Epílogo The Senior Year

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Epílogo:

Un año después:

—¡Y una vez más el nuevo mariscal estrella de Los Tigres nos
demuestra por qué terminó heredando el trono del Gran Noah! —
expresó el comentarista con emoción.

—¡Así es, Arnold! ¡Mira nada más esa repetición! ¡Qué brazo!
¡Qué velocidad la de este chico Collins! —le respondió su
compañero, observando la jugada que West acababa de realizar
en la pantalla.

—A nuestro equipo sin duda le espera otra excelente


temporada con West Collins liderándolo —comentó el primer
comentarista, escuchándose orgullos—. Esperemos que los
rumores de reclutamiento sean ciertos, porque este chico se
merece la NFL y mucho más.

Sonreí hacia el bloc de notas que sostenía. Sin importar cuántas


veces veía esta clase de videos, nunca me cansaría de escuchar los
constantes comentarios positivos hacia West y sus impecables
habilidades como mariscal titular del equipo. Princeton había
estado en su mejor racha últimamente, y él era el responsable por
ello.

—¿Cuántas veces más crees que mirarás esa repetición, bebé?

Di un respingo del susto, haciendo que la punta del bolígrafo


saliera disparada fuera del margen de la línea y dejara una larga
raya amorfa en la hoja de mis notas.

—¡Joder, Collins! —le repliqué, jalando los auriculares fuera de


mis oídos y encarándolo—. Acabas de arruinar mi notas, muchas
gracias.

Él se echó a reír, inclinándose desde la parte de atrás de nuestro


sofá e intercambiando su mirada entre mi ceño fruncido y la
pantalla de mi computador, donde el partido de hacía unos días
se reproducía en la página web de Princeton.

—Lo siento, a veces olvido cómo te desconectas cuando estás


trabajando en algo —se disculpó, sin borrar su sonrisa—. Aunque,
tener que verme jugar constantemente puede terminar siendo una
tortura más que entretenimiento.
—Olvidas con quién hablas —comenté, poniendo a un lado la
laptop, junto con mi cuaderno—. ¿Poder mezclar mi carrera con
verte patear traseros en el campo? Es como mi vida soñada. Siento
que soy la vanidosa en esta relación, ¿sabes? Soy la que se
regodea de tus habilidades, analiza tus jugadas y las disfruta,
mientras que tú sólo juegas, lo haces genial y sigues adelante como
si no fuera la gran cosa.

—No es la gran cosa. —Puso los ojos en blanco, restándole


importancia.

—Es la gran cosa cuando te estás etiquetando como el prodigio


de Princeton y ya la gente está comenzando a hablar acerca de lo
de la NFL —protesté—. ¿Acaso nunca lees las noticias del campus
sobre ti?

—Bien, sí es la gran cosa —admitió, dándome una media sonrisa


burlona—. Pero, me estoy comenzando a sentir celoso de mí
mismo, porque últimamente le estás prestando más atención al
West en modo juego, que este West que está aquí, mendigando
por atención.

—Lo del dramatismo déjaselo a Chase, ¿bien? —me reí,


inclinándome para dejar un rápido beso en sus labios.

—Hablo en serio —presionó, dejándose caer hacia adelante


para poder caer a mi lado en el sofá sin tener que dar la vuelta—.
El West de la vida real necesita un poco de mimos, ¿sabes? Han
pasado como dos semanas.

No pude evitar reírme al verlo hacer su adorable puchero.

—Primero, deja de hablar de ti mismo en tercera persona —le


indiqué, sacudiendo la cabeza y preparándome para dar un
discurso lo suficientemente convincente—. Y segundo, han
pasado dos semanas porque ambos hemos estado bastante
ocupados en nuestros propios asuntos, y, si mal no recuerdo, el
entrenador te pidió de manera explícita que estuvieras en tu
mejor condición para lo de la entrevista mañana.

—El entrenador no vive con nosotros, no tiene por qué saberlo


—insistió, llevando su mano hacia uno de mis muslos y
acariciándolo con claras intenciones de provocarme.

Cerré los ojos con fuerza, tomando una profunda respiración


para calmar la fuerte punzada en mi pecho.
Carter, no puedes, debes ser fuerte, recuerda que esto es importante.
Controla a tus hormonas.

