabelle tenía fotos de todos los miembros de su familia: su madre, su
hermana, sus sobrinos e incluso algunas fotos de esa banshee pelirroja a la
que llamaba amiga, Sailor.
Pero ninguna de su padre.
—La teoría del problema de papá se está calentando, Sweven, —dije de
camino a la puerta.
—Sí, bueno, tal vez no soy el único con problemas con su padre. Pareces
demasiado contento de que tu padre haya muerto.
—La fiesta es mañana por la noche. Ponte algo divertido —respondí.
—Wowza14. No soy adivino, pero veo mucha terapia en tu futuro, amigo.
—Estoy perfectamente bien con cómo he salido. Tú, sin embargo, tienes un
gran secreto, Emmabelle, y no te equivoques. Voy a descubrirlo.
Como siempre, dio un portazo en cuanto salí de ella.
Como siempre, me reí.
Embarazada.
El jadeo que salió de mi garganta hizo temblar las paredes. Estaba segura de
ello. Había alegría, miedo y placer en ello.
Estaba embarazada.
Iba a ser madre.
Esto estaba sucediendo.
Tal vez. El problema no era solo concebir, sino mantener al bebé, ¿recuerdas?
advirtió una voz en mi interior.
Durante unos instantes, no supe qué hacer conmigo misma. Me paseé por el
pequeño cuarto de baño, me detuve junto al espejo del lavabo y me pellizqué
las mejillas, gritando en silencio como Macaulay Culkin en Mi pequeño
angelito.
Una madre.
Yo.
No iba a necesitar a nadie más.
Nadie más que mi bebé. Íbamos a estar ahí el uno para el otro. Por fin iba a
tener a otra persona a la que cuidar, alguien que se ocuparía de mí como lo
hicimos Persy y yo antes de que se casara con Cillian y formara su propia y
unida familia.
Después de recomponerme, tomé una foto de la prueba de embarazo y se la
envié a Devon. No hacía falta un pie de foto. Quería ver su reacción.
Las dos V azules que indicaban que Devon había recibido y abierto el mensaje
aparecieron en la pantalla.
Luego... nada.
Diez segundos.
Veinte segundos.
Después de la marca de treinta segundos, empecé a sentirme incómoda. Casi
a la defensiva.
¿Cuál era su problema?
Empecé a escribir un mensaje mordaz, con muchas palabrotas y una buena
dosis de acusaciones, cuando apareció una llamada en mi pantalla.
Devon Whitehall
Me aclaré la garganta, adoptando su tono soso y molesto.
—¿Qué honda?
—Hacemos un buen equipo, Sweven. —La risa de Devon resonó desde el otro
lado de la línea, llegando a la boca de mi estómago. Hizo una parada en mi
corazón, haciendo que mi pulso tartamudeara de forma irregular.
No esperaba la alegría en su voz. No esperaba ningún tipo de sentimiento de
esta estatua de Adonis que es un hombre.
—Quiero decir, hemos trabajado mucho y muy duro en esto —dije con sorna.
—No te olvides lo grueso —Lo escuche encender un cigarrillo.
—Nunca podría olvidar la parte gruesa. Es la cosa por la que te recordaré
cuando sea vieja y arrugada y tú estés muerto hace tiempo y enterrado junto
a tu amado fax.
—La máquina de fax es incinerada. Quiere que sus cenizas se esparzan en el
océano, y sabes que no puedo negarme. —Maldita sea, era gracioso, de una
manera extraña.
—Un bebé —susurré de nuevo, sacudiendo la cabeza—. ¿Puedes creerlo?
—Todavía lo estoy digiriendo —Se rio. Pero no parecía tan abrumado como
yo, para bien o para mal—. Bueno, ha sido un placer hacer negocios con
usted. —Oí el ajetreo de su oficina en el fondo—. Por supuesto, empezaré a
transferirte una cantidad de veinte mil dólares al mes. Discutiremos el
alojamiento y el mobiliario de las habitaciones del bebé en nuestros
respectivos lugares durante el segundo trimestre. Aunque, por supuesto,
según nuestro contrato, esperaré actualizaciones semanales de tu parte.
Um, de acuerdo.
Técnicamente, Devon no dijo nada malo. Al contrario. Le dije que no quería
tener nada que ver con su culo después de quedarme embarazada, y él solo
se ciñó al guion. A lo que firmamos esa noche lo dejé plantado en la ópera.
Pero no podía deshacerme de esta extraña sensación de haber sido
descartada como un calcetín viejo.
Querías ser descartada como un calcetín viejo. De hecho, te tiraste de cabeza
al cesto de la ropa sucia.
—Dah —Bostecé de forma audible, fingiendo no inmutarme por su actitud
empresarial—. ¿Está bien el correo electrónico para las actualizaciones? Las
enviaría por fax, pero tengo menos de setenta y cinco años.
—El correo electrónico está muy bien. También deberíamos programar una
llamada semanal.
Eso sí que sonaba más personal.
—Me apunto —dije, un poco demasiado rápido.
¿Qué me pasaba? Las hormonas, decidí. Además, iba a celebrarlo
consumiendo mi peso corporal en pastel. Ahora comía por dos, aunque la otra
persona dentro de mí fuera actualmente más pequeña que un grano de arroz.
—Le diré a mi secretaria, Joanne, que se ponga en contacto contigo para
hablar de las horas y fechas que nos convienen a los dos.
De acuerdo, tacha eso. Totalmente no personal.
—Probablemente tendré que ver a mi médico cada semana porque mi útero
es hostil y mis ovarios son poliquísticos.
Hice una nota para añadir esto a mi perfil de Tinder cuando volviera a la
piscina de ligues de una noche. Me hacía parecer un buen partido. No.
—Sweven... —Devon dijo. Sentí como si me hubieran echado miel en las tripas
cuando me llamó por ese estúpido apodo—. Prometo ser el padre que este
niño merece. Un padre mejor que el que ambos tuvimos.
Su comentario fue como un cubo de hielo derramado sobre mi sentimiento
borroso. Nunca le dije nada malo sobre mi padre. Él solo hizo esa suposición
a partir de la llamada telefónica de dos minutos. Pero eso era mentira. Mi
padre y yo estábamos perfectamente bien.
Incluso muy bien.
Yo derramaría una o dos lágrimas cuando muriera, a diferencia del frío e
indiferente Devon, que parecía prácticamente aliviado cuando su padre estiró
la pata.
Como no quería mostrar más emoción de la que ya tenía, me reí con la
garganta.
—Habla por ti, Devon. Mi padre es la bomba punto com.
—Puede que tenga setenta y cinco años, pero al menos nunca me atraparías
diciendo lo que acabas de decir.
—¿Qué he dicho? —Lo desafié.
Se rio.
—Buen intento.
—¿Qué tal un momento de zen? —Le ofrecí—. Hablemos de animales raros.
¿Has visto alguna vez un tenrecs de tierras bajas?
—No puedo decir que lo haya hecho.
—Parecen mofetas blanqueadas que acaban de despertarse después de una
noche de fiesta y MDMA15 y necesitan arreglarse las raíces.
—¿Y los markhors? —preguntó—. Parecen mujeres de los anuncios de
BabyLiss. Que tengas un buen día, Sweven. Gracias por las buenas noticias.
Después de colgar, le envié al doctor Bjorn un correo electrónico informándole
de la noticia y preguntándole si tenía que hacer algo más que comer bien,
dormir bien, descansar y todas las demás tonterías que ya había leído en las
docenas de artículos sobre el embarazo que consumía a diario.
Volví a abrir el chat con las chicas, con los dedos temblando de emoción. Era
demasiado pronto. Lo sabía. Y totalmente irresponsable teniendo en cuenta
que era un embarazo de alto riesgo. Pero nunca se me dio bien retrasar la
gratificación.
16 Hermano
A la mañana siguiente, corrí al baño y vomité lo poco que tenía en el estómago.
Había tenido problemas con las náuseas matutinas desde el comienzo de la
semana.
El problema era que solo podía tragar tres cosas sin acercarme a la taza del
váter: pasteles de arroz, caramelos de jengibre y coca-cola light.
No soy nutricionista, pero estaba bastante segura de que esas tres cosas no
constituían una dieta equilibrada y rica en vitaminas y minerales ni para mí
ni para mi bebé.
Sin embargo, me sirvieron para hacer un bonito plan de dieta que me haría
perder los dos kilos de más con los que llevaba luchando tres años.
Pegué mi frente al asiento del inodoro, disfrutando patéticamente de su
frescura contra mi frente ardiente. Estaba sudada y agotada. El cabello se me
pegaba al cuello y colgaba en mechones húmedos.
Parpadeé, con manchas blancas bailando en mi visión mientras intentaba
enfocar el suelo verde lima de mi baño.
—Por favor, bebé Whitehall, déjame comer hoy una tostada con algo de queso.
Tú necesitas las proteínas y yo necesito la variedad. Entiendo que las náuseas
matutinas son la forma que tiene la naturaleza de decir a las mujeres que se
mantengan alejadas de todo lo malo, pero te prometo que no me acercaré al
café, al alcohol, a la carne cruda ni al sashimi durante los próximos nueve
meses. Demonios, voy a añadir pepinillos y caramelos duros si me das un
respiro.
El bebé Whitehall, que según una tabla que encontré en Internet, tenía en ese
momento el tamaño de un frijol y no encontraba mi súplica convincente.
Como no podía ser de otra manera, comenzó otro ataque de vómitos.
Con mis últimas fuerzas, cogí el teléfono y envié un mensaje a Devon.
Belle: Sé que has dicho que quieres involucrarte más. Estoy pensando en
reservar una cita con mi ginecólogo.
Devon: ¿?
Belle: No puedo estar a más de medio metro del baño en todo momento.
Devon: ¿Número 1 o 2?
Belle: Tres.
Belle: (vomitando).
Devon: Haré que Joanne reserve una cita y envíe un taxi para ti.
Ah, su secretaria de confianza. Porque cuando dijo que quería involucrarse,
lo que realmente quería decir era que quería controlarme hasta que le
produjera un bebé sano y regordete.
Belle: Está bien. Puedo hacerlo yo misma.
Devon: Mantenme informado.
Belle: Que te den.
Pero en realidad no envié ese último mensaje. Apestaba a emociones, y yo no
lo hice.
Sumida en un charco de autocompasión, arrastré los pies por mi apartamento
en forma de caja de zapatos, mirando abatida el lugar y preguntándome
dónde iba a caber un bebé entero. El bebé en sí no ocuparía demasiado
espacio, pero sus cosas necesitarían una habitación.
Y los bebés de esta época tenían todo tipo de cosas.
Mi hermana y todas mis amigas tenían hijos, y sus juguetes y muebles
necesitaban hectáreas de terreno. Cunas, cambiadores, cómodas, sillas,
moisés, juguetes. La lista era interminable, y en ese momento me esforzaba
por encontrar un lugar para mis tazas de café.
Demasiado agotada para encontrar el alojamiento, pasé la primera mitad del
día viendo documentales de crímenes reales en Netflix (porque nada grita más
a una futura madre que seguir las crónicas de un asesino en serie). Un golpe
en la puerta me sacudió.
Gemí, levantando los pies del sofá. Abrí la puerta de golpe, y solo me di cuenta
de que debería haber preguntado quién era cuando el recuerdo de mi viaje al
Boston Common y mi acosador resurgió.
Pues bien, la mierda en un cesto.
Había querido llamar a Sam Brennan y preguntarle cuánto cobra hoy en día
por un guardaespaldas que proteja a una perra, pero mi niebla cerebral del
embarazo se apoderó de mi vida. Además, las cosas habían estado tranquilas
los últimos días.
—¿Sweven? —Un tipo con granos en un uniforme de una cadena de tiendas
de lujo me sonrió, sosteniendo aproximadamente un montón de bolsas
marrones.
Uf. No es un asesino en serie.
—Parece que últimamente respondo a ese apodo, sí —Miré a izquierda y
derecha para asegurarme de que estaba solo y de que no le acompañaba un
asesino en serie.
—Tengo una entrega para ti. Zumos limpios, cestas de frutas exóticas y
comidas preparadas para una semana de OrganicU. ¿Dónde pongo esto?
Hice un gesto con la cabeza hacia la cocina, guiando el camino.
El papá de mi bebe era un imbécil, pero al menos era considerado.
Emmabelle,
¿Ya estás preocupada por tu vida?
Deberías estarlo.
Si prestaras más atención a lo que ocurre a tu alrededor, te
habrías dado cuenta de que te he estado observando desde hace
mucho tiempo.
Planeando mi venganza.
Sé dónde vives, dónde trabajas y con quién andas.
Esa es la parte en la que te asustas. Tendrías razón. No voy a
descansar hasta que estés muerta.
Nadie puede ayudarte.
No el marido de tu mejor amiga, Sam Brennan.
No tú hermana idiota, Persephone, o su marido multimillonario.
Ni siquiera ese hombre elegante con el que has estado saliendo
últimamente.
Una vez que me decidí, tu destino estaba sellado.
Puedes llevar esta carta a la policía. De hecho, te animo a
hacerlo. Solo te dará más mierda de la que preocuparte y
perturbará tú ya desordenada vida.
Voy a matarte por lo que me hiciste.
Y ni siquiera voy a lamentarlo.
Nunca tuyo,
La persona a la que le quitaste todo.
Mi estómago se retorció, apretándose alrededor del estúpido zumo puro que
me tomé para desayunar.
Así que ese hombre en el Boston Common estaba allí por mí.
¿Era la misma persona que pensaba que le había perjudicado, o estaba allí
solo para espiar?
De cualquier manera, alguien estaba detrás de mí.
Detrás de mi vida.
Un enemigo invisible.
Una soga se formó alrededor de mi cuello.
¿Quién podría ser?
Haciendo inventario, tuve que admitir que estaba lejos de ser la persona más
agradable del planeta Tierra, pero de ninguna manera tenía archienemigos.
No había hecho daño a nadie, a nadie que se me ocurriera. Desde luego, no
hasta un punto de tanta rabia.
Hubo un incidente hace mucho tiempo. Pero la única persona afectada ya no
estaba viva.
Menos mal que tenía una pistola, que iba a llevar conmigo a todas partes a
partir de ahora por si acaso, conocimientos de Krav Maga, y la actitud de
perra mala con la que estrangular a esta persona con mis propias manos si
se acercaba a mí.
Además, no podía anunciar exactamente lo que me estaba pasando. Contarle
a Devon y a mis amigos más cercanos esta carta solo crearía más caos.
Tal y como estaba, el padre de mi bebé estaba intentando tomar el control de
mi vida, y yo no quería darle más margen del que ya tenía para tomar
decisiones en mi nombre.
No, este era otro reto que tendría que afrontar de frente.
Había otra persona de la que tenía que ocuparme, e iba a matar por ella si
era necesario.
Mi bebé.
La revisión del ginecólogo llegó justo a tiempo. Estaba ansiosa por saber cómo
era la vida del bebé Whitehall dentro de mi hostil vientre y también por
conseguir unos cinco mil medicamentos recetados para mis náuseas
matutinas, que ahora me hacían perder dos kilos, voluntariamente, por
supuesto.
Joanne, la secretaria de Devon, me llamó por la mañana para decirme que
había enviado un taxi para mí. Parecía la persona más dulce del planeta
Tierra, Jennifer Aniston incluida.
—No digo que sepa de qué se trata, pero espero que nuestro amigo Lord
Whitehall te esté tratando bien —cacareó en la otra línea.
—Señora, me está tratando demasiado bien.
—¡No existe tal cosa! —bramó. Prácticamente pude oírla contemplar sus
siguientes palabras antes de que dijera—: De nuevo, no tengo ni idea de para
qué estoy reservando esto, pero... espero que esto se mantenga. Es un hombre
fantástico. Fuerte, seguro de sí mismo, robusto, afilado. Se merece una buena
mujer.
Lo hace, pensé con amargura. Lástima que yo sea incapaz de ser eso para él.
Cuando subí al taxi una hora más tarde, con unos lentes de sol enormes y
un abrigo de piel sintética, me sorprendió ver a Devon sentado en el otro
extremo del asiento del copiloto, vestido con un elegante traje y un chaquetón,
tecleando correos electrónicos en su teléfono.
—Sweven —Se guardó el teléfono y se volvió hacia mí con su característico
acento de Hugh Grant. Que me jodan.
—Imbécil —le respondí, todavía enfadada por el hecho de que se hubiera
metido en mis asuntos, figurada y literalmente—. Estás aquí. Qué bien.
Debería haber sabido que intentarías tomar el control de esta situación
también.
—¿Disfrutando de tus nuevos empleados? —No hizo caso a mi puñalada.
Todas ellas, en realidad. ¿Por qué no se echaba atrás? ¿Por qué no se rendía
ante mí, como todos los demás hombres a los que agoté hasta la sumisión?
—Pregúntame en una semana.
—Pondré un recordatorio —No pude saber si era sarcástico o no.
—Te voy a pagar por ellos, sabes —Apoyé la cabeza contra el asiento fresco y
cerré los ojos para aliviar el malestar.
—Te ves terrible, cariño.
—Gracias, cariño —¿No era yo un manojo de alegría?
—Con eso quiero decir que te ves agotada. ¿Cómo puedo ayudar?
—Puedes apartarte de mí cabello.
—Lo siento, huele demasiado bien.
Dejo escapar una sonrisa cansada.
—No te voy a apartar con esta actitud, ¿verdad?
Se encogió de hombros, lanzándome una sonrisa ladeada que hizo que mi
corazón se ralentizara casi hasta detenerse por completo.
—Las cosas exquisitas suelen tener espinas. Es para alejar la atención no
deseada.
—¿De verdad crees que vas a follarme otra vez, eh? —Parpadeé.
—Afirmativo —confirmó.
Cuando llegamos a la consulta del doctor Bjorn, mi ginecólogo tenía la
extraña impresión de que Devon era un ex novio mío y que habíamos
reavivado nuestro romance. No hay razón para que piense eso, por supuesto.
Simplemente lo hizo.
—No hay nada que me guste más que las viejas llamas vuelvan a encenderse
debido a la creación de un bebé —Nos condujo a los dos a una sala de
revisión, aplaudiendo con entusiasmo.
—La única analogía de fuego que usaría para este hombre sería que yo le
prendiera fuego —le aseguré al feliz doctor.
Devon se rio sombríamente, frotando mi espalda en círculos reconfortantes.
Atravesamos el pasillo repleto de fotos de bebés dormidos en cestas. Cuando
lo pensabas, los bebés y los gatitos tenían mucho en común en términos de
apropiación.
—Cómo puedes ver, sus hormonas ya están por las nubes —Devon estaba
siendo deliberadamente machista para moler mis engranajes.
Sin embargo, no iba a dejar que supiera que me estaba molestando.
—No espere campanas de boda, doctor Bjorn —dije. Necesitaba asegurarme
de que Devon supiera que no estaba dispuesta a aceptar. Ya estaba al borde
de un ataque de ansiedad solo por estar con él.
Algunas chicas no querían ser tocadas después de una experiencia
traumática.
¿Pero yo? Mi cuerpo era muy receptivo a la atención masculina. Era mi
cerebro, mi corazón y mi alma los que rechazaban por completo la idea de
ellos.
Entramos en una pequeña sala con armarios de madera, una mesa de
exploración y más gráficos sobre bebés y enfermedades de transmisión
sexual.
—Tomo nota, Sra. Penrose. Entonces, Sr. Whitehall, ¿le gustaría unirse a
nosotros para el examen de ultrasonido vaginal? —Mi ginecólogo le preguntó
a Devon, no a mí. Estos dos estaban realmente congeniando.
Además, ¿no debería ser yo quien decidiera tal cosa?
—No lo haría —dije al mismo tiempo que Devon exclamó:
⎯Estaría encantado.
El doctor Bjorn miró entre nosotros.
—Mis disculpas. Normalmente, cuando un hombre llega con su pareja para
una ecografía, saco una determinada conclusión. Siento haberme excedido.
Les dejaré decidir y volveré en unos minutos. Por favor, asegúrese de estar en
bata y desvestida de cintura para abajo en la mesa de exploración, Sra.
Penrose.
Devon y yo nos quedamos mirando fijamente durante unos segundos antes
de que él dijera:
—¿Y cuál es tu problema?
—Es un examen vaginal.
—¿Y? He visto la tuya antes desde todos los ángulos. La he follado, lamido,
tocado y jugado con ella.
—Este es un momento crucial en mi vida, cavernícola —grité.
—Íntimo para los dos. Es mi hijo el que está ahí —Señaló mi estómago.
—Y mi vagina —le recordé.
—Dios mío, eres infantil —Por fin, por fin, había terminado con mi
comportamiento. Pero no se sintió ni la mitad de satisfactorio que pensé que
sería.
—Bueno, soy más de una década más joven que tú.
—Mira —suspiró, sacudiendo la cabeza como si yo fuera un niño
revoltoso—. Prometo no mirar a ningún sitio... sensible. Solo quiero ver al
bebé. Mi bebé.
—No hay nada que ver —Levanté las manos en el aire—. En este punto, es
tan grande como un frijol.
—Nuestro frijol —corrigió.
Tenía razón, y yo odiaba que tuviera razón. También odiaba que no pudiera
decirle que no. Ni a lo de los empleados ni a lo de acompañarme al médico ni
a nada más. Porque la verdad era que... hacer cosas con alguien más cerca
no se sentía tan mal después de todo.
—Bien. Pero si miras mi muffin, juro por Dios que voy a destruir tus
productos horneados.
Me miró con el ceño fruncido.
—Tienes que trabajar en tus analogías.
—Quise decir que te golpearía en las bolas.
—Sutil.
La ecografía vaginal fue todo lo bien que puede ir una ecografía vaginal. Devon
y yo vimos el pequeño punto en mi útero, estático y orgulloso. Ambos lo
miramos con asombro y admiración.
—El pequeño frijol se ve bien. Asegúrate de descansar y mantener tus niveles
de estrés bajos —Ese era el doctor Bjorn hablando. A Devon, naturalmente.
—Entendido, Doc.
—Muy bien, bájate y reúnete conmigo en mi oficina.
Fue entonces cuando miré fijamente a Devon.
—¿Te importa?
Lo sorprendí mirándome como si acabara de hacer un truco de magia que no
hubiera visto antes. Grandes ojos azules nadando de emoción y orgullo. Y eso
me mató. Me mataba no poder rodearlo con mis brazos y besarlo y decirle que
yo sentía lo mismo.
Todo ello. La conmoción. La emoción. El asombro.
En cambio, levanté las cejas, como si dijera ¿bien?
—Sí. Por supuesto —Devon se levantó, mirando a su alrededor, como si
tuviera otra razón para quedarse—. Yo solo... bueno, sí. Sí. Nos vemos en la
consulta del médico cuando termines de vestirte.
El doctor Bjorn me recetó unas pastillas para aliviar las náuseas matutinas
y nos dijo que estábamos haciendo un buen trabajo. No estaba segura de que
Devon hubiera estado de acuerdo con la valoración si hubiera sabido que
llevaba una Glock en el bolsillo y que estaba dispuesta a pelearme con un
acosador en cualquier momento.
Salimos de la oficina y llamé al ascensor mientras Devon tomaba las
escaleras. No intenté convencerlo de que bajara conmigo en el ascensor. Sabía
muy bien que no me gustaba que la gente me empujara fuera de mi zona de
confort o que minimizara mis desencadenantes, así que traté de adaptarme a
sus preferencias.
Volvimos a encontrarnos en la planta baja y nos pusimos uno frente al otro
en la calle, entre rascacielos y peatones.
De repente, tuve un sudor propio. Una visión de nosotros cogidos de la mano.
Sonriendo el uno al otro. Disfrutando de este momento, como una pareja
cualquiera.
Devon se aclaró la garganta y miró hacia otro lado.
—Será mejor que me vaya a trabajar.
—Bien. —Me acomodé la cola de caballo—. Yo también. Tengo empleados que
entrenar.
—Debe ser un fastidio —ofreció amablemente.
—Un mal necesario —concluí.
Detenme. Dime que no me vaya. Quedémonos un poco más.
Vaya. No tenía ni idea de dónde venían esos pensamientos.
—Bueno, nos vemos luego —Di un paso atrás y salí a la calle.
Empecé a caminar en dirección contraria cuando su voz atravesó el aire.
—Quizás...
Me congelé en mi lugar, con el alma en la garganta. ¿Sí?
—¿Te gustaría almorzar? Ya has oído lo que ha dicho el médico. Necesitas
mantener tus niveles de energía. Puedo recoger tus pastillas mientras esperas
nuestro pedido. Hay un café al final de la calle...
—Sí. —Me giré bruscamente. Todo mi cuerpo se estremeció. De emoción. De
miedo—. Sí. Necesito comer.
—Sí. Está bien. Muy bien.
Ninguno de nosotros se movió. Otra vez. Hace unas semanas estábamos
follando como si el mundo se acabara, ¿y ahora estábamos siendo
incómodos? ¿Cómo era esta mi vida?
—Cualquier momento sería bueno ahora —Me crucé con los brazos sobre el
pecho, sacando una cadera con una sonrisa—. Hoy, mañana. Pasado
mañana.
Dejó escapar una risa y se precipitó hacia mí. Apretó su mano contra la parte
baja de mi espalda y, lo juro, una sacudida de electricidad recorrió sus dedos
y explotó justo entre mis piernas.
Qué carajo.
Qué carajo.
Qué carajo.
—Frijol se ve muy lindo, ¿eh? —pregunté cuando nos dirigimos a la cafetería
más cercana. La gente hizo una doble mirada al verme -probablemente me
reconocieron por los carteles- pero también se quedaron mirándolo a él. Todo
el mundo sabía que había un miembro de la realeza británica viviendo en
Boston.
—Elegante —estuvo de acuerdo—. Todavía no he visto un frijol más bonito.
—Ni siquiera me gustan mucho las legumbres —Dios mío, ¿qué estaba
diciendo?
Devon se rio.
—Pequeña loca.
—¿Dev?
—¿Hmm?
—Ahora es un buen momento para decirme por qué eres un claustrofóbico
furioso.
—Pregúntame más tarde.
—¿Cuánto tiempo después?
—Cuando confíe en ti.
—Puede que eso no ocurra nunca —señalé.
—Exactamente.
Llegamos a una pintoresca cafetería con ventanales y flores en las mesas.
Cuando la anfitriona nos indicó nuestra mesa, recorriendo con su mirada el
cuerpo de Devon, gemí internamente.
Me pregunté si eso habría sucedido si yo estuviera apareciendo.
Luego me recordé a mí misma que no importaba porque no éramos una
pareja.
—¿No es usted un Lord? Quiero decir, un duque —La camarera le aduló.
Devon le dirigió una sonrisa cortés pero breve.
—Marqués —corrigió.
Después de apartar mi silla para que me sentara, el papá de mi bebé procedió
a pedir todo el menú sin siquiera mirarlo.
—Tenemos veintisiete platos en el menú —advirtió la camarera, batiendo las
pestañas hacia él. ¿Era invisible al lado de este bastardo?
—Bien. A mi cita le gusta la variedad —dijo Dev. Tenía la sensación de que se
refería a mis conquistas sexuales.
—¿Algún orden en particular en el que quieras que salga la comida? —La
camarera estaba ahora medio apoyada en él, y de nuevo, quería agarrar el
tenedor de la mesa y metérselo entre los ojos.
—Pregúntale a mi cita. Mientras estás en ello, ¿podrías tener la amabilidad
de vigilarla? Es muy buena haciendo que me preocupe.
Tomó mi receta y mi carné de conducir y cruzó corriendo la calle hasta la
farmacia para comprar mis pastillas para las náuseas matutinas.
Cuando volvió, me di cuenta de que la bolsa que llevaba era mucho más
grande de lo que debería.
