LSDS 1-21

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CONTENTS

Cover
Backlist
Title Page
Warhammer 40,000
I: Solace
Chapter One
Chapter Two
Chapter Three
Chapter Four
II: The Manse
Chapter Five
III: Dark
Imperium Chapter
Six Chapter Seven
Chapter Eight IV:
Eye’s Edge
Chapter Nine
V: The Weeping
Veil Chapter Ten
Chapter Eleven
Chapter Twelve
VI: The Gate Breaks
Chapter Thirteen
Chapter Fourteen
VII: Castellans
Chapter Fifteen
Chapter Sixteen
Chapter Seventeen
Chapter Eighteen
Chapter Nineteen
VIII: Iron Shades
Chapter Twenty
IX: Plague Planet
Chapter Twenty-One
Chapter Twenty-Two
About the Author
An Extract from ‘Black Legion’
A Black Library Publication
eBook license
It is the 41st millennium. For more than a hundred centuries the
Emperor has sat immobile on the Golden Throne of Earth. He is the
Master of Mankind by the will of the gods, and master of a million
worlds by the might of His inexhaustible armies. He is a rotting carcass
writhing invisibly with power from the Dark Age of Technology. He is
the Carrion Lord of the Imperium for whom a thousand souls are
sacrificed every day, so that He may never truly die.
Yet even in His deathless state, the Emperor continues His eternal
vigilance. Mighty battlefleets cross the daemon-infested miasma of the
warp, the only route between distant stars, their way lit by the
Astronomican, the psychic manifestation of the Emperor’s will. Vast
armies give battle in His name on uncounted worlds. Greatest amongst
His soldiers are the Adeptus Astartes, the Space Marines, bio-engineered
super-warriors. Their comrades in arms are legion: the Astra Militarum
and countless planetary defence forces, the ever-vigilant Inquisition and
the tech-priests of the Adeptus Mechanicus to name only a few. But for
all their multitudes, they are barely enough to hold off the ever-present
threat from aliens, heretics, mutants – and worse.
To be a man in such times is to be one amongst untold billions. It is to
live in the cruellest and most bloody regime imaginable. These are the
tales of those times. Forget the power of technology and science, for so
much has been forgotten, never to be re-learned. Forget the promise of
progress and understanding, for in the grim dark future there is only
war. There is no peace amongst the stars, only an eternity of carnage and
slaughter, and the laughter of thirsting gods.
gg

With many thanks to Nick Kyme for his expert editorial guidance, and to
Guy Haley for helping sort out where everyone is and why.
Imagine que había encontrado todas las crueldades posibles.
Por un largo tiempo, había entendido que el peor dolor era ser negado
de aquello por lo que estábamos sedientos. Los siglos pasaron, cada
uno más frio que el anterior, y aquel conocimiento era la espina más
afilada que mi padre nos dejó en nuestra carne.
Pero he estado equivocado tantas veces antes, y lo estuve de nuevo
entonces. En aquellos días, cuando el Saqueador había roto la rueda del
destino y las paredes de nuestra cárcel se derrumbaron a nuestro
alrededor, nos dimos cuenta cuán lejos aún teníamos que ir.
La mayor crueldad, veras, no fue ser negado de lo que queríamos. La
mayor crueldad, como se nos revelo, fue que se nos lo había dado.
-Atribuido al primarca Mortarion.
I: Solaz
Capitulo uno

"Uno, dos, tres."


Se mueve, lentamente. Su garra se abre paso, emergiendo a través de los
escombros. Las luces parpadean — de un amarillo sulfuroso, intermitentes
como los latidos de un corazón defectuoso.
"Cuatro, cinco."
No quiere contar. Sus labios, involuntarios, recorren caminos trillados,
estabilizando su sistema nervioso. Los números tienen poder — es bien
sabido para él — pero aun así no quiere hacerlo.
‘Seis.’
Se impulsa librándose de las pilas de metal, montones de carne y hierro. Sus
botas, hendidas como las pezuñas de un diablo, encuentran agarre y empujan.
Se arrastra a si mismo fuera de las ruinas, su aliento resopla a través de la
oxidada rejilla del altavoz.