—Pero yo sí vivo aquí y estoy de acuerdo con él —le dije,


deteniendo su mano juguetona—. No seré yo la que arruine tu
gran oportunidad de deslumbrar a Clay Werner.

—¿Ni uno para la buena suerte? —preguntó, acompañando


ahora su puchero con ojitos de cachorro herido.

Dylan, los ojitos de cachorro herido siempre terminan ganando, pero


no esta vez, ¿bien? Creo en tu fuerza de voluntad.

—Haré un trato contigo. —Pensé rápido y tomé las riendas de


la situación, pasando una pierna por encima de él hasta que
estuve a horcajadas—. Mañana podremos tener todo el sexo que
quieras y viéndolo desde otra perspectiva, será cien veces más
intenso porque estaremos celebrando que te ganaste a Werner,
¿qué te parece eso?

West se quedó mirándome, sopesando mi propuesta con una


ceja levantada. Me incliné y presioné mis labios con los suyos en
un beso lento e inocente, lo cual fue una mala idea, porque la
Dylan Osito Cariñosito era débil cuando de los besos de West se
trataban. Él tampoco puso de su parte, llevó sus manos a mi
espalda y me apretó contra su pecho, queriendo profundizar el
beso. Sin embargo, mientras comenzaba a pensar en maneras de
salirme de esta situación, él mismo se dio por vencido en eso de
provocarme y cortó el beso, resoplando.

—Creo que es la primera vez que odio que seas una groupie del
fútbol —se quejó, trasladando sus manos hacia mi rostro—. Te
pones apasionada.

—Y lo amas —le recordé, sonriendo.

—Lo sé, te amo así, aunque a veces eso amerite una abstinencia
forzada —concordó, haciendo una mueca de fastidio.

—Has sobrevivido dos semanas, podrás hacerlo un día más —


Le di unos golpecitos de apoyo moral a su pecho y me deslicé
fuera de su regazo—. Además, tendrás distracción, los chicos
estarán aquí en cualquier momento.
—Eso sólo me recordará que estoy en abstinencia para dos de
los mejores placeres de la vida; el alcohol y el sexo —jadeó él,
levantándose del sofá con pesadez—. Ser mariscal es una mierda.

—Voy a verme obligada a cancelar la celebración de mañana si


sigues quejándote —le advertí, cruzándome de brazos.

—Bien, no más quejas —se apresuró a decir, alzando las manos


en un gesto de rendición—. Iré a tomar una ducha, apesto a
gimnasio.

—Ese es un excelente plan —le dije con exagerado entusiasmo


—. Mientras tanto, limpiaré la invasión de libros antes de que el
huracán Kyle se aparezca y haga un desastre como la última vez.

—¿Quién diría que terminarías siendo toda una cerebrito en la


universidad? —se burló, divertido al ver la docena de libros
esparcidos sobre nuestra mesita de centro.

—Ahora sólo estás jugando con mi paciencia —ironicé,


enarcando una ceja.

—Ya me iré, me iré —se rio, poniéndose a mi altura para


besarme de nuevo—. Te amo, cerebrito.

—Te amo, mariscal idiota.

Mantuve mi sonrisa hasta que desapareció dentro de nuestra


habitación. En cuanto la puerta se cerró, me dejé caer en el
respaldo del sofá, tomando una respiración honda.

Otra salvada, Carter. Me sorprende lo bien que has aprendido a


controlarte. Bravo.

Como había dicho antes, no sería yo la que arruinara su


oportunidad de impresionar a Clay Werner. El entrenador había
trabajado duro para conseguirle una entrevista con uno de los
mejores agentes deportivos del país; a estas alturas, un agente
deportivo significaba tener posibilidades reales de ser
considerado por la NFL. Era algo grande, grandioso, gigante, no
había espacio para errores o distracciones, West se merecía esto
más que cualquier otra persona. No pueden juzgarme por querer
que todo saliera a la perfección.
Casi de manera robótica, tomé mi teléfono y mis dedos
deslizaron la pantalla hasta que mis ojos se encontraron con el
número de Hunter.

Dime que vendrás esta noche. Te necesito aquí.