—¿Compraste todo el local? —Levanté una ceja, sorbiendo un zumo
terriblemente verde y ofensivamente saludable.
Más vale que este bebé salga preparado para un triatlón porque lo estaba
haciendo todo bien.
Devon dio la vuelta a la bolsa y vertió su contenido sobre la mesa.
—¿Sabías que hay un pasillo entero dedicado a las embarazadas?
—Sí— dije con toda naturalidad.
—Bueno, no lo sabía. Así que decidí comprar todo lo que tenían para ofrecer.
Tenemos cosas para la acidez, suplementos dietéticos, náuseas matutinas,
estreñimiento y desequilibrio vaginal.
—Te refieres a un desequilibrio del pH. Si mi vagina estuviera desequilibrada,
la enviaría a un psiquiatra de coños.
Devon escupió el sorbo de café que tomó mientras se sentaba. Se reía mucho.
Sentí su risa burbujeando en mi propio pecho.
—Mi madre te va a adorar —dijo con tono inexpresivo.
Sorprendentemente, me encontré riendo en voz alta a pesar de mis esfuerzos
por no hacerlo. No solo porque la idea de que yo conociera a su madre era
descabellada, sino también porque él tenía razón. A su familia probablemente
le daría un infarto si me conociera.
—¿Le has contado lo de tu nuevo estatus? —Le pregunté.
—Sí.
—¿Y?
—No estaba impresionada —admitió.
—¿Y...? —Indagué, mi corazón se hundió un poco.
—Tengo cuarenta años y estoy en condiciones de hacer lo que me plazca. Y lo
que quería hacer eras tú. Caso cerrado.
Había mucho más que quería preguntar, saber, pero no tenía derecho a
indagar. No después de que trazara una gruesa y deslumbrante línea entre
nosotros.
—Cuéntame un poco sobre tu miedo a los ascensores, los autos, los aviones,
etcétera. —dije mientras comía unos huevos benedictinos.
Sonrió.
—Buen intento. No te has ganado mi confianza en la última media hora. Y,
para ser franco, no creo que lo hagas nunca.
—¿Por qué no?
—No se puede poner la confianza en manos de alguien que no confía en sí
mismo. No estoy en contra de contarte mi historia, Emmabelle, pero las
debilidades deben intercambiarse de la misma manera que los países
intercambian rehenes de guerra. Es algo bastante sangriento y sombrío, ¿no?
Nuestras inseguridades. No hay que ceder información sin ganar algo.
—Ja —Sonreí, untando con mantequilla un trozo de tarta de zanahoria,
aunque no tuviera sentido—. ¿Así que no eres, de hecho, perfecto?
—Ni siquiera cerca. Ni siquiera en el reino —Su sonrisa era contagiosa.
Agaché la cabeza y traté de concentrarme en la comida.
—Bueno, yo tampoco estoy preparada para depositar mi confianza en ti
todavía —admití.
—¿Sería tan malo? —preguntó amablemente—. ¿Tener algo de fe en otra
persona?
Lo pensé un poco y luego asentí lentamente.
—Sí, creo que sí.
Me sostuvo la mirada. Tuve la sensación de que estaba cometiendo un terrible
error y, sin embargo, no pude evitarlo.
—¿Te estoy esperando, Emmabelle? —preguntó en voz baja—. ¿Hay alguna
razón para que te espere?
Di que sí, idiota. Dale algo a lo que aferrarse, así tendrás algo a lo que
aferrarte.
Pero la palabra salió de mi boca de todos modos. Dura y contundente, como
una piedra.
—No.
Durante la siguiente hora y media, hablamos de todo lo que no fueran
nuestras respectivas fobias a los lugares cerrados y a las relaciones.
Hablamos de nuestros amigos comunes, de nuestras infancias, de política,
del calentamiento global y de nuestras manías: la suya incluía cuando la
gente decía –literalmente- cuando lo que querían decir no era, de hecho,
literal; la mía consistía en usar el mismo cuchillo para la mantequilla de
cacahuete y la mermelada, y cuando la gente me decía que no me iba a creer
algo, cuando lo iba a creer absolutamente.
—¡Los humanos son simplemente deplorables! —Levanté las manos,
resumiendo nuestro almuerzo. Devon pagó la cuenta y, si no me equivoqué,
también estaba dejando una propina increíble.
—Inexcusable —cimentó. Me alegré de que estuviera de acuerdo con nuestra
conversación después de que le dijera que no me esperara—. Pero uno debe
tratar con ellos de todos modos.
—Gracias por no ser completamente horrible, cariño—. Apreté mi puño contra
su bíceps de forma amistosa. Mala decisión. Me encontré con sus abultados
músculos a través de su ropa e inmediatamente quise saltarle encima.
Devon levantó la vista de la factura y me pasó el pulgar por la frente.
—Cariño, ¿tienes fiebre? Creo que me acabas de hacer un cumplido.
—Bueno, acabas de pagar una comida infernal. No era mi intención ni nada
parecido —resoplé. Así se hace, Belle. Canalizando tu niño de cinco años
interior.
—Te estás descongelando —Sonrió.
Hice un sonido de náuseas y recogí mi bolso.
—No en esta vida. Como dije, no esperes a que cambie de opinión sobre
nosotros.
Me acompañó a un taxi para llevarme a Madame Mayhem y luego esperó
conmigo cuando el conductor dio vueltas durante diez minutos tratando de
encontrarnos y se disculpó profusamente, diciendo que acababa de mudarse
a Boston desde Nueva York.
El conductor aparcó delante de nosotros, y Devon hizo el truco de la cabeza
de pato en la ventana y le dijo que condujera muy despacio porque su mujer
estaba embarazada y tenía náuseas, lo que me hizo querer vomitar de
emoción y de miedo al mismo tiempo.
Devon se erigió de nuevo a su altura y me rozó la mandíbula con ternura. El
gesto fue tan suave, tan delicado, que un escalofrío me recorrió la columna
vertebral, haciéndome sentir un cosquilleo en la piel. Se inclinó hacia delante
y percibí su aroma. Picante y oscuro. Un aroma que había llegado a perseguir
cada vez que salía de mi oficina o de mi cama.
Me encontré admirando los planos de su cara. Me picaba la punta de los
dedos para tocarlo. Saber que llevaba su ADN dentro de mí me producía una
emoción que nunca había sentido en mis treinta años de club.
Inclinó la cara hacia un lado y, por un momento, pensé que iba a besarme.
Atraída por él como una polilla a la llama, me puse de puntillas y abrí la boca.
Su cuerpo se adelantó, rodeándome. Mi corazón empezó a latir con fuerza.
Estaba sucediendo.
Estábamos rompiendo las reglas.
Cuando Devon estuvo unos centímetros detrás de mí, pasó su brazo por
encima de mi hombro y abrió la puerta del auto, haciéndose a un lado para
dejarme espacio para entrar.
Santa mierda, que vergüenza.
Casi le devoro la cara cuando lo único que quería era ayudarme a subir a un
taxi.
—Que tengas un buen día, Emmabelle —Dio otro paso hacia atrás, con un
aspecto despreocupado y seco como la mierda.
—¡Sí! —Se me quebró la voz. Hola, Belle de trece años—. Tú también.
Durante todo el trayecto en taxi hasta el trabajo, me recordé a mí misma que
todo esto era obra mía. Quería mantenerlo alejado. El manoseo con un
hombre mayor tenía su precio, y una vez lo había pagado muy caro.
Así es como empieza, reprendí las semillas de esperanza que habían echado
raíces en mi interior. Dulce y sin pretensiones. Es todo diversión y juegos hasta
que destruye tu vida.
Pero ya nadie iba a destruirme.
Entonces me acordé de una de las citas que cuelgan en la pared de mi
apartamento.
No pasa nada.
Acabas de olvidar quién eres.
Bienvenida de nuevo.
Llegué a suelo inglés aproximadamente veinte minutos después de que el
abogado de mi padre, Harry Tindall, regresara de sus exóticas vacaciones.
Dejé a Sweven con el corazón encogido. No porque fuera a echarla de menos
(aunque, patéticamente, sospechaba que iba a ser así), sino también porque
parecía una experta en meterse en problemas.
Me consoló el hecho de que había tomado algunas medidas para garantizar
su seguridad. Tan bien como se podía, al menos.
Además, no esperaba estar en Inglaterra más que unas pocas horas.
La lectura del testamento tuvo lugar en el despacho de Tindall en
Knightsbridge. Un asunto oficial que debería haberse hecho la semana en que
mi padre había fallecido. Más vale tarde que nunca, supongo.
Me sorprendió que mi madre y Cecilia, que se suponía que estaban escasas
de dinero, no parecieran hostiles a la idea de esperar a que Harry volviera de
sus vacaciones. Por otra parte, yo les enviaba dinero y llamaba a mamá cada
dos días para asegurarme de que le iba bien.
Llegué al despacho de Harry todavía con mi ropa de trabajo. Ursula, Cece y
Drew ya estaban allí, sentados frente al escritorio de Tindall.
—Solo tardará unos minutos —dijo su secretaria. La mujer de aspecto
joanino17 con un traje de tweed completo trajo los refrescos al interior. Drew
atacó la bandeja de pastelería y el café recién hecho antes de que lo pusieran
en el enorme mostrador de la sala de juntas.
Mi madre me abrazó con fuerza.
—Me alegro de verte, Devvie.
—Lo mismo, mami.
—¿Cómo está esa mujer?
Esa mujer era Emmabelle Penrose, y por mucho que me molestara que no
quisiera montarme como un caballo sin domar, no podía negar el placer que
había sentido cada vez que pasábamos tiempo juntos.
—Belle está bastante bien, gracias.
—No puedo creer que vayas a ser padre. —Cecilia se abalanzó sobre mí para
abrazarme como un oso.
—Yo sí. Es hora de que produzca un heredero. Si la muerte de Edwin nos ha
recordado algo, es que tener a alguien a quien dejar tu legado es importante.
Pero esa no era la razón por la que me entusiasmaba ser padre. Quería todas
las cosas que veía hacer a mis amigos con sus hijos. Los partidos de béisbol
y las salidas a patinar sobre hielo y los veranos bañados por el sol en el Cabo,
y echar un polvo rápido en la ducha cuando los niños estaban viendo a Bluey
en la otra habitación.
Quería la felicidad doméstica. Para transmitir no solo mi fortuna y mi título,
sino también mi experiencia vital, mi moral y mis afectos.
El Sr. Tindall entró con un aspecto bronceado y bien descansado.
20Es un término de jerga humorístico o burlón que estereotipa a un hombre joven, generalmente
blanco, como un preparador fiestero o deportista que desconoce su propio privilegio
—¿Supongo que eres la stripper que dejó embarazada accidentalmente y que
ahora se interpone en su camino hacia su fortuna familiar?
Hmm... ¿qué?
—¡Eso es exactamente lo que soy! —Recuperándome del golpe, exclamé
alegremente, negándome a mostrar un ápice de debilidad—: ¿Y tú eres...?
—Su prometida.
Ese día, el trabajo se había pasado por alto.
Volver a casa y enterrarme en Emmabelle parecía más importante que ayudar
a mis clientes a salir de cualquier problema en el que se hubieran metido.
Sabía que lo que teníamos era temporal. Las mujeres como Sweven no son
diosas domésticas. Pero, como a todos los simples mortales, me gustaba jugar
con las deidades, aunque sabía perfectamente cómo terminaban estas
historias.
Además, necesitaba asegurarme de que estaba a salvo hasta que mi bebé
saliera de su cuerpo.
Además, mamá me estaba sacando de quicio, rogándome que fuera a
Inglaterra y me reuniera con Louisa para tomar una taza, lo que significaba
que tenía que volver pronto a Gran Bretaña y explicar a mi familia que no iba
a casarme con alguien solo porque mi donante de esperma muerto me
obligara a hacerlo.
Subí las escaleras a mi desván de dos en dos.
Introduje el código, abrí la puerta de golpe y canté:
—¡Cariño, estoy en casa!
Y me paré en seco.
Belle estaba sentada en mi rincón del desayuno, todavía con la misma ridícula
camisa de gran tamaño que llevaba antes de que yo me fuera a trabajar.
No estaba sola.
—Hola, Devvie —La sonrisa de Sweven era empalagosa, pero sus ojos me
lanzaron dagas venenosas—. Atrapado.
Frente a ella estaba sentada Louisa, bebiendo té verde.
Mierda.
Louisa se levantó, dejando caer sus caderas seductoramente mientras se
acercaba a mí. Me dio un beso prolongado en la mejilla, con todo su cuerpo
inclinado hacia el mío.
—Cariño, te he echado de menos. Tu madre me dio tu dirección. Está muy
angustiada. Me pidió que viniera a hablar contigo personalmente.
Una maniobra descarada. Incluso -me atrevería a decir- ¿desquiciada? Pero
había varios millones de dólares en juego en propiedades y herencias, y mamá
no tenía activos líquidos ni otras fuentes de ingresos.
En cuanto a Louisa, fui yo quien se escapó. El preciado partido.
—Podrías haber llamado. —Sonreí encantado, inclinando la cabeza para
besar sus nudillos con facilidad.
—Podría decir lo mismo —comentó Louisa con elegancia, sin parecer molesta
por mi gélida bienvenida. Era cortante, pero no -me di cuenta- hostil, como
lo era Belle—. ¿Cuándo es un buen momento para hablar?
—Ahora —interrumpió Belle desde su lugar en el rincón del desayuno,
metiendo la mano en una caja de cereales y sacando un Froot Loop,
metiéndoselo en la boca—. Ahora es el momento de decirme qué mierda está
pasando. No escatimes en detalles.
—Tiene una gran habilidad con las palabras —Louisa me miró y arqueó una
ceja.
—Deberías verme con los puños —dijo Belle solemnemente.
Me atraganté con mi saliva.
Louisa parpadeó lentamente, tranquila y serena.
—No dejes que mi exterior te engañe. No tengo miedo de ensuciarme las
manos.
Si tuviera que apostar por alguna de estas mujeres, diría que es mejor que
Louisa corra, porque Emmabelle Penrose probablemente podría convertirla
en polvo.
Sin embargo, Lou había crecido definitivamente, y no pude evitar apreciar
esta nueva versión mejorada de ella.
Presintiendo una inminente pelea de gatas, me acerqué a Belle y me senté a
su lado. Le agarré la mano y la besé suavemente en el dorso. Ella se retiró
inmediatamente, como si la hubiera mordido.
Era hora de enfrentarse a la música, aunque fuera una canción pop terrible
y azucarada que me hiciera sangrar los oídos. Me gire hacia Belle.
—Como sabes, mi padre falleció no hace mucho. Cuando volví para la lectura
del testamento, descubrí que me había dejado todo, pero con la condición de
que me casara con Louisa. Rechacé la idea inmediatamente. Mis disculpas
por mantenerte en la oscuridad. La única razón por la que lo hice fue porque
tu plato de mierda parecía suficientemente lleno. Era... es —corregí—, en lo
que a mí respecta, tema cerrado.
—¿Cuánto te dejó? —preguntó Belle, en tono comercial.
—Treinta millones de libras en propiedades y reliquias —intervino Lou desde
nuestro lado—. Aunque el castillo de Whitehall Court no tiene precio. Y
cuando digo que no tiene precio, me refiero a que el siguiente en heredar el
castillo es Inglaterra. Se convertirá en un museo. Es prominente en la historia
británica.
—Eso es una tonelada de pasta —Belle se metió otro Froot Loop entre sus
deliciosos labios, asintiendo pensativamente. No había rastro de emoción en
su rostro o en su postura, me di cuenta.
Louisa se giró hacia mí.
—No estoy diciendo en absoluto que sea una cazafortunas... —cantó con un
perfecto acento americano, citando la canción de Kanye West.
—Pero yo no me meto con alguien sin un centavo. —Belle se rio—. Ten por
seguro.
—Esta discusión es inútil. —Me froté la frente.
Sin embargo, internamente, estaba empezando a cuestionar mi propia
declaración. ¿Qué me impedía casarme con Louisa? Era hermosa, bien
educada, culta y con buenos modales. Era inteligente y todavía me quería.
Me haría más rico, solucionaría todos los problemas de mi familia y tendría
un matrimonio a mi medida. Sobre todo, podría casarme, algo que me había
impedido hacer hasta ahora.
—No debería ser así. —Louisa jugó con la bolsita que asomaba de su té
verde—. Hay mucho que discutir, y el tiempo se acaba.
—No lo entiendo. Ya hemos acordado que no somos exclusivos. —Belle arrugó
la nariz—. ¿Qué te impide casarte con esta mujer odiosa, pomposa y con
estilo? —Señaló a Louisa como si fuera una estatua—. No te ofendas.
—De ti, no hay ofensa —resopló Louisa.
—Todos ganan —añadió Belle.
No todos, pensé. No yo.
Belle me mostró una sonrisa que nunca había visto en su rostro. Parecía
herida. Casi fea. Se levantó y observó a Louisa de pies a cabeza con una
mirada que haría que la mayoría de los humanos se murieran de frío.
—Creo que tienen mucho que resolver, y sinceramente, si quisiera ver a un
grupo de británicos retorciéndose con el tema del sexo y las relaciones, vería
Sex Education. Al menos me reiría un poco.
Con eso, tomo la caja de cereales del rincón y se dirigió a su habitación,
cerrando la puerta tras de sí.
Louisa se giró hacia mí.
—Cariño, esa mujer no es del todo culta. ¿Cómo puedes encontrarla
atractiva? ¿Qué edad tiene? ¿Veinticuatro? ¿Veinticinco? Apenas es una
mujer.
—Es la mujer más enloquecida, exasperante y molesta que he conocido, pero
una mujer, al fin y al cabo —respondí. Saqué mi paquete de cigarros y,
pensándolo mejor, lo dejé en el rincón.
Ahora que Sweven vivía aquí, no podía fumar en el interior. Tenía que pensar
en ella y en el bebé.
Louisa se levantó y bailó un vals hacia mí, rodeando mis hombros con sus
brazos.
Me sentí bien al ser abrazado por una mujer que no estaba constantemente
a punto de romperme las pelotas por respirar en su proximidad.
—Lou —dije suavemente, moviendo mi mano por su espalda—. Agradezco el
último esfuerzo, pero no va a funcionar.
—¿Por qué? —preguntó ella, con sus ojos oscuros y profundos bailando en
sus cuencas—. Siempre has sido un hombre astuto e inteligente. Práctico y
pragmático. ¿Por qué no casarse en un mundo de riqueza y títulos? Incluso
tu noviecita piensa que es una mala idea dejar pasar esta oportunidad.
La agarré de los brazos y los bajé suavemente.
—Me gustaría poder darte lo que quieres.
—¿Por qué no puedes? —Su voz se quebró.
—Edwin —respondí simplemente. Nunca iba a dejarle ganar.
—No lo va a saber. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Y no puede hacerte
más daño. Mira, sé que no quieres caer en sus manos. Pero él no está aquí
para ver esto. Murió sabiendo que lo desafiabas.
Sonreí con tristeza.
—Me conoces demasiado bien.
Incluso después de todos estos años, era cierto. Louisa sabía lo que me hacía
funcionar. De qué estaban hechas mis paredes.
Miró hacia abajo, respirando profundamente.
—Cecilia está al borde del suicidio.
—No. Eso no es cierto —Eché la cabeza hacia atrás.
Lou asintió.
—¿Puedes culparla? Su vida está prácticamente acabada. No quiere quedarse
con Drew, pero le quitaste las opciones cuando dijiste que no te casarías
conmigo. Ursula y ella iban a convencerte de que vendieras el edificio del
complejo Battersea y vivieras del dinero después de que Edwin se cargara sus
ahorros y su cartera de inversiones.
La noticia golpeó exactamente donde debía hacerlo. Justo en mi corazón.
—Tu madre está en una profunda depresión. No hay nadie que pague las
cuantiosas facturas. Sé que no puedes hacerte cargo de ellas, Devon. Lo estás
haciendo muy bien por ti mismo, pero tienes tu propia vida que mantener.
Casarnos podría hacer que todo esto desaparezca. Estoy dispuesta a pasar
por alto tu pequeño error con esta... chica Belle. —Se estremeció al decir su
nombre—. Haz de mí una mujer honesta. Hará feliz a todo el mundo.
Incluyendo, por cierto, a tu stripper. Acabo de pasar unas horas con ella. Ella
no se preocupa por ti en absoluto, Devvie. Todo el tiempo, ella no podía dejar
de decirme lo mucho que estaba deseando salir de aquí. Para empezar a salir
de nuevo.
Sweven extrañaba las citas, ¿de verdad?
Mis sentidos se sobresaturaron con la fresca ira blanca.
La única razón por la que estaba aquí, en mi apartamento, era porque tenía
una amenaza de muerte literal sobre su cabeza y necesidades sexuales que
quería que yo atendiera.
Era una mujer egoísta e indiferente, y sería la primera en admitirlo.
Fui categóricamente idiota, negándome a contemplar siquiera la idea de
casarme con Louisa simplemente porque habría encantado a mi padre, que a
estas alturas no era más que un saco de huesos con traje.
—Lo pensaré —Me froté la mandíbula.
Louisa dio un paso atrás. Escudriñé su cuerpo. Era, en efecto, una criatura
deliciosa. No tan salvajemente exótica y excitante como Belle, pero sí
satisfactoria.
Era bueno recordar que Louisa nunca se pondría en situación de recibir
amenazas de muerte, nunca optaría por contactar con la policía, ni llevaría
una pistola ni comería Froot Loops para desayunar, almorzar y cenar.
—¿Puedo quedarme aquí mientras tanto? Me he dado una vuelta y he visto
que tienes un par de habitaciones para invitados —murmuró Lou.
La idea de compartir un techo con Emmabelle y Louisa era tan atractiva como
la castración por un ciego. Esto podría terminar fácilmente en un doble
asesinato. Francamente, no quería que la madre de mi hijo diera a luz en la
cárcel.
—Consigue un hotel —Di un paso adelante, rozando mi pulgar por su
mejilla—. Yo pagaré.
—No, gracias. Tengo mi propio dinero. —Sonrió amablemente, pero pude ver
en su rostro que estaba herida—. ¿Cenamos mañana? ¿Me enseñas Boston?
—Claro —gemí—. Solo déjame revisar mi calendario.
Inmediatamente se fundió en mi cuerpo, sonriendo hacia mí, sus ojos
brillando con la misma intensidad que tenían cuando éramos niños.
Louisa.
Ella nunca engañaría.
Nunca mostraría un indicio de deslealtad.
Sería tan fácil de entrenar.
—Me quedaré en la zona. —Atrapó mi muñeca entre sus dedos, empujando
su mejilla contra mi palma como un gatito mimado.
—Estaré en contacto.
—Dios, Devvie, me alegro de que hayamos tenido esta conversación. Tu madre
estará encantada.
Al parecer, Belle también lo estaría.
Acompañé a Louisa hasta la puerta, le di un beso de despedida y la cerré tras
ella.
Tal vez era el momento de dejar que una puerta se cerrara y otra se abriera.
Se ha ido.
Pero no antes de que le pasara el pulgar por la mejilla.
No antes de que la mirara con la misma diversión distante con la que me
miraba a mí.
Los espié a través de la rendija de la puerta ligeramente entreabierta de la
habitación de invitados.
Me había pasado todo el día diciéndole a Louisa lo poco que me importaba
Devon, las ganas que tenía de volver a mi vida normal. Todo para salvar las
apariencias.
Pero nada de eso era cierto.
Admítelo. Sientes algo por el padre de tu hijo, y estás acabada.
Me agarré el vientre, tirándome en una cama que olía a él.
La traición era la traición. Y esto me recordaba a mi pasado. Esa misma
sensación de impotencia de poner tu corazón en las manos de un hombre y
ver cómo lo aplastaba en pedazos de nada.
Me acurruqué sobre las sábanas de la cama de matrimonio y me quejé.
Necesitaba salir de aquí. Volver a mi apartamento.
Gracias jodidamente que no había dejado de pagar el alquiler.
Quería darle unas semanas, solo para ver si Devon y yo nos llevábamos bien.
Resultó que sí.
Solo una cosa se interponía en nuestro camino: su prometida.
O tal vez no era su prometida ahora, pero tenía razón en lo que me dijo esta
tarde, cuando él no estaba aquí.
—Devon siempre hace lo correcto, y lo correcto es casarse conmigo. Doblégate,
Emmabelle. Se acabó el juego para ti. No tiene elección.
Un suave golpe en la puerta sonó a mis espaldas. No hice ningún movimiento
ni sonido.
—¿Puedo? —preguntó Devon con brusquedad desde el otro lado.
No sonaba para nada lleno de disculpas. Más bien parecía que estaba
buscando una pelea. Bueno, este era su día de suerte.
—Es tu apartamento.
Le había dicho que era una stripper. Si no, ella no lo habría dicho.
Probablemente presumía de que yo era dueña de un club de burlesque.
Muchos hombres encontraban mi ocupación sórdida y atractiva. No un
atractivo de casarse un día. Más bien, atractivo de “mira el espectáculo de los
locos”.
Sentí que el borde del colchón se hundía detrás de mí. Su impresionante
estructura llenaba la cama, y no había nada que pudiera hacer al respecto.
—Me gustaría recalcarte, de nuevo, que Louisa y yo no estamos juntos
actualmente ni estamos comprometidos. Nunca me habría acostado contigo
si hubiera estado con otra persona.
Resoplé una carcajada, negándome a mirarlo.
—Por favor. Tú mismo me has admitido que estabas follando después de
concebir.
—Follar no es lo mismo que tener una pareja.
—Bueno, ve a decirle a todos tus otros ligues que por fin encontraste a un
guardián.
—No tengo ningún otro ligue —dijo irritado, como si fuera yo la que estuviera
siendo poco razonable. ¿Lo estaba?— El día que te pincharon los neumáticos
fue el día que dejé de atender las llamadas de otras mujeres. ¿Por quién me
tomas?
—Oh, realmente no quieres que responda a esa pregunta.
El silencio se apoderó de la habitación. Podía oír el piar de los pájaros y los
autos tocando la bocina fuera. En pleno día, los ruidos ordinarios sonaban
tan deprimentes cuando todo tu mundo se desmoronaba.
—Ve a casarte con ella, Devon.
Después de todo, iba a ser la prueba perfecta de que era como todos los demás
hombres de mi vida. Desleal y poco fiable.
—¿Quieres que lo haga? —Lo reformuló como una pregunta. Una pregunta
complicada.
¿Quería mi bendición? ¿Para sentirse bien consigo mismo?
El hombre iba a destruirme. Pero hacía tiempo que había aprendido que la
destrucción tenía su reverso.
Sentó las bases para la reconstrucción.
—Sí —me oí decir—. Nada me haría más feliz que ver tu culo casado con otra
persona. Tal vez así dejes de perseguirme por fin. Se está volviendo un poco
desesperado, sabes. Un hombre de tu edad.
—No eres tan joven como crees —dijo lastimosamente.
—Lo estás considerando —dije acusadoramente.
Joder, no sabía lo que estaba pensando. Lo que estaba diciendo.
¿Por qué le empujaba así?
—Sí —dijo en voz baja.
Me rompí en mil pedazos por dentro.
Esto es lo que consigues cuando te abres, aunque sea un centímetro.
—Bueno... —Sonreí, esperando que no pudiera ver las lágrimas que
empezaban a correr por mi rostro—, ...no dejes que me interponga en tu
camino.
Sentí que el borde de la cama se levantaba mientras él se ponía de pie y se
dirigía a la puerta.
—Entendido, Sweven.
La noche que cambió nuestro nuevo statu quo ocurrió un viernes cualquiera.
Me estaba preparando para dejar Madame Mayhem y volver al apartamento
de Devon.
Antes de la llegada de Louisa a Boston, había intentado reducir las horas en
el club. Esta vez me quedé hasta tarde, sabiendo que con toda probabilidad
Devon no iba a estar en casa.