‘Siete.’
Es el número perfecto, aquel que significa el cumplimiento y el fin, pero
también la concepción y entonces nuevamente el proceso. Este le da fuerzas,
aunque él no la deseara. Siempre le había dado fuerzas, incluso antes del
largo cambio, y el vagamente lo recordaba. Ahora, es solo un hábito. Tantas
cosas son solo hábitos ahora.
Vuelve a ponerse de pie. Detritos caen de su espalda, repiqueteando en la
cubierta. Sirenas de alerta están sonando en alguna parte, susurrantes y
entrecortadas. El segmento de un cable tan grueso como un torso cuelga del
techo, brillando con un tenue manto de chispas. El campo gravitatorio está
fallando. Se siente más liviano de lo habitual. Su vieja coraza debería ser más
pesada. Esta revestida por la pátina de la edad, engrosada y cubierta de carne,
encostrada con forúnculos y ligada con brillantes cuerdas de medula tensada.
Tambalea sobre el puesto de un servidor y ve al desdichado operador
fusionado a la cubierta, sus dedos están metidos en una maraña de conectores
sensoriales. Esta muerto ahora, los últimos destellos de su córtex se apagan,
lo cual probablemente sea para mejor.
Presiona robustos dedos en la consola de comandos, invocando runas de
estatus a través de la grasienta pantalla.
Ve que la nave vive. Ve que el enemigo del Solaz ya no está a la vista. Se
pregunta cuanto habrá ayudado a la nave, o si es solo otra señal de que las
cosas se le están yendo de control.
‘Dragan,’ transmite por el comunicador, y no obtiene otra cosa más que
sonidos de estática por el enlace.
Otros empiezan a recobrar el conocimiento. Ve a uno de los de su estirpe
emerger de abajo de una viga desmoronada, las lentes del yelmo brillan de un
vivido verde en la oscuridad. Ve a un servidor volviendo a la vida en
espasmos, su bultoso estómago esta desparramado sobre un puesto táctico en
forma de disco. Ve a un Pequeño Señor caer desde un manojo de cables
chisporroteantes. Chilla cuando golpea la cubierta, y lo levanta
cuidadosamente. Le arrulla, y entonces hociquea hasta el pliegue de su codo,
riendo con sus dientes de aguja.
Está empezando a recordar. Está empezando a unir las piezas nuevamente.
¿Es más lento ahora de lo que solía ser?
El Pequeño Señor empieza a lamer la sangre de su agrietada ceramita.
Por supuesto que es más lento. Todo se está volviendo más lento, saturado,
como correr a través del agua. Eso era el Don, por supuesto. Ese era uno de
los grandes objetivos.
Vorx gira sobre sus talones, acariciando al Pequeño Señor distendidamente.
‘Lúmenes, si son tan amables,’ espeto. ‘Ponnos en movimiento’.
El puente se pone en marcha. Tripulantes salen tambaleando de la
oscuridad, se levantan tras las amalgamadas estaciones de cogitador,
quitándose la transpiración y mucosidad de sus ojos.
A su alrededor, el Solaz empieza a volver a la vida. Es difícil matar a una
nave como aquella.
Es difícil matar a cualquiera de ellos.
‘Uno,’ murmura, empezando otra vez.
Dragan cae de rodillas, gruñendo. Un esclavo de artillería tropieza sobre él,
talvez tratando de ayudarlo. Es una insolencia, y el empuja al demacrado
humano contra la pared, se escucha el débil crujir de algo óseo rompiéndose.
Entonces se pone de pie, incorporándose completamente. La cubierta de
armas se abre ampliamente más allá de él, su techo se pierde en nubes
oscuras, cubierto de cables en descomposición como los hilos de una
telaraña.
Algo grande ha detonado, lo suficientemente fuerte como para destruir los
generadores de gravedad del Solaz y descentrar su eje. La nave es una bestia
grande y robusta, por lo que el daño debe haber sido catastrófico, y cercano.
Palmea el costado de su yelmo, lo vuelve a hacer, lo suficientemente fuerte
como para recobrar algo de percepción en su campo visual. Su humor es
sombrío, y se pregunta si la explosión fue de cierta manera su culpa – si fue
así, será peor para Vorx.