Envié el mensaje y concentré mi atención en recoger el desastre


que había hecho en mi hora de estudio mientras esperaba
impaciente por su respuesta. Invitar a Hunter era un movimiento
arriesgado dadas las circunstancias, pero… el mensaje de texto lo
resumía; lo necesitaba.

Su respuesta no llegó hasta que ya había organizado todos los


libros en la pequeña biblioteca de la sala de estar.

Por supuesto que estaré. ¿Conoces el concepto de ‘elegante


impuntualidad’? Ese sería yo, ya estoy camino

Gracias, McLaggen

Siempre puedes agradecer mi compañía con otra cosa, Lanie

Apreté los labios al leer el mensaje y como la loca paranoica que


me había vuelto la última semana, giré mi cabeza hacia la puerta
cerrada de mi habitación.

No esta noche, lo sabes. Y preferiría que mantengas tu boca cerrada


al respecto, mis nervios no están colaborando

Valía la pena intentarlo, ¿no?

Mejor no mensajees mientras conduces. Te veo aquí

Se limitó a responder el último mensaje con un emoji de pulgar


arriba, cosa que fue mejor que tener que seguirle la corriente… y
que termináramos teniendo la misma discusión de siempre.

Sí, sé que veía mal, pero era una larga historia de la cual no me
apetecía hablar. West y su entrevista se habían convertido en mi
prioridad por el momento. El drama podía esperar.

Entre guardar mis apuntes y enviarles mensajes de textos a los


chicos para recordarles su responsabilidad con la comida de esta
noche, logré distraerme hasta que West salió de la habitación
luciendo limpio, guapo y totalmente provocativo.

Dylan Osito Cariñosito, no ahora, ¿bien? Te necesito de mi lado.


—Que estés mirándome así no es justo para el trato que hicimos
—bromeó él, caminando hacia mí.

—Que estés usando mi colonia favorita no es justo para el trato


que hicimos —me defendí, envolviendo su cintura con mis
brazos.

—Puede que lo haya hecho a propósito —admitió, estirando


sus labios en una sonrisa traviesa.

—Te daré crédito por persistencia —le concedí, divertida.

—Esto de la abstinencia está siendo una llaga en el culo —negó


con la cabeza mientras reía entre dientes—. No tienes ni idea lo
tanto que me desquitaré mañana.

—Siéntete libre de hacerlo —accedí, tratando de poner distancia


entre nosotros para evitar caer en su trampa con aroma a Hugo
Boss.

Pensé que eso sería el fin de nuestro pequeño debate sobre la


supuesta abstinencia forzada, pero no contaba con que West se
atreviera a sacar la armería pesada; me retuvo en sus brazos,
trazando círculos en el punto exacto de mi espalda que sabía
significaba derrota para mí.

—En ese caso, necesitaré que los chicos lleguen ahora mismo…
Estoy a punto de mandar a la mierda el trato y llevarte al sofá.

—Esto es jugar sucio, ¿sabes? —le comenté.

—Pues, extrañaba jugar sucio —se rio, enterrando su cabeza en


el hueco de mi cuello—. Es bueno saber que todavía funciona.

Me estremecí cuando empezó a besar la piel escondida allí.


Jodidas hormonas traicioneras, se suponía que debían colaborar
en esto, no estarlo disfrutando.

El timbre sonó unas cuantas veces, haciéndome agradecer, por


primera vez en toda nuestra relación, la mala suerte que teníamos
con los momentos interrumpidos.

—Salvada por la campada —bromeó, dejando un último beso


en mi cuello antes de apartarse para ir a abrir la puerta.

Necesité un minuto para recobrar la compostura. Podría


haberme vuelto un poco más fuerte en el departamento de
autocontrol, pero era sólo eso… un poco. Un par de minutos más y
habríamos sin duda terminado en el sofá.

Un día más, Carter.

—¡Hermanis! —La voz de Chase logró sacarme de mis


sombríos pensamientos.

Me giré hacia la puerta, Chase y Sawyer venían entrando con


las manos llenas de bolsas. Detrás de ellos, Quinn y Harper los
seguían, pareciendo divertidas por cómo los chicos estaban cerca
de hacer un gran desastre al tratar de maniobrar con todo lo que
traían encima.