Me había portado bien saliendo con Si todo lo que podía y asegurándome de
que Persy, Ash y Sailor estuvieran siempre conmigo cuando salía por la
ciudad, así que bajé un poco la guardia.
Eran casi las once de la noche cuando cerré la oficina trasera. Atravesé el
callejón en dirección a mi auto, apretando mi bolso contra el pecho, con la
pistola dentro.
Aunque no estaba cargada por razones obvias, me hizo sentir
significativamente más segura.
Las luces de mi auto parpadean cuando lo abro con el llavero.
Di unos pasos más, deteniéndome entre los cubos de basura industriales,
odiando haberle dicho a Simon que se fuera hoy temprano.
Sentí que un terrible peso se lanzaba sobre mí desde atrás.
Avancé a trompicones, buscando a tientas la pistola en mi bolsa, pero la
persona que me abordó fue más rápida.
Me agarraron por el brazo y me golpearon la espalda contra el auto en la
oscuridad. Jadeé en busca de aire.
—¡Suéltame! —gruñí, encontrándome cara a cara con un hombre que llevaba
un pasamontañas negro.
No podía ser Frank porque era más alto y delgado que mi antiguo empleado.
Pero podría ser el hombre de Common. Del que no había oído hablar en
meses.
—No lo creo, cariño. Vamos a tener una larga y productiva charla sobre cómo
tienes que dejar esta ciudad.
¿Dejar la ciudad? ¿Qué pasó con lo de matarme? ¿He sido degradada a
destierro solamente?
Extendió sus manos enguantadas, tratando de inmovilizarme contra una
pared cercana. Aproveché para darle una patada en los huevos. Mi rodilla se
estrelló justo entre ellos.
Se dobló en dos. Le di una patada en el pecho y cayó al suelo. Inclinándome,
le quité el pasamontañas de la cabeza.
Era el hombre de Common.
¿Qué carajo?
—¿Te envió Frank? —Apreté mi tacón de aguja contra su garganta,
amenazando con aplastarla si hacía un movimiento en falso.
—¿Quién mierda es Frank? —Me miró absurdamente.
La trama se ha ido complicando. ¿A cuánta gente he cabreado este año? Esto
se estaba volviendo ridículo.
—¿Quién es usted?
—Tienes que dejar Boston.
—Dime quién te envió. —Apreté más mi tacón contra su cuello.
—Has roto aguas —dijo.
¿Qué? ¿Cómo sabía que estaba embarazada? No se me notaba.
Miré hacia abajo. Lo aprovechó. Se retorció, rodó por el suelo y se puso en pie
de un salto con facilidad.
Corrí para refugiarme, abriendo la puerta del pasajero, cerrándola detrás de
mí y cerrando las cuatro puertas automáticamente, jadeando histéricamente.
Sus manos golpearon mi ventana con fuerza mientras intentaba llegar a mí
de nuevo.
—¡Perra!
—¿Quién es usted? —Puse el contacto con dedos temblorosos—. ¿Qué
quieres?
—¡Deja Boston! —Pateó mi auto—. ¡Comienza a conducir y no mires atrás!
Pisé a fondo el acelerador, derribando uno de los cubos de basura mientras
rodeaba mi camino hacia Main Street. Pasé por delante de la entrada de
Madame Mayhem, Chinatown y el ajetreo del centro de Boston en dirección a
Back Bay, con el corazón latiendo desenfrenadamente en mi pecho.
Pensé en llamar a Pers, o a Sailor, o a Aisling, pero al final no quise las
preguntas y el sondeo. La única persona con la que realmente quería hablar
era Devon, pero renuncié a todo eso la noche que le dije que se casara con
Louisa. Quizá si estuviera en casa, podríamos hablar.
Podría contarle lo que pasó, y podríamos tener una conversación.
O tal vez podrías hacer lo correcto y tomar el asunto en tus manos.
Así fue como me encontré parando frente a una estación de policía. Sabía que
esto era lo que Devon querría. Y finalmente reconocí que tenía que aprender
a cuidarme antes de dar a luz.
Me agité en el asiento del conductor durante unos minutos, intentando
regular la respiración y dar a mi cuerpo la oportunidad de dejar de sudar a
mares. Este elevado ritmo cardíaco no podía ser saludable para el bebé
Whitehall.
—Está bien, estamos bien. —Me acaricié el estómago, esperando que me
creyera.
Salí del auto, entré en la comisaría y me paré frente al recepcionista que, juro
por Dios, garabateaba en el libro que tenía delante, bostezando y dejándome
ver el chicle que tenía en la boca.
—Me gustaría presentar una queja.
¿O era un informe? Nunca había hecho esto. Solo conocía las comisarías de
policía por las películas y los programas de televisión.
—¿De qué se trata? —Me hizo saltar el chicle en la cara. Bonito. Profesional.
—Acosadores.
—¿Plural? —Levantó una ceja.
—Desgraciadamente.
—Tome asiento. Alguien estará con usted en un segundo.
Pero alguien no estaba. De hecho, esperé treinta minutos antes de que una
mujer policía viniera a presentar mi denuncia. Parecía muy poco interesada
en mi historia, sobre el hombre del club, y el de Common, y Frank, y lo que
había pasado esta noche.
—Llámame si tienes alguna información nueva. —Me pasó su tarjeta y
también bostezó antes de despedirse de mí.
De acuerdo entonces. Me siento abrumada.
—¿Eso es todo? —pregunté, parpadeando.
Se encogió de hombros.
—¿Esperabas fuegos artificiales y guardaespaldas?
Esperaba que tu culo fuera competente. Pero decir eso solo me traería
problemas con la ley, y ya, Devon pensaba que era incapaz de hacerme un
omelet sin quemar su “piso”.
Durante todo el viaje de vuelta, tuve que convencerme a mí misma para no
volver a la comisaría y darle al oficial un pedazo de mi mente.
Aparqué en el estacionamiento subterráneo del edificio de Devon. Tenía dos
plazas de estacionamiento y no utilizaba ninguna de ellas. Optó por aparcar
fuera, al aire libre, aunque hiciera un frío de mil demonios.
Subí en el ascensor, me bajé en su piso y salí al pasillo de su loft, cuando oí
el sonido de utensilios tintineando detrás de la puerta. Consulté mi reloj. Era
casi la una de la madrugada. El chico de la casa no cumplía la regla de no
comer después de las seis.
Mi corazón dio inmediatamente un vuelco, esta vez de esperanza.
Esto es bueno. Está en casa.
Ayer a esta hora, estaba fuera. Probablemente en Badlands o con Louisa, o
ambos.
Introduje el código de la puerta y la empujé para abrirla, con las mariposas
revoloteando en mi pecho.
Esta vez, iba a intentar honestamente no ser una imbécil furiosa. Pasara lo
que pasara entre Devon y Louisa, él seguía siendo el padre de mi hijo, y
todavía teníamos que llevarnos bien.
Encontré a Devon sentado en la mesa del comedor frente a Louisa,
sonriéndole mientras se apretaba una copa de vino fría en la mejilla mientras
reía como una zorra.
No. No, no, no, no.
Durante los primeros segundos, me quedé congelada en mi lugar en la puerta,
observándolos.
El dolor en mi pecho era insoportable. Se veían cerca. Íntimos. Como una
pareja. Tenían sentido juntos. No importa cómo lo hile, Devon y yo parecíamos
una pareja improbable. El príncipe y la prostituta.
—Oh, mira, es tu amiguita —exclamó Louisa con falsa simpatía, como si
hubiera aprendido a quererme en un lapso de dos semanas.
Devon ni siquiera giró la cabeza para mirarme.
Sus ojos permanecieron concentrados en su comida.
—De madrugada, Emmabelle.
Emmabelle. No Sweven.
—Gracias, Dev. Puedo mirar por la maldita ventana.
—Encantador —murmuró Louisa—. ¿Cómo te sientes, Emmabelle? Deberías
venir antes a casa. Dale al bebé un poco de descanso.
—No me había dado cuenta de que eras médico —le dije cordialmente.
—Oh, no lo soy —sonrió Louisa.
Le devolví la sonrisa, de una manera que decía, ¿por qué no te callas?
—¡Solo intento ser útil! —Apoyó su hombro contra el de Devon. Me di cuenta
de que él no la apartó, ni siquiera parecía ligeramente incómodo.
Dios, esto era horrible. Iba a morir de celos, ¿no? La primera persona en el
mundo en morir de ese sentimiento.
—Nos quedan algunos espárragos y bistec. Te he preparado un plato. Está en
la nevera —señaló Louisa.
Vaya. Su juego de Comprender a la Esposa Trofeo era fuerte. No solo había
cocinado para él, también de alguna manera se las arregló para hacerme la
pieza de lado en unos pocos pasos fáciles.
—Fantástico. Bueno, no te preocupes por mí en tu camino para negociar el
matrimonio más blanco de la historia del mundo, completo con hijos
probablemente consanguíneos e infidelidades definitivas en el
camino —chirrié, dirigiéndome a mi habitación de invitados—. ¡Disfruta el
resto de tu noche
Cuando me tiré en la cama, saqué la tarjeta que me dio el oficial y parpadeé
con furia.
La policía no iba a ayudarme.
Mi historia ni siquiera tenía sentido.
Rompí la tarjeta en pedazos.
Sería mi propio protector.
Catorce años
El amanecer se abre paso en el cielo con brillantes rosas y azules.
El entrenador Locken y yo somos los únicos en la reserva de Castle Rock.
—Pensé que trabajarías en tus tiempos sin los otros aguiluchos. He estado
seleccionando los buenos campamentos de atletismo para ti durante el verano
—dice.
Siento que me vuelvo de un tono rosa brillante, al menos cinco veces más oscuro
que el amanecer sobre nuestras cabezas.
El entrenador Locken tiene un aspecto especialmente bueno esta mañana. Bien
afeitado, con un pantalón de chándal gris que resalta sus fuertes piernas y una
sudadera azul con capucha que se ciñe a sus músculos. He visto a ese
espeluznante profesor de geografía en la televisión, y lo siento, pero no se
pueden comparar. Se me ocurren al menos cincuenta chicas en la escuela que
desaparecerían con el entrenador Locken en la sala de lucha y se abrirían de
piernas para él. Ese otro profesor era viejo y asqueroso.
—No voy a decepcionarlo, entrenador.
Entonces me voy.
Correr en el bosque es mi favorito. Me gusta la temperatura fresca, el aire
fresco. Los sonidos desconocidos.
Corro un bucle de dos mil metros. Tres rondas. El entrenador pone en marcha
su cronómetro. Está de pie en el borde del bucle, y cuando miro hacia atrás
antes de desaparecer en el espeso manto de árboles, noto que sus ojos se
detienen en mis piernas.
No voy a mentir, llevo unos pantalones cortos súper cortos. No es accidental.
Últimamente, mis sueños de besar al entrenador Locken se filtran en las
noches. Siempre me despierto sudada y con las piernas húmedas. Intento
calmarme con duchas frías y viendo películas con otros chicos guapos, pero no
funciona. Es el único chico (bueno, hombre, en realidad) que me gusta de
verdad.
Todas mis otras amigas ya se están besando y liándose. Yo soy la única que
aún no lo ha hecho. Pero, aunque quisiera conseguir un novio al que besar, sé
que no se va a sentir tan bien, tan bien como los dedos del entrenador en mis
rodillas y muslos, así que ¿para qué?
Es solo una fijación, me digo a mí misma mientras doy la vuelta al primer bucle
y lo veo en la distancia. Una vez que lo beses, dejarás de estar obsesionada.
Y entonces empiezo a excusarme de nuevo. ¿Y qué si está casado? ¿Qué su
mujer está embarazada? Lo que no sabe no podrá hacerle daño.
Un beso no va a significar nada. Probablemente me hará un favor y no volverá
a pensar en ello. Y podré seguir adelante y conocer a alguien de mi edad.
Pero entonces pienso en lo que dijo mi padre sobre aquel profesor de geografía,
y se me hace un nudo en el estómago tantas veces que se vuelve pesado de
espanto. Pienso en papá besando a otra mujer que no es mamá, y me dan
ganas de vomitar. Está mal.
No quiero ser esa persona, la persona que hace que la vida de alguien... esté
mal.
Pero si el entrenador Locken decide engañar a su esposa, entonces las cosas
entre ellos no están tan bien. No puedes destruir una buena relación, ¿verdad?
El segundo bucle es una brisa. Estoy tan metido en mi cabeza, en piloto
automático, que mis piernas me llevan a la velocidad de la luz. Ni siquiera tengo
que regular mi respiración. Es en la tercera vuelta cuando mi rodilla empieza a
ceder. Es algo más que un dolor sordo y persistente. Esta vez también hay una
punzada aguda en mi pie. El calambre es insoportable. Cojeo el resto del
camino hasta él.
—¿Qué ha pasado? —Oigo al entrenador Locken antes de verle mientras
desciendo por el bucle accidentado—. Estabas a punto de batir tu récord antes
de ese último bucle.
—Tengo un calambre en el pie —le grito.
—Muy bien. Vamos a ver.
Me ofrece su brazo cuando llego a él, y me apoyo en él mientras corremos hacia
su auto. Es el único auto aparcado en la orilla del embalse. Papá me deja en el
entrenamiento antes de irse a trabajar -no sin antes asegurarse de que los
demás niños y el entrenador están allí- y normalmente me lleva de vuelta al
colegio uno de los padres del aguilucho.
Es un Suburban grande y plateado. Abre el maletero y es del tamaño de mi
habitación. Hay equipo deportivo esparcido por todas partes.
—Sube. —Mueve la barbilla. Pero no puedo. Mi pie está fuera de combate. Con
una sonrisa comprensiva, el entrenador Locken se acerca a mí—. ¿Puedo?
Asiento con la cabeza. Me levanta por la parte posterior de los muslos para
sentarme en el borde de su maletero abierto. Me toma el pie lesionado, me quita
la zapatilla y el calcetín y empieza a masajearme, metiendo los pulgares en el
arco del pie y girándolo aquí y allá.
—Santa mierda —gimo, moviéndome horizontalmente a través de su tronco, de
modo que estoy acostada—. Esto se siente como dar a luz.
También me hace pensar en su mujer embarazada y me quita la emoción de
que me toque.
—Cuida ese lenguaje, jovencita. —Pero suena más como un amigo que como un
profesor.
—Lo siento, pero duele mucho.
¿Sabe siquiera lo que significa esta jerga?
—La perfección cuesta.
—Será mejor que consiga esa beca.
—Las posibilidades son buenas. ¿Quieres quedarte en la ciudad o ir a otro
lugar para la universidad? —pregunta.
—Costa Oeste, tal vez —Parpadeo hacia el techo de su
todoterreno—. California.
Las playas doradas y el sol abrasador suenan como mi onda. Apuesto a que
Santa Bárbara y yo nos vamos a llevar de maravilla.
—¿De verdad? Cuando crecí, viví en Fresno durante un tiempo. Si te mudas, te
daré el número de mi tía. Ya sabes, para que no te sientas tan sola. ¿Qué
piensa tu novio al respecto? —tararea—. Que quieras mudarse al otro lado del
país.
—No tengo novio —le digo, un poco sin aliento, un poco demasiado rápido.
—¿Ross Kendrick no es tu novio? —pregunta inocentemente Locken,
arremangándose la camisa.
Oh. Vamos. A Ross Kendrick no le gustan las chicas, y tampoco es tímido al
respecto. El entrenador no corre el riesgo de ganar ningún premio Oscar por su
actuación.
—¿Cómo está su esposa? —Cambio de tema. Una cosa es pasar por encima de
lo prohibido y otra entrar directamente en él—. ¿Vas a tener un niño o una
niña?
—Un niño. —No parece muy entusiasmado por responder a la pregunta, su tono
se vuelve agrio—. Se fue a vivir con su madre. Es complicado.
—De acuerdo.
Unos segundos después se oye un chasquido que proviene de mi pie.
—Ahh. Me has roto —me río.
—Todavía no —murmura en voz baja, pero yo lo oigo. Lo oigo, y de repente me
invade una nueva desesperación por ser tocada por él.
—Rueda tu tobillo. Estira el talón.
Llevo mi rodilla al pecho y hago lo que me dicen. Sé qué vista tiene ahora,
cuando estoy en esta posición. Mis pantalones cortos de correr se levantan y él
puede ver mis bragas. De algodón blanco.
—Me siento mucho mejor. Gracias.
—¿Un masaje para esos músculos cortos? —ofrece, su voz cómicamente grave
ahora—. Todavía tenemos veinte minutos antes de que empiecen las clases.
—Claro.
Esta vez, me junta los talones y me separa las rodillas todo lo que puede. Me
abro de par en par frente a él mientras sus dedos comienzan a recorrer el
interior de mis muslos. Es un estiramiento brutal, pero lo necesito.
Aun así, sé que se supone que no debe tocarme de esa manera, y que hemos
cruzado una línea. La cuerda roja e invisible que nos separa de lo casualmente
inapropiado a hacer algo que podría llevarle a él a la cárcel y a mí a terapia de
por vida.
—Gracias —gimoteo. Se siente tan bien. El estiramiento. Sus manos. Todo.
Voy a ir al infierno.
—Sí.
Sus pulgares tocan el dobladillo de mis pantalones cortos mientras dibuja
círculos en mi piel. Una vez. Dos veces. A la tercera, sé que no es accidental. Sé
que estamos al borde de algo. Sé que esto no debería ocurrir.
Me agarra el pie y me estira el tendón, clavándome el pie junto a la cabeza.
Cuando se inclina hacia mí, siento su pene presionado contra mi ingle a través
de nuestra ropa. Se siente como si palpitara. Se me seca la boca.
—¿Así que tu esposa vive con su madre ahora? —pregunto en voz alta. No sé
por qué. Tal vez para distraerlo. Tal vez para distraerme a mí misma. Tal vez
para recordarnos a los dos que ella existe.
—Sí. No estamos en los mejores términos. No es... no estamos realmente juntos.
Me libera del estiramiento de los isquiotibiales. Las puntas de sus pulgares
tocan ahora el dobladillo de mis bragas bajo los pantalones. Se queda quieto.
Trago con fuerza. Cierro los ojos.
—Emmabelle.
Es la primera vez que no me llama Penrose. No respondo. No respiro. Odio que
una parte de mí quiera esto. Odio que mis bragas estén húmedas de nuevo.
—Puedo hacer que esto sea realmente bueno para ti, cariño. Pero no puedes
decírselo a nadie, ¿está bien?
Mis palabras han desaparecido. Arrugadas dentro de mi garganta. Sé que
debería decir que no. Quiero decir que no. Pero de alguna manera me escucho
diciendo que sí. Quiero complacerlo.
—Me meteré en muchos problemas si la gente se entera. Pero sé que quieres
hacerlo. Y... bueno, hace tiempo que quiero.
Pasa un rato sin que ninguno de los dos diga o haga nada. Sus pulgares en los
lados de mis bragas se sienten extraños. Ajeno. Pero también... excitante.
Justo cuando pienso que va a bajarme el short, quitarme las bragas y
penetrarme -como vi una vez en una película porno-, tira de ambos hacia un
lado. Una brisa fresca pasa por encima de mi coño, haciéndome saber que está
completamente expuesto a él.
Abro un ojo y lo veo observándome, lamiéndose los labios.
—Mierda —dice.
—Yo... soy virgen.
Pero lo que realmente intento decir es que quiero que siga siendo así. No soy
como Persy. No quiero esperar hasta el matrimonio para perder la virginidad,
pero quiero que signifique algo. No pensar dentro de unos años y recordar que
se la di a alguien que esperaba un hijo con otra persona.
—Sí, lo sé. Nunca te haré daño, dulzura.
Y entonces, antes de darme cuenta, está agachado, delante de su maletero
abierto, chupando mi coño en su boca. Estoy mortificada. Me siento tan
incómoda. Quiero apartarlo, pero tampoco quiero parecer una llorona,
especialmente después de lo bueno que ha sido conmigo. Siempre me presta
más atención, me masajea las piernas, me trabaja la rodilla.
Aprieto los ojos y me recuerdo a mí misma que nadie lo va a saber.
No Persy. No mis padres. No Ross y Sailor, mis mejores amigos. Definitivamente
no los otros aguiluchos. Si un árbol se cae en medio del bosque y nadie lo
escucha... ¿realmente sucedió?
Este será nuestro pequeño secreto.
Lo que me llevo a la tumba.
Todo se siente húmedo entre mis piernas. No sé si me gusta o no. Quiero decir,
me gusta la atención, pero... no sé. No necesariamente todo lo demás.
Después de lo que parece una eternidad, pero que probablemente son solo diez
minutos, se detiene, se da la vuelta y veo que sus brazos se flexionan a través
de la sudadera. Se está tocando. Termina. No veo nada, ya que está de
espaldas a mí. Se limpia con toallitas para bebés y vuelve al maletero. Para
entonces, estoy sentada de nuevo en el borde, con las piernas colgando, como
si no hubiera pasado nada.
Estamos bien. Todo está bien. No está realmente con su esposa, y esto es
consensuado. No es para nada como ese artículo de noticias. Además, si es tan
malo, ¿por qué se siente tan bien?
—Hey —Sonríe.
—Hola.
Entonces me besa, con lengua y todo, y yo saboreo el almizcle y la terrosidad
de mí misma y de su saliva -una mezcla de cosas que nunca antes había
probado.
Es entonces cuando decido que el pecado no sabe tan mal.
Segundos después de que Sweven diera un fuerte portazo en la puerta de su
habitación, Louisa se volvió hacia mí y me dijo:
—No soy estúpida, sabes.
—Nunca pensé que lo fueras —dije fácilmente, tomando un sorbo de mi vino.
—Todavía no me has tocado. Ni siquiera un beso.
Habían sido seis citas. También fueron buenas citas, aunque me cuidé de ser
el respetable Devon a su lado. No hablábamos de animales raros, y ella no se
burlaba de mi edad, mi idioma o mi acento... y, ahora que lo pienso, de mi
existencia.
—Me enorgullezco de mi buen comportamiento —dije distraídamente.
—Eres el mayor pecador de todos, y ambos lo sabemos —Me ofreció una
sonrisa impaciente—. Si me desearas, ya me habrías tomado.
Me recosté en mi asiento, observando su rostro con aire pensativo.
Louisa estaba a punto de aparentar su edad, su piel se había vuelto más
delgada, pegada a sus huesos con delicadeza, dándole un aspecto elegante y
ligeramente desnutrido. Estaba muy lejos de la Sweven de mejillas regordetas,
con una pizca de pecas y una piel sonrosada y sana.
La belleza de Louisa tenía experiencia, arrugas e historias.
Era encantadora de una manera mucho más interesante que un bombón que
parecía retocada por Photoshop.
—Me gustas —le confesé a Louisa.
—No lo suficiente como para hacer un movimiento, aparentemente —dijo
fácilmente.
Todo era fácil con ella, y ahí estaba la tentación de ceder a la petición de mi
madre.
—¿Entonces por qué estás aquí? —pregunté.
—Todavía tengo esperanza. ¿Es una tontería? —Giró la copa de vino aquí y
allá sobre la mesa, sujetándola por el tallo.
—¿Tonto? No. ¿Improbable? Siempre.
—Creo que podría doblegarte —reflexionó Louisa, dando un sorbo a su vino
tinto. La luz de las velas bailaba sobre los planos de su rostro, haciendo que
su sonrisa pareciera más suave—. Si te dijera hace un año que estaríamos
sentados juntos, discutiendo una posible aventura, no me habrías creído.
—No, no lo haría —admití.
—Sin embargo, aquí estamos.
—Aquí estamos.
Eché otra mirada a la puerta de Sweven.
Esta vez, no escuchaba ni miraba a escondidas.
Al final de esa semana hubo una gala.
El septuagésimo octavo baile anual de Boston, un evento para recaudar
fondos para la Fundación Gerald Fitzpatrick, una organización sin ánimo de
lucro exenta de impuestos 501c3, simbolizó para muchos la llegada oficial de
la primavera.
La recaudación del baile, que suele rondar los tres millones de dólares, iba a
parar a varios establecimientos locales que no me interesan ni quiero conocer.
Pero fue una excelente amortización para mi empresa, por no hablar de una
excusa estupenda para llevar mi traje de Ermenegildo Zegna.
Asistir al Baile de Boston fue también una jugada de negocios.
Me costaría encontrar un lugar mejor que reuniera a todo el Club de
Propietarios de Islas Privadas de Boston, la mayoría de los cuales eran
clientes actuales o potenciales.
Mientras estaba allí, en el Salón de Baile O'Donnell, escudriñando el lugar,
no pude evitar sentir un tinte de orgullo.
Me había convertido en el polo opuesto de mi padre.
Un hombre trabajador y respetuoso con la ley que no se dejaba influir por las
mujeres ni por la bebida.
El O'Donnell Ballroom era un lugar de cinco mil pies cuadrados en la calle
Boylston, con grandes ventanales, elegantes detalles arquitectónicos Tudor,
vigas de madera negra, lámparas de araña de color crudo y cortinas de seda
color champán.
Los camareros flotaban por la sala, rodeando a las mujeres con vestidos de
gala y a los hombres con trajes elegantes. Me quedé en un grupo de personas,
entre las que se encontraban Cillian, Hunter, Sam y el padrastro de Sam,
Troy, sin perder de vista a Emmabelle.
Sabía que iba a estar aquí. Su hermana ayudó a organizar el evento, y Sweven
celebraba cada uno de los logros mundanos de su hermana.
—...dijo que abrir un banco privado es una idea tan risible como que yo inicie
una cruzada cristiana para salvar ranas peludas. Yo nunca me metería en
sus aventuras —Escuché que Cillian le explicaba a Troy.
Si Cillian estaba aquí, su esposa estaba cerca. Y si Persephone estaba en el
lugar, Belle no podía estar a más de unos metros.
—Solo le he puesto dos mil —gritó Hunter a la defensiva—. Así que podría
estar en el tablero y ganar algo de experiencia. Si se hunde, se hunde. No es
un problema para mí.
—¿Devon? ¿Qué te parece el nuevo banco de James Davidson? —Sam me
metió en la conversación, la sonrisa taimada en su cara me decía que sabía
que no escuché ni una palabra de lo que decían.
Golpeé con el dedo índice la copa de champán que sostenía.
Intenté pensar lo que pensaba. Había estado más concentrado en tratar de
encontrar a mi compañera de cuarto que en la conversación.
—Creo que Davidson es una basura en todo lo que hace, y así se lo dije a
Hunter cuando me vino con la propuesta. Por suerte, Hunter necesita su
dinero como yo necesito otra hembra hormonal que manejar, así que como él
dijo, no hay que preocuparse.
—¿Cómo está Emmabelle de todos modos? —Hunter preguntó—. ¿Está
empezando a notarse?
Me pareció que sí, la última vez que la vi, hace un par de días. Cuando pasó
por delante de mí en la cocina, me pareció vislumbrar un vientre redondeado.
No podía asegurarlo. Pero como mantenía mis cartas cerca del pecho cuando
se trataba de mi vida personal, no tenían idea de que no me hablaba con ella.
—Moderadamente.
—¿Estás aprovechando los antojos del embarazo? —Sam elevó una ceja.
Levanté mi champán en el aire a modo de saludo.
—La misma respuesta.
—Bueno... —Cillian se deleitó dirigiendo su meñique más allá de mi hombro,
señalando algo— ...entonces puede que quieras asegurarte de que eres el
único que disfruta de esos antojos, porque Davidson parece estar trabajando
en su próxima aventura privada.
Seguí su línea de visión y me di la vuelta para ver a Emmabelle de pie en la
esquina de la habitación, con un vestido de seda azul claro de Cenicienta, con
su cabello arenoso en un elegante peinado.
Se reía de algo que decía James Davidson, sus dedos revoloteaban sobre su
collar.