Los grupos de artilleros están volviendo a la vida. Varias docenas yacen en
las tinieblas de la cubierta, con las extremidades cercenadas o cajas torácicas
aplastadas. Un segmento de lúmenes montados en cadena se balancea
lentamente sobre el cómo un incensario. El cañón más pequeño – un
howitzer de doscientos metros de largo – se eleva a través del miasma hasta
el recubrimiento de la borda. Los mecanismos de retroceso se extienden a lo
largo, alojándose profundamente en la subestructura. Gran parte de la culata
aun es de un metal negro, con un metro de espesor en su punto más delgado,
abrumadoramente pesado. Solo los bordes muestran una progresiva evidencia
biológica – filamentos gruesos como cabellos se arrastran como gusanos
fuera de sus folículos, muy lentamente.
Lo tomaran todo al final, consumiendo lo inorgánico y reemplazándolo con
la más resiliente materia de medula y tendón.
Seis metros más adelante, el capitán de artillería Kodad se pone de pie
nuevamente. Él es uno de los más antiguos de los Inmaculados, y algo
parecido a un uniforme aun pende de su robusta figura. Su piel es de un
blanco grisáceo y forúnculos se juntan en su escote, pero podría pasar por un
humano normal en algunas de las más mugrientas colmenas imperiales.
Dragan mira su grasiento lente de aumento, luego a la larga fila de
howitzers.
‘¿Cuáles son los daños?’ le espeta.
‘Significativos,’ susurra Kodad. Ahora siempre susurra – algún tipo de Don
degenerativo en sus cuerdas vocales, seguramente. ‘Esto nos llevara tiempo.’
Dragan gruñe. Él puede oler el prometio, mezclado con aromas más
pesados.
El Solaz está sangrando en alguna parte.
‘Conseguiste acertar alguna descarga?’ pregunta.
Kodad lo mira. Sus ojos completamente negros no parpadean. ‘Seis,
señor.’ ‘Seis.’
‘Bastante orgulloso de la tripulación, señor.’
Dragan gruñe de nuevo. ‘Aunque no lo suficientemente bueno, ¿verdad?’
protesto, y cruzo con desdén la salida. Sus botas chapotean en la suave
materia carnosa de la cubierta – la permanente sopa de desperdicios que se
fermenta y burbujea en cada rincón. ‘Volveré en una hora. Si algún cañón
esta fuera de acción, despellejare a los equipos de carga. En marcha.’
Vorx desciende del puente. A medida que avanza, más lúmenes parpadean
hasta encenderse. Un chirriante zumbido irrumpe erráticamente por debajo
de las oscurecidas planchas del suelo de la cubierta. Servidores – el nombre
que aún le dan a la panoplia de monstruos con el cerebro anulado quienes
mantienen las funciones básicas de la nave – se retuercen y convulsionan
volviendo a la vida. Algunos permanecen casi humanos, con dos piernas y
dos brazos, y con la cabeza con la que nacieron. La mayoría no. Algunos son
como insectos, mientras otros han sido casi enteramente tragados por el
abrazo de las parades del pasillo, sus pieles desecas se unen a catéteres de
nutrientes y cables de energía, hasta que todo lo que queda es una cara apenas
visible. Algunas caras boquean estúpidamente a medida que Vorx pasa,
alguna respuesta vestigial al reconocerlo hace que sus mandíbulas se
contraigan.
Hubo un tiempo, Vorx pensó ociosamente, en el que la vida y la muerte eran
claramente cosas separadas, El cuerpo humano persistiría por un tiempo,
apartado como un individuo de sus semejantes, antes de expirar y abonar el
suelo. Ahora, sin embargo, todas las posibles formas entre los estados de la
vida y la muerte han sido explotados. La mitad de su tripulación estaba, en
efecto, semi muerta o tal vez semi viva, cuyos esenciales servicios eran
sustentados por amalgamas de antigua biotecnología e incluso también aún
más antigua nigromancia.
Observa a una de las caras incrustadas de los servidores, No tiene ojos, ni
nariz, solo una boca abierta llena de intermitencias eléctricas. Su labio
inferior tiene espasmos. Vorx se pregunta si puede detectar su presencia.