—La próxima vez, estaría mejor un aviso con tiempo para no


tener que desviarnos solo por la jodida comida china —replicó mi
hermano, colocando las bolsas sobre la barra de la cocina.

—Lo siento, pero si mi memoria no falla, ustedes se ofrecieron


ayer a traer la comida —le recordé, haciendo un claro énfasis en
“ayer”.

Quinn se echó a reír cuando Chase puso los ojos en blanco con
obstinación.

—Eso mismo fue lo que yo le dije —comentó ella, acercándose


al sofá junto a Harper.

Quinn me saludó con un beso en la mejilla, mientras que


Harper se lanzó por un apretado abrazo de oso.

—Lo olvidaron completamente —los acusó Harper, soltando


una risita—. Si no fuese por tu mensaje, hubiéramos llegado con
las manos vacías.

—¡Oigan! —expresó Sawyer, indignado—. Se suponía que eso


quedaría entre nosotros.

—Cariño, ¿por qué le mentiríamos a Dylan? —inquirió Harper,


brindándole una sonrisa burlona.

—Exacto —la secundó Quinn.

Chase y Sawyer intercambiaron miradas, sacudiendo la cabeza


con incredulidad, como si estuvieran teniendo una discusión
mental sobre cómo sus chicas siempre terminaban confabulando
en su contra.
En esta clase de momentos era que me sentía feliz de que había
dejado de ser la única chica del grupo. Tener a Quinn y a Harper
de mi lado equilibraba la balanza. Ahora éramos tres contra tres,
cuando usualmente eran ellos contra mí.

—Bueno, porque somos sus novios, se supone que deben estar


de nuestro lado —argumentó Sawyer, irónico.

—Dylan es nuestra amiga —se rio Quinn.

—Sí, y amigas antes que chicos siempre —citó Harper, casual.

—Pero nosotros vinimos primero —objetó Chase, molesto.

—No tendremos esta conversación de nuevo —tercié, rodando


los ojos—. Por favor, díganme que trajeron rollos de primavera.

—¿Seguiríamos vivos si no? —bromeó Sawyer, encargándose


de abrir las bolsas para sacar los envases de comida.

—Ah, huele a gloria —airó West, apresurándose a unirse a los


chicos en la cocina.

—Es una pena que hayamos traído ensalada césar para el


deportista estrella —le dijo mi hermano, poniendo a la vista un
gran envase lleno de lechuga.

—Diablos, no —se rehusó mi chico, arrugando la nariz—.


Pueden quitarme el alcohol y el sexo, pero no voy a decirle que no
a la comida china.

—Ugh, esa fue demasiada información —replicaron los chicos.

—¿Dónde están los demás? —inquirió Quinn, haciéndome


desviar mi atención de los chicos y su discusión sobre el derecho
de igualdad de distribución de la comida—. Después de que
tuvimos que volver a China Town, pensé que llegaríamos tarde.

—¿Tuvieron que volver todo el camino a China Town?

—Oh, sí —afirmó Harper, risueña—. Y ya estábamos cerca del


George Washington.

—Sí, estuve a punto de grabar a tu hermano en medio de su


ataque de palabrotas —comentó la rubia—. ¿Es normal que me
parezca adorable que tu hermano luzca como un niño pequeño
cuando se enoja? No puedo tomarme en serio su cabreo la
mayoría del tiempo, siempre termino riéndome y eso sólo lo hace
molestar aún más.

—Es completamente normal —le dije, dejando escapar una risa.

—¡Lo sé! Hace días, me… —comenzó a decir, sin embargo, el


sonido del timbre la interrumpió a media frase.

Esperaba que fuese Hunter.

—¡Yo voy! —se ofreció Harper, levantándose rápidamente del


sofá antes de darme oportunidad de hacerlo.

La observamos, ambas divertidas, dar saltitos hacia la puerta al


mejor estilo de Dorothy en el Mago de Oz. Era algo común de ver,
si tuviera que describir la personalidad de Harper, la definiría
como una mezcla entre Tinker Bell y Alice de Crepúsculo. Nunca
había conocido a una chica tan alegre y positiva en toda mi vida.
Al principio, pensé que necesitaría tiempo para acostumbrarme a
la única persona en la faz de la tierra que su día favorito eran…
los lunes.