El mismo Davidson que no distinguiría un mal negocio de uno bueno, aunque
le cortara la pierna sin anestesia.
Era objetivamente atractivo en una especie de pan blanco, con cabello
castaño y grueso, grandes dientes blancos y los modales lánguidos y
perezosos de un hombre que nunca tuvo que trabajar por lo que poseía.
Y estaba completamente encantado con la escabrosa y escandalosamente
vívida mujer que tenía delante.
Entrecerré los ojos y me centré en su vientre. Para mi decepción, su vestido
ocultaba bastante bien su vientre. Ni siquiera importaba. Si Belle quería
acostarse con Davidson esta noche, nada iba a detenerla.
—¿No está James Davidson casado? —Me sorprendió escuchar que mi
pregunta sonaba más como un gemido.
—Recién divorciado —corrigió Hunter, a mi derecha. Chocó su hombro con el
mío mientras ambos mirábamos a Belle riéndose a carcajadas de algo que
dijo Davidson.
¿Qué podría haberla hecho reír? El tipo estaba más seco que una torta de
arroz.
—Su ex acaba de comprarse un Cadillac nuevo y un par de tetas para
burlarse de él, pero he oído que se está mudando a pastos más agradables y
mejores.
—Ese pasto no va a ser Emmabelle.
Cillian se burló.
—Dudo que haya recibido ese memo.
—Solo está siendo educada —me lamenté.
—Sí, la mamá tu bebé es conocida por sus modales —Sam se rio.
—Además, la gente educada no toca el pecho de los demás —Hunter se rio.
Malditos. Ella estaba tocando su pecho.
No era un hombre violento, pero estaba bastante seguro de que estaba en
camino de hacer algo que me llevaría a la prisión estatal.
—¿Qué te parece? —le pregunté a Sam.
Al otro lado de la sala, Emmabelle negó con la cabeza cuando un camarero
se le acercó con una bandeja de champán mientras James se inclinaba más
hacia ella, susurrándole algo al oído.
—Creo que, si yo estuviera en tu lugar, a James ya le habrían faltado seis
dientes y le habrían perforado un pulmón —dijo Sam con indolencia.
Esa era toda la seguridad que necesitaba para saber que no estaba
sobreactuando. Aunque estaba sobreactuando, porque actualmente estaba
saliendo con otra mujer, aunque técnicamente, no la toqué.
Me moví rápidamente, rozando hombros, cruzando la inmensa sala, mis
dedos presionando con fuerza la fina copa de champán.
Quería matar a James y encerrar a Emmabelle en una torre de marfil. Aunque
realmente, ¿podría culparla? Pensaba que estaba a punto de comprometerme
con otra persona en unas pocas semanas, incluso días.
¿Qué clase de derecho tenía sobre esta mujer? Ninguno.
Me detuve frente a ellos, sonriendo como si todo estuviera bien en el mundo.
—Belle, querida, te he estado buscando —Hice el ademán de besar sus
mejillas, pero lo ignoré cuando James me pidió un apretón de manos.
La cortesía se fue por la ventana cuando sus ojos se posaron en lo que era
mío.
—¿Es así? —Sweven me dio una mirada perezosa. Una vez más, encontré su
indiferencia hacia mí encantadora—. Honestamente, uno pensaría que
estarías buscando cosas más importantes, como tus agallas.
—Tal vez encuentre tus modales mientras estoy en ello —dije.
—Oh, no sé nada de eso. No tienes un buen historial para encontrar cosas.
Mi punto G puede dar fe.
Eso era claramente una mentira. Podía encontrar su punto G, aunque
estuviera en una fila con otros cinco, y ella lo sabía muy bien.
—Devon, ¿conoces a esta joya? —James la señaló con su copa de burbujas
como si fuera un cuadro que estaba pensando en comprar.
Quería darle un puñetazo en el suelo y seguir hasta que llegara a las
profundidades del infierno.
—¡Es tan divertida!
—Maravilloso —dije gravemente—. Y sí, la conozco bien.
—No lo suficientemente bien, al parecer —Belle sacó su teléfono del bolso,
decidida a hacerme saber que estaba más desinteresada que avergonzada por
la escena que estaba montando.
—Lo suficiente como para fecundarla con mi bebé —Me volví hacia James,
clavándole una mirada gélida—. Haz lo que quieras con ella.
—¿Estás embarazada? —Los ojos de James se dirigieron a su vientre.
Su piel palideció. Sus ojos se encendieron. Quizás pensó que le había tocado
el premio gordo con la segunda esposa.
Belle se encogió de hombros, quitándose todo de encima.
—Los dos queremos un hijo. No es que estemos juntos.
—Vivimos juntos —Dejé escapar una sonrisa lobuna.
Me dio una palmadita en el brazo como una tía preocupada.
—Solo porque me lo rogaste.
—¿Rogar? No. Pero usé una forma poco ortodoxa de persuasión.
—Hablas mucho, cariño. ¿Sabes que la gente tiene sexo todo el tiempo y no
termina con el matrimonio, o los bebés, o incluso, ya sabes, una llamada
telefónica?
—Intenta reducir lo que tenemos todo lo que quieras, pero los hechos hablan
por sí mismos. Llevas a mi hijo, vives bajo mi techo y te dejas follar por mí
semanalmente.
Esta fue la parte en la que James Davidson se excusó y fingió haber visto a
alguien al otro lado de la habitación.
Me quedé con Sweven, que me miraba como si fuera a desayunar mis bolas
mañana.
—¿Qué mierda, amigo?
—La mierda es que estás coqueteando con uno de los peores charlatanes del
negocio delante de mis ojos, y no puedo arriesgarme a que su escasa
inteligencia y su horrible lógica retrógrada se acerquen a mi hija. ¿Y si se
convierte en su padrastro?
Era consciente de que sonaba como un terrible hipócrita.
Los ojos azules de Belle se abrieron de par en par, más por la rabia que por
la sorpresa.
—¿Me estás jodiendo ahora?
—Ahora no, pero tal vez más tarde. No hay mucho humor en nuestra
situación.
—¡Te vas a casar con otra! —Me golpeó en el pecho. Con fuerza.
Empezamos a llamar la atención de forma equivocada.
Desgraciadamente para Belle, por fin había encontrado a su pareja. No me
importaba mucho lo que la gente pensara de mí. La mayoría estaba tan
deslumbrada por mis títulos y mi acento, que me dejaban salirme con la mía.
—Todavía te dejaría calentar mi cama, si juegas bien tus cartas —Sabía que
esto la iba a volver loca.
Lo hizo. Ahora me abofeteó la cara. Con fuerza. No reaccioné.
—Llévame a un lugar privado para que pueda arrancarte la cabeza como es
debido —ordenó.
Apoyé mi mano en la parte baja de su espalda y la conduje a una biblioteca
situada en un rincón de la habitación. Era un espacio pequeño, pintado de
pared a pared con un elaborado cielo negro salpicado de estrellas que te hacía
sentir como si estuvieras en el espacio exterior.
Un grupo de hombres de negocios se sentó allí, hablando ociosamente
mientras bebían sus tragos.
—¡Fuera! —gruñí.
Se escabulleron como las liebres cuando mi padre había soltado a sus perros
sabuesos. La gente de esta ciudad sabía que había hecho un buen amigo y
un terrible enemigo.
Inmovilicé a Sweven contra una de las paredes y mis ojos se posaron en sus
deliciosos labios.
No tenía dónde moverse. Ningún lugar al que ir.
—Aquí —siseé seductoramente a sus labios—. Muérdeme la cabeza. Incluso
me desabrocharé el cinturón para facilitarte la vida.
Ella gimió, apartándome.
—Estás a punto de casarte con otra persona, así que aléjate de mí antes de
que te agarre las bolas y me asegure de que el hijo que llevo es el único que
tendrás.
Me reí socarronamente, tocando su mejilla. Me apartó la mano de un
manotazo.
—Estás asustada, ¿no? De que le ponga un anillo en el dedo —Me sentía
halagado, aunque seguía sin entender por qué era tan testaruda y fría.
—En realidad, no podría importarme menos. Solo quiero que sepas que no
soy la pieza secundaria de nadie —Hizo un movimiento para agacharse bajo
mi brazo, pero me moví rápidamente, bloqueando su camino hacia la puerta.
—¿Quién te ha jodido así? —me quejé, exigiendo saber.
La sujeté de los brazos, sin querer soltarla, pero sin saber tampoco cómo
llegar a ella.
—Lo intento con todas mis fuerzas, pero siempre llego al mismo callejón sin
salida. Quieres la polla, las bromas, la conversación, pero no los sentimientos.
Cuando le doy los sentimientos a otra persona, te vuelves loca. Así que déjame
preguntarte de nuevo: ¿Quién. Te. Hizo. Esto? —Temblaba de rabia. Iba a
matar al maldito. Acabar con él—. ¿Quién te hizo tan incapaz de tener una
relación sana con un hombre?
—¡No es asunto tuyo! —Me escupió en la cara. Ni siquiera me molesté en
limpiar la saliva. Intentó escapar de nuevo. La bloqueé, otra vez.
—No tan rápido. Dime lo que tengo que hacer para llegar a ti.
Estaba completamente fuera de mi alcance.
Ambos luchábamos por el control de una situación en la que ninguno de los
dos tenía poder.
Levantó la barbilla, con una sonrisa socarrona que adornaba sus rasgos de
Afrodita.
—No hay nada que puedas hacer o decir para que te vea como algo más de lo
que eres. Un niño rico y mimado que se escapó de casa, pero que nunca
escapó realmente de la jaula de oro. Por fin has encontrado lo único que no
puedes tener: yo, y si eso te mata... Pues muérete.
Golpeé las palmas de las manos contra la pared, encerrándola entre ellas.
Estaba tan frustrado que estuve a punto de destruir la habitación. De
destrozarla.
¿Y dónde mierda se ha metido mi copa de champán?
—¡Eres imposible! —rugí.
—Eres un imbécil —Ella bostezó en mi cara.
—Me arrepiento del día en que te ofrecí este acuerdo. Al menos, antes de esto,
tenía un poco de respeto y simpatía hacia ti.
—No necesito nada de ti —Emmabelle me apartó, con un tono serio—. Te
crees mucho mejor que tu familia, ¿no? El hecho de que trabajes para ganarte
la vida no te convierte en un mártir. No me esperes en casa. Esta noche
dormiré en casa de Pers.
—¿Por qué demonios harías eso?
—¡Así podrás tener un poco de espacio para follarte por fin a tu preciosa
nueva novia! —retumbó. Emmabelle me hizo un gesto con el dedo mientras
salía corriendo, con el dobladillo de su vestido volando sobre sus delicados
tobillos.
La perseguí. Por supuesto que la perseguí. En este punto, era incapaz de
tomar una decisión racional cuando se trataba de esta mujer.
Pero ya no me enamoraba su capacidad para desequilibrarme. Ahora, lo único
que sentía era asco y decepción hacia los dos.
Era demasiado viejo para esta mierda.
Emmabelle se detuvo momentáneamente. Se dio la vuelta. Volvió a abrir la
boca.
—Has estado disfrutando de tu preciosa Louisa como si no compartieras
techo con la futura madre de tu hijo. Bueno, si estás feliz follando por ahí, yo
también voy a encontrar algo de entretenimiento, y no hay nada que puedas
hacer al respecto. Acércate de nuevo a mí esta noche, y te romperé la nariz.
Con otro movimiento de sus faldas, se fue.
Me detuve.
Por primera y maldita vez, llegué a la conclusión de que perseguir a
Emmabelle Penrose tal vez no sea lo correcto, ni lo constructivo, ni lo divertido
para mí.
Solo estaba yo y la inmensa y oscura habitación. Regulé mi respiración y miré
a mi alrededor.
La vida era un asunto solitario, aunque nunca estuvieras completamente
solo.
Esta era la razón por la que la gente se enamoraba.
El amor, al parecer, era una brillante distracción del hecho de que todo era
temporal y nada importaba como creíamos.
Solo después de estar allí un minuto entero me di cuenta de algo
desconcertante.
Estaba dentro de una habitación pequeña, cerrada y confinada, solo, y no
tuve ningún ataque de pánico.
El amor tiene formas muy extrañas, pensé, saliendo tranquilamente de la
habitación y sacando otra copa de champán de una bandeja.
Es mejor no averiguar cuáles son.
Sweven me evitó con éxito el resto de la noche.
Revoloteaba entre los grupos de personas como una mariposa, toda risa ronca
y dientes blancos y puntiagudos.
Hice mi propia ronda entre clientes y asociados, fingiendo que no estaba
medio muerto por dentro. El tiempo parecía fundirse como un cuadro de
Salvador Dalí, y cada tictac del reloj en mi muñeca me acercaba un centímetro
más a dar la vuelta y marcharme.
De mis compromisos.
Responsabilidades.
De todo lo que había construido y utilizado como muro contra lo que me
esperaba en Inglaterra.
En algún momento de la noche, Persephone pasó su brazo por el mío y me
sacó de una discusión especialmente aburrida sobre los tirantes.
—Hola, amigo —Su vestido de color lavanda flotaba sobre el suelo de mármol.
Era delicada como una cáscara de huevo, pálida como la luna de medianoche.
Dulce y plácida, muy lejos de su hermana mayor, que era una locomotora;
podía ver por qué le convenía a Cillian, que era frío e insensible en todas
partes. Ella le subía la temperatura, mientras él enfriaba su calor. El yin y el
yang.
Pero Belle y yo no éramos complementarios el uno del otro. Ella era fuego, y
yo era hormigón. No nos compenetrábamos bien. Yo era robusto, uniforme y
estable, mientras que ella prosperaba en el caos.
—¿Cómo están los niños? —le pregunté a Persephone con desgana, ya
aburrido de la conversación.
Lo que haría por hablar con Sweven sobre animales peculiares justo ahora.
—Están muy bien, pero dudo que sea de eso de lo que quieres hablar —Me
dedicó una sonrisa ladeada y me arrastró al centro de un círculo humano,
formado por Aisling, Sailor y ella misma.
Accedí, principalmente porque entre que una manada de mujeres me
arrancara la cabeza de un mordisco y hablara de ligueros, moriría a manos
de las mujeres cualquier día de la maldita semana.
Miré entre las tres.
—Parece que soy víctima de algún tipo de intervención —dije, enarcando una
ceja.
—Tan agudo como siempre, Sr. Whitehall —dijo Sailor, tomándose el whisky
como si fuera agua. Definitivamente la hija de su padre.
Fue la única mujer del baile que llevó traje. Lo llevó fantásticamente.
—Queremos hablar contigo de algo.
Ese algo era Louisa, estaba seguro.
Me crucé de brazos sobre el pecho, esperando más.
—Queríamos saber qué vas a hacer para asegurarte de que Belle está sana y
salva. Después de todo, traicionamos su confianza al hablarte de ese hombre
en Boston Common. Ahora queremos saber que nuestra decisión estaba
justificada —Aisling me clavó una mirada.
¿Querían hablar de eso?
—Belle vive conmigo ahora, y puse a Simon a cargo de ella. La vigilo lo mejor
que puedo sin ponerle un GPS SCRAM en el tobillo.
—¿Está totalmente descartado un monitor de tobillo? —preguntó Sailor con
la mayor sinceridad.
—Sí, a menos que quiera perder una o dos extremidades —dije con tono
inexpresivo.
—Seguro que Simon es genial, pero solo está con ella cuando está en el club.
Sigo pensando que deberías pedir la ayuda de Sam —insistió Aisling.
—Cuando abordé el tema de Sam con Belle, me dijo que lo tenía controlado y
que no quería su interferencia —señalé con inteligencia—. Ir en contra de sus
deseos significaría una tumba temprana para mí. ¿Cómo te sentiste cuando
Cillian envió a los hombres de Sam tras de ti? —Me giré hacia Persephone,
que se volvió de color rosa salmón, con la mirada puesta en sus pies.
—No fue bueno —admitió—. Pero lo superé, eventualmente.
—Por suerte para el bastardo de tu marido, eres tan agradable como un
melocotón. Tu hermana, sin embargo, creo que todos estamos de acuerdo en
que es más bien un pomelo poco maduro.
Aisling frunció el ceño.
—Belle es una exaltada, pero a veces hay que hacer cosas por una persona,
incluso cuando cree que no lo necesita.
—Hablas como un verdadero tirano. La manzana no cae lejos del árbol.
Sweven era inaccesible, inalcanzable y poco razonable.
Y tenía que mantenerla viva.
Sí, estoy jodido.
—Si tuviéramos una idea de quién podría ser —Sailor se golpeó la sien,
pensando.
—Cree que es el imbécil que despidió hace un tiempo —le ofrecí.
—¿Frank? —Persephone arrugó la nariz.
Me encogí de hombros, aunque recordaba su nombre. Por supuesto que lo
recordaba. Cualquier hombre en mi posición lo haría.
—Eso tiene sentido. Es el único cabo suelto que se me ocurre —Sailor se frotó
la barbilla.
Hubo un breve silencio, que decidí llenar con una pregunta propia.
—¿Te ha dicho algo sobre nuestra situación?
—¿Qué situación? —preguntó Persephone en alerta—. Espero que la estés
tratando bien.
—Perra, por favor —resopló Sailor—. Si alguien está recibiendo un trato
injusto allí, es él.
—Ha estado malhumorada —dije vagamente.
—No te preocupes, no es porque te vayas a casar con otra persona —Sailor
parecía muy divertida, metiendo una mano en los bolsillos delanteros de su
pantalón de pitillo.
Así que sí sabían lo de Louisa.
Belle no se lo ocultó. Simplemente no le importaba lo suficiente como para
extenderse en el asunto.
—¿Honestamente crees que le parecería bien que me casara con otra
persona?
Parecía una adolescente preguntando a su mejor amiga si tenía una
oportunidad con Justin Bieber o no.
Cada vez que me proponía buscar mis agallas y los modales de Belle, debía
tomarme un momento para encontrar también mi masculinidad.
—Estará bien si te casas con cinco mujeres. Simultáneamente —dijo Sailor
con firmeza—. Belle no hace relaciones. O la moral, para el caso.
—Nunca ha estado enamorada —dijo Persephone con un suspiro
anhelante—. Nunca ha querido establecerse con nadie.
—Las personas cambian —dije sin entusiasmo.
—Esta persona no —dijo Aisling en voz alta mi más grave sospecha.
—Si estás esperando a que te profese su amor y retrasas la boda por ello, no
lo hagas —Aisling me puso una mano en el hombro, ofreciéndome una sonrisa
de disculpa—. Belle Penrose solo tiene suficiente amor para ella, su bebé y su
familia.
Catorce años
El invierno va y viene. Hay un poco de ruido a mi alrededor. Gano algunas
competiciones locales e incluso me escriben un pequeño artículo en el periódico
local por haber batido el récord del condado, que papá cuelga en nuestra nevera
porque, al parecer, ser vergonzoso es su principal negocio paralelo.
En marzo, la esposa del entrenador Locken, Brenda, da a luz a un niño sano.
Para entonces, estamos haciendo toda la rutina del bosque dos veces por
semana. Me come, luego nos besamos, luego se masturba antes de llevarme a
la escuela. Una vez, en su cumpleaños, me convenció para que lamiera el
pegajoso jugo blanco de sus dedos como si fueran piruletas. Me hizo tres fotos.
Lloré toda la noche después de que las tomara. Todavía pienso en el hecho de
que están en algún lugar de su teléfono, y quiero vomitar cada vez que lo
recuerdo.
Cuando lo hacemos en su despacho -pocas veces- me doy cuenta de que la foto
de Brenda, que estaba allí antes, ha desaparecido de su escritorio. También se
quita la alianza, pero solo cuando practicamos a solas en el bosque.
El entrenador me dice que se separaron hace unos meses. Brenda no quería
que él la tocara más después de quedarse embarazada y dijo cosas malas
sobre su trabajo. Como que no gana suficiente dinero y cosas así.
El entrenador dice que le gustaría que yo fuera su novia. Que podría llevarme
al cine, o a un buen restaurante, o simplemente a pasar el rato.
Sinceramente, estoy empezando a pensar que tal vez esta chica Brenda no se
merece a Steve (no se me permite llamarlo así cuando no estamos solos). De
todos modos, me hace sentir mucho menos mal por nuestra aventura.
Pero entonces Brenda da a luz y todo cambia.
El entrenador falta tres días seguidos. El tercer día está desaparecido. En la
cafetería, dos profesores del servicio de comidas cuentan con entusiasmo que
Brenda dio a luz en un hospital local -¿por qué iba a hacerlo, si volvió a vivir
con su madre en Nueva Jersey?
—¿Has visto al bebé? Es tan dulce. Es idéntico a su papá —dice la señorita
Warski, mientras se zampa el yogur con una cuchara de plástico.
—Sí, Steve envió las fotos a todos los del grupo, ¿recuerdas? Y escucha esto.
Le dio a su esposa el mejor regalo de parto: un auto nuevo.
—Un Kia Rio, ¿verdad?
—Sí. Yo también estoy pensando en comprar uno...
¿Su mujer?
¿Regalo de parto?
Pensé que ya no estaban juntos.
Al borde del divorcio.
Me paso el resto del día aturdida, obligándome a no enviarle mensajes de texto.
Ross se escapa y me compra una botella de Gatorade. No me pregunta por qué
estoy molesta. Por qué mis ojos están rojos y mi rostro pálido.
Sin embargo, más que desconsolada, siento una gran vergüenza.
Este hombre, en el que he depositado mi confianza, me ha dejado en ridículo.
Algo se rompe en mí ese día.
Algo que no sé si podré arreglar alguna vez.
Belle cumplió su promesa de no volver a casa esa noche.
Lo que me hizo, a su vez, llamar a Louisa de camino al trabajo a la mañana
siguiente.
Lou se alojaba en el Four Seasons, pasaba los días de compras y esperaba
que yo sacara la cabeza del culo.
La buena noticia para ella era que mi cabeza se alejaba poco a poco de dicho
culo.
Louisa contestó al primer timbrazo, sonando sin aliento.
—¿Hola? ¿Devon?
—¿Es un mal momento? —Doblé una esquina en mi Bentley, buscando
estacionamiento en la calle. El estacionamiento subterráneo parecía una idea
ridícula. La gente no tenía nada que hacer bajo tierra cuando aún estaba viva.
—Absolutamente no, es un momento perfecto.
Oí el suave golpe de una toalla que se dejaba caer y el gemido de una puerta
que se abría mientras un preparador físico me decía de fondo:
—Ahora vuelve a la posición del perro hacia abajo...
—Hola. Hey. Hola —Louisa se rio un poco de su propia torpeza. Me metí en
una plaza de estacionamiento en la calle y di marcha atrás.
—¿Está todo bien? —preguntó.
Estaba a punto de estarlo.
Era el momento de elegir a una persona que me eligiera a mí.
—Me preguntaba si te gustaría cenar esta noche.
—Claro. ¿Debo reservar para nosotros? —preguntó Louisa con dulzura—. Hay
un increíble restaurante italiano en la calle Salem que he estado queriendo
probar, aunque estoy feliz de atender a cualquiera de tus restricciones
dietéticas.
Las palabras de mi padre me persiguen.
Los matrimonios por amor son para las personas comunes y corrientes. Gente
nacida para seguir las ingratas reglas de la sociedad. No debes desear a tu
esposa, Devon. Su propósito es servirte, engendrar hijos y lucir hermosa.
Había un punto a tener en cuenta. La familia Whitehall había existido durante
tantos años, tenía tantas tradiciones. ¿Quién era él para dictar el fin de esa
línea? No permitiría que ese hombre me robara mi legítima herencia.
—No —Salí del auto y galopé hacia la puerta de mi oficina—. Estaba pensando
que podríamos cenar en tu habitación de hotel. Tengo algunos asuntos que
discutir contigo.
—¿Está todo bien? —preguntó preocupada.
—Sí —Subí las escaleras hasta mi despacho—. Todo es perfecto. Acabo de
tener una especie de epifanía.
—Me gustan las epifanías.
Esto te va a encantar.
—Devon... —dudó.
Empujé la puerta de cristal de mi despacho para abrirla. Joanne ya estaba
esperando con impresiones de mi agenda diaria y una taza de café recién
hecho. Se los quité de la mano.
—¿Sí, Lou?
—No me has llamado Lou en mucho tiempo. No desde hace décadas.
Otra pausa.
—¿Debo... debo llevar mis mejores sedas?
Prácticamente podía oír a Louisa mordiéndose el labio inferior.
Tomé un sorbo de mi café y sonreí de forma macabra.
—Mejor aún, cariño, no lleves nada debajo del vestido.
Mi madre me llamó varias veces ese día, eludiendo el tema de Louisa sin
hablar realmente de ella.
Preguntó por Emmabelle, si todavía vivíamos juntos. Cuando le dije que sí,
sonó bastante menos alegre.
—Si Louisa y yo vamos a tener un futuro, el bebé y Emmabelle serán una
parte importante de mi vida —dije secamente.
—Pero no te mudarías a Inglaterra —respondió mamá—. Te encadenaría a
Boston para siempre.
—Me encanta Boston —Realmente lo hacía—. Es mi hogar ahora.
El castillo de Whitehall Court nunca había sido más que paredes llenas de
malos recuerdos.
Durante mi pausa para el almuerzo, fui a elegir un anillo de compromiso de
1,50 quilates de talla cojín de Tiffany & Co.
Cuando volví a la oficina, le dije a Joanne que comprara un gran ramo de
flores y que no escatimara en gastos.
—¿Por fin va a cortejar a esa chica Penrose, señor? —Joanne no pudo evitar
soltarlo desde detrás de la pantalla del ordenador, mientras masticaba un
palito de apio que significaba su quinto intento de Weight Watchers 21 ese
mes—. Ya es hora. Un niño debe tener un hogar estable. Una madre y un
padre. Así es como se hacía cuando yo crecía, Su Alteza.
Joanne insistió en referirse a mí de forma regia, aunque no tenía ni idea de
cómo llamarme. También pensó que las flores eran para Emmabelle. ¿Por qué
no iba a hacerlo? Había reservado las citas semanales de Sweven con el
ginecólogo y enviado taxis conmigo para recoger a Belle.
—No es la chica Penrose —dije brevemente, entrando en mi despacho.
Joanne se levantó corriendo y me siguió, sus cortas piernas se movían con
una fuerza que no había visto en ella desde que tuvo que tomarse medio día
libre cuando su hija se puso de parto.
—¿Cómo que no es la chica Penrose? —preguntó.
Me acomodé detrás de mi escritorio, encendiendo mi portátil.
—No es que sea de tu incumbencia, pero estoy cortejando a otra mujer.
—Cortejar a otra... Devon, ¿es así como lo hacen en Inglaterra? Porque aquí,
la bigamia es ilegal.
¿Devon? ¿Qué pasó con Su Alteza Real, señor?
—Belle y yo no estamos casados —Le hice un gesto para que se fuera.
—¡Solo porque no se lo has pedido! —retumbó.
—Ella no está interesada.
22 Argot juguetón para un pene no circuncidado o intacto con un prepucio largo y grueso que cubre
la mayor parte o la totalidad del glande o la cabeza.
Mi cabeza aún daba vueltas cuando volví a casa. Me pesaban los miembros
al darme cuenta de que, al parecer, era inmune a todas las mujeres del
mundo excepto a la que no me quería.
Subí a toda prisa, maldiciéndome por millonésima vez esa semana por no
poder usar el ascensor como un ser humano lógico.
Cuando terminé de detestarme por mi claustrofobia, empecé a despreciarme
por tener un cuerpo traidor. ¿Qué demonios le pasaba? En el pasado, se me
levantaba cada vez que el leve aroma de un perfume de mujer flotaba en el
aire. Ahora, mi polla había decidido que tenía principios, sentimientos y
moral. ¿No se había enterado de que era, de hecho, una POLLA? El órgano
menos sofisticado del cuerpo humano, aparte del ano.