Acerca su mano y presiona suavemente una mejilla marchita.
Entonces se pone en marcha nuevamente. No tiene sentido reflexionar esas
cosas muy profundamente. Todo es parte de la gran panoplia, la más que
infinita diversidad a la que él sirve y busca propagar. En otra realidad, podría
haber tenido el pasatiempo de estudiar estas criaturas, tan solo para ver qué
tan lejos podrían llevarse los límites de la decadencia y la resiliencia antes de
que los parámetros colapsasen, pero esa, de hecho, no era su vocación.
El desciende trabajosamente por una larga escalera espiralada, jadeando a
medida que avanza. Sus pulmones están llenos de fluido, y él no puede hacer
otra cosa sino pensar en que aquel fue un Don mezquino. Aunque, el había
pensado que otros Dones habían sido mezquinos en el pasado, solo para
descubrir su genialidad mucho más tarde.
‘Disculpa,’ dijo, hablando suavemente al Pequeño Señor en el pliegue de su
codo.
El pequeño demonio ríe, entonces se pedorrea líquidamente en el hueco de
su armadura.
Eso cuenta como un perdón, probablemente.
Llega a su destino. Ha descendido un largo recorrido ahora, enterrado en el
interior del oculto corazón de la cámara central del núcleo del Solaz. Huele
copiosamente aquí, como a tierra vieja. Ve pálidos gusanos arrastrándose a
través de la ajada metalistería, cada uno apenas tan largo como las uñas de
sus dedos. Ellos brillan. Tienen varios ojos. y largos dientes. ¿Por qué un
gusano necesitaría dientes?
Lo está haciendo de nuevo. Demasiado curioso – este siempre ha sido su
problema.
Una puerta se yergue ante él. Está hecha de madera. Las vigas están
podridas y agujereada como un tamiz de agujeros de escarabajos, y todo
hedía profundamente a otro mundo. Barrotes de hierro corroídos y bisagras
crujen a medida que la puerta se abre, dejando una cortina de miasma de un
profundo color verde girando a través del umbral. Da un paso adentro y se
introduce en una húmeda cámara de nieblas y acogedora putrescencia.
Tablones, todos ellos cortados a partir de gruesas vigas de la misma madera
podrida, crujen bajo el peso de libros jaspeados por el tiempo. Velas flamean
en sus soportes, luchando por mantenerse encendidas en contra de la
humedad. Varios pares de pequeños ojos parpadean en las sombras, rojos y
perniciosos. Los relojes marcan, arcaicos mecanismos rechinan, y una rueda
dentada gira lentamente contra el abovedado techo.
‘¿Fuiste dañado?’ pregunto Vorx.
Una figura se retuerce en las tinieblas, su cara esta parcialmente cubierta por
una gruesa capucha. Bajo aquellas sombras late la evidencia de varios Dones
– forúnculos, bubones, venas hinchadas que palpitan con negros fluidos.
‘No, no muchos,’ responde el Tallyman Philemon, saludando a Vorx con un
asentimiento. ‘Aquí, es muy profundo. Pero recibiste una paliza allí arriba,
¿no?’
Vorx sonríe irónicamente. ‘Aún estamos vivos. O lo que sea que pase por
eso.’ Mira alrededor. Respira el rico aire, y mira los tantos Pequeños Señores
acuclillados en las altas estanterías. Ellos le sonríen ampliamente,
parloteando y eructando. ‘Este tuvo una caída. Talvez puedas echarle un
vistazo.’
Le alcanzo su carga al Tallyman, quien elevo a la blanda bolsa de carne a la
parpadeante luz y lo giro sobre el con sus guanteletes.
‘Ya veo,’ murmuro Philemon al Pequeño Señor. ‘Tal vez estes aquí por un
tiempo. Puedes ayudarme.’
Metió la mano en una bolsa y saco algo carnoso y con una pestaña aun
pegada, para luego dárselo de comer al pequeño monstruo. Gorgoteo
gustosamente y salto a la estantería con el resto de ellos, donde estallo una
gresca de parloteos.