A pesar de ese detalle, no me tomó demasiado entender lo


perfecta que ella para Sawyer.

—Oh, Tinker Bell ya está aquí —la saludó Hunter, al ver que
había sido ella quien le había abierto la puerta.

Harper se apartó de la puerta, haciendo una mueca de fastidio.

—¿Cuándo dejarás de llamarme así? —reprochó la pelinegra.

—Probablemente nunca, pregúntale a Lanie —dijo él en tono


burlón—. Me encontré a Kyle el Hablador Incesante en el
ascensor.

—¡¿Quién quiere cerveza?! —Kyle apartó a Hunter de un


empujón para darse paso en la habitación, sosteniendo un six pack
de cervezas en cada mano—. Que el agasajado no pueda, no
quiere decir que nosotros tampoco.

—¡Yo quiero! —saltó Quinn, abandonándome en el sofá por el


alcohol.

—Pensé que íbamos a ser solidarios con West esta noche —


terció Chase, enarcando una ceja.
—Yo no hice ninguna promesa, Carter —le aclaró ella,
colocándose de puntillas para darle un beso en los labios.

Ver a Chase con Quinn me recordaba lo que mi hermano tanto


me había repetido acerca verme teniendo muestras públicas de
afecto con West. No había tomado en serio su incomodidad hasta
que tuve que ver de primera mano los constantes intercambios de
saliva entre ellos.

Y pude haber tomado la oportunidad para hacer un comentario


relacionado a la distancia, si mi atención no se hubiese desviado
hacia la puerta otra vez, donde Rosie acababa de entrar… junto a
Saige.

Bueno, Saige y yo no estábamos en buenos términos. De hecho,


nunca había sido así.

A diferencia de Quinn y Harper —con quienes todo el asunto


de amistad entre chicas había resultado fácil—, mi relación con
Saige era… complicada. Por mi parte, era difícil acercarse a ella
cuando uno; no teníamos nada en común aparte de Hunter, y dos;
ella parecía haber construido un gran muro de contención a su
alrededor que me impedía buscar algo en lo cual pudiésemos
congeniar. Incluso se llevaba mejor con las chicas que conmigo. Y
les digo, realmente traté de poner de mi parte, sobre todo después
de saber toda la mierda que pasó con Hunter.

En resumen y sin divagar demasiado; me sorprendía que


hubiese querido venir esta noche.

—¡Hola, Saige! ¡Hola, Rosie! —Harper se acercó y las tomó a


ambas del brazo—. No pensé que vendrían.

Saige se echó a reír ante el repentino —aunque no sorprendente


— gesto cariñoso de Harper.

—Sí, espero que no les importe que me haya colado a la


celebración —comentó ella, escaneando el departamento y
registrando la cantidad de gente que había.

Sentí una sensación extraña en la boca de mi estómago cuando


sus ojos se quedaron en mí más del tiempo que me habría
gustado. No era como si ella fuera toda ‘sonrisas’ conmigo, pero
su mirada estaba transmitiendo una reserva particular, una que
no pude descifrar porque rompió el contacto visual antes de
poder analizarla.

—En absoluto, mientras más personas, mejor —la tranquilizó


West, dándole una sonrisa amable.

—Lo que quiso decir es que mientras más personas haya para
adular a su trasero egocéntrico, mejor —se burló Chase.

—Cierra la boca —le replicó, dándole un manotazo en la cabeza


—. Esta reunión ni siquiera fue mi idea. No hay manera de
detener a la groupie del fútbol cuando se enfrasca en algo.

Supe que no hablaba precisamente de la reunión improvisada


cuando alcé la vista hacia él y me guiñó un ojo.

—Una reunión improvisada sirve para la buena suerte —me


defendí.

—Hay muchas otras cosas que pueden servir para la buena


suerte —contraatacó, ensanchando su sonrisa.

—Bien, no comiencen, estamos a punto de comer —intervino


Chase.

La comida china no tardó en convertirse en el centro de


atención. Harper arrastró a las chicas a la cocina para evitar que
los chicos acapararan los envases y distribuyeran mal los platos.
Kyle se encargaba en repartir las cervezas, mientras que Chase,
Sawyer y West discutían con las chicas por los fideos.