Pasé de un empujón la puerta de entrada a una oscura y vasta sala de estar,
apartando de una patada el mobiliario de la puerta.
Si Emmabelle volvía a estar fuera, trabajando hasta tarde o entretenida por
un amigo masculino, yo iba a... a...
No iba a hacer nada al respecto. No tenía ningún poder sobre ella.
Espero que ese mes de acostarse con ella haya valido la pena, amigo. Porque
este es tu futuro.
Atravesando el salón, pasé por su dormitorio antes de retirarme a mi propia
cama.
Su puerta estaba entreabierta. Para mi gran vergüenza, todo mi cuerpo se
aflojó de alivio cuando noté que la luz del interior estaba encendida.
Sin poder resistirme, me detuve junto a la franja de espacio que nos separaba
a ambos y la observé.
Estaba de pie frente a un espejo imperial de cuerpo entero.
La sudadera con capucha se le había enrollado en el pecho. Su estómago
estaba desnudo. Lo acunó frente a su reflejo, mirándolo con asombro.
Mis ojos bajaron, haciendo lo mismo.
Por primera vez, era real e innegablemente obvio que Emmabelle Penrose
estaba embarazada.
La forma dura y redonda de su vientre no podía ser confundida. Tenía un
aspecto magnífico. Tan suave y cálido y lleno de un bebé que nos pertenecía.
Se estaba notando.
Cerré los ojos, apretando la cabeza contra el marco de madera de la puerta,
respirando.
—Eres tan jodidamente hermosa que a veces quiero devorarte solo para
asegurarme de que nadie más te tenga.
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
Se giró al oír mi voz.
El amor y el asombro que había en su expresión se desvanecieron y fueron
sustituidos por una sonrisa socarrona.
—Me sorprende que Louisa te haya dejado libre esta noche. ¿Problemas en el
purgatorio?
Supongo que era su versión de la palabra paraíso para nosotros.
—Detente —le dije.
—¿Detener qué? —dijo ella.
—Deja de actuar como una mocosa. Deja de apartarme. Deja de arruinar un
momento perfectamente bueno porque tienes tanto miedo a los hombres que
simplemente debes atormentarlos si amenazan con poner una grieta en tu
muro perfectamente construido.
—Muy bien, entonces —Belle dejó caer la sudadera sobre su estómago.
—No —Me aparté del marco de la puerta y me dirigí hacia ella, con un paso
tranquilo—. Quiero ver.
Emmabelle abrió la boca -probablemente para decirme que fuera a hacer un
bebé con Louisa si estaba tan interesado en ver una barriga embarazada-,
pero conseguí ponerle un dedo en la boca antes de que salieran las palabras.
—También es mi hijo.
En silencio, se subió la sudadera hasta los pechos.
Me puse delante de ella, contemplando la maravilla que era su barriga de
embarazada.
—¿Puedo tocar? —Mi voz era irreconocible para mis propios oídos.
—Sí —La suya, me di cuenta, también tembló. El aire a nuestro alrededor se
detuvo, como si también contuviera la respiración.
Las puntas de mis dedos rodearon su estómago por ambos lados. Estaba duro
como una piedra. Ambos miramos su vientre como si estuviéramos esperando
algo. Pasó un minuto. Luego dos. Luego cinco.
—No quiero soltarte —dije.
—No quiero que me sueltes —dijo en voz baja. Ya no estábamos hablando de
su estómago.
Mis ojos subieron para encontrar su mirada a través de nuestro reflejo en el
espejo.
—Entonces, ¿por qué haces todo lo posible para alejarme?
Se encogió de hombros, con una sonrisa de impotencia en su rostro.
—Esa es la forma en como estoy hecha.
—Es una mierda.
—Sigue siendo cierto.
—Dime qué te ha pasado —exigí, por millonésima vez, pensando en Frederick,
en la forma en que había pelado las capas de Louisa. ¿Estaba siquiera cerca
de desprenderse de la primera capa? ¿Cuántas más faltan? ¿Y qué demonios
le ha pasado a esta mujer?
Incluso mis compañeros, que no eran en absoluto buenos chicos, nunca
dejaron a una mujer tan rota.
Dio un paso adelante, borrando todo el espacio que nos separaba.
Estaba duro como una piedra y a punto de arrancarle la ropa a esta mujer.
—Deja de meterte en mis asuntos, Devon. Ya has probado mi bolsa de trucos.
No hay nada más que ver aquí.
—Eres más que una fiestera tonta, por mucho que te empeñes en
comercializarte así. Publicidad falsa.
—Ja —dijo secamente—. Es que no has leído la letra pequeña.
Una sonrisa malvada se dibujó en mis labios.
—Eres fantástica, y espinosa, y vale la pena todo lo que me hiciste pasar.
—¡No! —Me empujó, con las palmas de las manos golpeando mi pecho. Ahora
estaba enfadada, asustada. Apreté un botón—. No lo hago. Deja de decir eso.
Soy la mala cosecha. La zorra que no se puede casar.
—Eres jodidamente increíble —le dije en la cara, riendo por lo
bajo—. Brillante. Única en tu género. La mujer más inteligente que conozco.
Me empujó de nuevo. Me puse más duro.
—No soy buena.
—No. No eres buena. Jodidamente genial.
—Voy a ser una madre terrible.
La última frase fue dicha con un impulso de exasperación.
Cayó de rodillas a mis pies, con la cabeza baja.
—Jesús. ¿En qué estaba pensando? No puedo hacer esto. No soy Persy. No
soy Sailor. Esta no es mi vida.
Bajé hasta quedar a la altura de sus ojos, recogiendo su rostro con las palmas
de las manos.
Mi pulso se aceleró. Joder, me iba a dar un ataque al corazón, ¿no? Bueno,
ha sido un placer. Literalmente.
—Mírame ahora, Sweven.
Levantó la cabeza y me devolvió el parpadeo, con los ojos brillantes por las
lágrimas no derramadas.
—Solo elijo lo mejor para mí. Trajes, autos, propiedades, restaurantes. Esa es
la forma en que estoy conectado. Créeme cuando te digo que no me puse a la
ligera cuando te elegí como madre de mi hijo. Eres inteligente, independiente,
astuta, creativa, divertida y, que Dios me ayude, un poco loca. Pero también
eres responsable, estable, fuerte y sensata. Vas a ser una madre increíble. La
mejor que ha pisado esta tierra.
Su pecho se agitó y parecía estar a punto de sollozar.
—¿Qué pasa ahora, cariño?
—Te olvidaste lo de bonita —gimió.
Los dos empezamos a reírnos. Ella perdió el equilibrio y se cayó hacia atrás.
Como no quería que se golpeara contra el suelo enmoquetado, tiré de ella
conmigo y me dejé caer sobre la alfombra, utilizando mi cuerpo como cojín
para ella. Nuestras piernas se entrelazaron.
—Lo siento, cariño, pero estás lejos de ser bonita.
Hizo como si me lanzara un golpe en el pecho. Le agarré la muñeca y le di un
suave mordisco.
—Preciosa, sin embargo...
Sus labios se posaron en los míos enseguida, calientes, húmedos y exigentes.
Su lengua se deslizó entre las mía juguetonamente, acariciando y provocando.
Le rasgué la ropa, arrancándole la capucha del cuello, con cuidado de no
hacerle daño.
Sus manos estaban sobre mí. Su boca también. No quería respirar. Para darle
tiempo a cambiar de opinión.
Se desnudó antes de poder parpadear. Todavía estaba completamente vestido
cuando la apoyé de nuevo contra el somier, mi lengua se deslizó por la parte
posterior de su rodilla, hasta la parte interior de su muslo, acariciando un
punto sensible que hizo que todo su cuerpo se estremeciera violentamente.
Mis labios encontraron la dulce flor entre sus piernas, y chupé, mordí y soplé
hasta que se corrió, introduciendo mi lengua en ella para sentir cómo sus
músculos la apretaban con avidez. Ella siseó, sus ojos se abrieron de par en
par, como si recordara algo. Me pareció peculiar. La forma en que reaccionó.
Pero entonces negó con la cabeza, cerrando los ojos.
—Continúa.
Subiendo a besar su vientre, presioné con besos calientes sus dos tetas,
mordisqueando mi camino hacia su garganta, hasta sus labios.
—Devon. Por favor. Fóllame.
—Todo a su tiempo, Sweven.
Me desabrochó los pantalones. Podía sentir la perla de pre semen pegando mi
polla a la tela de mis bóxers.
Belle liberó mi polla de los confines de mi ropa y murmuró en nuestro sucio
beso:
—Repite eso.
—¿Repetir qué? —pregunté, deslizándome dentro de ella, allí en el suelo,
encontrándola mojada y lista para mí.
—Mi apodo. Llámame así.
Ella seguía el ritmo de mis empujones.
—Sweven —Besé sus labios.
Empuje.
—Otra vez.
—Sweven.
Empuje.
—Sweven. Sweven. Sweven.
Empuje. Empuje. Empuje.
Pegué mi frente a la suya mientras la penetraba más rápido y con más fuerza.
—Me voy a correr.
—Hazlo dentro de mí —Clavó sus uñas en mi piel, marcándome,
asegurándose de que Louisa lo supiera—. Quiero sentirte todo.
Mi agarre sobre ella se intensificó. Sus músculos temblaron cuando sentí mi
semen caliente deslizándose dentro de ella.
Los dos estábamos sudados y agotados cuando me desprendí de ella,
respirando con dificultad y mirando al techo.
Fue la primera en hablar.
—De pequeña abusaron de mí. Al día de hoy, nadie lo sabe.
Todo mi cuerpo se tensó.
Le agarré la mano instintivamente, incluso antes de girarme para mirarla.
Esperé más.
Siguió mirando al techo, evitando mi mirada.
Cuando era obvio que no estaba de humor para compartir más que lo
esencial, pregunté tímidamente:
—¿Quién fue?
Ella sonrió con tristeza.
—El sospechoso de siempre.
—¿Cuánto tiempo duró?
—No lo recuerdo. Estaba demasiado... no sé, profundamente en la negación.
—¿Por qué lo mantuviste en secreto? —Me apoyé en los codos. Lo supe antes
de que me dijera que su familia y amigos no estaban al tanto de la situación.
Recordé la incómoda conversación con su padre y canté en mi cabeza: De
ninguna manera, de ninguna manera, de ninguna maldita manera. Su padre
no abusó de ella. Porque si lo hacía, tendría que matarlo, y yo no estaba hecho
para la vida en la cárcel.
—Mierda, no puedo creer que te lo esté contando —Sollozó, la primera lágrima
cayó por su mejilla, deslizándose hacia su oreja.
Contuve la respiración y, por primera vez en mi vida, recé a Dios. Que no se
detuviera. Que saliera de esos altos muros de los que se rodeaba, que abriera
la puerta y me dejara entrar.
—Siempre fui la marimacho, la alborotadora. No quería ser la causa de otro
problema más. Tonto, lo sé, pero estaba cansada de ser el portador de malas
noticias. La que siempre metía a todos en problemas. Pero al mismo tiempo,
enfrentarme a él significaba correr el riesgo de que todos se enteraran. Así
que simplemente... lo reprimí. Por un tiempo, quiero decir. Y entonces ocurrió
otra cosa... —Se detuvo, cerrando los ojos de nuevo, tratando de tragar el
nudo en la garganta y fallando.
Belle no era como otras mujeres. Era el tipo de chica que se llevaría sus
secretos a la tumba. Pero esto, ya era suficiente. Significaba el mundo para
mí que ella eligiera decírmelo.
—Los dos hombres en los que más confiaba y amaba me dieron la espalda,
cada uno a su manera. ¿Esta vibración de no confianza, de no apego, que
estás recibiendo? Eso es mi “joder” a tu género, Devon. Si decido confiar de
nuevo y me hacen daño, sería mi fin. Por eso me resisto a ti en todo momento.
Lo que sea que sientas, yo lo siento diez veces más. Pero no vale la pena para
mí. O mato mis sentimientos o mis sentimientos me matan a mí.
Le pasé un pulgar por el cabello soleado, metiéndoselo detrás de la oreja.
—Querida Sweven, ¿qué es una pequeña muerte en el gran esquema de las
cosas?
Esta insoportable y exasperante mujer me entendía de verdad. Mis
peculiaridades, mis formas excéntricas. La mayor parte del tiempo que
pasamos juntos fue frustrante y malo. Pero cuando era bueno, cuando las
paredes se derrumbaban, era lo mejor que había tenido.
Emmabelle se volvió para mirarme por primera vez desde que empezó a
contarme su historia.
—Ya basta de hablar de mí. ¿Qué es lo que te hizo sentir claustrofobia, Dev?
Una verdad por una verdad. Prometiste compartirlo cuando me ganara tu
confianza, y creo que estoy ahí. Cuéntame lo que pasó.
Y así lo hice.
Pasado.
El montacargas era del tamaño de una estantería cuando me metieron en él
por primera vez, a los cuatro años.
Como un bebé en el vientre materno, era lo suficientemente espacioso como
para que pudiera mover mis extremidades, pero lo suficientemente pequeño
como para tener que agacharme.
A los diez años, mis piernas eran demasiado largas y mis brazos demasiado
desgarbados para encajar en él.
Y a los catorce años, me sentí como si me metieran en una lata de sardinas con
quince Devons más. Apenas podía respirar.
El problema era que yo seguía creciendo y el montacargas seguía teniendo el
mismo tamaño. Un pequeño y mísero agujero.
No siempre lo odié.
Al principio, de pequeño, incluso aprendí a apreciarlo.
Pasé mi tiempo pensando. En lo que quería ser de grande (bombero). Y más
tarde, en las chicas que me gustaban y en los trucos que había aprendido en
las clases de esgrima, y en lo que sentiría al ser un bicho, o un paraguas, o una
taza de té.
Todo se fue al infierno un día, cuando tenía once años.
Había hecho algo particularmente desagradable para molestar a mi padre. Me
colé en su despacho y le robé el atizador, luego lo usé como espada para pelear
con un árbol.
Ese atizador era de época y costó más que mi vida, me había explicado mi
padre cuando me atrapó con la cosa rota por la mitad (el árbol, obviamente,
había ganado).
Me había metido en el montacargas por la noche.
Mamá y Cecilia estaban fuera, visitando a unos parientes en Yorkshire. Yo
quería ir con ellas (nunca quise quedarme solo con papá), pero mamá dijo que
no podía perderme todo un fin de semana de sesiones de esgrima con mi sable.
—Además, no has pasado suficiente tiempo con papá. Un poco de tiempo de
unión para ustedes dos es justo lo que recetó el doctor.
Así que allí estaba yo, en el montacargas, pensando en lo que debe sentir una
botella que lleva una carta en el mar, o el pavimento agrietado, o una taza de
café en una concurrida cafetería de Londres.
Eso debería haber sido todo.
Otra noche en el montacargas, seguida de una mañana empapada de silencio
y frecuentes viajes al retrete para compensar el tiempo que tuve que aguantar
cuando estaba encerrado.
Solo que no fue así.
Porque ese día en particular llegó una tormenta tan grande y tan terrible que
dejó sin electricidad.
Mi padre se apresuró a ir a las cabañas de los sirvientes, donde todavía había
electricidad, para pasar la noche y quizás ser entretenido por una de las
criadas, algo que yo sabía que hacía cuando mamá no estaba en casa.
Se olvidó de una cosa.
De mí.
Me di cuenta de la filtración en el montacargas cuando un goteo persistente de
agua seguía cayendo sobre mi cara, interrumpiendo mi sueño.
Estaba destrozado dentro de mí, apretado contra las cuatro paredes. Me dolía
moverme, estirarme, estirar el cuello.
Cuando me desperté de golpe, el agua ya me llegaba a la cintura.
Empecé a golpear la puerta. Llorando, gritando, raspando mis uñas sobre la
cosa de madera para intentar abrirla.
Me rompí las uñas y me desgarré la carne intentando salir de allí.
Y lo peor es que sabía que no tenía ninguna posibilidad.
Mi familia no estaba en la casa.
Mi padre me dio por muerto. Deliberadamente o no, no lo sabía, y en ese
momento no podía importarme menos.
Si yo muriera, podrían intentar otro. Mi padre finalmente tendría el hijo que
siempre quiso. Fuerte y duro como un clavo y nunca asustado.
El agua me llegó hasta el cuello cuando oí golpes en el pasillo. Pasos.
Para entonces, estaba casi exhausto y ya estaba en paz con mi destino. Lo
único que quería era que la muerte fuera rápida.
Pero esto me dio nuevas esperanzas. Golpeé, grité y salpiqué, tratando de
llamar la atención, tragando agua en el proceso.
—¡Devon! ¡Devon!
La voz estaba amortiguada por el agua. Mi cabeza se hundía, pero aún podía
oírla.
Finalmente, la puerta del montacargas se abrió. Galones de agua salieron de
él... y yo también.
Caí como un ladrillo a las piernas de la persona que ahora era mi salvadora.
El santo que me dio misericordia. Me ahogué y me agité, como un pez fuera del
agua. El alivio me hizo orinarme en los pantalones, pero no creí que nadie
pudiera notarlo.
Mirando hacia arriba, vi a Louisa.
—Lou —me atraganté.
Mi voz era tan ronca que apenas se podía oír.
—Oh, Devvie. Oh, Dios. Teníamos que encontrarnos, ¿no lo recuerdas? Nunca
apareciste en el granero, así que mandé a buscarte. Pero el conductor no quería
dejar el auto, así que le pedí que me trajera aquí. Las puertas delanteras
estaban cerradas, pero entonces recordé que me dijiste dónde estaban las
llaves de repuesto...
Se arrodilló y me abrazó. Su voz se cernía sobre mi cabeza como una nube
mientras yo entraba y salía de la conciencia.
—Prometí que siempre te cubriría la espalda —La oí decir—. Estoy tan contenta
de haber llegado a ti a tiempo.
Nos abrazamos en el suelo. Me aflojé contra ella, ya que mi cuerpo era mucho
más pesado que el suyo y, aun así, ella soportó mi peso sin rechistar. Un ruido
sordo provenía de las escaleras, y en el pasillo oscurecido se alzaba la sombra
de mi padre, grande, mala e imponente.
—¿Qué has hecho, estúpida? —gruñó, furioso—. Se suponía que iba a morir.
23Los corredores de campo traviesa llegaron a ser conocidos como aguiluchos o harrier, en honor a
un pequeño sabueso que solía perseguir liebres genuinas.
¿Qué clase de hombre engaña a su mujer embarazada?
No uno digno, esa clase es.
—No vas a interponerte entre nada. Te deseo. Te amo. No he dejado de pensar
en ti en toda la semana —Hay una nota de urgencia en el tono del entrenador.
Desvío la mirada para mirarlo, pero me levanto del banco de todos modos.
Probablemente se vea raro desde lejos, si alguien nos ve. Yo alejándome de él
y no al revés.
Su declaración de amor no tiene sentido.
—Lo siento. No te amo.
—Sé que lo haces.
—No, no lo hago —La verdad es que no sé lo que siento o no siento. Solo sé que
estoy sobrepasada. Tengo que desenredarme de la situación rápidamente.
—Esta conversación no ha terminado —me advierte, levantándose tras de mí
y mirando a su alrededor como un ladrón en la noche antes de escabullirse por
la ventana de alguien.
Le doy la espalda y me alejo, pensando que sí.
El hombre iba a destruirme por completo, y no había nada que pudiera hacer
más que observarlo desde un asiento de primera fila.
Lo supe en el momento en que puso sus manos en mi estómago.
El bebé Whitehall revoloteó cuando sucedió. Sentí como si las mariposas
estiraran sus alas por primera vez dentro de mi vientre.
El bebé sabía que su padre la había tocado por primera vez y reaccionaba
ante él.
Todo pasó muy rápido después de eso.
Los besos.
Los mordiscos del amor.
La piel sobre la piel.
Los secretos.
Me sentí como si estuviera cayendo por un acantilado.
Cayendo, cayendo, cayendo.
Y, aun así, sin intentar agarrarse a nada para detener lo que estaba
sucediendo.
El fondo no parecía tan profundo cuando no querías salir de él.
Por eso enamorarse era un juego peligroso.
Te daba lo peor que una chica como yo podría tener.
Esperanza.
24 Presumida
Seguir con los refrescos era difícil pero necesario. El embarazo trajo consigo
el rechazo a numerosas cosas: el café, la carne roja y la mayoría de los
pescados. Pero seguía añorando una copa de vino de vez en cuando.
—¿Y bien? ¿Qué tipo de síntomas estás teniendo durante tu
embarazo? —Sailor dejó caer su bebida como un irlandés... bueno...
marinero25—. Cuando estaba embarazada de Rooney, mi hoo-ha se volvió
púrpura. Fue horrible. —Hizo una pausa—. Quiero decir, especialmente para
Hunter. No estaba en condiciones de mirarlo. Literalmente.
Persy se llevó una mano a la boca.
—Gracias, reina del TMI26.
Sailor se encogió de hombros, pasando una patata frita por un bol de
ketchup.
—Es una broma. Le gustó un poco. Lo hacía sentir como si tuviera sexo
extraterrestre.
—Solía mojar los pantalones. Constantemente —dijo Aisling con indiferencia,
llevándose una almeja frita a la boca. Escupí mi refresco, salpicando a mis
amigas. Bueno, esto era casual.
—Ambrose ejercía mucha presión sobre mi vejiga. Al principio, solo me
pasaba cuando tosía o estornudaba. En el tercer trimestre, lo único que tenía
que hacer era agacharme para ponerme los calcetines y, vaya, me orinaba
encima. Creo que era la única mujer embarazada del planeta Tierra que
seguía utilizando compresas todos los días. Cada vez que compraba alguna
en el Walmart local, la cajera me miraba de forma extraña, como diciendo
“sabes que no las necesitas, ¿verdad?”, y yo quería gritarle que era médica.
—¿Y tú? —Me dirigí a mi perfecta hermana, que tuvo dos embarazos perfectos
y dio a luz a bebés preciosos y que dormían bien desde el primer día. Persy,
Dios la bendiga, era incapaz de tener imperfecciones.
27 Dick = polla
Persy fue la primera en aclararse la garganta, procediendo con cautela.
—Explícate, por favor.
Les conté todo. Sobre el testamento, la herencia, y los problemas que venían
con ella. Sobre la madre de Devon, y la hermana, y la bancarrota. Les conté
sobre sus noches con Louisa y sobre cómo lo empujé a sus brazos.
Cómo jugué mis cartas de la peor manera posible.
Les conté todo menos los secretos que Devon y yo habíamos compartido. Los
agujeros en la parte de nuestros corazones.
Cuando terminé, toda la mesa se quedó en silencio.
Sailor pareció recuperarse antes que los demás. Se recostó en su silla, con
los ojos verdes muy abiertos, y sopló aire.
—Maldición.
Enterré el rostro entre las manos. Ningún buen consejo iba precedido de la
palabra “maldición”.
El personal de Persy empezó a apartar nuestros platos, haciéndose invisible.
Por millonésima vez, me pregunté cómo mi hermana, de origen tan humilde,
podía acostumbrarse a esta clase de riqueza.
—¿Algún comentario más útil? —Levanté las cejas.
—Es que nunca antes habías mostrado interés por alguien así, eso es
todo —Sailor miró a Aisling y a Persy en busca de ayuda, vio que seguían
procesando y añadió apresuradamente—: Puede que le haya dicho, o no, que
ni siquiera lo intente y que se case con Louisa para ahorrarse la angustia. Lo
siento, Belle. Cuando lo mencionaste el otro día, parecía que estabas
totalmente de acuerdo con que se casaran.
Me dieron ganas de vomitar, pero sonreí débilmente.
Necesitaba levantarme e irme. Tal vez llamar a Devon de camino a casa. Él
vendría, aunque estuviera con Louisa. Ese era el tipo de hombre que era.
Aisling se frotó la sien, con sus gruesas y oscuras cejas juntas.
—Esto está mal. Todo esto está mal. Sabes que tienes que luchar por él,
¿verdad?
Es fácil para ella decirlo. A pesar de toda su dulzura, Aisling era una
despiadada cuando se trataba del amor. Luchó con uñas y dientes para
conquistar a su marido después de suspirar por él durante años.
—¿Y arruinar la vida de su familia? —Dejé caer la cabeza sobre la mesa.
—Su hermana y su madre no son tu problema —dijo rotundamente Sailor.
—Además, estará arruinando su propia vida y la de Louisa si se casa con ella
mientras está enamorado de ti —intervino finalmente Persy.
El personal nos interrumpió de nuevo. Esta vez, trajeron el postre y el té.
Natillas, merengue de limón y trozos gordos de turrón.
Esperamos a que se fueran antes de volver a hablar.
—¿Estás loca? —susurré, metiendo la cuchara en las natillas—. No está
enamorado de mí.
—Esto es increíble —murmuró Aisling alrededor de su propia cuchara,
señalando las natillas—. Y en mi humilde opinión, como la persona con el
mayor coeficiente intelectual de la sala, está enamorado de ti.
—Súper humilde —Sailor se metió un trozo de turrón en la boca—. Pero en
realidad estoy de acuerdo. Tienes que darle la oportunidad de probarse a sí
mismo, Belle. Si supiera cómo te sientes, ni siquiera le prestaría atención a
Louisa.
—No sé qué tipo de relación tienen —Me serví un merengue de limón.
De acuerdo. Tal vez tenía un síntoma de embarazo en forma de querer comer
cualquier cosa que no estuviera clavada en el suelo.
—Es hora de preguntar —dijo Sailor.
—Lo que pasa con los hombres es... —Persy dio un sorbo a su té, con una
expresión lejana pintada en su rostro—, ...a veces necesitan un pequeño
empujón para darse cuenta de que lo que necesitan y lo que quieren está
delante de ellos y puede encontrarse en la misma mujer.
—Amén a eso —Aisling levantó su taza de té en el aire, haciendo un brindis.
—No soy como ustedes —Sacudí la cabeza—. No tengo la capacidad de hacer
feliz a otra persona. En cuanto me vuelvo vulnerable a ellos, se acabó el juego.
Hago algo horrible y trato de alejarlos. Así que no puedo prometerle todas las
cosas que le han dado a sus maridos. La familia, los hijos, el... ya sabes... el
amor incondicional y esas cosas.
Por las miradas de mis amigas y de mi hermana, me di cuenta de que no
había conseguido transmitir mi opinión con tacto o delicadeza.
—¿Es eso lo único para lo que servimos? ¿Para hacer felices a nuestros
supuestos hombres? —preguntó Sailor con una sonrisa sin humor en su
rostro—. Yo solo soy una ex arquera olímpica y la dueña de uno de los
mayores blogs de comida del país. ¿Qué sé yo de llevar un negocio o de tener
una vida fuera del matrimonio?
Ella era, en efecto, todas esas cosas. Pero también se había casado en el seno
de una familia rica y procedía de una, por lo que no tenía nada que demostrar
a nadie.
—Y yo solo soy una médico —Aisling tomó otro sorbo de su
té—. Definitivamente no soy tan importante o influyente como tú.
Persephone, que no tenía un trabajo diurno, era la única que estaba en
silencio, así que me giré hacia ella para decirle:
—Lo siento, no quería decir eso.
—¿Decir qué? —Se sentó de nuevo, pareciendo perfectamente serena y no
afectada—. Oh, puede que ya no trabaje de nueve a cinco, pero organizo
eventos para recaudar millones de dólares para niños con necesidades,
refugios para mujeres y animales que han sido maltratados. Me siento
increíblemente realizada y no necesito el permiso de nadie para llamarme
feminista.
Bien, puede que todas tuvieran razón.
—Una mujer es una mujer —Persy me puso una mano en el hombro, y me
pregunté desde cuándo se habían invertido los papeles. Ella se había
convertido en la sabia y mundana, y yo en la necesitada de consejo.