‘El Solaz debe estar herido,’ observo Philemon, tomando un cirio para
encender otras velas. ‘Lo siento incluso estando en estas entrañas.’
‘Se recuperará,’ dijo Vorx.
‘Que paso?’
‘No lo se.’ Vorx se inclina sobre una pesada pila de libros – grimorios y
libros de contabilidad, algunos abiertos para revelar redes de entintados
diagramas y tablas. ‘Creo que tuvimos una pelea. Desembarcaron unos
cuantos de ellos – grupos de asalto – pero los enfrentamos en el vacío.’ El
sacude la cabeza. ‘La verdad se revelará.’
Philemon alzo la mano para rascarse la barbilla. Algo estallo, y sus dedos
brillaron. ‘Donde nos dejó esto?’
‘A un largo tramo de donde necesitamos estar.’
Philemon hace una pausa, y el ábaco en su cinturón tintinea.
‘Peligroso.’
‘No más de lo habitual,’ dijo Vorx. ‘Tira los números, ¿lo harías?’
‘Si tú quieres.’
‘Lo necesito para confiar un poco más.’
Philemon le lanza una severa mirada. ‘Lo haces, Maestro de asedio.
Confías.’ ‘No tengo más para darte, creo a veces.’
‘Todo está comenzando. Te lo he dicho. Cuando la balanza se incline.
Podrías alegrarte de ello.’
Vorx se mordisquea el labio. Puede saborear la sangre en su boca, la espesa
sopa agriada por los ácidos y la podredumbre intestinal. ‘¿Para qué lado la
inclinarían, eh?’ reflexiono, pasando el dedo por el dorso del libro más
cercano. ‘Podríamos estar descendiendo por el camino equivocado. Ya lo
hemos hecho antes.’
Philemon resopla, y le lanza una exasperada, aunque extrañamente
afectuosa, mirada. ‘Hay unas criaturas, cazadores acuáticos, que necesitan
estar en constante movimiento, o de lo contrario mueren. Así somos nosotros.
Si permanecemos quietos en el vacío, moriremos. O el Solaz te matara. O
Dragan lo hará, o Garstag. Si te tomas un tiempo aquí, si lo piensas, si dudas,
alimentaran a sus familiares con tus entrañas.
Vorx no sonríe. ‘Me has estado diciendo lo mismo por cientos de años.’
‘Este año, entonces, confió en que me escuches.’
Vorx se encoge de hombros. Su labio superior se contrae, raspándose contra
las motas de corrosión en el interior de su yelmo. Ya no puede quitarse el
yelmo jamás. Muy pocos en su banda pueden, al menos aquellos que han
permanecido Intactos por cierto tiempo. Ya no son cuerpo y ceramita, en
cambio son una cada vez más estrecha mezcla de ambos. Esa es una de las
tantos cientos de razones por las que son tan difíciles de matar – la fusión con
su armaduras es mucho más completa de la que disfrutan sus contrapartes
imperiales.
‘Tira los números,’ él dice.
‘Ellos podrán advertirte poco más,’ dijo Philemon.
‘Es mejor que nada.’
Vorx mira arriba al Pequeño Señor, ahora roncando plácidamente, con
partículas de piel y queratina en su ondulante estómago. Él puede oler la
decadencia, la erosión del pergamino, el lento colapso de la cubierta debajo
de él y del techo por encima.
Un número es eterno. Es una forma, no un cuerpo. Es lo último que queda,
cuando la mente se descompone en una sopa de zarcillos, tan solo apropiada
para los insaciables de la profunda sentina. Aun puedes retenerla en un
número. A veces se pregunta si incluso el Señor de la Muerte hace lo mismo,
como si un número fuese un recordatorio de otra posible vida en otra posible
galaxia. Recuerda lo que su maestro le dijo en el Planeta de la Plaga, y se
pregunta si el de alguna manera se vio venir esto. Hay quienes subestiman el
ingenio de Mortarion.
‘Necesito saberlo,’ dijo, alejándose de los libros y el moho. ‘Haz esto por
mí, por favor.’
‘Por supuesto,’ dijo el Tallyman, viéndolo irse. ‘Lo que desees.’
Traducción:

Vermis
Tenebrae

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