Aquel lujoso mueble era toda una obra, excogitada y dirigida por el minucioso aristócrata; estaba provisto de grandes ruedas que facilitarían la conducción del enfermo de una parte a otra, articulado por medio de muchos resortes, que permitían darle forma, ora de lecho militar, ora de butaca más o menos trepada; con apoyo, en este último
caso para extender la pierna, y con su mesilla, su atril, su pupitre, su espejo y otros adminículos de quita y pon, admirablemente acondicionados.
Pedro Antonio de Alarcón
La joven no vaciló un punto: corrió adonde estaban su madre y la doméstica; explicóles el
caso; díjoles que en la calle de Preciados no había ya tiros; tuvo que batallar, no tanto con los prudentísimos reparos de la generosa guipuzcoana como con el miedo puramente animal de la informe gallega, y a los pocos minutos las tres mujeres transportaban en peso a su honesta casa, y colocaban en la alcoba de honor de la salita principal, sobre la lujosa cama de la viuda, el insensible cuerpo de aquel que, si no fue el verdadero protagonista de la jornada del 26 de marzo, va a serlo de nuestra particular historia.
Pedro Antonio de Alarcón
¡Yo no soy tampoco General ni Marqués, y mi abuelo era lo uno y lo otro! Estamos iguales. -Bien; pero es el
caso, que yo... yo...
Pedro Antonio de Alarcón
Yo se la cogí; medité un momento; conocí que estaba en el
caso de hablar formalmente, y le dije con todas las veras de mi alma: - Parrón, tarde que temprano, ya me quites la vida, ya me la dejes..., ¡morirás ahorcado!
Pedro Antonio de Alarcón
Sobre la cara diminuta, pálida, se veían manchas amoratadas, señales de besos furiosos. Selme se creyó en el
caso de repetir y ampliar su relación.
Emilia Pardo Bazán
Doña Teresa le condujo a su gabinete situado al extremo opuesto de la sala, y, una vez establecidos allí en sendas butacas los dos sexagenarios, comenzó el hombre de mundo por pedir agua templada con azúcar, alegando que le fatigaba hablar dos veces seguidas, desde que pronunció en el Senado un discurso de tres días en contra de los ferrocarriles y los telégrafos; pero, en realidad, lo que se propuso al pedir el agua, fue dar tiempo a que la guipuzcoana le explicase qué generalato y qué condado eran aquellos de que el buen señor no tenía anterior noticia, y que hacían mucho al
caso, dado que iban a tratar de dinero.
Pedro Antonio de Alarcón
¡Con las muletas me basta y sobra para romperle la cabeza! -Márchate, Rosa..., y no hagas
caso; que éstas son chanzas del señor don Jorge...-expuso Angustias, haciendo pedazos la carta-.
Pedro Antonio de Alarcón
-¡Señor de Córdoba!...-insistió Angustias con mayor acritud-. ¡Vuelvo a suplicar a usted que preste alguna atención a un
caso en que están comprometidos mi honra y mi dignidad!...
Pedro Antonio de Alarcón
-¡Y un cualquiera de los peores... para el
caso de que se trata, supuesto que es usted soltero, todavía joven, y nada santo... de reputación!
Pedro Antonio de Alarcón
¿Cómo la dejo desamparada y sola, si la quiero más que a mi vida? ¿Ni cómo me
caso con ella, después de tanto como he declamado contra el matrimonio?
Pedro Antonio de Alarcón
Los Senadores liberales en este momento no han guardado ninguna consideración para dejarme siquiera defender, como corresponde a un colega. En este caso, autorizado por mi partido, rompo definitivamente el pareo.
-¡Mucho ganaría usted en que me lo propusiera y lo lograra; pues el revés de usted es el derecho! Pero no estamos en ese
caso... ¿Qué tengo yo que ver en sus negocios?
Pedro Antonio de Alarcón