—Una mujer es una maravilla. Estamos programadas para hacer y ser todo
lo que queramos. No te subestimes. Lo que Devon vio en ti sigue estando en
algún lugar de tu interior. Búscalo con fuerza y lo encontrarás —añadió Persy.
¿Podría realmente salvar lo que tenía con Devon?
Los Whitehalls me querían fuera de la foto. Y Louisa iba a ser un dolor real,
perdón por la expresión.
Pero aparte de ellos, ¿qué más se interponía entre Devon y yo?
Nada. O, mejor dicho, nadie, salvo una persona.
Yo misma.
28Juego de palabras de tener relaciones sexuales + Victoria Secret que es la marca de ropa que se
asocia a sexy y sexo. Shag palabra que usan los londinenses que significa follar.
No tenía ni idea de por qué había decidido llamarlo así delante de ella, pero
me parecía correcto. El título. El peso de ello. Además, Devon me llamó su
novia el otro día, así que seguramente no estaba del todo equivocada. Incluso
si estaba bastante segura de que actualmente quería asesinarme.
—¿Novia? —resopló—. La familia de Devvie nunca te aceptará. De hecho, no
habrá ninguna familia que te acepte después de que todo esto haya terminado
y se haya solucionado. Devon puede parecer duro e implacable cuando se
trata de su madre, pero créeme, pasó la mitad de su vida tratando de
satisfacer todos sus caprichos. La familia lo es todo. Si te preocupas por él,
no le privarías de la suya. Un bebé no es suficiente para reemplazar todo lo
que estaría perdiendo.
Esta mujer tenía unos ovarios en los que se insinuaba que las mujeres no
tenían valor, idea que rechacé de inmediato. Al fin y al cabo, no eran los
hombres los que se encontraban empujando a un humano del tamaño de una
sandía fuera de su agujero de pipí.
Colocando mi mano en el pecho, fingí un shock.
—No me di cuenta de que estaba destruyendo su vida. Por favor, permítame
remediar la situación inmediatamente mudándome a un país tropical y
cambiando mi nombre para que no pueda encontrarme.
Las palabras -como se supone- fueron pronunciadas con un falso acento
inglés.
—No te hagas la tonta. Las dos sabemos que su relación contigo es lo único
que se interpone en nuestro matrimonio —dijo Louisa con impaciencia.
—¿Y? —Bostecé—. Los dos somos adultos con consentimiento. Y no sé si te
has dado cuenta, pero estamos dando un gran paso juntos.
—El paso no significa nada en tu situación. No te vas a casar. Tú no lo amas,
yo sí. Él no significa nada para ti.
Esta vez, cada una de sus palabras me cortó como si fueran fragmentos de
cristal, porque me di cuenta de que no eran ciertas.
Aun así, no podía confesarle mis sentimientos a Devon, y menos a esta
diablesa.
—¿Qué quieres decir? —Tamborileé los dedos sobre la parte trasera de mi
portátil, poniendo los ojos en blanco.
—Déjalo ir. Dile que no quieres tener nada que ver con él. Abre el camino para
que vuelva con su familia, con su hermana, conmigo. Este es su destino. Es
para lo que ha nacido.
—Nació para tomar sus propias decisiones.
—No, tú tal vez sí. Una plebeya, sin legado ni responsabilidades. Devon estaba
hecho para cosas más grandes.
La indignación me impulsó a levantarme de mi asiento. Levanté las manos en
el aire para que no me faltara de nada.
—¿Quieres que lo mande a la mierda para que puedas casarte con él? Dame
una maldita razón por la que debería hacerlo.
—Muy bien. Te daré un millón de ellas.
Louisa dejó su bolso entre nosotras sobre mi escritorio con un golpe seco y
sacó un cheque ya escrito.
Tuve que parpadear rápidamente para ver si los números eran correctos. Sí.
Seguro que lo eran. Un millón de dólares, pagados a la orden de Emmabelle
Petra Penrose.
Hice girar el anillo de mi pulgar sin tocar el cheque, que ahora estaba sentado
en el escritorio entre nosotros. Me pasé los dientes por el labio inferior.
Mi rabia fue sustituida por la preocupación y la inquietud.
¿Cómo sabía mi segundo nombre?
¿Cuánto tiempo ha estado apuntando para que me vaya de Boston?
¿Y no se sentía todo esto un poco demasiado... familiar? Como si tal vez Frank
no fuera la única fuente de las amenazas hacia mí.
Intenté pensar en ello de forma pragmática. Hacer lo mejor para mí y para el
bebé.
Devon era un riesgo. Sentía todo tipo de cosas hacia él. Cosas que no tenía
que sentir. Si se casaba con Louisa, no tendría que preocuparme más por él.
No volvería a tocar a un hombre casado, vivo o muerto. El problema estaría
resuelto.
Y mientras hablábamos de los pros de tomar el dinero, yo estaría lista para
la vida. Podría mantener a Madame Mayhem y aun así dar un gran paso atrás.
Proporcionarme seguridad sin tener que pasar por el aro, llevar un arma y
rogarle a Sam Brennan que me atienda.
Podía poner a Ross a cargo del club, del que me estaba cansando de todos
modos -ser lasciva y escandalosa era un trabajo a tiempo completo, al
parecer-, y encontrar otra empresa.
Quizá una tienda de alta costura. O una empresa de diseño de interiores.
Luego estaban los contras.
Y muchos de ellos también.
En primer lugar, no quería que ganara Louisa.
Me estaba intimidando, y yo no respondía bien al acoso.
Lo segundo es que no era justo para Devon.
No me correspondía decidir por él con quién se casaría o no.
En última instancia, sin embargo, había un punto de ruptura: Louisa y
Ursula podrían estar detrás de las amenazas contra mí, y aceptando este
trato, podría proteger a mi hijo.
Solo tenía que jugar bien mis cartas y asegurarme de que ni mi bebé ni Devon
salieran mal parados de esta situación.
Recogiendo el cheque, lo arrojé delante de la cara de Louisa con una sonrisa.
Es hora de jugar duro.
—Lo siento, no hay dados, princesa. Dev y yo tenemos un contrato en vigor.
Ya acordé que él será parte de la vida del bebé y compartirá la custodia
conmigo. Tengo la intención de mantener mi palabra.
—Oh, Devvie —dijo Louisa, masajeando sus sienes—. Tenías que ir a por la
única puta con corazón de oro...
—No soy una puta —siseé—. Pero puedo reconocer a una puta cuando la veo.
—Estará en la vida del bebé —Volvió a empujar el cheque hacia mí—. Te doy
mi palabra. Ambas sabemos que no puedo evitar que lo haga. Pero seguiría
casado conmigo.
—Maravilloso. Entonces, ¿qué me pides exactamente? —pregunté.
—Déjalo —dijo Louisa en voz baja—. Yo haré el resto. Pero por favor, solo...
solo corta con él. Conozco a las mujeres como tú. No tienes un futuro con él.
No lo tomas en serio. Tus intenciones no son puras...
—¿Y las tuyas lo son? —Corté sus palabras.
Entornó la cara con desagrado.
—Está a punto de perder todo lo que su familia ha trabajado durante siglos.
Discutir con ella sobre este tema era inútil. El propio Devon me lo había
admitido.
Al final del día, Devon y yo no encajábamos bien. Nadie sería un buen ajuste
para mí.
—Tomaré el dinero y lo dejaré, pero no lo alejaré de la vida del bebé, y no me
mudaré de Boston.
Me sorprendió lo mucho que me odiaba en ese momento.
Cómo resulté ser tan mala como la gente que me marcó.
El Sr. Lockens del mundo. Sin virtud, moral o dirección.
—Bien. Bien. Eso es suficiente para mí. ¿Cuándo lo harás? —Louisa
preguntó.
Con un poco de vergüenza, me guardé el cheque en el bolso bajo el escritorio.
Me sentí como si estuviera teniendo una experiencia extracorporal. Como si
no fuera yo la que estaba sentada frente a esta mujer ahora.
Es lo mejor.
Te haría daño.
Todos los demás hombres en los que confías lo han hecho.
—Hoy.
—Bien. Entonces me aseguraré de estar a la espera cuando busque mi
consuelo.
Se levantó, dando una palmada.
—Ursula se va a poner muy contenta con la noticia.
—Oh, estoy segura —Estaba a punto de desplomarme y vomitar.
—Estás haciendo lo correcto —me aseguró.
Asintiendo débilmente, señalé la puerta. Apenas podía respirar, y mucho
menos hablar.
Louisa se alejó, cerró la puerta tras ella y me dejó con el peso de mi decisión,
sabiendo muy bien que iba a aplastar mi alma hasta el olvido.
No iba a dejar que me fuera.
Sabía eso a ciencia cierta.
A pesar de su amabilidad, y Devon Whitehall era un buen y verdadero
caballero, no reaccionaba bien a las tonterías, y él y yo sabíamos que le estaba
sirviendo una buena dosis de desorden que ninguno de nosotros merecía.
Así que tomé la salida del cobarde. Le escribí una nota.
Me dije a mí misma que estaba bien. Me sentaría y hablaría con él cara a
cara. Solo necesitaba algo de tiempo para digerir todo. Además, era mejor si
no me quedaba en Boston, ahora que sospechaba que dos fuerzas diferentes
intentaban ahuyentarme.
Devon estaría bien. Siempre lo estaba. Fuerte, bañado por el sol y dorado.
Con su título, su agudo intelecto y su acento perezoso y hosco, estaría bien.
Mierda, estaba cometiendo el mayor error de mi vida, y lo estaba haciendo
por mi hija. Mantenerla a salvo era lo más importante.
Así que esto era lo que se sentía amar a una persona.
Incluso antes de conocerla. Incluso antes de que ella estuviera en el mundo.
Decidí escribirle una carta a Devon. Quería algo personal y no demasiado
breve para darle la noticia.
Después de todo, no había sido más que bueno conmigo.
Me tomó cuatro horas escribir algo que no detestara por completo.
Quince años de edad
El décimo grado comienza con flequillo.
No debe confundirse con una explosión.
Ross, por supuesto, está detrás de la idea.
—El flequillo realmente te queda bien. Me encanta tu cabello. Es fantástico
trabajar con él. Necesito alisar mi propio flequillo todas las mañanas —gime
Ross.
Hicimos un trato: nos daré a los dos un flequillo si acepta ir a clases de Krav
Maga conmigo. Vamos tres veces a la semana. Los instructores están cansados
de nuestras caras. Pero ya no dejo mi destino en manos de hombres que no
conozco.
Observo al entrenador Locken en los pasillos, en mis clases, en la cafetería.
Nunca dejaré que me vuelva a hacer eso, y la venganza vendrá.
He visto suficientes documentales y visto suficientes ciclos de noticias para
saber que entregarlo a las autoridades no servirá de nada. Necesito tomar la
ley en mis propias manos. Porque tanto si se sale con la suya como si no, mi
vida seguirá estando jodida para siempre.
Me niego a ser esa chica que se metió con su entrenador. Que dejó que se la
comiera durante meses, y luego, ¡ups!, se asustó y le dijo a mamá y papá
cuando le quitó la virginidad. No. Al diablo con eso. Soy una chica con un plan.
El entrenador Locken se mantiene alejado de mí.
Un mes sigue al otro, y casi empiezo a respirar de nuevo.
Entonces, un sábado por la mañana, muy temprano, cuando mamá está
haciendo panqueques abajo, papá lee el periódico y Persephone está hablando
por teléfono con Sailor, algo sucede.
Es raro que suceda, porque todo lo demás sobre este sábado es tan normal.
Tan mundano. El olor a panqueques flota bajo las rendijas del baño. Lo mismo
sucede con la risa de Persephone cuando ella y Sailor discuten cuán
odiosamente románticos son nuestros padres (Sailor es, desafortunadamente,
también el engendro de dos personas que realmente necesitan dejar de
manosearse en público).
Recibo un mensaje de texto de Locken.
Lo haré de nuevo si lo dices.
Ten cuidado.
Considérate advertida.
Estoy a punto de vomitar.
Pero creo que sé por qué se siente confiado al decirme esto: sabe que las
autoridades son una mierda. La junta escolar nunca me creería. La estación de
policía local está llena de sus compañeros de escuela, gente con la que bebe
cerveza, y Southie no es un lugar donde vayas a la policía. Te encargas de la
mierda por tu cuenta.
Orino en el inodoro. Siento que dejé de orinar, mi vejiga está vacía, lo sé, porque
he estado orinando quince años seguidos, todos los días, varias veces al día,
sin falta, pero por alguna razón, sigo goteando. Los calambres en mi estómago
son malos. Como si mi intestino se contrajera contra algo que quiere purgar.
Miro hacia abajo, entre mis piernas, y frunzo el ceño. Sale un chorro de sangre.
Parpadeo en la taza del inodoro, separando mis muslos, y veo un grupo de...
algo.
Oh Dios.
Oh Dios.
Oh Dios.
Me inclino hacia delante y vomito allí mismo, sobre las baldosas. Estoy
temblando. No, no puede ser. Alcanzo por encima de mi cabeza una toalla que
cuelga de un perchero y me la meto en la boca para ahogar mis gritos. Me
retuerzo en el suelo y grito en la toalla.
Llorando, llorando, llorando.
Yo estaba embarazada.
El bastardo me dejó embarazada.
Por supuesto que lo hizo.
Pero… ¿por qué perdí al bebé?
Vuelvo a calcular y me doy cuenta de que el embarazo duró cinco semanas. Me
había quedado embarazada durante la última semana de las vacaciones de
verano. Pero aún. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cómo?
Este es el momento en que me doy cuenta de que ya no soy yo misma.
Que tal vez nunca seré realmente yo misma, porque no tuve tiempo de descubrir
quién era yo.
Aquí es cuando pienso que mi fe en la humanidad nunca será restaurada.
Que las cosas no pueden empeorar.
Y luego lo hacen.
Iba a matar a alguien, y no iba a ser Emmabelle Penrose, a pesar de que ella
era la mujer que más merecía mi ira.
Arrugando la carta escrita a mano, la tiré de golpe a la papelera, recogí mis
llaves de la isla de la cocina y corrí hacia la puerta.
Subí las escaleras de dos en dos, casi tropezando de camino al Bentley.
Mi primera parada fue en el piso alquilado de Sweven, que todavía estaba
pagado. El agujero infernal del tamaño de una caja de fósforos del que la
rescaté como un cachorro plagado de pulgas.
Golpeé la puerta hasta que mis puños estaban rojos y doloridos. Nadie
respondió.
—Abre la puerta, Emmabelle. ¡Sé que estás ahí!
Uno de sus vecinos salió de su apartamento arrastrando los pies, vestido con
una bata Big Lebowski, con un porro colgando de un lado de su boca.
—Estás perdiendo el tiempo, hombre. Hace unos meses que no vive aquí. Se
mudó con su novio rico —El vecino dio una calada a su porro, ladeando la
cabeza hacia un lado—. Ahora que lo pienso, se parecía mucho a ti.
Ella no había vuelto a casa.
Mi siguiente destino era la casa de Persephone y Cillian.
Intenté llamar a Belle durante todo el viaje. Ella no contestó.
Como no me disuadía su falta de disponibilidad, le dejé mensajes de voz a
diestro y siniestro mientras caminaba penosamente por el tráfico
dolorosamente lento de Boston durante la hora pico.
—Hola, cariño, soy tu novio. El que acabas de dejar con una maldita nota. Sí,
el mismo cuyo bebé llevas en tu vientre. Si crees que no vamos a hablar de
ello, estás muy equivocada. Ah, y, por cierto, ¿qué pasó con el hecho de que
la gente está tratando de MATARTE? Llámame de nuevo. Besos. Dev.
Y luego:
—Sweven. Espero que tu noche esté yendo mejor que la mía. ¿Dónde estás?
Además, si me está diciendo de forma indirecta que la presencia de Louisa te
está molestando, ¿puedo sugerirte contratar a un entrenador de vida o del
habla para que te ayude con tus habilidades de comunicación? Llámame.
Y finalmente:
—Emmabelle maldita Penrose. ¡Responde el maldito teléfono!
Las cosas se intensificaron a partir de ahí.
Llegué a la casa de Persy y Cillian, usando la aldaba de latón con forma de
cabeza de león con tanta fuerza que se dislocó y cayó al suelo. La hermana
de mi novia (sí, todavía lo era) me informó, con bastante pesar, que su
hermana no estaba allí.
—¿Estás diciendo esto porque estás escondiendo a la maldita bruja, o porque
ella realmente no está aquí? —Me paré en su umbral, jadeando como un
perro.
—Mi esposa dijo que su hermana no está aquí —Cillian apareció detrás de
Persephone en la puerta, colocando un brazo protector sobre su
hombro—. ¿La estás llamando mentirosa?
—No, pero te estoy llamando un estúpido insoportable. —Había perdido toda
forma de etiqueta y modales, recurriendo a la hostilidad—. Así que tengo una
buena razón para pensar que alguien podría estar ocultando algo. Son
cercanas. Se cubrirían la una a la otra.
—En realidad… —Persy cuadró los hombros, pareciendo bastante
altiva— …me gustaría saber dónde está ella también. Me preocupo por ella.
Puede que ella no se tome en serio las amenazas, pero yo sí.
—Pregúntale a Sailor y Aisling —la instruí, pero ya estaba caminando de
regreso a mi auto, dirigiéndome hacia Sailor—. Avísame si escuchas algo.
—Lo haré —gritó desde su lugar en la puerta.
Sweven tampoco estaba en la casa de Sailor Fitzpatrick. No estaba en casa de
Aisling Brennan. Ella no estaba en Madame Mayhem. Ella no estaba en
ninguna parte.
Fue como si un sumidero se la tragara.
Llamé a Brennan. Después de todo, le pagué para que la siguiera, el novio del
año, ese era yo. Cuando no contestó, decidí hacerle una visita. Por lo que le
estaba pagando, Emmabelle no solo debería estar segura sino también
abrigada, acogedora y recibiendo pedicuras regulares y tres comidas al día.
Irrumpiendo en la sala de juego de Badlands, volqué una mesa de póquer.
Sam estaba organizando un juego con dos senadores y un magnate de los
negocios. Las fichas cayeron al suelo con un ruido metálico.
Miró hacia arriba.
—¿Qué carajo?
—Qué carajo, es que me jodiste. Te pago un anticipo para que vigiles a mi
novia. Noticia de última hora: ha pasado un segundo desde que te contraté y
no tengo ni idea de dónde está.
Sam me acompañó a su oficina trasera. Corrimos a través de un corredor
angosto y concurrido, pasando hombres que querían desesperadamente
detenerse y conversar con nosotros. Los ahuyenté como si fueran moscas.
—¿Cerrarías tu boca? Tengo una maldita reputación que mantener.
—¿Dónde está Emmabelle? —gruñí. Llegamos a su oficina y cerré la puerta
detrás de nosotros y luego procedí a destrozar el lugar. Tiré su sofá, rasgué
una cortina romana y abrí un agujero en un retrato de Troy Brennan, una
ofensa que probablemente se castigaba con la muerte por lapidación.
—He estado llamando y llamando a tu trasero. Fue directo al correo de voz.
—Estaba ocupado halagando a dos tontos muy tontos —dijo Sam brevemente,
sacando su teléfono de su bolsillo trasero y marcando un número—. Déjame
llamar a mis muchachos y verificar.
La buena noticia fue que le respondieron de inmediato.
La mala noticia fue que, bueno, LA PERDIERON.
—¿Qué quieres decir con que la perdieron? —Alcé la voz y me encontré
arrancando la pantalla de Apple de su escritorio y estrellándola contra la
pared—. Ella no es un maldito hilo de pensamiento. Una trama secundaria
en un libro. Un par de lentes de sol. No se pierde simplemente a una mujer
de treinta años.
—Ella los engañó —dijo Sam, ligeramente aturdido por la revelación. Sus ojos
estaban muy abiertos, su boca ligeramente abierta. Deduje que no le sucedía
a menudo.
—Ella debe haberse dado cuenta de que la estaban siguiendo y los engañó.
—Ella es una mujer inteligente —gruñí. Dios, ¿no podría ser un poco menos
perspicaz?
Sam frunció el ceño.
—Fuiste el genio que no quiso decirle que la estaba vigilando. En toda mi
carrera, nadie a quien haya seguido ha logrado pasar desapercibido.
—Gracias por el maldito dato divertido. —Agarré el cuello de su camisa y tiré
de él hacia mí para que nuestras narices quedaran aplastadas.
—Encuentra a mi novia para el final de esta noche o personalmente me
aseguraré de que tú y el fiscal que está cubriendo tu trasero sean arrastrados
a la corte por el resto de sus miserables vidas para dar cuenta de cada crimen
que han cometido en las últimas dos décadas.
Salí de su club y me dirigí a la única persona que sabía que podría tener
alguna información: Louisa.
Por primera vez desde que cumplí dieciocho años, estaba viviendo de nuevo
con mis padres.
No podía engañarme más. Quedarme en Boston en este momento era un
deseo de muerte. También podría pegarme un cartel de “soy estúpida” en mi
frente apuntando a mi cerebro.
Varias personas me querían muerta. Y acabo de entregarle mi alma al diablo
con tacones de aguja.
Era hora de pasar desapercibida hasta que se me ocurriera un plan de juego.
Mis padres vivían en el lugar donde murió el atractivo sexual, también
conocido como Wellesley, Massachusetts.
Hace unos años, mis padres anunciaron emocionados que habían ahorrado
suficiente dinero para cumplir su sueño de convertirse en jubilados
aburridos, se mudaron de Southie y compraron una casa colonial verde salvia
con un techo a juego, una mecedora en el frente de la entrada y persianas
rojas.
Persy y yo lo llamábamos la casa de pan de jengibre, pero solo una de nosotras
estaba emocionada de venir aquí cada Navidad y jugar la farsa de la familia
feliz.
—Oh, Belly-Belle, estoy tan feliz de que estés con nosotros otra vez, incluso
si las circunstancias no son las ideales —Mamá asomó la cabeza por las
puertas dobles del patio trasero, ofreciéndome una sonrisa de disculpa.
Situada en el borde de la piscina de la que estaban tan orgullosos, sumergí
los pies en el agua, moviendo los dedos de los pies.
—Ya te lo dije, mamá, todo está bien.
—Nada está bien si ya no puedes pagar tu apartamento.
Salió al patio con un tazón de sandía sazonado con queso feta fresco y menta.
Colocándolo en el borde de la piscina a mi lado, pasó su mano sobre la licra
amarilla de mi traje de baño, sus dedos se detuvieron en mi vientre hinchado.
—Me mudé porque necesito un cambio de ritmo, no porque no pueda pagar
el alquiler —Seleccioné un trozo de sandía bellamente cortado, cuadrado y en
ángulo agudo, y me lo metí en la boca. Estaba helado—. Todos los que conozco
y sus madres me rogaron que me alejara de Madame Mayhem. Piensan que
trabajar de pie todo el día es malo para el bebé.
Mamá no sabía que había gente detrás de mí.
Ella no sabía lo de las cartas.
Ella no sabía que había vivido las últimas semanas con Devon.
Ella no sabía nada.
Hice esto para protegerla.
Hacer que se preocupara era inútil, casi cruel.
Y algo más acechaba detrás de mi decisión de compartir con ella lo mínimo
de las circunstancias de mi embarazo. Sospeché que ella no lo entendería.
Honestamente, no estaba del todo segura de haber entendido todo lo que me
había pasado recientemente.
—¿Estás segura de que todo está bien? —Empezó a desenredar mis mechones
dorados de mi arete, como solía hacer cuando yo era niña—. Has estado aquí
por un par de días y todavía no nos has dicho por qué exactamente.
—¿No puede una chica relajarse con sus padres?
—No recuerdo un momento en el que no salieras por la noche desde que
tenías dieciséis años.
Bueno, mamá, hice mucho para tratar de distraerme de mi realidad a esa edad.
Pero claro, yo también fui una chica de clubs hace seis meses. Me distraje
durante catorce años antes de que Devon entrara en mi vida y me obligara a
quedarme quieta y echar un buen vistazo a lo que se había convertido en mi
vida.
Empujé otro trozo de sandía entre mis labios, mirando sus flores Susans 29 de
ojos negros a través de la piscina, sus tallos como cuellos estirados para mirar
hacia el sol, los pétalos brillando bajo los rayos del sol.
—Ven conmigo al mercado de agricultores. Conocerás a todos mis nuevos
amigos del bridge30 —sugirió mamá.
—Mierda, mamá, realmente me estás vendiendo esto a mí —dije
inexpresivamente, con las manos metidas debajo de mi trasero.
—Vamos, Belly-Belle. Puedo ver que algo está en tu mente.
—¿Puedes? —Fruncí el ceño a mis dedos de los pies—. ¿Cómo?
—Una madre siempre puede decirlo.
¿Iba a saber cuándo mi bebé sintió algo una vez que naciera sin ningún signo
revelador? ¿Mi instinto me gritaría que algo andaba mal? ¿Podría captar las
vibraciones, como el humo del fuego, antes de que la tierra bajo sus pies se
quemara?
29 Rudbeckia, también conocida como Susans de ojos negros, flor amarilla con centro negro parecida
a una margarita.
30 Juego de cartas
—Sí —dijo mi madre como si leyera mi mente. Ella apoyó su mano en mi
espalda. Quería doblarme en posición fetal y llorar en su regazo. Los últimos
meses me alcanzaron de golpe, y ahora estaba exhausta.
Más de lo que tenía miedo de los que estaban detrás de mí, y más de lo que
estaba enojada conmigo misma por aceptar el trato de Louisa, echaba de
menos a Devon.
Lo extrañé tanto que no me atreví a encender mi teléfono durante los últimos
dos días y comprobar si tenía algún mensaje suyo.
Extrañaba su risa brusca y elegante y la forma en que sus cejas rubias
oscuras se movían animadamente cuando hablaba.
Echaba de menos sus besos y las arrugas alrededor de sus ojos cuando
sonreía con picardía y la forma en que llamaba quiosco al tipo que trabajaba
en el minisuper debajo de su apartamento, como si fuera un presentador de
la BBC y no un amigo que vendía leche y cigarrillos a precios excesivos.
En resumen, lo extrañaba.
Demasiado para confiar en mí misma para volver a Boston.
Demasiado para respirar.
Mamá me alcanzo y me acercó a su pecho, dejando un beso en mi cabeza.
—Sí, tú sabrás cuándo algo le está comiendo la cabeza a tu hijo, y espero que
te diga qué es lo que lo está comiendo la cabeza para que tal vez pueda
ayudar. Da la casualidad de que crie a dos niñas ferozmente independientes.
Tú, más que tu hermana. Siempre fuiste tan rebelde. Ayudaste a Persephone
antes de que pudiera llegar a ella: con la escuela, con la tarea, con su vida
social. Ya has sido madre de alguna manera. Vas a ser una madre
maravillosa, Belly-Belle, y te vas a dar cuenta del secreto más deprimente de
todos.
—¿Mmm? —pregunté, acariciando su camisa.
—Eres tan feliz como tu hijo menos feliz.
Dejó otro beso en mi cabeza.
—Confía en mí, Bella.
—Puedo arreglármelas yo misma, mamá.
Se apartó de mí, sosteniendo mis hombros, sus ojos clavados en los míos.
—Entonces hazlo, cariño. No huyas de lo que sea. Enfréntalo de frente.
Porque pase lo que pase, no es solo en ti en quien tienes que pensar ahora.
Presioné mi mano contra mi estómago.
Bebé Whitehall pateó en respuesta.
Estoy contigo, niña.
31 Zolpidem se usa para tratar cierto problema del sueño (insomnio) en adultos.
Cuidadosamente abro la cerradura de la puerta, mis guantes y pasamontañas
intactos, observándolo atentamente, en caso de que se despierte.