—Así que… reunión improvisada. —Hunter se dejó caer en el


espacio libre junto a mí—. También podría llamarla: reunión para
evitar quedarme sola con West Oh Alabado Sea el Dios del Fútbol
esta noche.

—No sé si leíste la parte del mensaje que decía que no quería


hablar al respecto.

—Me temo que eso no se va a poder.

Hunter echó un vistazo sobre el respaldo del sofá durante un


segundo para asegurarse de que nadie estuviese escuchando.
Ellos estaban tan absortos en su discusión que ni siquiera se
habían percatado de que no nos habíamos unido al bullicio. Sus
ojos volvieron a mí y dejó escapar un largo suspiro antes de decir:
—Saige nos vio, Lanie.

Me congelé, tardándome en procesar lo que acababa decirme.

—¿Ella nos vio haciendo exactamente qué? —le pregunté entre


dientes.

—Hace dos días, en el parque, tú estabas ahí, yo también, la


luna, las estrellas, el llanto… ¿suficiente información para tu
memoria?

—Mierda, quieres decir que lo que vio fue…

—¿El beso? Sí, lo vio —resopló—. ¿Sabes lo que fue tener que
inventarme una explicación convincente durante todo el camino
aquí? Ella… —Se detuvo antes de decir otra palabra—. No, ese no
es el punto ahora, el punto es que, ¿no crees que nos ahorraríamos
todo el drama innecesario si sólo…?

—Dije que no esta noche —lo corté.

—Lo sé, sé que mañana es el ‘gran día’ para Collins, pero estoy
seguro de que se cabreará igual hoy, mañana, pasado mañana, la
semana siguiente… cualquier día en que sepa que le hemos
estado mintiendo.

—Hunter… lo menos que quiero es que pierda su concentración


mañana, ¿no lo entiendes?

Debí lucir desesperada e inquieta, ya que él asintió,


comprendiendo, luego de varios segundos de estar mirándome a
los ojos.

—Bien, no presionaré más —accedió, buscando mi mano para


tomarla entre la suya y darle un apretón—. Voy a citar a High
School Musical aquí y decir que estamos juntos en esto, hasta que
se demuestre lo contrario.

No pude evitar reírme de su mal chiste.

—Ni las terribles referencias funcionarán para poder calmar lo


jodidamente aterrada que estoy —confesé, entreteniéndome en
nuestras manos—. Tienes razón, la intención oculta de esto era
para evitarlo… hay un límite de mentiras que puedo soportar.

—Dijiste un día más, Lanie, entonces por hoy, comamos


cantidades industriales de comida china. He preparado mi
estómago para aguantar el golpe, sin embargo, espero que tu
baño funcione bien, por si las dudas —bromeó, llevándose mi
mano a sus labios para besarla.

Bien, eso había sido gracioso.

—Por supuesto que era cierto.

La voz de Saige me hizo pegar tal salto que casi caigo de culo
en la alfombra.

Ella nos miraba desde el otro lado del sofá, de brazos cruzados
y con una expresión entre queriendo matarnos y querer echarse a
llorar.

Oh, no, no, no.

—Pensé que me conocías mejor que eso, Hunter, sabes que lo


de ser estúpida no es lo mío —retomó, sus ojos llenándose de
lágrimas.

—Joder, Saige, no… —intentó cortarla Hunter.

—¿Está todo bien? —preguntó West, mirando a Saige con


cautela.

—No, no lo está —le contestó ella, sin molestarse en apartar sus


ojos de nosotros.

Miré a mí alrededor, el escándalo no sólo había atraído la


atención de West, sino la de todos los demás también. Kyle, Chase
y Sawyer habían dejado de comer, sorprendidos por la
brusquedad en las palabras de Saige. Las chicas —quienes habían
estado hablando todo este tiempo—, se encontraban en silencio,
luciendo intrigadas y preocupadas.

Busqué ayuda en Hunter, pero él estaba ocupado asesinando a


Saige con la mirada.

Mierda.

¿Recuerdan antes cuando dije que sabía que se veía mal, pero
que era una larga historia?

Bueno, este es el momento perfecto para creerme.

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