No lo hace.
Empujo la puerta para abrirla y me dirijo directamente hacia él. Está tirado en
un sofá granate, con una repetición de un partido de fútbol frente a él. Me quito
un guante y coloco un dedo índice debajo de su nariz. Siento la brisa pesada
de su respiración.
No ha muerto aún. Lástima.
No voy a usar el arma si no es necesario. Demasiado desordenado, y no quiero
meterme en problemas. En su lugar, voy a hacer que parezca un accidente.
Steve siempre decía que una mala actitud era como una rueda pinchada. Uno
no puede ir muy lejos antes de cambiarlo. Así que me puse mis pantalones de
niña grande, lo pensé desde todos los ángulos y se me ocurrió un plan.
Me agacho, levantando la cabeza de Steve. Es pesado y duro en mis manos.
Por supuesto que quiero hacerlo como en las películas. Atarlo a una silla y tirar
nuestro pasado entre nosotros. Escupirle en la cara y darle un puñetazo.
Hacerlo llorar, suplicar y que se orine en los pantalones, todo mientras me
pavoneo con tacones de aguja de cinco pulgadas.
Pero no puedo permitirme que me atrapen. No cuando estoy tratando de
reconstruir mi vida. Puede que nunca perdone a los hombres por ser hombres:
ese barco ha zarpado. Nunca me casaré, nunca me enamoraré, nunca le daré
una oportunidad a otra persona con una polla, pero aún puedo continuar.
Con su cabeza firmemente en mis manos, inclino su cuerpo en una posición
desplomada y calculo cómo se vería si accidentalmente cayera sobre la mesa
de café de vidrio frente a él. Los siguientes minutos son muchos de mí moviendo
su cuerpo inerte de un lado a otro en el sofá y girando la mesa de café
ligeramente para asegurarme de que su cabeza toque el borde afilado.
Luego camino detrás del sofá, agarro a Steve por los hombros y lanzo su cuerpo
hacia adelante con fuerza. Su cabeza se estrella contra el borde de la mesa de
café.
El vidrio se rompe.
Su cara está toda cortada, pero no puedo verla, porque está acostado boca
abajo.
Hay sangre por todas partes.
Tanta sangre.
Todavía no se mueve, ni siquiera se estremece, y sospecho que no se dio cuenta
de que estaba muriendo, estaba tan profundamente inconsciente. Mi corazón
se retuerce de decepción, así que me digo a mí misma que incluso si él no
supiera que pagó por lo que hizo, al menos no podrá hacérselo a nadie más.
—Adiós, bastardo. Espero que Satanás te atrape.
Me deslizo fuera desapercibida y hago mi camino de regreso a Boston.
A mi nueva vida.
A la nueva yo.
—Sr. Whitehall, su vehículo le espera.
Me dejé caer en el asiento trasero del llamativo vehículo y seguí gritándole a
Sam Brennan durante nuestra llamada telefónica transatlántica.
—Dijiste que Simon venía muy recomendado. —Era consciente de que sonaba
a uno, acusador... dos, cortante... y tres, totalmente desquiciado—. Es un
maldito chiste, y punto. ¿Dónde estaba él cuando Belle fue atacada? ¿Cuándo
la siguieron?
Me sentí como una madre helicóptero tratando de convencer a un profesor de
AP por qué su Mary-Sue debe obtener el premio escolar este año. Mi completa
transformación, de hombre de ocio y pragmático a este lío histérico, ilógico y
llorón, no pasó desapercibida.
El joven conductor se acomodó en el asiento del piloto del Rolls Royce
Phantom. A mamá le encantaba pasearlo cuando creía que los paparazzi
estaban cerca. Apuesto a que ella pensaba que los paparazzi me estaban
buscando. No tenía ni idea de que vendría a golpearla verbalmente en el suelo
a lo Hulk y a darle muy malas noticias.
Pensó que llegaría con un anuncio de compromiso.
—Estaba exactamente donde debía estar —replicó Sam con eficacia—. En
Madame Mayhem, la única jurisdicción que se le permitía cubrir según su
contrato. ¿Querías que la acechara?
Sí.
—No —me burlé, sacudiendo la suciedad invisible de debajo de mi uña. El
conductor se arrastró desde el aeropuerto de Heathrow hacia el insoportable
tráfico de Londres. Me encantaba mi capital, pero había que decir que todo lo
que estaba al oeste de Hammersmith debería haber sido recortado de los
límites de Londres y debidamente regalado a Slough.
—Pero él estaba convenientemente ausente cada vez que ella se metía en
problemas.
—¡Estaba haciendo la maldita tarea de archivar para encontrar excusas para
estar cerca de ella! Se trata de un ex agente de la CIA altamente
capacitado. —El puño de Sam se estrelló contra un objeto al otro lado de la
línea, haciéndolo añicos.
Me aparté el teléfono de la oreja y fruncí el ceño. Hacía poco (y por poco me
refiero a los últimos diez minutos) que había decidido que ya no era fumador.
Sencillamente, no había justificación para dedicarse a un hábito tan dañino.
Mi hijo no nacido se merecía algo más que una mayor probabilidad de
desarrollar asma y una casa que olía como un club de striptease.
—En cualquier caso —dije con frialdad—, quiero saber dónde está ahora
mismo. ¿Qué tienen tus hombres para mí? Que sea bueno.
—Está en casa de sus padres.
—¿Y...?
—Y está a salvo.
—Ella odia a su padre —murmuré, un hecho que no estaba destinado a sus
oídos. Estaba preocupado. No por el hecho de que Belle estuviera descontenta
con la situación -la pequeña bruja se merecía un poco de problemas después
de lo que me había hecho pasar- sino por la seguridad de su padre.
—Problemas con papá, ¿eh? —Sam soltó una risa oscura—. No podría haber
visto eso a kilómetros de distancia.
—Bugger off32.
—No estoy seguro de lo que significa, pero lo mismo digo, amigo —dijo con un
desafortunado, pero extrañamente preciso acento australiano.
—Nacionalidad equivocada, wanker33. Asegúrate de que esta vez no la pierdan
de vista —le advertí—. Rodarán cabezas si la pierden de nuevo.
—¿Las cabezas de quién?
—La tuya, para empezar.
—¿Es una amenaza? —preguntó.
—No —dije con calma—. Es una promesa. Puede que Boston te tema,
Brennan, pero yo no. Mantén a mi señora a salvo o soporta mi ira.
Hubo un tiempo de silencio, en el que supuse que Sam consideró si quería ir
a la guerra o simplemente retirarse de la discusión.
—Mira, ella no parece aventurarse fuera de su casa muy a menudo —dijo
finalmente—. Creo que tener gente en la casa a estas alturas es excesivo. Casi
contraproducente. Porque tal y como están las cosas, solo un puñado de
personas sabe dónde está. Si hay vigilancia sobre su trasero, puede llamar
más la atención.
Esto me sorprendió. Belle era el tipo de mujer que busca emociones para
organizar una orgía pública en el Vaticano. Y no podía imaginar que la casa
de sus padres ofreciera muchas atracciones. Sin embargo, era una buena
noticia.
32 En inglés original. Bugger off es una forma más educada de decirle a alguien que se vaya a la
mierda.
33 En inglés original. Argot británico para idiota o tonto.
Iba a ocuparme de ella en cuanto volviera a Boston, lo que debería ocurrir en
las próximas veinticuatro horas.
—Bien. No hay vigilancia.
—Aleluya.
—Fue terrible hacer negocios contigo.
Me colgó el imbécil. Wanker.
Me recosté en el asiento de cuero y tamborileé con la rodilla, asimilando
Londres mientras pasaba a toda velocidad por mi ventanilla. La grisura
congénita, la vejez de una ciudad que había desafiado guerras, plagas,
incendios, terrorismo e incluso a Boris Johnson como alcalde (esto no es una
afirmación política; simplemente, el hombre me parecía demasiado excéntrico
para ser algo más que un payaso de fiesta).
Pensé en cómo había dejado a Louisa en Boston. Su garganta obstruida por
las lágrimas, sus ojos rojos y su postura marchita. Cómo no iba a volver a
verla, a disculparme con ella de nuevo, a explicarme de nuevo... y cómo estaba
completamente bien sin odiarme a mí mismo por una decisión que había
tomado cuando tenía dieciocho años.
No fui justo con ella.
Pero entonces mi padre no fue justo conmigo.
Había pasado toda mi vida adulta intentando arrepentirme de lo que le hice
privándome de cosas. Era hora de dejarlo ir.
Muéstrame una persona que no haya hecho nada malo en su pasado y te
mostraré un mentiroso.
—Señor... —El joven al volante me llamó la atención a través del espejo
retrovisor.
Volví la cara hacia él, arqueando una ceja.
—¿Puedo preguntarle algo?
Tenía un acento londinense de la vieja escuela. De los que solo había oído en
las películas.
—Adelante.
—¿Qué tal es Boston en comparación con nuestro país natal?
Pensé en el clima: mejor.
El sistema de metro -el T no era ni la mitad de fiable que el metro.
La gente: ambos eran descarados y tenían un alto nivel de exigencia.
Culturalmente, Londres era superior.
Desde el punto de vista culinario, Boston era mejor.
Pero al final del día, nada de eso importaba.
—Boston es mi hogar —me oí decir—. Pero Londres siempre será mi amante.
Y fue allí mismo cuando me di cuenta de que mi hogar era donde estaba
Emmabelle Penrose, y que estaba enamorado de esa mujer enloquecida,
exasperante y terriblemente impredecible. Que, de hecho, Sweven había sido
más que una conquista, un juego, algo que quería para mí simplemente
porque sabía que no podía tenerla. Ella era la cúspide. El final del juego. La
única.
Y aunque ella no supiera nada de eso.
Tenía que saber que la amaba.
Tenía que decírselo.
Supongo que se puede decir que visité a mi madre por sorpresa, no porque
no me esperara, sino porque le indiqué falsamente que tenía intención de
hacer una parada en Surrey para visitar a un viejo amigo.
Cualquiera que me conociera también sabía que no había mantenido el
contacto con nadie de mi vida anterior. Mamá no me conocía del todo, así que
se creyó la historia.
Peor aún, ya no la conocía realmente.
Pero estaba a punto de tener una visión de la verdadera ella.
Entraría en el castillo de Whitehall Court sin avisar y vería cómo eran las
cosas cuando no estaban montando un espectáculo para mí.
Abrí de golpe las grandes puertas dobles. Dos sirvientes frenéticos me pisaban
los talones, tratando de impedirme físicamente la entrada a la mansión.
—¡Por favor, señor! Ella no le espera.
—¡Sr. Whitehall, se lo ruego!
—Mi mansión, mi negocio. —Entré con mis mocasines haciendo clic en el
mármol dorado del salón principal. Las vigas sobre mi cabeza se cerraron
sobre mí como árboles en un bosque.
—¡Devon! —gritó mamá, levantándose del sofá francés victoriano del siglo
XIX, con una copa de champán en la mano. Me detuve en seco en la entrada,
asimilando la escena que tenía delante.
A su alrededor, los sirvientes se apresuraban a retirar un cuadro de
Rembrandt van Rijn y muebles caros de la habitación, objeto por objeto, para
que pareciera desnuda y escasa. Cecilia estaba sentada frente al piano de
cola, con el aspecto de una mujer que no solo no estaba en guardia de
suicidio, sino que se suicidaría con gusto si eso amenazara su tiempo de ocio.
Llevaba un vestido de Prada -de esta temporada- y junto a ella estaba la
llamada perdición de su existencia, Drew, que parecía contento jugando con
los mechones de su cabello rubio antes de que yo entrara en escena.
—¿Devon? —pregunté con una expresión burlona. Mientras me dirigía a
mamá, ella dejó el champán a un lado y ahora estaba empujando a los
sirvientes fuera de la habitación, sacándolos al vasto pasillo para cubrir sus
indiscreciones. Quería que pensara que la casa estaba vacía, que se
desmoronaba. Que estaba a un paso de una nevera vacía, que era tan
pobre—. ¿Qué pasó con Devvie?
Cuando el último de los sirvientes salió por la puerta, mamá se lanzó sobre
mí, abrazándome con un sollozo.
—Es tan bueno verte. No te esperábamos hasta la hora de la cena. ¿Está bien
tu amigo de Surrey?
—Mi amigo de Surrey no existe, así que es difícil saberlo —dije. Me encogí de
hombros ante su tacto y me dirigí al carro de bar de la regencia, sirviéndome
una generosa copa de brandy.
—No es lo que parece —Fue el turno de Cece de levantarse del piano y correr
hacia mí, con el rostro sonrojado. Retorció el dobladillo de su vestido en sus
puños—. Quiero decir, sí, es lo que parece, en cierto modo, supongo, pero no
queríamos que pensaras que nuestra lucha no es real. Necesitábamos darte
un empujón.
Me tiré el brandy por la garganta, señalando a mi hermana con el vaso vacío.
—¿Eres suicida? —pregunté abiertamente.
Hizo un gesto visible de dolor.
—Yo... umm... no.
—¿Lo has sido alguna vez?
Se revolvió.
—Tuve momentos en los que estuve deprimida...
—Bienvenida a la vida. Es un montón de mierda. Eso no es lo que he
preguntado.
—No —admitió finalmente.
Pasé mi mirada de ella a su marido, que se levantaba del asiento del piano y
se tambaleaba hacia nosotros, todavía con un pijama de seda que no favorecía
a sus muslos. Estas eran las personas por las que me había preocupado
durante las últimas dos décadas. A los que había enviado cheques y cartas.
La gente por la que había agonizado.
—Drew, ¿puedo llamarte Drew? —pregunté con una sonrisa ganadora.
—Bueno, yo...
—No importa. Estaba siendo educado. Voy a llamarte como me dé la gana.
¿Eres bueno con mi hermana, imbécil?
—Creo que sí —Se movió incómodo de un pie a otro, mirando a su alrededor,
como si esto fuera una prueba con una respuesta definitiva y no se hubiera
preparado para ello.
—¿Has tenido algún trabajo?
—Fui consultor de negocios para una organización sin fines de lucro después
de terminar la universidad.
—¿Conocías a alguien de la junta directiva?
Hizo una mueca.
—¿Cuenta mi padre?
No lo sé, ¿la Reina es inglesa?
—¿Tienes algún problema de salud que te impida trabajar?
—Se me revuelve el estómago cuando estoy nervioso.
—Muy bien. Trabaja hasta conseguir un sueldo y no tendrás motivos para
estar nervioso.
Luego, me giré para mirar a mi madre. Por su expresión nublada, dedujo que
no había anuncios felices en su camino ni confeti y compras de lugares en su
futuro inmediato.
—No estás en problemas —le dije.
—Lo haré, si no te casas con Louisa.
—Vende los objetos de valor que tienes.
—¿Los tesoros de la familia? —Sus ojos se abrieron de par en par.
—Se supone que los tesoros de la familia son las relaciones, las risas y el
apoyo que se dan unos a otros. No los cuadros y las estatuas. Te sugiero que
empieces a buscar un trabajo rentable o, como mínimo, que averigües si
puedes ir obtener un subsidio, porque de ninguna manera me voy a casar
con una mujer que no sea Emmabelle Penrose.
Ya estaba preparado, listo para pelear con ella por enviar gente a amenazar a
Sweven. Por el poder de la deducción, aposté que no había manera de que al
menos algunas de las cosas que le sucedieron no fueran por orden de mi
madre.
—¡Por favor, ni siquiera puedo escuchar su nombre! —Mamá se tapó los
oídos, sacudiendo la cabeza—. Esa mujer lo arruinó todo. Todo.
—¿Por eso enviaste a gente tras ella? —Me apoyé en la pared, con una mano
metida en el bolsillo delantero.
—¿Perdón? —Ella se llevó una mano al pecho.
—Ya has oído lo que he dicho.
Nos miramos fijamente. Ninguno de los dos parpadeó. Ella habló, todavía
mirándome fijamente.
—Cece, Drew, váyanse.
Se escabulleron como ratas abandonando el barco. Ladeé la cabeza,
escudriñando a la mujer que me trajo a este mundo y que dejó de preocuparse
por mí cuando no moldeé mi vida en torno a su visión de sus propios sueños.
Me pregunté cuándo, exactamente, me había convertido en nada más que
una herramienta para ella. ¿En mi adolescencia? ¿En los años de
universidad? ¿De adulto?
—¿A quién contrataste? —pregunté con frialdad.
—Deja de ser dramático, Devvie —Intentó reírse, cogiendo la copa de
champán de la bandeja que tenía a su lado, haciéndola girar—. No fue así.
—¿Cómo fue, entonces?
—Yo, bueno... supongo que contraté a un hombre. Su nombre es Rick. Dijo
que cobra deudas y tal. Él tiene algunos hombres alrededor de Boston
haciendo recados para él. Solo quería que la asustara, no que la dañara, Dios
no lo quiera. Ella todavía lleva a mi nieto, ya sabes. Me preocupan esas cosas.
Se preocupaba por su primer nieto como yo me preocupaba por preservar la
vida y la dignidad de los bichos de los árboles en Turkmenistán.
—Ponlo al teléfono ahora mismo. Quiero hablar con él.
—No quiere hablar conmigo. —Levantó las manos y se dirigió al sofá que
había ocupado hace unos minutos. Sacó un cigarrillo delgado de su bolso y
lo encendió—. Ha dejado de responder a mis llamadas. Lo he intentado todo.
La última vez que hablamos, dijo que alguien se había metido en el caso. Un
nombre irlandés común. Dijo que no necesita tratar con este tipo. No he
sabido nada de él desde entonces.
Sam Brennan.
—¿Sigue en el caso? —pregunté.
—No.
—Dame sus datos, por si acaso.
Iba a dárselos a Sam y asegurarme de que Rick supiera que la próxima vez
que se acercara a Emmabelle, iba a salir de la situación en una bolsa para
cadáveres.
Mamá puso los ojos en blanco, se metió el cigarrillo en la boca y garabateó
algo en una mesa auxiliar junto al sofá. Arrancó el papel de una libreta y me
lo entregó.
—Ya está. ¿Contento ahora?
—No. ¿Así que la siguió?
—Envió a otras personas a hacerlo un puñado de veces. A uno de ellos se
enfrentó de forma bastante grosera para ser sincera.
—¿Y le envió cartas?
Mamá frunció el ceño y dio otra calada a su cigarrillo, cruzando los brazos
sobre el pecho.
—No. Yo no le pedí eso, y dudo mucho que se tomara esa libertad.
Eso significaba que había alguien más tras Sweven, tal y como sospechaba.
Un segundo alguien.
Frank.
Necesitaba terminar con esto y volver a casa.
—¿Cuándo empezó Rick a ir tras ella?
Quería saber cuándo empezó todo. Mamá me dio una mirada culpable.
—Bueno...
—¿Bueno?
—Antes de que se quedara embarazada —admitió mamá, con los hombros
caídos mientras daba una calada a su pitillo—. Después de que tu padre
falleciera, recurrí a Rick para intentar ver si había algún obstáculo que
pudiera impedir que te casaras con Louisa. Dijo que estabas detrás de esa
mujer Penrose. Así que tratamos de empujarla fuera de la imagen.
—Muy elegante.
—¿Vamos a hablar de lo que va a pasar conmigo y con tu hermana ahora que
has decidido oficialmente fallarnos? —Ella resopló—. Porque este asunto con
Emmabelle no fue sin provocación. Debes ver mi punto de vista. Estás a punto
de tirar la fortuna de la familia por el desagüe para hacer un punto sobre tu
padre.
—No, estoy a punto de tirar la fortuna de la familia por el desagüe porque
viene acompañada de una estipulación que nadie debería aceptar. Y también
porque estoy enamorado de otra persona y me niego a sacrificar mi propia
felicidad para que tú y Cece puedan conducir autos de lujo y tomarse
vacaciones mensuales en Las Maldivas.
—¡Devon, sé razonable! —Apagó el cigarrillo, el humo seguía escapando de
sus labios mientras se precipitaba hacia mí. Parecía estar intentando el amor
duro y el arrastramiento simultáneamente, lo que hacía que la conversación
fuera bastante extraña—. ¡Estás quemando un legado! Lo único que te va a
quedar es el título.
—A mí tampoco me importa mucho el título —dije.
—¡Cómo te atreves! —Ella golpeó sus puños contra mi pecho—. Eres
irracional y vengativo.
—He intentado ser razonable. Pero con ustedes no se puede razonar. Estás
sola, Úrsula. Si quieres dinero, ve a ganarlo, o mejor aún, encuentra un
desgraciado que esté dispuesto a casarse contigo. Y en esa nota, aquí hay una
advertencia justa: si tratas de dañar a la madre de mi hijo alguna vez más,
voy a terminar contigo. Lo digo literalmente. Acabaré con tu vida tal y como
la conoces. Difunde este mensaje a Cece y Drew también. Ah, y con mis
cariños, por supuesto —Los modales eran los modales, después de todo.
—No puedes hacernos esto. —Cayó de rodillas, abrazando mis tobillos.
Comenzaron las lágrimas. Le miré la nuca con una mezcla de fastidio y
asco—. Por favor, Devon. Por favor. Cásate y luego divórciate de Louisa. Solo
por un tiempo... Yo... yo... ¡no podré sobrevivir! Simplemente no lo haré.
Me sacudí su toque de encima, alejándome de su abrazo.
—Si no lo haces, no es asunto mío.
—Sabes... —Levantó la vista, sus ojos brillaban con locura, ira y
desesperación. Eran tan grandes, tan maniáticos que pensé que iban a salirse
de sus órbitas—. Lo sabía. Aquella vez que te encerró en el montacargas y
cortó la electricidad para que las bombas no funcionaran... los dos estábamos
metidos en eso.
La repugnancia me recorrió la piel.
Mi madre sabía que mi padre había intentado matarme todos esos años, y
ella estaba en el plan.
Toda nuestra relación, tal como la conocía, era una mentira. Ella nunca se
preocupó por mí. Simplemente había esperado su momento porque sabía que
mi padre moriría algún día y quería estar de mi lado cuando me pidiera que
me casara con Louisa.
Sonreí fríamente, alejándome de ella.
—Considera el testamento incumplido. Ahora eres pobre, madre. Aunque, en
realidad, has sido pobre toda tu vida. El dinero no significa nada en el gran
esquema de las cosas cuando no tienes ninguna integridad. Ahórranos a los
dos la molestia y la vergüenza y no me llames más. A partir de ahora, no
contestaré.
Me sentí como un pájaro raro. Una explosión de colores, tacones altos y joyas
escandalosas mientras arrastraba mi maleta de imitación de cocodrilo detrás
de mí, deslizándome hacia la casa suburbana de mis padres. Podía sentir las
miradas de los vecinos calentándome la nuca a través de sus persianas
romanas y sus sensibles contraventanas.
Estaba segura de que había muchas cosas que hacer en los suburbios de
Boston para una ex fiestera de treinta años.
Por desgracia, no tenía ni idea de cuáles eran.
No es que importara. No podía bailar mis penas en una fiesta en la azotea, ni
beber hasta distraerme (qué aguafiestas eres, Bebé Whitehall), ni siquiera
darme el gusto de ir de compras, que terminaba de la misma manera que
deberían terminar todas las compras: comiendo una orden de bocadillos de
queso de Wetzel's Pretzels mientras trataba de equilibrar ciento cincuenta
bolsas de la compra, con sus asas clavándose en la carne de mis antebrazos.
Wellesley no era conocido por sus centros comerciales ni por sus lugares de
interés cultural.
Ni por nada, en realidad, aparte de estar cerca de Boston.
Pero lo que más me deprimía era que ni siquiera quería esnifar líneas de coca
con estrellas de rock en baños públicos o cantar “Like a Virgin” en un bar de
karaoke mientras mis amigos se volcaban con gusto, porque yo era todo
menos eso. Quería cosas tontas y raras. Como acurrucarme junto a Devon en
su maldito sofá de ocho mil dólares (por supuesto que lo busqué en Google.
¿Qué soy, una aficionada?).
Quería ver sus aburridos documentales de cuatro horas sobre bolsas de
plástico sostenibles y babosas asesinas.
Estaba acurrucada en la cama de la habitación de invitados cuando mi padre
llamó a la puerta. Mamá había salido: ahora formaba parte del comité de las
Damas que Almuerzan. La ironía, por supuesto, era que las damas no
almorzaban en absoluto. Comían ensaladas sin aderezos y hablaban de temas
graves, como los Dukans o la dieta de Zone.
Supongo que quería ver si seguíamos hablando.
¿Lo estábamos?
—Belly-Belle —cantó—. Me voy a pescar. ¿Qué tal si te unes a tu viejo? No
puede ir mal con aire fresco y té helado endulzado.
—Paso —murmuré en mi almohada.
—Oh, vamos, chica. —Admiré su habilidad para fingir que lo de ayer no
ocurrió y al mismo tiempo hacerme la pelota por lo de ayer.
—Hoy estoy ocupada.
—A mí no me parece que estés ocupada.
—No sabes nada de mi vida, papá.
—Lo sé todo sobre tu vida, Belly-Belle. Sé de tu club, de tus citas, de tus
amigos, de tus miedos. Sé, por ejemplo, que te sientes miserable ahora
mismo, y no puede ser solo por mí. Te pasaste toda una vida fingiendo que
no había pasado. Algo te está comiendo. Deja que te ayude.
La cosa era que él no podía ayudar.
Nadie podía ayudar a la causa perdida que era Emmabelle Penrose.
La zorra a la que no le importaba tanto el sexo, sino la intimidad. Quería
saber qué se sentía al pertenecer a alguien. Pero no a cualquiera. A un
libertino diabólico de ojos azules.
—Uf, ¿por qué estás tan obsesionado conmigo? —gemí, obligándome a bajar
de la cama y arrastrando los pies por el suelo. Me puse un par de pantalones
de pinzas, que dejé desabrochados por culpa de Baby Whitehall, y me puse
un top blanco holgado y con volantes. No parecía estar preparada para pescar
nada que no fuera un piropo sobre mis piernas asesinas, pero ahí estábamos.
El viaje al lago Waban transcurrió en silencio, interrumpido por las preguntas
de papá sobre Devon, el trabajo y Persy. Yo respondía con el entusiasmo de
una mujer que se enfrenta al corredor de la muerte, y con la misma vivacidad.
Una vez que llegamos, alquiló una barca, metió en ella todo su equipo de
pesca y remó hasta el centro del lago.
En el barco, me quejé de mi temprana baja por maternidad de Madame
Mayhem. Papá me dijo que el trabajo era una distracción de la vida y que la
vida no era una distracción del trabajo, y que tenía mis prioridades
equivocadas. Sonaba como una cita inspiradora de John Lennon, pero se
esforzaba tanto que no le regañé por ello.
—Y, además, tenemos que conocer a ese tal Devon. —Papá echó su gorra de
béisbol hacia atrás, tratando de hacerme reír, en vano.
—¿Por qué? —Arrugué la nariz—. No estamos juntos.
—Lo estarán —Papá hizo girar el carrete de pesca, tirando de él mientras algo
en el agua daba vueltas, tratando de escapar.
Resoplé, observando cómo sacaba el pez: una cosa con escamas plateadas y
aspecto indefenso. Papá tomó un cuchillo de filetear, cortó la garganta del pez
y dejó que se desangrara en el agua. El pez dejó de aletear, sucumbiendo a
su destino. Papá envolvió el pescado en un envoltorio de plástico y lo arrojó a
un recipiente lleno de hielo.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
Levantó las cejas.
—¿Pescar?
—No, que Devon y yo acabaremos juntos. —Me moví incómodamente al otro
lado del barco.
—Oh. Solo lo sé.
—Eso no es una respuesta.
—Claro que lo es, cariño —Me sonrió con cariño, entregándome el cuchillo de
filetear y un paquete de toallitas con alcohol para limpiarlo—. Y además es
bueno.
Alrededor de una hora después de nuestra sesión de pesca, nos topamos con
uno de los nuevos amigos de papá del pueblo. Literalmente. Nuestra barca se
besó con la suya mientras él se desviaba accidentalmente en nuestra
dirección. Papá se acercó inmediatamente a mí, asegurándose de que no me
resbalara ni me hiciera daño. Entonces se rio, sus ojos se iluminaron.
—Hola, Bryan.
—¡John! Creí que te había visto por aquí.
—El tiempo es demasiado bueno para dejarlo pasar. ¿Conoces a mi
hija? —El orgullo en la voz de papá era tangible, enviando frisones de placer
por mi columna.
—No puedo decir que la haya conocido. Señora. —Bryan se bajó el sombrero
de paja.
Hubo una presentación, seguida de treinta minutos de charla sobre pesca.
Bostecé, mirando a nuestro alrededor. Comprendí que algunas personas
disfrutaban de la naturaleza y de su tranquilidad. Personalmente, no podría
vivir en ningún lugar donde el aire no estuviera contaminado y la delincuencia
no estuviera al menos un poco descontrolada.
Decidí encender por fin mi teléfono y revisar mis mensajes. Hacía días que no
lo hacía, aunque utilizaba el teléfono fijo de mis padres para llamar a Persy,
Ash y Sailor.
Me desplacé por el teléfono cuando un mensaje apareció en mi pantalla. Era
reciente, de hacía veinte minutos.
Devon: ¿Dónde estás?
Era hora de enfrentarse a la música. Bueno, los gritos, en realidad.
Belle: Pescando.
Devon: ¿PESCANDO?
Belle: Sí.
Devon: ¿Es un código para algo?
Belle: Saca tu mente de la alcantarilla.
Devon: Oye, tú fuiste la que lo puso ahí en primer lugar.
Devon: Tienes mucho que responder, jovencita.
Belle: Ugh. Llámame jovencita otra vez. Alguien acaba de llamarme
señora.
Devon: Dame Sus datos. Yo me encargaré de él.
Devon: ¿Dónde estás pescando?
Mis ojos se levantaron de la pantalla y miré a mí alrededor. ¿Era el medio de
la nada una respuesta suficiente?
Belle: No importa. Iré a buscarte. Tenemos que hablar.
Iba a decirle que había cometido un terrible error, que lo sentía, que era una
idiota (era muy probable que lo dijera dos veces), que había recibido -y
quemado enseguida- el cheque que me había dado Louisa, y que, por favor,
por favor, por favor, por favor, podía aceptarme de nuevo.
Había aprendido la lección. Papá me marcó, y el Sr. Locken me destripó, pero
aparentemente, todavía tenía un corazón que latía detrás de las pesadas
capas de la fachada. Y ese corazón le pertenecía a él.
Devon: No vengas.
Belle: ...
Pero él nunca respondió.
No vengas.
Ni una explicación, ni nada.
Así que por supuesto que iba a ir.
¡Iba a ir solo para fastidiarlo! El bastardo. Iba a ir allí ahora mismo. Bueno,
tal vez me pondría algo un poco más digno que un par de daisy dukes que no
podía abrochar y una camisa que gritaba que acababa de pasar los últimos
días con mis mejores amigos, Easy Cheese y Dancing with the Stars.
—Papá, tengo que irme.
Papá y Bryan mantuvieron una corta pero significativa conversación usando
solo sus cejas, perplejos de que alguien quisiera hacer algo más que sentarse
ociosamente en medio de una enorme mancha de agua y esperar a que los
peces picaran sus cebos.
—Está bien, cariño. Déjame terminar con esto.
—No, iré sola.
—¿Estás segura? —preguntó.
No tenía sentido que me acompañara. Me estaba cambiando de ropa y me
dirigía directamente a Boston para exigir a Devon Whitehall que me
permitiera volver con él y amarme.
—Positivo.
—De acuerdo. Puedes tomar el auto. Bryan me llevará a casa.
—Increíble. Qué gran tipo. —No súper genial, ya que me llamó señora, pero
tampoco lo peor, supongo.
Papá remó de vuelta a la orilla, me metió en el asiento del conductor y me
besó el cabello.
—Cuídate, niña.
Salí corriendo hacia la casa de mis padres. De camino, me aseguré de que
todo iría bien. Iría directamente a ver a Devon y llevaría mi pistola en todo
momento. Me mantendría a salvo y tal vez abordaría el tema de mudarnos a
otro lugar, donde la mitad de la población no intentara matarme.
Cuando volví a casa de mis padres, lo primero que hice después de cerrar la
puerta con doble llave fue arrojar mi bolso sobre una mesa auxiliar. Me quité
la ropa mientras subía a la habitación de invitados, decidiendo ya que iba a
ponerme el minivestido verde esmeralda que hacía que mis ojos -y mis tetas-
sobresalieran.
Al llegar al umbral de la habitación de invitados, me detuve al caminar
descalza por el suelo de madera.
Había alguien sentado en el borde de mi cama.
Di un salto hacia atrás, resistiendo el impulso de gritar y llamar la atención.
Frank.
Volviendo sobre mis talones, bajé corriendo la escalera, dirigiéndome de
nuevo al rellano para buscar la pistola que había en mi bolsa. Me agarró por
los hombros y me hizo retroceder. Mis pies estaban en el aire. Mi espalda se
estrelló contra su pecho. Me rodeó el cuello con un brazo y apretó, cortando
el suministro de aire. Mis dedos se clavaron en su brazo, arañando para que
me soltara. Intenté gritar, pero lo único que mi boca produjo fue un siseo bajo
y doloroso.
Bebé Whitehall, pensé frenéticamente. Tengo que salvar a mi bebé.
Haciendo buen uso de mis lecciones de Krav Maga, me acerqué por detrás
para intentar agarrar su brazo contrario, pero él fue más rápido, recogiendo
mis manos y apretándolas detrás de mi espalda.
—No lo creo. Has arruinado mi vida. Ya es hora de que yo arruine la tuya.
Su aliento patinó sobre el lado de mi cuello. Apestaba a tabaco y a refresco
azucarado. Intenté clavarle los dientes en el brazo, pero él se apartó
rápidamente, reajustando su agarre en mi cuello con un brazo y acunando
mi vientre de embarazada con el otro.
—Shhh. —Sus dientes rozaron la concha de mi oreja—. No me hagas hacer
algo de lo que me arrepienta.
Y entonces lo sentí.
El frío y afilado metal rozando el fondo de mi vientre.
Me congelé como una estatua. Cerré los ojos, el aire traqueteando en mis
pulmones.
Iba a hacerme una cesárea prematura si no hacía lo que decía.
El bebé Whitehall revoloteaba excitado en mi vientre, despierto y consciente
de la conmoción.
Lo siento, bebé Whitehall. Lo siento mucho, mucho, mucho.
—¿Vas a ser una buena chica? —El aliento de Frank se abanicó contra el lado
de mi cuello.
Asentí con la cabeza, el sabor amargo de la bilis explotando en mi boca. Mi
madre no llegaría a casa hasta dentro de dos horas, y papá podría pasar todo
el día en el lago. Persy no pasaría por aquí sin avisarnos antes.
Estaba oficialmente, completamente, y principescamente jodida.
—Ahora estamos hablando —Frank me empujó hacia delante, haciéndome
tropezar con la primera escalera. Bajamos las escaleras en silencio, mis
rodillas chocando por el miedo. Me sentó frente a la chimenea, tomó un rollo
de cinta adhesiva de alta resistencia de la parte trasera de sus jeans y me
encintó las muñecas y los pies para que estuviera inmóvil en el sofá. Me
arrancó la camiseta, la tela me cortó la piel y dejó marcas rojas a su paso. No
llevaba nada más que la ropa interior y el sujetador.
—Quédate aquí. —Me señaló con el dedo índice en el rostro y luego procedió
a pisotear la casa, atrincherando las puertas. No tuvo que hacer más que
empujar algunas sillas contra las puertas del frente y del patio trasero. Papá
tenía una mentalidad de “el enemigo está sobre nosotros” e hizo la casa a
prueba de la Guerra Mundial.
Sabía que no había forma de entrar ni de salir de este lugar sin desmantelarlo
primero.
Frank se guardó en el bolsillo las llaves que había utilizado para cerrar la
puerta con doble llave y se dirigió a una de las ventanas, golpeándola con los
nudillos.
—Triple acristalamiento. —Silbó, alzando las cejas y asintiendo con la
cabeza—. Bien hecho, John Penrose. Esos son carísimos.
Sabía el nombre de mi padre. Apuesto a que el cabrón sabía mucho de mi
vida desde que se enteró de que estaba aquí.
Observé mi entorno. Era el momento de ser creativa. La única forma de salir
era a través del conducto central de aire. Era lo suficientemente grande como
para caber, pero aun así tendría que derribar el conducto de ventilación, lo
que era básicamente imposible, ya que tenía las manos y las piernas atadas.
Los ojos de Frank se dirigieron al mismo conducto de ventilación que yo
estaba mirando. Se rio.
—Ni siquiera lo pienses. Ahora vamos a hablar.
Se dirigió al sillón reclinable opuesto al que yo estaba sentada y tomó asiento.
Por las bolsas de Dorito abiertas y las latas de refresco rotas que había en la
mesita, deduje que se había puesto cómodo antes de mi llegada.
Al menos, ahora sabía quién era el responsable de hacer de mi vida un
infierno durante los últimos meses.
Esperaba que Jesús se acercara a mí y me dijera: “Ahora no es tu momento,
niña”, porque todos los demás indicadores apuntaban más o menos a mí
temprana y trágica desaparición.
Uf. Ser liquidado por un ex empleado descontento era una forma tan
vergonzosa de morir.
—¿En qué puedo ayudarte, Frank? —pregunté, de forma comercial, lo cual
era difícil, considerando las circunstancias.
El bebé Whitehall revoloteaba como un loco en mi estómago, y pensé, con una
mezcla de devastación y regocijo, cuánto deseaba que esto continuara. El
aleteo. Las patadas. Y lo que vino después. Por primera vez en mi vida, tenía
algo por lo que luchar.
Dos cosas.
También estaba Devon. Y por mucho que me asuste admitirlo, él no era como
los hombres que me habían decepcionado. Había cambiado mi alma al diablo
el día que me había vengado del entrenador. Había pagado el placer de quitar
una vida con mi juventud, con mi alegría, con mi inocencia. La falta de las
tres cosas me impedía encariñarme con un hombre. Pero Devon Whitehall no
era solo un hombre. Era mucho más.
—¡Puedes empezar por decirme qué mierda te he hecho! —Frank agarró el
cuchillo con el que me había amenazado y me apuntó desde el otro lado del
salón, escupiendo cada palabra—. ¿Por qué me despediste cuando tenía una
novia embarazada en casa? Las facturas médicas de mi madre... ya sabes,
falleció dos semanas antes de que me despidieras. Me tomé una semana libre.
Ni siquiera me enviaste una tarjeta de pésame. Nada.
Frunciendo los labios, cerré los ojos y pensé en ese período de tiempo. Cuando
no estaba trabajando, estaba de fiesta. Mucho. Hubo una serie de fiestas en
casa, luego eventos de caridad, luego un fin de semana de luna de miel de
chicas en Cabo para Persy y Aisling. Había confiado en Ross para que hiciera
de mamá y papá en Madame Mayhem y no me importaba mucho lo que
pasaba en la vida de los demás. Estaba ocupada manteniéndome distraída
porque así era como afrontaba cada vez que resurgían los recuerdos del señor
Locken y de lo que le había hecho. No me importaba nada ni nadie más que
yo misma.
Lo peor de todo es que no recordaba haber escuchado que la madre de Frank
había fallecido.
—Lamento tu pérdida —Intenté sonar calmada, pero mis palabras tropezaban
unas con otras—. Realmente lo siento. Pero, Frank, no sabía lo de tu madre,
ni lo de tu novia. Y mucho menos lo de tu deuda. Tengo un mínimo de treinta
empleados en nómina en cualquier momento. Todo lo que sabía era que te
habías metido en un lío y habías acosado a una de las chicas del burlesque.
—Eso es lo que ella dijo —Hizo que su cuchillo se estrellara contra la mesa
de café que había entre nosotros. La hoja besó el cristal, y la cosa se rompió
hacia dentro ruidosamente—. Fuiste y le dijiste a todos los periodistas locales
que intenté violarla. No pude conseguir un trabajo. Ni siquiera uno temporal.
¡Ni siquiera lavando los platos! Me humillaste.
Me tragué un grito.
El bebé Whitehall se sentía como los dedos rasgando las teclas del piano,
corriendo de izquierda a derecha y luego a la izquierda de nuevo.
—Frank, te he visto —insistí, exasperada—. Tu mano estaba en la curva de
su culo. Tu otra mano estaba metida entre sus piernas.
Recordé cómo reaccionaron los dos cuando entré en la escena. Cómo ella
estaba llorando. Cómo él estaba en shock.
—No la estaba acosando —Frank se levantó de la tumbona beige, agarrando
una lata de refresco y golpeándola contra la pared. El líquido anaranjado
salpicó como un cuadro abstracto, goteando en el suelo. Quería creer que
alguno de los vecinos podría oír la conmoción y pedir ayuda, pero sabía que
las casas estaban demasiado separadas para que eso sucediera. Malditos
suburbios de clase media.
—Estábamos teniendo una aventura. Christine y yo teníamos una aventura.
Yo le estaba metiendo los dedos cuando tú entraste, y ella se asustó, porque
sabía que eras un jefe sin pelos en la lengua y también porque se sabía en el
club que mi novia estaba embarazada. No quería parecer una rompehogares
o una zorra, aunque, para que conste, era ambas cosas, ¡así que se inventó
esa historia de que yo la acosaba!
Me molestó profundamente su caracterización de Christine, aunque no
estaba de acuerdo con su comportamiento. Hacían falta dos para bailar el
tango, y nadie obligó a este idiota a tener una aventura con ella. Por supuesto,
no era el momento de tomar represalias enviando bombas de verdad en su
dirección.
—No sabía todo eso —Odié lo pequeña que era mi voz.
—Sí, bueno, eso es porque nunca te molestaste en dar media mierda por nada
que no fuera tu club, tus fiestas, tu ropa y tus aventuras de una noche.
Christine fue tras de mí. Ella sabía que yo tenía acceso al calendario y a la
agenda de Ross. Me metí con él, dándole mejores horas y turnos cuando él
no estaba mirando —Recogió su cuchillo del océano de cristales rotos en
medio del salón, limpiándolo en el lateral de sus jeans.
Me moví incómoda en el sofá. La cinta adhesiva se me clavaba en las muñecas
y quería estirar las piernas.
—Mira, Frank, lo siento si...
—¡No he terminado! —rugió, poniéndose en mi rostro. Sus mejillas estaban
sonrojadas, sus ojos bailaban con locura—. Lo he perdido todo. Mi novia se
enteró -por supuesto que sí-. Me despidieron públicamente, después de todo,
y nadie quiso contratarme. Cada vez que salíamos de casa, un reportero o un
fotógrafo merodeaba por los alrededores, porque a todo el mundo le gusta la
historia de un tipo con una novia adolescente embarazada que acosó a una
chica de burlesque y recibió una patada en el culo del gerente de un club por
ello. Mi novia no se fue, pero no dejó pasar esa mierda. Christine, la perra,
dejó el espectáculo de burlesque y se mudó a Cincinnati para casarse con un
viejo de mierda. Se va a llevar una sorpresa cuando se dé cuenta de que el
bebé que le está cocinando es mío. ¿Y yo? Me enganché al fentanilo. Porque,
ya sabes, ¿por qué no? —Se carcajeó sin ton ni son.
Oh, vaya.
—Si me hubieras dicho...
—No habrías hecho nada —gritó, y supe que era la verdad—. Odias a los
hombres. Todo el mundo lo sabe. Todos.
Me dieron ganas de vomitar. Todo este tiempo, yo era en parte responsable
del estado de su novia. Recordé haberla visto en Buybuy Baby. Lo angustiada
que se veía.
Empezó a dar patadas a las cosas mientras hablaba, decidido a infligirme el
mayor destrozo posible a mí y a los míos.
—Las cosas se pusieron muy mal en casa. Después de un tiempo, me levanté
y me fui. Como hizo mi padre antes de que yo naciera. No podía lidiar con
ello. Y ahora está este ciclo, ya ves. Que tú creaste. Mi hijo va a venir a este
mundo sin nada mientras que tu hijo va a venir a este mundo con todo. ¿Y
por qué? ¿Porque tienes un rostro bonito? ¿Un culo apretado? ¿Porque tú
hermana se casó con un tipo rico y ahora ustedes dos se pavonean como
millonarios todo el día?
Sabía a dónde iba esto, y no me gustaba. Ni un poco.
—Fuiste tú el que fue por mí. Pero... pero ¿quién era ese hombre que vino a
Madame Mayhem a amenazarme?
—Mi padrastro —Frank se encogió de hombros—. Me hizo un favor. Buen
tipo, ¿eh?
—¿Y el hombre de Boston Common?
—¿Boston Common? —Frunció el ceño—. Nadie fue por ti allí.
Mi cabeza daba vueltas. Había unas cuantas personas tras de mí. Sin
embargo, Frank estaba en racha y no estaba precisamente de humor para
responder a más preguntas mías.
—Bueno, estoy aquí para decirte que si mi bebé no va a tener un futuro, y
ciertamente no puedo darle un futuro —su cuchillo encontró mi corazón,
moviéndose por mi piel hacia mi vientre mientras se agachaba ante
mí— ...entonces el tuyo tampoco lo va a tener.
—Frank, por favor...
El cuchillo se detuvo en mi vientre.
Sonrió mientras clavaba la hoja en él, rompiendo la piel.
Y fue entonces cuando una de las paredes del salón se derrumbó.
35 El rape negro o rape blanco es una especie de pez lofiforme de la familia Lophiidae distribuido por
el noreste del océano Atlántico, el mar Mediterráneo y el mar Negro
Tan mala que pensé que mi estómago estaba a punto de partirse en dos.
—¿Cuándo viene el doctor Bjorn? —Devon exigió, estimulando la acción—. Mi
mujer está sufriendo.
—Su esposa no es la primera mujer que da a luz —Señala suavemente la
enfermera a punto de ser golpeada. Se mueve para volver a colocar las
almohadas detrás de mí—. Vinieron dos médicos diferentes para una revisión
y dijeron que todo está perfectamente bien. El doctor Bjorn está lidiando con
un poco de tráfico ligero. Estará aquí en unos minutos. Siempre puedes optar
por la epidural. —Me mira, encogiéndose de hombros.
—¿Me estás tomando jodiendo? Quiero que esta niña sepa lo mucho que he
sufrido por ella y sostenerlo sobre su cabeza durante toda la eternidad.
Se ríe.
No sé por qué.
No estoy bromeando.
—Cariño, estamos bien. Todavía estás a tiempo —me dice Devon
acariciándome el cabello del rostro. Todo es bonito y romántico, y sin embargo
estoy a punto de empujar a un humano de dos kilos sin ninguna droga. Le
quito la mano de un manotazo—. Ve a buscarme al doctor Bjorn.
—Como quiera, Sra. Whitehall. —No puede salir de la habitación lo
suficientemente rápido, y yo me quedo con la enfermera que me mira como si
estuviera loca.
Devon y yo nos casamos poco después de volver de Inglaterra. Fue una
ceremonia pequeña e íntima en Madame Mayhem. Las damas de honor
llevaban lencería roja y ligas y no podían decir nada al respecto. Mi boda, mis
reglas. Sam Brennan casi derriba las paredes de la sala cuando vio a su mujer
llevándome al altar en lencería.
Las cosas han sido realmente increíbles entre nosotros. Casi demasiado
increíbles. A veces me despierto por la mañana y pienso: “Hoy va a ser el día
en que lo arruine y lo deje”. O más a menudo, “Hoy va a ser el día en que me
deje”. Que finalmente entienda que estoy demasiado dañada, demasiado rota,
o simplemente demasiado.
Pero, de alguna manera, no ocurre ninguna de estas cosas, y termino mis
días de la misma manera: arropada por mi marido, compartiendo nuestras
historias y experiencias del día, viendo la televisión, riendo y desvelando un
trozo tras otro.
Sé que llegará un día en el que deje de preocuparme de que él también me
rompa. Puede que ese día no sea hoy, ni siquiera mañana, pero llegará.
Después de todo, Devon Whitehall es el hombre que me enseñó la lección de
vida más importante: que todavía se puede creer.
—Te he conseguido un médico —Devon irrumpe ahora en la habitación,
jadeando—. Uno que conoces, nada menos.
—¿Es el doctor Bjorn? —gruño, retorciéndome en mi cama de hospital—. ¿Soy
yo o el bebé está medio fuera? —Algo pasa entre mis piernas, pero por razones
obvias, no estoy en condiciones físicas de agacharme y comprobarlo.
—Mejor —dice Devon, y él y Aisling aparecen frente a mí.
Se me cae la cara de vergüenza.
—¡No voy a dejar que esta perra vea mi vagina!
Pero ella ya está caminando hacia el pequeño fregadero y lavándose las
manos, poniéndose un par de guantes de plástico frescos.
—He visto cosas peores.
—Oh, no quiero decir eso. Tiene un aspecto fantástico. Es que no me siento
preparada para llevar nuestra relación al siguiente nivel —resoplo.
Pero entonces se produce otra contracción, y grito, y Devon y Aisling se
precipitan hacia mí.
—Sweven —dice Devon con dolor, limpiando el sudor de mi frente con
cariño—. Siento mucho haberte puesto en esta posición.
—Me pusiste en veintisiete diferentes. Por eso estamos aquí —bromeo.
—¿Sigues sin querer mi ayuda? —Aisling levanta una ceja—. Porque estoy
encantada de llamar a otro médico.
—La doctora Lynne está aquí —se ofrece la enfermera—. Nadie te ha
preguntado, sin ánimo de ayudar. No conozco a la doctora Lynne. Y el doctor
Bjorn está obviamente demasiado ocupado desafiando el tráfico de Boston.
—¡Bien! —Lanzo las manos al aire—. ¡Bien! Solo saca a este bebé de mí, Ash.
Devon me toma de la mano, Aisling se pone manos a la obra, y veinte minutos
después -justo cuando el doctor Bjorn entra en la habitación lleno de
disculpas- nace Nicola Zara Constance Whitehall (y antes de que preguntes:
por supuesto que he añadido Constance para asegurarme de que todo el
mundo sepa que es de la realeza).
No exagero cuando digo que mi recién nacida es la más bonita que he visto
nunca. Con una piel suave y rosada, ojos brillantes y los labios más rosados.
Es frágil, inocente y perfecta. Quiero protegerla de cualquier daño posible. Sé
que no puedo, pero al menos por ahora, puedo hacerlo. Pero para más
adelante, cuando crezca, lo único que puedo hacer es intentar criarla para
que sea tan fuerte como su madre.
—Dios mío, es igual que su madre —Devon me besa, luego a Nicola y después
abraza a Aisling.
Con mi preciosa bebé en brazos, y mis amigos y mi familia esperando fuera,
sé una cosa: no todo va a salir bien.
Porque ya es perfecto.
Seis meses después
Doné el castillo de Whitehall Court a la Fundación del Patrimonio Inglés. Se
convierte en un museo. Una parte de mí -una parte extremadamente
minúscula- se entristece por haber renunciado al título de marqués. Que no
estaré en Inglaterra para asegurar que Nicola herede algún tipo de título. Pero
la mayor parte de mí se alegra de estar fuera de este lugar al que nunca pude
llamar realmente hogar.
Nicola está creciendo a un ritmo rápido. Actualmente, luce una serie de rizos
blancos que se parecen sospechosamente a los fideos Ramen. Trata de hundir
sus encías en cualquier cosa que pueda agarrar con sus regordetas manos y
es una completa delicia.
Emmabelle volvió al trabajo hace un mes. Nombró a Ross gerente oficial de
Madame Mayhem y ahora se está centrando en su última aventura. Ha
abierto una organización sin ánimo de lucro para mujeres y hombres que han
sido agredidos sexualmente, a los que ofrece terapia y ayuda para encontrar
trabajo y recuperarse.
Su nueva secretaria -la persona que sustituye a Simon y realiza todo el
trabajo administrativo y de archivo- es Donna Hammond, la ex novia de
Frank. Ahora tiene un niño. Se llama Thomas y, a veces, cuando él y Nicola
están en la misma habitación, se miran fijamente con expresiones de “espera,
eres demasiado pequeño”.
Ahora voy a recoger a mi mujer a casa de sus padres. Nicola duerme
felizmente en la parte trasera de mi Bentley. Encuentro a mi suegro regando
las plantas del porche y bajo la ventanilla del acompañante.
—Oye, John, ¿podrías decirle a Belle que estoy aquí afuera?
Levanta la vista de las flores, sonríe y asiente. Deja la manguera en el césped,
entra en la casa y vuelve con mi mujer. Se abrazan y él le abre el asiento del
copiloto y la besa en la sien antes de dar un paso atrás.
—Conduce con cuidado —le dice, mirando a Nicola en el asiento trasero y
sonriendo—. Está creciendo muy rápido.
—No lo hacen todos —murmura Belle.
—Te quiero, Belly-Belle.
—Te quiero, papá.
Belle y yo nos dirigimos al aeropuerto internacional Logan. Durante todo el
trayecto, se me hace un nudo en el estómago.
—Todo irá bien —me asegura Belle, frotando mi muslo.
—Lo sé. Es que ha pasado un tiempo.
—Sigue siendo tu familia —señala mi mujer.
Yo también lo sé.
Cuando llegamos al aeropuerto y desabrochamos a Nicola de la silla del auto
y la ponemos en el portabebés que lleva Belle, mi mujer se dirige
automáticamente hacia la escalera que va del estacionamiento a la planta
principal.
—No. —La agarro de la mano y la aprieto—. Tomemos el ascensor.
Ella gira la cabeza, frunciendo el ceño.
—¿Seguro?
—Seguro, cariño.
Esperamos en la puerta correspondiente y, aunque he dejado atrás los
problemas de mi familia, sigo en vilo. El montacargas había sido sellado poco
después de que tomara el control de la finca. Eso ayudó a calmar parte de mi
ansiedad por la claustrofobia, pero no toda.
Cuando Cecilia me llamó y me preguntó si podía venir a ver a la pequeña
Nicola, le dije que sí. Al fin y al cabo, no era mi madre ni mi padre. Nunca
intentó matarme. Cuando le pregunté a Belle si debía ofrecerme a pagar el
vuelo y el alojamiento de Cecilia, me dijo: “En absoluto. Deja que te muestre
que ha cambiado”.
Y lo ha hecho. Cecilia pagó todo el viaje con el dinero que gana trabajando en
una biblioteca cercana a la universidad a la que va. Es una mujer cambiada.
Cuando veo a mi hermana salir por la puerta de la terminal, me apresuro a
acercarme a ella, con el corazón más ligero. Tiene el mismo aspecto -quizá
haya perdido un par de kilos-, pero su sonrisa es diferente. Genuina.
Despreocupada.
Nos encontramos a mitad de camino, compartimos un abrazo que cala los
huesos y ella llora en mi hombro. La dejo. Sé que ella también lo siente.
Huérfana. Al fin y al cabo, cuando todo estaba hecho y resuelto, Úrsula
también le dio la espalda y se fue a vivir a Londres con una amiga.
—Gracias por darme otra oportunidad —murmura Cecilia en mi hombro.
—Gracias por querer una.
Siento la mano de mi mujer en la espalda, apoyándome, abrazándome por
detrás, asegurándose de que nunca pierdo el equilibrio.
—Vamos —dice Belle suavemente—. Vamos a crear nuevos recuerdos
familiares.
Y así lo hacemos.
Fin